Los Tellos de Meneses ILos Tellos de Meneses IFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Salen la INFANTA doña Elvira
y don NUÑO
INFANTA:
Parecerá loca acción
a quien la virtud ignora.
NUÑO:
¡Extraña resolución
en una heroica señora,
hija de un rey de León!
Otros medios puede haber.
INFANTA:
Ansí pienso defender,
contra mi honor y decoro,
al quererme hacer de un moro
un rey cristiano mujer.
NUÑO:
Ejemplos hay conocidos
de mujeres que supieron
reducir a sus maridos,
y que a la fe los trujeron
los brazos y los oídos.
Tal con el rey de Valencia
tu hermosura y tu presencia,
señora, pudieran ser,
al mayor ejemplo hacer,
si no igualdad, competencia.
Casa con él; que, aunque moro,
en las virtudes sin fe
es un archivo, un tesoro;
y, aunque fuera de ella esté,
sabrá guardarte decoro.
Hace el Rey esta amistad
por ganar la voluntad
del de Córdoba y Toledo,
no porque los tiene miedo,
por mayor seguridad,
que nadie se ha de mover
en siendo Tarfe su yerno.
INFANTA:
Primero pudiera ser
volverse gloria el infierno
que ser de Tarfe mujer.
En lugar de flores bellas,
Nuño, nacerán estrellas,
y los peces de los ríos
trocarán sus centros fríos
al manto que esmalta en ellas.
Primero el feroz denuedo
del arrogante león
tendrá de un cordero miedo,
será firme la ocasión,
y se estará el tiempo quedo.
Cesarán la competencia
los elementos ociosos
de su inmortal resistencia,
y no tendrán envidiosos
privanza, virtud ni ciencia.
Será la flaqueza fuerte,
tendrá venturosa suerte
el bien con la ingratitud,
enfadará la salud
y será dulce la muerte.
NUÑO:
¿Resuelta, en efeto, estás
de que el conde castellano
te favorezca?
INFANTA:
Hoy verás
del moro el intento vano,
y el de mi padre, que es más.
No juzgues a desvarío,
Nuño, el pensamiento mío;
siendo forzoso ausentarme,
nadie puede remediarme
mejor que el conde mi tío.
Heme fiado de ti,
de tu valor confiada,
para defenderme ansí;
que yo sé que iré guardada
de ti mejor que de mí.
NUÑO:
¡No me tengan por traidor
si te acompaño en tu error!
INFANTA:
No es error hacer defensa
una mujer en la ofensa
de su virtud y su honor.
Sara cegó de llorar
por no se querer casar;
y fue de alabanza dina,
huyendo a un padre, Eufrosina,
a quien pretendo imitar;
en hábito de varón
huyó Eugenia, y yo he tenido
para huir más ocasión
de un rey de León que ha sido
para mí rey y león.
A punto mis joyas tengo;
que los sucesos prevengo
que temo, aunque no lo sé,
pues que por guardar mi fe
a tantas fortunas vengo.
Si como Cecilia fuera,
algún ángel esperara
que mi virtud defendiera,
porque ese moro dejara
su ley tan bárbara y fiera.
Mucho del cielo confío;
de mí no, Nuño; y ansí
intento tal desvarío.
NUÑO:
Para servirte nací,
blasón de mi sangre y mío.
Mira a la hora que quieres
que venga por ti, pues eres
quien se vale de mi nombre;
que nace obligado un hombre
a defender las mujeres.
INFANTA:
Cuando se ponga la luna,
que media noche será.
NUÑO:
Vendré sin falta ninguna,
en un caballo, en que ya
corramos los dos Fortuna.
INFANTA:
Pues por el parque saldré.
NUÑO:
Y yo a la puerta estaré.
INFANTA:
Aunque es hazaña atrevida,
más quiero perder la vida
que no aventurar la fe.
Vanse.
Salen TELLO MOZO,
vestido de gala,
con aderezo dorado
y plumas,
y LAURA, labradora
TELLO MOZO:
Finalmente ¿no he podido
guardarme de ti?
LAURA:
De amor,
¿quién puede? Y más si el temor
de ausencia promete olvido.
