Los cautivos de Argel/Acto III

Los cautivos de Argel
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Entre PEREDA, HERRERA y DORANTES, y unos morillos tras ellos.
PEREDA:

  ¿Queréis dejar, perros enemigos?

DORANTES:

¿Queréis dejarnos, perros, vil canalla?

HERRERA:

Siempre os halláis en nuestro mal testigos.

MORILLO:

  Rey Helipe morir, no rescatar, no fugir,
acá morir, acá morir.

PEREDA:

  Murió, perros, aquel que es bien que llama
prudente el mundo, y Salomón cristiano,
por quien España lágrimas derrama,
  pero vive su hijo, en cuya mano
quedó la misma España vencedora
del rebelde flamenco y africano.

MORILLO:

  Rey Helipe morir, no rescatar, no fugir,
acá morir, acá morir.

DORANTES:

  Murió aquel sol que ya los cielos dora,
pero dejó por su lugarteniente
otro Felipe, a quien España adora.
  Presto, perros, veréis la tierna frente
del laurel africano coronada
sobre el cristal del húmido tridente.

MORILLO:

  Rey Helipe morir, no rescatar, no fugir,
acá morir, acá morir.

HERRERA:

  Viva quedó la morisma. Espada
de Carlos Quinto, que a sus plantas tuvo
la rica Túnez, con gloriosa armada,
  destas murallas a la vista estuvo,
y si no las tomó fue porque el viento
de tantas glorias envidioso anduvo,
  que a no forzarle todo un elemento,
contra quien no hay valor el fuerte hado
derribar por tierra el fundamento.

PEREDA:

Pues si os pensáis arrepentir a todo
  y a los muchachos respondéis en seso,
les daréis ocasión.

HERRERA:

Pereda, hermano,
que no puedo sufrillos os confieso.

(Entre SAHAVEDRA.)
SAHAVEDRA:

  ¿Qué corazón, qué sufrimiento humano
podrá tener en tanto mal paciencia?
¿Qué pecho habrá con alma de cristiano?

DORANTES:

  ¿Qué es eso, Sahavedra?

SAHAVEDRA:

La violencia
de aquesta fiera, cueva de ladrones.

PEREDA:

Mas, ¿que han ejecutado la sentencia?

SAHAVEDRA:

  Españoles, cristianos corazones
que gozáis libertad en vuestras tierras
libres de ver tan ásperas prisiones,
  pues no os tocan las lágrimas, las guerras,
la hambre y sed que aquí el cautivo pasa
en estas de piedad desiertas sierras,
  cuando llegare alguno a vuestra casa
a pediros limosna de cautivos,
cristianos, no la deis con mano escasa.

PEREDA:

  ¿Qué han hecho estos alarbes vengativos
en nuestro Felis Sahavedra?

SAHAVEDRA:

Intento
deciros sus martirios excesivos,
  y enlázame la lengua el sentimiento
que me baña cual veis en tierno llanto.

HERRERA:

Sosiega, di el suceso.

SAHAVEDRA:

Estame atento,
si piedad del alma puede tanto.
  Viendo los moros de Argel
que en España el Santo Oficio,
de los Católicos Reyes
intento heroico y divino,
había puesto en un palo
al valenciano morisco
porque renegó la fe
que recibió en el Bautismo,
movidos de sentimiento,
y de venganza movidos,
buscaron un español
que fuese de aquel distrito,
y hallaron al santo Felis,
que a su propósito vino,
caballero valenciano,
Castelví por apellido,
del hábito de Montesa
padre, hermano, amparo, abrigo
de los cautivos de Argel,
todos los sabéis, cautivos.

SAHAVEDRA:

Este que habiéndole dado
sus deudos y sus amigos
cuatro veces el rescate,
nunca rescatar se quiso,
y sino de aquel dinero
iba rescatando niños,
y son los que de perderse
tienen, como Luis, peligro;
este que nos confesaba,
y donde siempre tuvimos
reprehensiones y consejos,
católicos exorcismos;
este que se desnudaba
para darnos su vestido;
este que era fiel retrato
de un Leonardo, de un Paulino,
lleváronle al fin al Rey,
y azotado, porque a Cristo
en todo imitase Felis,
que en todo imitar le quiso,
atan como otro Pilato.
A Felis dio por Francisco,
por el morisco, al cristiano,
por el lobo, al corderillo,
por el ladrón, al fïel,
por el comprado, el vendido,
por el infame, el honrado
y por el traidor, el limpio.

SAHAVEDRA:

Hicieron un palo agudo,
¡ah triste!, labrando un pino,
porque sirviese de leño
al nuevo sacerdote ofrecido,
y en viéndole dijo: «Moros,
por último veros pido,
que me lo dejéis llevar
al altar del sacrificio.»
De buena gana le dieron,
que una burra habían traído
a quien quitaron el palo
por hacer lo que les dijo.
Besolo, y con mil abrazos
y amores enternecido,
le puso al hombro y tomó
de aquesta puerta el camino,
donde habiéndole fijado
entre dos ásperos riscos,
no le clavaron en él,
como su costumbre ha sido,
sino atándole, no más,
tomó un alarbe atrevido
el chaleco donde estaba
la roja cruz... No prosigo
de dolor, que ya no puedo.

PEREDA:

¡Ni quien te escucha sufrillo!

SAHAVEDRA:

Miró, en efeto, la cruz,
y queriendo el enemigo
hacer la misma en el pecho
que adoraba en el vestido,
otra le hizo (¡ay de mí!,
piedra soy, pues esto os digo)
con un cuchillo afilado,
que fue pincel el cuchillo.
La sangre dio la color,
la tabla el pecho bendito,
y así en cruz quedó en él
de esmalte rojo encendido.
Si le queréis ver, miralde,
al sacerdote divino,
ofreciendo a Cristo el alma
que es hostia del sacrificio.

