Los últimos romanticos

​Los últimos romanticos​ (1911) de Pedro A. Paterno
EN LA ERUPCION DEL VOLCAN DE TAAL
—Feliz con tu amor, no temo al Volcan.
—¡Ámame, aunque yo muera!

AURORA SOCIAL

(Colección de novelas cortas)
por

PEDRO A. PATERNO

 Publicadas:

El Alma Filipina.
 AMOR DE UN DIA.
(En el PANSOL de Calamba).
Boda a la Moderna
Maring, Amor de Obrero Filipino.
La Dalaga Virtuosa y el Puente del Diablo.
Los Heraldos de la Baza.
Los Ultimos Romanticos.

OBRAS PREMIADAS

 LA FIDELIDAD.
 l.er premio con 9,156 votos del público
HAZ EL BIEN
 Y NO MIRES Á QUIÉN.

 Premiada con 4,650 votos del público
LA BRAVEZA DEL BAYANI.

 Premiada con 4,137 votos del público



Los Últimos
Romanticos

en la erupcion del Volcan de Taal
30, Enero, 1911.


PEDRO A. PATERNO


Los Últimos

Románticos

EN LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN DE TAAL
30, Enero, 1911.



MANILA.—1911.

Imp. «La República» Calle Sales núm. 30
(Quiotan) Sta. Cruz.

A MIS PREDILECTOS


PEPE Y RAMON XAVIER.


A vosotros, que habeis contemplado y
admirado los románticos amores de
CHILANG y ANDONG
os dedica este paisaje de vida

PEDRO A. PATERNO.

 
Manila, Febrero, 1911.

Primera Parte


BLANCO


Lava de Ensueños



LAVA DE ENSUEÑOS


En casa del opulento
    Diputado Albay.


Calle Carolina, Malate.


—Cara de besos. Cara de rosas.

—Mentirosos sus ojos de usté, lánguidos, dulces, chinos...

-¿Qué?

No le oyó, ella, con el ruido que Toñing, su hermanito, arrancaba del piano, porraceándolo con ambas manos, jugando. Y se inclinó toda hácia delante, el busto excelso fuera de la mecedora en que se columpiaba indolente, para de nuevo en encantada sonrisa de los labios gumamelados como dulces macopas murmurar:

—Qué?...

Toñing volvía á descargar sobre el teclado sus manos cerradas; fué otro estruendo que apagó las palabras de él en palabras de exquisito, amoroso, galanteador; y ella entonces tuvo que protestar:

—Por Dios, néne; deja el piano.

En cualquier día! El néne seguía, más vigorosamente á cada instante, golpeando más las pobres teclas blancas que gemían delicadas, que lloraban como hojas ... blanca sarapaga pisoteada. Por fortuna llegó la criada, y se lo llevó á jugar fuera, lejos, al comedor.

—¡Qué chiquillo; cuidado!

—¿Pillo!

—Atroz! No pára en todo el día!

Volvió á recostarse, á balancearse en la blanca mecedora. Parecía una chiquilla temblando de no importa qué encantados y dulces hechizos, la preciosa chiquilla, recogida en alma brindadora en el rosa de dulcísimas macopas de sus labios, la sonrisa de amor. En el lento vaivén, los piés lindos y pálidos, más pálidos todavía entre la púrpura de las zapatillas, parecían desnudos y temblorosos las alas de una paloma herida, caidas en su sangre.

Decía usté antes, Katig?...

—Cuando me llamó usté mentiroso?...

—Sí.

—Pues, que la mentirosa era Chilang.

—¡Yo? ¡Ave María! ¿porqué yo?

—Primero, por su mirada mentirosa. Segunda, por su sonrisa mentirosa. Tercero, por sus palabras mentirosas...

Se interrumpió la risa fresca y harmoniosa de ella.

—¡Ay, Andong, qué galante!

Se le cerraban más los ojos pequeños al reir; y en sus megillas se abrían dos hoyuelos; su cara era más pálida bajo el fulgor de los tres blancos bombones de luz eléctrica suspensos del plafón; Andong Katig, recordó, mirando al suelo, á los piés de ella, brindados en suprema lindeza á su mirada enamorada:

¿Quién hará, blanco lirio encantado,

Que tu alma al amor se despierte?

¿Será el beso nupcial del amado?

—¡Qué galante, Andong!...

