Literaturidad
Primera Edición 1996
Segunda Edición aumentada 2010
©Copyright
Antonio Domínguez Hidalgo
Insurgentes Norte 1917.
México, D. F. C. P. 07010
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Este libro se encuentra constituido por algunos ensayos sobre textos literarios y van desde mis primeros escritos juveniles hasta otros más recientes, pero siempre con la óptica de aplicar lo que en un tiempo aún se desconocía como semiótica literaria. Obvio que la lingüística y las tendencias de la poética y de la retórica de los años sesenta-setenta del siglo XX se transparentan en estos intentos de aplicación metodológica. La búsqueda por lograr una explicación de los sistemas sígnicos constituyentes de las obras literarias en pos de descubrir los rasgos que les dan ese carácter, subyace en todos ellos.
¿Qué es lo que hace literario a un texto considerado como tal? Era una pregunta que circulaba en los debates de diversas mesas de la Europa de los años mencionados y las conexiones con las escuelas formalistas rusas o estructuralistas francesas se hacían presentes en dichas discusiones. El materialismo histórico y dialéctico les cuestionaba su inmanentismo y su encerrona ideológica que las liberaba de compromisos sociales. Acusadas de meras taxonomías ahistóricas, se les criticaba como miserias de la razón. Sin embargo, las aportaciones que se realizaban con tales estudios intrínsecos, fueron abundantes; aunque con frecuencia se volvían meros descriptivismos; con cierto grado de utilidad, hay que reconocerlo.
Con la influencia materialista que tenía de mi maestro Arqueles Vela, se me ocurrió plantear un acercamiento que combinara ambos enfoques: desde la estructura inmanente de la obra literaria explicar la proyección que las estructuras sociales, infraestructuras y superestructuras, tenían en ella y podían ser explicadas semióticamente en una visión crítica integradora o globalizante: de lo sistémico al elemento y viceversa. Con estos puntos de vista propuse un análisis integral que permitiera ahorrar miopías sectaristas y descubrir el montaje de lo literario en los textos así denominados, con todas sus irradiaciones sémicas a lo socio histórico y cultural de los entornos que las habían generado. Esto es, la diseminación contextualizada.
De esta manera fui acercándome a aquello que los rusos llamaban “literaturisnaya” y le fui denominando literaturidad, o dicho de otro modo, como lo insinué arriba, en mi interpretación y propuesta, todo aquello que constituye el mundo de un texto literario: las equivalencias, expresivas y de contenido, con la realidad histórica que lo había producido y diseñado en las estructuras adecuadas para darle su solidaridad sígnica y su rango de literatura, como arte y no como cualquier escrito. Descubrir las refracciones de la realidad contenidas en el texto literario; las equivalencias a la indeterminación sustancial que nunca serían copias ni imitaciones de la vida.
La Glosemática de Hjelmslev fue mi mayor guía en la explicación inmanente o intrínseca; su adaptación a mi propuesta fue bien comprendida por quienes seguían mi profesorado, aunque si se quedaban en ella, sólo se lograba un descripcionismo taxonómico. Por eso tuve que complementarlo con los enfoques materialistas históricos y dialécticos, cual lo he advertido, que me permitían desentrañar las mencionadas refracciones de la realidad histórica que permea todo texto literario. Así surgió mi libro Iniciación a las estructuras literarias y su apreciación textual para intentar explicar el sistema de relaciones semióticas que se dan en una obra literaria y los mensajes que se desprenden de ella con el fin de una mayor aproximación a la literaturidad.
Los ensayos que presento al curioso lector muestran ese incipiente trayecto por el que he caminado en la aventura de describir, explicar y valorar la literatura. Acaso son meras aproximaciones, pero según dicen algunos críticos benévolos, muestran algunos hallazgos válidos.
LITERATURIDAD
Lítera, lítera,
literaturidad,
letras y letras
formando van
tantas palabras
que generarán
mundos diversos
de eternidad.
En cada esquina;
en algún rincón,
huele a poemas
sudando de amor
y por las calles
se ven pasar
los personajes
que se inventarán.
La fantasía;
la imaginación,
nos dan revuelcos
al corazón
y comprendemos
la sinrazón:
esto es la vida
con su sazón.
Lítera, lítera,
literaturidad,
qué refracción
de la realidad
con que equivale
la irrealidad
de una existencia
que fue verdad.
Una metáfora pergeñará
lo que no existe
ni existirá,
pero al leerla
tú sentirás
el cosquilleo
de la beldad.
Entre metábolas
se vestirán
las metataxas
que hacen pensar
en vericuetos
que explotarán
la historicidad
desconstruyendo.
Lítera, lítera,
literaturidad,
irradiaciones
de la sociedad.
Literaturidad.[1]
HABLEMOS DE LITERATURA.
La literatura es un tipo de lenguaje que tiene una finalidad de comunicación estética, compartida con todos los lenguajes artísticos, y que utiliza como canal, otro lenguaje que le sirve de expresión: Una lengua. Así se habla de literatura china o literatura griega, o literatura inglesa o francesa o italiana, porque se han realizado tales literaturas con las lenguas correspondientes. Con este punto de vista, la literatura hispanoamericana, escrita en español, puede llamarse desde el plano de su expresión literatura hispánica, aunque la visión del mundo latente en su contenido corresponda a otros pueblos, en mucho, distintos del español.
La literatura así, se vale de una lengua determinada, la sustancia de su expresión, para construir un mundo hecho con base en irradiaciones connotativas que el propio sistema de signos lingüísticos le proporcione y que refleje, de ese modo, aunque a veces sin proponérselo, el devenir socio histórico de un individuo y del grupo humano donde viva. Hace funcionar a la lengua diseminando la imaginación y la fantasía para construir una visión del mundo. La literatura, por tanto, es un lenguaje que trasciende la conciencia de los pueblos, a partir de la conciencia que las acciones vitales en un tiempo y un espacio, le dan.
Si retomamos el esquema general de la comunicación y sus factores y explicamos sus elementos en relación con el lenguaje de la literatura, podremos descubrir lo siguiente:
a) El emisor es un individuo: El “autor”. El es un productor, generador, creador de un mundo donde se entrecruza una determinada ideología con otra. A veces, la ideología es la dominante, en otras, es la que lucha por imponerse. En ocasiones la ideología es confusa y al defender la ideología dominante, impulsa la ideología en ascenso, y viceversa. Sobre todo, el emisor constituye el que da estructura expresiva y contenido a un texto, secuencia de enunciados, según un plan que él mismo ha determinado. El hecho de que tal emisor sea doble (dos autores: Sor Juana y su primo en Amor es más laberinto) o colectivo (el caso de ciertas epopeyas), no modifica en algo su función de organizador textual.
b) El receptor es facultativo, preciso e impreciso a la vez; es un público anónimo al que se dirige el mundo creado por emisor. Puede ser definido según ciertas limitaciones trazadas por el autor: Escribe para satisfacer a su público que funciona también como su mercado; o por la forma literaria seleccionada: Una novela de temática amorosa generalmente no es leída por el público de una novela de temática policiaca; o por el tipo de producción y de distribución comercial: libros de bolsillo, obras de lujo, tirajes limitados, etc.
La producción literaria se instala, por tanto, dentro de un proceso intelectual y un proceso económico: ganancia de un público (fama) o el reconocimiento cultural (prestigio de alto intelectual) o materialmente, fortificando monetaria (novelas rosas, pornografía, de chismes, etc.) El receptor así, resulta dialécticamente identificable. Se sabe que un público leerá tal obra, pero no se conoce directamente al lector clave.
c) El canal de comunicación más común es el libro, aunque en la antigüedad era puramente el soporte del habla y la tradición oral. El libro encierra el mundo de mensajes, la visión de un mundo, pero también, exteriormente contiene significaciones debidas a su formato, a su apariencia, a su portada. El contacto del lector con el libro es físico, antes que intelectual. Tal hecho favorece o desfavorece su lectura, verdadero acto concreto. El aspecto material del libro orienta al lector, leer algunos párrafos, observar algunas de sus ilustraciones, prestar atención a juicios críticos puestos en las guardas o en las contraportadas, etc.
Por lo anterior, el contacto psicológico entre emisor y receptor resulta diferente. El diálogo entre el autor y su lector es imposible y los intentos para establecerlos son casi ilusorios: correspondencia, conferencias, lecturas, dedicatorias, etc. Solamente las obras dramáticas, al ser representadas efectúan un tipo de comunicación entre el autor y su público, pero por medio de la puesta en escena y del trabajo de los actores. De modo general, el autor se encuentra separado de su lector por el espacio y el tiempo. El mensaje literario deviene difuso.
ch) El mensaje, en principio queda fijado por obra de la impresión, su conservación en bibliotecas, etc. Sin embargo, en la realidad, el contenido del mensaje varía según las disposiciones psicológicas y la experiencia propia de cada lector, así como la sensibilidad y los valores de cada época. El emisor envía un mensaje que en parte será recibido sin variar y en otra, modificado, reconstruido, según los sistemas de signos o códigos donde el receptor se desenvuelva. Toda lectura, como lo ha dicho un autor, es más o menos una traducción y una traición, pero gracias a este rasgo distintivo de la obra literaria, en relación con la escritura en general, nos habla constantemente y sin fin. De ahí la eternidad de la obra literaria: La Ilíada, o Gilgamesh o Mío Cid, siguen vigentes en cada momento histórico de la humanidad. Su carácter de vejez no se instala en la moda simple. La interpretación de los mensajes de una obra literaria, por tanto, variará de acuerdo con la experiencia vital y cultural del receptor.
d) El código es el elemento más complejo de la comunicación literaria, puesto que al utilizar la lengua, de por sí ya un código “sui géneris”, la matiza con combinatorias semánticas y fónicas innovantes que ponen la función poética en actividad con el propósito de romper lo establecido por los niveles comunes del habla y por tanto, del propio código, que lo abren a significaciones imprevistas. Esto hace que la comunicación literaria tenga un fin primordialmente estético y establezca un impacto artístico, con lo cual acomoda, sobrepone, imbrica, mezcla, al código de una lengua, un código estético más o menos complejo y variados códigos sociales y culturales a una transcodificación para ser interpretada.
e) El referente en la obra literaria resulta inexistente en la realidad objetiva, tal cual se presenta en el mundo concreto. Don Quijote y Sancho no son alguien en particular, sino referentes textuales cuya existencia se va dando al transcurrir el propio texto. Ahí se realizan, se fortifican, se recrean. Se vuelven refracciones de la imaginación y de la fantasía que genera un entorno sociocultural. El lenguaje literario, así, no es directamente referencial o denotativo, sino sólo conceptual. En un poema que habla de un “árbol”, la palabra envía a un concepto conocido por el lector, aunque no sea comprobable por éste, observable. Al leer, el lector va “destejiendo” los elementos según la significación que toman en sus relaciones con los demás. El mensaje literario crea sus propias normas a partir del código estético adoptado por el emisor. No se pueden leer los elementos separados del mensaje sin integrarlos en un sistema cerrado que constituye la obra literaria. Mas allá de los referentes conceptuales comunes al autor y al lector, la obra literaria crea su propio sistema de referentes textuales. Toda obra literaria, por más oscura que sea, presenta sus interpretaciones generales a partir de su propio sistema.
Y he aquí donde el proceso de connotación entra en juego. Recuérdese que se denomina connotación a todo aquello que un morfema o un sintagma puede proponer, relacionar, sugerir, con claridad o confusamente, aparte de sus sentidos o significados comunes dados por la denotación. Por tanto, el sistema que constituye la obra literaria se abre, gracias a la connotación. Por la connotación se crea y se desarrollan, a partir de un nivel común de la lengua, sentidos diversos a lo originalmente denotado. Lo que importa, sobre todo, en un texto literario es el poder de sugestión de las palabras más que la significación evidente de ella. Las connotaciones dan, pues, el sentido referencial-conceptual al texto.
Lo anterior trae como consecuencia que al leer una obra literaria se impone una lectura en muchos niveles. La comunicación literaria no es directa ni sencilla, sino ambigua y compleja. Exige un esfuerzo por parte del lector. Sin embargo, existe una literatura de gran consumo que al ofrecer escasa connotación y limitarse a presentar estereotipos de fácil acceso, seduce a los públicos y vence a las grandes obras de la literatura en cuanto a su mayor número de lectores. Tales obras llamadas de “subliteratura” no crean sistemas novedosos de significaciones y al basarse en sistemas sígnicos aceptados por todos, resultan exitosas y restan el acercamiento a las obras trascendentales de la literatura. Novelas de temática amorosa o policiaca que repiten arquetipos, clisés literarios, estructuras sencillas, enredan con su intrascendencia a un público enajenado y lo entretienen, lo distraen de los grandes problemas humanos, como para que no se den cuenta de los tejemanejes económico-políticos a los que se hallan sujetos.
Por último, la connotación también tiene existencia fuera de la obra literaria en la comunicación afectiva y en la conativa: chistes, dobles sentidos, publicidad, etc. Sin embargo, se debe aclarar que en un mensaje literario, éste contiene el valor que le otorga la comunicación poética.
Al leer una obra literaria trascendental enriquecemos nuestra visión de la vida, del ser humano, de la filosofía (acción de la vida), de la cultura, de la naturaleza; en tanto que con subliteratura, sólo distraemos por ratos nuestro afán de realización personal, nuestro aburrimiento, nuestra insatisfacción y estaremos como huyendo del mundo, fracasados quizás en nuestros propósitos de superación humana.
Una obra literaria trascendente, en cambio, con su madurez creadora nos dará muchas respuestas a las dudas que con frecuencia nos asaltan en la vida cotidiana. Pensamos que al leer a Balzac o a Stendhal, a Joyce o a Faulkner; a Nezahualcóyotl o a Sor Juana; a Lizardi o a Payno; a Borges o a Storni, entre tantos, descubriremos una visión del mundo, profunda, y estimulante; mientras que al leer el Kalimán, Lágrimas y Risas, historias de vaqueros o de detectives, sólo estamos siendo usados como objetos que producimos dinero a los negociantes de la frustración humana. Y eso ya es otra cosa, no literatura.
HACIA UN ANÁLISIS INTEGRAL DE LOS TEXTOS LITERARIOS
Abordar un texto literario con propósitos de estudio, más que de mera diversión, requiere tener una serie de herramientas y estrategias para descubrir ese laberinto de sentidos que un cuento, un poema, una leyenda o una novela, entre otros formatos de la literatura, presentan en su manifestación escrita.
Por supuesto que se puede leer simplemente una obra literaria sin más propósito que disfrutar de su trama y enterarse de lo que trata; de sus contenidos famosos; de impactarse con sus personajes o gozar con el ritmo de sus usos lingüísticos así como determinadas emociones que nos pueda proporcionar. Todo ello constituye un acercamiento lector superficial y acaso evanescente, tal como sucede con los éxitos de librería denominados “best sellers” o como en la tradición escolar acontece con las clases de literatura donde se atiborra al alumnado con fichas bibliográficas y con apariencias de comprensión lectora, radicadas de modo exclusivo en saberse el argumento del texto literario asignado. Se lee o se finge leer para cumplir con una calificación y nada más.
Sin embargo, existe una finalidad más trascendental de la lectura de una obra de literatura y ésta consiste en descubrir todas las sutiles conexiones que constituyen su estructura y que van generando muchas posibilidades de mensajes, sorprendentes en la mayoría de las veces. Esto permite al lector efectuar una especie de buceo por el tejido textual de la epopeya, de la obra dramática, de la crónica, del ensayo o de cualesquiera de las variedades literarias arriba citadas.
Para ello ha de prepararse con propósitos más profundos, como son los de comprender cómo la literatura resulta una equivalencia a la realidad de su tiempo de producción y por tanto una refracción de los acontecimientos de la vida humana, sus vicisitudes y sus enfrentamientos a las formas de pensar y actuar de variadas épocas históricas. La lectura entonces se convierte en fuente de sorpresas que nos permiten una mejor comprensión de la producción de la obra literaria, sus intenciones, su importancia como reveladora de significaciones que hablan de los valores existenciales de la humanidad.
Todo estilo de vida estructura de una manera específica el estilo de la obra literaria. Un mundo esclavista o feudal transfiere su ideología a la epopeya, por ejemplo. Un sistema social mercantilista se dejará sentir en las obras literarias, y de arte, en general, con determinados rasgos que al contrastarse con los de mundos previos o posteriores, la ubicarán en el decurso de la experiencia humana, de sus angustias, de sus esperanzas, de sus opresiones, de sus emociones, de sus sueños y de sus realidades.
Si un lector que se aproxime a leer un texto literario: cuento, novela, epopeya, poema, ensayo, crónica, drama, se prepara con nociones, por lo menos, de cómo, porqué y para qué se ha constituido la obra que lee, su captación será más enriquecedora de sus competencias cognitivas y afectivas.
Leer a ciegas puede llevarnos a no darnos cuenta o dejar pasar inadvertidos, los tesoros que laten en los textos literarios. Si se conoce, aunque sea algo de la teoría producida en torno de ellos, podremos incrementar nuestro deleite de descubrir en un mundo de fantasía e imaginación que constituye la verdadera literatura, las raíces de sus realidades profundamente humanas.
Discurrir cómo se puede transitar por la obra literaria apreciando sus planos y sus estratos para poder aplicar la teoría de lo literario en un vasto panorama de textos clasificados como gran Literatura, es lo que el lector estudioso encontrará en este ensayo.
Ahora bien, se requiere advertir que la propuesta se circunscribe a un enfoque que he denominado integral, pues se intenta lograr un equilibrio entre los enfoques extrínsecos e intrínsecos de los cuales he hablado en mi Iniciación a las estructuras literarias de 1973.
Recuerde el lector que se denominan enfoques extrínsecos a todas aquellas propuestas de análisis literario que ven en la obra de literatura un simple resultado de su ambiente social. Desde ángulos contextuales e intertextuales efectúan sus aproximaciones a la literatura. En ocasiones han reducido a la obra literaria como un simple pretexto para hacer historia, sociología, antropología o tema de erudiciones, con lo cual, la construcción sígnica que la obra literaria contiene ni siquiera es considerada para emitir valoraciones de su potencia semiósica, es decir, generadora de sentidos por sus propias combinaciones de signos lingüísticos.
