Las vidas paralelas de Plutarco/Pompeyo

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

POMPEYO.


Respecto de Pompeyo parece haberle sucedido al pueblo romano lo mismo que respecto de Hércules le sucedió al Prometeo de Esquilo, cuando viéndose. desatado por él, exclamó:

¡Hijo querido de enemigo padre!

porque contra ninguno de sus generales manifestaron los Romanos un odio más terrible y encarnizado que contra el padre de Pompeyo, Estrabon, durante cuya vida temieron su poder en las armas, porque era gran soldado, pero despues de cuya muerte, causada por un rayo, arrojaron del féretro y maltrataron su cadáver cuando le llevaban á darle sepultura; ni Romano ninguno por el otro extremo gozó de un amor más vehemente, ni que hubiese tenido más pronto principio, que Pompeyo: con ninguno otro se mostró este amor más vivo y floreciente mientras le lisonjeó la fortuna; ni permaneció tampoco más firme y constante despues de su desgracia. Para el odio de aquél no hubo más que una sola causa, que fuó su codicia iusaciable de riqueza; y para el amor de éste concurrieron muchas: su templado método de vida, su ejercicio en las armas, su elegancia en el decir, su igualdad de costumbres, y su afabilidad en el trato; porque á ninguno se le pedia con ménos reparo, ni nadie manifestaba más placer en que se le pidiese, yendo los favores libres de toda molestia cuando los otorgaba, y acompañados de cierta gravedad cuando los recibia.

Su aspecto fué desde luego muy afable, y que le conciliaba atencion áun ántes que hablase: porque era amable con dignidad, sin que esta excluyese el parecer humano; y en la misma flor y brillantez de la juventud resplandeció ya lo grave y régio de sus costumbres. Además, el cabello un poco levantado, y el movimiento compasado y blando de los ojos daban motivo más bien á que se dijese que habia cierta semejanza entre su semblante y los retratos de Alejandro, que no á que se percibiese en realidad; mas por ella empezaron muchos á darle este nombre; lo que él al principio no rehusaba; pero luego se valieron de esto algunos para llamarle por burla Alejandro; hasta tal punto que habiendo tomado su defensa Lucio Filipo, varon consular, dijo como por chiste, que no debia parecer extraño si se mostraba amante de Alejandro siendo Filipo. Dícese de la cortesana Flora, que siendo ya anciana solía hacer frecuente mencion de su trato con Pompeyo, refiriendo que no le era dado, habiéndose entretenido con él, retirarse sin llevar is impresion de sus dientes en los labios. Añadia á esto, que Geminio, uno de los más íntimos amigos de Pompeyo, la codíció, y ella le hizo penar mucho en sus solicitudes, hasta que por fin tuvo que responderle que se resistia á causa de Pompeyo; que Geminio se lo dijo á éste, y Pompeyo condescendió con su deseo, y de allí en adelante jamás volvió á tratarla ni verla, sin embargo de que parecia que le conservaba amor; y finalmente, que ella no llevó este desvío como es propio á las de su profesion, sino que de amor y de pesadumbre estuvo por largo tiempo enferma. Fué tal y tan celebrada, segun es fama, la hermosura de Flora, que queriendo Cecilio Metelo adornar con estatuas y pinturas el templo de los Dioscuros, puso su retrato entre los demas cuadros á causa de su belleza. Mas volviendo á Pompeyo, con la mujer de su liberto Demetrio, que tuvo con él gran valimiento, y dejó un caudal de cuatro mil talentos, se condujo contra su costumbre desabrida é inhumanamente, por temor de su hermosura, que pasaba por irresistible, y era tambien muy aplaudida, no se dijese que ella era la que le dominaba. Mas, sin embargo de vivir con tan excesivo cuidado y precaucion en este punto, no pudo librarse de la censura de sus enemigos; sino que áun con mujeres casadas le calumniaron de que por hacerles obsequio solia usar de indulgencia y remision en algunos negocios de la república. De su sobriedad y parsimonia en la comida se refiere este hecho memorable: estando enfermo de algun cuidado, le prescribió el médico por alimento que comiese un tordo: anduviéronle buscando los de su familia, y no encontraron que se vendiese en ninguna parte, porque no era tiempo; pero hubo quien dijo que lo habria en casa de Lúculo, porque los conservaba todo el año; á lo que él contestó: «¿Conque sí Lúculo no fuera un gloton, no padria vivir Pompeyot» y no haciendo cuenta del precepto del médico, tomó por alimento otra cosa más fácil de tenerse á la mano. Pero esto fué más adelante.