Se miró. Vava! la estaba él besando con sus ojos los piés; los retiró ocultándolos bajo la saya, entre los albos y largos encajes de la enagua.

Entró la criada:

—Señorita Chilang?

—Qué.

—Está sonando el teléfono.

Se alzó, presurosa, y se perdió corriendo por la amplia caida; le temblaban, sonando á besos, las pulceras; sonando á amor, bajo el peso de su cuerpo divino se arrastraban temblando sus zapatillas. Andong la vió perderse; temeroso, cuidadoso porque se le quebrase aquella cintura que la sostenía el busto como un ramo de nardos.

Qué oscura estaba la noche! Miró, por el balcón primero al cielo: ¡qué pocas estrellas! luego al jardín: ¡qué muchas flores! Soñando en ella, sobre todas las flores, bajo una estrella, volvió á plañir en alma:

¿Quién hará, blanco lirio encantado,

Que tu alma al amor se despierte?

¿Será el beso nupcial del amado?

Volvía ella ahora lentamente sonriendo al salón.

—Me había olvidado de hacerme dispensar al levantarme. Perdóneme usté.

—Oh!, estaba perdonada. Sería tan urgente la llamada aquella; ó esperada en ansias:

Recalcó las últimas palabras, con dolor. Ella se echó á reir.

—Bah! Era papá, desde la Asamblea, para decirme que no cena en casa, porque tienen banquete los Diputados.

—¿Y comerá usté sola? qué triste!

—Sóla no, con tía Concha y Toñing.

—Y conmigo.

—Con mucho gusto, si quiere V. acompañarnos.

Se levantó:

—Gracias. Me voy ahora mismo. Tome usté.

—¿Qué es esto? ¿una carta?

—Una carta.

—¿De quién? ¿para qué?

Que la leyera.

Se la dejó en la mano al despedirse, el tímido, que no pudo en palabras, abrir sus rosas de amor al alma de la gloriosa, y necesitó para cantar sus ilusiones, un papel y una pluma. Chilang le vió partir, sin volver la cara, escaleras abajo. ¿Porqué le habría escrito? Rasgó curiosísima el sobre.

A ver:

«Señorita Lucila Albay.

«Chilang: Te amo.»

¿Quieres ser mía? Chilang, te adoro, adórame.»

«Bernardo Katig.»

Y una rosa en la carta.

—¡El cursi! ¡el fátuo!

Corrió al balcón. Todavía lo vió, atravesando la calle del jardín.

¡Katig! ¡Katig!

Se acercó él, pisoteando en su torpeza rosas, y quebrando ramas de los rosales, debajo del balcón

—¿Qué, Chilang?

—Esto.

Le arrojó la carta que quedó tamblando sobre un ramo de rosas, y cerró de un golpe la vantana.

—Cursi. Fátuo.

Llegaba tía Concha, con el negro velo aún prendido á la cabeza, de la iglesia, de la novena dedicada á.... ni ella misma sabía á qué santo de los millones de santos de la corte celestial. Probablemente á algun santo, patrón de solteronas viejas.

—¿Cosa Chilang?

—Buenas noches, tía.

—Ha llegado tu papá?

—No, tía; me habló por teléfono; tienen cena esta noche los Diputados.

—Bueno.

Entró en su cuarto. Chilang la siguió:

—¿Qué tal la novena, tía?

¡Y tenía valor de preguntárselo después de no haber querido acompañarla á la Iglesia! Se iba despojando del velo, rosario, escapularios, medallas y cordones.

—Pues te has perdido la gran cosa, el gran sermón del padre Foradada... Ay, y qué de perlas te venía á tí y á todas las solteras de estos tiempos, que no pensáis sino en diversiones y novios y chichiriqueadas, sin acordaros que tenéis un alma; un alma y un Dios...

Chilang rió. La eterna cantinela de tía Concha.

—Bueno ¿pediré la cena, tía?

—Cuando quieras, hija.

Se sentaron a la mesa de comer. La tía persignándose y farfullando rezos antes de probar bocado. Toñing casi subido á la mesa, arrancando las flores del florero y echándoselas en el plato de sopa.

—Niño, deja las flores.

—No.

—Mira que...

—¡Loca!

—Tía, el nene, se ha echado todas las rosas á la sopa...

—¡El muy... ¡Hala!, dijo la tía, que le den otro plato; como no coma bién que le encierren en la despensa, con los ratones grandes.