Por otro lado, son enfoques intrínsecos aquellos que, al contrario de los extrínsecos, sólo ven en la obra literaria un constructo lingüístico que deviene el único objeto de estudio para ellos. Aquí se van al punto opuesto de desprender a la obra de literatura del mundo social que la produjo y para nada se toma en cuenta. Sólo importa su armazón y el mundo que presenta sin considerar su conexión como refracción de la realidad.
Al sumir un enfoque integral, se intenta conseguir que se estudie la obra literaria, primero intrínsecamente y luego relacionarla con los factores extrínsecos que la generaron y que sin duda reflejan equivalencias a las realidades socioculturales de la época en que fue producida con sus respectivas marcas ideológicas que las conectan con determinados hechos sociales.
El análisis integral comienza con la lectura inmediata de la obra que se vaya a estudiar y en esto se parece a la lectura superficial que se realiza por quienes sólo quieren encontrar diversión, entretenimiento o distracción. Es una lectura de superficie o de primer impacto.
En seguida se da paso a una segunda lectura, luego de haber captado el mundo contenido en la obra durante la primera aproximación lectora. Ahora se propone estudiar al texto literario por medio del descubrimiento de su plano de expresión, luego el de su contenido y rematar con el interpretante que conecta al lector o lectora, con lo extrínseco a la obra de literatura y la ubica en los estilos literarios a los que pertenece, la “periodiza”, le asigna un período estilístico de autor y de época, y le da su valor histórico, social, cultural, filosófico, etc.
Por la experiencia que he logrado en la conducción de mi alumnado para que no sólo disfrute de los textos literarios, sino los asimilen a su mundo personal como joyas humanísticas de aprendizajes para la vida, un enfoque integral parece ser el que mejor resultado me ha dado. Ni erudición ni pretextos, sino la comprensión de aquello que hace literario a un texto: la literaturidad o la esencia y sustancia de la literatura como máxima generadora de procesos cognitivos en el ser humano y gran instrumento para una educación neohumanística.
Ahora bien, luego de haber comprendido los principales apoyos teóricos para analizar el texto literario y de aplicar un análisis integral, intrínseco-extrínseco, el lector tiene una herramienta para ubicar las obras literarias, por su expresión y sus contenidos, en las distintas épocas en las cuales se han producido y también entender el porqué los autores escribían sus textos, como atestiguan sus manifestaciones específicas: cuentos, novelas, epopeyas, dramas, crónicas, ensayos, poemas.
Ahora tocaría definir lo que es el estilo, el estilo de autor y los variados estilos de época. Con ello se abre paso a la competencia del lector para efectuar taxonomías literarias, es decir, clasificaciones que obedezcan a su rigurosa lectura literaria integral.
Mientras el estudioso de lo literario lea más literatura, descubrirá diversos esquemas que pueden servirle como claves para aplicarlas en la lectura de la mayor diversidad de obras literarias.
Además, quien así tenga el deseo de hacerlo, si luego de la lectura elabora un gráfico donde destaque la secuencia de acontecimientos leídos, por ejemplo en una obra narrativa, y señala los personajes participantes y los marcos de su desenvolvimiento, esto le permitirá objetivamente producir un modelo generador de un texto nuevo, inspirado en el leído, para iniciarse en la escritura literaria. Lo mismo puede hacer con la obra lírica o con la dramática.
Una vez descubiertas las estructuras literarias básicas, el lector o la lectora, podrá servirse de ellas para planificar sus propias obras literarias. Sabrá como estructurarlas; como ordenar sus componentes; como asentar el mundo sensible, narrable o dramatizable que imagine o que lo inspire para lanzarse a la escritura de poemas, ensayos, cuentos, crónicas, novelas, dramas, y por qué no, incluso, epopeyas con nuevos rasgos que hoy la sociedades y culturas presentan.
Para fortificar tal entusiasmo, dotarse de un elenco biográfico de grandes autores de la literatura resulta muy estimulante. Creo que saber, aunque sean unos breves datos sobre la vida de estas figuras de la literaturidad, puede orientar el camino no sólo al futuro escritor, sino al lector que encontrará una guía de la vida de quienes han construido el maravilloso mundo de las obras literarias. Informarse con brevedad de los escritores que acaso ni idea tiene el lector de su existencia, resulta un útil acercamiento orientador, a la lectura de las obras que los hicieron grandes maestros de la literatura.
Una aclaración se hace pertinente: como es obvio, toda selección que se efectúe resultará siempre incompleta y muchísimos escritores quedarán inadvertidos, sin embargo, en descargo, otras fuentes biográficas pueden ser consultadas en variadas bibliografías que aparecen en las historias de la literatura.
Con estas investigaciones simultáneas a la lectura de una obra literaria se descubrirá el ámbito de los protagonistas de la literatura y los argumentos que han estructurado a muchas obras trascendentes de la literatura universal; por supuesto, como se dijo en relación con los escritores, sería imposible contenerlos todos. Lo mismo puede afirmarse de los protagonistas, quienes como personajes de grandes obras literarias se han convertido con frecuencia, en modelos de la conducta humana. Así se habla del complejo de Edipo; o se comporta como un Hamlet; eres un Quijote; es un Tenorio; no te sientas el Ulises, etc.
Tener una idea muy general del asunto de un determinado texto novelesco, epopéyico, cuentístico, poético, dramático, ensayístico o de crónica da apoyos para comprender mejor su lectura y contrastar lo que sabíamos de ella y lo que en realidad se aprecia. Y por supuesto, se hace necesario aclarar que saber el argumento de obras de la literatura no significa para nada que proponga sustituir el acercamiento integral al texto por medio de un, acaso, muy apretado resumen. Es solo facilitar el panorama de la obra literaria en estudio, con el propósito de ahorrar la clásica distracción del “se trata de”. Conocido a grandes rasgos el contenido de una obra literaria, por experiencia sabemos que se despierta mayor interés por leer el texto original y sorprenderse por el tejido textual que le va dando formas sorprendentes y ni siquiera sospechadas en un resumen argumental. Por eso es que cuando se relee una obra literaria descubrimos nuevos recovecos en ella.
El hecho de promover que se sepan argumentos y personajes obedece más a un criterio orientador que a un punto de vista iluso de sustitución de una obra total por un remedo de su contenido. Ello sólo da luz al abordaje de determinada obra de la literatura. Imposible, como se dijo arriba, sería conocer todas las manifestaciones literarias de todos los pueblos de la Tierra, sin embargo, se ha de procurar elegir las más representativas.
Los argumentos sólo narran los hitos más importantes de las obras literarias elegidas; los acontecimientos o acciones que les han dado fama y los personajes sólo pueden ser constitutivos de los saberes personales de toda persona culta. Si alguien no sabe quien fue Celestina o Sancho o Tartufo; el Periquillo Sarniento, el Lazarillo de Tormes o Pito Pérez, deja mucho que desear sobre su educación en estos rubros intelectuales.
Tal educación literaria básica que debía comenzar desde la infancia y prolongarse permanentemente durante toda la vida, así lo exige. Un cuadro de contenidos que organizara un currículo literario escolar, sin duda, entonces, tendría que darle un fuerte peso a la lectura de textos y formatos literarios apropiados para cada edad, según se presenta en los cuadros que siguen:
EDAD ESCOLAR |
TEXTOS LITERARIOS RECOMENDADOS |
PREESCOLAR |
Rimas, canciones, coplas, trabalenguas, poemas rítmicos, adivinanzas, cuentos maravillosos, relatos absurdos, fábulas, noveletas de aventuras y de mundos mágicos, pequeñas obras de teatro: guiñol, comedietas, etc. |
EDUCACIÓN PRIMARIA |
Poemas, poemas humorísticos, coplas, romances, canciones, seguidillas, cuentos maravillosos, relatos absurdos, leyendas, mitos, fábulas, parábolas, novelas y cuentos de aventuras, de ficción científica, de misterio, epopeyas adaptadas, teatro guiñol, comedias, comedias musicales, crónicas, etc. |
EDUCACIÓN SECUNDARIA |
Cuentos y novelas de terror, románticos, realistas, de ficción científica, de aventuras, de magia; mitos y leyendas de todo el mundo, epopeyas adaptadas, fábulas, crónicas de viajes y de sucesos, corridos, canciones, poemas, comedias; ensayos breves, transformaciones de relatos a radionovelas, video clip, filmes, etc. |
Ante todo, este caudal de propuestas puede servir como guía firme en el logro de una competencia lectora literaria de excelencia.
PARA UNA SEMIÓTICA DEL RELATO
Defino al relato de una manera muy sencilla: la representación de una secuencia de acontecimientos. Expliquemos los dos términos de esta definición para mayor precisión con la ayuda de este ejemplo:
Los pandilleros raptaron a la muchacha. Juan Claudio la libera.
El acontecimiento aquí representado es la liberación de una muchacha.
Precisemos: un acontecimiento es una transformación, un pasar de un estado X a un estado X’; la muchacha prisionera/la muchacha liberada. Un accidente de tránsito es un acontecimiento que provoca el paso de un estado X (automóvil intacto) a un estado X’ (automóvil accidentado) el accidente de tránsito no es un relato; sólo cuando es representado, relacionado con alguien.
El relato es una convención que no existe en el nivel de los acontecimientos mismos, sino en abstracción, porque ello siempre es percibido y contado por alguien, pero siempre como un referente distanciado o imaginado.
Estos dos elementos, representación / acontecimiento, deben ser considerados como condiciones necesarias para obtener un relato. Se ha dicho que un acontecimiento no representado no es un relato; de igual manera una representación sin acontecimiento no constituye un relato, sino una descripción.
Si el estado X no cambia desde el principio hasta el final en estado X’ no es un relato, sino una descripción. Notamos así que la descripción se encuentra al servicio de la narración. “La descripción siempre es naturalmente ancilla narrationis, siempre esclava necesaria, siempre sumisa, jamás emancipada. Hay formas narrativas como la epopeya, el cuento, la novela, la crónica, donde la descripción puede ocupar un lugar muy grande, materialmente el más grande, sin dejar de ser, como por vocación, un simple auxiliar del relato. No existen “géneros descriptivos” de acuerdo con Gerard Genette.
Cuando un texto no presenta transformaciones en el nivel de su macroestructura es porque se trata de una descripción.
La estructura general de un relato se inscribe sobre un eje semántico del tipo:
grandepequeño
La relación entre grande y pequeño es a la vez de conjunción y de disyunción: los dos términos tienen un denominador común la medida (grande/pequeño del contenido; pero se encuentran en las extremidades del eje; se oponen entre sí.
Greimas da otros ejemplos en su Semantique Structurale, Larousse, 1966. P17:
EJE SEMANTICO |
S |
S’ |
AUSENCIA DE COLOR: |
BLANCO |
NEGRO |
CARRETERA |
NACIONAL |
ESTATAL |
Apliquemos este modelo al relato de un accidente de tránsito:
EJE SEMANTICO |
S |
S’ |
ESTADO DEL AUTOMOVIL |
INTACTO |
ACCIDENTADO |
En un cuento cualquiera puede ser la estructura general.
EJE SEMANTICO |
S |
S’ |
SITUACIÓN DE LA PRINCESA |
LIBRE |
ENCANTADA |
Para constituirse un relato, el eje semántico se inserta en una sucesión temporal.
Las articulaciones S y S’ corresponden a las situaciones inicial y final, donde el paso de una a otra se produce en un momento determinado al que llamamos T.
El relato se organiza en función de su fin: es la situación final la que ordena toda la cadena de acontecimientos anteriores. Como dice Gerard Genette, “el autor sabe desde un principio cómo terminará y es por tanto en función del fin que seleccionará el medio”. Estas determinaciones forman lo que llamamos la arbitrariedad del relato, es decir, no del todo la indeterminación, sino la determinación de los medios por los fines, y para hablar más, grosso modo, de causas por los efectos. Es esta lógica de la ficción, lo que obliga a definir todo elemento, toda unidad del relato por su carácter funcional, esto es, entre otros, por su correlación con otra unidad, y a dar cuenta de la primera (en el orden de la temporalidad narrativa) por la segunda y así sucesivamente, donde el descubrimiento de la última es lo que ordena a todas las otras.”
En el eje semiótico S/S’. S es la situación normal del relato y S’ la final (causa-efecto).
situaciónsituación
Procedimiento para descubrir la estructura general:
1º Leer completo un relato.
2º Observar la situación inicial.
3º Buscar la solución inicial correspondiente. Esta debe presentar por lo menos un rasgo común y un rasgo diferente en relación con la situación final. Si no consideramos la situación final, no sabremos qué rasgos serán pertinentes (segmentados) para delimitar la situación inicial. Esta situación inicial no se localiza siempre al comienzo exacto de la primera línea del relato, ni en el primer parágrafo, ni se genera, a veces, en los primeros capítulos. El análisis debe reconstituirse seleccionando los rasgos que el relato retendrá, siempre en relación con la situación final.
4º Anotar en qué momento tiene lugar la transformación, y si ésta es progresiva o de un solo golpe.
Para profundizar en el análisis del relato debemos tomar siempre en cuenta los siguientes elementos:
a) Los episodios.
b) Las secuencias.
c) Los roles actanciales.
d) Los programas narrativos.
e) El cuadrado semiótico.
f) Los niveles de análisis.
Las obras de Genette, Todorov y sobre todo, Greimas, apoyados en Hjelmslev y Propp, fundamentalmente, desarrollan esta exhaustiva práctica textual para desentrañar la estructura del relato o narración.
En nuestra obra Iniciación a las estructuras literarias y su explicación textual hemos explicado con mayor detenimiento las investigaciones de esta famosa escuela “narratológica”.
LA SIMETRÍA ESTRUCTURAL DE CANEK O EL ISOMORFISMO
Canek, el libro de creación más elogiado de Ermilo Abreu Gómez, constituye uno de los más claros ejemplos dentro de la literatura mexicana del siglo XX en donde la simetría literaria y gramatical obtenidas se complementan para darle una estructuración armónica tanto en el mundo presentado como en la armazón que le da forma.
Construido en un todo cuya unidad resulta del enlace gradual de cinco grandes componentes:
A (Los personajes)
B (La intimidad)
C (La doctrina)
CH (La injusticia)
D (La guerra)
Canek va presentando una secuencia en donde a través de concisas manifestaciones lingüísticas, ubicadas en las estructuras más elementales de la lengua española, se avanza hacia el mensaje generador de las ideas que integran el libro.
Así, (A+B+C+CH+D), en sus relaciones interdependientes, se subdividen en varios constituyentes estructurales que al enlazarse dan a la obra, no sólo sus características formales, sino también los recursos valiosos que ayudan a la intención estética del autor.
El componente A (Los personajes) se segmenta en seis pequeñas totalidades autónomas, en caso de lectura aislada, y a la vez, dependientes unas de otras en una visión de conjunto. El componente B, está integrado por cuarenta y siete segmentos donde se repite la observación anterior y así, de manera semejante, todo el libro. Cada una de las estructuras descubiertas vale por sí sola como pequeña obra literaria y constituye su unidad poemática aislada de la integración del conjunto poético que es Canek. Por ejemplo:
Del componente A, el segmento número 5:
“El Padre Matías decía misa por las tardes. Además todas sus misas eran con sermón. En los sermones no hablaba de la doctrina ni de los milagros; prefería explicar cosas relativas a la injusticia de los hombres. La iglesia donde oficiaba se llenaba de gente; es decir, de indios. Los ricos se quedaban en casa, murmurando. A los que le llamaban la atención por su conducta contestaba:
¾Has de saber que para esto tengo permiso del señor obispo.
Las limosnas que recogía para el culto las repartía entre los indios.
A los que les pedían explicaciones por esto, decía:
¾Has de saber que el Padre Matías le dio permiso al Padre Matías para hacer la caridad del mejor modo posible.”
Del componente B, segmento número 14.
¾¿Es cierto Jacinto, que los niños que se mueren se convierten en pájaros?
¾No sé, niño Guy.
¾¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se vuelven flores?
¾No sé, niño Guy.
¾¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren van al cielo?
¾No sé, niño Guy.
¾Entonces, Jacinto, ¿dime qué les pasa a los niños que se mueren?
¾Los niños que se mueren, niño Guy, despiertan.
Del componente C, integrado por 39 segmentos, la número 38:
Canek dijo:
¾¿Y para qué quieren libertad si no saben ser libres? La libertad no es gracia que se recibe ni derecho que se conquiste. La libertad es un estado de espíritu. Cuando se ha creado, entonces se es libre aunque se carezca de libertad. Los hierros y las cárceles no impiden que un hombre sea libre, al contrario. Hacen que lo sea más en la entraña de su ser. La libertad del hombre no es como la de los pájaros. La libertad de los pájaros se satisface en el vaivén de una rama; la libertad del hombre se cumple en su conciencia.
Del componente CH, integrado por veinticuatro segmentos, la número 17:
“Miguel Kantun, de Lerma, es amigo de Canek. Le escribe una carta y le manda a su hijo para que haga de él un hombre. Canek le contesta diciéndole que hará de su hijo un indio”.
Y del componente D, integrado por treinta segmentos, el número 30 justamente:
“En un recodo del camino a Cisteil, Canek encontró al niño Guy. Juntos y sin hablar siguieron caminando. Ni sus pisadas hacían ruido, ni los pájaros huían delante de ellos. En la sombra sus cuerpos eran claros, como una clara luz encendida en la luz. Siguieron caminando y cuando llegaron al horizonte empezaron a ascender.”
Como se habrá observado, cada uno de los textos escogidos es independiente y capaz por sí solo de comunicar un mensaje estético a través de su pequeña armazón gramatical que encierra múltiples aspectos generadores de las más variadas connotaciones.
Esta distribución estructural del mundo presentado en la obra, le da un rasgo peculiar de simetría, en donde las circunstancias inútiles son evitadas; las palabras de más, impedidas; los rellenos, olvidados; lo cual confirma las apreciaciones de los críticos que han enjuiciado la obra desde un punto de vista meramente subjetivo, de contagio emocional, de intuición, ya que poco se han preocupado por describir lo que causa ese efecto de “decir sólo lo que se quiso”, “no hay vocablo que sobre o que falte”. Y todo se ha reducido a una interpretación impresionista en la que sólo se ve el contenido, importantísimo sí, pero arbitraria, ya que la forma como está presentado y que es fundamental para lograr la simetría, se descuida, pues se cree que con decir “hermosa prosa”, basta y nunca, o muy pocas veces, se pregunta por qué, como funcionan los elementos que estructuran la prosa, cómo están distribuidos, cuáles son sus combinaciones, qué es lo que hace el logro de determinados efectos, etc.
