Los amores de Semíramis
Los dioses han lamido las heridas de Ara: este príncipe ha resucitado
y todos mis de seos están colmados.
MOISÉS DE KHOREN.
I Ara tiene los miembros giganteos De aquel Háig de hermosa cabellera, Jefe de tribu errante en la ribera De Araxes cristalino Que, codicioso de halagar las flores, Como fría y sonora catarata De una cóncava gruta se desata Con cauce serpentino. Ara desciende de la altiva raza Que al ver lucir la matinal estrella Quiso alzar torre y escalar con ella El claro firmamento; Pero de sus recónditas prisiones Libres los euros de Jehová volaron Y como leve arista derribaron El frágil monumento. Larga es la cabellera del mancebo Sobre la hermosa espalda desprendida Y más larga la cuerda retorcida Del arco fuerte y duro; Silban sus flechas con airado vuelo Y taladran, si cumple su amenaza, Con punta triangular una coraza Del temple más seguro. ¿Qué diré de su rostro? a sus deidades Las madres de Arakad incienso dieron Cuando para sus hijas les pidieron Ojos como los de Ara: Niñas de seis abriles entonaron Con argentino coro el sacro ruego Junto al altar del misterioso fuego Que dio una luz más clara. Al río en Eriván entre las ovas Tributarias le son cuarenta fuentes Y cuarenta doncellas inocentes Lloran en desconsuelo Prendadas del caudillo más hermoso; Sus lágrimas imitan al rocío Si sobre flor azul, trémulo y frío, Tomó el color del cielo. ¿Al tártaro corcel de qué le sirve La indomable inquietud, que se parece Al delirio de amor, si nace y crece Con duras privaciones? ¿Ser de raza escogida? ¿ser de fuego? ¿Igualar en su curso al leve viento? ¿Dejar atrás del mismo pensamiento Las vagas emociones? Aunque jamás sintiera el acicate, Tras largo curso, de su espuma lleno, Dirigido por Ara cede al freno Sin montaraz locura; Mejor jinete no cruzó el desierto Ni fue detrás del ciervo fugitivo Por las quebradas de Ararat altivo Do eterna nieve dura. Su lanza por su peso ponderoso Con un sulco tenaz se hunde en la arena, Su punta es lengua de cerasta, llena De funeral veneno; Ninguno de otra tribu de guerreros Con arma igual en belicoso campo Pudo mirar su fulminante lampo Con ademán sereno. ¿Dó al príncipe de Armenia encontraremos? Heredó de su padre la osadía, Subió al solio de hermosa pedrería Con cetro soberano Cuando al sueño profundo de la muerte, Que jamás hermosean las visiones Del dulce amor, en ricos almohadones Cedió el feliz anciano. Llevó el padre a la tumba los recuerdos De bélicos laureles y victorias; Buscaremos al hijo entre las glorias De súbita pelea Dó se tiñe entre miembros palpitantes Que dividió una vez cortante acero Lívido casco de corcel ligero Con sangre que aún humea. II De Nínive en los mágicos pensiles No suenan ya las arpas cual solían Cuando en pos del crepúsculo venían Las horas del encanto; Languidecen en largos arriates Faltas de humor vivifico las flores Y enferma está Semíramis de amores Con dolorido llanto. Penada y sin solaz ¿por qué suspira Al sacar sus doncellas arcas de oro Que contienen balsámico tesoro De aromas abundantes? Todas temen hablarla, la más pura Virgen de Asiria se estremece y llora Cuando ciñe a su pálida señora De perlas y diamantes. A la esposa de Nino encantadora Contestaron los regios mensajeros: -«Ara sigue a los gamos más ligeros «Con nítidos arpones; »Su corazón es duro como el pico »Que afila el voraz cuervo en una peña; »Vuestro trono, beldad, amor desdeña »Y lágrimas y dones.» El desprecio es ponzoña viperina, Áspid que vuelve con calor del seno De su frío sopor y da un veneno De muerte y cruda pena; Prontos están los rechinantes carros, Los corceles de guerra y duras lanzas; Llegó el día fatal de las venganzas: Semíramis lo ordena. El descendiente de Thorgóm altivo Que no cedió al amor ni al blando ruego Oye el bélico grito y toma luego Su casco y su coraza: Las dos huestes ocupan la llanura; Si el león de la Libia ruge fiero Es suelto el pardo, de mirar severo Y ruge y despedaza. ¿Son dos torrentes que acreció la nieve Que chocan entre sí, hierven, se agitan Y entre peñascos duros precipitan Raudal más turbulento? Confúndense las armas y adalides; Ara rompe, atropella, hiere, avanza Y describe la punta de su lanza Un círculo sangriento. ¡Infeliz! ¡el espíritu del llanto Alas prestó a la flecha envenenada Que del robusto nervio desatada Surtió del arco asirio...! En su pecho con ímpetu se esconde Y hace salir con sangre de las venas El último sollozo de las penas Tras rápido martirio. ¿Dónde descansará el jefe esforzado? ¿Coronarán el túmulo del muerto Tres piedras amarillas del desierto Sin pompa duradera? Semíramis le amó, sufrió desdenes, Quiso estrechar con él los dulces lazos, Triste le abrió los amorosos brazos Por tumba lastimera. Ella gime sin fin; sus magos llama, Roba negados besos y suspira, Recurre a los encantos y delira Con súbitos furores; Dice en su frenessí: «Ya las deidades »Propicias a mis votos se han mostrado: »Ara vive, su herida se ha cerrado, »Gocemos los amores.»