Libro sin tapas: Libro sin tapas

Libro sin tapas (1929)
de Felisberto Hernández
Texto revisado por la Fundación Felisberto Hernández en colaboración con Creative Commons Uruguay
Libro sin tapas
Libro sin tapas
de Felisberto Hernández
Este libro es sin tapas
porque es abierto y libre:
se puede escribir antes
y después de él.

Al doctor Carlos Vaz Ferreira
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A la última religión se le termina la temporada. A los hombres de ciencia se les aclara el epílogo que sospechaban. Los jóvenes, vigorosos y deseosos de emociones nuevas, tienen el espíritu maduro para recibir el tarascón de una nueva religión. Todo esto ha sido previsto como las demás veces. Se ha empezado a ensayar la parte más esencial, más atrayente, más fomentadora y más imponente de la nueva religión: el castigo. El castigo de acuerdo con las leyes de la religión última; con el caminito de la moral, que ha de ser el más derecho, el único, el más genial de cuantos han creado los estetas que han impuesto su sistema nervioso como modelo de los demás sistemas nerviosos.

Tenemos muchos datos. A los locos nos tienen mucha confianza en estas cosas. Escribiremos sólo algunos de los datos del primer ensayo y dejaremos muy especialmente a la orilla del plato los de la formación del jurado de los Dioses.

El jurado de los Dioses logró reunirse. –En esto fueron inferiores a los católicos porque conviene que en religión mande “Un Solo Dios Verdadero”.

El primer ejemplar estaba pronto a someterse. El pobre muerto había sido egoísta. Jamás se preocupó del dolor ajeno. Jamás dejó de pensar en sí mismo. Fue un hombre tranquilo. Todo esto pareció mal al jurado y decidieron por unanimidad castigar al muerto: lo colgaron de las manos al anillo de Saturno, le dieron un gran poder de visión y de inteligencia para que viera lo que ocurría en la Tierra; le dieron libertad para que se interesara cuanto quisiera por lo que pasaba en la Tierra, pero si pensaba en sí mismo, se le aflojarían las manos y se desprendería del anillo.

Los primeros tiempos fueron horribles. De repente se quedaba agarrado de una mano, de dos dedos, pero en seguida atinaba a prenderse con la otra mano. Hacía esfuerzos sobrehumanos para no pensar en sí mismo. De pronto se quedaba mirando fijo a la Tierra y eso le distraía un poco. Lo primero que le distrajo absolutamente sin tener que preocuparse de las manos ni de sí mismo, fue muy curioso: estaba mirando fijo a la Tierra y se le ocurrió pensar por qué daría vueltas y más vueltas. Así pasó mientras la Tierra dio treinta vueltas.

Ya no podía más de aburrido, de pensar siempre lo mismo sin hallar solución. A veces le venía una esperancita de solución y aprovechaba a ponerse contento antes que se diera cuenta que no había encontrado solución. Entonces, durante la alegría de la esperancita movía alternativamente las piernas.

Al mucho tiempo de aburrirse de no encontrar solución se dio cuenta que la Tierra además de las vueltas sobre sí misma, daba otras vueltas alrededor del sol: vuelta a las esperancitas y vuelta a volver a aburrirse. Pero a medida que pasaba el tiempo y se preocupaba de los demás, se le aguzaba la visión y la inteligencia. Por eso descubrió nuevamente, que los animales y los hombres, al mismo tiempo que seguían a la Tierra en sus dos clases de vueltas, daban otras dos clases de vueltas más: unas para conseguir qué comer y otras alrededor de las hembras.

La visión y la inteligencia seguían aguzándosele. Esto le libraba en muchos momentos del aburrimiento y de pensar en sí mismo. Cada vez se internaba más en los problemas de la Tierra. Se diría que progresaba: el progreso lo hacía distinto, lo hacía más visual y más inteligente, pero no se sabía si le suprimía dolor. La complejidad progresiva le quitaba dolor de aburrimiento y de esfuerzo en no pensar en sí mismo. Pero nacían nuevos dolores: los dolores de no hallar solución, ahora que le crecía el interés por la Tierra y que no tenía más remedio que dejárselo crecer, porque si dejaba de mirar fijo y de pensar en la Tierra, le amagaba el pensamiento de sí mismo y se descolgaría. ¡Y ni siquiera podía pensar qué sería de él si se descolgaba y si se le importaría o no descolgarse!

Ya tenía una inmensa suma de “porqués”. ¿Por qué la Tierra daba vueltas sobre sí misma? ¿Por qué además daba grandes vueltas alrededor del sol? ¿Por qué los hombres tenían que dar vueltas alrededor de los alimentos y comer para no morirse? ¿Por qué daban vueltas alrededor de las hembras? Le cruzó la idea semisolución de que la Tierra y los hombres hacían todo eso para no aburrirse. ¡Qué bien le hubiera venido ahora un pequeño descansito! A pesar de la alegría y el placer último seguía colgado; además no tenía más remedio que darse cuenta que la solución era falsa, seguir mirando la Tierra y aumentar la complejidad.

Los nuevos y últimos “porqués” eran: ¿por qué los hombres tienen que no aburrirse? ¿Por qué no se anulan y anulan la Tierra? ¿Por qué tienen ese fin optimista para cargar con la tarea del no aburrirse? Y siguió ahondando y ahondando y preocupándose más de la acción de los hombres y aumentando la complejidad trágica e imprescindible. Al seguir preocupándose más de la acción de los hombres descubrió el mismo problema de él y que él no sabía que lo tenía por no poder pensar en sí mismo: descubrió que los hombres progresaban, que eran distintos a los de las épocas anteriores.