Siendo todavía muy jovencito, militando a las órdenes de su padre, que hacía la guerra á Cina, tuvo á un tal Lucio Terencio por amigo y camarada. Sobornado éste con dinero por Cina, se comprometió á dar por sí muerte á Pompeyo, y á hacer que otros pegasen fuego á la tienda del general. Denunciada esta maquinacion á Pompeyo hallándose á la mesa, no mostró la menor alteracion, sino que continuó bebiendo alegremente y haciendo agasajos á Terencio; pero al tiempo de irse á recoger pudo, sin que éste lo sintiera, escabullirse de la tienda: y poniendo guardia al padre, se entregó al descanso. Terencio, cuando creyó ser la hora, se levantó, y tomando la espada, se acercó á la cama de Pompeyo, pensando que reposaba en ella, y descargó muchas cuchilladas sobre la ropa. De resultas hubo, en odio del general, grande alboroto en el campamento y conatos de desercion en los soldados, que empezaron á recoger las tiendas y tomar las armas. El general se sobrecogió con aquel tumulto, y no se atrevió á salir; pero Pompeyo, puesto en medio de los soldados, les rogaba con lágrimas; y por último, tendiéndose boca abajo delante de la puerta del campamento, les servia de estorbo, lamentándose y diciendo que le pisaran los que quisieran salir; con lo que se iban retirando de vergüenza; y por este medio se logró el arrepentimieto de todos, y su sumision al general, á excepcion de unos ochocientos.

Al punto de haber muerto Estrabon sufrió Pompeyo á nombre suyo causa de malversacion de los caudales públicos; y habiendo Pompeyo cogido infraganti al liberto Alejandro, que tomaba para sí la mayor parte de ellos, dió la prueba de este hecho ante los jueces. Acusábasele sin embargo de tener en su poder ciertos lazos de caza y ciertos libros de la presa de Asculo; y ciertamente los habia recibido de mano del padre cuando Asculo fué tomado; pero los perdió despues, con motivo de que al volver Cina á Roma, los de su guardia allanaron la casa de Pompeyo, y la robaron. Tuvo durante el juicio diferentes confrontaciones con el acusador, en las que, habiéndose mostrado más expedito y firme de lo que su edad prometía, se granjeo grande opinion y el favor de muchos: tanto, que Antistio, que era el pretor y ponente de la causa, se aficionó de él, y ofreció darle su bija en matrimonio, tratando de ello con sus amigos Admitió Pompeyo la proposicion; y aunque los capítulos se hicieron en secreto, no se oculto á loe demas el designio en vista de la solicitud de Antistio. Finalmente, al publicar éste la sentencia de los jueces, que era absolutoria, el pueblo, como si fuese cosa convenida, prorumpió en la exclamacion usada por costumbre con los que se casan, diciendo: Talasio. Dícese haber sido el origen de esta costumbre el siguiente: cuando en ocasion de haber venido á Roma al espectáculo de unos juegos las hijas de los Sabinos, las robaron para mujeres los más esforzados y valientes de los Romanos, algunos pastores, vaqueros y otra gente oscura llevaban tambien robada á una doncella, ya en edad y sumamente hermosa. Estos, para que alguno de los más principales con quien pudieran encontrarse no se la quitara, iban corriendo y gritando á una voz: «á Talasio.» Era este Talasio uno de los jóvenes más conocidos y estimados; por lo que los que oian su nombre aplaudian y gritaban como regocijándose y celebrando el hecho; y de aquí dicen que provino, por cuanto aquel matrimonio fué muy feliz para Talasio, el que por fiesta se dirija esta exclamacion á los que se casan. Esta es la historia más probable de cuantas corren acerca de la exclamacion de Talasio. De allí á pocos dias casó Pompeyo con Antislia.