(Descúbrase una pintura de lienzo y un risco, se vea el palo en que esté puesto FELIS, descubierto el pecho, y en él hecha la cruz de Montesa con sangre, y diga elevado:)
FELIS:

  A vós, ¡oh sacerdote soberano!,
que al Padre en aquel altar de aquel madero
os ofreciste, cándido cordero,
por el remedio del linaje humano,
yo, indigno sacerdote valenciano,
de la cruz de Montesa caballero,
mi sangre ofrezco, y confesando muero
el santo nombre militar cristiano.
Quisiera yo imitar esas guirnaldas
de espinas y esa cruz, mas no me han hecho
dignas de tales palmas y esmeraldas,
pero voy de una cosa satisfecho,
que si no la merezco en las espaldas,
ya muero en cruz, pues que la llevo al pecho.

SAHAVEDRA:

  ¡Felis santo, allá te acuerda
destos cautivos!

FELIS:

¡Oh amigos,
[los cielos] sean testigos
si lo haré luego que os pierda!
  Vivid bien, ninguno yerre,
ninguno niegue al buen Dios.

SAHAVEDRA:

Teniendo tal padre en vós,
que nuestras causas procura,
  ninguno hará tal.

FELIS:

Pues, hijos,
yo salgo de Argel también,
que voy a Jerusalén
con eternos regocijos.
  Uno de la Trinidad
me rescató, ya me voy;
con Fe y Esperanza estoy
de ver mi patria.

SAHAVEDRA:

Llorad,
  llorad, cautivos, el día
de vuestro mayor dolor.

FELIS:

En vuestras manos, señor,
encomiendo el alma mía.

PEREDA:

  Ya espiró, cubrid al punto
este espectáculo triste.

HERRERA:

¡Dichoso tú que naciste
como otro fénix difunto!
  ¡Que en vida a todos nos des,
y qué gloria a tu Valencia!

DORANTES:

Lloremos tu eterna ausencia,
pero cantémosla más,
  y quedad con Dios, hermanos,
no me echen menos.

(Váyase DORANTES.)
SAHAVEDRA:

Adiós.

(Váyanse PEREDA y HERRERA.)
PEREDA:

Vámonos también los dos,
que nuestros dueños tiranos
  nos habrán buscado, Herrera.

HERRERA:

Adiós, Sahavedra amigo,
que envidia llevo conmigo
del mártir que el cielo espera.

(SAHAVEDRA solo diga:)
[SAHAVEDRA]:

  Si llegase, Felipe, a tus oídos
de veras nuestro llanto lastimoso,
y si tu augusto corazón piadoso
moviese el ay de tantos afligidos,
si de tu sol los rayos encendidos
tocasen este limbo temeroso
y el ceptro de tu brazo poderoso
fulminase estos bárbaros vencidos,
si a un risco a las cadenas prometeas
estos ladrones del mar atases,
sus viles naos fuesen las de Eneas;
si a sus lunas tus cruces enseñases,
¿quién duda, pues de Europa te laureas,
que africano, Felipe, te llamases?

(BASURTO entre, y BRAHÍN, hebreo, con un palo.)
BASURTO:

  No pongas en mí la mano,
Brahín, detenla, y detente,
que no es bien que tal vil gente
la ponga en ningún cristiano.
  ¡Por el Dios que tu agüelo
puso en la cruz!

BRAHÍN:

¡Vil cautivo!,
hoy de quien soy te apercibo
para que entiendas mi celo.
  No soy de capote humilde,
caballero hebreo soy.

SAHAVEDRA:

¿Qué es eso, Brahín?

BRAHÍN:

Estoy...

SAHAVEDRA:

¿Qué estáis? No le deis, reñilde,
  que basta que le riñáis,
pues no es vuestro, y aunque fuera
vuestro, ninguno os sufriera
la vida que vós le dais.

BRAHÍN:

  ¿Juntáis os a darme muerte,
perros?

SAHAVEDRA:

Yo no os hago mal,
pero no es castigo igual
a un hombre de vuestra suerte.

BRAHÍN:

  ¿Sabéis lo que ha hecho?

SAHAVEDRA:

No,
pero sé que está empeñado
en cien escudos.

BASURTO:

No he dado
causa.

BRAHÍN:

Mil causas me dio;
  cuanto a lo primero, en casa
no hay quien pueda ya comer.

BASURTO:

¿Qué puede un esclavo hacer?
¿Que tal hombre en ello pasa?

BRAHÍN:

  Echa tocino en la olla
por comérsela después,
no he gozado en todo un mes
pichón, palomino o polla.
  Huevo, no hay tratar si fuera
para nuestras medicinas,
que pienso que mis gallinas
ponen en su faltriquera.
  Ayer tenía un conejo,
que es por lo que me he enojado,
y el perro un gato ha buscado
casi del mismo pellejo,
  y este me ha dado a comer,
y el conejo se ha comido.

SAHAVEDRA:

¿Halo hecho?

BASURTO:

Halo fingido.

SAHAVEDRA:

¿Créolo? No puede ser.
  ¿Para que le levantáis
testimonios?

BRAHÍN:

¡Bien, por Dios!
¡Bueno me pondréis los dos
si a darme pena os juntáis!
  Di, perro, ¿quién derritió
aquellos panes de cera
por debajo, de manera
que entre el pan se quedó
  hasta que lo eché de ver?

BASURTO:

¿Yo cera?

BRAHÍN:

¿Pues quién ha sido?

