Acto I
Los bandos de Sena
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen LEONARDO y DONATO.
LEONARDO:

  Si no hay en palabras mías
ni aun en lágrimas remedio,
¿cuál será, Donato, el medio
que impida el fin de mis días?
  Busquemos yerbas que tengan
virtud contra la dureza
de una mujer.

DONATO:

Es bajeza,
ni que tus méritos vengan
  a valerse de invenciones
que intentan flacas mujeres.

LEONARDO:

Luego, ¿no hay hechizos?

DONATO:

¿Quieres
que te diga en dos razones
  cuáles son los verdaderos?

LEONARDO:

Eso deseo saber.

DONATO:

Hechizos contra mujer
son regalos y dineros,
  contra los hombres lo son
buen trato y limpia hermosura.
¿Qué hechizo, yerba y figura,
que todo es vana invención,
  como levantarse al alba
un ángel de perlas hecho,
que en el cristal de su pecho
pueden hacer al Rey salva
  doce jazmines por dientes
en otros tantos rubíes,
cuyos labios carmesíes
están diciendo a las gentes
  que los muerdan, que los piquen,
como la abeja a la flor,
para que su dulce amor
al fuego de amor apliquen?
  Cuando una cara amanece
como suele un cuartanario,
y no tiene un boticario
más botes que la merece,
  cuando las ojeras son
dos lirios y la bocaza
parece en abierta plaza
catadura de melón,
  cuando el arquilla cruel
cubre estas caras de arpías
de Albayaldas el de Olías
y Solimán el de Argel,
  entonces han de buscar
embelecos y mentiras.

LEONARDO:

Con tus locuras me admiras.

DONATO:

No te debes admirar
  que hechizos ninguno crea,
que los buscó por engaños
mujer de quince o veinte años,
puesto que fuese muy fea.
  Cuando ya la edad declina
y se arruga como col
la tez hermosa que al sol
era un tiemplo clavellina,
  entonces anda el conjuro,
el gato negro y las habas
contra voluntades bravas
y contra el pecho más duro.
  Por tu vida, mi señor,
que no te valgas de enredos.

LEONARDO:

¿Y de mis celosos miedos
no ha de cesar el rigor?

DONATO:

  Ya le dije al capitán
que le esperabas aquí.

LEONARDO:

¿Vendrá?

DONATO:

Sospecho que sí,
él y su Fabio vendrán.

LEONARDO:

  ¿No son estos?

DONATO:

Ellos son.

(Salen TEODORA y FABIO.)
TEODORA:

Aquí pienso que me espera.

FABIO:

Esta venida impidiera
si sospechara cuestión,
  pero viendo que es tu hermano,
que le hables será justo.

TEODORA:

Procurar quiero su gusto.

LEONARDO:

¿Qué gente?

TEODORA:

Lelio Montano.

LEONARDO:

  Ese nombre que algún día
la sangre me alborotó
hoy al corazón le dio
una segura alegría.
  ¡Ay, capitán!, por el cielo
que nos cubre, y las estrellas
que nos oyen, por las bellas
plantas deste verde suelo,
  que si vuestra profesión
el casamiento os impide,
y el parentesco os divide,
como es tan justa razón,
  que me dejéis pretender,
que no me matéis de celos,
que no me eclipséis los cielos
desta adorada mujer,
  que si lo viene a ser mía,
nadie duda que se ataje
del uno y otro linaje
la furia aquel mismo día.
  No os llamé para cuestión,
si lo habéis imaginado,
como caballero honrado
de tanta satisfación,
  sino para suplicaros
me aseguréis deste miedo,
si con esta humildad puedo
a lo que os pido obligaros.

LEONARDO:

  Angélica, mi enemiga,
es la Troya en que me abraso;
lo que por sus ojos paso,
el mismo efeto os lo diga.
  Vós no la podéis querer
más que yo, siendo tan nuevo
el verla, y aunque mancebo,
adonde amor suele hacer
  tan presto cualquiera tiro,
aún no estaréis de tal suerte
que de la vida a la muerte
solo se ponga un suspiro.
  Lelio, mi hacienda tenéis,
mi casa, mi compañía,
con que de la prenda mía
la esperanza me dejéis.
  Tendréis más imperio en mí
que Constancio si viviera,
o aquella hermana que fuera
hoy vuestra mujer aquí,
  y si parece, estad cierto
que os la daré por mujer,
con dote que pueda ser
seguridad del concierto.
  ¿Qué me decís?

TEODORA:

Aguardad,
hablaré con Fabio.

LEONARDO:

¡Ha cielos,
templad la furia a mis celos
o el fuego de amor templad!

TEODORA:

  Fabio, ¿no ves de la suerte
que mi hermano está celoso?

FABIO:

Es caso maravilloso
verle de amor a la muerte
  y de celos de su hermana.

TEODORA:

¿Y no ves cómo me ofrece
a su hermana si parece?

FABIO:

No ha sido promesa vana,
  pues, en fin, has parecido,
mas, ¿cómo pudiera ser
ser de ti misma mujer
o de ti misma marido?

TEODORA:

  Casarme quiero conmigo,
pero yo haré de tal modo
que se pacifique todo,
puesto que soy tu enemigo.
  Leonardo, tal afición
a tu desdicha he cobrado,
que por ser cual soy soldado
y cumplir mi obligación,
  si estas paces se conciertan,
haré que puedas gozar
de Angélica.

LEONARDO:

Da lugar
que mientras mis ojos cuestan
  en lágrimas su veneno,
bese mil veces tus pies.

TEODORA:

Oye primero que estés
de tal esperanza lleno.
  Dame palabra de darme
a tu hermana en pareciendo,
que esta cruz dejarla entiendo
si tanto acierto en casarme.