Y de la suerte que vas,
vestido a lo cortesano,
¿no ves que encubres en vano
los enojos que me das?
Que entre esperanza y temor
vivo con tantos recelos
que me avisaran los celos
cuando se durmiera amor.
¿Cómo te has vestido ansí?
TELLO MOZO:
Prima, aunque Tello, mi padre,
es labrador, por mi madre
hidalgo y noble nací;
y él en toda la montaña
de León siempre ha tenido
fama de ser bien nacido,
y de los godos de España.
Pues ¿qué quieres a un mancebo
como yo? ¿No es poco honor
de los dos ser labrador?
Por dicha, ¿en el mundo es nuevo
que quien tiene hacienda emprenda
ser algo más de lo que es?
¿En qué desatinos ves
que le gasto mal su hacienda?
¿Es mucho que a la ciudad
vaya como hombre de bien,
adonde los que me ven
conozcan mi calidad?
¿Quién culpa lo que no pasa
de un honrado pensamiento?
¿Tengo de ir en un jumento,
como un villano de casa?
En ella, gracias a Dios,
afeitan la yerba a un prado
cien yeguas; pues mi criado
y yo ¿es milagro que en dos
vamos a ver la ciudad
y a comprar alguna cosa?
LAURA:
A no dejarme celosa
del traje la novedad
y de León la hermosura,
tu pensamiento aprobara.
Galán, es cosa muy clara
que harás alguna locura.
Tú gracias, yo pocas dichas,
¿qué espero, pues de las galas
nacen a los hombres alas
y a las mujeres desdichas?
Fuera de esto, si en León
ves las damas cortesanas
o en visitas o en ventanas,
donde con tal perfección
está el adorno y el traje
que en ángeles las convierte,
después, ¿qué ha de parecerte
nuestro rudo villanaje?
Una mujer que consejo
pidió al tocarse a una fuente,
no a un mar de cristal enfrente,
que es más lisonja que espejo,
¿qué podrán ser para ti
cuando vuelvas de León?
TELLO MOZO:
Prima, lo mismo que son
los prados en que nací,
con su natural belleza,
no los jardines del arte;
porque es en aquella parte
madrastra Naturaleza.
Deja celos excusados,
porque me pone temor
mostrarme tanto rigor
antes de estar desposados.
¿Qué dejas para después,
si esto me dices agora?
Salen TELLO VIEJO
e INÉS, labradora
INÉS:
Bien lo sabe mi señora,
pues le llama.
TELLO VIEJO:
Espera, Inés.
¡Qué buena conversación!
¿Tú con gente cortesana,
Laura?
TELLO MOZO:
(Cogióme; por Dios, (-Aparte-)
que le avisaron que estaba
de partida a la ciudad.)
LAURA:
La vista o la edad te engaña;
con Tello, mi primo, estoy.
TELLO VIEJO:
¿Quién es Tello?
LAURA:
¿No le acabas
de conocer?
TELLO VIEJO:
¿Cómo puedo?
Que Tello mi hijo, Laura,
es labrador como yo,
aunque de aquestas montañas
el más bien nacido y rico,
y habrá dos horas que andaba
con un gabán y un sombrero
tosco, abarcas y polainas.
¿Hijo yo con seda y oro,
espada y daga dorada,
plumas y más aderezos
que una nave tiene jarcias?
No creas tú que es mi hijo.
Caballero, ¿dónde pasa?
¿Es cazador de este monte?
¿Perdióse acaso? ¿No habla?
TELLO MOZO:
¿Qué tengo de hablar, señor,
si dee esta suerte me tratas?
Quien te avisó mejor fuera
que este enojo te excusara.
¿Es mucho que a la ciudad
un hijo de un hombre vaya
tan principal como tú,
y que ha de heredar tu casa,
en traje que lo parezca?
TELLO VIEJO:
Y ¿es justo que en esas galas
gastes con tanta locura
el dinero que no ganas?
¿En qué está la diferencia
de la nobleza heredada,
al oficial o al que cuida
de su cuidado y labranza?
En que el uno vista seda
y el otro una jerga basta.
