Leyenda del Cid
Non oléis a almizcle...
Por esposas han pedido Los Infantes de Carrión Las buenas hijas del Cid Que es el gran batallador. En Valencia, en aquel templo Que al principio se llamó «María de las Virtudes» Y es de San Esteban hoy, De Gerónimo el obispo Recibieron bendición Con don Diego y don Fernando Doña Elvira y doña Sol. Tuvo pláticas frecuentes El Cid y en sus yernos vio Con costumbres amenguadas Insufrible presunción. Pasados dos años fueron Cuando el rey Búcar llegó Con mil fustas por la mar Tremolando su pendón: Que su hermano fue vencido Y si del cristiano huyó Con más pausa le mataron Los puñales del dolor: Ha jurado por Mahoma Guerra y esterminio atroz Contra el suelo de las flores Y Rui Diaz su Señor. Con la nueva de la flota, Con ricos hombres de pro Hubo consejo el buen Cid Cómo haberse en tal sazón Y en su escaño de marfil, De riquísima labor, Que fue de Juñes Rey Moro, Muy tranquilo se adurmió. En la misma sala estaban Los infantes de Carrión Y con juego de ajedrez Se entretenían los dos; Cuando de improviso vieron Delante de sí un león Que por descuido del guarda De su jaula se soltó. Los que el juego presenciaban Con impávido valor Luego embrazaron sus mantos Y del Cid en derredor Sendas espadas sacaron Que la fiera respetó, Deslumbrada por encanto De su súbito fulgor. Turbáronse los infantes; Don Diego se colocó Bajo el escaño del Cid Con un pánico terror: Por los largos corredores Fernando se fue veloz Y al corral de las basuras Confuso asaz se arrojó. Dispertóse con los gritos Y bulla el Campeador Y viendo ante sí la fiera Diole una terrible voz: Del cerro de su pescuezo Prontamente la tomó Y encerrada se la deja De la jaula en la prisión. Al punto a Fernán González A su presencia llamó Y le dijo: Recobraos, Non saltéis otra vez, no: Procurad tener, mi yerno, Más fuego en el corazón; Non fuyáis, que aquesta vez Non oléis a almizcle vos.