Los condenados: 47
Escena XIV
editarDichos; BARBUÉS, los dos mozos, gente del pueblo. Por el pórtico avanza la procesión. Dos filas de educandas. Sigue la imagen de la Virgen, en andas de plata, adornadas con flores y luces, y llevada en hombros por cuatro educandas. Dos niños con incensario la preceden. Detrás sigue la Comunidad, presidida por la MADRE SUPERIORA. Ésta, al ver extraño movimiento de personas desconocidas en la escena, se adelanta, seguida de SOR MARCELA y otras monjas. Los que han entrado por el portón, detiénense al ver la comitiva religiosa. Sólo BARBUÉS avanza resuelto y quiere sujetar a JOSÉ LEÓN.
BARBUÉS.- Ahora no te escapas.
PATERNOY.- (Con imperioso ademán manda a BARBUÉS que se reporte.) Que entréis he dicho; pero respetando la santidad del lugar. (BARBUÉS, cohibido, se descubre y se retira hacia la puerta.)
SUPERIORA.- ¿Qué es esto? Ese hombre ¿quién es?
PATERNOY.- Él mismo lo dirá. (PATERNOY, SALOMÉ y SANTAMONA, forman un grupo a la derecha del proscenio. La SUPERIORA en el centro. Más a la izquierda, JOSÉ LEÓN, y junto al portón, GINÉS, BARBUÉS y los que le acompañan. Las demás figuras en segundo término.)
JOSÉ LEÓN.- (Con entereza y solemnidad.) Generoso Santiago, vosotros, enemigos míos, pueblo justiciero, mujer que fuiste mi encanto, santa Comunidad, tierra, cielo, mundo que ultrajé, Dios que me criaste, mirad aquí una conciencia que se os descubre, arrancada de cuajo, toda vida, dolor, verdad.
SUPERIORA.- No entiendo...
PATERNOY.- Viene a declarar las culpas de un criminal ausente y a denunciarle a la justicia. ¿No es eso?
JOSÉ LEÓN.- ¿Ausente? No tanto; largo tiempo ha vivido en el reino de la mentira; pero ya está cerca de aquí.
PATERNOY.- Sigue. La prueba es terrible, pero concluyente.
JOSÉ LEÓN.- Acuso a un hombre que no conocéis; yo sí... a un hombre nacido de honradísimos padres, de imaginación viva, de inteligencia no vulgar; si precoz en los estudios, precocísimo en todas las formas del libertinaje y la disipación. Abandonó, joven aún, su hogar modesto y su lucida carrera, huyendo de sus propios escándalos y de la tempestad de rencores que se levantó contra él... Después de vagar algún tiempo por tierras distantes, encontró en ésta escondite seguro y campo vastísimo para sus locas empresas. El encadenamiento de los errores primero, la miseria después, y el vértigo de las represalias, lleváronle a cometer mil desafueros. Tan grande como su audacia y virilidad para cometerlos, fue su ingenio para ocultarlos y asegurarse la impunidad... Por delirio de amor propio, dio muerte al insolente Alonso Barbués; por venganza de una felonía, al Manco de Tauste; por desesperación y ardiente fiebre del vivir, a un francés de Lazcún, que traficaba en metales preciosos... Gravísimos daños causó, por malicia o despecho, en las personas, en los rebaños, en la propiedad, incendiando las casas de los hermanos Paternoy, talando la huerta de Larraz, o entrando a saco varias cabañas en el puerto de Aragües... Llegó un tiempo en que las heces de su conciencia removida amargaron sus ya tristes días, y al fin su alma fue totalmente rescatada por el ardiente cariño de una mujer que Dios envió a su encuentro en aquel camino de perdición. Gracias a esto, el hombre de que os hablo reconoce hoy públicamente sus abominaciones... (Con emoción que su entereza quiere ahogar.) y se entrega indefenso a la justicia humana... y a la misericordia divina. (La SUPERIORA y demás monjas, manifiestan asombro silencioso.)
BARBUÉS.- (Abalanzándose a JOSÉ LEÓN.) ¡Es nuestro!
PATERNOY.- (Cogiendo a JOSÉ LEÓN por un brazo y apartándole de BARBUÉS.) ¡Es mío!
SANTAMONA.- (Con alegría, apartándose de SALOMÉ para llegar a JOSÉ LEÓN y ponerle la mano en el hombro.) ¡Es nuestro! Le hemos ganado.
BARBUÉS.- (Disputando a PATERNOY y a SANTAMONA la persona de JOSÉ LEÓN.) Pertenece a la justicia.
PATERNOY.- No, no; pertenece a la piedad.
SALOMÉ.- (Aterrada, huyendo hacia la enfermería.) Tengo miedo: llevadme de aquí.
SANTAMONA.- (Siguiendo a SALOMÉ.) Barbués quiere llevarle a la justicia; Santiago, al consuelo y al perdón.
PATERNOY.- (A JOSÉ LEÓN.) Ven a mí. Serás mi amigo, mi hermano.
JOSÉ LEÓN.- (A PATERNOY y SANTAMONA.) Gracias, nobles hijos de Ansó, espíritus de clemencia... Me debo a la expiación. Me seduce el suplicio; me enamora la muerte.
PATERNOY.- (A SALOMÉ, ansioso, pidiéndole su concurso para convencerle.) Tú, háblale... disuádele de esa horrible idea del martirio.
SALOMÉ.- ¿Yo, yo sentencio ahora? (Con iluminismo y acento místico.) Quiero que venga a mí... Le condeno a muerte...
JOSÉ LEÓN.- Vamos. (Presuroso se agarra a BARBUÉS y corren ambos hacia la salida. Telón.)