BASURTO:

Ni aun la tengo en el oído,
que Ulises quisiera ser
  para sirena tan fiera.

BRAHÍN:

Perro, de lo que has hurtado,
¿cómo no te has rescatado?

SAHAVEDRA:

No le habléis de esa manera,
  que es Basurto hombre de bien,
y os ha de matar un día.

BRAHÍN:

Esa amenaza es muy fría
y ese remedio también.
  No, aunque soy español
como ellos, y que mi hacienda
pondría a sus intentos rienda,
antes que hoy se ponga el sol.

SAHAVEDRA:

  ¿Qué harás?

BRAHÍN:

Luego lo verás.

BASURTO:

Ansí pues, espera.

BRAHÍN:

Di.

BASURTO:

Hoy seré moro.

BRAHÍN:

¿Tú?

BASURTO:

Sí.

BRAHÍN:

¿Tus deudos qué dirán?

BASURTO:

  Digan, lloren, desatinen,
moro he de ser solo de efeto
de ponerte en tanto aprieto
que tus casas se arruinen,
  que tu dinero se gaste,
que tu crédito se pierda.

BRAHÍN:

De tus cosas se me acuerda,
y que siempre me engañaste.
  ¿Miedo me querías poner?
Ve, perro, que no lo harás.

BASURTO:

No, Brahín, hoy lo verás.

BRAHÍN:

Pues, ¡sus!, hoy lo quiero ver.

(Váyase BRAHÍN.)
BASURTO:

  ¡Vive a Dios que te he de dar
dos mil palos cada día!

SAHAVEDRA:

¿Hablas de veras?

BASURTO:

Desvía,
que hoy tengo de renegar.

SAHAVEDRA:

  ¡Jesús, Basurto!, ¿qué dices?

BASURTO:

Pues, hermano, ¿qué he de hacer
viéndome en este poder?
No hay de qué te escandalizar;
  librareme de vivir
con tanta necesidad.

SAHAVEDRA:

¡Qué buen ejemplo en verdad
del que acaba de morir!
  ¿Eso Felis te imprimió?
¿Eso su sangre este día
en tu alma a piedra fría,
Basurto amigo, escribió?
  ¿No le viste en aquel palo
morir confesando a Cristo?

BASURTO:

Sahavedra, ya le he visto,
a un mártir santo le igualo,
  yo nunca tan bueno fui
que eso merezca del cielo.
Dios conocerá mi celo
y se dolerá de mí,
  porque yo en el corazón
tendré su nombre y su fe.

SAHAVEDRA:

¡Oh, cuánto ese engaño fue
causa de gran perdición,
  o cuántos hoy en Argel
que habiendo a Dios renegado,
porque en el alma han guardado
alguna memoria dél,
  porque se creen y adoran
dentro de su corazón,
porque esperan ocasión,
porque en secreto la hallaron,
  piensan que se han de salvar
y que se irán algún día
a España!

BASURTO:

¿Y ser no podría?

SAHAVEDRA:

¡Oh, cómo sabe enlazar
  aquí el demonio las almas,
triste de ti y de los tales,
que de esperanzas iguales
sombra hay aquí, ingratas palmas!

BASURTO:

  ¿Es mejor desconfiar?

SAHAVEDRA:

No, Basurto, pero di,
los que renegáis aquí,
¿cómo os pretendéis salvar?
  Luego os casáis, luego amáis
la mujer, luego la hacienda,
que más que el alma estimáis,
  luego decís: «Si me voy
a España, seré afrentado,
llamaranme el renegado,
afrenta a mis deudos soy,
  nadie querrá andar conmigo.
Pues mis hijos, ¿qué se han de hacer
sin mí y mi amada mujer,
la hacienda, el gusto, el amigo,
  la libertad, el mandar?»
Que allá todo es sujeción,
y entre aquesta dilación
suele la muerte llegar,
  y llévanse los demonios
el alma que a Dios negó,
porque ese apóstol nos dio
evidentes testimonios,
  porque era muerte la fe
donde no hay obras, Basurto.

BASURTO:

¿Qué he de hacer si cuanto hurto
deste que de aquí se fue,
  y cuanto con mil engaños
como a cristianos, no llega
a mi rescate?

SAHAVEDRA:

¿Eso ciega
tus ojos a tantos daños?
  Ya vendrá la Redención,
y cien ducados yo haré
que el mismo día los dé.

BASURTO:

Tenga hora cual confusión.

SAHAVEDRA:

  ¿Qué confusión?

BASURTO:

Di a entender.
a unos cautivos que había
un barco, y nos llevaría
a España.

SAHAVEDRA:

¿Sabeislo hacer?

BASURTO:

  No era con esa intención.

SAHAVEDRA:

¿Pues?

BASURTO:

El coger el dinero,
y hoy, Sahavedra, los espero.

SAHAVEDRA:

¿Esa es poca confusión?

BASURTO:

  ¿Pues cómo no, si me han dado
para clavos, lienzo y estopa,
brea y madera, sus ropas,
y el dinero que han ganado?

SAHAVEDRA:

  ¿Pues no lo tienes hoy?

BASURTO:

Algo dello.

SAHAVEDRA:

Pues yo haré
que lo demás se te dé.

BASURTO:

¡Ah triste!, a Dios ofendo.

SAHAVEDRA:

  Hinca la rodilla en tierra
y pide perdón al cielo.

BASURTO:

Perdón, señor.

SAHAVEDRA:

Besa el suelo.

BASURTO:

¡Tierra, en tu centro me encierra!
  Pero di, ¿cómo podré
vengarme deste judío?

SAHAVEDRA:

Álzate.

BASURTO:

¡Ay, amparo mío!,
esos pies te besaré.