La carroza del señor,
que, cuando el techo levanta,
descubre los arcos de oro
con las cortinas de grana,
¿no ha de tener diferencia
a un carro con seis estacas,
cuatro mulas por frisones,
su mismo pelo por franjas,
que, cuando mucho, a una fiesta
lleva en un cielo de caña
algún repostero viejo
con las armas de otra casa?
¿Beber en cristal es poco,
o de algún arroyo el agua
con la mano, que le vuelve
la mitad desde la barba;
comer en plata o en barro,
supuesto que más se gasta,
pues nunca de su valor
faltó la plata quebrada?
TELLO VIEJO:
¡Ay, Tello! La perdición
de las repúblicas causa
el querer hacer los hombres
de sus estados mudanza.
En teniendo el mercader
alguna hacienda, no pára
hasta verse caballero,
y al más desigual se iguala.
¿Qué hijo de un oficial
lo mismo que el padre trata?
De aquí nace aquella mezcla
de cosas altas y bajas,
que los matrimonios ligan,
con que sangres y honras andan
revueltas; de aquí los pleitos,
las quejas y las espadas.
Hidalgo naciste, hijo;
pero entre aquestas montañas
de un labrador que ha vivido
del fruto de cuatro vacas,
seis ovejas y dos viñas.
Dejad al señor las galas
y a los soldados las plumas;
volved al paño y la abarca;
que yo soy mejor que vos,
y tal vez los pies me calzan
por el riguroso enero
las nieves de las montañas,
y en junio las canas cubre
algún sombrero de paja;
que,de agradecido al trigo,
la pongo sobre estas canas.
TELLO MOZO:
¿Quién pudiera persuadir,
padre mío, con palabras
a los años, que se olvidan
de lo que por ellos pasa?
No hay hombre anciano que crea
que caminó la jornada
de la vida en aquel brío,
cuando el que tuvo le falta.
Conozco que ha sido exceso
de un labrador estas galas;
pero no de un hijo vuestro,
que sois rey de estas montañas.
Si fuérades labrador
de aquéllos que cavan y aran,
no pudiera a vuestra culpa
satisfacer mi ignorancia;
pero si cuando del cielo
en copos la nieve baja,
no cubre más de estos montes
que con las guedejas blancas
vuestro ganado menor;
y si de ovejas y cabras
parecen los prados pueblos,
y yerba y agua les falta;
si tenéis de plata y oro
tanto cofres, tantas arcas,
y tiran cien hombres sueldo
de vuestra familia y casa,
¿por qué os engañó la edad
en decir que lo que acaba
las ciudades es hacer
los hombres tales mudanzas?
TELLO MOZO:
El que su casa no aumenta
y la deja como estaba,
no es hombre digno de honor,
antes de perpetua infamia.
¿Para qué camina un hombre
tanto mar sobre una tabla;
para qué estudia y pelea,
sino para que su fama
aumente a su casa el nombre?
Que si el mundo se quedara
en el oficio de Adán,
Naturaleza, afrentada,
se corriera de mirar
por muros y torres altas,
por palacios, por ciudades,
montones de trigo y paja.
No hubiera ciencias, no hubiera
quien el mundo gobernara,
ni pinturas, ni esculturas,
sedas, piedras, oro y plata.
Fue divina providencia
para las cosas humanas
diversas inclinaciones;
y por eso a nadie espanta
que aprenda un hombre a empedrar,
pudiendo desde su infancia
aprender artes que en oro
piedras preciosas engastan.
TELLO MOZO:
Yo, en efeto, padre mío,
no me inclino a cosas bajas;
si os cansan mis pensamientos,
a mí los vuestros me agravian.
A Ordoño, rey de León,
hace guerra el de Granada;
con alistarme soldado
vendrán bien plumas y galas.
Ni os gastaré vuestra hacienda
ni oiré tan viles palabras;
que si vos estáis contento
del campo y de su ganancia,
yo aspiro a cortes de reyes
y a ennoblecer vuestra casa.
Vase
TELLO VIEJO:
Oye, Tello; Tello, escucha.
LAURA:
Él tiene mucha razón.
TELLO VIEJO:
¿Tan poca reprehensión
le cansa?
