Los animales congregados en Cortes
Ya sabes que, por genio o por capricho, vivo en este retiro, Delio amado, al trato de las gentes entredicho. En mi sola existencia confinado, aprendiendo del tiempo las verdades que me enseña el presente del pasado Interrumpe, tal vez, mis soledades uno u otro jurídico negocio que me hace conocer las sociedades. Cuando esto no sucede, gasto el ocio en repasar atento los avisos de Horacio Flaco, mi perpetuo socio. Evacuados ayer los más precisos asuntos que ocurrieron en el día, me puse a leer gacetas y concisos. Repleta me quedó la fantasía de cortes, juntas y demás sucesos que llenan hoy de honor la monarquía. Revueltas mil fantasmas en los sesos, con la cabeza me acosté tamaña; y padecí del sueño los accesos. Dormido me ocurrió la idea extraña de que voy a hacer puntual diseño, porque puede apropiarse a nuestra España. En el difícil cuanto heroico empeño que tiene contra el déspota absoluto, atiende, pues, amigo: va de sueño. En la trampa sutil del hombre astuto incauto cayó, al fin, el fuerte León, del imperio animal monarco bruto. Llevado de su noble condición, no teme los engaños, ni recela de quien tiene por dote la razón. Noticia semejante al punto vuela, discurre por aquel y este hemisferio y a todos horroriza la cautela. Las bravas fieras de su grande imperio se enfurecen, alarman y disponen a redimir al rey del cautiverio. Entre otros medios, muchos se proponen celebrar una junta o gran congreso de cuantas clases la nación componen. Líbrase circular, mandato expreso que a todos los cuadrúpedos emplaza en beneficio del ilustre preso. El reino todo se levanta en masa, y de ariscos y fieros animales un individuo va de cada raza. Aun las especies entre sí rivales se dan y estrechan la amistosa mano, con otras señas de cariño iguales. El audaz, el sangriento Tigre hircano, con sus bigotes y manchada piel, se mira popular y cortesano. Sus garras disimula el Oso cruel, y en el público teatro se presenta como patriota, ciudadano fiel. La Pantera feroz, siempre sedienta de sangre de los hombres, allí toma asiento, y a los suyos representa. El Leopardo, acullá, también se asoma erizando la crin o la melena, y el ligero Cerval de nariz roma. No dejó de asistir la cruda Hiena; desamparando su nevado monte, en las cortes también su voz resuena. ¡Oh membrudo y sagaz Rinoceronte! el Búfalo. Hipopótamo y el Uro, el Reno, la Jirafa y el Bisonte, Todos asisten al común apuro. Allá se mira la pintada Cebra; también la Danta de pellejo duro; el Unicornio acá, de quien celebra la fama el cuerno, que aplicado sana la mortal picadura de culebra. De nuestra ínclita parte americana allí miro al Cebú, oigo al Coyote aullar en la junta soberana, el Huanaco, el Espín, el Ocelote, el Babirusa, el Llama y el Zorrillo, el tardo Armado, el Corzo y el Pizote; el bravo Jabalí de cruel colmillo, el gordo Tepescuinte, grato al gusto; el Onagro también y el Huroncillo, todos a consultar el común susto se congregan de ambos continentes, y forman el congreso más augusto. Por las otras especies obedientes al duro yugo del dominio humano, acordaron poner votos suplentes. Como por el Caballo lusitano, la Oveja confinada en vil encierro, la Cabra y el doméstico Marrano, y así de los demás; menos el Perro, que por su natural inclinación hacia los hombres, se le imputa el yerro de la más alta y pérfida traición, y en cuantas tiene más de treinta castas proscrito lo declara la nación. De los desiertos y regiones vastas del orbe, vienen en unión social cuantos usan colmillos, uñas y astas. Esta ha sido la junta más cabal que se ha visto de brutos congregados, desde la del Diluvio universal. Reconocidos los poderes dados, se declara su fuerza por bastante; y de acuerdo común, los diputados eligieron, ninguno discrepante, por medio de sufragios singulares, por cabeza del cuerpo al Elefante. Dando los pasos, pues, preliminares, el sabio