LEONARDO:

  ¿Cómo? ¿Casarte con ella?
Y conmigo, ¡vive Dios!,
y si es poco con los dos,
todo el linaje atropella.
  Darete tíos y tías,
sobrinos, primos, ¿qué quieres?
Los hombres y las mujeres,
Lelio, gozarás a días.
  ¡Vive Dios que sea tu esclavo!

TEODORA:

Pues quedo, que si eres cuerdo
gozarás del bien que pierdo.

LEONARDO:

Amor, tu piedad alabo;
  reducísteme a la vida.

TEODORA:

Quedo, y escóndete aquí.
Angélica adora en mí,
mi voluntad es fingida.
  Para que venga a ser tuya
has de fingir que soy yo.

LEONARDO:

Seré tú, y tú quien me dio
la vida, que esta alma es suya;
  seré lo que tú quisieres:
piedra, planta, árbol o fiera;
seré un ave, una quimera,
una sombra de quien eres;
  seré un monte, un mar profundo,
una noche temerosa;
seré un necio, que es la cosa
que más aborrece el mundo.

TEODORA:

  Quedo, que yo he concertado
que esta noche le hablaría,
porque antes que salga el día
y aparezca el sol dorado
  habemos de ir a la huerta.
¿Ya la sabes?

LEONARDO:

Bien la sé,
que allí dio vida a mi fe,
y fue mi esperanza muerta.

TEODORA:

  Ponte a mi lado, y advierte
que has de hacer lo que te digo.

LEONARDO:

Lelio, no temo contigo
ni la vida, ni la muerte.

(ANGÉLICA en alto.)
ANGÉLICA:

  ¿Es Lelio?

TEODORA:

Y quien os adora.

ANGÉLICA:

¿Estáis solo?

TEODORA:

Solo estoy.

ANGÉLICA:

Mucho os quiero.

TEODORA:

El alma os doy.

ANGÉLICA:

¿Cúyo sois?

TEODORA:

Vuestro, señora.

ANGÉLICA:

  ¿Sois mi esposo?

TEODORA:

Sí.

ANGÉLICA:

¿Y la cruz?

TEODORA:

Darela al dueño.

ANGÉLICA:

Jurad.

TEODORA:

Mi palabra a vós empeño.

ANGÉLICA:

¿Y el alma?

TEODORA:

No vive en mí.

ANGÉLICA:

  ¿Por qué?

TEODORA:

Porque la tenéis.

ANGÉLICA:

Dichosa yo.

TEODORA:

Y yo dichoso.

ANGÉLICA:

Vuestra soy.

TEODORA:

Y yo vuestro esposo.

ANGÉLICA:

¿Mío sois?

TEODORA:

Vós lo sabéis.

ANGÉLICA:

  ¿Queréis entrar?

TEODORA:

Eso aguardo.

ANGÉLICA:

Solo a hablarme.

TEODORA:

Ansí ha de ser.

ANGÉLICA:

Voy a abrir.

TEODORA:

Sois mi mujer.

ANGÉLICA:

Honra a Dios.

(Éntrase.)


TEODORA:

Llega, Leonardo.

LEONARDO:

  ¿Cómo que llegue?

TEODORA:

Ella baja
a abrirme. Entra, y habla quedo.

LEONARDO:

A tanto me obliga el miedo,
que al mismo amor se aventaja.
  Entro.

TEODORA:

No te descompongas.

LEONARDO:

Dame licencia a un abrazo.

TEODORA:

Lo que es rostro, pecho y brazo
ya la doy, pero no pongas
  su respeto en contingencia.

LEONARDO:

Yo miraré por su honor,
si puede ser que el amor
haga al honor resistencia.

TEODORA:

  Pues quedo, que de otra suerte
no quiero que entres allá.

LEONARDO:

Angélica, llega ya.

TEODORA:

En lo que te digo advierte.

LEONARDO:

  ¿Cómo?

TEODORA:

Ponte aquí detrás,
que no te verá a lo escuro,
pues satisfacer procuro
esos celos en que estás.

LEONARDO:

  Ya sale.

TEODORA:

Detrás de mí
escucha lo que diré.
(Sale ANGÉLICA.)

ANGÉLICA:

Asegurada en tu fe,
a mi amor la puerta abrí.
{{Pt|TEODORA:|
  Dame las manos, mis ojos,
que te las quiero besar.
(Por detrás de TEODORA le tome
la mano LEONARDO a ANGÉLICA.)

ANGÉLICA:

La mano puedes tomar.

LEONARDO:

¡Ay, soberanos despojos!
  Con tal mano el mundo gano.

TEODORA:

Besa tú, Leonardo, allá,
que yo diré desde acá
los requiebros a la mano:
  mano con que tira Amor
de su aljaba de marfil
flechas de nieve sutil,
más que en efeto en color,
  haced merced a la mano
que por mí os merece aquí,
que aunque deis el golpe en mí,
hacéis la herida en mi hermano.
  Figura vestida soy,
que al toro le enciende más
porque esté el hombre detrás,
¿a quién pareciendo estoy?
  Sobreescrito soy, recelo
de las cartas que he traído,
que se lee lo escondido
y dan la cubierta al suelo.
  Mi amor del juego que sigo
los ochos y nueves es:
haré bulto, mas después
no se jugará conmigo.
  Con el vuestro mi amor vano
hoy a la palmada juega:
no adevinéis, que esta es ciega
y no acertaréis la mano.
  Tres brazos tenía un ladrón,
y mientras el uno hurtaba,
de los otros dos juntaba
las manos en oración.
  Muy vizcaíno se halla
Amor en vuestro lugar,
pues os da mano a besar
que quisiérades cortalla,
  mas decid, ¿qué puede ser,
que es la mano, y no es la mano,
que es hermano, y no es hermano,
y es marido, y es mujer?