Por eso el objeto de este esbozo, aunque no tan exhaustivo como se debía por el espacio dedicado a este trabajo, pretexto muy usual, es observar a grandes rasgos con criterio semiótico lo que hasta ahora, quizá por pereza mental o por considerarlo poco importante, se ha hecho a un lado por la mayoría de los críticos en México: la estructura, la forma, ya que el efecto que produce la presentación aislada de datos impresionantes extraídos del mundo relatado obedece sin duda al aprovechamiento de una sistematización en donde los elementos que integran la obra están íntimamente relacionados y dan origen a ese impacto poético, tierno y dolorido de quien lo lee y creado por medio de una lengua llana, escueta, a veces recargada de sencillez, en donde los verbos realizan el enriquecimiento móvil, sin adverbios constantes , en dónde la sustantivación predomina sobre los adjetivos que sólo son usados para dar mayor potencia al núcleo de los sintagmas o de los complementos verbales, si no veamos los siguientes ejemplos de las estructuras gramaticales empleadas.
“Tumbado sobre la tierra, Guy mira pasar las nubes. (Sintagma oracional de primer grado). Hace horas que está ahí, absorto en el viaje de las nubes. (Sintagma oracional de segundo grado) Canek le acompaña y le sonríe con sonrisa buena, como lavada. (Sintagma oracional de segundo grado).
Habla Guy: (Sintagma oracional de primer grado).
Dentro de ellos viven los fantasmas. (Sintagma oracional de primer grado).
Cuando los fantasmas duermen, las nubes son blancas, vuelan despacio para no despertarlos. (Sintagma oracional de tercer grado). Cuando los fantasmas se enfurecen, entonces las nubes se tornan negras, se agrietan y estallan. (Sintagma oracional de cuarto grado).
Canek preguntó: (Sintagma oracional de primer grado).
¾¿Y nunca salen los fantasmas de las nubes. (Sintagma oracional de primer grado)
¾Cuando salen de las nubes, las nubes desaparecen. (Sintagma oracional de segundo grado)
¾¿Entonces qué son las nubes? (Sintagma oracional de primer grado)
¾Las nubes, Jacinto, son la sombra de los fantasmas. (Sintagma oracional de primer grado)
Canek sonrió con sonrisa buena, como de imagen. (S.O. de primer grado. ) Arriba caminaban las nubes blancas (Idem). Dormían los fantasmas. (Idem)
Como se observará de inmediato, el estilo producido por el manejo de sintagmas oracionales de primer grado al principio, combinados con sintagmas oracionales más complejos al centro para terminar el párrafo con sintagmas oracionales de primer grado, otorgan a la prosa de Ermilo Abreu Gómez un ritmo ascendente/descendente. Esto puede aplicarse a todo el libro en donde el autor quiso efectuar ese movimiento de su norma lingüística que reforzara la intención estética y más allá, la social y la filosófica.
En este fragmento, podríamos hacerlo en todo el libro, fácilmente localizamos la riqueza sustantiva, pues aunque solo fueron empleados diez sustantivos (tierra, Guy, nubes, horas, viaje, Canek, sonrisa, fantasma, horizonte, sombra), de tal manera los va combinando, en especial nubes y fantasmas, que la repetición, que podría caer en monotonía y hasta en pobreza de vocabulario, produce ese impacto de sencillez acrecentado por los verbos y sus variantes (Tumbado, mira pasar, hace, está, acompaña, sonríe, lavada*, habla, viven, duermen, son, vuelan, no despertar, mecen, llevan, despiertan, vuelven, se agazapan, se enfurecen, se tornan, se agrietan, estallan, preguntó, salen, desaparecen, caminaban, dormían, 27 en total, que dan la potencia de movimiento a la narración dialogada, “como si se mirara directamente la movilidad de las nubes“, y los modificadores (adjetivos y adverbios), escasísimos (6 adjetivos: Absorto, buena, lavada* blancas, grises, negras, y 6 adverbios: ahí, despacio, no, lejos, nunca y arriba.), sólo surgen para dar mayor vigor a la expresión en la que predominan las construcciones sintagmáticas coordinadas en relación con las subordinadas.
Por estas observaciones, que bien podrían multiplicarse en mayores análisis directos, objetivos, sobre la estructura total de la obra, exhaustivos y sin ambigüedades, podemos concluir que Canek, sin mencionar en este momento su valor de contenido, presenta una simetría clara en su armazón literaria y gramatical que la define específicamente en la literatura mexicana.
En resumen, y llevada a la abstracción, nos resulta el siguiente esquema final de la estructura simétrica de Canek:
ET* *(A+B+C+CH+D)¾>(146)¾>(S.O. de la 1 a 4 grados)*
A¾>6 (S.O. de 1 a 4 grados)
B¾>44 (IDEM)
C¾>39 (IDEM)
CH¾>17 (IDEM)
D¾>30 (IDEM)
Para hacer más exhaustiva esta descripción habría que analizar el número de sintagmas oracionales de cada grado. Comparar su distribución en cada texto. Observar sus rasgos en comparación del contexto y analizar la estructura de cada sintagma hasta agotar el análisis de la forma sonora y concluir en el por qué de la simetría observada, ya adelantada en párrafos anteriores, de Canek, la obra maestra de Ermilo Abreu Gómez. Mas por ahora, aquí nos detenemos.
NOTACIONES.
- Lavada: función bivalente en el texto.
E.T.: Estructura Total.
¾> contiene
( ) conjunto
S.O.: Sintagma oracional.
EMMA GODOY O LA NOSTALGIA TEOGÉNICA DEL POEMA
Realizar una aproximación a la poesía de Emma Godoy siempre se convierte en un laberintoso oficio de desciframientos simbólicos, donde cada palabra se multifurca en una variada gama de semas virtuales que nos conducen, inducen, reducen, indefectiblemente, a la ideología hierática de lo inconsciente colectivo manejada a propósito de intenciones estéticas.
Y si entendemos al símbolo como un signo meta polisémico, es decir, generador de múltiples informaciones que subyacen tras su manifestación material, o representamen, los enunciados que conforman cada poema de Del torrente, reciente muestra publicada de la labor poética de Emma Godoy, continuación de Pausas y Arena, se presentan recargados de mensajes míticos y filosóficos. Así, en el poema que abre el libro, denominado Puerta de Marfil, encontramos un enigma que se va resolviendo ante el avance de los motivos secuenciales que modelan el motivo nuclear: Freno ante lo demoniaco y la lucha por no caer en ello.
Los ángeles que remachan la puerta vuelcan la anunciación de una promesa: El marfil que connota dureza, castidad, inocencia, fortaleza, eleva al hablante lírico a una interminable lucha por vencer su propia rebelión sedienta de voluptuosidades; las cabras, la luna, la fogata, la danza, la primavera, la vid, a un paso de su puerta, hipnotizan el deseo y lo incitan a la orgía. Y el temple de ánimo se agita, se golpea, aúlla, sangra, muerde sus arterias, quiere escapar hacia el convite, sucumbir devorado en la vorágine, hundido en bacanales, desgarrado en las entrañas de la madre tierra. Mas la puerta está ahí; reforzada por arcángeles, impidiendo la salida; testigo del delirio transmutado en fiebre lírica de metáforas e imágenes simbólicas. Y sobre la tentación, el amor, para que todo exista; el amor, para que preludie el sueño y se hagan realidad las ilusiones de ver a Dios, de palparlo, de fundirse con él.
La lírica de Emma Godoy circula por todas las categorías poéticas y asciende, desde la mera designación transparente, simbólica o alegórica, hasta las más complejas totalizaciones que eclosionan en la más trascendental de todas: el mito, pasando por constantes desplazamientos comparativos, metafóricos o metonímicos.
Una sed mito erótica se percibe en cada uno de sus poemas y una pasión desorbitada los mueve en una potente emotividad orgasmática, donde la culebra sexual se sublima en un arrobamiento místico: entrega insólita, en nuestro tiempo, a lo inalcanzable. Poetisa y hablante lírico se confunden y mezclados en contundentes combinatorias léxicas, arrebatan lo terrenal y se fusionan en lo divino, transubstanciación que en el retorno a la realidad deviene nostalgia de lo no tenido, de lo inasequible y se vuelve llanto, angustia, desolación:
Este vacío ¾tú, sin ti¾
ay, cuán mío, cuán tristemente mío.
Y luego esperanza de morir sin muerte para ver si así encuentra la silueta de lo amado:
¡Si pudiera,
sin morir con él, hundir
mi corazón de siglos en las aguas
del silencio de Dios!...
Y el lirismo exaltado prorrumpe las murallas, las cúpulas, los altares, el incienso, hosannas y aleluyas, sin encontrar nada más que la febril sustitución del mundo real en un universo imaginario:
“El universo fue mi esposo
y es mi hijo”.
Y tras la palabra verdadera, el certero engañarse ante la no aceptación de una soledad.
“Odio mi corazón:
que nunca ha sido mío”
Y seguir la búsqueda, la nostalgiante búsqueda de Dios, un dios al que quisiera decírsele tres sílabas desnudas: “Te amo” y que sin embargo, reprime para que no despierte su boca, “como un sabor de pájaros heridos” ante la desidealización.
Descubrimos así que la pasión contenida, retenida, tenida, sostenida, opta por manifestarse en fuegos, llamas, incendios, flamas, llamaradas, pues la hoguera donde se atormenta el hablante lírico no se apaga porque no satisface el encuentro deseado; sólo lo incluye; lo persigue, lo sigue, lo resigue, pero siempre a la zaga, sin poseerlo, quizá premeditada y pánicamente para no ser en la decepción del descubrimiento esotérico de una inexistencia. Incertidumbre recóndita de no dar cuerpo a la idea imaginada e insistir en la ilusión enredadora que diluye y pacifica los infiernos interiores.
Un fragmento como
“Si lo dijera
tras la roca de fuego
tras el minuto ardiendo
se colmarían tus ojos de cenizas”
nos muestra cómo se va graduando la función poética de la lengua que modela la emoción cíclica, lánguido continuo, repetida, renacida, recreada, en cada poema de Emma Godoy: ascenso y descenso tonales, proyectores de una transparente realidad psíquica y socio histórica, enropada en símbolos bíblicos, orientales, grecolatinos y nahuatlacas.
Segmentemos:
a) Si lo Dijera: Inicio ascenso emocional, excitación.
b) roca de fuego / minuto ardiendo / : Plenitud, suspensión pasional.
c) cenizas : Descenso acabóse la nada, el derrumbe del mito que sirve para derruir y acrecentar el propio mito.
“La roca de fuego”, “el minuto ardiendo”, transformaciones de una realidad interior que no es “fuego” ni “ardiendo”, equivalen a emociones determinadas por la acumulación de energía sensorial reprimida e impulsora explosión erótica y muestran las sugestiones polisémicas de un momento detonado, mezcla tormentosa de temor y duda inconfesables, porque se ha confesado ya en la pesadez del amor-idea y la ligereza del amor-materia, como lo comprueba: “se colmarían tus ojos de cenizas” que con otra desilusión ”un cansancio de vida” cuyo refugio sólo puede serlo Dios: la más extraordinaria poeticidad humana.
Tanto Pausas y Arena como Del Torrente, poemarios de Emma Godoy, nos muestran lo que aún en el siglo XX, pseudoateo, subsiste: espléndidas sensibilidades que viven inmersas en una nostalgia teogénica que las sostiene, las fortifica y las engrandece.
Quienes hemos perdido tal nostalgia, sólo la confianza en la plenitud y en la solidaridad humanas, nos mueve, aunque viéndolo bien, la plenitud es divina y Emma Godoy es plena humana poetisa del torrente divino convertido en poesía.
Distantes ya de las semióticas demagógicas del año feminoide, no nos queda más que recobrar el aliento y luego de la doñas vorágines, continuar con la revaloración de las mujeres auténticas que lejos de mitos, mitomanías y mitotes se han dedicado a construir pacientemente una obra literaria: Maremágnum de Lénica Puhyol es un ejemplo.
Aparecida su primera edición allá por el más allá de 1958, tuvieron que transcurrir más de quince años, cumplir sus quince como quien dice, para lograr una segunda impresión que no cambia en nada la primera, sino que la fortifica como una obra lírica magistral, realizada en forma de ensayo.
Durante muchos juicios, prejuicios y subjuicios, todo aquello que no acomodaba en las formas literarias conocidas, novelas, poemas, epopeya, cuento, crónica, o en frustrados tratados científicos, apodados monografías, donde lo único mono era la gramema dependiente semiautónomo (consúltese un buen libro de Lingüística, por si no se sabe qué es esto, que hasta en la primaria hoy se enseña, Pottier, Alarcos, Martinet, Robins, Gleason, Hocket, Andrados, Dubois, o aunque sea Dominguez Hidalgo) se le ubica bajo el rubro de ensayo.
Hoy la crítica va entendiendo que el ensayo es una forma literaria que adopta el género lírico para que un hablante escritor en este caso, nos habla libremente, a partir de datos o informaciones estudiadas o intuitivas, de la vida, de la sociedad, de la cultura, de la naturaleza, del yo.
Y Maremágnum constituye una muestra-botón de una mujer que se liberó muchísimo antes de los gritos. Maremágnum, gran mar romántico parnasiano simbólico modernista estridentista socialista, es un ensayo donde el plano de la expresión cumple las funciones de la lengua, poética, emotiva, fáctica, para acrecentar el mensaje acumulado de informaciones afectivo-cognoscitivas que late en el plano del contenido. De las formas lingüísticas acomodadas en su estructura superficial, dotadas de una combinatoria constante, recibimos el impulso para penetrar en las vivencias plurisignificativas de la estructura profunda.
Ahí descubrimos la base generadora: La encrucijada del mundo nuestro de cada sábado y domingo, de lunes a viernes trabajo a fuerzas y a veces a fuerzas, que es lo único que nos queda en esta sociedad en transición de barroco tecnificado que a destajo nos ahoga y a golpe de creatividad vamos destruyendo.
De tal modo la total potencialidad del mundo íntimo de una mujer ¾la mujer¾ estructura el contenido del mundo literario de Maremágnum. Escrito en una prosa poemática de intensidad lingüística, desnuda el alma de quien, en un abierto monólogo, retador, desafiante, rebelde, sincero, se levanta agreste y oceánica, apasionada y enternecida para pregonar su grito-canto de libertad y su sed infinita de creación.
El enigma constituye, su enigma, el enigma de la mujer, eterno enigma, el eje central en torno al cual se desenvuelve la búsqueda incesante de un ser, su propio ser, el ser vertido en la totalidad de lo humano. El enigma que hace a la escritora enfrentarse a los más complejos conceptos y a las más escabrosas posturas en una dialéctica sin círculos viciosos, pues en un ascender de superaciones trasciende el laberinto de su angustia hasta constituirse en la que enuncia con vigor, valiente y amorosa: “Cambiaré la ruta de los granos de oro por la de los granos de esfuerzo para encontrar la aparición dorada...”
Maremágnum es la obra maestra de la prosa femenina mexicana contemporánea, quizá por esto, no tan promovida, que con la mentalidad aguda y soluciones, producto de lo vivido ¾sustancia de la filosofía¾, lleva a la mujer hasta una postura nueva. Ya no es la que se atormenta por lo imposible ¾Sor Juana¾ ni la que se queda en añoranzas maternales ¾Gabriel Mistral¾ ni la que se esclaviza a su pasión sensual ¾Alfonsina Storni¾ Ni la risueña del hogar que se conforma ¾Juana de Ibarbourou¾ a su papel de abnegación ¾María Enriqueta¾ ni la que enloquece en su vanidad ¾Pita Amor¾. Maremágnum nos presenta el antecedente de la nueva mujer, intensa sensualidad transcurrida, pero liberada ya de ella; comprometida con lo humano, no con lo divino ¾Santa Teresa¾, ¾Emma Godoy¾.
Lénica Puhyol se coloca así, con la vitalidad de su obra, precursora en 1958 y en 1976 también, a la puerta de una distinta concepción de la tradición femenina; no es ya la matriarca destructora ni la Mesalina devorante, es la mujer que concientizando su búsqueda se identifica consigo misma, resuelve la infinita sed de amor y la une en responsable y sublime entrega a la humanidad.
Ojalá que pronto llegue esta obra a un mayor número de lectores. Traducida ya al francés, le aguarda pronto una difusión en el mundo de habla inglesa. Maremágnum será en la posteridad, el ejemplo del ensayo femenino de potente y complejo lirismo. Quizás entonces se le conocerá más, pues ya no habrá “booms” que, gracias a sus promociones comerciales, hoy lo esconden.
La aparición en las letras mexicanas de Lénica Puhyol fue un acontecimiento cuasi silencioso en el mundo comercial del libro que persigue levantar monumentos al tesoro de las casas editoras que apoyando amistades lanzan por aquí y por allá libros que califican de geniales y que con el paso del tiempo, no responden a la vociferación de sus enormidades como libros del año, la mejor novela del siglo, un millón de ejemplares vendidos y otras mercadotecnias enamoradas del hacer dineros y famas fugaces.
Acaso por ello, la publicación modesta de una obra como Maremágnum pasó inadvertida para muchos asiduos a cocteles de presentación y en las librerías apenas si tuvo un mínimo acomodo en los estantes del montón. No hubo casa editora que la promoviera con carteles y entrevistas; con discursos de cenáculos literarios ni promoción televisiva. Callado transcurrió su breve tiraje y los también breves lectores que tuvimos la oportunidad de descubrirla por la voz en voz de su existencia, quedamos, algunos asombrados, otros al borde del escándalo y algunos haciendo discretos mutis por el contenido pleno de atrevimientos de esta obra inicial de Lénica Puhyol en un tiempo donde aún la hipocresía utilizaba más de una sobre máscara.
En Maremágnum, casi al mismo tiempo que Buenos Días Tristeza de Françoise Sagan, una mujer mexicana desnuda su sentir y su pensar sin conflictos hembristas ni abnegaciones lacrimógenas. Simplemente es una mujer que ensaya interpretar el mundo como pocas veces se había intentado en el universo hispánico. Traducido al francés sus lectores en lengua gala se asombraron con esta escritora que parecía más francesa que las francesas.
Luego de esta obra, Lénica Puhyol publicó el libro de cuentos, Entre lo silvestre, donde ensaya la melancolía de los paisajes floridos.