Santa palabra. Santo remedio. Toñing formalísimo empezó á comer, á regañadienties, mirando enfurecido á Chilang, que le hizo muecas. Arrojó una cucharita.

—¡Niño!...

Terminada la cena tía Concha en su nocturna encerrona, en la habitación llena de santos y novenas. El niño, que había concluido por dormirse, en descanso la frente sobre el mantel; se lo llevó la criada á la cama, frente á la de Chilang, en el cuarto de Chilang, color de cielos bajo luna

Ella entró, pausadamente; se sentía mal esta noche, no sabía porqué. Había un poco de fiebre bajo aquella piel blanca como la carne de los dulces jazmines, de los dulcemente encantados en perfume azahares. Miró á la criada dormida á los piés de la cama del hermanito. Cerró la puerta del cuarto.

Y frente á la gran luna biselada del armario, empezó á desnudarse, Primero el pañuelo del cuello y la camisa, luego la saya, el corpino, la enagüa. Y quedó en camisón, blancamente desnuda, dando al espejo ingrato, que no sabía matarla á besos, la gloria de su cuerpo excelso, en triunfo de belleza formidable.

Sonrió. Sus dos brazos, como un arco de flores por encima de la cabeza gentíl, se soltaban el cabello, despeinándolo. Cayeron, trémulas las ondas negras hasta el suelo, como el manto perfumado de una reina, como una noche enamorada de los jardines muertos. Quedó envuelta eu sus cabellos. Y al gustarse á sí misma tau gentíl, tan suave, se dió en el espejo un beso, en los labios entreabiertos al golpe de un suspiro.

Mató la luz. Se acostó. Durmio. Soñó.

Como una flor caida de las manos de Dios para aromar sus ojos, en el ensueño debajo de sus párpados, vagó la imagen de Katig.

Del jardín, por las ventanas de par en par abiertas, se alzaba dulcemente el perfume bendito de una rama de rosas.

Había soñado en él, en Andong Katig. ¡Qué vergüenza! Y qué sueño! ¡Que vergüenza! un sueño de amor!

El cuarto inundado de luz solar. Debía ser bien tarde; oía á Toñing jugar en el jardín con los criados, latigándolos desde su triciclo. Oía á las criadas ir y venir por las habitaciones, en limpieza de suelos y muebles. Se alzó.

Seguía el malestar de la noche pasada, más acentuado ahora todavía. ¿Porqué el sueño de amor fué á modo de vara de rosas que le golpeó, en la noche, las sienes, el pecho, el alma loca de soñar, sangrandola con sus espinas y con sus flores muertas en los golpes, perfumándola suavemente.

Vestida ya, al comedor. Se encontró con su padre, leyendo la prensa, después del desayuno

¡Halow, papa!

D. Juan Albay se quitó de los labios el cigarro puro, que fumaba, para besarla en la frente, coronada por un sueño de amor.

—¿A qué hora llegaste, papá?

—Tarde, hija; tuvimos anoche banquete eu grande. Despedida al Comisionado residente; tuve que hablar: ¡Un discurso de primera!

Y sin más explicaciones, reanudó su lectura de la prensa diaria.

De pronto, pegó un puñetazo horrible sobre la mesa. Chilang nerviosa, asustada, preguntó:

—¿Qué, papá?...

—¿Qué! Pues, que todos estos periodistas son unos grandísimos sinvergüenzas; así, como tu lo oyes; y que voy á preparar dos días de dieta para romperles la mismísima crisma. Como tu lo oyes.

¡Habráse visto! pues ¿no nos llaman ignaros, gandules, los muy...

Soltó un ajo extraordinario, fuerte, de mal són. Continuó, efervescente:

—Por de contado; que son una partida de hambugueros, envidiosos, muertos de hambre...

—Pero ¿acaso os insultan, papá?

¡Insultar? que oyera ella?

Y leyó, todo enfático y prosopopéjico, dando recias puñadas sobre la mesa:

«Uno de los bills presentados y leidos en la sesión de anoche es del Hon. Juán Albay, reformando el artículo tantos, del Código Penal en el sentido de que dicho artículo quede derogado en la forma siguiente: etc. etc.

Nuestro más sentido pésame á la familia del sabio diputado, que, al igual que sus honorables compañeros, no tienen más misión por los 30 diarios, que la de asesinar los códigos vigentes para demostrar á sus electores su gran saber, etc. etc.