ANGÉLICA:

  No sé qué os diga, mi bien,
mas de que apenas entiendo
todo lo que vais diciendo.

TEODORA:

Dios me entiende, y yo también.
  Mas, ¿por qué no habéis querido
que entre dentro?

ANGÉLICA:

Por temor
de mi hermano, aunque es Amor
niño ciego y atrevido.

TEODORA:

  En fin, ¿juráis que seréis
mujer del que os ha tomado
la mano?

ANGÉLICA:

Lo que he jurado
vuelvo a jurar si queréis.

TEODORA:

  Dadme un anillo en señal.

ANGÉLICA:

Veislo aquí.

TEODORA:

¡Dichoso aquel
que merece honrarse dél!

ANGÉLICA:

Gente suena en el portal.
  Yo me entro. Mi Lelio, adiós.

TEODORA:

Adiós, destos ojos dueño.

LEONARDO:

¿Vivo? ¿Soy sombra? ¿Era sueño?
¡Que me vi, mi bien, con vós!
  ¡Que toqué esa blanca mano!
¡Que puse mi boca en ella,
si el alcanzar una estrella
era imposible, y más llano!
  La industria al amor se debe,
que habiéndola de tocar,
por no me ver abrasar
me puso la boca en nieve.
  ¡Ay, soberana blancura!
¡Ay, Lelio!, ¿qué te diré?
¿Cómo pagarte podré
tanto bien?

TEODORA:

Ten más cordura,
  que nos sentirá su hermano.

LEONARDO:

Tú eres mi hermano y mi hermana.

TEODORA:

Tenlo por cosa muy llana.

LEONARDO:

¿Qué dices?

TEODORA:

Que está muy llano
  venir a ser su marido.
Fabio, escucha.

FABIO:

¿Qué me quieres?

TEODORA:

Arrójanse las mujeres
con pensamiento atrevido
  al cabo de sus antojos.
Ve, y recorre esas esquinas.

FABIO:

Voy.

LEONARDO:

Lelio, si determinas
poner en algo los ojos
  de todo lo que hay en Sena,
no repares en dinero
ni en peligro.

DONATO:

Hablarte quiero
mientras mi señor te ordena
  nuevo género de vida.

TEODORA:

¿Qué es lo que quieres, Donato?

DONATO:

Oye, por tu vida, un rato,
pues no hay Fabio que lo impida.
  Yo quiero a Celia, criada
de Angélica, tiernamente.
Fabio llegó de repente,
galán de plumas y espada.
  La mujer es cosquillosa,
y amiga de novedad;
temo alguna libertad,
porque es ordinaria cosa.
  No permitas que saquemos
las hojas sobre este agravio.

TEODORA:

Luego, ¿Celia admite a Fabio?

DONATO:

No es virtud, y anda en estremos.
  Di que no siga la caza
desta mozuela altanera,
que en tomándome colera
soy todo pura mostaza.

TEODORA:

  Donato, ya que profeso
amistad con tu señor,
también te he de hacer favor
y decirte mi suceso.
  Esto de ser desbarbado
es apetecible cosa,
el pie firme, y pierna airosa,
y esto de pluma y soldado
  no sé qué tiene atractivo.
Celia me quiere muy bien.

DONATO:

¿También mi Celia?

TEODORA:

También.

DONATO:

¡Muero, perezco, no vivo!
  ¡Matareme, no me tengas!

TEODORA:

Oye, que hicimos concierto
que gozaras tú encubierto
como con mi nombre vengas.

DONATO:

  Dime cómo, y vive Dios
que se han de trocar los bolos.

TEODORA:

No más de que estando solos
nos gozaremos los dos.

DONATO:

  ¿Dónde?

TEODORA:

En mi propio aposento
cuando descalzarme quiera.

DONATO:

¿Por dónde van?

TEODORA:

Tente, espera.

LEONARDO:

Lelio amigo, pasos siento.
  Mira que se acerca el día.

TEODORA:

Venga conmigo Donato,
porque quiero hablarle un rato
sobre cierta cosa mía.
  Tú puedes ir a la huerta
mañana con un disfraz.

LEONARDO:

De nuestra guerra eres paz,
lo que quisieres concierta,
  que yo soy tuyo, y sin duda
serás de mi hermana esposo.
Si el intento riguroso
nuestra república muda,
  por ella te doy la mano.

TEODORA:

Digo que soy su marido
y te tengo y he tenido
siempre en lugar de mi hermano.
  ¿Cómo se llama esa dama?

LEONARDO:

Teodora.

TEODORA:

[Aparte.]
¡Ay Dios, que yo soy!

LEONARDO:

Lelio, a más ver. Yo me voy.

TEODORA:

Donato, a esa puerta llama.
  Di que eres Lelio.

DONATO:

¡Ha, de allá!
(Sale CELIA.)

CELIA:

¿Quién es?

DONATO:

Lelio soy.

CELIA:

Mi bien,
yo soy tu esclava también.
Entra, que se acuestan ya.
  ¿Quién viene contigo?

DONATO:

Fabio,
mas no tengas pena dél.

CELIA:

Ya sé que es hombre fiel,
aunque su buen celo agravio.

TEODORA:

  Entra.

DONATO:

¿Podré?

TEODORA:

Bien podrás.

DONATO:

Pues, sin ser capellanía,
Lelio, colarme querría.

TEODORA:

Ve delante.

DONATO:

Ve detrás.
(Vanse.)
(Salen FAUSTINO, senador, y LISANDRO.)

FAUSTINO:

  ¡Que esto me respondiese el atrevido
Pompeyo, y que a mi gusto rompa y corte
el estilo Lisandro prevenido,
y que me digas tú que me reporte!

