Lo peor, ser vanidoso, ó, niños y mariposas


Lo peor, ser vanidoso, ó, niños y mariposas (1873)
de Joaquín Asensio de Alcántara
LO PEOR, SER VANIDOSO

ó

N I Ñ O S Y M A R I P O S A S .

COMEDIA INFANTIL

EN UN ACTO Y EN VERSO, ORIGINAL

DE

Joaquin Asensio de Alcántara.


No hay quien sepa qué es saber,
que en saber no se desvele.
Alonso de Varro.



BARCELONA.

IMPRENTA DE NARCISO RAMIREZ Y COMPAÑÍA

Pasaje de Escudillers, número 4.

1873.

.

.
Á LOS SEÑORES


D. A. de Orgellés de Covar y D. Gerónimo Granell.



En el último certámen celebrado por la ASOCIACIÓN LITERARIA de Gerona, ha obtenido esta comedia infantil el premio de una lira de plata.

Jamás olvidaré que ustedes me alentaron á concurrir á aquella justa poética.

Mientras yo guardo y estimo en lo que vale tan rico galardón, acepten ustedes, amigos mios, esta comedia en señal del cariño que les profesa


Joaquín Asensio de Alcántara.


Barcelona.-Diciembre.-1873.



INTERLOCUTORES.


Faustino.

Pablo.
Diego.
Vicente.

Niños.



La acción se supone en cualquier rincón del orbe
cristiano.—Época actual.





Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España y sus posesiones de Ultramar, ni en los países con los cuales haya celebrados, ó en adelante se celebren tratados internacionales de propiedad literaria.
El autor se reserva el derecho de traducción.




ACTO ÚNICO.


Patio de un colegio de enseñanza. Bancos de piedra á los lados. Jardin practicable en el fondo. Á la izquierda una puerta que conduce al interior del establecimiento. Á la derecha un huerto cuajado de limoneros.—El dia empieza á declinar. Vénse vagar varias mariposas alguna vez.


ESCENA PRIMERA.


Vicente y Pablo.