SAHAVEDRA:

  Tú tienes, Basurto hermano,
gran ingenio en invenciones,
a la que una vez te pones
no se te va de la mano.
  ¿Tú no le dijiste aquí
que querías renegar?

BASURTO:

Sí.

SAHAVEDRA:

Pues yo te quiero dar
vestido, escucha.

BASURTO:

Di.

SAHAVEDRA:

  Irás de moro vestido,
y lo que en Efes le dieras
muchos palos le darás.
Aquí estarás escondido
  hasta que la Redención,
que ya se suena que viene,
te rescate.

BASURTO:

Gente viene.

SAHAVEDRA:

Pues no más conversación.
  Quédate, Basurto, aquí,
que ha rato que falto allá.

BASURTO:

Dios supremo te dará,
cielo, que has hecho por mí.

(SAHAVEDRA se vaya y entren SOLIMÁN y FÁTIMA, mora.)
FÁTIMA:

  Esto dirás a los cautivos luego
contra el veneno que les ha quitado
el sentido que dice que han perdido.

SOLIMÁN:

¿Y volverán con eso al que tenían,
Fátima sabia?

FÁTIMA:

Cuando no le cobren,
avísame, y sabré de qué procede.

SOLIMÁN:

Alá te guarde. ¡Y si yo tuviera
el que también perdí cuando di crédito
a las locuras de Aja, y gozara
mi bella esclava!

(Váyase SOLIMÁN.)
BASURTO:

Aquesta es una mora
que en todo Argel tiene notable fama.
Guárdete el cielo, Fátima.

FÁTIMA:

Basurto,
¿cómo te va con el hebreo dueño?
¿Tan mal estabas con Dalí?

BASURTO:

No estaba,
que es caballero en fin, en fin es noble,
hice aquella invención por su consejo,
y estoy desesperado de serville.
Di, por tu vida, ¿qué remedio es este
que dabas a este moro?

FÁTIMA:

Dos esclavos,
que tiene Solimán, Leonardo el uno,
ya le conozco natural de España,
y una esclava que adora, están sin seso
de una bebida que a los dos han dado
para obligallos a su amor, que Aja
adora el español, y este a Marcela.

BASURTO:

Conozco los esclavos, y en el alma
me pesa del suceso, pero dime,
así los cielos tu ventura logren
y tengas mayor fama por tu ciencia
que la que tuvo allá aquella que tuvo,
alterando el mar la fuerte armada
del valeroso césar Carlos Quinto,
¿cómo podré salir destas prisiones,
y volver a mi patria?

FÁTIMA:

Si tú fueses
tan noble que en llegando a España dieses...

BASURTO:

¿Qué tengo, que no te diese?

FÁTIMA:

... a un hombre
que allá te diré yo, los cien escudos
en que estás empeñado en este hebreo,
para que él de prisión se rescatase,
yo te pondría en verdad.

BASURTO:

Señora,
fálteme el cielo si en llegando a España
no diera...

FÁTIMA:

Cuando, y si a España llegas,
no solo me darás los cien escudos,
mas ni te acordarás de que he nacido.

BASURTO:

¿Quién es aquel esclavo, y adónde vive?

FÁTIMA:

Vive en la corte, y es Selín, mi hermano,
que cautivó don Pedro de Toledo
y envió desde Nápoles a España
el Virrey a sus hijos los marqueses.
Desearía a quien segurarle allá me escribe
de llevar una silla sirve.

BASURTO:

El cielo,
Fátima, me castigue por ingrato,
si allá no procurare su rescate
como quieran venderle esos señores.

FÁTIMA:

Él, con este dinero y el que tiene,
probará su ventura.

BASURTO:

¿De qué modo
podré librarme yo?

FÁTIMA:

Muy fácilmente.

BASURTO:

¿Cómo?

FÁTIMA:

Yo quiero darte una manzana,
que solo en llevarla puedes irte
por la puerta de Argel, por el camino,
que no toparás hombre que te vea.

BASURTO:

¡Válame Dios!

FÁTIMA:

Será lo que te digo.
Ven a la noche a mi casa.

BASURTO:

Iré sin falta.
¡Notable ciencia, cielos! Si yo me libro
con lo que Adán perdió tanta ventura,
yo pongo por mis armas un manzano
y una letra que diga: «Adán Basurto ».
¿Mas quién ha de creer que iré invisible?
Sin duda me verán cuantos me quieran.
¡Oh, qué palos palpables que me esperan!

(Salen LEONARDO y AJA.)
LEONARDO:

  ¿Quiéresme dejar, arpía?

AJA:

¡Mi bien!, ¿con tanta crueldad?

LEONARDO:

¿Sabéis qué es la necesidad?

AJA:

¿Qué, amores?

LEONARDO:

Una porfía.

AJA:

  ¿Sabes tú qué es la locura?

LEONARDO:

¿Qué puede ser?

AJA:

Una tema.

LEONARDO:

Cierra esa boca con nema.

AJA:

Si hubiese sello, sí haría.

LEONARDO:

  ¿Pues cuál sello?

AJA:

El de tus labios.

LEONARDO:

Con armas cristianas quiero
sellar tu boca.

AJA:

No alteres
la casa.

LEONARDO:

¿Hay tales agravios?

AJA:

  No son agravios, mi bien
y dulce esclavo mío,
que en mis deseos confío
que he de vencer tu desdén.

(Entre MARCELA.)
MARCELA:

  ¿Qué es esto que ven mis ojos?
¡Solos están, ay de mí!

LEONARDO:

¿Cómo hablaré desde aquí
a aquellos dulces enojos?
  Ya veo a Marcela; quiero
fingir que le digo amores
a esta mora.