LISANDRO:

¿Tan gran delito el no venderte ha sido
su casa un hombre del ocaso al Norte,
conocido por ella, y por su historia,
tan digna en toda Italia de memoria?
  Pompeyo es pobre, y tiene solamente
esa heredad, en que resuelto queda
cuanto ha ilustrado a su familia y gente,
con cuya causa el mayorazgo hereda.
Ríndele el campo a tiempo conveniente
trigo, frutos y renta, con que pueda
pasar el año con su honesta hermana,
cuya belleza he visto soberana,
  y no es mucho, señor, que no la venda,
pues su compuesta vida descompone,
aunque tu oficio y gusto comprehenda.

FAUSTINO:

¿Esto quieres, Lisandro, que perdone?
¿Hay cosa en toda Sena que pretenda
un hombre que a los suyos leyes pone,
que no salga con ella?

LISANDRO:

¿Qué te importa
que sea aquella casa larga o corta?

FAUSTINO:

  Impórtame mi gusto, que le he puesto
en aqueste edificio de mi gusto.

LISANDRO:

Nunca yo recibiera enojo desto,
ni recebirle tú parece justo.

FAUSTINO:

Los mozos que mudáis parecer presto,
y ejecutáis cualquiera gusto injusto,
teneisle en las mujeres, y en el juego,
y en otras cosas que a mis años niego.
  Pero en los viejos a quien mal parecen
los juveniles entretenimientos,
luego los edificios no se ofrecen
en que ocupar cansados pensamientos,
que cuanto más las fuerzas desfallecen
para vivir las cuadras y aposentos,
entonces con más gusto edificamos,
y hacemos encuestar cuando nos vamos,
  o sea porque reina en la edad nuestra
Saturno melancólico estudioso,
o por dejar memorias a la vuestra.
En fin, edificar nos es gustoso,
pues cuando el edificio ya se muestra
por todos cuatro lienzos sumptüoso,
llega la muerte, y en pequeña herida
derriba el edificio de la vida.
  ¿Qué dijeras, Lisandro, si me vieras
rondar de noche con espada y plumas,
y competir con lo que tú quisieras,
cuando el mar de mi edad se ha vuelto espumas?
Pues si mi honesto gusto consideras,
también es justo que de mí presumas,
que no pidiera yo lo que no es justo,
pues le diera por ella un precio justo.

LISANDRO:

  Si tanto estimas la heredad, y tienes
puesto tu gusto verdadero en ella,
y aun es razón, si en ella te entretienes,
que a todos nos obligues a querella,
pues te dio la Fortuna tantos bienes
y a Pompeyo le dio una hermana bella,
cásame con Angélica, pues sabes
su gran nobleza y sus costumbres graves.
  Con esto en dote me dará su hacienda;
tú harás mayor tu casa, yo mi pecho,
pues para recebir tan dulce prenda
pienso que de mi sangre viene estrecho.
Ayer, señor, llevando tu encomienda
la vi de tal manera, que sospecho
que tu jardín ni su portada esmalta
ninfa de mármol de beldad más alta.
  Parece que jugaba mil amores
con los arcos y flechas en sus ojos,
y que afinaba el cielo en sus colores
jazmines blancos y claveles rojos.
Como del sol los claros resplandores
turba la vista y da la luz enojos,
así que después de ocupado en ella
no pude hablar.

FAUSTINO:

¿Ni aun hablas mal en ella,
  y es esta la tristeza que has tenido?

LISANDRO:

¿No te parece causa?

FAUSTINO:

No te niego
que no es noble Pompeyo, mas ha sido
para su patria incendio, inmortal fuego,
mas porque veas lo que te he querido,
y por dar a tu espíritu sosiego,
y aun si digo verdad por este gusto
de ver este edificio como es justo,
  parte a llamarle, o si el amor te incita,
dile lo que los dos trazado habemos.

LISANDRO:

Cielo piadoso, de mis años quita,
y en esta vida...

FAUSTINO:

Sin hacer estremos.

LISANDRO:

Pues voy, señor.

FAUSTINO:

Este silencio imita.

LISANDRO:

Corre mi loco amor a vela y remos.
En fin, ¿quieres, señor, que se lo diga?

FAUSTINO:

Más mi edificio que tu amor me obliga.

(Vase.)

(Salen LEONARDO y DONATO,
en hábito de villanos.)

LEONARDO:

  Pues que no eres conocido
en este traje podrás,
mientras estoy escondido,
ver si Lelio cumple más
que lo que me ha prometido.
Ten, Donato, mucha cuenta,
que me va en que no te sienta
Pompeyo vida y honor.

DONATO:

Deja a mi cuenta el amor
lo que por la tuya intenta.
  Entre estos olmos te esconde
en tanto que Filomena
canta y discanta, o a donde
aquel arroyuelo suena,
que a sus querellas responde,
  que yo fingiré que soy
desta huerta de Faustino.

LEONARDO:

Pues en los olmos estoy
mientras aquel sol divino
anima estas flores hoy.
No tengo más que avisarte.

(Vase.)

DONATO:

De mi amor seguro parte.
¿Cuál hombre en más bien se vio?
¡Que pudiese, Celia, yo
sin merecerte gozarte!
  ¡Que el buen Lelio me pusiese
a donde Celia viniese
a descalzarme! ¿Hay ventura
más alta, y que su hermosura
a mis pies humilde viese?
(Entren POMPEYO, BELARDO,
SIRENTO, DARINTO, jardineros.)

POMPEYO:

  Ya os digo que he convidado
a Lelio, y que es primo mío.

BELARDO:

Todos tendremos cuidado.

POMPEYO:

Formen las fuentes un río
que convierta en mar el prado,
  aderezad los jardines
y trazad alguna danza.

BELARDO:

Tú verás cuanto imagines
si con alguna templanza
yere el sol estos jazmines.

POMPEYO:

  Pues, Belardo, convidad
a los demás hortelanos.

