Leyenda tártara
I Teu-Man siempre halagado del destino De Tartaria el imperio se asegura Desde la extremidad del Ponto Euximo Al Oby, que al mar Caspio se apresura. Sus palacios levantan a los vientos Sus cúpulas hermosas y doradas Y llenan sus vistosos campamentos Tiendas de negras crines fabricadas. Obtuvo de un enlace lisonjero Fruto dulce de amor en dos garzones: Mothé debió a la suerte ser primero, Con felices agüeros y visiones Lo concibió su madre cariñosa Viendo en el éter límpido y sereno Brillar un claro sol de luz hermosa Que cayó del cenit sobre su seno Y libre encaneció de los dolores Que acompañan al trance riguroso Y fuera de estación brotaron flores Que dieron un aroma delicioso. Un ciervo de grandeza desmedida, Más blanco que los grumos de la espuma, Perdió su libertad y errante vida Pasado de un arpón que calza pluma. Aves de extraños climas entonaron Cánticos deliciosos de alegría Y magos sabidores auguraron Toda felicidad al que nacía. Los ojos del garzón afortunado Brillan como la llama cuando crece Y en su pecho el valor volcanizado La color del semblante le enrojece. Son sus fibras robustas y aceradas, Como las del león de las arenas Que vive de sus presas codiciadas Y es de lava la sangre de sus venas. Cuando mide la fuerza de sus brazos, Entre solaz pueril, con sus iguales, Los oprime y ahoga con abrazos: Son sus manos argollas de metales. De su temprana edad en los verdores Diez estíos le dio Naturaleza Cuando, a vista de tres embajadores, Quiso mostrar su brío y su destreza. Tres veces armó el arco y otras tantas Hizo gemir el viento con tres flechas Y tres aves cayeron a sus plantas, Abierto el corazón con hondas brechas. Cabalga en bridón tártaro sin silla, No se cala bruñido capacete; Componen su armadura su cuchilla, Lanza, coraza corta, sin almete. Que ondean sus cabellos como un velo, A merced de las auras desprendidos, Libres como las águilas del cielo Que vuelan a las peñas de sus nidos. Pero Teu-Man no aprecia la bravura Del doncel ni a su beso el rostro inclina Ni le halaga con plácida ternura Ni al trono del imperio le destina. Ama sólo a Kin-Kan, hijo segundo, Feble como las hojas desprendidas, Que a llorar cual mujer vino a este mundo, No a fatigar trotón ni regir bridas. Para dar a Mothé bárbara muerte Finge el padre negocios de un tratado Y hablóle blandamente de esta suerte, Mintiéndole lisonjas con agrado: -«Con las tribus de Yent-chi paces quiero Y asentadas, te entrego mi corona: Tú debes ser el fausto mensajero; Tú sólo representas mi persona. »Cumple, pues, mis mandatos, hijo mío; Tienes segura tregua y franco suelo: Nada te tocará sino el rocío Y la lluvia que caiga desde el cielo.»- Así le dijo el pérfido y convida Con secreta misión al enemigo Para que corte en flor la hermosa vida Del que le ofrezca paz pidiendo abrigo. Mothé toma su aljaba y pasadores Con las hieles de víbora teñidos Que dan un fin atroz con mil dolores Y entumecen los miembros afligidos. Toma un corcel que juzgan engendrado En la estación feliz de primavera Por un soplo del céfiro aromado Bebido por la yegua en la pradera. Y, al fulgor de la luna señalada, Parte y salva los vastos arenales, Como si conducido de una Fada Volase por regiones eternales. Dormido sobre el bruto un breve instante, Soñó un espectro lívido, horroroso, Con sanguinosa cinta por turbante Y exclamó dando fin a su reposo: -«Infausta es mi misión según mi sueño; Mi padre no me amó... ¡guay no me venda! Nunca pudo mirar sin grave ceño Mi sombra entre los pliegues de su tienda. »La guerra es el cimiento del Estado: Ensanchemos los límites al mío; Venzamos con un hecho señalado La fuerza con que amaga el hado impío. »No conozco la ley de mi contrario; Conozco de mi brazo la pujanza: Dichoso es en la liz el temerario; No quieren paz mi dardo ni mi lanza.» Dijo, sacó una flecha y con su punta Tocó de su bridón la enhiesta vela Que, mostrando su fuerza toda junta, Más veloz avanzó que una gacela. Ya distingue las tiendas enemigas Y abundantes camellos y ganados, Y el resplandor de lanzas y lorigas Hiere sus ojos negros y animados. Ve una nube de polvo y al encuentro Le sale el jefe astuto y advertido Ocupando entre bravos noble centro, Sobre revuelto potro guarnecido. Mothé detiene el suyo prontamente, Toma el arco letal, que va cediendo Sus elásticos cabos igualmente, Al nervio retorcido obedeciendo; Y al adalid arroja una saeta Que, pasándole el pecho sin coraza, A muerte dolorosa le sujeta Y el hondo corazón le despedaza. Luego a volver las riendas se apresura Y a un grito de su voz bien conocida Vuela su pisador por la llanura, Cual neblí tras la garza perseguida. Es vano que le sigan con enojos Seis jinetes de esfuerzo prodigioso; Cual relámpago pasa por sus ojos, Apagado su rastro luminoso. Teu-Man lo recibió sin alegría, Las dudas del mancebo confirmando; Mas, por premiar su hazaña y osadía, Puso diez mil jinetes a su mando. Un resplandor de gloria y de esperanza Baña la faz del bravo con tal nueva; Su corazón respira con holganza, Su mente como el águila se eleva. Manda fabricar flechas silbadoras Y que agucen sus hierros herbolados, Y al frente de las huestes vencedoras Dictó esta sola ley a sus soldados: -«Si alguno no flechare con presteza El blanco do mi flecha se encamine Pierda como rebelde su cabeza Y su cuerpo a los perros se destine.»