MARCELA:

¿Qué mayores
indicios? ¡De celos muero!
  ¡Ha, traidor!

LEONARDO:

(Haga que habla con la mora.)
Señora mía,
si está aquí, mi amor calla.
Porque nos miraba fue,
todo fue porque nos vía.
  Ya que mis ojos os ven,
cesarán estos enojos.

MARCELA:

¿Qué esto le diga a mis ojos?

AJA:

Cristiano, ¿quiéresme bien?

LEONARDO:

  Como la imagen que está
detrás de alguna cortina
a religión nos inclina
y luz como el sol nos da,
  así te adoro también,
y verte, señora, espero,
cuando ya el tiempo ligero
corre la cortina bien.

AJA:

  Sin duda el agua le ha hecho
provecho, y Fátima sabia.

MARCELA:

¿Que desta suerte me agravia?
Mi amor obliga a un despecho,
  haré locuras de veras,
diré «lo fui de burlas»,
pues que con mi honor te burlas.

AJA:

¿Que merezco que me quieras?

LEONARDO:

  ¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién
es nube del sol que adoro,
es arca de mi tesoro
y tesoro de mi bien?
  En ese vidrio por quien veo
un ángel que me ha guiado,
en camino tan errado
a la patria que deseo,
  eres un diamante fino,
que en el fondo está el valor,
y eres alba y resplandor
del sol que a alumbrar me vino.
  Llega, abrázame.

AJA:

¿Que yo
te abrace?

(Abraza AJA alargando los brazos para asir a MARCELA.)
LEONARDO:

Sí, que mis brazos
eran, que sobran abrazos
para quien llega.

MARCELA:

Eso no,
  ya no invenciones conmigo.

LEONARDO:

Llega pues.

AJA:

Ya no lo estoy.

LEONARDO:

Llega, que tu esclavo soy.

AJA:

Dueño, dirás.

LEONARDO:

Llega, digo.

MARCELA:

  ¡Que no hay tratar de engañarme!

(SOLIMÁN entre.)
SOLIMÁN:

¿Qué es esto?

AJA:

Tengo deste loco,
que no fue tenerle poco.

SOLIMÁN:

¿Cómo?

AJA:

Ha querido matarme.

SOLIMÁN:

  ¿Matarte?

MARCELA:

No se lo creas,
los dos te engañan.

SOLIMÁN:

¿A mí?

LEONARDO:

¿Qué dices, Marcela?

MARCELA:

Aquí
quiero que mis celos veas.
  Nuestra locura es fingida,
los dos las habemos trazado.

LEONARDO:

¡Marcela!

MARCELA:

Tarde has llegado.

LEONARDO:

¡Mi vida!

MARCELA:

Que ya no hay vida,
  ni quiero vida, ni honor,
ni patria, ni libertad.

SOLIMÁN:

Marcela, ¿eso es verdad?

MARCELA:

Esto es la verdad, señor.

AJA:

  Más loca debe de estar.
Notable es que se fíe en sí.

SOLIMÁN:

Con el cristiano te vi,
esto no puedes negar.

AJA:

  No fie en su atrevimiento,
porque matarme quería.

LEONARDO:

¿Qué has hecho, Marcela mía?
¿Dónde está tu entendimiento?
  Remedia, mi bien, el daño
que a los dos ha de venir.

SOLIMÁN:

¿Que estos pudiesen fingir
tan de veras este engaño,
  y que Aja me ha tenido
este respeto?

AJA:

Si das
crédito a locos, podrás
dar a una piedra sentido.

SOLIMÁN:

  Luego, loca está Marcela.

AJA:

Pues no.

SOLIMÁN:

Dime, esclava hermosa,
¿has dicho acaso de loca
esta verdad, o es cautela?
  ¿Estás loca? Habla conmigo,
si otra causa te provoca.

MARCELA:

Pues si no estuviera loca,
¿dijera yo lo que digo?
  Loca estoy, loco es amor,
creció mi locura aquí,
porque vi, pero no vi,
que es ciego, Circe, el temor.
  Dejadme estar en mi estado,
que hoy el Rey me viene a ver.

AJA:

¿Es esto para creer?

LEONARDO:

¡Qué bravo susto me has dado!

MARCELA:

  ¿Y tú qué me has puesto a mí?

LEONARDO:

Yo contigo hablando estaba
cuando con la mora hablaba.

MARCELA:

Creerelo, mi vida.

LEONARDO:

Sí.

SOLIMÁN:

  No quiero esta confusión.
¡Vive a Dios que he de vendellos!

AJA:

¿Y qué te han de dar por ellos?

SOLIMÁN:

Hoy viene la Redención
  por una pieza de grana;
por una holanda, un escudo
los he de dar.

AJA:

¡Poco pudo
durar mi esperanza vana!

(Entre DALÍ.)
DALÍ:

  El Rey me envía a llamarte.

SOLIMÁN:

¿Qué me quiere el Rey?

DALÍ:

No sé.

SOLIMÁN:

Aja, a tu cuadra te ve.

AJA:

Dalí.

DALÍ:

¿Llamas?

AJA:

Oye aparte;
  Solimán quiere vender
estos esclavos.

DALÍ:

¿La esclava?

AJA:

¡Es loca, y furiosa, y brava!
Una merced me has de hacer
  de comprallos para mí,
que los dará en bajo precio.

DALÍ:

¿La esclava vendes tú, necio?

AJA:

Véndela porque está ansí.
  Allá los has de guardar.

DALÍ:

Yo te serviré.

SOLIMÁN:

¿No vamos?

DALÍ:

Voy.

SOLIMÁN:

¿Qué quiere?