SIRENTO:

Señor Pompeyo, pensad
que aún tenemos los villanos
algo de lo que es ciudad.
  Belardo, Dorinto y yo
mil fiestas hemos de hacer.
Belardo ayer me avisó,
y previne desde ayer
mucho más que él me mandó.
Tamboril y flauta habrá,
y yo sé quién prestará
guitarra, si es menester.

POMPEYO:

Notable fiesta ha de haber.

DONATO:

¿Soy menester por acá?

POMPEYO:

  ¿De dónde sois?

DONATO:

Soy vecino.

POMPEYO:

¿De qué jardín?

DONATO:

De Faustino.

POMPEYO:

¿El Senador?

DONATO:

Sí, señor.

POMPEYO:

¿Sabéis cómo el Senador
anda conmigo mohíno?

DONATO:

  ¿Por qué?

POMPEYO:

Quiere que le venda
por fuerza esta pobre hacienda
para engrandecer su casa.

DONATO:

Ya sé todo lo que pasa,
y que os hable me encomienda.

POMPEYO:

  No se la daré, por Dios,
por ser de mis padres nobles,
si me diese...

DONATO:

Son en vós
las obligaciones dobles.
Más la pretenden de dos,
que esta huerta deleitosa
es como mujer hermosa,
muchos yernos os saldrán.

POMPEYO:

Aquí viene el capitán.

DONATO:

Pues mandadme alguna cosa.

POMPEYO:

  Que al baile y comedia ayudes.

DONATO:

Hoy veréis mil invenciones.

(Vase.)

(Salen ANGÉLICA y TEODORA.)

ANGÉLICA:

A tu obligación acudes.

TEODORA:

Nacen mis obligaciones
del árbol de tus virtudes.
¿Quiéresme dar una mano?

ANGÉLICA:

Quedo, que está aquí mi hermano.
¿Pompeyo?

POMPEYO:

¿Angélica mía?
El campo muestra alegría
de ver su nuevo hortelano.

TEODORA:

  Más le mostrara de ver
la hermosura de mi prima.

POMPEYO:

Aún hay tiempo hasta comer,
y el sol desta parra encima
su sombra obliga a escoger.
  Voy a ver si se apercibe.

ANGÉLICA:

Volved presto.

POMPEYO:

Luego vuelvo.
(Vase.)

TEODORA:

Gusto en dejarme recibe.

ANGÉLICA:

Si sabe que me resuelvo,
con mi mismo gusto vive.

(Sale[n] DONATO y LEONARDO.)

DONATO:

  Escóndete, y desde aquí
verás con otro Medoro
tu Angélica.

LEONARDO:

Ya la vi,
y porque la vi y la adoro
ve Italia otro Orlando en mí.
  No sé cómo me sosiegue
viendo a Lelio al fin querido,
y que Angélica le ruegue.

DONATO:

Si tú has de ser su marido,
¿qué importa que amor la ciegue?

LEONARDO:

  No eres más necio, Donato.
¿Mujer que a tanto me obliga
ha de tener este trato?

DONATO:

Si es de su sangre enemiga,
sufre su desdén ingrato,
pues que no hay otro camino,
ya que has hecho el desatino
para gozarla.

LEONARDO:

Es ansí.

TEODORA:

Anoche, después que fui
de tus dulces brazos digno,
  pensando en tu patrimonio,
vi que era en un capitán
deslucido testimonio
dejar la cruz de San Juan
por la cruz del matrimonio.
  Tras esto dime a entender
que si tú sola has quedado
que en paz nos puedas poner,
será, Angélica, acertado
darte alguno por mujer
  del linaje Salinuene,
que ansí confirma sus paces
un rey cuando guerras tiene,
pues, si en nosotros las haces,
gran bien a todos nos viene.
  Somos pocos los Montanos,
y es mejor quedar amigos,
porque muchos ciudadanos
son de la patria enemigos
por el rigor de tus manos.
  Leonardo se viste al justo,
que es un gallardo mancebo.

DONATO:

¡Ah, buen Lelio!

LEONARDO:

Habló a mi gusto.

ANGÉLICA:

¿Tan presto intento tan nuevo?
¿Tan presto tanto disgusto
  desde anoche que te di
mi mano, palabra y fe?
¿Hay tanta mudanza en ti
que causa bastante fue?
¿Quién te dijo mal de mí?
  ¿Yo con mi enemigo? ¿Yo?
¿Yo con hombre de un linaje
que mi linaje acabó?
Antes de los cielos baje.

TEODORA:

Tente, Angélica, eso no.
  Leonardo te adora y ama.

ANGÉLICA:

¿Es esta la obligación
a que tu sangre te llama?

TEODORA:

A lo menos es razón
que tú vuelvas por tu fama.
  Advierte que el cielo ordena
que este mancebo te ame
para remedio de Sena.

ANGÉLICA:

¿Tú eres sangre nuestra, infame?
¿Eres sangre Salenuena?
  ¡Vive el cielo que no creo
que eres Montano!

TEODORA:

Señora...

ANGÉLICA:

No más.
(Vase.)

TEODORA:

Confuso me veo.
¡Angélica!

LEONARDO:

A Lelio adora.

TEODORA:

Fuese.

LEONARDO:

La muerte deseo.
¡Ay, Lelio!

TEODORA:

¿Estabas aquí?

LEONARDO:

Todo lo que pasa oí.

TEODORA:

No desmayes.

LEONARDO:

Estoy muerto.

TEODORA:

Pues que has de gozarla es cierto.

LEONARDO:

¿Gozarla?

TEODORA:

Pienso que sí,
  y no pierdas la esperanza.
Nunca al primer vuelo alcanza
la garza altiva el halcón.

LEONARDO:

Tiene ya resolución.
Es mujer, no hará mudanza.

