Libro sin tapas: La piedra filosofal

Libro sin tapas (1929) de Felisberto Hernández
Texto revisado por la Fundación Felisberto Hernández en colaboración con Creative Commons Uruguay
La piedra filosofal
​La piedra filosofal​ de Felisberto Hernández
A Vicente Basso Maglio

I editar

Se estaban haciendo los cimientos para la casa de un hombre bueno. Yo estaba sentado en un montón de piedras. Un poco separado del montón había dos piedras: una más bien redonda y otra más bien cuadrada. La más bien cuadrada era La Piedra Filosofal. Ésta decía a la otra: “Yo soy el otro extremo de las cosas. En este planeta hay un extremo de cosas blandas, y es el espíritu del hombre. Yo soy el extremo contrario; el de las cosas duras. Pero uno de los grandes secretos es que no existen cosas duras y cosas blandas simplemente: existe entre ellas una progresión, existen grados. Suponed que las piedras fueran lo más duro; después están los árboles que son más blandos; después los animales, después los hombres. Pero ésa sería una progresión muy gruesa. Suponed otra menos gruesa, en el mismo hombre, por ejemplo: primero los huesos, después los músculos, después los centros nerviosos, y lo más blando de todo después de una minuciosa progresión hacia lo blando: el espíritu. Los hombres en todas las cosas sorprenden caprichosamente la graduación en grados distantes. Se encuentran con lo que es diferencia de extremos para los sentidos. Entonces sin perder tiempo califican: esto es duro, aquello es blando, esto es negro, aquello es blanco, esto es frío, aquello es caliente... Como los hombres tienen varios sentidos, viven saltando en los grados de la naturaleza y se arman curiosísimas combinaciones. Lo más curioso de cuanto conozco son los hombres. Y ellos tienen a su vez la curiosidad como de lo más importante de su condición. Y la curiosidad en lo que se refiere a satisfacerla, es relativa a los sentidos. Además está torturadísima de combinaciones.

II editar

Una de las condiciones curiosas de los hombres, es expresar lo que perciben los sentidos. A los sentidos les da placer sorprender la graduación a distancias grandes. Este placer excita la curiosidad. El hombre que proporcione más placer satisfaciendo más curiosidad triunfa más. Pero cuando más curiosidad haya satisfecho un hombre para sí mismo, menos curiosidad satisface para los demás. Porque después de satisfacer mucha curiosidad viene la duda. Y entonces no les queda más remedio que buscarme a mí. Si los sentidos se dieran cuenta que todo es una graduación, no habría para éstos sorpresas ni sensaciones distintas. Entonces no habría ni el placer de los sentidos al expresar. Ya los sentidos están hechos para gozar de la diferencia de grados de la naturaleza. Por ejemplo: el oído percibe el sonido. El sonido siguiendo una graduación hacia una gran cantidad de vibraciones llegaría a lo que los hombres llamarían calor en vez de sonido. Entonces esto lo percibirían con otro sentido que sería el tacto en vez del oído. Ya la suma de estos dos sentidos estaría en favor de la graduación. Así como clasifican las distancias de la graduación con sus sentidos, igual clasifican todo lo que perciben con sus inteligencias. Los distintos sentidos les proporcionan placer a los hombres, pero les prohíben satisfacer la curiosidad de la realidad objetiva: la graduación. Ellos son otra realidad y las dos realidades son realidades graduadas. Como ellos no entienden la graduación, tienen una tendencia fisiológica a clasificar con la inteligencia distancias grandes, tan grandes como la distancia o diferencia de un sentido al otro. La clasificación con la inteligencia es correlativa a la de los sentidos. Entonces menos perciben la graduación de pequeñas distancias. Les sorprende que con un sentido –con el tacto por ejemplo– percibiendo grados distintos, les dé el resultado de que una cosa sea dura o blanda. Mucho más se sorprenderían si supieran que todos los sentidos están en favor de la graduación. Pero si satisfacen esta curiosidad les sacan placer a los sentidos. Entonces les es necesaria la duda. Una de las maneras interesantes de entretenerles la vida es: darles un poco de curiosidad satisfecha y otro poco de duda.

