Los Keneddy: Sed
Sudan copiosamente. Se deshidratan en la atmósfera espesa del monte: sed. Pierden sangre por mil rasguños: sed. Chirrían los motores resecos, queman tenacidad: sed. Eduardo Kennedy tiene fiebre: más sed.
Y se apoca el agua.
Roberto necesita beber a cada instante. Apenas humedece sus labios descoloridos, le retiran la damajuana. No cesa de preguntar:
- “Encontraremos un arroyo?”
- “Sí. Estamos cerca del “Tacuara” y del “Yacaré” – responden por darle ánimo, pues no ignora que los han despuntado ya.
Dos leguas después solo queda un trago en la vasija. Llevan la lengua adherida al paladar. Mas nadie bebe. Conservan esas últimas gotas para el primero que caiga. Y ninguno cae.
Advierten la proximidad de varias viviendas. Salen al claro y ven un molino. Agua! Sí; pero en torno del tanque vivaquean cuarenta soldados.
Empiezan a rondar cautelosos. Las llamas del vivac se refleja en las seis pupilas que corren por la sombra. Los Kennedy han de llenar su cántaro. Portan un mensaje. Si no beben caerán rendidos. Solo pueden caer muertos. Es la consigna.
Y se arrastran hacia el pozo. Hay demasiado silencio. Están muy cerca. Van a ser oídos. Por eso la brisa acude y juega con la coscoja del zinc. Llegan. Colman la damajuana. Y no se vuelven. Allí mismo con el arma en la diestra inmóvil, prontos a desparramar los tizones, beben hasta saciarse, mojan los pechos velludos, secan la vasija.
La llenan de nuevo. Roberto quisiera seguir tomando; se oponen y : - “Vas a caer redondo como animal pasmao” – susurran al oído del sediento.
Basta. Retroceden de espaldas, apuntando el entrecejo de los “milicos”. Ya no les oyen conversar... después se desdibujan. Han hecho dos cuadras viento arriba y recién entonces son olfateados, por los perros.
Mas los revolucionarios ya están en el monte. Poco después, al pasar un alambrado, Roberto hace señales de alerta: cuerpo a tierra.
Desembocan varios agentes policiales. Columbran los uniformes claros... La patrulla desfila buscando a los Kennedy...