Marchó entonces en busca de Cina á su campamento; pero habiendo concebido temor con motivo de cierta calumnia, muy luego se ocultó, y se quitó de delante. Como no se supiese de él, corrió en el campamento la hablilla de que Cina habia dado muerte á aquel jóven. Con esto los que ya ántes le miraban con aversion y odio se armaron contra él: dió á huir, y habiéndole alcanzado un capitan que le perseguia con la espada desnuda, se echó á sus piés, y le presentó su anillo, que era de gran valor; pero contestándole el capitan con gran desden: «yo no vengo á sellar ninguna escritura, sino á castigar á un abominable é inicuo tirano,» le pasó con la espada. Muerto de esta manera Cina, entró en su lugar y se puso al frente de los negocios Carbon, tirano todavía más furioso que aquel: ast es que Sila, que ya se acercaba, era deseado de los más á causa de los males presentes, por los que miraban como un bien no pequeño la mudanza de dominador: ¡á tal punto habian traido á Roma sus desgracias, que ya no buscaba sino una esclavitud más llevadera, desconflando de ser libre!

Hizo entonces mansion Pompeyo en el campo Piceno de la Ilalía por tener alli posesiones, y por hallarse muy bien en aquellas ciudades, cuyo afecto y estimacion parecia haber heredado. Mas viendo que los ciudadanos de mayor distincion y autoridad abandonaban sus casas, y de todas partes acudian como á un puerto al campo de Sila, no tuvo por digno de sí el presentarse con trazas de fugitivo, sin contribuir con nada y como mendigando auxilio; sino más bien con dignidad y con alguna fuerza, como quien va á hacer favor, para lo que iba echando especies, å fin de atraer á los Picenos. Olanle éstos con gusto, al mismo tiempo que no hacían caso de los que venían de parte de Carbon; y como un tal Vindio dijese por desprecio que de la escuela se les habia aparecido de repente el brillante orador Pompeyo, de tal modo se irritaron, que cayendo repentinamente sobre Vindio le dieron muerte. Con esto Pompeyo á los veintitres años de edad, sin que nadie le hubiese nombrado general, dándose el mando á sí mismo, puso su tribunal en la plaza de la populosa ciudad de Auximo; y dando órden por edicto á los hermanos Ventidios, ciudadanos de los más principales que favorecian el partido de Carbon, para que saliesen del pueblo, reclutó soldados, nombrando por el orden de la milicia capitanes y tribunos, y recorrió las ciudades de la comarca ejecutando otro tanto. Retirábanse y cedian el puesto cuantos eran de la faccion de Carbon; con lo que, y con presentårsele gustosos todos los demas, en muy breve tiempo formó tres legiones completas; y surtiéndolas de viveres, de acemilas y de carros, y de todo lo demas necesario, marchó en busca de Sila; no precipitadamente, ni procurando ocultarse, sino deteniéndose en la marcha con el fin de molestar á los enemigos, y tratando en todos los puntos de Italia adonde llegaba, de separar á los naturales del partido contrario.

Marcharon, pues, contra él á un tiempo tres caudillos enemigos, Carina, Celio y Bento, no de frente todos, ni juntos, sino formando una especie de círculo con sus divisiones, como para echarle mano; pero él no se intimido, sino que llevando reunidas todas sus fuerzas cargó confta sola la division de Bruto con la caballería, al frente de la cual se puso. Vino tambien á oponérsele la caballería enemiga de los Galos, y adelantándose á herir con la lanza al primero y más esforzado de éstos, acabó con él. Volvieron caras los demas, y desordenaron la infantería dando todos á huir; y como de resultas se indispusiesen entrer sf los tres caudillos, se retiraron por donde cada uno pudo. Acudieron entonces las ciudades á Pompeyo en el supuesto de que habia nacido de miedo la dispersion de los enemigos.

Dirigióse tambien contra él el cónsul Escipion; pero antes de que los dos ejércitos hubiesen empezado á hacer uso de las lanzas, saludando los soldados de Escipion á los de l'ompeyo, se le pasaron, y aquél huyó. Finalmente, babiendo colocado el mismo Carbon grandes partidas de caballería á las orillas del rio Arsis, acometiéndolas y rechazándolas vigorosamente, fué persiguiéndolas hasta encerrarias en lugares ásperos, donde no podia obrar la caballería, por lo cual, considerándose sin esperanzas de salud, se le entregaron con armas y caballos.