Ahora, casi cien años después, y nada demodé, ha surgido la gran novela del rango de los estridentistas, acaso un callado grito neo-estridentista; porque si para los estridentistas su obra era romper silencios; hoy, con tantas escandaleras electrónicas y publicitarias, ser estridentista, sería oponerse al ruido fatuo. Eso es lo que ha realizado, sin tantos aspavientos, el estro y la mano de esta mujer maestra y escritora a través de una descomunal obra que la colocan como la más grande trabajadora de la escritura literaria durante el siglo XX en México: Lénica Puhyol.
Pareciera que todo un siglo ha sido absorbido entre sus páginas y como una nueva Commedia, divina o humana, tomada de la luz de Arqueles Vela, vaga, divaga, por los remolinos de las imágenes que como sirena cautiva nada a través de un infinito océano, Oceánica, y llega a las playas de su libertad.
Así, la estridencia de sus cuatro volúmenes, más de tres mil páginas, millones de palabras, desmesuran por vez primera la literaturidad no sólo mexicana o hispanoamericana, sino mundial; reinvindicación femenina del poder sherezadesco sobre Proust, Joyce o aquellos gigantescos novelones del realismo o del naturalismo y sus cientos de novelas epígonos de autores bumberos de cocteles técnicos; quien tiene que narrar no necesita trampas ni artificios.
Más allá de ellos, una voz acumulada de narratividades líricas con oficios dramáticos, Lénica Puhyol teje la trama de su obra Una mujer de novela que convierte a su autora en la primera gran novelista del siglo XXI o la que estuvo latente, neo-estridentismo underground, subterránea, dale que dale al tejido escritural; destejiendo y volviendo a tejer, cual nueva Penélope que pareciera presuntuosa Aracné, pero que le da un knock-out a las Palas Ateneas del comercio efímero.
Obra monumental, sin duda. Una vida volcada en un personaje-fémina-Débora-Eva- Margarita, Bárbara-Leocadia-Helena- en fin, las mil y una mujeres en una sola, sola; una mujer hecha de todas que vive los ensueños de la realidades femeninas.
Una mujer de novela va apareciendo como un remolino de momentos y de intemporalidades. Cualquier página puede resultar autónoma y a la vez, como la vida, un segmento de una secuencia delirante. La misma autora en su Leit-motiv sin fin, clasifica su obra como un relato en inter-textualidades evidentes que se mueven como oleajes de formas inasibles: la lírica, la novela, el ensayo, la crónica, las memorias, la biografía, la tragedia; el pícaro sutil escenario femenino donde el hombre es desacralizado y de macho o santo se va convirtiendo en el dulce placer deportivo de degustar su fruto, su disfruto, y la libertad-fémina se descubre y se pregona interior, pues siempre ha sido libérrima; la capacidad de sus sentidos responden a los gritos de los hombres, esclavos fugaces de la pasión: siempre he hecho lo que he querido porque estoy hecha de sueños y todo lo que veo es una forma de tocarlo y sentirlo.
Una mujer de novela logra que Lénica Puhyol salte a la cúspide de las letras universales con un texto polifónico monumental que bien pudo haberse subtitulado también: 3000 años de páginas en libertad.
Cuando el cuerpo se quiebra; cuando la carne fenece; cuando no queda cráneo ni polvo, sólo la poesía permanece vital, como trémula gota de estalactita que por milenios insiste en perforar la roca y brotar, así Esther Puhyol, se ha ido decantando misteriosamente en su lírica, a pesar de la muerte. Y sus temblores de líquida emoción llegan más acullá del arcano, sin naufragios de olvido, sino que recuperando mágicas formas, al leer sus poemas, semejan en su vibratilidad, a la mariposa que rompe su capullo y crisálida, cristálida, multirrefleja, poliédrica, retoma sus alas y sutil, sin ataduras, torna a volar en su palabra musitante de la pasión inmortal: el amor.
Así, la lírica de Esther Puhyol no es sarcófago de residuos sentimentales, sino patente y patética conformación de ecos que renacen diariamente, nocturnamente, en quienes aman, desaman o anhelan volver a amar lo inasible, lo insondable, lo imposible de ser amado. Y, ¡oh milagro!, su lírica trasciende su goce y su llanto individual para fusionarse al placer o a las lágrimas de los actantes del amor. ¿Y quién en la vida no ha ocupado este rol? Por eso, en sus poemas, hay una sensación reminiscente de lo vivido, o de lo soñado; como si el temple de ánimo del hablante lírico de la poetisa, fuera uno mismo o la pareja que nos amó o amamos, y dejamos pasar inadvertidos los ensueños de un imposible eterno.
Plena poesía la de Esther Puhyol, desnuda de artificios, perdurará en las letras mexicanas e hispanoamericanas, por el íntimo pregón de su torbellino lírico: Antes o después del amor, sus respiros poéticos ¾mórbidos y trágicos suspiros a la vez ¾ gozosos escalan el dolor de amar para nunca. Acaso esto sea lo que vuelve inmortales a cada uno de sus poemas: la fugacidad erótica detenida en el recato sensorial de las palabras que se nos cuelgan, como propias.
Su libro Naturalezas muertas, único publicado en vida, (1962) permanece tan fresco como las emociones recordadas de quien ama o ha amado.
Esperando el reencuentro amoroso, o el desencuentro, su lírica deviene pasionaria, como esa insólita flor que cual hiedra, retenida en una pared o abrazada y abrasada a un árbol, se abre al mínimo rocío que derrama, cual trágicas lágrimas que sonríen, no de dolor, sino de nostalgioso placer, porque no llega el colibrí que alado la recorra, la penetre y extraiga fiel o infiel el perfume de la incesante espera.
“Misterio en creciente...” “...un día habrá de fructificar.” “Venero interno de mi lloro interno.” “Tempestad de mi corazón...” son segmentos poemáticos que revelan la plenitud de los sedimentos existenciales alcanzados e inalcanzables, en la dialéctica de los instantes. Y en su vaivén de delirios líricos, “Vorágine de los sentidos húmedos”, la sensualidad exige ir más allá del segundo carnal; imposible anhelo de un extraño misticismo erótico donde el ser amado es dios que se acerca y se distancia sin ser él, sino una esencia que a fuerza de desearse y poseerse, desaparece en el íntimo escombro de una nostalgia sin ruego; porque el hablante lírico de Esther Puhyol maneja temples de ánimo que nunca se arrodillan a suplicar compasión, sino que solazándose en lo que fue, como recuerdo incesante que no muere al borde del fin, vitalizado por la maravilla melancólica de las hormonas, se transforma en la palabra diáfana de reminiscencias: “Te echarás sobre mi sombra / como antes amante / en mi cuerpo... / Y tus manos urgidas, / talarán las tristezas / de mi carne.”
Tal conciencia de la fugacidad corporal y sus escollos, sólo al instante de la plenitud orgónica, puede convertirse en trascendental para el ser humano; ahí se siente la eternidad, la inmortalidad, el infinito:”Me mata y me vivifica tu hazaña lúbrica...” Lo demás, los hechos insubstanciales de la existencia mundana, tan importantes para quien no ama; poder, dinero, éxito, se eclipsan en los mínimos segundos del rescate vital: “Y mi sangre comenzó a reconocer / en el ritmo de tu sangre / su aroma de fronda / y esta acabada y naciente alegría / que fecunda. / Y luego, a pesar de la constatación de lo irrepetible, de las peripecias de la competencia amorosa, “Vestida de lluvia / te esperé.../ un dejo de humildad amántica, porque se sabe que no obstante, “Me asiste a tu cuerpo de niebla/ -incrustándome-/ y entreabriendo mis labios / me dejaste tu sed”
La lírica de Esther Puhyol se lee y se relee y cada vez deja la sensación justa de esas pinturas que jamás cansan de verse, porque llenan la mente de mundos posibles que parecerían imposibles, si no se vivieran y uno no anhelara permanecer en ellos, reviviéndolos. Tal vez la poemática de Esther Puhyol presenta la virtud estética, como la alta música, de envolvernos en intermitente y voluptuosa poesía que no muere.
Esther Puyhol aparece en la lírica mexicana de nuestro tiempo como una naturaleza viva, pero subterránea; en el sentido más sutil e incontaminado de lo underground. Su obra se manifiesta en breves poemas, apenas capullos esbozados a partir del temblor de los sentidos. No son, por supuesto, ni los poemínimos de Huerta ni los hai ku de un Tablada y sus epígonos. No buscan la sorpresa demagógica del sema ni el ludricismo de los vocablos. Parecerían no intentar más que ser la exhalación de un suspiro que de no haber sido transformado en palabras y metáforas, hubieran quedado ahogados en la intimidad secreta de una vivencia al borde del olvido.
Por eso, quienes descubren por vez primera a Esther Puhyol advierten que sus versos no asumen la vanidad prosopopéyica de rasgos deslumbradores; ni la altanería del desprecio o la rebelión social; ni el despecho de los resentidos que en su afán de ser, fueron devorados por las burocracias, las envidias, la calumnias o el dolor. Cada uno de los poemas de Esther Puhyol son como esos lirios que enraizados en un frondoso árbol de los bosques literarios, apenas florecido, contemplada su belleza, cierra o deja caer sus pétalos y nos queda la visión de un ensueño acumulado de nostalgias aceptadas y sin las usufructuaciones del reproche.
Su primer libro publicado, el único, como lo he dicho, apenas conocido por unos cuantos devotos amorosos de la poesía, de la lectura íntima y gozosa, esa que nos sumerge en los océanos del universo sígnico subyacente en la obra de arte y nos contacta con las redes vitales de lo humano, fue Naturalezas muertas, un bello libro orlado con los dibujos poemáticos de Armando Puhyol (Ah, qué familia de artistas). Allí al abrirlo, uno se enfrenta a un primer desgajamiento icónico: rictus de manos y de labios anhelantes y sedientos ilustran el primer poema:“Agua interior en creciente / para mi sequía / sólo, llevas / al secado surco de mis labios. / Llevas y te has de verter / porque en mis ojos / cae un llanto cultivable / que se riela silente: / Misterio en creciente, / te has de verter / y un día habrá de fructificar...”
Y allí se anuncia una constante de la poetisa, el llanto; pero no el llanto frenético de las neurosis; ni el escandaloso de las enterradoras; ni el desquiciado de las lloronas. Es el llanto estoico de lo inasible y dialéctica del reconocimiento de lo que siempre es fugaz, aunque prometa eternidades: la vida, el placer, el amor, la unión. Es el saber que de pronto algo se quiebra y si no se cambia con lo que cambia, la vorágine de los sentidos húmedos, como ella lo dice, prolongaran el estertor de lo imposible:
Arrancado en la gesta de mi sombra
—este corazón¾
estratificación de desdichas
en capas sensitivas.
O esta joya:
Siento una lágrima
ascender de lo profundo
venero interno
de mi lloro interno...
delirante
incontenible
amarga gota del llover sin ruido.
Donde se ve que ese llanto no es tan sólo por la fugacidad del instante amoroso, sino que se va identificando en el devenir de su hablante lírico, con el dolor del mundo, con el íntimo dolor del mundo que habita en los lechos solitarios, en las noches de almohadones húmedos, en los amaneceres del vacío. En esos instantes donde el hambre de la cual también vive el hombre y la mujer, no se sacia.
Naturalezas muertas se abre como un abanico de horarios insospechados que cumplieron sus nocturnos en el ardor y desardor de la carne:
Te echarás sobre mi sombra
como antes amante
en mi cuerpo. .
Tan sólo leamos los versos que ilustran las voluptuosas y pasionales pinturas de Puhyol que meta semióticamente se vuelven sus sinónimos icónicos, para sentir esos estremecimientos del temple de ánimo de la poetisa.
Sin embargo, la vida de la poetisa de pronto, sorpresivamente terminó, y todos sus siguientes y consecuentes poemas quedaron olvidados, como hojas marchitándose, en su mesa de inspiración. Y así hubiera sido, pero otra artista sangre de su sangre y ella sí epopéyica, Lénica Puhyol, ha realizado el rescate de la obra fraterna que tuvo el riesgo de perderse y nos presenta hoy, estas Polifonías pasionarias, título con el cual puede sintetizarse el mundo lírico de Esther Puhyol: múltiples voces para una pasión única, la de vivir amando; amando abiertamente, amando en el silencio; amando en perspectiva; amando a distancia; amando sobre el viento, la tierra, el agua y el fuego. Su obra alcanzó a integrarse prácticamente en otros trece poemarios cuya manifestación guarda armonía funcional y semántica, Todos ellos se encuentran contenidos en este sabroso libro de textura asible y con una presentación cuadrafónica en el estilo relampagueante, flash-backeano, futurizante de la hermana mecenas, y aunque estos son detalles para la historia cotidiana, la que nunca se sabe, la que queda descartada de las mitificaciones, el esfuerzo económico en un tiempo donde todos se alborotan porque los bolsones pierden dinero y muy pocos se alborozan porque ganamos poeticidades; Lénica Puhyol ha logrado recuperar y fijar esos instantes inmortalizados ya en textos literarios para quienes un poema nos da las formas lingüísticas que nuestro mundo personal no puede construir y un hablante lírico, con sus motivos, con su temple de ánimo, con su paisaje lírico nos permite reencarnarlo.
Cuando uno lee un poema de Esther Puhyol; como la obra de cualquier otro grande poeta o poetisa, sabemos que no ha muerto; porque vive desde ese momento con nosotros, en nosotros, por nosotros.
A ritmo de tristeza, Poemas sin nombre, Materia vertiente, Sueños y antisueños, Juglaresas, Voces incesantes, Eróticas, Frente al mar, Poemas breves, Poemas en prosa, Anticipaciones, Aproximaciones, Poemario sin nombre, son los trece libros de su obra inédita, hoy atesorados en este libro que ya guardamos en los más amados espacios de nuestra biblioteca personal; esos lugares donde dormitan los poemas escritos por esas mujeres espléndidas que yacen en mi corazón, en mi piel y en mi mente: Sor Juana, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Concha Urquiza, Emma Godoy, Margarita Paz Paredes, Eugenia Vaz Ferreira, Carmen de la Fuente, Violeta Parra, María Elena Walsh. A veces despierto en mis mañanas célibes con los labios ungidos por ellos y vuelven infinito el amor que en sueños hemos compartido. Y se me llenan de mujeres los cuatro metros cuadrados de mi acompañada soledad. Desde ahora, Esther Puhyol total está conmigo.
Toda obra literaria conlleva un mundo de experiencias que laten en su escritura. Por mayor o menor extensión en sus enunciados; por más o menos originalidad en la distribución de sus grafemas; por máxima o mínima intención estética que contenga, la literatura siempre, como todo el arte, corresponderá a una determinada transformación equivalente a la realidad socio histórica, de aquí que una lectura sintagmática llevará implícita indefectiblemente una lectura paradigmática, donde la estructura profunda irradiará múltiples interpretaciones de honda raigambre semasiológica para la estructura superficial que todo lector, descifrador, tiene como reto.
Esto nos lleva comprender que una obra literaria como El Otoño del Patriarca, uno de los éxitos comerciales del año en curso, fuera de sus aciertos o fallas o prolongaciones de los cien años, tendrá que asociarse con otro de los éxitos publicitarios de 1975, la agonía de Franco.
Si todo lo que el ser humano toca lo vuelve lenguaje, ¿qué nos dirá cada uno de los objetos culturales tan recargados de intenciones de mensaje que esta sociedad consumista ha hecho aparecer en diarios, revistas, libros, folletos, por lo que a escritura se refiere; o en habladurías, leyendas, chismes, rumores, mitos, chistes, etcétera, en cuanto a oralidad lingüística, sobre estos dos hechos arriba mencionados? Hagamos un inventario mínimo que funcione como muestra estilística derivacional, interrelacionemos informaciones e intentemos dar una conclusión aproximada a la pregunta que genera este ensayo: ¿Quiere usted ser dictador?
La excesiva y a propósito alargada longitud de los enunciados que constituyen el texto de El Otoño del Patriarca permite adentrarnos en un mundo agónico donde los recuerdos se suceden imbricadamente entre violencias ternuras sexografías y vomitan los últimos instantes de quien moribundo hace el recuerdo de un pasado turbulento sin proponérselo por obra y gracia de un natural mecanismo síquico.
Testimonios externos e internos al personaje nuclear se suceden en vorágine de voces y acontecimientos mágicos quizá puramente imaginados o tal vez deformados a través del tiempo perdido en sus manifestaciones cíclicas donde la red del poder hizo estragos. Así se va refractando la realidad social en la realidad literaria. Los personajes comparsas y los fugaces se arremolinan en torno a la prolongada búsqueda del fin de un mundo sin puntuaciones pero puntual un mundo de cacicazgo de caudillaje de puños y caprichos dictatoriales.
Enunciado tras enunciado con las incrustaciones que oscilan de un estilo directo heterogéneo que lucha por triunfar sobre un relato convincente de la soledad angustiante de la desesperación carcomida del miedo a lo irrealizable del terror de haber vivido muerto erosionado en odios envilecido en cruces santificado a podredumbre enaltecido en un mesiánico dolor inútil. Enunciados que se entretejen en uno solo superficial patente y que sin embargo conforma la madeja latente de un griterío íntimo ante el encuentro del patriarca que muere entre agoreros gallinazos repetidores de una vida huérfana hambrienta de ternuras maternales endurecida por la mano férrea que manda porque lo dice y se hace porque sí sin peros válidos. Y arrastrando tanta muerte tanta injusticia solapada tanto robo asesino tantos hombres y mujeres enrejados pútridos en celdas lacerados famélicos anónimos conocidos ignorados los enunciados por fin parecen prolongarse más y más en una muerte que no vive la agonía inacabable de su castigo. Pedazo a pedazo castigo de Dios pregonan las rezanderas enlutadas los sentimientos culpables agitan su terror ateo no quieren reconocer las gusaneras las pulmonías las taquicardias los infartos y ante la evidencia devienen elogios que ya no oye su caudillo ¿Qué resistencia física? Proviene de los longevos Y cercenan los intestinos y cambian litros de sangre almacenada de los cuerpos acribillados poetas poetisas maestros campesinos obreros abogados médicos filósofos. Y piden a su Dios ciego mudo y sordo basta Y no muere El otoño se acaba Ya va noviembre y el patriarca prosigue su agonía Gangrena en una pierna Amenaza de tajarla Neumonía Dolores incesantes y los médicos alertas lo ayudan en su probable oración final Y no se muere Quizás en el invierno envuelto en hielo queda fría y aún viva su condena de tanto garrotazo más allá de los infiernos que sirvieron de pretexto más allá del punto en que se cierra “el tiempo incontable de la eternidad” ¡Qué muerte tan moribunda! castigada por la vida como si ella no quisiera que se fuera sin cobrarle regalías por tanta existencia acribillada en la flor de sus ensueños 1968/1975 entorno temporal que enmarca la escritura del otoño del patriarca y de futuros patriarcas que morirán siete años simbólicos velo tras velo donde el mundo real se fusiona con los siete siglos o setenta o setecientos o siete mil de dictaduras de opresiones de matanzas octubrinas aquí allá en todas partes hasta en el rincón hemos dado a la publicidad.
