Los Keneddy: Los algarrobos

Nacieron en su vieja estancia “Los Algabrrobos”, cita en el Distrito “Estacas” del Departamento de La Paz. Es grande y arisco el solar. Tierra entrerriana de rancio abolengo democrático. Allí el derecho amanece con Artigas y llega al meridiano con Urquiza. Cuna de gauchos cantores y altaneros, prontos siempre a saltar a caballo para cruzarse por la dignidad. Honrada gente de campo acostumbrada a vivir mal y morir bien. Borrosas figuras de friso. Muy humildes, muy simples, sin letras casi. Rubrican con el lazo. Crecen en los peligros. Mueren en la jaula, como los churrinches.
El predio familiar ofrece a los Kennedy su mano áspera: montes de quebracho que amacizan arbustos espinosos. Cada rotura tiene un zurcido de liana. Duerme el “montés” en sus horquetas y el crótalo en los lunares de sol. De tanto el tanto el monte se detiene a respirar. La boca. Una abra. En seguida vuelve a cerrarse, tupido, elástico de enredaderas. Los senderos se arrastran, glisan. Forman nudos, se destrenzan. Pasan en silencio los arroyos. Son ceñudas las picadas A ese “camoatí”, los Kennedy entran a sacar caballos salvajes. Allí olfatean al “clinudo” que los ve, salta y huye barriendo el campo con la cola. Le siguen. No es fácil; porque el monte defiende al potro: se cruza el quebracho, saca las uñas el tala, los esteros convertidos en cangrejal, pialan al “montao”, mientras el “añapindá” gaturno, araña al jinete. Gana distancia el perseguido; porfía el seguidor. Para ver al salvaje por entre el malezal, es preciso correr inclinado hasta el suelo, seguir desde allí el único rastro: aquella cola abrojuda que barre los yuyos. El caballo a media rienda, salta albardones, cuerpea ramas, pierde pié. No importa. La vida va en un hilo. No importa. Desde allá abajo Kennedy desata las “Tres Marías”. Luego, por instinto, adivina el abra que elegirá el “salvaje”, cierra piernas, llegan a una y hace el infaltable tiro de boleadora.