LAURA:
No es sino mucha.
TELLO VIEJO:
Ayuda tú, por tu vida;
anda, di que no se vaya.
LAURA:
¿Cómo es posible que haya
quien estorbe su partida?
TELLO VIEJO:
Pues yo iré; que por ventura
tendrá respeto a quien soy,
si no a tu amor.
Vase
LAURA:
¡Buena estoy!
INÉS:
Si estás de su amor segura,
¿qué importa que vaya Tello
a la ciudad?
LAURA:
Nadie amó
segura.
INÉS:
Presumo yo
que con un sutil cabello
le atarás y le tendrás.
Sale MENDO
MENDO:
¿Está acá nueso amo el mozo?
INÉS:
Cayóse el gozo en el pozo.
MENDO:
¿Qué dices?
INÉS:
Que no te vas.
MENDO:
Engáñaste; que ha de ser
lo que Tello una vez dice,
si el mundo lo contradice.
LAURA:
Pues esta vez no has de ver
la ciudad, Mendo alcahuete.
MENDO:
¿Yo alcahuete?
INÉS:
Pues ¿quién es
el que le lleva?
MENDO:
Yo, Inés.
INÉS:
Buen castigo te promete
señor, por esas maldades.
LAURA:
Sí, Mendo, culpado estás;
que, como a la corte vas,
a que vaya le persuades,
contándole lo que ves.
MENDO:
¿Qué veo yo?
LAURA:
Mil mujeres,
pintándolas como quieres
de la cabeza a los pies.
Y todo es linda invención,
porque ¿qué puedes tú ver
mientras llevas a vender
trigo, cebada y carbón?
Desnuda lo cortesano,
vuelve al capote.
MENDO:
¡Por Dios,
que me tratáis bien las dos!
¿Esto de serviros gano?
¿Quién dice a Tello, quién cuenta
tus gracias? ¡Qué lindo humor!
¿Quién le anima a mi señor
al casamiento que intenta?
¿Quién te pinta cuando al día
sirves de alba al levantarte?
¿Quién, cuando vas a acostarte,
tu cubierta bizarría?
¿Quién le dice como yo,
Laura, que te guarde fe?
LAURA:
Hoy, Mendo, yo te escuché,
donde ninguno me vio,
cuando a Tello le dijiste,
"No es tu valor para el monte;
déjale, alégrate, ponte
galas, colores te viste.
Una tosca montañesa
que consultó para erizo
Naturaleza, y la hizo
en el molde de una artesa
con un zapato de lazo
como un medio celemín,
sobre la ceja el garbín,
la cola en el espinazo;
¿qué tiene que ver con ver
una columna de nieve
en tres puntos de pie breve?"
MENDO:
¿Yo lo dije?
LAURA:
Y hay mujer,
perro, que tiene los pies
como bonete doblado.
Pues alabar el calzado
sólo escucharas, Inés,
medias, zapatillo y liga,
a Venus imaginaras.
Todas tienen lindas caras;
no hay mujer de quien no diga
que es un serafín, un cielo,
como de la corte sea;
infierno llama a la aldea.
MENDO:
¡Bien pagas, Laura, mi celo!
Yo tengo la culpa, yo,
porque alabo, estimo y quiero
aquel tomillo salsero
con que este monte os crió;
el oler a flor de espinos
por abril en las orillas
de los ríos, no a pastillas
de esos ámbares divinos,
que han dado a tantas mujeres
mal de madre, y a los hombres
tanto enfado y otros nombres
que impidan vuestros placeres.
¿Quién vuestra limpia hermosura
y vuestra tez encarnada,
tiesa y firme como espada,
sin pelo ni quebradura;
aquel lavarse a dos manos,
un caldero por espejo;
el querer al tiempo viejo;
y el pedir sin pasamanos;
aquel blanco delantal
con mil randas y labores,
en que puede coger flores
la misma aurora oriental;
quién lo alaba y encarece
como yo?
LAURA:
Ya he conocido
tus lisonjas.
MENDO:
Quien ha sido
la causa, esto y más merece.
Pero yo lo enmendaré
con llevarle a la ciudad
para que sea verdad.