DALÍ:

Que salgamos
hoy a holgarnos por el mar.

SOLIMÁN:

  Oye aparte.

DALÍ:

Di.

SOLIMÁN:

Yo quiero
vender estos esclavos,
no por furiosos ni bravos,
ni por falta de dinero,
  sino por echar de casa
a Leonardo, y con cautela
podré gozar a Marcela,
y a la tuya los pasa,
  y di que los has comprado.

DALÍ:

Yo lo haré, pero por Dios,
que he de burlar a los dos,
que la esclava me ha picado.

SOLIMÁN:

  Entraos vosotros de aquí.

LEONARDO:

Ya nos venden.

MARCELA:

Si es a un dueño,
era peligro pequeño,
porque no hay vida sin ti.

AJA:

  Ya sin esta esclava estoy.

SOLIMÁN:

La esclava pienso gozar.

DALÍ:

A los dos pienso engañar.

LEONARDO:

¿Cúya serás?

MARCELA:

Tuya soy.

(Sale BASURTO, vestido de moro gracioso, dando de palos a BRAHÍN.)
BRAHÍN:

  ¿Por qué me matas, perro renegado?

BASURTO:

¿Acuérdaste, Brahín, de la crüel vida
que en esta casa sin razón me has dado,
mala cena, peor cama, ruin comida?
Pues hoy por castigarte me he tornado
moro. Miento, ¡por Dios!, porque es fingido
el almalafa, cocas y bonete.

BRAHÍN:

¡Basta, por Dios, no más! Déjame y vete.

BASURTO:

  ¿Que te deje? ¡Oh, qué lindo! Dame luego
cien ducados. ¡Juro por Mahoma,
que pues le juro, bien creerás que llego
a la furia que viéndote me toma,
que si no me los das, te ponga en fuego,
y como a puerco de tus carnes coma!

BRAHÍN:

¿Cien ducados?

BASURTO:

¿Es poco cien ducados?

BRAHÍN:

¡Qué licencia de infames renegados!
  Que afrentaste, Basurto, a tu linaje.

BASURTO:

Y tú has honrado el tuyo, ¡vive el cielo!,
que he de escribir, y para mayor ultraje,
tu infamia hebrea honro, patria y suelo,
y que todas las tardes que el sol baje
desta montaña al mar bañado,
yo te he de venir a dar sesenta palos.

BRAHÍN:

¡Renegados al fin! ¡Cristianos malos!
  ¿Qué nombre te has llamado?
{{Pt|BASURTO:|
Si él importa,
yo Muley Arambel me llamo.

BRAHÍN:

Espera.
Toma esta bolsa y tu crueldad reporta.

BASURTO:

¿Qué lleva?

BRAHÍN:

Cien cequíes.

BASURTO:

Mil quisiera.

BRAHÍN:

¡Dios me libre de ti!

BASURTO:

La lengua acorta,
ya me voy; lo que has hecho considera.

BRAHÍN:

Quejarme tengo al Rey sobre tu robo,
mas es pedir el corderillo al lobo.
(Váyase.)

BASURTO:

  ¡Por el rancio pernil del gran Profeta!
Si no te vas, la mosca le he cogido,
conque me voy, y el hábito y la seta
fingida dejo aquí, con el vestido.
(Desnúdese, y quede con el hábito.)
Esto de la manzana me inquieta;
sacar la quiero y ver si burla ha sido.
¡Oh manzana, si fuésedes la estrella
que me guiase hasta mi España bella!
(Sale AMIR dando de palos a BERNARDO, viejo cautivo.)

AMIR:

  ¡Camina, perro!

BERNARDO:

Señor,
duélete de mi vejez.

AMIR:

Acabarás desta vez
y cesará mi rigor.

BERNARDO:

  Si fuera en mi mocedad,
con más fuerzas te sirviera.
[.............................]

BASURTO:

Para probar si es verdad,
  que parece desatino,
que con llevar en la mano
esta manzana esté llano
para España el camino,
  mas, ¿qué la pierde en pasar?
¡Vive a Dios que no me ve!

AMIR:

¿Quién va?

BASURTO:

¡Ay, triste engaño fue!

AMIR:

¿Dónde vas?

BASURTO:

Voyme a embarcar.

AMIR:

  ¿A qué parte vas?

BASURTO:

A España.

AMIR:

Vete en buena hora.

BASURTO:

¿Hay tal cosa?
¡Oh manzana bella, hermosa,
que ya dicha me acompaña!
  Si todos dicen así,
por tierra a España me voy.
(Salen DALÍ y LUCINDA, su mujer.)

DALÍ:

El cargo della te doy.

LUCINDA:

Para servirte nací.

DALÍ:

  Hela comprado a desprecio
porque dicen que está loca.
Su hermosura me provoca,
por su donaire la precio.
  Tú has de saber qué pasión
la obliga a tal desvarío.

LUCINDA:

Yo la hablaré, señor mío,
y le diré tu afición.

BASURTO:

  Pasar quiero por Dalí
para confirmar si puedo
salir de Argel. Tengo miedo.

DALÍ:

Paso, ¿quién va?

BASURTO:

Yo.

DALÍ:

¿Tú?

BASURTO:

Sí.

DALÍ:

  ¿Dónde vas?

BASURTO:

A España voy.

DALÍ:

¿A España?

BASURTO:

Sí.

DALÍ:

Alá te guarde.

BASURTO:

Cielos, ¿de qué estoy cobarde
cuando tan seguro estoy?
  Yo parto a España por tierra
con mi manzana en la mano.
¡Bendiga el cielo el manzano
que tan linda fruta encierra!
(Váyase.)

