Los Keneddy: "E cade come corpo morto cade"
Duermen.
Cuando despiertan se les une el hambre. Carecen de vituallas. Deciden quitarlas a la primer patrulla.
Eduardo tiene un amigo en las cercanías. Llamarán a esa puerta. Al atardecer Mario sube a un árbol y avista a la población. Cuando oscurece, caminan, caminan... Se cruza un arroyo. Nadan. Están hambrientos y los pajonales aprovechan. Dos horas después han hecho poco y se cansaron mucho. Es casi imposible avanzar. Ven las luces de la casa, se agarran a ese hilo y suben la cuesta. Desfallecen. Lo sabe otro arroyo, corta el sostén y se clava delante. Ellos vadean a nado. Trepan pesadamente con la ayuda de los sarandíes. No tenían bastante peso y cargan cieno. Están mojados. Las ropas se adhieren a las rodillas tercas. Bajo el escafandro de cieno bucean el tembladeral. Se inclinan y entran “en el vacío del aire como en cosa de bronce”.
Necesitan rehacerse. Un día de sueño no basta.
Han roto campo desde “La Paz”, con tal esfuerzo, que por esa huella podría correr un arroyo.
Por fin la casa deja de retirarse. Vacilan. Ondean en el viento. Si los Kennedy, tuviesen derecho a cejar, caerían aquí mismo!
Están en el fondo de una caverna formada por la corona del pajonal y la pared de maleza. Se han quitado un instante la armadura. Dormitan.
Y aquí, Roberto, mudo, se pone de pié, crece y rueda sobre el polvo. En medio de la cueva lóbrega y callada, ese hermano que pisa el vacío. Ese Roberto Kennedy, tan duro, tan hombre!
Angustia. Poco después reacciona.
Mario espera el alba. Oculta el revólver bajo los harapos, echa una bolsa al hombro y sale a buscar alimentos. Alcanza la vivienda. Y se enreda en la capa de la intrusa! Allí pernocta una patrulla. Son diez soldados. Algunos empiezan a levantarse para seguir en busca de los Kennedy. Mario pasa entre ellos. Da los “buenos días”. Es “uno” de la casa. Lerdo el paso entra en las habitaciones. Tropieza con la señora. Se da a conocer y expone suavemente la razón de su visita.
Luego sale por otra puerta con la bolsa, ajeno al asunto de los soldados con los famosos Kennedy y se va...
Pero al pisar el monte da el alerta. Cargan los winchesters. Vigilan. A las once de la mañana, la patrulla se pone en movimiento. El choque, parece inevitable. Ellos se quitan el guante roto. Están frente a frente... Amartillan... y levantan las armas porque el enemigo sigue de largo. Va a dar agua a sus monturas.
A poco llega el amigo de Eduardo. Trae alimentos, desinfectantes y sombras.