- Partió para la caza de leones Y al ver uno de fuerza desmedida Le disparó el mejor de sus arpones, Que por el cerro entró con honda herida. Algunos de su séquito quedaron Sin disparar sus arcos y al momento Del tronco sus cabezas se apartaron Y el tronco dio a los buitres alimento. Uno de sus caballos más hermosos Tomó también por blanco de sus tiros; Algunos no flecharon recelosos Y rindieron su vida con suspiros. Furioso porque amor, entre pensiles De dormida quietud y de embelesos, Detenía sus bríos juveniles De una tártara hermosa con los besos Convocó sus guerreros enojado Y disparó con ímpetu su vira De la beldad al seno descuidado, Que fue de un tierno amor sangrienta pira. Algunos sus saetas detuvieron, Que herirla no podían siendo heridos De la luz de sus ojos... Perecieron, Enamorados sí, no arrepentidos. Contra un bridón hermoso y regalado, Peceño, de crin larga y raza fiera, De su padre Teu-Man muy estimado También quiso arrojar flecha ligera. Ninguno le faltó: de pasadores Una funesta lluvia se desata Que, volando con plumas de colores, Al fogoso cuadrúpedo maltrata. Una feroz sonrisa se ha pintado De Mothé silencioso en el semblante: Es león con ayuno prolongado Que la segura presa ve delante. Pues presente le han hecho con su afrenta Del padre la pasada alevosía Furores y venganzas alimenta, Ve fieles a los suyos y confía. En la caza de tigres y leopardos Halló al emperador entretenido; Lo traspasó con uno de sus dardos Que de mil y mil otros fue seguido. Cayó Teu-Man al suelo, taladrado De una nube de puntas aceradas Y Mothé por señor fue saludado De todas las falanges esforzadas. Subió del alto solio al hemisferio Do el poder altanero se sublima Y ensanchó de Tartaria el gran imperio Por la parte oriental y opuesto clima. De las tribus de Yent-chi embajadores Como don singular le demandaron Dos mujeres más lindas que las flores Que de Teu-Man los días aromaron. Accedió a su demanda y les decía: -«¿De qué sirven las frescas hermosuras? Enervan el valor y la osadía; Grillos de esclavitud son sus ternuras.»- Dieron segunda vez esta embajada: -«Entre vuestro dominio y el ajeno Hay cien leguas de tierra abandonada Y posesión pedimos del terreno.»- Se irritó como el mar cuando destierra De su seno la paz y gritó airado: -«Preparad las cuchillas a la guerra; La guerra es fundamento del Estado.»- Y sin dar a su esfuerzo tregua alguna, Mandando sus ejércitos más gruesos, De los Yent-chi borró nombre y fortuna, Pirámides alzando de sus huesos. II En un solio de muelles almohadones Cuajado de costosa pedrería Y bordado de sierpes y dragones En oro, plata y perlas que el mar cría, Se sienta entre sus nobles mandarines Han-Kao-zou, guerrero que domina Por todas sus regiones y confines Todo el celeste imperio de la China. Una nube de pálida tristeza Cubre su faz y enluta su persona; Mas se anima la súbita fiereza Y con un mago suyo así razona: -«Dormido sobre un trono conquistado Me despierta el silbido de huracanes; El sueño huyó y el trono ha vacilado Y por sol me ilumino con volcanes. »¿Ves el septentrión?... Voraces bríos De un incendio devoran mis ciudades Y rojos con la sangre de los míos Están todos los campos y heredades. »¿Qué sierpe ha deslizado entre mis flores Con la nocturna sombra ocultamente, Que marchita sus plácidos verdores Con hálito feroz y pestilente?... »¿Quién es ese chacal de hambrienta boca Que, mirando al león, sin que se asombre De sus uñas de acero, lo provoca Y lo reta a la lid?... Dime su nombre.» -«Mothé se llama el jefe temerario Que las provincias fértiles agosta; Su ejército atrevido y sanguinario Se extiende como nube de langosta. »El tártaro adalid tiene en su pecho De vivo pedernal un triple muro; A su ambición el mundo es muy estrecho Y en el mayor peligro está seguro. »¡Infeliz aquel blanco que él acecha En torva lid al frente de su escuadra! Donde la vista pone va la flecha Que a las aves encuentra y las taladra.» -«Se burla de los dardos más impíos Feroz rinoceronte bien armado Y el mar bebe las aguas de los ríos; Yo beberé la sangre del malvado. »Yo pisaré la gloria de su raza Y si vivo en mis hierros le aseguro Le arrancaré con dientes de tenaza Pérfido corazón del pecho impuro. »Y mientras yo buscare al enemigo Usa tú de tus artes más oscuras; Al campo te vendrás; vendrán contigo Esas seis peregrinas hermosuras »Que doman el valor de los más bravos Con artes encantadas de tal suerte Que, besando sus pies febles esclavos, Con la miel de placer beben la muerte. »Pues si faltan las armas de la tierra Con maléficas artes del infierno Al invasor haremos grande guerra Y su nombre tendrá baldón eterno.»