presidente abrió el congreso entre vivas y aplausos populares. En un discurso que estudió para eso, exagera la grave, atroz injuria hecha al monarca que lloraba preso. Exagera también la humana furia que a todos predomina y avasalla, llenándoles de males y penuria. «Todo el reino animal cautivo se halla -dice aquel orador-. De todo el globo se hace dueño absoluto esta canalla. «Sus satélites son la muerte, el robo; no respeta la hacienda ni la vida del humilde Cordero o fiero Lobo. «Contra el hombre tirano bruticida, este grave congreso se ha instalado: recuperad la libertad perdida. «La libertad de nuestro rey amado, que en las redes cayó de oculto lazo; la libertad del reino y del estado...» «¡Libertad -grita el Tigre- en todo caso para que por las plazas y las calles me pueda yo pasear sin embarazo!» «Libertad absoluta sin detalles», al mismo tiempo reclamaba el Oso para rugir por montes y por valles. Repite libertad el cauteloso Jacal, poniendo su mirar ferino en el Conejo débil y medroso. «Tengamos libertad -dice el dañino Lobo-, para dejar la oscura gruta y salir a las claras al camino». Demanda libertad la Zorra astuta, y que mueran el hombre y el mastín para que pueda ser más absoluta. Nuestro Gato montés y el Tacuazín son de la libertad declamadores; y todos piden libertad al fin. El Mono entonces dijo así: «Señores, la amable libertad es el objeto de las públicas ansias y clamores; «que la conseguiremos me prometo, si descubre la luz de esta asamblea el medio de salir de tanto aprieto. «El común enemigo se pasea por nuestras posesiones muy altivo, mientras la junta libertad vocea. «Pero ¿qué libertad, según percibo, no es la que más conviene a la nación ni la que necesita el rey cautivo? «Particulares libertades son las que oigo reclamar a cada uno conforme a su específica intención. «Libertad para hablar sin freno alguno, libertad para hacer cuanto se quiera, se pretende en un tiempo inoportuno. «No se consigue el fin de esa manera; el reino seguirá tiranizado y el príncipe en poder de aquella fiera; «la salud del monarca y del estado es el único objeto, el punto fijo a que debe atender nuestro cuidado. «y no refiero, por no ser prolijo, otras muchas más cosas en abono». Aquí la maliciosa Zorra dijo: «¡Oigan al charlatán; miren al Mono, cómo quiere con gestos y parola imponernos la ley y dar el tono! «Pensará que solo él ha dado en bola, y que sabe pensar como la gente, sin mirar por detrás su larga cola. «¿Cómo tuvo valor el insolente de acusar al magnífico concurso, no menos que de necio, impertinente? «Que no sabe elegir aquel recurso que a la necesidad actual conviene, careciendo de todo buen discurso? «Nada ignoro; ya sé de dónde viene esa mordacidad; todo es resabio del humano comercio que mantiene. «Discurrir como el hombre, con agravio de nuestra majestad (¡injuria atro!), es por más parecérsele en lo sabio, «así como en la cara tan feroz, y merecer con él alto renombre...» El señor presidente alzó la voz, diciendo así: «Nadie se asombre, si como un animal el hombre opina, que haya bruto que piense como el hombre». Aquí, amigo, la fábula termina porque quiso un ridículo fracaso interrumpirnos la sesión felina. Sabrás que en otro tiempo vi de paso, leyendo antigüedades de Heinecio, cierta doctrina conveniente al caso Así dormido me esforcé bastante, y con voz tartamuda dije recio: «Ha hablado en su lugar el Elefante; «ese mismo dio causa a cierta ley, en el juicio de un sabio protestante». Al escuchar mi acento aquella grey, me reconoce, grita y se agavilla, diciendo: ¡El opresor de nuestro rey!»; me cerca la brutal fiera cuadrilla; me embiste con furor y con denuedo; a mí me despertó la pesadilla, y al escribírtelo ahora tengo miedo. Me parece que todo es realidad, y continuar la epístola no puedo. Consideréme solo, a la verdad, entre aquella furiosa multitud, que a título de pública salud me acusaba de lesa majestad.