TEODORA:

  Antes por eso ha de hacer
mil mudanzas en querer.

LEONARDO:

Suele hacerlas cada día,
mas, cuando mujer porfía,
no es en mudanzas mujer.

DONATO:

  Escóndete, que ha salido
Celia.

LEONARDO:

Aquí detrás me voy.
(Sale.)

CELIA:

Apenas hoy he tenido
lugar de verte.

TEODORA:

Yo estoy
a tu amor agradecido.

CELIA:

  Y a las obras que me debes.

TEODORA:

¿Obras? ¿Qué has hecho por mí?

CELIA:

Tú lo dirás si te atreves,
que no será bien aquí
que mi vergüenza renueves.

TEODORA:

  ¡Cosa que me levantases
algún testimonio a mí!

CELIA:

¡Cosa que tú me negases
lo que me debes aquí,
y que tan mal me pagases!

TEODORA:

  Celia, mal me haga Dios
si he sido el que te ha gozado.

LEONARDO:

¿Qué es esto?

DONATO:

Riñen los dos
por un pleito que ha pasado
ante mí.

LEONARDO:

¿Qué?

DONATO:

Sí, por Dios.

LEONARDO:

  ¿Ante ti? ¿De qué manera?

DONATO:

¿No has visto en algún tejado
por una gata en celera
todo un gatesco senado,
y ella maullar desde afuera,
  y, cuando están en cuestión,
salir de una chimenea
un gatazo socarrón,
y sin que nadie le vea
hurtalles la bendición?
  Pues desa manera fue,
que mientras Fabio y Rufino
maullaban sin para qué,
yo fui el gato del vecino
que la bendición hurté.

CELIA:

  ¡Ingrato! ¿Yo qué te pido
para que niegues ansí?

TEODORA:

Celia, si tu engaño ha sido,
¿por qué te quejas de mí,
que estaba entonces dormido?

CELIA:

  ¿Dormido?

TEODORA:

Mira que creo
que Fabio te habrá engañado.

CELIA:

Traidor soldado, ya veo,
que te vas como soldado
que satisfizo el deseo.
  Voy a Fabio, y he de hacerte
tanto mal...

TEODORA:

Oye...

CELIA:

¡Ya es tarde!
(Vase.)

TEODORA:

Todas me trazan la muerte.

LEONARDO:

El cielo, Lelio, te guarde.

TEODORA:

Leonardo, escucha y advierte.
  Hoy nos hemos de juntar
a la margen de la fuente.
Olmos tiene, y hay lugar,
si yo entretengo la gente,
de que la puedas hablar.
Vamos, y verás el puesto.

LEONARDO:

En obligación me has puesto
que es poco darte la vida.

DONATO:

¿Qué hay de Celia?

TEODORA:

Está perdida,
pero ablandarela presto.

DONATO:

  Si no me tienen me arrojo.
Dila, si tuviere antojo,
que te vuelva a descalzar,
que yo me pondré en lugar
donde la quite el enojo.
(Vanse.)
(Salen POMPEYO y ANGÉLICA.)

POMPEYO:

  ¿Qué dices? ¿Estás loca?

ANGÉLICA:

Estoy corrida.

POMPEYO:

¿Que el caballero Lelio te pretende?

ANGÉLICA:

Si solo fuera haberme pretendido,
poco perdieras tú, ni yo perdiera.
Confieso que sus partes me obligaron,
sus palabras también, y sus promesas,
que dan muchas los hombres cuando engañan,
a que le diese algún abrazo honesto,
la mano, y cosas que mejor se dicen
con no decirlas

POMPEYO:

¡Oh pariente infame!
Y tú, crüel, ¿por qué lugar le diste?

ANGÉLICA:

Hermano, si la cruz dejar promete,
si promete casarse, si es mi primo,
si es como yo, si tiene tantos méritos
que tú no ves lugar donde le pongas,
ni fiesta que no intentes por su gusto,
¿de qué te admira una mujer sujeta
por mil imperfecciones a ser flaca?

POMPEYO:

Quítate de mis ojos.

ANGÉLICA:

Ya te dejo,
que si avisarte en cosas de tu honra
te da disgusto cuando estás sin colera,
verás que antes me quedas obligado.
(Vase.)

POMPEYO:

Las montañas de sierpes enlazadas
que vio Alejandro por la Libia fiera,
los rostros del dios Jano, la Quimera,
las Furias del infierno desatadas,
Caribdis, Scila, Euripo desgrañadas
sobre el campo del mar, que el viento altera,
las cuatro calidades desta esfera,
las iras de los celos declaradas,
el pensamiento que a Luzbel imita,
y lado a lado con el sol pasea,
la ley con sangre, o con piedad escrita,
el necio y el que sabe tener crea
muchos años en paz. ¿Quién solicita
guardar una mujer de que lo sea?

(Entre LISANDRO.)

LISANDRO:

Por ser a lo que vengo cosa propia
que me toca, Pompeyo, al alma mía,
y una cierta invención de parentesco,
no he querido aguardar a tu licencia.
Sin ella entré don me ves agora.

POMPEYO:

¡Oh gallardo Lisandro!, ¿en qué te sirvo?
¿Quieren ver esta hacienda algunas damas?
¿Tienes hoy convidados en tu huerta?
¿Es menester acaso alguna cosa?
¿Qué falta a los sujetos a sus padres?
¿Quieres criados, o dineros quieres?
Pobre soy, pero rico de deseos,
con más oro en el alma que el rey Midas.

