Lima
de Jacinto de Salas y Quiroga


Tierra de amor, América divina,   
también tu nombre endulzará mi labio,   
cual endulzó mi pecho candoroso,   
                       en años de amargura,   
                       tu clima deleitoso. 
Allá en la orilla del suave río   
que la ciudad divide de los Reyes,   
                       yo vi el dolor impío   
sobre mi frente virginal y pura   
descargar su furor, y en mi consuelo 
sólo encontrara, oh Lima, tu hermosura.   

Y me bastó, que el llanto que regaba   
mis pálidas mejillas bondadoso   
                       tu sol me le enjugaba.   
¡Oh! Niegue al labio un delicioso acento  
el dios de inspiración que tierno adoro,   
al corazón de amor un sentimiento,   
                       y a mis ojos el llanto,   
antes que olvide el astro de la noche   
que en curso misterioso plateaba 
                       la ruina de encanto   
do el Inca aprisionado suspiraba.   

No Huascar, no Atahualpa, no doncellas   
hijas del padre Sol, de mi memoria   
                       ni el tiempo, ni los hados 
                       borrarán vuestra historia.   
Yo en mi exaltada mente aun os contemplo,   
aún contemplo los quipos misteriosos,   
de vuestros nobles hechos y virtudes   
                       guardadores famosos. 

Aún me parece ver vuestros hogares,   
mansión de amor y de inocencia, asilo   
de la pura beldad, do los pesares   
a turbar no acertaran la alegría.   
Luego la saña del León de Europa  
el ósculo fue a daros de falsía,   
                       y en orgullosa tropa,   
vuestras mismas mansiones, vuestros lechos   
fue bárbara a ocupar; y generosos   
odio no le juraron vuestros pechos. 

Cobra el valor, cacique, y la esperanza,   
                       que el León se ha domado;   
el tiempo ya ha venido de bonanza,   
pueblo inocente. Aquellos que han llevado   
guerra y dolor a vuestras bellas playas, 
ya no quieren llevar sino justicia,   
                       saber, amor y gloria.   
América inocente, ya ha rayado   
                       el día que la historia   
marcará con su dedo eternamente,
y ornará con un lauro nuestra frente;   
                       y la virgen del Rima   
podrá abrirnos los brazos cariñosa,   
                       como la extraña rosa   
                       se abre en su hermoso clima.  

Lima, tierra de amor, conceda el cielo   
                       al mísero poeta   
una vez más llorar sobre tu suelo,   
que le dio abrigo y paz sobrados días;   
y vosotras, sublimes gentilezas, 
que dais amor con sola una mirada,   
y a quien debe tal vez el numen mío   
inspiración y fuego, si merezco   
a mis débiles versos dar tal gloria,   
un recuerdo no más, y quiera el cielo 
no halléis en vuestro día de cariño   
                       ni un corazón de hielo.