Todavía no tenía Sila noticia de estos sucesos; pero at primer rumor que le llegó de ellos, temiendo por Pompeyo rodeado de tantos y tan poderosos generales enemigos, se apresuró á ir en su socorro. Cuando Pompeyo supo que se hallaba cerca, dió órden á los jefes de que pusieran sobre las armas y acicalaran sus tropas, á fin de que se presentasen con gallardía y brillantez ante el Emperador, porque esperaba de él grandes honras; pero áun las recibió mejores: pues luego que Sila le vió venir, y á su 25 TOMO III.

tropa que le seguia con un aire imponente, y que se mosLraba alegre y ufano con sus triunfes, se apeó del caballo; y siendo, como era justo, saludado emperador, bizo la misma salutacion á Pompeyo, cuando nadie esperaba que á un joven que todavía no estaba inserito en el Senado le hiciera Sila participante de un nombre por el que hacía la guerra á los Escipiones y á los Marios. Todo lo demas cor respondió y guardó conformidad con este primer recibimiento; levantándose cuando llegaba Pompeyo, y descubriéndose la cabeza: distinciones que no se le veia fácilmente hacer con otros, sin embargo de que tenía á su lado á muchos de los principales ciudadanos. Mas no por esto se ensoberbeció Pompeyo; sino que enviado por el mismo Sila á la Galia, de la que era gobernador Metelo, y donde parecía que éste no hacía cosa que correspondiese á las fuer zas con que se hallaba, dijo no ser puesto en razon que á un anciano que tanto le precedia en dignidad se le quitara el mando; pero que si Metelo venía en ello y lo reclamaba, por su parte estaba dispuesto á hacer la guerra y auxiliarle. Prestóse á ello Metelo; y habiéndole escrito que fuese, desde luego que entró en la Galia empezó á ejecutar por si brillantes hazañas, y fomentó y encendió otra vez en Metelo el carácter guerrero y resuelto que estaba ya apagado por la vejez: al modo que se dice que el metal derretido y liquidado á la lumbre, si se vacia sobre el compacto y trio pone en él mayor encendimiento y calor que el mismo fuego. Mas así como de un atleta que se distingue entre todos, y ha dado fin glorioso á todos sus combates, no se refieren las victorias pueriles, ni se les da la menor importancia; de la misma manera con haber sido brillantes en sí los hechos de Pompeyo en aquella época, habiendo quedado enterrados bajo la muchedumbre y grandeza de los combates y guerras que vinieron despues, no nos atrevemos á moverlos, no sea que deteniéndonos demasiado en los principios, nos falte despues tiempo para las insignes hazañas y sucesos que más declaran el earácter y costumbres de este esclarecido varon.

Despues que Sila sujetó á toda la Italia, y se le confirió la autoridad de Dictador, dió recompensas á los demas jefes y caudillos, haciéndolos ricos, y promoviéndolos á las magistraturas, y agraciándolos larga y generosamente con lo que cada uno codiciaba; pero prendado particularmente de Pompeyo por su virtud, y juzgando que podria ser un grande apoyo para sus intentos, procuró con grande empeño introducirle en su familia. Ayudado, pues, con los consejos de su mujer Metela, hace condescender á Pompeyo en que despida á Antistia, y se case con Emilia, entenada del mismo Sila, como hija de Metela y Escauro, casada ya con otro, y que á la sazon se hallaba en cinta. Era por tanto tiránica la disposicion de este matrimonio, y más propia de los tiempos de Sila que conforme con la conducta de Pompeyo, á quien se hacía traer á Emilia á su casa en cinta de otro, y arrojar de ella á Anlistia ignominiosa y cruelmente; y más cuando por él acababa entonces de quedarse sin padre: porque habian dado muerte á Antistio en el Senado, por parecer que promovia los intereses de Sila á causa de Pompeyo; y además la madre, cuando llegó á entender semejantes designios, voluntariamente se quitó la vida; de manera que se agregó esta desgracia á la tragedia de tales bodas; y tambien por complemento la de haber muerto Emilia de sobreparto en casa de Pompeyo.