Una crítica mordáz, terrible.

D. Juán se enfurecía y resoplaba como un tamaraw; leyéndosela Chilang, que fijos en él los ojos, lejos el pensamiento, á flor de brumas, hilvanaba el recuerdo del ensueño dulcemente, lentamente.



Segunda Parte


AZUL


Lava de Amor



LAVA DE AMOR


En pleno "Jardin Botanico."
Manila.


Tilin, tilin Sonó la campanilla.

—Muy tarde, el cartero:

—«Srta. Lucila Albay.»—

—¡Carta! y de nema azul perfumado! ¿de quién pudiera ser?

Titubeó, carta en mano, pensando, perdida un sólo instante en el recuerdo de tantas amigas de quién pudiera ser la carta. Distraidamente, rasgó el sobre. Leyó, asombrados los ojos, loco de latidos el corazón.

Era la misma carta de hacía una semana por la noche; la firmaba Katig; entre las dos caras del papel doblado, también ahora, llevaba rosas. ¡El muy terco! ó ¡el muy enamorado!...

Bajó la frente, pensativa: ¿á qué burlarse de él? ¿no era acaso Katig esbelto y bello como un Dios? Y ella ¿no era, acaso, dulcísima vírgen, muerta de ensueños, herida de sensualismos, visionaria de amor, cuando de día, á la luz del sol, al despertar sobre el blanco lecho de aroma de sampaga y de su carne ardiente y oriental, abrazada á la almohada, besaba sus blondas, creyendo en ellas sentir el vaho de otra carne, el palpitar, de otra alma? Ó cuando de noche, ante la luna biselada de su armario, desnudábase toda, á contemplarse color de leche y rosales pálidos en el triunfo formidable de líneas y esbelteces excelsísimas?...

La criada, que le entregó la carta, aguardaba; ella, entónces, alzó la mano, y la despidió. Quedó sóla en el cuarto.

La tarde desmayaba, color de champaca besoteada por el sol, lujurioso emperador celeste.

Es dulce soñar en esa hora del misterio, bajo esas sombras vesperales, para toda mujer. Entonces, el amor se os aparece. ¿Acaso nó, dalagas? Se os aparece moreno como un bagongtao, coronado de estrellas, perfumado de flores.

Chilang tembló. Y de pronto se llevó rápida la carta de Katig á los labios. Uno, dos, y tres, y cuatro, y más, más besos, más. Luego presa de un loco nervosísmo la rasgó, en uno, y dos, y tres, y cuatro más, más pedazos, más. Y cayó tendida, boca abajo el busto divino sobre el lecho, llorando.

La noche se cerró. ¿Cuánto tiempo pasado, cuánto, tendida así, como una pobre histérica, loca de amor, llorosa sobre aquel mundo de encajes y alburas olorosas del lecho virginal?

La despertó del encanto y le hurtó del arrobo en desmayo la voz recia del padre:

¡Chilang!... ¡Chilang!

—¡Oh!

—¿Porqué estaba echada? ¿Y porqué estaba á oscuras? ¿Y porqué ¡oh, Dios! lloraba? ¿Acaso estaba enferma? ¿Le dolía algo? ¿Qué le pasaba á la hija de su corazón?

Y el Diputado, luego de dar la llave de la bomba eléctrica para hacer luz, amenazaba á alguien, con los puños tendidos hacia adelante.

Entonces Chilang se alzó hacia él y lo ciñó en un abrazo, llorando, siempre llorando.

—¿Pero, porqué? ¿porqué? Te ha dicho algo la tía? ¿te ha causado algún dolor alguien?

—¡Oh, papá!

—¿Quién? ¿pero, quién?

—Uno, papá.

—¿Uno?...

—Sí, papá, uno, el amor...

—¿Qué había dicho aquella chiquilla?

¿No estaría enferma? No; iba á hablar de nuevo; los dulcísimos labios de rosa de macupas, se entreabrían balbucientes; los ojos lacrimosos se alzaban hasta él.

—Porque yo no sé... Pero sí lo sé... Yo amo, papá mío, á un hombre que se llama Bernardo Katig.