III editar

Yo como piedra soy muy degenerada. Los hombres llaman degeneración el ir de una cosa dura a una cosa blanda, de una cosa sana a una cosa enfermiza. Las cosas enfermizas las clasifican en simpáticamente enfermizas o artes y antipáticamente enfermizas o vicios. Yo he tenido la virtud de poder ser dura y blanda al mismo tiempo. Me he metido en los problemas de las piedras y que son los problemas de no tenerlos, y me he metido en los problemas de los hombres y que son los problemas de tener problemas. Por esta virtud he descubierto la “Teoría de la Graduación”. Las leyes más comunes de la Teoría de la Graduación son: cuanto más dureza más simplicidad y más salud, cuanto más blandura más complejidad y más enfermedad. Por eso a veces es tan complejo y enfermo el espíritu del hombre. Algunos tienen tanta abundancia o exuberancia de esto blando o enfermizo que lo derraman por encima de nosotras las piedras. Y zás, resulta de esa manera que nosotras tenemos sentimientos o intenciones. Otra de las leyes es: cuanto más blandura interesa más el propósito del destino y el porqué metafísico. A nosotras las piedras no nos interesa el porqué metafísico: éste se ha hecho para los hombres.

IV editar

En un grado determinado de lo duro a lo blando los hombres curiosamente clasifican una cosa diciendo si tiene o no tiene vida. Y aquí empieza el gran tráfico teórico y práctico de la vida y la muerte. Los hombres necesitan mucho de este condimento de duda y de misterio para la vida. Pero todo es graduación: cuanto más blando más vida, cuanto más duro menos vida. Ésta sería otra ley de la Teoría de la Graduación. Los hombres sorprenden la graduación y clasifican: esto tiene vida. Esto no tiene vida. ¡Vida y muerte! Muy pocas veces entienden la graduación en lo de tener más o menos vida, de ir perdiendo la vida gradualmente a conquistando la vida gradualmente. Su condición “hombres”, su sensibilidad en más o menos grado, les permite retroceder cuando están a punto de llegar a la verdad. Se agarran en la duda y el misterio, y continúan el tráfico entre los vivos y los muertos. Esta curiosidad les interesa demasiado y la tienen demasiado cerca para poder satisfacerla. Pero están lo mismo que frente al porqué metafísico. Así como a las piedras no les interesan ni tienen curiosidad por el porqué metafísico ni por las demás piedras, ni por los hombres, así a los muertos no les interesa cómo es la muerte ni cómo es la vida. Pero a los vivos les interesan los muertos y todo lo demás. Cuanto más blandura tienen más duda, entonces dudan de lo de ir perdiendo gradualmente la vida. Biológicamente, tienen el instinto de conservación y como todo lo miran con su condición les cuesta creer en la muerte absoluta. A veces están a punto de caer en la verdad pero tienen nervios, tienen vida, tienen instinto de conservación, tienen duda y misterio, y como todo lo miran con su condición, se salvan. Se ha hecho para los vivos y no para los muertos el porqué metafísico y las reflexiones sobre la vida y la muerte, pero no les hace falta aclarar todo el misterio, les hace falta distraerse y soñar en aclararlo.

Otra ley que se deduce de acá es: cuanto más dureza menos vida, menos instinto de conservación y menos reflexiones sobre la muerte, y viceversa cuanto más blandura.

V editar

Como ya dije, los hombres miran todo con su condición. Les cuesta creer que si ellos no tienen hambre otros pueden tener, que si ellos tienen vida, otros no pueden tener. Lo mismo les ocurre con el cosmos. Como ellos tienen propósito creen que el cosmos también tiene, pero el cosmos no tiene propósito, tiene inercia. Entonces surge otra ley: cuanto más blandura más propósito, cuanto más dureza más inercia.

VI editar

La Piedra Filosofal iba a decir otra de las leyes de la Teoría de la Graduación. Un albañil creyó muy oportuna su forma cuadrada, y sin darse cuenta la interrumpió. Pero ésta sirvió muy bien para los cimientos de la casa del hombre bueno.

La piedra filosofal