LAURA:
Y yo a señor le diré
cómo eres perro de muestra
de Tello, el ventor y hurón
de sus damas, destruición
suya y de la hacienda nuestra;
que eres el que vende el trigo
que le hurtáis, y aun el dinero...
MENDO:
Escucha, Laura.
LAURA:
No quiero.
Hoy cuanto pasa le digo.
Vase
MENDO:
Inés, detenla.
INÉS:
¿Yo?
MENDO:
¿Pues?
INÉS:
Mal conoces el estado
a que conmigo has llegado.
Vase
MENDO:
Oye una palabra, Inés.--
Más quiero oír un "vos," más un desprecio
de quien ayer en baja mar vivía;
más por fuerza escuchar mala poesía,
y a un sordo, oyendo yo, que me hable recio;
más quiero ver a la virtud sin precio,
sufrir de un ignorante la porfía;
querer una mujer que tenga tía;
hablar a un bobo y respetar a un necio;
más quiero consentir de un estudiante
el frío verso y bachillera prosa,
con mucha presunción, siendo ignorante;
más los melindres de una necia hermosa,
y que en falsete un barbinegro cante,
que resistir una mujer celosa.
Vase.
Salen el REY de León, viejo,
RAMIRO y CRIADOS
REY:
¿A qué podrá llegar mi desventura?
O ¿qué podrá servirme de remedio?
RAMIRO:
Señor, el cuerdo el último procura;
que la paciencia es saludable medio
para curar los males imposibles.
REY:
¡Fuerte elección, si está la muerte en medio!
No fueran mis desdichas insufribles,
Ramiro, a no ser yo la causa de ellas;
que esto las hace justas e invencibles.
Si yo culpar pudiera a las estrellas,
o un loco amor, que el más real decoro
suele vencer cuando faltaran ellas,
remedio hallara en el dolor que lloro;
mas no le puede haber faltando Elvira,
porque, cristiano, quise darla a un moro.
Mas quien el corazón penetra y mira
sabe que fue mi intento confianza
de que al bautismo el de Valencia aspira.
¿Qué dice Blanca, en fin?
RAMIRO:
Que la esperanza
es vana de buscarla, a lo que piensa,
si vive ya donde el poder no alcanza;
pues, viendo que era débil la defensa
con que pudiera resistir tu gusto,
fiando el caso a la piedad inmensa,
solicitado de tu gran disgusto,
como era darla por mujer a un hombre
que, no siendo cristiano, fuera injusto,
salió con diferente hábito y nombre
donde tienen por cierto que se ha muerto.
REY:
¿A quién habrá que mi dolor no asombre?
Sin duda de las fieras del desierto
sepulcro es ya, pues no parece en cuanto
se ha buscado, inquirido y descubierto.
Que Porcia del amor aplaque el llanto
comiendo brasas; que Lucrecia el pecho
al hierro entregue, no me causa espanto,
ni, reducida a punto tan estrecho,
el de Cleopatra a un áspid, ni el ardiente
de Dido y Fedra en lágrimas deshecho;
pero que una mujer cristiana intente
matarse ¿a quién no causa maravilla?
¡Desesperada, infiel, inobediente!
¿Qué ha respondido el conde de Castilla?
RAMIRO:
Lo que todos responden admirados.
En fin, ningún lugar, ciudad ni villa
dejó de verse en todos sus estados;
ni el de Navarra sabe cosa alguna.
REY:
Quitaránme la vida mis cuidados.
No me quiero quejar de mi FORTÚNa;
castigo fue del cielo mi imprudencia.
Disculpa no podrá tener ninguna,
ni mal tan grande remitir paciencia.
Vanse.
Salen la INFANTA y
don NUÑO con una caja
de joyas en la mano
INFANTA:
Suelta las joyas, villano,
ya que me dejas ansí.
NUÑO:
Pienso, Elvira, que de mí
te vienes quejando en vano,
pues, pudiendo ser tirano
de tu más noble tesoro,
y no como indigno moro,
sino como noble hidalgo,
de tanto peligro salgo
libre tu honor y decoro;
que en este monte pudiera,
dando lugar al deseo,
hacer que del vil Tereo
menor la tragedia fuera.