- Dijo, y rasgó su larga vestidura; Y, alzando cual escollo altiva frente, Pidió su duro casco y armadura Y ronca voz de marcha dio a su gente. Más de trescientos mil son sus soldados: Unos con gruesas lanzas, caballeros, Otros de férreas mazas van armados, Otros son agilísimos flecheros. Con el son de los carros rechinantes Mézclase el relinchar de los bridones; Brillan al sol cuchillas fulgurantes, Suenan en las aljabas los arpones. Mothé finge su pronta retirada (Porque así la victoria se asegura); Llama con un ardid la hostil armada De Pétem a la vasta y gran llanura. Han-Kao-zou la ocupa de repente Con todas sus falanges aguerridas, Sintiendo en sus entrañas sed ardiente De acuchillar las huestes perseguidas. Mas cortado se ve sin esperanza: Cuatro valles al llano desembocan Y sin ellos salida no se alcanza, Pues los montes altísimos se tocan. Y encuentra en cada valle y sus linderos, Sin dejar un resquicio a la salida, Cien mil caballos tártaros ligeros Con jinetes de lanza prevenida. Los caballos del valle del oriente Más blancos todos son que nieve pura; Los que guardan el valle de occidente Más negros que la noche más oscura. Los del norte son tordos regalados Que beben relinchando el aura fría Y son bayos los otros, colocados En el último valle, al mediodía. ¡Han-Kao-zou! ¡Romper en vano intentas!... Las ásperas gargantas, erizadas De picas matadoras y sangrientas, Dan muerte a tus cohortes esforzadas. A la séptima luz la carestía Se siente en todo el campo de sitiados; Álzase en esqueleto el hambre impía Como espectro en sepulcros ahuecados. Han-Kao-zou suspira; llama al mago Y le dice: -«No hay armas en la tierra Que puedan libertarnos del estrago; Marcha y con tus encantos haz la guerra.»- Y parte sin demora el hechicero Dando enseña de paz a brisas puras Y camina en silencio, compañero De seis incomparables hermosuras. Conducido a la tienda resguardada De Mothé, prosternóse humildemente Y soltando su lengua almibarada Exclamó con afecto reverente: -«Será el timbre mayor de tus honores Después de haber vencido a tus contrarios Que te rindan tributo emperadores Que no han sido de nadie tributarios. »Feudo de más estima que estas bellas No encontró mi señor, que las amaba, En cuanto alumbra el sol y las estrellas Y al tálamo imperial las destinaba. »Te las ofrece, pues, y sólo implora Que, mientras que te halagan a porfía, Des paso a sus soldados sin demora Por el valle que mira al mediodía.» Mothé quedó suspenso, embelesado: Seis pupilas azules le ablandaban El corazón calloso y embotado Y otras seis todas negras fascinaban. De hinojos las hermosas le pedían Que accediese a sus ruegos y a sus plantas Por escabel ebúrneo le ponían Los delicados senos y gargantas. Accediendo por fin, mandó un legado Para que sus jinetes se apartasen Del valle al mediodía señalado, Por donde sus contrarios retirasen. Partió el astuto mago presuroso Para dar fausta nueva de contento: Todo el sitiado ejército medroso Se puso en diligente movimiento. Ya el hijo de Teu-Man desfallecía, Prisionero de amor en su victoria Y entre los blandos ósculos perdía Fuerza, vigor y espíritus de gloria. Mas mirando su lanza abandonada Y sobre el duro suelo el arco flojo Encendióse con rayos su mirada, Se encandeció su faz con grave enojo, Quiso dejar su tienda y las sirenas Detuvieron sus iras con halago... Era lucha cruel de gozo y penas, De ternura y de furias en amago. Contemplándose débil con mancilla Para vencerse a sí, vencido el mundo, Con el filo sutil de una cuchilla Se hirió la mano izquierda furibundo. Como león que hieren cazadores Rugió viendo su sangre que corría Y escupiendo los ídolos de amores Las armas empuñó con osadía. Con los suyos siguió a los fugitivos Y alcanzadas sus últimas legiones Perdieron la luz pura de los vivos Con los golpes de lanzas y de arpones. Han-Kao-zou salvóse con el mago Y el hijo de Teu-Man, no satisfecho De la carnicería y del estrago, Dio esta ley a los suyos con despecho: Si alguno a Mothé viere en calma quieta Con alguna beldad entretenido Y a los dos no dirige su saeta, Por aleve y traidor sea tenido.