El tiempo intrínseco a la obra y el tiempo extrínseco del ser humano se entrelazan y se funden como en conjunción de literaturidad e historia lecturidad y asombro El otoño del patriarca así trasciende las circunstancias bananeras y banales y ya no somos nosotros sino ellos los detentadores los lastimeros enlastrados a las monarquías los sahumadores de la siembra luminosa los que aspiran al poder eterno de ser lo que no existe dioses y en la angustia del hallazgo-espejo descubrirse vacuidad y vivir en el tormento de no morir luego sino cacho a cacho golpe a golpe.
¿Quiere usted ser dictador? Quizás El otoño del patriarca no le frustrará ese deseo; pero la realidad de uno de tantos; ése que no acaba de morir sus milenios de sufrimiento como los que un día seguirán; además de los que lo esperan ¿no lo convence? Ojalá que usted, como los del sur o los del norte, como los que ya nacieron, están naciendo o nacerán, descifren lo que se les aguarda. Aunque dicen que un lenguaje así, sólo los semióticos, incluyendo la burla, lo entendemos.
Frecuentemente se ha dicho que para la esclavitud en todos los matices semánticos de esa palabra, nada hay mejor que la ignorancia y yo agregaría que también es gratuita contribuyente, aunque se cuadriculen algunos ojos, para la admiración que necesitan los que se fingen innovadores o revolucionarios en literatura, porque en cuanto se emprenden investigaciones de profunda seriedad, destinadas a buscar orígenes, antecedentes de un fenómenos literario, intertextualidades, se descorren las cortinas y salen al conocimiento de quienes atribuían a sus admirados la plenitud de lo nuevo, que sus contribuciones distan mucho de pavonearse como únicas y sólo quedan en inflamazos de egolatría que sucumben en su insignificancia petatesca, esto es, simples llamaradas de petate.
Es por eso que la crítica, la mayoría perezosa de leer lo que no les deje ganancias de círculos, atizadora de negocios particulares llamados “booms y mafias”, improvisada, negativa y vengativa, se hace la miope, si es que no lo es ya, y evita propagar comentarios en torno a algunos ensayos que dilucidan fomentadas confusiones y ponen a cada cual en su nidal.
Tal es el caso del concienzudo estudio, que por lo mismo dicho, ha pasado casi inadvertido, sobre el único “movimiento vanguardista en español que más duración tuvo y del que más libros en conjunto dejó en sus cinco años de existencia” en la tercera década de nuestro siglo y que en los últimos días del mes de diciembre de este año de 1971 ha de cumplir cincuenta de silencios, indiferencias o dilapidaciones, vituperios, menosprecios y escasas sinceras valoraciones. Me refiero al libro de Luis Mario Schneider: El estridentismo. Una literatura de estrategia.
Dentro de una disciplina que sigue los métodos del estructuralismo genético, Luis Mario Schneider nos va presentando en clara exposición el desarrollo de la primera escuela literaria de vanguardia que surgió en el México de este siglo. De 1922 a 1927, el autor va analizando con detalles precisos y con las pruebas y contextos necesarios el desenvolvimiento de rebeldía de los jóvenes estridentistas: Manuel Maples Arce, Arqueles Vela, Germán List Arzubide, Luis Quintanilla.
Y cómo sorprende la anti solemnidad del grupo, sobre todo cuando se ha creído en las afirmaciones de ciertos que se solazan y presumen de sus atrevimientos de moda como únicos y originales. Qué derrumbamiento de la admiración provocada a través de poses, publicaciones, entrevistas, declaraciones, risotadas y otras burlas hacia quienes desde el primer lustro de los setenta se han considerado los rebeldes, los bucaneros, los minifalditas de la literatura mexicana, cuando se va leyendo que en Actual Número 1 de Manuel Maples Arce en 1922 ya han aparecido los motivos que han servido a muchos para llamar a nuestro país “Mexiquito de las Nopaleras, región transparente donde no hay calidad profesional de literatos, donde son tan anticuados, donde un patrioterismo negativo basado en un ignorante concepto de nuestra nacionalidad oculta otros intereses fingidamente altruistas, donde las inmovilidad todo lo carcome”. Y también al leer el Manifiesto Estridentista de 1923 se agota nuestra risa al comparar la ingeniosa y elocuente rebeldía de esos jóvenes con la cretina y patológica de algunos contemporáneos, aún imberbes, de prefinales del siglo XX.
Durante inacabable e inexplicable lapso nadie se había preocupado por realizar un estudio con rigor científico sobre la importancia de un movimiento, que si bien fue breve, logró sacar de la inercia a la que había llegado el romanticismo y el modernismo y desafiando tempestades y entonces sí, totalitarismos y dictaduras al pensamiento y a la expresión, hizo brotar indirectamente una conciencia de renovación y de inquietud por superar los estadios paralíticos de la literatura mexicana de principios de siglo, pues no sólo despertó controversias, polémicas y discusiones públicas encaradas valientemente con juicios fundamentales por ambas partes, sino que, a la fecha sus individualidades creadoras gozan del prestigio ganado con la pluma en acción, seria y continua, y no en fanfarronerías producto de impotencias y conflictos. Si no, lo constatan las obras engendradas o impulsadas en tal conmoción estridentista por dar a la literatura mexicana vientos de siglo veinte: José Juan Tablada, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, Octavio Paz y sus epígonos.
Luis Mario Schneider hace el balance del Estridentismo, no como una curiosidad en nuestras letras y mucho menos como hasta ahora se ha venido considerando a tal movimiento al decirse que sólo fue un simple jugueteo vacío y cómico. Schneider lo revalora y después de buscar sus relaciones con los simbolistas, con Whitman, con el Futurismo de Marinetti, con el Dadaísmo de Tzara y con el Ultraísmo, lo libera de tales influencias hasta precisar su indoamericanismo y analiza sus analogías con el Creacionismo de Huidobro, al que en ocasiones se adelanta en algunos aspectos y en otras coincide. Luego va diseccionando cómo el Estridentismo lucha en sus cinco años de vida por innovar, por actualizar, por vivir el presente y dar a la expresión literaria el caudal de experiencias, de descubrimientos, de inventos que en aquellos veintes asombran al hombre. Y si no anda más allá, nos dice, es porque cumple, como todas las escuelas de vanguardia, su función de despertar los adormilamientos artísticos y señalarles la puerta de entrada al siglo veinte, transición al humano cósmico.
Además, quizás uno de los mejores atributos del trabajo de Schneider consiste en destruirnos cegueras al darnos conciencia de que a pesar de la apertura que hicieron los estridentistas, muchos no se han decidido a ubicarse en nuestra época para superar traumatismos y con su actitud, un poco cobarde, fomentan que algunos sólo copien surrealismo, activismos, Faulkners, Joyces, Kafkas, Dos Passos, Prousts, etcétera y las presentan como genialidades, se retrasen e intenten hacer apenas lo que el estridentismo hizo hace cincuenta años, es decir, no avanzan al más allá de lo que ya se ha hecho. La intertextualidad lo prueba: los de hoy no únicamente ejecutan cocteles con el contenido de su obra, sino que sólo desarrollan aquello que ya ha estado presente en la tradición e ignorándola, o aprovechando la ingenua ignorancia de las nuevas generaciones, se creen los únicos creadores. Y sólo se cuelgan del famoso hilo…
a) Encuentro.
Casi era yo un adolescente cuando lo vi caminando por los corredores de la escuela secundaria donde lo habían nombrado director. Las voces alocadas de algunas alumnas gritoneaban que ése era el nuevo director. El se acercó hasta donde ellas estaban y pronto se le arremolinaron otros alumnos. Yo permanecía distante, como en un querer estar allí junto a él. Pero no. Eso de confundirse con los “fans” nunca me ha interesado. De pronto él volteó y se quedó como sorprendido de que yo no acudiera al ritual. Dejó como violento el grupo de sus lambizcoadmiradores y con la mirada azul diabólico que lo caracterizaba, frunciendo las cejas de Luzbel, con el rostro un tanto fatigado de tiempo, me dijo que si yo era uno de los que no lo querían. No comprendí sus palabras. Sólo recuerdo que le contesté: ¿Y por qué habría de quererlo? Después supe que, como sucede en la politiquería magisterial, el nombramiento como director de esa secundaria, la Secundaria Anexa a la Escuela Normal Superior de México, en sus iniciales tiempos, no había caído bien a muchos aspirantes a ser jefes. Me hizo gracia desde entonces comprender que en la burocracia todos luchan por ser los aparentes mandones. Así lo conocí. El grupo de adoradores me miró como bicho raro y con aires de burlesca imposición. Arqueles Vela me dijo:
¾Yo soy escritor, soy poeta; hago cuentos. ¾Eso sí me emocionó. Los libros que había leído hasta entonces como que se dieron de pronto forma en aquel hombre concreto. Por segunda vez me veía ante un ser real de lo que siempre había soñado mi vocación. La primera vez había sido a mis diez años de edad con León Felipe y Luis Octavio Madero, poeta perdido en las indiferencias de los cenáculos.
¾Yo también escribo. ¾ Le dije con tanta ingenuidad que parecía ridícula presunción para un muchacho de doce años.
¾¡Ah, sí! ¾Respondió sonriendo.
¾Quiero ver lo que escribes, me ordenó. Por supuesto lo que escribía entonces es lo que cualquier adolescente sensible escribe, pero que resultan válidos ejercicios métricos con ciertos contenidos propios de la edad.
Satisfecho, al día siguiente, le mostré más de mil poemas, montón que lo impresionó, según después me dijo, y con lo cual atisbó cierta habilidad en mí, para buscar palabras que dieran forma a determinadas vivencias:
¾Serás un impresionante escritor, profirió con su natural emoción, cuando algo le entusiasmaba. La cantidad, más que la calidad, hoy pienso, le motivó a decir aquello. Y es gracioso, porque como crítico literario que fue, creo que acertó a anticipar las opiniones que hoy algunos dan en torno a mi trabajo como autor: “escribe mucho y de todo”. Parecería que ignoraran que la Semiótica...
Luego de ese encuentro, él comenzó a ser mi guía de lecturas. Ocasionalmente le preguntaba en torno a lo que debía leer y Arqueles Vela me lo indicaba. Así, mis azarosas lecturas tuvieron una pauta.
Después de terminar la secundaria hubo un distanciamiento debido a mis estudios en la Escuela Nacional de Maestros, donde otros grandes de la pedagogía influían en mi vocación, sin embargo, cuando en 1963 nos reencontramos en las aulas de la Escuela Normal Superior, fortificamos esa amistad y ese apoyo poético que nos unía.
Entonces le presenté mi primer poemario de aspiraciones literarias, de menos ejercitación adolescente: Hexaedro. Tenía yo 19 años. Su juicio fue tajante: Eres un gran poeta. Sabes transformar las insignificancias de quienes te atacan en extraordinarias metaforizaciones. Tu gran talento artístico es mucho más que esos deleznables burócratas. Quizás exageró, pero en aquellos instantes el aliento se incrementó en mis aspiraciones estéticas. E indagué en su pasado y por primera vez comprendí lo que había sido el movimiento estridentista. Y las razones para quererlo. El maestro tardaba horas y horas, atardeceres y anocheceres disertando de aquella estupenda experiencia del primer movimiento de vanguardia en México. Así escuché de sus labios algunos poemas estridentistas de Maples Arce o sus cuentos El Café de Nadie o la Señorita Etc. Y me divertí con La Volanda. La ironía que desparrama cada enunciado de los textos arquelianos me sumía en una sonrisa constante y en una meditación que desencadenaba la risotada por la burla que llegaba a describir ante lo que el mexicano cree solemne.
Mis 19 años eran un jolgorio de aprendizajes estéticos y filosóficos. Su Literatura Universal y su Historia Materialista del arte me pusieron ante técnicas críticas jamás utilizadas en otros textos retacados de datos, fechas, títulos y notas eruditas, pero vacías; muy distantes de la comprensión profunda de las semiosis socioculturales.
A través de él penetré en la crítica marxista que, junto con la crítica estructuralista que después aprendí, fueron dándome diversos puntos de vista para el estudio científico de la obra literaria. Era impactante escucharlo impartir su cátedra durante los primeros días de clase, luego él nos impulsaba para que la diéramos y aplicáramos sus explicaciones.
Su charla siempre llena de entusiasmo para vivir y escribir, tal como él lo decía: Vive intensamente para que la conciencia adquiera mayor fuerza creativa. La vida y el arte han de nutrirse mutuamente y si quieres ser un buen escritor, antes que diletante fatuo, has de vivir todo lo que engrandezca el talento creador, no obstante los escándalos de mentalidades retrógradas y antidialécticas. Tales palabras se convirtieron desde entonces en las guías centrales de mi trabajo como investigador y como artista. Mi vida transcurrió con Arqueles Vela durante veinte años llena de trabajo creativo, de violencia en las labores creadoras. Ahora que él es materia transformada, lo recuerdo vital e intento lograr la superación de lo que él me enseñó. Ojalá que lo pudiera. Por lo mínimo, seguimos en la lucha.
b) Semblanza.
Tras de su violencia azul, la mirada de aquel hombre despedía sueños y esperanzas en la sustancia de la humanidad. Tras de su palabras pirotécnica, sus labios descubrían la sed inmemorial de las tentativas vueltas realidades. Tras de sus manos volátiles, sus dedos aprisionaban las fugacidades de la vida y las convertían en poema. Tras su cabellera diluviana, su mente fraguaba la poesía de los instantes imperecederos.
Y en la entraña misma del vocablo, se agitaba su lucha por darle al pensamiento la exacta inexactitud de las voces que no mueren. No aprisionaba los sentimientos ni encarcelaba las emociones; no volvía suplicio de gratitudes su entrega de Prometeo ni exigía estatuas por todas las existencias que fundó, entre ellas, la mía.
Era como un distante que se aproxima o como cercano que se aleja; era cual un oficio que no se esclaviza o cual herida que es tierna llaga. Era un aparecido que de improviso se esfumaba. Era un aleteo de chupamirto que se sostenía al viento. Era la suma de las dialécticas y era las albas precursoras siempre de los días dorados.
Su vida no pudo ser campesina, la de la hoz; ni la del martillo, pero fue la del hombre en llamas que a cada paso levantaba incendio. Y los gusanos se deshacían a su huella; y los insectos, luciérnagas mínimas, empalidecían ante sus andanzas de sol comunitario. Y fue maestro, y aportó a las lides humanas las armas para vencer las esclavitudes de dogmatismos. Y fue artista, y dispersó sus volanderías entre luzbelas y picaflores. Y fue poesía que se levantaba de sus sueños para domar al aire que lo desgranaba. Y fue sembrador de otras semillas, no las terrenas ni las ultraterrenas, sino de aquellas que germinaban cada día en la acción de la vida; filosofía de cada uno de quienes siempre estuvimos a su lado.
Y de más allí de los senderos grises, entre los días y las noches de sus cuentos, se levantará dentro de los que no mueren para ser el intransferible que subsistirá en todos los que formamos con él, el uno de la dualidad creadora e invocando a los tlamatinimes, a los teopixques, su voz bucanera se fusionó al Ome Teotl y envuelto en la energía del Tloque Nahuaque, su vida cumplió una parte de la vida, la individual, y desde un septiembre lluviosos pasó a integrarse al otro lado de la vida: la colectiva, porque la muerte no existe, sólo es una pasajera de la carne, “putilla de rubor helado”, y hoy, él ha dejado su nombre y su obra en la tierra para transcender el árbol florido y no romperse como el jade ni secarse como las pinturas, pues supo dejar en la acción, la ideología de la flor y el canto, únicas realidades para ser eterno. Lo demás quedó en circunstancias bestezuelas, domeñadas por el trabajo creativo, la solidaridad ante lo insulso y el amor.
c) Precursor literario
He aquí un nombre; he aquí un hombre. Un hombre que dedico más de cincuenta años al trabajo creador y del cual podría decirse, entre mucho, concordando con aquel famoso antiguo, nada de lo que ha sido humano, le fue indiferente. El sólo mencionarlo ya abarca una leyenda de hallazgos y aspiraciones, de búsquedas y encuentros. Arqueles Vela, también antiguo como el arkaios, hizo de su vida una obra magistral, magisterial, maestra. En él se fundieron las arduas labores de la docencia con las no menos espléndidas de la investigación científica y de la creación literaria. En esta trifurcación Arqueles Vela supo adelantarse a lo hispanoamericano, del bluf marxistoide, del nice anti solemne de las palabrotas, del lingüitismo de las retroalimentaciones didactas, ese hombre aportó, ha aportado y continúa haciéndolo, la dialéctica constante del progreso. Él, casi junto con el afamado Román Jakobson, influyó y realizó la función poética de la lengua; Él, casi junto con Lukács, aplicó métodos científicos al estudio de la obra de arte en general y de la literaria en lo particular; Él, casi junto con André Bretón, hizo de la materia de los sueños, su obra narrativa; Él, casi junto con Pirandello, fue encontrado por sus personajes; Él, casi junto con Saussure, Charles Bally y Rodolfo Lenz, avizoró que la gramática ni es arte ni nos enseña a hablar y a escribir, sino una manifestación científica para la descripción y explicación de una lengua; Él, de sus múltiples padres; Aristófanes, Quevedo, Rabelais, ha aportado a la cultura mexicana, antes que todos, una visión nueva del arte, de sus posibilidades y de sus proyecciones. El estridentismo primer movimiento de vanguardia en América, cantaba a las nuevas fuerzas sociales en ascenso, de ahí su diferencia con el decadentista futurismo, y Arqueles Vela se encontraba allí presente. Sus cuentos y novelas avanzaban más acá de lo que han recorrido otros afamados recientes. Los Cuentos del día de la noche, aunados a la gigantesca, por su profundidad, novela El intransferible, además de La Volanda, El Picaflor, Luzbela, presentan, como ningún otro autor, la realidad nuestra de cada día: la verdad mexicana arremolinada en el humorismo, en la irreverencia, en la burla, en la neo picaresca, en la anarquía que transciende la naquez, el payismo y el mestizaje copista de la semicultura dinámico donde una constante ebullición léxica nos encierra los mensajes de una extensa filosofía que se ríe y se vuelve carcajada ante las pequeñeces humanas consideradas grandiosas y nos aclara el objetivo humano de la vida: el amor, el trabajo, la solidaridad. El manejo de la lengua con los semas para extenderlos a la variedad más enrisotada de semas virtuales, donde el mundo de la mujeres y del hombre se enfrentan ante las contingencias sociales que los envuelven en tragicómica visión del mundo, hacen del estilo arqueliano una verdadera máquina de ironías.