Llegaron en esto nuevas de que Perpena se había apoderado de la Sicilia, haciendo de aquella isla un punto de apoyo para los que habian quedado de la faccion contraria, mientras que Carbon daba tambien calor por aquella parte con la armada; Domicio habia pasado al Africa, y acudian bácia el mismo punto todos los desterrados de cuenta, que con la fuga se habian podido libertar de la proscripcion. Fué, pues, contra ellos enviado Pompeyo con grandes fuerzas; y Perpena al punto le abandonó la Sicilia. Halló las ciudades muy quebrantadas, y las trató con suma humanidad, á excepcion solamente de la de los Mamertinos de la Mesena: pues como recusasen su tribunal y su jurisdiccion, inhibidos, decian, por una ley antigua de Roma: «no cesareis, les respondió, de citarnos leyes, viendo que ceñimos espada?» Parece asimismo que insultó con poca humanidad a los infortunios de Carbon, pues si era preciso, como lo era quizá, el quitarle la vida, debió ser luego que se le prendió; y entonces la odiosidad recaeria sobre el que lo habia mandado; pero él hizo que le presentaran aprisionado á un ciudadano romano que habia sido tres veces cónsul; y colocándolo delante del tribunal, sentado en su escaño le condenó, con disgusto é incomodidad de cuantos lo presenciaron. Despues mandó que quitándosele de allí, le diesen muerte; y se dice que despues de retirado, cuando vio ya la espada levantada, pidió que te permitieran apartarse un poco y le dieran un breve instante para hacer cierta necesidad corporal.

Cayo Opio, amigo de César, refiere que Pompeyo se condujo igualmente con inhumanidad con Quinto Valerio: pues teniendo entendido que era hombre instruido como pocos, y muy dado al estudio, luego que se lo presentaron, le saludó, y se pusieron á pasear juntos; y cuando ya le hubo preguntado y aprendido de él lo que deseaba saber, dió órden á los ministros de que le llevaran de allí y le quitaran del medio; pero á Opio, cuando habla de los enemigos ó de los amigos de César, es necesario oirle con gran desconfianza; y en esta parte Pompeyo á los más ilustres entre los enemigos de Sila, que constaba públicamente haber sido presos, no pudo ménos de castigarlos; pero de los demas, pudiendo hacer otro tanto, disimuló con muchos que lograron mantenerse ocultos; y áun á algunos les dió puerta franca. Teniendo resuelto escarmenlar á la ciudad de los Himerios, que habia estado con los enemigos, pidió el orador Estenis permiso para hablarle, y le dijo que no obraria en justicia si dejando libre al que era la causa, perdía á los que en nada habian delinquido. Preguntőle Pompeyo quién era el que decia ser causa; y como le respondiese que él mismo, pues á los amigos los había persuadido, y á los enemigos los habia obligado; prendado Pompeyo de su franqueza y su determinacion, le absolvió y dió por libre á él el primero, y despues á todos los demas. Habiendo oido que los soldados cometian insultos por los caminos, les selló las espadas; y el que no conservaba el sello era castigado.

Sosegadas y arregladas de este modo las cosas de Sicilia, recibió un decreto del Senado y cartas de Sila, en que se le mandaba navegar al Africa, y hacer poderosamente la guerra á Domicio, que habia allegado mayores fuerzas que aquellas con que poco ántes habia pasado Mario del Africa á Italia, y convertido de desterrado en turano, habia puesto en confusion á la república. Haciendo, pues, Pompeyo con la mayor celeridad sus preparativos, dejó por gobernador de la Sicilia á Memio, marido de su hermana, y él zarpó del puerto con ciento veinte naves de guerra y ochocientos trasportes, en que conducia las provisiones, las armas arrojadizas, los caudales y las máquinas. Cuando parte de las naves tomaban puerto en Utica y parte en Cartago, seite mil de los enemigos, abadonando el otro partido, se le pasaron. Las fuerzas que él llevaba eran seis legiones completas; y se dice haberle allí sucedido una cosa graciosa; porque algunos soldados, dando por casualidad con un tesoro, se hicieron con bastante dinero; y como este encuentro se hubiese divulgado, les pareció á todos los de mas que el sitio aquel estaba lleno de caudales que los Cartagineses babian en él depositado en el tiempo de sus infortunios. Por tanto, en muchos dias no pudo Pompeyo hacer carrera con los soldados, ocupados en buscar tesoros, y lo que hacía era irse donde estaban, y reírse de ver å tantos millares de hombres cavar y revolver todo aquel terreno; hasta que desesperados ellos mismos, le pidieron que los llevara donde gustase, pues que ya habian pagado la pena merecida de su necedad.