DALÍ:

  ¿Lucinda?

LUCINDA:

¿Fende?

DALÍ:

Ya voy
por la bellísima esclava.

LUCINDA:

Yo te aguardo.

AMIR:

Parte, acaba,
contento de aquesta voz.

BERNARDO:

Flaco y desmayado estoy,
  y de mil palos molido.
Déjame tomar aliento.

LUCINDA:

¡Ay cielo, la voz que siento
de Bernardo, mi marido!
  ¿No bastaba, ay de mí,
ver mis dos hijos cautivos,
que apenas sé si están vivos,
según los tratan aquí
  para que se vuelvan moros,
sino ver su padre triste,
preso y herido?

AMIR:

¿Tú fuiste
por quien perdí mil tesoros,
  negándome que eran nobles
los cautivos que vendí?
Pues a desprecio los di.

BERNARDO:

¿No ves que eran tratos dobles
  y en España infames son
los que a los amigos venden,
los que van con los que prenden
dando causa a la prisión,
  tanto, que no es el verdugo
más vil que el que da noticia
de un delito a la justicia?
(LUIS entre, el hijo destos dos.)

LUIS:

¡Ojos que nunca os enjugo,
  no os llaméis ojos ya más,
llamaos fuentes, pues corréis
del alma sin que ceséis
de vuestro llanto jamás!
  ¿Si está aquí mi triste madre?

LUCINDA:

¡Luis mío!

LUIS:

Madre querida,
¿qué es esto?

LUCINDA:

La triste vida
que dan a tu amado padre.

LUIS:

  Esto más faltaba aquí.

LUCINDA:

Pues, ¿hay otro más?

LUIS:

Tan grave
que cuando el dolor me acabe
no hará milagros en mí.
  Juanico estaba en poder
de Zulema, harto cercano
de dejar de ser cristiano.
Vínolo el Rey a saber,
  y estimando su hermosura,
con grandes galas, señora,
le llevaba a su baño agora.

LUCINDA:

¡Triste mujer, suerte dura!
  Allí un marido azotado,
allá un hijo vuelto moro,
otro que en prisiones llora
y yo en miserable estado,
  ¿qué he de hacer?

LUIS:

¿Qué es esto, Amir?
¿Cómo no mudas consejo
de tratar tan mal a un viejo
que ya no puede servir?
  ¡Pluguiera a Dios yo pudiera
servir en su lugar!

AMIR:

¡Ah perro,
[...............................]
sin ser flojo persevera
  que le castigue y maltrate!

LUIS:

Esa flojedad no es vicio,
sino edad.

AMIR:

Dé tanto indicio
de que quiero su rescate,
  y mientras no me le dé
le he de hacer estos regalos,
y aquí le daré cien palos
no más de por quien lo ve.

LUIS:

  Deja el palo, Amir, detente.
Dámelos a mí por él.

AMIR:

Después de dar ciento a él,
te daré a ti ciento y veinte.

LUIS:

  No, sino todos a mí.

AMIR:

Esas lágrimas son vanas.

LUIS:

Respeta, Amir, esas canas.

AMIR:

Arrancarelas por ti.

LUIS:

  ¡Suelte, Amir, que vive Dios...!

LUCINDA:

Hijo, ¿qué haces?

LUIS:

No quiero
vida.

AMIR:

¡Ah, mi perro!, ¿qué espero
que no os doy muerte a los dos?

LUIS:

  Esa te daré yo aquí.
(Dale con un cuchillo.)

BERNARDO:

¡Hijo, no estés pertinaz!

AMIR:

Cielo, ¿a manos de un rapaz
vengo a morir ansí?
(Éntrese cayendo.)

BERNARDO:

  ¿Qué has hecho?

LUIS:

Padres, adiós.

BERNARDO:

¿Adónde vas?

LUIS:

A esa sierra.

LUCINDA:

Hijo, ¿sabes tú la tierra?

LUIS:

Madre, y se van otros dos,
  que saben bien el camino,
hasta tierra de Orán.
Huir, porque os matarán
si os hallan.

BERNARDO:

¡Qué desatino!

LUIS:

  No es, que pensado había
huirme para envïar
con que os poder rescatar
a vós padre y madre mía.
  Aunque de limosna sea,
seré a todos importuno.

BERNARDO:

Huyamos, no venga alguno
que con el cuerpo nos vea.
(Acompañamiento de moros, y detrás AJÁN, rey de Argel, y JUANICO, vestido de turco a su lado, siéntase en estrado con autoridad.)

REY:

  Decid que entre a quejarse el que quisiere,
que para hacer justicia y gobernaros
me envía el gran señor.

SOLIMÁN:

Habla, Zulema;
si el gran señor a gobernar te envía
y si el hacer justicia es el oficio
de los reyes autores de las leyes,
¿qué justicia nos guardas? ¿Qué gobiernas
si las haciendas sin razón nos quitas?

REY:

¿Qué hacienda te he quitado?

ZULEMA:

Este esclavo.

REY:

Este no te lo quito, que lo quiero
para enviar al gran señor, Zulema,
de quien tengo una carta en que me manda
que le compre muchachos españoles.
¿Cuánto quieres por él?

ZULEMA:

Diez mil ducados.

REY:

Ningún hombre puede pedir, vendiendo,
sino el justo valor.

ZULEMA:

Vendo a mi gusto,
y mi gusto no tiene precio humano.

REY:

Tu gusto al gran señor, ¿de qué le sirve?
El muchacho no más es lo que compra.

ZULEMA:

Yo no vendo el garzón.

REY:

Ya respondiste
que le vendías, y pediste precio,
y pues que le pediste, lo que vale
se te ha de dar.