Y no dijo más; tan fuertemente cerrados los ojos y la boca, en la que empezó á borbotar una espuma de saliva viscosa y amarillenta, completamente yerta, completamente fría, transportada en brazos del padre al lecho, sobre el que cayó dulcemente como una flor sobre una sábana.

Oía, después, vagamente, en medio de sus delirios perpétuos una voz grave, consolando á la tía, al padre y á Toñing que se había encaramado á la cama y no quería apartarse de sus piés.

—Histerismo. Fiebre nerviosa; tanto de esto y tanto de lo otro y tanto de lo más allá, cada hora. Y mucho reposo. Pero nada absolutamente de gravedad. Un ataque como otro cualquiera. Enfermedad muy común en las dalagas; sobre todo, en las dalagas que sueñan de amor...

Y luego nada. La voz que desaparecía; y todo negro, Y algo que le daban á beber de un sabor algo amargo y muy raro. Y luego de todo, un sueño en reposo, dulcísimo, fortificador, en el que Bernardo Katig, se le aparecía para hablarle celestialmente:

—¡Si vieras cómo te amo! ¡cómo te suspiro! ¡cómo te sueño! Todo besándole, á cada palabra, sobre los mismos labios.

El honorable Albay tronaba. ¿Quién sería el condenado mamarracho que así alborotó la cabeza de la niña? Por los cuernos de todos los venados, iba á equivocarse y decir los diputados, que él juraba romperle la santísima cresta.

Le habló á la hermana:

—Concha, voy cinco minutos á la sesión; no te muevas de al lado de Chilang, vuelvo volando.

La tía Concha, que desde el primer momento de la nerviosa crisis, más que la dulce enferma nerviosa y delirante invocó á San Apapusio, á San Caralampio, á San Homobono y la beata Margarita de Alacoque etc. etc. asintió enfurruñada, sin dejar de mascar rezos.

Ya en el jardín, Albay se encontró á Katig.

—Buenas tardes.

—Hola! ¿qué desea? oh! no deseaba nada, él venía por el gusto de visitar á su hija, la Srta. Chilang.

—Pues, mi hija esta enferma ¿sabe V? y aunque no lo estuviese, acabo de encargar á su tía que no permita visitas de ningún cualquier periodista, ¿me entiende V? y le ruego y le prohibo vuelva á poner los piés en esta casa.

¿Un cualquiera él? ¡Bernardo Katig? pero ¿qué se había figurado aquel tío? A no ser el padre de ella, del ídolo, cómo allí mismo le hubiera á él, Katig abofeteado! pero se contuvo, replegado el rebelado amor propio á no importa qué misteriosas dulces reconditeces de ensueño, y mudo como una estatua, frío y digno como una mole de roca, giró sobre sus talones y se alejó temblando él mismo no sabía porqué ni de qué, por el sendero del jardín gloriosamente oloroso de rosas.

A los dos días, en su casa, cuando más desesperado su corazón volaba á la toda adorada, á la muy suspirada, á la única; y pleno de dolor, cabeceaba de sueño y pena sobre el Código Civil abierto ante él sin su mirada, una carta le volvió á la vida.

 Sr. Katig:

Yo he estado enferma; perdone V. si le he hecho esperar en mi contestación.

Dice V. que me adora. Si esto es cierto, ¿porqué no dejarse adorar? El mismo Dios lo hace así: Yo creo en Dios. ¿Y V?

No vuelva á casa, se lo ruego; pero el lunes en el Jardín Botánico, nos verémos á las 6 de la tarde; voy sóla, con una cria y con Toñing. Podremos hablar. Hasta el lunes.

Lucila Albay.»

Se pasó las manos por los ojos, abrió los labios para suspirar el delirio.

Y cayó, sentado, con la carta en la mano y la mano sobre el corazón que estaba sollozando silenciosamente.

No; en el mundo no mandaban los dolores.

Mandaba la vida. Y sobre la vida, el amor.



Tercera Parte


ROJO


Lava de Fuego



LAVA DE FUEGO


En la choza de pescadores
DE LA ISLA DEL VOLCÁN.
Taal, Talisay, 30, Enero, 1911.


Lunes. Cielo azul. Sol de oro. Eu el Jardín Botánico de Manila, aromas de hierba y flores y mujeres; carne de mujeres, paseando al compás de la música de la Banda Constabularia, seguidas las muy preciosas de los conquistadores.