Esta montaña tuviera
otra Filomena hermosa,
más desdichada y quejosa;
pues si te dejo el honor,
¿qué joyas tienen valor
que igualen la más preciosa?
Acompañarte no ha sido
traición, pues que fue ampararte;
la traición fuera forzarte,
a tu grandeza atrevido.
Mi honor, mi patria he perdido;
si es ansi, forzoso es,
para librarme después
entre moros y cristianos,
llevar el oro en las manos,
que son los mejores pies.
INFANTA:
Aunque las joyas te pido,
no es por ellas mi interés;
por una sortija es
que del rey, mi padre, ha sido;
que, aunque tanto me ha ofendido,
le tengo notable amor.
Cosa es de poco valor.
NUÑO:
¿Es la de esta sierpe?
INFANTA:
Sí;
que de un diamante y rubí
tiene en la boca una flor.
NUÑO le da a la INFANTA
una sortija
NUÑO:
Toma; que aunque ésta tuviera
el valor de las demás,
no te negara jamás
cosa que tu gusto fuera.
INFANTA:
No me dejes sola, espera,
en tan ásperas montañas;
llévame a aquellas cabañas.
NUÑO:
Seré, Elvira, conocido
por autor, como lo he sido,
de tan infames hazañas.
Quien ha tenido valor
para venir de esta suerte,
no tema, Elvira, la muerte,
pues no ha temido el honor.
Donde me lleva el temor
voy arrepentido y triste;
confieso que me pusiste
una esperanza, que fue
por donde hasta aquí llegué
con la ocasión que me diste.
Codicia de tu belleza
me dio causa aquella tarde;
pero rendíla, cobarde,
a los pies de tu grandeza;
que no pudo mi bajeza
tener tan altos despojos,
ni atreverme a darte enojos
pude en ocasión igual;
que la hermosura real
tiene deidad en los ojos.
Cuantas veces me incitaba
un pensamiento amoroso,
tantas de tu rostro hermoso
la grave luz me cegaba.
NUÑO:
Quien en tal batalla estaba
bien hace en dejarte, a efeto
de que el temor más discreto,
tratándote, fuera ingrato;
que es tan poderoso el trato
que a nadie guarda respeto;
que si algo suele perder,
contra las humanas leyes,
respeto, Elvira, a los reyes,
sólo el trato puede ser.
Túrbase quien llega a ver
de un rey la deidad severa,
como su ser considera,
y el más sabio se recata;
pero quien los sirve y trata
ni se muda ni se altera.
Yo parto, en fin, vitorioso
de mí mismo, y tan leal
que dejo ocasión igual
al más cuerdo o más dichoso.
Lo que me trujo animoso,
determinado en secreto,
me vuelve necio y discreto.
Perdona, y quédate aquí;
que voy huyendo de ti
por no perderte el respeto.
Vase
INFANTA:
Hurta los rayos al dorado hermano
para vestirse de su luz la luna;
sin mirar otra palma, de ninguna
cortó racimos de oro el africano.
Gime la tortolilla, y gime en vano,
cuando el esposo que murió importuna;
sin dueño no hay en monte fiera alguna.
Mi vida alegre en el discurso humano,
de la suerte que el alma al cuerpo informa,
es como la primera inteligencia,
materia la mujer, el hombre forma.
Y tanto más ampara su presencia,
y así su forma nuestro ser conforma,
que, siendo éste traidor, siento su ausencia.
Canta dentro un VILLANO
VILLANO:
Triste está la infanta Elvira,
días ha que no se alegra;
que la casa el rey su padre
con el moro de Valencia.
INFANTA:
Aquí llegan mis desdichas;
pero si la causa llega,
tan triste como atrevida,
¿qué mucho que lleguen ellas?
VILLANO:
¡Qué mal lo ha mirado Ordoño!
A la fe que se arrepienta;
porque quien no teme a Dios
no puede hacer cosa buena.
INFANTA:
¡Ah, buen hombre, ah labrador!
Dentro
VILLANO:
Digo que llaman, Teresa,
detrás de aquellas carrascas,
y voz de mujer semeja. Sale el VILLANO
¿Quién llama? ¿Quién es? ¿Sos vos?
