LLOVIZNA

Descoloridas, heladas,
las casas
—-niches en hilera—
Se aprietan unas
contra otras.

El sol
juega
en jardines
lejanos;
sus pasos distantes
entristecen
la bóveda.

No logran hallarlo
los penachos de humo:
tumbados al nacer
se abrazan a las cruces
y traban las cúpulas.

Había un río a orilla
de la ciudad . . .
Se ha echado a andar
también,
mar adentro,
con pies
de felpa.

¿O lo ha tragado, lento,
el bostezo nebilnoso
de la tarde? . . .

Planchadas
contra el horizonte
están las chimeneas:
sus horouíllas cazan
con displicencia
las alas de ángeles mohinos
que, a grandes zancadas,
rozan las cornisas.

Una cinta de luz
lechosa
ata la cintura
de la ciudad:
las puntas desflecadas
del lazo
latiguean la bóveda
hasta que el polvo de agua
las empapa
y tumba.