Bernardo Katig llegó al jardín. Venía despacio, absorbido acaso por sus propios pensamientos; llegaba, autómata de todo lo que le rodeaba, soñando en ella. Consultó su relój, sentado en el poyo de un banco que encontró vacío, léjos de las gentes. Las cinco y treinta. Todavía media hora de espera.

Encendió un cigarrillo para tirarlo presto. Qué amargo el tabaco al paladar, que, en sueños, ya gustaba la savia dulcísima de los labios, dulcemente rosados como las macupas fragantes. Soñaba.

Lentamente, sus recuerdos volaron léjos, muy léjos, á la provincia, al hogar. Se vió en Taal en la pequeña y humilde isla del Volcán, en la choza de nipa, donde él naciera, donde por él se mataban, soñando y trabajando, el padre, un viejo pescador y su madre, ayudándole.

¡Qué humilde su cuna!; pero ¡qué buenos y honrados y santos sus dos viejos!

Una lágrima asomó á sus ojos. ¡Bah! El ya sabía bastante; á los dos años terminaba la carrera; con las influencias y las amistades que había adquirido de periodista, de literato, fácil le sería abrirse un gran camino. Y, entónces, montaría él su casa, su hogar, y arrancaría á sus padres de aquella pobre islita de pescadores tendida como una triste esclava medrosa á los pies del volcán, para que vivieran, regalados y dichosos á su lado y al lado de ella,del amor de los amores, nadie más que su Chilang.

¡Qué tiernamente repetía su nombre, la invocaba, la llamaba, mientras la tarde se moría sobre sus advocaciones, la música callaba, y el público desfilaba huyendo, sin que él de nada se diera cuenta...

¡Chilang!—¡Chilang!... suspiraba su pecho. Y, en tanto, Chilang, como á un mágico conjuro iba surgiendo ante él, bajo las brumas del ensueño y de la tarde, completamente sóla, léjos del niño y de la criada distraidos, jugando entre las matas.

Dos suspiros sólo. Y luego dos miradas largas, húmedas de ternura y luego sin saber porqué, ellos mismos, juntos los dos sobre el poyo del banco, aterrados de amor.

Ella fué la primera, la valiente en hablar:

Andong ¿qué hace V?

El se había postrado á sus piés, y entre las suyas retenidas, le besaba las manos locamente. La oscuridad era completa; las lámparas voltaicas de los postes parpadeaban su luz, como los ojos de los dragones encantados de los cuentos de hadas.

¿Qué hacía? Le estaba amando.

—¿No lo ves? te estoy amando besando, ídolo.

Hablaron de amor. Y del dolor de amar también; ella entre pudorosa y amante y tímida en el primer encuentro, le historiaba sus miedos y sus preocupaciones.

¡Si sospechasen en su casa; la tía tan santurrona y el papá tan severo, tan... de mal genio!...

El la consolaba.

—No temas, dulce Chilang, flor de mi alma, Dios de mi amor. Yo tengo, allá en Taal, una casita blanca, junto á una laguna azúl, loca de espumas brilloteantes, bajo las ramas en flor de los naranjos y las flotantes sedas de los plátanos, á los pies de un coloso, de un emperador, que, cuando tiembla, escupe fuego. En esa casita blanca hay un viejo y una vieja, que ya te adoran sin conocerte, porque te adoro yo, que vengo de sus entrañas. Nos irémos allá, lejos de los hombres, junto al fuego del amor y los cráteres en celo, refugiados los dos en un alma, los dos en una vida por los dos; y ya verás ¡qué dulces se irán todas las horas! ¡qué dulce el amor del amado á la esposa...!

Calló, de pronto, miedoso acaso de ir tan lejos en su proposición, ó acaso también ante el temblor de Chilang, muriente de rubor, llena de amor, gimiendo misericordia. Pero no acertaba á desasir sus manos de las de ella, feliz á sus piés, aspirándola en su aroma. Y antes de que la criada con el hermanito llegaran, llamándola á gritos, asustados de haberla perdido entre la noche, Katig, sólo tuvo tiempo para cojer los dos piés desnudos y besárselos, des pojados de las zapatillas, como un loco.

—Adios.

—Adios...

Se repararon, hasta el lunes próximo; ella, cayéndose de amor á pedazos; él, loco, hambriento de miel, de carne olorosa de vírgenes.

