Los Keneddy: La pesada canoa
Después las águilas se desperezan y dan el primer aletazo contra los barrotes. Buscan la salida.
Presumen que el dictador está ofendido personalmente con ellos. Esos tres “gauchos alzaos”, tiraron de la sábana. Pusieron en peligro la majestad del duende. No deben esperar cuartel.
Y no lo esperan.
Primero inspeccionan la parte Norte del quebrachal. Por allí, en orden disperso y tendidos en línea, descubren gran cantidad de enemigos: no hay paso.
Entonces deciden abrir camino por el Oeste, atraviesan el río...
En fila india, cargados de vituallas, municiones y armas, llegan a la costa.
Avistan una embarcación, pero está amarrada en la margen opuesta del riacho. Mario Kennedy cruza a nado.
Poco después los cuatro saltan a la canoa. Empiezan a bogar sin prisa. A ritmo con sus corazones. Alcanzan el Paranacito. Surcan ya su corriente. Detrás quedan centenares de enemigos. El monte les tapó los ojos para que los Kennedy se fueran.
Después el río criollo, servicial, trae una cuarta. Todos arriman el hombro. Trabajan callados. Ya navegan firme.
Nadie los ha descubierto. Se van! Y de pronto, la vieja canoa empieza a hundirse. Pesa. Embarca agua. Es imposible alcanzar la otra margen. Tampoco pueden tirarse a nado con el parque; ni abandonarlo. Tienen que volver a la jaula.
Viran. Hasta ese instante las cosas habían sido revolucionarias, amigas. Y es un leño crecido en la selva entrerriana, un bote del pago, quien primero traiciona a los Kennedy!...
Embican, saltan a tierra y se agazapan entre el juncal; en la boca del río acaba de aparecer un “aviso” de la Armada. El sol relampaguea en los cañones.
Si la canoa no “siente” ese peligro y se niega a seguir adelante, los cuatro van directa, matemáticamente, a embestir al cañonero.
Sonríen.
Amarran entre los junco a esa gaucha vieja, ventruda como una madre y se abrigan en el quebrachal.