(Aquel, sentado; éste, de pié.)
Pablo. Ahora sí que venir debes
á jugar con los demás.
(Vicente no contesta.)
¿Me desobedecerás
lo mismo que el otro juéves?
Habla.—¿De tu terquedad
osarás hacer alarde,
en jueves, con una tarde
que está diciendo: «jugad?»
Vicente. Te quisiera complacer,
mas... ¿qué quieres que te diga?
El correr me dá fatiga.
Pablo. Bien. En lugar de correr,
alli, en el jardin sentado,
verás como el sol te presta
su encanto, desde la cresta
del montecillo azulado.
Sus benéficos fulgores,
Vicente, á recibir vamos.
(Vicente se niega.)
Los niños necesitamos
mucho sol, como las flores.
Lo dice así el director;
no desoigas su consejo.
(Cojiendo á Vicente de la mano y señalándole el fondo.)
Mira el sol con su reflejo
cómo dá vida á la flor.
(Haciéndole prestar atención.)
¿Oyes cantar la avecilla?
—Hoy, al toque de oración,
tendremos una función
religiosa en la capilla.
Mi abuelita, muy gozosa
y haciéndome muchos mimos,
me dice cuando asistimos
á una función religiosa:
—«De Dios la voz soberana
se oye en toda su grandeza,
al contestar al que reza
el órgano y la campana.»—
Ven. Esperándote tienes
(Mirando hácia el jardín.)
á Diego, á Faustino, á Eloy...
Vicente. Ya te he dicho que no voy.
Pablo. Y ¿por qué razón no vienes?
Vicente. Con Faustino no es prudente
que yo tenga el menor roce.
(Con petulancia marcada.)
Ya ves papá si conoce
el mundo perfectamente.
No hay país donde él no vaya
en busca de empresas grandes.
Vio... las cimas de los Andes,
las crestas del Himalaya,
las Pirámides; ha visto
Roma, que todo lo encierra,
y ha recorrido la tierra
bendita de Jesucristo.
De su memoria no escapa
ni el último lugarcillo
del globo. Tiene al dedillo
la geografía y el mapa.
Cuando habla, callo y le escucho
sin que jamás me deslice...
Pues papá, que como él dice
tiene mucho mundo...
Pablo. (interrumpiéndole.)¡Mucho!...
Es vizconde del Perú...
Vicente.
(prosiguiendo.)
Me dijo un dia:—«Vicente,
jamás te trates con gente
que sea menos que tú.»—
Ya tú ves, Pablo, que no
cometeré el desatino
de rozarme con Faustino,
porque él es menos que yo.
Pablo. ¿Menos que tú? (Admirado.)
Vicente. Ya se vé.
Pablo. ¿Tú eres más qué él?
Vicente. Claro está.
Yo soy noble y rico...
Pablo. Ya...
Vicente. Y él es un pobrete.
Pablo. ¿Y qué?...
Vicente. Yo tengo un palacio régio
y hallo en él cuanto imagino,
mientras que es—¡pobre Faustino!,—
el mas pobre del colegio.
Pablo. ¡Sí!... ¡El mas pobre!.. (Con ironía.)
Vicente. (Con altivez). Yo no miento.
Pablo. ¿Pobre? ¿Eso tu orgullo cree
cuando Faustino posee
un tesoro de talento?
Vicente. ¿Un tesoro? (Con mofa.)
Pablo.
Si, Vicente;
es el alumno mejor.
Nos lo dice el director
y tú sabes que él no miente.
Guando á Faustino le pases
delante, ya harás bastante.
Por ahora él va delante,
¡delante en todas las clases!
Faustino es listo.
Vicente. (Con soberbia).  Muy listo,
sin que un ochavo le sobre.
Pablo. No es un delito ser pobre.
También lo fué Jesucristo.
—La envidia, Vicente, hace
que tú seas maldiciente
y sabes muy bien, Vicente,
que á Dios eso no le place.
Vicente. Siempre que á Faustino escucho,
distante de él me coloco.
—Yo soy mucho, él es muy poco,
y eso ha de mirarse mucho.
(Pablo le mira compasivamente.)
Mamá lo dice, y de fijo
mi mamá no se equivoca.
Obedecerla me toca,
si no seria mal hijo.
Pablo. Mi madre, al contrario, está...
Vicente. (Interrumpíéndole.)
¿Qué es eso de madre, Pablo?
Aprende de mí, que hablo
con finura. Di «mamá.»
Pablo. Siempre que del sueño en pos
mi plegaria al cielo va,
«Madre,» digo, y no «mamá,»
madre a la Madre de Dios.
El nombre de «madre,» calma
del corazón la honda queja:
lo pronuncia el labio y ¡deja
una música en el alma!
Esa palabra, la única
que el labio al sueño revela,
me deja ver como vela
con su deslumbrante túnica,
plegadas las alas, pio,
extinguiendo infernal odio,
el divino ángel custodio
en torno del lecho mio.
Déjame que cada dia
diga «madre» con voz firme,
pues no podria dormirme
sin decirlo, no podria.
Vicente. «¿Madre?»... Nombre empalagoso.
Se decia antiguamente.
Pablo. Antiguo es el sol, Vicente,
y no hay nada tan hermoso.
«Madre» diré sin variar
jamás la antigua costumbre.
Jesús lo dijo en la cumbre
del Gólgota al espirar.
Vicente. (Mirando hacia el huerto).
Con Faustino viene Diego
siguiendo una mariposa
que vaga de rosa en rosa
todo el dia sin sosiego.
Pablo. ¡Qué buenos son!... ¿Ya adivinas
á quién buscan, presumido?
Vicente. (Esquivando la conversación.)
Ven, que he de enseñarte un nido
que tengo de golondrinas.
(Se vá por la derecha del fondo llevándose á Pablo.
Luego aparecen por el huerto Faustino y Diego,
este último persiguiendo una mariposa blanca.)
 
ESCENA II.
 
Faustino y Diego.
 