Así el idilio duró meses y meses, en el mismo banco del jardín, las tardes de todos los lunes. Ocultos entre las plantas, bajo el palio de sombras nocturnales, sólo alguna luciérnaga errante les sorprendió su cariño, sólo el fulgor de una estrella les bañó indiscreto en sus destellos.

Pero una vez ella llegó nerviosa, llorosa. El imploró: ¿Qué tenía la dulcísima perla, flor, alma, ídolo, reinecita encantada de sus sueños de amor?

Y ella suspiró: era un cuento triste y desconsolador; era que, el otoño iba á golpear las hojas de oro y las flores rojas del Abril en amor, para arrastrarlas de aquí para allá, separándolas, pulverizándolas despiadado; era, ¡oh, Andong! era que había concluido la misión de su padre en Manila, que el digno diputado se quedaba sin Asamblea y se volvía á su provincia, arrancándola á ella de su amor, tronchada de amor y loca de delirios. Meditó él: habló después:

—¿Y quieres irte tú?

—¡Oh, no! Todo antes que perderte.

Volvió á meditar y hablar después:

—¿Me quieres mucho? ¿mucho? ¿Como yó á tí?...

¡Andong! ¡Andong!...

Pues, que esperase. A la madrugada iría por ella á buscarla, á llevársela á la Isla azul, que le pintó una vez ¿no se acordaba ella? allá lejos, en el Taal de sus abuelos, donde, en la casita blanca, las espumas restalladoras de la laguna iban á deshacerse, bajo los naranjos en flor y el humo negro del coloso de fuego; allá, donde había dos viejecitos que le adoraban á ella, porque él la adobaba y él era el hijo de sus entrañas...

La coronaría de flores, y como á una niña, en sus brazos arrullada, la adormiría cantando las viejas encantadas leyendas taaleñas; ¡oh, sí! ¡á la isla, á su casa, á sus viejecitos, á Taal de sus amores, huyendo de las gentes con la gentil y dulcísima carga de amor a cuestas!...

Y el plán de la fuga fué un éxito. En el primer viaje del trén partieron hasta Tanawan; en Tanawan cogieron una calesa. Salvos, en medio de la Laguna de Bombon, sin más testigos que el par de forzudos banqueros, que, creyéndolos esposos, maldito si apreciaban sus cariños, harto golpeados de fatiga en el constante bogar. Adelante, adelante, marchaban á la vida, á la gloria, al amor.

Cuando llegaron á la Isla, las primeras estrellas se encendían en el aire. Y en la isla toda, un alboroto con la llegada de los románticos y con temor á aquel coloso, que vomitaba fuego como nunca.

Mientras la vieja, acompañada de las mujeres del populacho, admiraba y halagaba á la señorita de su hijo, tan blanca, tan suave, tan dulce, que la compararon á la flor de los naranjos, el viejo hablaba á Andong sériamente:

— No han pasado los temblores. El volcán está furioso. ¿Sabes? unos americanos han violado su cumbre y se han llevado el toro de oro...

Andong, feliz, dichoso de su amor y de su vida, reía de estas ancestrales supercherías de los suyos, que tantas veces, siendo él niño le desvelaron, soñando miedos. ¡Bah!, que no se apurara el viejo, aquel o no sería nada. ¡Á cenar!

¿Cenar? ¡Oh! Lo que estaba deseando era tenderse, amar. Pero ¿porqué se movía tanto la tierra? nunca como ahora se movió tan brusca.

Miró hacia arriba, hacia la cumbre del volcán, coronado de reflejos y nubes ¡Qué bello, á la luz, mansamente sideral, de las estrellas! Lo saludó Lo besó con el alma, como á un viejo abuelo.

—¿Ves, mi vida? Todo rústico, sencillo, salvaje.

Paisaje y gentes. Aquí te puedo amar. Aquí te debo amar.

La tenía cogida por la cintura, mirando los dos, hacia la mole ardiente, lamida por las aguas fosforecentes de la Bombón.

De pronto, él se apartó de la ventana. Por su frente caprichosa de poeta había cruzado el raro proyecto de unas divinas nupcias. Sí, sí, así sería; y se lo dijo á Chilang, suspirando, delirando...

—A la madrugada. ¿Sabes? nos vamos allí, al volcán, y allí, ante el divino tabernáculo lleno de fuego, lleno de Dios, ante los viejos dioses de mi tierra, te deshojo en mis brazos, dulce flor de amor.