LISANDRO:

Pompeyo, satisfecho de tu ánimo,
di principio en el mío a lo que pienso,
que te ha de dar un singular contento.
No tengo damas en mi huerta agora,
solo en el alma cierta dama tengo
que vi a tu lado y que es hermana tuya
el día venturoso que mi suerte
me trujo hablarte, y de que fue testigo
aquella turbación de que te acuerdas.
Hablé a mi padre; tu nobleza sabe,
y aunque eres pobre, estima tu nobleza,
que es muy discreto el Senador, mi padre.
Ven, y hablemos a Angélica, que creo
que no despreciará mi buen deseo.

POMPEYO:

Lisandro, no pudiera sucederme
cosa más venturosa, pero llegan
la merced de tu padre y tus deseos
a tan mala ocasión, que en este punto
he casado a mi hermana.

LISANDRO:

¡Santo cielo!

POMPEYO:

Casada.

LISANDRO:

¿Con quién?

POMPEYO:

Verdad te digo;
yo la he casado con mi primo hermano,
que la Cruz Blanca por su causa deja,
y hoy se despacha por el Breve a Roma,
a cuyo efeto son aquellas fiestas.

LISANDRO:

¿Y hoy se despacha por el Breve a Roma?

POMPEYO:

Hoy por el Breve a Roma se despacha.

LISANDRO:

Pues ¿quién le mete a Roma en cosas mías?

POMPEYO:

Lisandro, vuelve en ti, pues eres cuerdo.

LISANDRO:

¿Es mucho que un dolor quite el sentido?

POMPEYO:

No es mucho: esto a Faustino le responde.

LISANDRO:

Yo le diré que a Roma despachaste.

POMPEYO:

Dile que está casada, y que me pesa
que no me hubiera hablado, que no importa
que le dejas de Roma cosa alguna.

LISANDRO:

¿Y cuándo volverá de Roma el Breve?

POMPEYO:

Eso no corre agora por tu cuenta.

LISANDRO:

Si yo quiero saber cosas de Roma,
¿quién te mete, Pompeyo, en estorbarlo?

POMPEYO:

En menos volverá de quince días.
Vete con Dios y tu caballo toma.

LISANDRO:

¿En quince días volverá de Roma?

POMPEYO:

Lisandro, bueno está: mi casa es esta,
yo soy Pompeyo, Angélica mi hermana.
[L]o que te digo, al Senador responde.

LISANDRO:

Viven los cielos que eres hombre bajo,
pues tanto bien como tracé mal dejas,
porque es indicio que te faltan méritos.

POMPEYO:

Yo he visto en ti, Lisandro, más indicios
de que esta pena te ha quitado el se[s]o
que no de que me respondes por tu agravio,
y así no me ha tocado responderte.

LISANDRO:

Sí, ¿mas cuál hombre hubiera tan colérico
que hoy casara su hermana como dices,
y hoy despachara por el Breve a Roma?

POMPEYO:

Él está loco. ¡Ah, gente!

CELIA:

¿Qué nos mandas?
(Salen BELARDO, DORINTO,
SIRENO, villanos, y DONATO.)

POMPEYO:

Vete, Lisandro, que está aquí mi gente.

LISANDRO:

Si no me quiero ir, ¿podrás echarme?

POMPEYO:

Lástima tengo a tan gentil mancebo.
Quiero decir que le daré a mi hermana,
para ver si remedio el mal que tiene
y le vuelvo el sentido que ha perdido.

DONATO:

¿Quieres alguna cosa?

POMPEYO:

Oye, Lisandro,
no te dejes llevar del dolor tanto:
tuya será mi hermana, está muy cierto,
que solo tú mereces a mi Angélica.
Angélica será, Lisandro, tuya.

LISANDRO:

¿Qué dices?

POMPEYO:

Lo que escuchas.

LISANDRO:

¡Ay, Pompeyo,
duélete de mi honor!

POMPEYO:

¿Un hombre llora?

LISANDRO:

Enternéceme el bien que me prometes.

POMPEYO:

Bien, toma tu caballo y di a tu padre
que iré a la tarde a hablarle.

LISANDRO:

No prosigo
en agradecimientos escusados.
Quédate.

POMPEYO:

No lo mandes; venid todos,
que tengo qué os decir.

BELARDO:

Contigo vamos.
(Vanse, y queda DONATO.
Sale LEONARDO.)

DONATO:

Deja, señor, las fuentes y los ramos.

LEONARDO:

  Pues Donato, ¿qué hay de nuevo?

DONATO:

Tanto mal, tanta fortuna
sin resistencia ninguna,
que a decillo no me atrevo:
  tu edificio, que en altura
con el cielo competía,
que imitaba en harmonía
su divina arquitectura,
  no sé cuál suerte crüel
ha dado con él en tierra
con más rayos, con más guerra,
que a la torre de Babel.
  ¡Ay de ti!

LEONARDO:

Deja, Donato,
tan triste lamentación.
Dime del mal la ocasión,
y háblame con más recato.

DONATO:

  No sé qué te pueda hablar
si aquí Pompeyo decía
que con Lisandro quería
su hermosa hermana casar.
  Ya lo llevan concertado,
y hablar a su padre van.
Mira, Leonardo, si están
tus cosas en buen estado.

LEONARDO:

  Cielo airado y vengativo,
¿tan presto tanta mudanza?
Ayer nació mi esperanza,
¿y hoy sin esperanza vivo?
  No más vida, si es perdida
Angélica.

DONATO:

Escucha un poco.

LEONARDO:

Donato, estoy loco.

DONATO:

¿Loco?

LEONARDO:

Sin Angélica no hay vida.
  ¡Árboles, yo soy Orlando,
pedazos os quiero hacer!

DONATO:

¿Quiéreste echar a perder?

LEONARDO:

Muriendo me voy ganando.
  ¡Árboles que baña en oro
el sol con su luz, mostrad
si fue por dicha verdad
que aquí la gozó Medoro!
  ¿Tenéis sus nombres escritos?

DONATO:

Vuelve en tu acuerdo, señor.