Preparóse Domicio para el combate, queriendo poner delante de sí un barranco áspero y difícil de pasar; pero como desde la madrugada empezase á caer copiosa lluvia con viento, se detuvo, y desconfiando de que pudiera ser en aquél día la batalla, dió órden para la retirada. Pompeyo, por el contrario, creyó ser aquel el momento oportuno, y marchando con rapidez, pasó el barranco; con lo que sorprendidos en desórden los enemigos, no pudieron hacer frente todos en union; y áun el viento continuaba dándoles con el agua de cara. No dejó, sin embargo, de incomodar tambien á los Romanos aquella tempestad, porque no les permitia verse bien unos á otros; y el mismo Pompeyo estuvo para perecer por no ser conocido, á causa de que habiéndole preguntado uno de sus soldados la seña, tardó en responder. Mas rechazaron con gran mortandad á los enemigos, pues se dice que de veinte mil solos tres mil pudieron huir, y á Pompeyo le proclamaron emperador; pero como éste no quisiese admitir aquella distincion, mientras se mantuviera enhiesto el campamento de los enemigos, diciéndoles que para que le tuviesen por digno de aquel titulo era preciso que ántes lo derribaran, al punto se arrojaron sobre el valladar, peleando Pompeyo sin casco, por temor de que le sucediera lo que ántes. Tomóse, pues, el campamento, pereciendo allí Domicio. De las ciudades unas se sometieron inmediatamente, y otras fueron tomadas por la fuerza. Tomó tambien cautivo al rey larbas, que auxiliaba á Domicio, y dió su reino á Hiemsal. Sacando partido de la buena suerte y del denuedo de sus tropas, invadió la Numidia, y haciendo por ella muchos dias de marcha; sujetó á cuantos se le presentaron; con lo que, volviendo á dar tono y fuerza al terror y miedo con que aquellos bárbaros miraban ántes á los Romanos, que ya se había debilitado, dijo que ni las fleras que habitaban el Africa se habian de quedar sin probar el valor y la fortuna de los Romanos. Dióse, pues, á la caza de leones y elefantes por algunos dias; y en solos cuarenta derrotó á log enemigos, sujetó al Africa, y dispuso de reinos, teniendo entonces veinticuatro años.

A su regreso á Utica se encontró con cartas de Sila, en que le prevenia que despachara el resto del ejército, y con una sola legion esperara allf al pretor que iba á sucederle.

No dejó de causarle novedad semejante órden, y se desazonó con ella interiormente; pero el ejército se disgustó muy á las claras; y rogándoles Pompeyo que marchasen, prorumpieron en expresiones ofensivas contra Sila, y á aquél le dijeron que de ningun modo le abandonarian, ni permitirian que se confiase de un tirano. Procuró Pompeyo al principio sosegartos y tranquilizarlos; pero cuando vio que no se aquietaban, bajándose de la tribuna, quiso retirarse á su tienda des consolado y Horoso; pero ellos, conteniéndole, le volvieron á colocar en la tribuna, y se perdió gran parte del dia pidiéndole los soldados que permaneciera y los mandase, y rogándoles él que obedecieran y no se sublevasen; hasta que, instándole y gritándole todavia, les juró que se daria muerte si continuaban en hacerle violencia; y aun asi con dificultad los aquietó. El primer aviso que tuvo Sila fué de haberse sublevado Pompeyo, y dijo á sus amigos: «Está visto que es hado mio, siende viejo, tener que lidiar lides de mozos,» aludiendo á Mario, que, siendo muy jóven, le dió mucho en que entender, y puso en gravísimos riesgos. Mas cuando supo la verdad, y observó que todos recibian y acompañaban á Pompeyo con demostraciones de amor y benevolencia, corriendo & obsequiarle, se propuso excederlos. Salió, pues, á recibirlo, y abrazándolo con la mayor fineza, le llamó Magno en voz alta, y dió órden á los que allí se hallaban de que le saludaran de la misma manera; y magno quiere decir grande. Otros son de sentir que esta salutacion le fué dada la primera vez por el ejército en el Africa, y que adquirió mayor fuerza y consistencia confirmada por Sila. Como quiera, él fué el último que al cabo de mucho tiempo, cuando fué enviado de procónsul á España contra Sertorio, empezó á darse en las cartas y en los edictos la denomi nacion de Pompeyo Magno: porque ya no era odiosa, á causa de estar muy admitida en el uso; y más bien son de apreciar y admirar los antiguos Romanos, que condecoraban con estos títulos y sobrenombres, no sólo los ilustres hechos de armas, sino tambien las acciones y virtudes políticas: habiendo sido el mismo pueblo el que dió á dos el nombre de Máximos, que quiere decir muy grande: á Valerio por su reconciliacion con el Senado, que estaba en oposicion con él; y á Fabio Rulo, porque ejerciendo la censura, á algunos ricos que siendo de condicion libertina se habían hecho inscribir en el Senado, los arrojó ignominiosamente de él.