En tanto, la tierra temblaba, temblaba como si fuera una vírgen también á quién fueran á violar aquella noche; y de los sencillos moradores todas las almas temblaban de terror, y en todas las casas, el miedo ponía priuceladas locas.

En todas, no; Chilang y Andong sonreían. Y todavía Katig bromeó:

—Eso es que nos invita; dentro de media noche, irémos Chilang y yo á saludarle; veréis cómo se encalma, cómo se endulza luego...

Noche azul. Estrellas de oro. Aire fresco y perfumado de Febrero, oloroso á selvas y aguas. No obstante, ninguna banca se ha echado á la Laguna y los rudos pesca dores duermen ó velan en sus casas.

¡Chilang!

¡Andong!

¡Chilang mía!

Bajaron, despacio, de la choza el desamarró una banca atada á un tronco de naranjas.

—Vamos.

Se perdieron, bogando por la inmensa laguna hacia el volcán en erupción...

Crujía la banca, sacudida por las gigantes olas, como si se fuera á partir, á hacerse polvo sobre las rocas. Katig sonreía, consolando, dando vida á la amada.

—¡Chilang, Chilang mía!

Un esfuerzo más y la banca quedó embarrancada entre arena y lava:

—Vén, salta á mis brazos.

Se la llevó cargándola como á una niña entre sus brazos, cuesta arriba; el volcán retemblaba, bajo sus piés; la tierra se hundía.

—Oh, Katig, ¿no es una locura esto?...

La tapó con sus labios la boca, rabioso de besos, de amor loco; y sus manos trémulas y ardientes fueron desciñéndola las ropas, hasta dejarla envuelta en sólo su blanco camisón transparente. Así la fué doblando por la cintura, sin separar sus labios de los de ella, sus ojos de los de ella; hasta que un dulce grito de la vírgen le hizo atenazarla más.

Y un grito del volcan, horrible, tan horrendo, que la tierra tembló míseramente, y luego una erupción enorme, gigante, una inmensa columna de fuego, que se alzó hasta los cielos, y confundió sus lavas, de vario color, chispas de oro, de rosa, de azul, de naranja y de plata, con las estrellas. Y luego nada. Al cielo azul, otra vez las estrellas diáfanas. La noche esplendorosa, y la isla, violada por el volcán, muerta á sus pies. ¡Ay, Andong y Chilang sepultos bajo lava de fuego!

F I N .


Obras de D. Pedro A. Paterno

El Pacto de Biyac-na-bató

La Antigua civilización de las Islas Filipinas.
Música tagalog: El Kumintáng, El Kuudíman, El Balítao y La Sampaguita.
Los Itas (primera parte de la Historia de Filipinas).
El Barangay (Gobierno tagalo).
Ninay, costumbres filipinas, (novela tagala).
Poesías líricas y dramáticas.
Sampaguitas y poesías varias.
El Cristianismo en la antigua civilización tagalog.
El Individgo tagálo y su arte en la Exposición Histórico Europea.
La Familia Tagálog en la Historia Universal.
Los Tagálog (segunda parte de la Historia de Filipinas).
El Régimen municipal en las Islas Filipinas—1893.
En automovil por el primer distrito de la Laguna de Bay—Manila, 1907.
El Problema político de Filipinas (estudios de Derecho Internacional).—Manila, 1909.
Génesis Filipino. 3 tomos.
Historia de Filipinas. Los Españoles 5 tomos.
Gobierno Civil de las Islas Filipinas.
Historia de los Estados Unidos. (Synopsis).
Los amores en Antipolo (Tradiciones).
La Aurora Social (Colección de novelas)

AURORA SOCIAL

(Colección de novelas cortas)
por

PEDRO A. PATERNO

 Publicadas:

El Alma Filipina.
 AMOR DE UN DIA.
(En el PANSOL de Calamba).
Boda a la Moderna
Maring, Amor de Obrero Filipino.
La Dalaga Virtuosa y el Puente del Diablo.
Los Heraldos de la Baza.
Los Ultimos Romanticos.


OBRAS PREMIADAS

 LA FIDELIDAD.
 l.er premio con 9,156 votos del público
HAZ EL BIEN
 Y NO MIRES Á QUIÉN.

 Premiada con 4,650 votos del público
LA BRAVEZA DEL BAYANI.
 Premiada con 4,137 votos del público