LEONARDO:

¿Con tal dolor?

DONATO:

¿Qué dolor
tienes?

LEONARDO:

Celos infinitos.
  ¡Venme, Pompeyo a matar!
Mira que en tu casa estoy.
¡Leonardo, Leonardo soy!

DONATO:

[Aparte.]
¡Aquí nos han de pringar!
  ¡Oh, nunca yo lo dijera!

LEONARDO:

Perro, ese cuello apercibe.

DONATO:

¿El cuello?

LEONARDO:

Angélica vive
que has de morir...

DONATO:

Oye, espera,
  que todo ha sido fingido.

LEONARDO:

¿Fingido?

DONATO:

Quise probarte.

LEONARDO:

¡Mil abrazos quiero darte!
Pero mucha burla ha sido.

DONATO:

  Ponte bien, que Lelio viene.
(Sale TEODORA.)

TEODORA:

En los olmos te he buscado.

LEONARDO:

Este necio me ha burlado,
tal es el humor que tiene.

TEODORA:

  ¿Cómo?

LEONARDO:

Hame dado a entender
que Angélica se casaba.

DONATO:

De veras se lo contaba,
porque lo debe de ser,
  pero quísome matar,
y dije que era fingido.

LEONARDO:

Luego de veras ha sido.

DONATO:

Tú te puedes informar.

TEODORA:

  Retírate allí, Leonardo,
que viene Pompeyo aquí.

LEONARDO:

¡Si es de veras, ay de mí,
qué noche tan triste aguardo!
(Vanse los dos.)
(Sale POMPEYO.)

TEODORA:

  Pompeyo, ¿no me respondes?
¡Notable tristeza tienes!
¡Muy apasionado vienes!
¿Por qué tu rostro me escondes?
  ¿Qué es esto? ¿Quién te ha enojado?
¿Tu respuesta no merezco?

POMPEYO:

No te espantes si me ofrezco,
Lelio, a tu presencia airado,
  y agradece que la espada
no te ha dado la respuesta,
que hasta la tuya está puesta
donde la ves envainada.
  ¿Tú le habías de decir
a tu prima, y a mi hermana,
con pretensión libre y vana,
y deshonesto fingir,
  amores desatinados
para algún aleve intento?
¿Prometerle casamiento
es de nobles ni soldados?
  ¿Besar sus manos y boca
con juramentos de paces
no es traición? ¿Cómo lo haces,
para que se vuelva loca?
  ¡Y agora decir que es bien
que se entregue a mi enemigo!
Pues Lelio, Dios es testigo
que lo has de ser tú también:
  o te has de casar aquí,
o el alma te he de sacar.

TEODORA:

¿Cuál alma te pueda dar,
si ha tanto que vive en ti?

POMPEYO:

  ¿Tu alma en mí?

TEODORA:

Sí, mi bien.

POMPEYO:

¿Mi bien? ¡Aun esto es peor!

TEODORA:

Mal quieres pagar mi amor
con ese ingrato desdén.

POMPEYO:

  Lelio, no pensé en mi vida
escuchar amores de hombre.
¿Qué es esto?

TEODORA:

Pues no te asombre
que los diga y que los pida.

POMPEYO:

  ¿Cómo no? ¿Pues puede ser
cosa más mala?

TEODORA:

Ya obliga
el tiempo a un hombre que diga
que es mujer.

POMPEYO:

¿Cómo mujer?

TEODORA:

  Mujer soy.

POMPEYO:

¿Tú, capitán?

TEODORA:

De mis desdichas lo fui.

POMPEYO:

¿Pues la cruz?

TEODORA:

Yo la fingí,
y el ser la cruz de San Juan
  fue por serlo de un hermano
que no te digo quién es.
Por más notable interés
que tesoro veneciano
  a Sena vine, Pompeyo,
a ver con este disfraz
ciertos parientes en paz.
Temiendo el rigor plebeyo,
  enamoreme de ti
el día que en Sena entré.
Quererte mi intento fue;
no me preguntes quién fui,
  sino déjame acabar
cierto negocio que emprendo,
pues pienso que no te ofendo,
Pompeyo, en quererte amar,
  que si vieres algún día
que te igualo, podrá ser
que llamarme tu mujer
lo tengas por cortesía.

POMPEYO:

  No adornes más de colores
el cielo de aquesa cara,
que menos rojo bastara
para engendrar mil amores,
  que si tu persona fue,
siendo hombre, causa de amarte,
siendo mujer, ¿en qué parte
del alma no te pondré?
  Una figura tenía
de piedra Pigmalión,
y por su grande afición
se volvió mujer un día;
  tal me ha sucedido a mí,
que, después que te traté,
con tal amor te miré,
que en mujer te convertí.
  Palabra te doy de ser
secreto, hasta ver tu gusto,
por que creer, y aun es justo,
que eres principal mujer.
  No quiero saber quién eres
hasta que llegue ocasión,
que yo sé la condición
y el gusto de las mujeres.
  Aquí te podrás quedar,
que mi palabra te doy,
si sabes que noble soy
y ella es digna de estimar,
  de guardarte aquel respeto
que siendo hombre te guardara.

TEODORA:

Ser tu sangre me bastara
para tener buen conceto.
  Haz tus fiestas; disimula
con Angélica.

POMPEYO:

Sí haré,
aunque amor prisa le dé
con que hablarte me estimula.
  Ven, y tu nombre me di,
que poco importa tu nombre.

TEODORA:

Teodora me llamo, y hombre,
ya sabes que Lelio fui.

POMPEYO:

  ¡Ay, lo que me has de costar!

TEODORA:

¡Ay, qué perdida que estoy!

POMPEYO:

¿Que eres mujer?

TEODORA:

Mujer soy.

POMPEYO:

¿Quién lo pudiera jurar?