¡Voto al sol, que es cosa nueva
vuestro traje en estos montes,
que no es a la usanza nuestra!
INFANTA:
Más nuevas son mis desdichas.
Trújome por esta tierra
un capitán.
VILLANO:
¿Quién lo duda?
Como tiene el amor flechas,
a las más engañan plumas.
¿Cómo diablos os inquieta
tanto en vuestras almohadillas
el tapatán de la guerra?
Pero ¿cómo os deja aquí?
INFANTA:
Por mis desdichas me deja,
que son largas de contar.
Pero dime, ¿son aldeas
esas grandes caserías,
que de ellas parecen peñas
y de ellas huertas parecen?
VILLANO:
Todas son casas que albergan
hombres ricos montañeses,
que se quedaron en ellas
desde el tiempo de los godos;
tienen aquí sus haciendas
y son reyes de estos montes.
Ésa que miráis más cerca
es de Ramiro de Aibar,
mi amo; esotra más vieja
es de Servando Fernández;
estotra es de Mendo Vega,
aquélla es de Ortún Ordóñez;
pero de aquí legua y media
la de Tello de Meneses,
hombre a quien todos respetan.
Allí hallaréis amparo,
pero con alguna ofensa
de vuestro honor.
INFANTA:
¿Por qué causa?
VILLANO:
Porque tiene un hijo en ella
más galán que Gerineldos,
que no hay moza que no pesca
en todo aqueste distrito.
INFANTA:
Pues mejor será a la vuestra.
VILLANO:
Ramiro de Aibar, mi amo,
tiene una hija doncella,
y con ella estaréis bien;
pero trocando la seda;
que no os querrán recebir.
INFANTA:
Ninguna cosa desean
mis penas sino mudar
el traje. Si alguno hubiera
antes de llegar allá,
por sayal, por tosca jerga
le diera de buena gana.
VILLANO:
Conmigo vino Teresa
para ayudarme a cargar
de carrascas la carreta;
hablad con ella; que pienso
que os ayude cuanto pueda,
aunque rústica aldeana,
porque, con ser montañesa,
sabe más que Cencerrón,
Arístoles y Seneca.
INFANTA:
Vamos, pues, adonde está.
VILLANO:
¡No es mala la diferencia,
pues por un carro de roble
llevo una carga de seda!
Vanse.
Sale NUÑO con la caja de las joyas
NUÑO:
Sin saber dónde camino,
me lleva el justo temor
donde me trujo el amor
o me enseña mi destino.
Mas ya, temor, no imagINÉS
que has de hallar segura tierra;
que quien los principios yerra
¿cómo ha de acertar los fINÉS?
Necio fue mi atrevimiento
en ayudar la locura
de Elvira, por la hermosura
que cegó mi pensamiento;
pero, en fin, ya la dejé,
y por sendas tan incultas
voy que, al mismo sol ocultas,
ni las penetra ni ve.
En mis imaginaciones
no hay rama en esa ocasión
que no sea un rey de León,
y cada rey mil leones.
NUÑO:
Lo que me da más cuidado
son las joyas, enemigos
que han de servir de testigos
si soy de su gente hallado.
Y así, cavando la tierra
con esta daga, las quiero
esconder; pero primero,
para conocer la tierra,
poner alguna señal.
Dan voces dentro
Gritos dan. Todo me asombra;
que espanta su misma sombra
a quien dice o hace mal.<poem>
Salen MENDO, TELLO MOZO
con una ballesta, y SANCHO
TELLO MOZO:
Desdicha habemos tenido.
MENDO:
¿Cómo?
TELLO MOZO:
Que ya no parece.
MENDO:
En parte, por Dios, me huelgo;
que es venir a cazar liebres
durmiendo en sus verdes camas
como caza de mujeres;
y querer matar un oso
es peligro, donde suele
burlarse el más alentado,
engañarse el más valiente.
TELLO MOZO:
Yo desde lejos querría
tirarle.
MENDO:
Pues no te acerques,
que el ejemplo de Favila
aun está en León presente.
TELLO MOZO:
Dime, ¿qué te dijo Laura?
