Los condenados: 37
Escena IV
editarDichos; SOR MARCELA, por el pórtico de la derecha; SANTAMONA, por el portón izquierda.
SOR MARCELA.- La Madre Superiora espera a usted en su celda. Dentro de un momento bajará al coro.
FELICIANA.- Voy. Estaba predicándole a este pillo para que tome ejemplo de las Santas Madres y siente la cabeza...
SOR MARCELA.- Falta le hace. Por aquí. (Vase FELICIANA por el pórtico. Suena la campana del portón.)
GINÉS.- ¿Quién llamará? (Estoy en ascuas.) (Con sobresalto.)
SOR MARCELA.- Será Madre Mónica.
GINÉS.- (Abriendo.) ¡Ella misma! (Entra SANTAMONA con una cestita de labores de mujer.)
SOR MARCELA.- ¿Tan pronto de vuelta?
GINÉS.- ¡Si va y viene como una exhalación!
SANTAMONA.- Aquí le traigo lanas de colores para que se entretenga en hacer toquillas, y trapos de seda para acericos.
SOR MARCELA.- Y ahora, ¿vuelve usted a salir?
SANTAMONA.- No; aquí me quedo. La acompañaré toda la tarde.
SOR MARCELA.- Entonces podré ir un rato al coro.
SANTAMONA.- Váyase usted descuidada.
SOR MARCELA.- Ha dicho el señor Paternoy que si quiere salir a la huerta, no se le impida.
SANTAMONA.- ¡Pobre ángel! Como que su única distracción es coger flores, y oír cantar los pajaritos de Dios.
SOR MARCELA.- Que pasee en libertad... siempre vigilando...
SANTAMONA.- Descuide, hermana, descuide.
SOR MARCELA.- Bien, bien. Adiós. (Vase por el pórtico.)
GINÉS.- (Muy inquieto.) (¡Y yo que contaba, santica mía, que no volverías hasta la noche!)