Pidió Pompeyo por estos últimos sucesos el triunfo, y fué Sila el que le hizo oposicion: porque la ley no lo concede sino al cónsul ó al pretor, y á ninguno otro; y por lo mismo el primero de los Escipiones, que consiguió en España de los Cartagineses más señaladas victorias, no pidió el triunfo, porque no era ni cónsul ni pretor: decia, poes, que si entraba triunfante en la ciudad Pompeyo, que todavía era imberbe, y por razon de la edad no tenía cabida en el Senado, se barian odiosos, en el mismo Sila la autoridad, y en Pompeyo este honor. De este modo le hablaba Sila para que entendiera que no se lo consentiría, sino que le sería contrario y reprimiria su temeridad si no desistia del intento. Mas no por esto cedió Pompeyo, sino que previno á Sila observase que más son los que saludan al sol en su oriente que en su ocaso; dándole á entender que su poder florecia entónces y el de Sila iba decreciendo y marchitándose. No lo percibió bien Sila; y observando, por los semblantes y el gesto de los que lo habian oido, que les habia causado admiracion, preguntó qué era lo que habia dicho; é informado, aturdiéndose de la resolucion de Pompeyo, dijo por dos veces seguidas:

«Que triunfe, que triunfe.» Como otros muchos mostrasen tambien disgusto é incomodidad, queriendo Pompeyo, segun se dice, mortificarlos más, intentó ser conducido en la pompa en carro tirado por cuatro elefantes, porque en la presa habia traido muchos del Africa de los que pertenecian al Rey; pero por ser la puerta más estrecha de lo que era menester, abandonó esta idea, y hubo de contentarse con caballos.

No habian los soldados conseguido todo lo que se habian imaginado; y como por esto tratasen de revolver y alborotar, dijo que nada le importaba, y que antes dejaria el triunfo que usar con ellos de adulacion y bajeza. Entónces Servilio, varon muy principal, y uno de los que más se habian opuesto al triunfo de Pompeyo: «ahora veo, dijo, que Pompeyo es verdaderamente grande y digno del trianfo.» Es bien claro que si hubiera querido, habria alcanzado fácilmente ser del Senado; sino que como dicen, quiso sacar lo glorioso de lo extraordinario: porque no habria tenido nada de maravilloso el que antes de la edad hubiera sido senador, y era mucho más brillante haber triunfado antes de serlo; y aun esto mismo contribuyó no poco para aumentar bácia él el amor y benevolencia de la muchedumbre; porque mostraba placer el pueblo de verle despues del triunfo contado entre los del órden ecuestre.

Consumíase Sila viendo hasta qué punto de gloria y de poder subia Pompeyo; pero no atreviéndose por pundonor á estorbarlo, se mantuvo en reposo: á excepcion de euando por fuerza y contra su voluntad promovió Pompeyo al consulado á Lepido, trabajando por él en los comicios, y ganándole por su grande influjo el favor del pueblo: porque entonces, viendo Sila que se retiraba de la plaza con grande acompañamiento, observo, le dijo, oh jóven, que vas muy contento con la victoria: ¿y cómo no con la grande y gloriosa hazaña de haber hecho designar cónsul ántes de Ca tulo, el mejor de los hombres, á Lepido, el más malo? Pero cuidado no te duermas y dejes de estar solícito sobre los negocios, porque te has preparado un rival más fuerte que tú.» Pero donde más principalmente declaró Sila que no estaba bien con Pompeyo, fué en el testamento que otorgó:

porque haciendo mandas á los demas amigos, y nombrándolos tutores de su hijo, ninguna mencion hizo de Pompeyo. Llevólo éste, sin embargo, con gran moderacion y politica, tanto, que habiéndose opuesto Lepido y algunos otros á que el cadáver se sepultara en el campo Marcio, y á que la pompa se hiciera en público, tomó el negocio de su cuenta, y concilió al entierro gloria y seguridad al mismo tiempo.