MENDO:
¿Qué áspid, tigre o serpiente,
qué caimán o cocodrilo,
pisados o heridos, vuelven
con tal furia como Laura
contra mi pecho inocente,
diciéndome que yo era...?
¿Dirélo?
TELLO MOZO:
Dilo.
MENDO:
Alcahuete,
que te llevaba a León
para que sus damas vieses;
que te las pintaba a todas
con lisonjeros pinceles,
para moverte a cosquillas
la sangre en la edad que tienes;
que yo te ayudaba a hurtar
el trigo; y, aunque no miente,
siendo tanta la abundancia,
mucho cuidado parece.
Demás de que ya tu padre,
de miserable, no quiere
ni aun darte para vestir,
cuando en ese campo llueve
lana, trigo y aun maná,
siendo por sangre Meneses.
Pues a mí, que el otro día
le pedí unos zaragüelles,
me dijo, "Sin ellos te anda,
Mendo, pues camisa tienes;
que con sayo a la rodilla
mis abuelos y parientes
sin zarargüelles andaban
más ligeros y más fuertes."
Respondíle, "En esos tiempos
eran los aires más leves;
pero agora son tan bravos
que dieran risa a la gente."
Añadió que te decía
mil testimonios, y advierte
que la he dado la palabra
que no irás eternamente
a la corte, aunque te llame
el rey por trecientas veces.
TELLO MOZO:
Loca debe de estar Laura.
MENDO:
Cuerda o loca, no te quejes
de mí si no voy contigo.
TELLO MOZO:
¿Qué es aquello que se mueve?
MENDO:
Allí han sonado las ramas.
¡El oso es, tira!
Dispara la ballesta TELLO MOZO
TELLO MOZO:
Acertéle;
pues se queja.
MENDO:
¡Lindo tiro!
SANCHO:
¡Lindo flechazo!
MENDO:
Excelente.
TELLO MOZO:
Bien puedes llegarle a ver;
que con yerba presto muere.
MENDO:
Pues no salió tras nosotros,
no hayas miedo que se vengue,
por el corazón le diste.
TELLO MOZO:
Pues llega a verle. Éntranse MENDO y SANCHO
¿Qué temes?
Dentro MENDO
MENDO:
¡Vive Dios, que has muerto a un hombre!
TELLO MOZO:
¿Qué me dices?
MENDO:
Llega a verle.
TELLO MOZO:
Sacadle los dos en brazos.
¿Hay tal desdicha, hay tal suerte?
¿Era cazador acaso?
MENDO:
Hidalgo y noble parece.
Sacan MENDO y SANCHO
a NUÑO con una flecha
TELLO MOZO:
¿Quién sois, caballero?
NUÑO:
¡Ay cielo!
Esto mis culpas merecen.
Yo soy...
Muere
MENDO:
Quedóse en "yo soy;"
lo demás dijo la muerte.
TELLO MOZO:
¡Buen talle!
MENDO:
¡Gentil vestido!
Los despojos te competen.
¿Qué habemos de hacer?
TELLO MOZO:
Callar;
y al hombre que lo dijere,
¡vive Dios, que he de cortarle
la lengua!
MENDO:
Señor, pues eres
el dueño de este difunto,
¿qué haremos de él?
TELLO MOZO:
Mendo, hacerle
sepultura en ese arroyo.
SANCHO:
¡Crüel estrella!
MENDO:
¡Que llegue
a morir por oso un hombre!
TELLO MOZO:
Arrójale, Mendo, y vuelve. MENDO y SANCHO meten al difunto
¿De qué sirve esconderse de tu flecha,
muerte crüel, pues dondequiera, airada,
llamas sin voz, y con tu planta helada
entras donde jamás entró sospecha?
Para esconderse, muerte, no aprovecha
la cortina de púrpura bordada;
porque la mira en la ballesta armada
desde que nace el hombre tienes hecha.
Pero este ejemplo, aunque cruel, advierte
que fue muerte de éste merecida,
y no por culpa de su triste suerte.
Pues claramente da a entender la herida
que quien como animal tuvo la muerte
murió en el traje que vistió la vida.