Joyce, Proust o Faulkner se desenvuelven en la obra arqueliana y Byron, Shelley, Darío, Valery, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Mistral, Eliot, se renacen en Poemontaje o en Las bucaneras. El afán de innovación y renovación estéticas son los propulsores de cada una de las obras de creación de Arqueles Vela.
ch) Precursor didáctico.
Aunque aparentemente inadvertido, un hecho determinante se ha dejado sentir durante este año de 1975: la edición de una multitud de textos escolares para secundaria; nuevos unos, innovados otros, que complementan los intentos de cambio en la concepción tradicional de la educación en tal nivel.
Por primera vez en la historia de la enseñanza y gracias al apoyo de editores y autoridades educativas nuestro país logra un verdadero récord de publicaciones destinadas a los alumnos de enseñanza media básica, donde se manifiestan las más airadas inquietudes por dar al educando conocimientos funcionales, prácticos, dinámicos y romper con ellos el verbalismo puro que con frecuencia opacaba las capacidades de los jóvenes y detenía el desenvolvimiento pleno de los mismos, pues aunque se diga que había lumbreras, éstas eran aisladas y generalmente, gracias al propio esfuerzo y deseo de superación del discípulo se obtenía la trascendencia educativa en la labor creadora.
Hoy se trata de proporcionar al alumno, desde el salón de clases convertido en laboratorio de observación, investigación polémica, discusión, los recursos instrumentales que le otorguen una posibilidad inmediata de transformación individual y mejoramiento colectivo. Sin embargo, no obstante la intensidad de este movimiento educativo, las reseñas en torno a estas obras han escaseado; tal vez porque son poco comerciales o porque los críticos bibliófilos aún siguen viendo con aires de nada importante las aportaciones de los maestros mexicanos y únicamente les interesa el boom literario y esas ferias...
La reforma actual de la enseñanza en México ha propulsado, sólo en la clase de español, la aparición de más de quince libros donde oscilan, de los criterios más avanzados y hasta atrevidos, a los más recatados y modestos.
No se diga en las demás áreas de estudio, cuyas obras proyectan la revolución educacional.
Por lo anterior se hace necesario valorar el esfuerzo conjunto de editores y autores que han roto el mito de unos cuantos libros de texto para abrir un panorama insólito, a la elecciones de maestros, y alumnos una gama de ediciones donde la calidad es el arma de competencia en bien, lógico es, de la educación de los jóvenes mexicanos.
Removiendo en los antecedentes de los lineamientos que hoy rigen el cambio en la enseñanza de la clase de español, justo es apreciarla para muchos, desconocida ideología pedagógica de un precursor de este cambio: el maestro-artista Arqueles Vela.
En esta ocasión no vamos a analizar su obra literaria que arranca desde 1919, se acrecienta con el primer movimiento de vanguardia en América y aun de muchos países europeos: el Estridentismo y se solidifica en una intensa aportación con cuentos, novelas y poemas; lo último, 1975, Las Bucaneras.
Tampoco vamos a diseccionar su labor como crítico científico de arte en su El Modernismo, ni en su El Arte y la Estética, ni en su Historia Materialista del Arte, ni en su Literatura Universal ni en sus Fundamentos de la Literatura Mexicana ni en su Análisis de la Expresión Literaria, entre muchas obras más. En esta oportunidad vamos a pergeñar apenas, la influencia que como educador extendió a partir de sus cátedras en la Escuela Normal Superior de México, uno de sus fundadores, a quienes hemos participado, en mayor o menor grado, en la transformación de la enseñanza lingüística.
¿Y de dónde arranca su acción? En una cuantas palabras lo diremos: Arqueles Vela, hombre ya maduro, regresa de Europa por los años treinta/cuarenta y trae en su haber las aportaciones de la naciente ciencia lingüística; Charles Bally y su lenguaje y la vida; Rodolfo Lenz y su La Oración y sus Partes: Martín Alonso y su Psicofuncionalismo, además de Marx, Engels, y otros materialistas que confluyen en el maestro que funda secundarias para trabajadores y pone en práctica nuevas concepciones para la enseñanza del Español.
La cátedra en la Escuela Nacional de Maestros y en la Escuela Normal Superior de México lo rodea de selectos discípulos que por los años cuarenta/cincuenta son sus alumnos en la especialidad de Lengua y Literatura Españolas; ahí se barajan los nombres de Emma Godoy, Lénica Puhyol, Esther Puhyol, Carmen de la Fuente, Ricardo Salgado Corral, José Vizcaíno Pérez, Moisés Jiménez Alarcón, Idolina Moguel, Emma López Pérez, Margarita Ojeda y muchos más.
En 1953, sus concepciones didácticas y lingüísticas las lleva a la escritura y aparece un libro casi olvidado por muchos, menos por sus discípulos: Elementos del Lenguaje y Didáctica de la Expresión, donde se desbordan las ideas de lo que hoy se está poniendo en práctica: más allá de gramáticas y recetarios pedagógicos se encuentra la vitalidad del alumno y su capacidad de expresión lingüística; ésta deber ser puesta en acción inmediata para acrecentarla y contribuir al trabajo creativo, no enajenado, a partir del aula.
Al fundarse la Secundaria Anexa a la Escuela Normal Superior, los discípulos del maestro y de Ermilo Abreu Gómez, Ricardo Salgado Corral, José Vizcaíno Pérez, Moisés Jiménez Alarcón, Margarita Ojeda, sistematizan las ideas pergeñadas por Arqueles Vela y Abreu Gómez, e intentan renovar la didáctica del lenguaje, estancada por “latifundistas intelectuales”. Así, luego de veinte años de labor, 1975, Moisés Jiménez Alarcón e Idolina Moguel, llevan a la práctica las primigenias concepciones didácticas de Arqueles Vela: práctica social, comunicativa y funcional de la lengua.
De tal modo, Arqueles Vela se nos presenta una vez más como una de las personalidades más polifacéticas y a la vez armónicas de la cultura mexicana; Hombre-Quetzalcóatl donde lo nacional confluye con lo universal y lo ancestral con lo televisionario.
A) Postulados y repertorio.
Si entendemos que una gramática, en su sentido actual, constituye un mecanismo estructural, generativo y transformacional a través del cual se construye todos los enunciados que los hablantes de una lengua equis, producen en sus praxis cotidiana; al reunir los enunciados realizados por tales hablantes, se nos facilita la descripción, clasificación, explicación y práctica de la lengua con la cual fueron conformados y formulados para aplicarlos en el comentario crítico-semiótico o en la predictibilidad de modelos generadores realizados o realizables por hablantes-escritores.
Toda lengua es un conjunto de morfemas que asentados en estructuras de base, mediante una combinatoria codificada por el grupo social que la habla, genera los enunciados mínimos que al ser recombinados producen enunciados complejos, que son tan frecuentes en el uso de los hablantes y la escritura. Tales transformaciones últimas se acrecientan en la práctica literaria, de donde un enunciado mínimo o una cadena de enunciados mínimos alcanzan un grado de transformaciones tan intensas que la complejidad deviene triunfo poético. Poético en su sentido de renovación, de nueva creación, ante los mensajes comunes de la lengua que los hacen perder su frescura impactante y la estereotipan al servicio de necesidades puramente domésticas.
La aplicación de estas técnicas de la semiótica-lingüística al estudio de los enunciados realizados por un escritor determinado, nos permite descubrir las reglas que éste, consciente o inconscientemente, ha utilizado para pasar del nivel coloquial de las hablas al nivel literario que ostenta la escritura de un artista de la lengua.
Durante un largo período hemos venido trabajando en este intento de aplicación de la semiótica al estudio del estilo de Arqueles Vela con el propósito de ir descubriendo las combinaciones morfemáticas que le han dado peculiaridad en el mundo de la literatura mexicana y en general, en lengua española.
El corpus que sigue aguarda su desmontaje o acaso, como quiere Derrida, su desconstrucción:
Obras Narrativas.
a) Cuentos
¾El café de nadie.
¾Un crimen provisional.
¾La señorita, etc.
¾El viaje redondo.
¾Un crimen sin nombre.
¾El sueño de una chiquilla.
¾La ilusión de una chiquilla.
¾La realidad de una chiquilla.
¾De la noche a la mañana.
¾Fruta del tiempo.
¾Juego de vida. Juego de amor.
¾La burguesita en la escuela.
¾La burguesita en la calle.
¾La burguesita en la casa.
¾Una noche en el verano.
¾Una llamada urgente.
¾Una aventura desconocida.
¾El hormiguero.
¾La muchacha de las múltiples.
¾La chamuchina.
¾Luzbela.
¾Las chisperas.
¾Las medias noches.
¾Una mujer impresionista.
¾Las tres gracias.
¾Los sueños.
b) Novela.
¾La Volanda.
¾El picaflor.
¾El intransferible.
c) Obra lírica.
¾El sendero gris y otros poemas.
¾Cantata a las muchachas fuertes y alegres de México.
¾Poemontaje.
¾Las bucaneras.
Para demostrar la teoría expuesta y no caer en la crítica común de ditirambos, tan frecuentes en nuestro medio (y en muchos otros también) nuestra gramática arqueliana se propondrá ir probando cada uno de los supuestos dichos en líneas anteriores.
Analizando cada una de las obras literarias de Arqueles Vela iremos describiendo su estructura y estableceremos las reglas transformacionales que expliquen tanto el plano del contenido como el plano de la expresión en sus relaciones solidarias con las causas socioculturales que las determinaron y de las cuales son refracción.
De este modo la obra de Arqueles Vela será analizada de acuerdo con la secuencia taxonómica vista arriba. Nuestro corpus es el exclusivamente literario, por lo que su obra teórica no es considerada para ese futuro ensayo.
Mientras la inteligencia mexicana de principio del siglo XX aún moría de romanticismo o se atrevía tímida a hacerse modernista o de plano desbarajustaba su vida con el inicio de la revolución, algunos jóvenes hartos de estereotipos lánguidos, de añoranzas provincianas, de huidas cosmopolitas o de rebatingas políticas, apenas entrados los años veinte, ellos también andaban por los veinte, botaron las rémoras de vivir en lo pasado o en las ilusiones posibles de un futuro hecho discursos, y enarbolaron las banderas del momento: disfrutar la grandeza objetiva y observable del instante clamoroso de la nueva humanidad vertida en sus inventos de asombro: el automóvil, los puentes, las carreteras, las urbes, los edificios, el teléfono, el avión, el cine; cables y andamios construyendo el estridente rumor de martillos y tractores al advenimiento de los nuevos gritos sociales. Y lo que nunca se pensaba decir, se dijo; y lo que muchos no se atrevían a hacer, se hizo: eran los jóvenes estridentistas y Huitzilopochtli era su mánager entre vivas al mole de guajolote.
Arqueles Vela, escapando de un sendero gris se incrustó en el Café de Nadie y aquellas ataduras de sus primeros poemas romanticones y rubendarianos, quedaron eclipsados por la energía de las propuestas de Maples Arce y List Arzubide. Su inquietud sureña de la alucinante Chiapas se impregnó de asombros y malabarismos y la verdad estridentista lo salvó de ser devorado por los zopilotes, según la maldición del manifiesto Actual. Ante la lectura de Andamios Interiores, es indudable que Arqueles Vela se inicia como el prosista natural del estridentismo.
Cronista del Universal Ilustrado, hacia 1922, Arqueles Vela se distinguía por su periodismo innovador, distante de la tradición reseñadora simplemente y con una gran carga informativa por sus dominios de la literatura internacional de su época. Apenas con veintitrés años, el joven escritor llamaba la atención por su modernidad periodística: nota dinámica, breves descripciones con realces metafóricos, comentarios humorísticos sorpresivos y conclusiones inesperadas y plenas de sugerencias sonreidoras. Su conexión con el estilo de Maples Arce fue inmediata, como un amoldamiento epistemológico esperado, sólo que en prosa y con una temática multifocal de un objeto constante, pero variado, variable: la mujer.
“Para comprender a Maples Arce¾ escribe Arqueles Vela en célebre artículo crítico de 1922¾ hay que disgregarse. Hay que distender todas las ligaduras sensitivas. Hay que arrancarse el cerebro y lanzarlo al espacio. Hay que arrancarse el corazón y echarlo a rodar bajo los túneles interazules. Hay que desplegar al viento los buceadores aleteos de las naves auditivas... Sólo así se podrá vislumbrar el bólido errante de su pensamiento. Su gemialarido que canta detrás del horizonte.”
De esto último a la publicación de La señorita Etc., sólo hubo un salto. La brillante prosa periodística se nutrió de poeticidad y de un ritmo fluido y amoroso y de su itinerario sentimental, real o imaginado, brotaron cuentos donde la pirotecnia de palabras, a veces inventadas, hechas metáforas, simbolizaciones, imágenes, se pusieron en función para regodearse con el mito de la mujer y sus variantes y variables e invariables.
En las páginas de El Universal Ilustrado el 14 de diciembre de 1922 aparece este cuento de gran carga lírica donde la prosa arqueliana demarca con mayor rigor su gramática, esa gramática arqueliana que se hará constante, ascendente y en perpetua búsqueda de efectos poéticos. Prosa poemática que discurre en alegorías personales donde el arte se nutre de la vital fuerza de los amores. Porque la prosa de Arqueles Vela siempre constituye una incesante construcción, aproximación, desconstrucción y reconstrucción de lo eterno femenino. El Etc. de su relato estridentista inicial se perpetuará en el insondable misterio de la mujer, de las mujeres. Seres inasibles que como su alter ego de otros cuentos, Androsio, aparece y desaparece para crear el enigma de la dialéctica de los sentimientos. Si no, véanse los cuentos filóginos, no misóginos, que después escribe y que prosifican al sempiterno enamorador liberal y caballeroso, con los dejos de una malicia sutil, pícara e irónica: El Café de Nadie con su personaje de fox-trot, Mabelina; las múltiples mujeres de Un crimen sin nombre; la ingenua de El viaje redondo y las chiquillas, burguesitas y muchachas de las multitudes, de tantas poéticas narraciones del fino humorismo arqueliano, heredero decía él, de Quevedo, Rabelais, Villiers de l’Isle Adam y Jarry. Hay que leer la riqueza imaginativa de El intransferible para vivificar el gran desfile de mujeres huelguistas redivivas en una prosa torrencial. Arqueles Vela hizo de su prosa un sonriente homenaje a las mujeres.
En las vehemencias incesantes del hombre contemporáneo por descubrir formas artísticas diversas a las conocidas, solamente concluye por proyectar parcialidades de un estilo de vida relativo que le circunda y se parcializa; se vuelve minimal y compacto. Sin trascender a los valores humanos eternos, las expresiones estéticas fracasan en una constante repetición de hallazgos sobrevistos, sin vislumbrar siquiera lo futuro.
Y es claro que en una sociedad estremecida, acosada por la necesidad de aceptar cambios en su estructura arcaica e inoperante, surgen intentos por transformar el arte. El hombre se ha nutrido de una cultura de siglos que le ha brindado plenos instantes de goce, pero que no corresponde totalmente a las inquietudes actuales del mundo en trance.
La angustia se apodera subrepticiamente de su espíritu, lo lanza al cultivo de actividades estrafalarias con el fin de procurarse placer estético y se ocluye a veces en lo ridículo. Algunos se degradan en artificios, desesperados ante la inercia, y sólo se convierte en derruidos estériles. De tal manera se encuentra el ser sensible confundido en la encrucijada de nuestro tiempo que sus afanes terminan en una lucha imprecisa, frustrante en sus anhelos de vértigo.
Se busca una nueva concepción del arte, sin percatarse de que, para ello, es necesario modificar las sociedades que han agotado sus recursos estéticos o ir al encuentro anticipado de lo advenidero.
La existencia de los grandes conglomerados humanos de nuestra época acrecienta el problema de la creación artística. La vorágine urbana la carcome; el tiempo la nulifica; el dinero la prostituye; la máquina la ultraja; la ignorancia la asesina. Se agitan las muchedumbres en irivenires con el deseo de hallar el sustento diario, sin importarles nada que no sea la propia comodidad. Y la sociedad, fragmentada en grupos contrapuestos que sólo persiguen aparentes mejoramientos, sucumbe en el vórtice agónico de un fin que no termina.
Y es que a pesar de las grandezas y los progresos, subsisten aún los privilegios inmerecidos y las desigualdades exageradas, los abusos meditados y las ambiciones protegidas. Sin embargo, el hombre eterno, el verdadero, el incorrupto, perdura cada día y sobre las miserias cotidianas de los humanoides, se yergue y persiste en sus intentos de ciencia, de entrega hacia la verdad, hacia la belleza, hacia lo justo, y jamás destruye como tantos, sino transforma con la esperanza de que en alguna era, la convivencia social se realice en plenitud de armonías.
Así, en medio de caos producido por las sociedades en tránsito; entre ideas que mueren o ideas que nacen; entre sucesos que palpitan aunque no hayan emergido; entre actitudes que sucumben y que sólo dan paso a interrogantes sin respuesta precisa; entre la balumba de calumnias, de odios, de hipocresías, de exhibicionismos; naciendo de un mundo que acaba y de otro que se vislumbra, ha surgido una obra poética de magnitudes insospechadas. No es continuación de nadie, ni confluencia de todos; es un punto de partida hacia nuevos horizontes estéticos en la palabra; es el esfuerzo de quien ha llevado en el alma, alma de poeta, sueños y fragancias, ideales y realidades, búsquedas y encuentros.