Faustino. Me enojaré, te lo advierto,
y me harás desesperar,
si te empeñas en cazar
las mariposas del huerto.
¿Cómo con manos airadas
á molestarlas te atreves,
tan fáciles y tan leves,
tan tiernas y delicadas?
Déjalas, porque me oprime
tanta crueldad el pecho.
Ningún daño ellas te han hecho
para maltratarlas.
Diego. (Pensativo.) Dime:
teniendo lechos de rosas,
nardos, claveles y lilas,
¿por qué van tan intranquilas
vagando las mariposas?
¿Por qué cuando el sol desmaya
del mar al acento blando,
vienen las olas rodando
hasta morir en la playa?
¿Por qué el viento lento y frio
agita la rama verde
y su gemido se pierde
allá en el claustro sombrío?
¿Por qué cuando el mundo dora
del sol la guedeja rubia,
cae en el bosque una lluvia
de pájaros que enamora?
Y ¿por qué antes de que irrradie
la brillante luz del dia,
dá la fuente una armonía
que no la comprende nadie?
Faustino. Murmura la clara fuente
y las avecillas cantan,
porque amorosas levantan
himnos al Omnipotente.
Cuando los rayos inciertos
del sol brillan en las lomas,
se impregna el aire de aromas,
melodías y conciertos.
Se alza el mar majestuoso,
y mientras la noche empieza,
toda la naturaleza
canta al Todopoderoso.
Tras las armonías bellas
que el mar potente secunda,
la luna asoma, se inunda
el firmamento de estrellas...
y el misterioso lucero
pregona á la noche umbría,
que está el manto de María
cobijando al mundo entero.
Al alba abren presurosas
su cáliz, las llores bellas...
Ocúltanse las estrellas...
despiertan las mariposas...
(Señalando las que se ven vagar por el fondo).
y ambas con su vaguedad
y su movimiento incierto,
cuéntanle al que llora á un muerto
algo de la eternidad.
Diego. ¿Sí? (Despues de una pausa.)
Faustino. (Con sencillez y convicción á la par.)
Apenas mi hermana Rosa
dejó al nacer este suelo,
soñé que subia al cielo
convertida en mariposa.
Las leves alas batia
á impulsos del aire blando,
y, el espacio atravesando,
¡subia, Diego... subia!
Al terminar su jornada,
(Con sentimiento y regocijo.)
de frió las alas yertas,
besó las macizas puertas
de la celestial morada;
y cuando el Reino sagrado
le abrió la angélica hueste,
cayó en el Manto Celeste
de luceros tachonado.
(Llorando de pesar y de júbilo.)
—A mi madre con placer
se lo conté al despertar
y... cesando de llorar...
(Se enjugan las lágrimas,)
me dijo:—«Bien puede ser.
(Diego sigue pensativo contemplando las mariposas
que por el fondo cruzan.)
Son las estrellas tan bellas
y brillan tan silenciosas,
que quizás son mariposas
convertidas en estrellas.»—
Desapareció el sombrio
velo de su hermosa tez
  y añadió:—«El sueño tal vez
sea verdad, hijo mio!»—
Me dio un beso; sonrei,
abrazóme con contento
y me dijo:—«Oye este cuento
que de tu abuela aprendí:
(La atención de Diego habrá ido fijándose cada vez
mas en la relación de Faustino hasta que al terminar
el siguiente cuento, como ávido de aprenderlo, estará
apoyado en el hombro de su compañero mirándole de
hito en hito. Faustino recitará el cuento pausadamente
como recordando y con espresivo acento).
Al mundo vino Felicia
á ser el dulce consuelo
de un esposo y una esposa;
mas al verla tan hermosa,
fué cundiendo la noticia
de que era un ángel del cielo.
A contemplarla acudian
gentes de todas edades
al rededor de su cuna;
y así llegó, por fortuna
de los que la poseían,
á cumplir seis Navidades.
Donde fijaba sus huellas,
los canoros ruiseñores
enamorados contaban
que á su belleza aspiraban
