Los condenados: 03


ACTO I editar

Patio que separa las dos casas de GASTÓN. Al fondo, un muro de piedra, de poca altura, con paso practicable a una callejuela. En el forillo, paisaje, con fondo de altas montañas pobladas de pinos. A derecha e izquierda, las casas, de fachadas irregulares y techos muy apuntados. Mesa tosca de madera, sobre la cual hay tazas, botellas y servicio de café, en desorden. En el suelo una herrada. Un par de sillas o banquetas rústicas. Es de día. Derecha e izquierda se entiende del espectador.


Escena I editar

VICENTA y PRISCA, ocupadas en los quehaceres de la casa. La primera concluye de barrer el patio. La segunda entra por la derecha con una cesta vacía, en la cual VICENTA recoge el servicio; FELICIANA, por el fondo, en traje ansotano de lujo.


FELICIANA.- ¡Hola, Vicenta!... ¡Prisca!

VICENTA.- Buenos días, Feliciana Bellido.

PRISCA.- ¡Mujer, qué hermosa estás!

FELICIANA.- Ayer llegué. ¿Y qué tal? ¿Muy atareadas estos días? Vuestro tío, el primer ricacho de Ansó, sabe ser rumboso con sus huéspedes.

VICENTA.- ¡Ya lo creo!

FELICIANA.- ¿Y la otra sobrinita, Salomé?

PRISCA.- En la cocina, friendo las truchas.

FELICIANA.- Trabajan sin descanso las tres. ¡Qué vida, qué costumbres, qué esclavitud para el bello sexo!... ¿No entendéis? El bello sexo somos nosotras, las mujeres.

VICENTA.- ¡Ah, sí!

PRISCA.- Ya, ya.

FELICIANA.- (Examinando las casas.) ¡Cómo ha variado esto! Y esa casona ha sido restaurada...

VICENTA.- La arregló el tío para la primera de nosotras que se case. Abajo tenemos el granero, el establo...

FELICIANA.- ¿Y nadie vive aquí?

PRISCA.- En lo de arriba, vive madre Mónica.

VICENTA.- La santa del pueblo.

FELICIANA.- Sí, sí; Santamona, que tiene la manía de recoger en el monte ramos de hierbas aromáticas para adornar las habitaciones... (Riendo.) y ahuyentar los malos pensamientos.

VICENTA.- Sí. Hoy, por ser la fiesta del bendito San Pedro, patrono de la villa, vendrá cargada de hojarasca muy linda.

PRISCA.- (Mirando por el foro.) Por allí va.

FELICIANA.- La encontré hace un rato. Volvía del monte, engalanada como la borriquita del Domingo de Ramos. ¡Pobre santa, qué divina inocencia!

PRISCA.- (A su hermana.) ¿Traigo más agua?

VICENTA.- Sí. (PRISCA se pone la herrada en la cabeza.)

FELICIANA.- Por mí, no os entretengáis.

PRISCA.- Con tu licencia. (Vase por el fondo.)

FELICIANA.- Yo espero a tu tío.

VICENTA.- Hasta luego. (Vase por la izquierda, llevándose la loza en una cesta.)