Los arrieros
Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor. La hacienda Menocucho cobra mil sinsabores diarios por la vida. Las doce. Vamos a la cintura del día. El sol que duele mucho. Arriero, con tu poncho colorado te alejas, saboreando el romance peruano de tu coca. Y yo desde una hamaca, desde un siglo de duda, cavilo tu horizonte, y atisbo lamentado por zancudos y por el estribillo gentil y enfermo de una “paca-paca.” Al fin tú llegarás donde debes llegar, arriero, que, detrás de tu burro santurrón, te vas..., te vas... Feliz de ti, en este calor en que se encabritan todas las ansias y todos los motivos; cuando el espíritu que anima al cuerpo apenas, va sin coca, y no atina a cabestrar su bruto hacia los Andes oxidentales de la Eternidad.
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