la luna, el mar, las estrellas,
los céfiros y las flores.
Del Reino de los querubes
salir debió aquella perla,
porque al declinar el dia,
cuando todo en paz yacía,
las águilas y las nubes
descendían para verla.
Al cerrar la flor su broche
  los juegos daba al olvido;
la oración era su gloria...
(Haciendo las inflexiones de voz del que se identifica
en el relato.)
y añade además la historia
que á Felicia cierta noche
le habló el céfiro al oido.
Desde entonces la veia
orar ante un crucifijo
su madre amorosa y bella,
sin que en la comarca aquella
nadie sepa todavía
lo que el céfiro le dijo.
Felicia se puso enferma:
su madre fué de ella en pos
y oyó á la niña con miedo
decirle quedo, muy quedo:
—«Tal vez hoy mismo me duerma
para despertar con Dios.»—
Llora toda la comarca
por la madre que perdió
su mas preciado tesoro,
y esclaman todos á coro:
—«Nos queda en la tierra el arca,
pero la joya... ¡ya no!»—
Todo era luto, y en tanto
que sollozaba y gemia
aquella madre amorosa,
una blanca mariposa
á enjugar su acerbo llanto
del impíreo descendía.
(Diego vuelve á fijarse en una de las mariposas que
vagan en torno del huerto.
¡Inesperada noticia!
La pobre madre leyó
en las alas de oro y nieve
de la mensajera leve:
—«Es mariposa Felicia
del jardín en donde oró.—
Cuando á engalanarse empiezan
la violeta y la rosa
y el eco de viejos bronces
resuena en el pueblo, entonces
ancianos y niños rezan
en pos de una mariposa.»
(Después de una pausa y viendo á Diego meditabundo
contemplando las mariposas, le pone la mano en el
hombro y cambiando de tono le dice:)
¿Te gusta?
Diego. (Con viveza.) Sí. Cada dia
me lo tienes que contar
porque lo quiero enseñar
después á una hermana mia.
Faustino. (Tristemente.)
¡Sí!... Es posible que mañana
me ausente, Diego, de aquí!
Diego. Pues ¿cómo enseñaré, di,
el cuento á Flora mi hermana?
Faustino. Diego... (secándose una lágrima.)
Diego.
No me martirices...
No te irás.
Faustino. ¡Si tú supieses!... (Bajando la voz.)
Diego. Mira, amigo; si te fueses,
no seriamos felices;
porque el tiempo te diría
con sus dias de luz llenos:
— «Diego te echa muy de ménos
todas las horas del día.»—
Y como buenos hermanos
los libros que aquí aprendí,
preguntándome por ti
llegarían á mis manos!...
¡Y en vano tendria yo
mi rostro en la pared fijo
donde hoy pende el Crucifijo
que tu madre te entregó!
En el colegio los dos
entramos el mismo dia...
Si te fueses.. (Transicion.) ¡Oh no habria
para usted perdon de Dios!
(Movimiento de Faustino).
Fuera muy grande el agravio.
Faustino. Dios te manda que perdones.
Diego. (Suplicante.)
El colegio no abandones...
(Irónicamente).
— O ¿es que te has vuelto sabio?
Faustino. Diego, no seas tan niño.
Diego. (Algo ofendido y mirando á Faustino de piés á cabeza.)
¡El hombre!.. Vedle... qué grave!...
(Transicion marcada).
—¡Y todavía no sabe
qué significa cariño!
Faustino. (Como herido en el corazon y con rapidez.)
¿Que no sé qué significa?...
Es —lo sé perfectamente,—
una cosa que se siente
(Con orgullo y llevándose la mano al corazon.)
aquí dentro y no se esplica.
Diego. (Abrazándole con efusion.)
Si lo sientes, no te irás.
Faustino. Porque lo siento me voy.
(Pausa.)
¿Piensas que no sé que estoy
en el colegio de mas?
Diego. ¿Qué? (Sin comprenderle.)
Faustino. Lejos de casa ahora,
todo, todo me entristece,

Esta comedia se hallará de venta en la Tienda de los Andaluces, plaza Nacional, y en las principales Librerías del reino.
Su precio 6 reales.