ZULEMA:

Él vale lo que digo.

REY:

Perro, ¿de esa manera me respetas
representando al Gran señor del mundo?
¡Llevalde a un calabozo!

ZULEMA:

¡Eres tirano!

REY:

¡Llevalde, digo!

ZULEMA:

Yo sabré escribirle
que robas los esclavos en su nombre.

REY:

¡Matalde!

SOLIMÁN:

¿Señor?

REY:

¿Qué esclavos son estos dos que tienes?

SOLIMÁN:

No son míos, que a Dalí los vendí.

REY:

Dalí, ¿qué son dellos?

DALÍ:

Están locos.

REY:

¿De qué?

DALÍ:

De algún veneno
que Solimán les dio para obligarlos
a su gusto.

REY:

Pues, perro, ¿a los cautivos
das veneno, y los fuerzas de ese modo?
¡Delito has cometido!

SOLIMÁN:

¿Qué delito,
si en bien de nuestra ley lo hice?

REY:

Al punto
me traed los esclavos.

DALÍ:

Voy por ellos.
(El GUARDIÁN del Caño, y SAHAVEDRA y PEREDA, HERRERA y DORANTES.)

GUARDIÁN:

  Pasá, perros, adelante.

HERRERA:

¿Qué es esto?

GUARDIÁN:

Un gracioso cuento.

HERRERA:

¿Cómo?

GUARDIÁN:

En fiestas del aumento
de las colas de Levante
  estos perros se han juntado,
y en tu baño, en partes varias,
han puesto mil luminarias
y mil romances cantado.
  Hallelos juntos, pensé
lo que esta junta sería,
por dos veces en un día,
y respondiéronme.

HERRERA:

¿Qué?

GUARDIÁN:

  Que prueban una comedia
allá a la usanza de España,
pero temo que es maraña
y que su peligro remedia,
  porque deben de trazar
alguna barca en que se huir.

REY:

¿Cómo eso sabrán fingir?
¿Quién mejor sabe engañar?
  Español, ¿quién más fingir?
Español, ¿quién se levanta?
Español, ¿quién no se espanta?
Español, ¿quién se ve huir?
  Español, ¿quién rico esclavo?
Español, ¿quién nos da muerte?
Español, ¿quién es más fuerte?
Español, que siempre es bravo,
  decid, ¿qué ha tenido España
que tanto os regocijáis?

SAHAVEDRA:

A Denia enfrente miráis,
que este mismo mar la baña,
  donde desde Argel se ven
en sus castillos los fuegos
entre los nublados ciegos
de la noche.

REY:

¿pues por quién?

SAHAVEDRA:

  Porque Felipo Tercero,
que Dios muchos años guarde,
ha estado en Denia estos días,
que fue a Valencia a casarse.
Hale hecho allí el Marqués
fiestas, rey de Argel, tan grandes,
que se han visto desde aquí,
y no es mucho que el mar pasen,
que los fuegos del castillo
del mar, donde en los cristales
los mostraba, como espejo
que muestra la propria imagen;
vino un cautivo español
que nos dijo que una tarde
la Serenísima Infanta,
archiduca que fue en Flandes,
entró en el mar para ver
una cueva (¡qué combate
a donde agua suele hacer
tu amigo Morate Arraes!),
y trújonos dos retratos
de las personas reales,
a cuyas nuevas, señor,
y copias tan semejantes
habemos hecho estas fiestas
como vasallos leales,
puesto que en Argel cautivos.

REY:

Disculpa tienen bastante.
Id por los retratos luego.

PEREDA:

Aquí Solimo los trae,
que nos los tomó señor.
(El retrato del REY con un tafetán.)

REY:

El rostro del Rey mostradme.
¡Gallardo mancebo!

MORO 1.º:

¡Hermoso!

MORO 2.º:

¡Fuerte!

REY:

Conocí a su padre.
Dios os le guarde, cautivos.

HERRERA:

Alá por eso te guarde.
(El de la señora Reina.)

REY:

¿Es este el de vuestra reina?

PEREDA:

Sí, señor.

REY:

¡Parece un ángel!
Gran virtud muestra y valor;
mil años viva, tapalde.
Id en buena hora, cautivos,
y sin que os estorbe nadie
haced fiestas ocho días.

SAHAVEDRA:

Mahoma, señor, te ensalce,
Gran Turco vengas a ser
y nunca de tu linaje
salga esta gran monarquía.
(Salen DALÍ, LEONARDO y MARCELA.)

DALÍ:

Los esclavos que llamaste
están aquí.

REY:

Di, español,
¿eres hombre de rescate?

LEONARDO:

Noble soy, verdad te digo,
y rico de hacienda y sangre,
y esta mujer lo es también.

REY:

¿Pues cómo lo confesaste?
Que todos soléis negar
vuestro nacimiento y patria
por rescataros por menos.
Pero debe de faltarte
el sentido, como dicen.

LEONARDO:

¡No quiera Dios que me falte!
Nunca fui loco, señor,
que por poder rescatarme
esta locura fingí.
Y si no quise negarte
la nobleza que hasta agora
he negado en tantas partes,
fue porque siendo tú rey,
como a noble me obligaste
a decirte la verdad,
que el Rey nunca miente a nadie,
y por guardar el decoro
a tu Majestad, quise antes
quedarme esclavo en Argel.

REY:

Hidalgo, valor mostraste.
¿En efeto no estás loco?

LEONARDO:

No, señor.

REY:

Pues si tú honraste
con decir verdad al Rey,
bien es que el Rey te lo pague.
A los dos libertad doy
fïando vuestro rescate,
que enviaréis a Solimán.

LEONARDO:

Eres rey, como rey haces.