Llegó Álvar Fáñez á Burgos

Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.


LXVI


L

legó Alvar Fáñez á Burgos

á llevar al rey la empresa
de cautivos y caballos,
de despojos y riquezas.

Entró á besarle la mano
después de darle licencia,
y puesto ante él de rodillas
este recaudo comienza:
—Poderoso rey Alfonso,
reciba vuesa grandeza
de un fidalgo desterrado
la voluntad y la ofrenda.
Don Rodrigo de Vivar,
fuerte muro en tu defensa,
por envidia desterrado
de su casa y de su tierra,
pide que con libertad
hable puesto en su defensa
y así quiero, por no errar,
decir sus palabras mesmas.
Dice: «que este dón pequeño
»toméis solamente en cuenta,
»que es ganado de los moros
ȇ precio de sangre buena;
»que con su espada en dos años
»te ha ganado el Cid más tierras
»que te dejó el rey Fernando,
»tu padre, que en gloria sea;
»que en feudo d’esto lo tomes
»y no juzgues á soberbia
»que con parias de otros reyes
»él pague á su rey sus deudas;
»y pues tú como señor
»le quitaste su facienda,
»que bien puede como pobre
»pagar con facienda ajena.
»Que fíes en Dios y en él,
»que te ha de hacer rico, mientras
»la mano aprieta á Tizona
»y el talón hiere á Babieca.

»Y que gustes que en San Pedro
»se pongan estas banderas
ȇ los ojos del glorioso
»Gran Príncipe de la Iglesia,
»en señal que con su ayuda
»apenas enhiestas quedan
»en toda España otras tantas,
»y ya se parte por ellas.
»Que te suplica le envíes
»sus fijas y su Jimena,
»del alma triste afligida
»regaladas dulces prendas.
»Y si nó su soledad,
»la suya al menos te duela,
»para que su gloria goce
»ganada en tan larga ausencia.»
No quisiera haber errado,
que en cada palabra d'estas
te traigo, rey, de Rodrigo
su descargo y su limpieza.—
Apenas dió la embajada
cuando la envidia revienta
de envidiosos lisonjeros
y corredores de orejas.
Movióse un conde agraviado
y díjole al rey:—Tu alteza
no dé crédito á estas cosas,
que son engaños que ceban.
Querrá ahora el Cid Rodrigo
con esto que te presenta,
venirse á Burgos mañana
á confirmar tus ofensas.—
Caló Alvar Fáñez la gorra,
y empuñando en la derecha,
tartamudo de coraje,
le dió al conde esta respuesta:

—Nadie se mude ni hable,
y el que se moviere atienda
que le fabla el Cid presente,
pues yo lo soy en su ausencia;
y cuando en mi pobre esfuerzo
cupiere alguna flaqueza,
la gran firmeza del Cid
me ayuda desde Valencia.
No le venda ningún falso
ni sus lisonjas le vendan,
que d’él y de mí, en su nombre,
no aseguro la cabeza.
Y tú, rey, que las lisonjas
acomodas y aprovechas,
haz de lisonjas murallas
y verás cómo pelean.
Perdona que con enojo
pierdo el respeto á tu Alteza,
y dame, si me has de dar,
del Cid las queridas prendas:
á doña Jimena digo,
y á sus dos hijas con ella,
pues te ofrezco su rescate
como si estuvieran presas.—
Levantóse el rey Alfonso
y á Alvar Fáñez pide y ruega
que se sosiegue, y los dos
vayan á ver á Jimena.