Tal vez, sin proponérselo siquiera, Arqueles Vela ha realizado en Poemontaje la obra maestra de la poesía mexicana de las últimas décadas del siglo XX. Comparable al Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, a Tristissima Nox de Manuel Gutiérrez Nájera, a la Suave Patria de López Velarde y a Muerte sin fin de José Gorostiza. Poemontaje sobrepasa el matiz lírico nacional para darle una proyección universal. Escrito en tercera persona, la individualidad se confunde con la colectividad, presagio de nuevas formas sociales, pues si aun la poesía de los rusos escapa de ser manifestada en primera persona, Poemontaje trasciende de lo mexicano a lo humano general.
Discurren en sus versos, inspirados en métricas prehispánicas, el pensamiento del hombre contemporáneo, su protesta, su conmutación científica, su capacidad de ensoñación, su intensidad para valorar, su angustia desolada, su esperanza y la reivindicación del amor.
Encierra Poemontaje tal profundidad de conceptos que requiere una vasta potencia connotativa de quien lo lea para abarcarlos en su totalidad. Así cuando dice:
“Nebulosas de la esperanza...
cielos atestados
de evasiones...
Cielos imaginados por amor...
soles distantes
a la senectud
de los ojos...”
encierra una intensa experiencia de vida, sólo entendida plenamente por quienes desde la madurez que se despide, contemplan la existencia con una serenidad inacabable, con la apacible de los recuerdos de antiguos irivenires. Lo realizado y lo no concluido, lo evadido y lo imaginado, todo lo que el hombre ha podido vivir ha querido efectuar, concebido en una resignación que sólo es posible en el hombre pleno.
Poemontaje es una obra difícil, como toda creación artística magistral, hecha para meditar; complicada en su estructura semémica, pero fluida en sus ritmos innovantes y en su lenguaje vitalizado. Tal vez algunos no comprendan la intensidad del poema discurrido en metáforas nuevas:
“Y en los labios brasa
como en la fusión de los metales”;
en imágenes insólitas:
“Nuestros ojos ofuscan las luminarias
y nuestro pechos gotean miel
sobre los abismos...”;
en símbolos enigmáticos:
“Aparece como escondido
de noche en sus ojos
y de día
en el esplendor de su sombra...”;
en un rehacer constante del idioma, dominado por un estilo maduro y escueto:
“El tiempo se halla con el hombre...
y no suma años
a la belleza...
aunque nuevos hechos compartibles
juvenizan
a la eternidad...
en sucesiones corporizantes...”
Poemontaje no es un poema cotidiano, no es un simple jugueteo de palabras que repiten las nimiedades de los que aparentan ser innovadores y sólo se quedan en manifestaciones efímeras de sentimientos vulgares y de un intimismo intrascendente. Es poesía pura envuelta en el lenguaje literario de lo futuro.
Constituido por pequeños poemas intercalados unos con otros, a manera de escenas en sucesión dinámica, brotadas de la realidad humana, pero transformadas por la sensibilidad del poeta, este poemón (así calificaba Arqueles su poema de muy largo aliento), Poemontaje, bulle en fantasías e innovaciones. Muy alejada ha quedado la poesía de vanguardia y mucho más la modernista. En la obra de Arqueles Vela todo es nuevo y desconcertante por sus atrevimientos léxico-cinematográficos. Su lectura equivale a ver un filme apocalíptico.
Cuatro grandes partes, sin estar claramente marcadas, podemos distinguir como grandes columnas que conforman a Poemontaje. En la primera se manifiesta una crítica a las sociedades contemporáneas y, en certeras expresiones, plenas de poesía, sin comprometerla en política ni en dogmas, describe las plenas realidades abyectas de nuestra era, sin dejar de percibirse un cierto atisbo de tristeza.
Se inicia el poema con una expresión contundente que refleja la seguridad de comprobar que un mundo termina, un mundo cuyos integrantes han vivido destruyéndose con el solo fin de acrecentar prebendas y conveniencias, sin importar traicionar los ideales del hombre pleno:
“Llegamos al principio del fin...
Los campos recuerdan el humus
de las luchas...
entre humaredas
sobrevivientes al viento largo
animado
en los resquicios
de las soledades de muchedumbres...”
El ser humano es la única realidad, y las falsas ideas, las creencias antiguas sin fundamentos, aguardan el instante en el que un nuevo mundo en cierne emerja, aunque no se sepa aún cómo será la transformación:
“Desvariadas...
las voces penden
de los matorrales de espantajos
como frutos
de los parajes
poblados por aludes de prófugos
apenas distantes
solitarios
de los antiguos sacrificios
por la batahola sin nombre todavía...”
El hombre angustiado no sabe hacia dónde dirigirse, en quién creer; es un prófugo de sí mismo y un abandonado a su soledad:
“el cielo es una polvareda...
polvo la memoria...
la sangre... agua
que corre y se debate en remolinos...”
Y el poema comienza a proyectar el panorama crítico de nuestro tiempo. Las huellas tristes del pasado humano se reflejan en las falsedades, en las mentiras que carcome el espíritu del débil. El humanoide aniquila la verdad y todo se convierte en explotación en comercio, hasta lo más íntimo del hombre que parece extraviado de la esperanza:
“La alma es un jubón en subastas...
la carne... brizna...
y los ojos...
charcos donde mueren los
(horizontes...”
Estremecido de ira y en el dolor de ver la miseria humana, el hablante lírico hace presentar en su verso, al hombre que despilfarra la vida en insignificancias, incapaz de vivir grandezas o edificar floraciones; sólo vegetando, como un animal más:
“El hombre es lapso fugitivo
de las alegrías
y esperanzas...
desmedradas y desprendidas
del desgranar
de los instantes
que reverberan en las coladeras...”
Y fustiga a la juventud sin ideales, que se rebela sin conocer lo profundo de la existencia y se transforma, al no tener bases humanísticas, en intentos frustrados:
“Generaciones sin raíces
descuelgan los frutos
inmaturos...
y se los comen en los trasteos
del cercano ajeno...
a escondidas...
entre incendios y desforestaciones...
Y el poema continúa refiriéndose a hechos palpables y visibles, pero transmutados en voces poéticas nuevas:
“En las tierras cuadriculadas
arados ociosos
se encabritan
y husmean en los pantanos repletos…
como orugas
desaforadas…
regoldando despojos funéreos…”
y de los privilegios para continuar sus conveniencias:
“Desde tiempos inentendidos
hasta las culturas
de levita...
vuelven a las mismas andonadas”;
ni la depravación más indigna de quienes se sienten purificados y en su hipocresía aparentan ser buenos y no lo son:
“Iluminados hacia fuera...
para sus adentros
en tenebras...
viven del soplo de las mazmorras...”;
ni los esclavos de una religión que no cumple y que la siguen por si acaso hay cielo:
“Mamíferos y deófagas...
en la esquinada
de experiencias...
sólo a medida del azar de luto...
inexactos en correspodencias
fosforescentes...
por variantes
afines a dulzainas del morir...”
Así, la primera parte distinguible en Poemontaje, analiza los grandes defectos de la humanidad y fustiga a quienes no son capaces de superarlos, y sucumben en la frustración:
“En consorcios sentimentales
entregan sus sinos
sancochados...
en abluciones por lo disoluto…
ahorran la vida…
y el amor…
y acumulan lastres en inventarios…”
que nos hablan del hombre que explota al hombre y se enriquece exageradamente a pesar de todos, abandonando a la naturaleza para vivir de artificios.
En su visión de poeta no escapan los imperialismos voraces que osan repartirse a la humanidad:
“Transgresiones de paz y guerra
simbiosis hostiles
a los hombres...
pululan entre funerales
repartidos
sin singulares
fantasmagorías cotidianas...”
De improviso, al iniciarse la segunda parte, el poeta se detiene en sus reflexiones acerca de las bajezas humanas y parece redescubrir que, no obstante las ruindades, la inteligencia del hombre realiza paralelamente el ansia de progreso, de mejoramiento. Y así, mientras unos se destruyen en guerras de intereses, otros trabajan por crear un mundo de paz colectiva:
“Voces adormecidas, en clamores…
voces despiertas...
huyen como en sueños...
en las conturbaciones del silencio...
develando
secretos y encantos
provistos de los pies a la cabeza.. ”.
Y basándose en claras concepciones científicas, transforma los áridos juicios en manifestaciones poéticas, de tal modo que, por ejemplo, la velocidad de la luz y la mujer se confunden en una sola idea.
“La velocidad de la luz señala la velocidad máxima posible, al punto de que, si un cuerpo cualquiera llegara a poseerla, desaparecerían sus dimensiones longitudinales, y si un reloj se trasladara con la misma velocidad, mientras las poseyera, no variarían sus agujas”. Dice la ciencia.
“Ella... el todo... visión ilativa...
contraída
y dilatable...
como un ocho acostada a lo largo...
y posesa...
desaparecida
en el connubio movida de luces...”
Transforma el poeta.
Y rompiendo con los temas acostumbrados por las corrientes poéticas actuales nos habla del psicoanálisis:
“Laberinto de confusiones...”
juntas de desdichas
vagabundas…
agentes reveladores de los enigmas…”
“El mundo del acaecer privado...
síntesis de la jerga de los sueños...
se transforma
por el devenir
de los abismales de la existencia
en significados
simbólicos...
al desprenderse de sus arquitecturas...”
y de la teoría de la relatividad;
“Por las comunes incongruencias
y desproporciones
igualadas...
en relación con las partes y el todo...
lo desconocido
encuentra
la proporción del alma universal...”
y de la tipología, de la teoría de los humores y del avance de la genética que niega la existencia de razas, pues todas son seres humanos transformados únicamente por el medio natural y social:
“Los hombres se diversifican
por las amalgamas
de los cuatro
humores que concurren en sus
(mezclas...
y sus destinos...
se establecen...
con los demás destinos impares...
en toda plural
intersección...
El sino social duerme también
en circunferencias
y compuertas...
inmanencias múltiples de la sangre...”
Una temática innovante fluye en Poemontaje y lo vuelve original y acorde con nuestro tiempo y con el porvenir. Los viajes espaciales:
“Involuntarias máquinas...
Fantasías
de las conexiones
nerviosas rigen los vuelos del numen...
y los planeadores de infinitos...
más allá de los selénicos glaciares...”
el origen de la vida:
“Humano misterio... impulsos
de iluminaciones
desnudas...
que fermentan el mosto de los labios...
injertan la flor
en el trono
para aunar... con el fuego y el agua...
partículas infinitesimales...”,
la herencia:
“Impregnaciones milenarias...
los ruidos extraños...
balbuceos
de la magia de las consonancias...
entera reserva
de arquetipos...
en sintaxis de las naturalezas..”,
postulados matemáticos físicos y químicos:
“El uno y los muchos
imperan a la inversa...
en la suma de los conflictos
por el bienestar
de las masas...
transferidas de sus decimales
a coordenadas
de horizontes...
sin límites en el girar de las esferas...”
Y después de poetizar la ciencia después de hablar de Cibernética, de leyes biológicas, de teorías en boga, concluye que falta mucho por saber, por hacer, y que de nada sirven discusiones cuando hay tanto que aún ignoramos:
“Controversias en el espacio
con energumenias...
desafueros...
improperios y neutras defecciones...
en contrapuntos
sin escalas...
por algo que deja los labios mudos...
y sólo gravita
y debate
en el solar de las constelaciones...”
En la parte tercera, el poeta, equilibrando lacerías y grandezas, vuelve sus pensamientos a un nuevo humanismo, y se adentra en la vida del hombre sencillo, idealista, serenamente inconforme; sabedor de que lo humano es bueno, es noble y su misión consiste en transcurrir, junto con la mujer, al encuentro de la belleza, de la verdad y del amor. Y aquí es donde se comprenden plenamente las predicciones de una estrofa de la segunda parte:
“Futuro de la domadura
del dragón de alientos
de vapor...
y de las músicas veloces
y de las praderas de las nubes
y de las sirenas de las olas
y de las batallas de las selvas
que se amotinan y conspiran en las cercas...”
porque revelan las esperanzas del artista en una nueva época:
“Albas de liberación cuando el hombre...
pulso renovable...
abandone precedentes significados...
y evoque el pasado...
como un timbre
en la orquesta de limitadores voces
y enhebraciones
del pensamiento...
libre de amarras conciliatorias...”
Y aunque se angustia al mirar que el hombre abandona a la Naturaleza:
“Los llamados de las florestas... y la lenta espera
de la tierra...
abierta por la sed de las aguas
insaciables
en el transcurrir...
semillero de transformaciones...”,
sabe que el hombre, siente que el hombre
“no perdura sólo
por lo que recibe…
quiere dar...
los cuatro vientos solidarios
y crece... y asciende...
abriendo las entrañas de la vida...”
Y al final de esta parte, comienza a surgir lo que será la eclosión de la lírica humanista de Arqueles Vela. El poeta, después de ver realidades tristes o hermosas, degradantes o magníficas; luego de englobar en una sola visión retrospectiva el mundo que agoniza por sus propias abyecciones y el mundo eterno pleno de grandeza, emerge altivo y sublimante en su temple de ánimo para afirmar que
“El misterioso poder de las sílabas...
en sus conjunciones...
fin sonoro...
hará que las montañas se levanten...
remonten las nubes...
se encrespan los mares...
desboquen los ríos...
y los bosques canten
los instrumentos de sus simpatías...”
Entonces, en el nuevo tiempo se demostrará la pureza de los elementos:
“La tierra es inocente...
el aire es inocente...
el fuego es inocente...
en los surcos...
en los ámbitos
en los surtidores...
y en las fraguas...”
Nada hay putrefacto, se convence, sólo el hombre bestia que ha explotado y humillado lo más generoso de la existencia.
En la tentativa de explicar lo humano, redescubre que la sabiduría está en el conocimiento de uno mismo:
“La sabiduría dormita
en balbuceos
y mudanzas...
escondida en el fondo
de invenciones y descubrimientos”;
que la eternidad se encuentra en el arte:
“Todos los hechos sobreviven
en los avatares
y de las formas...
y el arte vislumbra la forma de vida...”,
y que Dios, creando a imagen y semejanza del hombre, palpita en la energía:
“Dentro del todo innominado...
desde siempre
sólo la energía
es la única divinidad...
y por todo tiempo
la creación...
es la forma de la energía...”
y para alcanzar todo ello, el amor:
“El hombre sabe
que la cuadratura
del círculo...
está en la cifración de la mujer...”
Culmina la euforia que yo denomino neohumanista del hombre, del maestro, del poeta, en la cuarta parte de Poemontaje. En ella asciende a regiones poéticas insospechadas:
“El hombre se levanta de sus sueños...
se transforma en soledades
en tumultos
y en cantos
y desaparece...”
Y no es que quiera aparecer como algo insólito como algo nunca visto, sino que funciona en la colectividad se une a todos los seres humanos que luchan por forjar una era de paz, de solidaridad, de armonía:
“Estamos al lado
del hombre...
Nuestros ojos ofuscan las luminarias
y nuestros pechos gotean la miel
sobre los abismos...”
Y persiste en la esperanza:
“Como un fruto
esperan nuestros corazones
los albores de la primavera”.
Sin embargo, sabe también que quizás él no verá lo anhelado del cambio, pues el giro de la muerte se lo impedirá, mas ante esto, no sucumbe en llantos y con resignación valora:
“La vida pesa tanto como la muerte...”
para concluir, luego de una larga pausa, como para meditar, como para forjar con mayor intensidad su fe en los seres humanos:
“Y aparecen por todas partes...
y mueren...
y reviven por todas partes...
para volver de nuevo al futuro....”
Los seres humanos creadores que integran la inmortalidad de las ideas, de los sueños, de las realidades, de lo que nunca morirá: la inteligencia, la razón, la bondad, la belleza y el amor.
Arqueles Vela ha dado una obra íntegramente neohumanista, alejada de poses doctrinarias o comprometidas de trivialidades en el arte de la palabra con su estructura argumental desconcertante, con sus inusuales imágenes:
“La plural visión laborante
de los sentidos industriosos”.
“Descielando idilios nocturnales”,
“las nubes átonas...
trasiegan su ritornelo
en juglarías sin palabras”,
“Hormiguero de sacramentos”
y multitud más.
Además, su métrica teopixque, profunda raíz mexicana, con versos de sílabas variables, le dan una estructura firme, sin adoptar formas tradicionales europeas, que acrecientan el ritmo poético de los vocablos, de las frases, de los párrafos.
Así podemos encontrar cinco formas rítmicas: a) Descendentes:
“Cielos imaginados por amor...
soles distantes
a la senectud / de los ojos...” (10/5/6/4)
b) Ascendente:
“Son los ecos
sin sus resonancias
las palabras que no se han dicho...
las ideas sin sus vocablos...” (4/6/9/9)
c) Equilibrada impulsiva:
“Violentos, apasionados, irredimidos...
el hombre y la mujer de ayer...
jamás podrán olvidar lo advenidero...” (13/9/12)
ch) Equilibrada apacible:
“Tocar es el fin y el principio
del conocimiento...
y el fin del conocimiento...
el connubio de las cifraciones...”
(9/5/8/10)
d) Combinada: Ascendente, equilibrada apacible e impulsiva.
“Nuestros cantos son como el fuego...
lámparas votivas...
y en los labios
brasa
como en la fusión de los metales...”
(9/5/4/12)
Lingüísticamente, Poemontaje también es un gran esfuerzo de creación. Los sustantivos se adjetivan, los verbos se sustantivan, se utiliza la derivación y la composición para transmutar vocablos, por ejemplo, juvenizan por rejuvenecer.
Se pluraliza para concretar pensamientos: “Acaeceres milagrosos” “ocultas artes de persignaciones.”
Las preposiciones auxilian a la adjetivación: “en malabares juegos de agua bendita” “con sus muertes de azúcar cándida”.
Las asociaciones más diversas confluyen en diversos términos: “en connubio movida de luces”, “movida” de movimientos y a la vez con la acepción del mexicanismo.
Hasta ahora hemos estado acostumbrados a ver poetas jóvenes, reencarnaciones de poetas conocidos, y esto es triste. Arqueles Vela brinda la muestra a la poesía juvenil, en Poemontaje, donde fluye toda la experiencia de quien ha vivido con intensidad, siglos de placeres y dolores y que ha descubierto, después de una existencia azarosa, pero positiva; después de recorrer todos los caminos, todas las sendas; después de intentar todas las experiencias, todas las realidades y de inventar todos los sueños, que el ser auténtico de la humanidad está en el amor, en la más amplia y sublime de sus acepciones, que es fe en la sustancia buena y noble del hombre.