Más adentro descubrió que el porqué provisorio del progreso era evitar dolor. Pero en seguida cayó en la duda más dudosa, más compleja y más emocionante. El condimento de complejidad que tenía esta duda, le había despertado la curiosidad y el interés más violento. Procuraba anestesiarse y dejar pasar épocas para ver si en la última época el progreso les había quitado dolor, o si al tener menos dolor del anterior, les naciera otro dolor distinto que sumándolo alcanzara a la misma presión del dolor de las épocas anteriores. También podía ser que si el dolor fuera menos, también fuera menos el placer; que la reacción natural de cada organismo diera un porcentaje mayor o menor de sistema nervioso, pero que eso no tuviera nada que ver con la compensación: que no cambiara el promedio de placer y dolor, que fuera indiferente nacer en cualquier época.

Cuando lograba detener los “porqués”, la Tierra le parecía maravillosa; le parecía un juguete ingeniosísimo; la encontraba parecida a esos sonajeros de los niños que es necesario que los muevan para que suenen: la Tierra se movía y por eso los hombres tenían acción. Tal vez si la Tierra se detuviera ellos también. Pero no se podía asegurar nada, era un juguete muy complejo. Hubiera deseado, igual que los niños, romperlo, ver cómo era interiormente y romperle el porqué. Pero lo único que podía hacer era observarlo: observando le parecía que los hombres tenían cuerda individual, pero que se subordinaban a la Tierra por un imán; que al moverse la Tierra les excitaba la cuerda y que había hombres de más o menos cuerda.

La fórmula más general que hubiera podido deducir de los hombres de más o menos cuerda era: cuando más vueltas da la rueda de la cabeza, menos cuerda. También le parecía que el gran predominio de una de las piezas del juguete-hombre, afectaba la cuerda: el juguete-hombre-atleta, al que le predominaban los músculos; el juguete-hombre-inteligente, al que le predominaban los razonamientos, etc. Todos los predominios o anormalidades hacían que el hombre que los poseía fuera considerado célebre por los demás hombres. Todo esto le parecía raro, porque todos los hombres amaban el progreso, y tanto los juguetes-hombres-atletas como los juguetes-hombres-inteligentes eran inútiles al progreso.

Se le ablandaba un poco la duda de por qué serían célebres los juguetes-hombres-atletas y los juguetes-hombres-inteligentes a pesar de ser inútiles al progreso: les parecía muy general, en los juguetes-hombres-vulgares, el mal de pocos músculos y poca inteligencia para el progreso. Estas dos clases de hombres servían de ejemplo a los demás. Les excitaban por medio de la exageración el desarrollo de los músculos y la inteligencia. Y todo esto a pesar de que ellos no servían al progreso: tenían más musculatura y más inteligencia de la necesaria para la acción. Pero eran célebres porque asombraban a los demás con la anormalidad tan notada y con la exageración que producía el buen ejemplo. Y en tanto a ellos, a los celebrados, el éxito les excitaba más la voluntad para desarrollar más la exageración, la anormalidad que cada vez se notaba más.

Es necesario aclarar que el juguete-hombre-inteligente que imaginaba el pobre muerto no era el genio científico en favor del progreso, era el que había llegado a negar lo indispensable del progreso para evitar dolor. Además pensaba que a esta clase de hombres se les rompía la llavecita-esperanza con que se daban cuerda y entonces no habiendo acción eran inútiles al progreso. Otro de los ejemplos –pero más vulgares– de las anormalidades o predominios de piezas que afectaban la cuerda, era el predominio de la pieza coraje o el predominio de la pieza miedo: este equilibrio necesario e imprescindible de estas dos piecitas le parecían cosas maravillosas en el juguete-hombre-normal.

A condición de ablandársele la última duda, se le endurecía otra: ¿por qué a pesar del triunfo de la exageración, del predominio de piezas, era célebre el que le predominaba la pieza coraje y no el que le predominaba la pieza miedo?

Los Dioses estaban en la Luna. Allí habían instalado su cámara. Discutían el problema de la reencarnación. Había varias tendencias. Ya en la Tierra creían poco en la reencarnación. Sin embargo había que aprovechar la lección, el castigo. Además el control era más fácil cuando menos penados hubiera: el problema de los vivos les era más cómodo.

Se resolvió practicar la reencarnación.

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Otra vez en la Tierra, el pobre muerto hizo cosas muy curiosas: después de la tortura y de saber que el progreso era inútil, que no evitaba dolor, se enroló en la acción para el progreso.

Nunca supo que los hombres no se anulaban ni anulaban la Tierra, por el sentimiento estético que era sentido en todos los planos. Esto hubiera sido complementario a lo de la piecita miedo. Sin embargo, él desempeñó como hombre un gran papel estético: mezclarse en el progreso después de saber que era inútil. La amplitud del papel estético estaba en no ser amplio, en no salirse de la Tierra, como otros hombres amplios, estaba en volver al problema de los hombres. Escribía en los diarios en favor de algún partido político. Tenía una especie de sensualidad por escribir libretas en blanco y precisamente, mezclándose en el progreso, es que podía escribir mucho.

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