Lo imprevisto
Harpagón, que velaba a su padre agonizante
Se dice, soñador, ante esos labios ya blanquecinos:
"¿Tenemos en el granero una cantidad suficiente,
Me parece, de viejos tablones?"
Celimena, arrullante, dice: "Mi corazón es bueno,
Y naturalmente, Dios me ha hecho muy bella".
—¡Su corazón! ¡Corazón endurecido, ahumado como un jamón,
Recocido en la llama eterna!
¡Un gacetillero fumista, que se cree una antorcha,
Dice al pobre, al cual ha sumido en las tinieblas:
"¿Dónde, pues, percibes tú, a ese creador de Belleza,
Este Desfacedor de entuertos que tú celebras?"
Mejor que todos, conozco cierto voluptuoso
Que bosteza noche y día y se lamenta y llora,
Repitiendo, impotente y fatuo: "¡Sí, yo quiero
Ser virtuoso, dentro de una hora!"
El reloj, a su turno, dice en voz baja: "¡Está maduro
El condenado! Yo no advertí en vano la carne infecta.
El hombre está ciego, sordo, frágil como un muro
Que habita y que roe un insecto!"
Y por otra parte, Alguien que parece, habían todos negado,
Y que les dijo, burlón y fiero: "En mi copón,
¿No habéis, creo, con exceso comulgado,
En la jovialidad de la Misa negra?
Cada uno de vosotros me ha erigido un templo en su corazón;
¡Habéis, en secreto, besado mi trasero inmundo!
¡Reconoced a Satán en su risa vencedor,
Enorme y feo como el mundo!
¿Habéis, pues, creído, hipócritas sorprendidos,
Que se hace befa del amo, y que con él se trampea,
Y que es natural recibir dos premios,
Ir al Cielo y ser rico?
Es preciso que la caza se pague el viejo cazador
Que se aburrió largo tiempo acechando la presa.
Yo voy a conduciros a través de la espesura,
Camaradas de mi triste júbilo,
A través del espesor de la tierra y de la roca,
A través del montón confuso de vuestra ceniza,
Hasta un palacio tan grande como yo, de un solo bloque,
Y que no es de piedra deleznable,
Porque ha sido erigido con el universal Pecado,
Y contiene mi orgullo, mi dolor y mi gloria!"
—Entretanto, en lo más alto del universo, encumbrado
Un ángel proclama la victoria
De aquellos cuyo corazón dice: "¡Que bendito sea tu látigo,
Señor! ¡Que el dolor, oh, Padre, sea bendito!
Mi alma entre tus manos no es un vano juguete,
Y tu prudencia es infinita."
El son de la trompeta es tan delicioso,
En las tardes solemnes de celestiales vendimias,
Que se infiltra como un éxtasis en todos aquellos
De quienes ella entona las alabanzas.