Y POEMONTAJE es el nuevo poema del buen amor...
Cuando la vida avanza y desde las torres de nuestros castillos interiores uno puede asomarse a los caminos recorridos para desbrozar lo acumulado en nuestro íntimo espejo ahumeante, en nuestra memoria a largo plazo, nuestra conciencia, se hace presente el caudal de hitos vitales transcurridos.
Así, unos rememoran sus luchas políticas, siempre insatisfechas y no sin cierto atisbo de amarguras y rencores; otros se nostalgian por sus afanes de “selves-mademen” que los enriquecieron y su solaz es disfrutar el conteo de sus pertenencias aseguradoras, sin duda, del puesto “más rico del panteón” ; ante ello, algunos se trans-tornan en el avaro miedoso del eterno retorno a la pobreza o se vuelven benefactores, como para resarcir un poco, lo que legalmente le quitaron a sus trabajadores, empleados, obreros. Y sus fundaciones son como paliativos a sus remordimientos. En ese darse cuenta de lo pretérito, muchos se ubican en el estancado anhelar de los tiempos mejores que tangueramente nunca volverán.
Pero Alejandro Miguel, poeta de la libertad y el amor, rompe los zoociológicos esquematismos mencionados y dialécticamente su añoranza, alegrona y cachonda, gozosa de haber vivido y aún poderlo hacer, se erige ecuménico del placer amoroso, enamorante y amado:
“Trabajo la libertad
trabajo tu cuerpo
dulce”.
Nos dice al iniciar su reciente poemario Emergencia de las damas y marca su raya estético-sensual.
Él, en vez de diluirse cual retrógrada Manrique en la historia de las inutilidades del esfuerzo humano, como diría Brecht, se retrotrae hacia el único y eterno impulsador de la alegría de vivir y sufrir; y retar y vencer: Eros, y cual nuevo Catulo o Tibulo, acaso Salomón, por sus frecuentes alusiones a las pasiones bíblicas, oh cantar de los cantares, se deleita en el recuerdo nunca resentido de sus amores con esas ninfas serranas de Oaxaca; o con las sirenas voluptuosas de las costas o aún más allá, en las claras noches de Leningrado, con alguna Natasha, y con su calor de trópico, logra lo que ni Napoleón ni Hitler pudieron, derretir el invierno y la gelidez con toda su pasión corresponsal. Y así los cientos de hamacas, petates, camastros, lechos, arenas, pastos, arbustos, riachuelos donde el primigenio sentido de la naturalidad sexual se realiza, transcurren refrescantes o reardientes a través de los 97 poemas que constituyen esta joya de la alegría viril.
Sus aires de primitividad, eso que falta a las “letras” tecno-progresistas; su picardía “naive”, de la cual carecen quienes escriben vulgaridades poematizadas; su resemantización del humorismo alburero; sus golpes de efectos retozantes que nos hacen sonreír y proyectarnos en nuestra propia experiencia; pero sobre todo, su eterno regoce en el espléndido mecanismo sensual que nos volcaniza hacia la plenitud del orgón y sus estallidos, son algunos de los rasgos que caracterizan a estos poemas cantarinos, la mayoría de extensión breve y que en su lirismo nunca lloran, ni siquiera en el a veces sin querer de Darío.
La añoranza de voluptuosidades idas; las únicas gratuidades excelsas de la vida, hacen sonreír plácidamente al poeta y nos hacen sentir que su mirada irradia “flash-backs” de rostros, de ojos, de labios, de cabelleras, de cuerpos, de nombres. Voces de mujeres que murmuraron su asombro ante el amante.
Emergencia de las Damas, un goliardo mexicano, un Carmina, nos regala el alborozado recuento de una memoria que sabe que sólo los instantes amatorios equivalen a la eternidad; y aunque fugaces, su ciclo perenne, otorga la esperanza de seguir existiendo. Sin ningún lamento por lo perdido, el poeta sabe, no dice, que la esencia de la vida es la plenitud sexual, aunque algunos lo disfracen de amor. Todo lo demás es literatura o hipocresía.
Conocí a Felipe Garrido por su obra Para leerte mejor que me pareció un libro tan claro y tan bueno como el oficialmente apoyado Como una novela del francés Daniel Pennac; por ello decidí que mi alumnado de la Escuela Normal Superior de México en la especialidad de Español, no sólo lo leyera, sino que lo estudiara a conciencia para aplicar sus puntos de vista en la práctica docente. En ese mismo libro descubrí también, su labor en la narrativa: Lección de piano, libro gozoso de leer y merecedor del honor que se le ha otorgado. Por todo ello fue muy agradable conocerlo personalmente por azares de obligaciones institucionales y recibir de su gentileza, el libro de cuentos La urna y otras historias de amor, del cual es autor.
Constituido este cuentario por el mágico número de siete, como si se diseminaran allí los siete días de alguna creación amorosa, en cada uno de los relatos que lo conforman, se pasea una perspicaz ironía, tamizada por la exactitud de las palabras, donde la pasión de amor casi siempre sucumbe hecha cenizas y lo enamorable se deslava en sus ardides estériles.
Así, el cuento que da título a la obra, engloba acaso lo que cada cuento manifiesta: el amor encerrado en su mortaja de fugaces preguntas de eternidad cual si se quisiera decir, en lugar de ¿Me amarás siempre?:-No me dejarás amar a otro. Sólo tú debes amarme; pero como nada es eterno al hombre y no hay un amor de perenne felicidad, siempre aparece un sustituto promisorio en el ensueño de amar y todo fenece dentro de una caja mortuoria olvidada en cualquier rincón de las promesas vividas, derrumbadas por el humo del hastío, la incoherencia de los embonamientos o el desengaño de lo sobre valorado. Eclipse de lo que era en lo que tal vez nunca fue.
La urna, Vacaciones, El maquech, Cumpleaños, Tocata en gris, Soledad, Una carta, constituyen un tejido sígnico cuya semiosis va irradiando la insoportable levedad del amor que se acaba y explota de hartura o de decepción. En estos cuentos se refracta el aburrimiento que produce lo eternamente mismo; sin más sorpresas que la necesidad de su irremediable separación y nos hace ser cómplices de asesinatos ensayados, donde narradores personajes y narradores omniscientes, van envolviendo al lector en un sutil discurso resonante de melancolías, añoranzas y rabias posibles e imposibles.
También flotan en ellos, los encuentros con lo ido, las turbulencias por detener o recuperar el tiempo desperdiciado o cruel; las voces de aquellos seres existentes en otras dimensiones de la vida tan distantes de la de los personajes; los pensamientos que se cruzan con los gritos de otros e insisten en su continuidad, no obstante la interrupción de las trivialidades; el deseo de aferrarse a un sueño que se escapa ante la realidad vulgar y cotidiana; el descubrimiento del telón de las apariencias; el asco de saberse atado a un ser irremediablemente concreto y vacío, pero en otro tiempo sublimado por hipócritas ilusiones; las confesiones del recuerdo asesino y complaciente y muchas epifanías más, transcurren en la lectura de este cuentario que muestra la pericia estilística de Felipe Garrido; narraciones fluyentes en discursos interruptos por incrustaciones quebradas de otros, pero complementándose en los párrafos subsecuentes, como en intento de nivelar dimensiones pasionales que la palabra apenas puede rescatar en sus desgajes efímeros de nostálgicos orgasmos pulverizados por lo inasible: Papeles al viento, cual se percata uno en el mundo del último cuento.
La urna y otras historias de amor se constituye, así, dentro de la literatura mexicana, en una obra profunda e intensa, perfecta en su brevedad (el autor es un mago de la brevedad), que desmenuza con plena conciencia del distanciamiento erótico, los vericuetos del desamor. Leerla es recorrer también acaso un tramo de las propias vivencias de sus lectores. Aquél que no ha desamado, tal vez no comprenda las resonancias de estos textos espléndidos a mi parecer, y merecedores de la cita de Gracián: Lo breve, si bueno; dos veces bueno.
Hojas ligeras; páginas gráciles; guturales sensaciones que no se agotan al término de las palabras, sino que prosiguen en la sonrisa de un placer insinuado para un disfrute lector diluido en la sensualidad de los recuerdos; escenas de pasiones artesanales, no por ingenuas, menos intensas, pero siempre dotadas de búsquedas estéticas; así se me han hecho los cuentos, para mí cronicuentos, que nos presenta en este nuevo libro de relatos Francisco Zúñiga Canales: Mundos envueltos en una prosa que habla en directo; a veces descarnada, mas sin perder sutiles rasgos poéticos, donde personajes cotidianos son delineados en precisas pinceladas, sin más aspavientos que su realidad.
Siete cuentos: La patrulla de la inocencia, Desliz a las nueve treinta, A raspar suela..., Castigo de Dios, La paloma, Pueblo escondido y El gato constituyen el hilo conductor de esta serie donde un narrador omnisciente y en ocasiones narrador personaje, diluye dosis de humorismo con ciertas cargas de insinuados y sabrosos temples eróticos.
En La patrulla de la inocencia el choque de dos mundos, el infantil y el erotómano, nos permite asombrarnos de aquello que suele ocurrir entre los telones de las experiencias infantiles que a veces nadie conoce, pero que cuando los hombres maduran, recuerdan con la nostalgia de sus inicios en la pasión sexual: “Ese olor a violeta, exagerado y vulgar, que no lo olvidaría jamás.”
Desliz a las nueve treinta, narra el regozo de la venganza ante los deslices de los que se sienten puros, por poderosos, y que sólo un secreto tal, da autoridad a los simple mano de obra: “iba susurrando con rítmico vaivén: - Si algo te debo, con esto te pago”
A raspar suela..., el más largo de estos cronicuentos, revive los recuerdos y las angustias a que las experiencias de los maestros rurales se ven sometidas en su anónima heroicidad. “y hasta auxilia a las parturientas... aunque a la mera hora se desmaye del susto.”
Castigo de Dios, explora la aventura fugaz de los viajeros, donde un clímax amoroso se ve interrumpido por el azar natural y la libertad del cuerpo es reprimida, por la esclavitud ideológica. “Esta con franca actitud de beata, seguía rezando”.
La Paloma, como en el primer cuento, La patrulla de la inocencia, retoma la erotomanía femenina como eje de un relato que retrata las inquietudes de los adolescentes y sus inocentes cinismos “hacer gráfica una arremetida sexual”, mientras el narrador personaje se queda como frustrado de no haberlo descubierto antes.
Pueblo escondido, retrata las desventuras de un personaje que por andar buscando, se queda sin las dos tortas. Su única ganancia al comprender sus errores, son sus hijos y “al fin que ya estamos de nuevo acá.”
El gato perfila los comportamientos desfachatados de los adolescentes desde un punto de vista cifrado en el recuerdo, pero sin moralismos. Tal cual fueron, tal cual algunos son: al evocarlo, siento detrás de mí, la maligna sonrisa de....
Cuentos sinceros de lectura fluida y de momentos intencionadamente provocativos. Escritos en un estilo directo y llano, con vocabulario realista y en los registros adecuados. Lástima que sean tan pocos. Ojalá que el autor nos deleitara con muchos más, por su intenso olor a vida.
Y la cuesta de enero
se reventó por lo más tierno
Por fortuna, aunque mueren poetas, con alta frecuencia o sin ella; unos afamados, otros infamantes; algunos famosos y muchos, la mayoría, cual conviene a la democracia, ignorados, nacen, nacen otros como en incansable cosecha de otoño que germina los sembradíos de la primavera.
La letra primera
con tonada de jadeos
bañada de sudor y llanto
Prima vera, vereda primera, la primera verdad que brota agitada de las mentes prístinas, de los escándalos subterráneos de las glándulas juveniles, de los laberintos internos de los nuevos amorosos de las palabras; tumultos de soledades trascendidas sin las aparatosidades de la publicidad y del micrófono mitotero, los poetas nacen y más allá de la muerte se hacen o deshacen.
Mientras febrero sigue como paranoico
Sólo sus versos permanecen como resurrecciones en la voz de algunos íntimos y desconocidos declamadores, lectores que de pronto, un día o una noche; un atardecer o una madrugada hacen hablar los silencios textuales de un poema, y cual si fueran propios, los tornan a parir con el dolor o el placer de descubrir las señales de una vida equivalente a la, hasta entonces creída, personal y única.
Es la estación perfecta
para que la intolerancia avance
Porque los poetas viven multitudinariamente, aunque no lo parezca. Viven por todos, aman por todos, sufren por todos, luchan por todos, cual santos, y sienten lo que muchos no alcanzan a decir, sólo a leer.
Aquél como este Imperio que muerde sin motivo
Los grandes poetas no requieren de fatuidades publicitarias o golpes del momento, pues saben que estos se acaban con el humo de la moda o de las políticas, cual suele suceder.
Y llorar juntos y luego bañarnos
Por eso a mí no me preocupa la muerte de los poetas, porque si su carne se difuma, sus poemas comienzan a moverse de voz en voz, y cuando son sinceros, a menos que algún conflictivo cretino destruya a la humanidad con algún químico; y aún quién sabe, circularán para siempre. Acaso algún extraterrestre alcance por ahí a pescar en algún sitio del infinito algún papelillo flotandero que contenga el poema proscrito o el salvado y lo haga seguir su eternidad en la ronda sin fin del cosmos.
Y le contesto que los sabios
no son los de Nexos ni Vuelta
sino estos padres que todo lo dan.
Y cuando en la puerta de un afanoso lector aparece la algarabía de los poemas que un joven poeta reparte generoso, la fe en la poesía, única altivez que nos queda, revive; se renutre y el corazón atisbando deleites para el espíritu se engrandece de satisfacción; en medio de los pleitos mezquinos por canonjías o sueldos de hambre que no sacian la sed del consumo y sus trampas, subsiste la estafeta recobrada del arte de la palabra hecha versos.
Es el ruego que canto
para que el rezo de diario
deje cicatrices sobre la cama
y alivie este cuerpo
que se pierde entre trovar
y hacer exámenes de Historia
Alborozado resulta pues, el encuentro con un poeta que hasta su apellido parece ad hoc para una época donde casi no se ve su azul: Cielo, Samuel Cielo, quien a través de su poemario Dodecálogo hace viajar a los hablantes líricos que lo estructuran por doce meses de gula poética.
Buscan paredes para gritar
avenidas como refugio
para decir cómo vivir.
Edificios carcomidos
de la inmoralidad
Y escribir extensos delirios líricos, en este tiempo donde el minipoemismo se considera a veces genial (no obstante que refleja la fragmentación abúlica del yo que no ve más allá de la pequeñez o que no quiere ver algo mayor), resulta motivante para quienes deseamos navegar por el océano extenso y profundo de los variados temples de ánimo: el tormentoso, el rebelde, el apacible, el contemplativo, el humilde, el pasional, el tierno, que un gran poema o poemario nos hace descubrir, indagar, sentir y vivenciar.
La novena estación
de este tren que me aleja del escombro
que dejó el ciclón de tus besos
Por otro lado, superior es el gusto del encuentro poemático al saber que el poeta es maestro, y normalista (hoy que casi han desaparecido tras ilusionismos de ser universitarios); egresado de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros y de la sesentina Escuela Normal Superior de México retoma los altos y antiguos propósitos de esas Animae Mater. Hondo hallazgo en el poco afamado y despreciado aparente páramo de esas instituciones, que no obstante su orgullo de benefactoras de la Patria, muchos aún se niegan a reconocer que todos, rectores, doctores, licenciados, presidentes, empresarios han recibido la luz de las primeras páginas de un maestro o maestra normalistas que en lo hondo también suelen ser poetas, pues sólo unos enamorados de los sueños pueden cumplir tan alta profesión de sembrar cimientos.
Porque podrán poner candados
pero el ave de la memoria
revolotea mentes que arremeten
sobre palabras prohibidas
para un estuche como el neoliberalismo
Amplia su inquietud poética en Dodecálogo, Samuel Cielo parece sacudir con su torrente de rompimientos semánticos donde lo coloquial trasciende su fugacidad de dato conversacional y se transforma en un giro de alta insistencia de vida. Porque el poeta, a pesar de todo, se aferra a la vida, pues no otra cosa deambula en sus doce largos poemas. Los reduccionismos no satisfacen cuando se tiene tanto que decir; hay mucho de sentido y no una visión fragmentada de la existencia, donde apenas dos o tres palabras, piensan algunos teóricos de banqueta en su práctica avara, son suficientes para sostener un mensaje vital.
Cree que todos los hombres
venden su regazo
como los mismos sumisos
que encuentran espacios de suciedad
cada seis años.
Y es que Samuel Cielo no practica la minucia diletante, sino que de minucia en minucia las va acumulando en la intención de centrarse en lo más diáfano de la humanidad: actuar creativamente en el devenir del mundo y no dejar pasar hasta los instantes más triviales, sino darles alas, palabras aladas que efectúen repliegues, giros, torbellinos de sentimientos, de pensamientos, de deseos, de emociones y demarquen la llamarada básica de los demás: Así se vive.
Las luces son el disimulo del poder.
Son candil de la calle
porque en esta casa de treinta y dos
partes para ser exactos
desde hace mucho reina la oscuridad.
Ojalá que todos los lectores amorosos de la lírica, a través de este poemario, retomen el goce de vivir el lánguido retorno a la lasitud de los tiempos que se pierden ante la premura de la maquinaria que no se da cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para sostenerse en el vacío.
Unas piedras dicen que la Ecología
es un daño para sobrevivir.
Ni los más elevados poderes ni los más gigantescos haberes tienen la virtud de la eternidad: sólo la alta poesía nacida de la potencialidad de captación sensible del entorno que el poeta, ese privilegiado del alma universal, posee, dan la respuesta a la sed de lo perenne y Samuel Cielo emprende con su Dodecálogo la intensa aventura que hace sonar el timbre de la libertad.
Deseo desde estas páginas que muchos lo escuchen, porque sólo la poesía, el resultado de la comunicación estética, nos hará libres.
- ↑ Esta canción se encuentra grabada en el disco de 1997 que lleva el mismo nombre: Literaturidad, 9 poemas de la literatura hispano mexicana, musicalizados y cantados por el autor de este libro de ensayos