No bien había fallecido Sila, cuando se vió cumplida aquella profecía, porque queriendo Lepido subrogarse en su autoridad, al punto, sin andar en rodeos ni buscar pretextos, echó mano á las armas, poniendo en movimiento y accion los restos corrompidos de las turbaciones pasadas, que habian escapado de las manos de Sila. Su colega Catulo, á quien estaba unido lo más justo y lo más sano del Senado y del pueblo, en opinion de prudencia y de justicia era entonces el mayor de los Romanos; pero parecia más propio para el mando político que para el mando militar.

Reclamando, pues, los negocios mismos la mano de Pompeyo, no dudó por largo tiempo adónde se aplicaria; sino que se declaró por los hombres de probidad, y se le nombró general contra Lepido; el cual ya habia puesto a sus órdenes gran parte de la Italia, y estaba apoderado de la Galia Cisalpina por medio del ejército de Bruto. En todos los demas puntos venció fácilmente Pompeyo luego que marchó con sus tropas; pero en Módena de la Galía se detuvo al frente de Bruto largo tiempo; durante el cual, cayendo Lepido sobre Roma, y acampándose á sus puertas, pedia el segundo consulado, infundiendo terror con un gran tropel de gente á los ciudadanos que estaban dentro; mas disipó este miedo una carta de Pompeyo, de la que aparecia que sin batalla habia acabado la guerra: porque Bruto, ó entregando él mismo su ejército, ó habiéndole hecho éste traicion, mudando de partido, puso su persona á disposicion de Pompeyo, y con escolta que se le dió de caballería se retiró á una aldea, orillas del Pó; donde sin mediar más que un dia, se le quitó la vida, habiendo Pompeyo enviado allá á Geminio; acerca de lo cual se hacian grandes cargos á Pompeyo: pues habiendo escrito al Senado, inmediatamente despues de la mudanza de Bruto, en términos de significar que éste voluntariamente se le habia pasado, envió despues otra carta, en la que, verificada ya la muerte de Bruto, le acusaba. Hijo era de éste el otro Bruto, que con Casio dió muerte á César; varon del todo desemejante al padre en cuanto á saber hacer la guerra y saber morir, como lo decimos en su vida. Lepido de resultas huyó sin detencion de la Italia, retirándose á Cerdeña, donde enfermó y murió de pesadumbre, no por el estado de los negocios, segun dicen, sino por haber dado con un billete, por el que se enteró de cierta infidelidad de su mujer.

Ocupaba la España Sertorio, caudillo en nada parecido á Lepido, é infundia temor á los Romanos, por haberse refundido en él, como en última calamidad, las guerras civiles. Había hecho desaparecer á muchos generales de los de menor cuenta; y entonces traia fatigado á Metelo Pio, varon respetable y buen militar, pero tardo ya por la vejez para aprovechar las ocasiones de la guerra, é inferior al estado de los negocios; en los que sé le anticipaba siempre la velocidad y presteza de Sertorio, que le acometia inopinadamente y al modo de los salteadores, motestando con celadas y correrias á un atleta hecho á combates reglados y á un general de tropas de línea acostumbradas á lidiar á pié firme. Teniendo, pues, Pompeyo en aquella sazon un ejército á sus órdenes, andaba negociando que se le diera la comision de ir en auxilio de Metelo; y sin embargo de habérselo mandado Catulo, no lo disolvió, sino que se mantuvo en armas alrededor de Roma, buscando siempre algun pretexto; hasta que por fin se le dió el apetecido mando á propuesta de Lucio Filipo. Dícese que preguntando uno entonces en el Senado con admiracion á Filipo si realmente era de sentir de que se enviase á Pompeyo por el consul, respondió: «Yo por el cónsul no, sino por los cónsules;» dando á entender que ambos cónsules éran inútiles para el caso.

No bien hubo tocado Pompeyo en España, excitó en los naturales, como sucede siempre á la fama de un nuevo general, otras esperanzas; y conmovió y apartó de Sertorio entre aquellas gentes todo lo que no le estaba firmemente unido. Sertorio en tanto usaba contra él de un lenguaje arrogante, diciendo con escarnio que para aquel mozuelo no necesitaba más que de la palmeta y los azotes, si no fuera porque tenía miedo á aquella vieja (aludiendo á Metelo); mas, sin embargo, temia realmente á Pompeyo, y precaviéndose con sumo cuidado, hacía ya la guerra con más tiento y seguridad: porque de otra parte, Metelo (cosa que nadie habría pensado) se habia relajado en su conducta, entregándose con exceso á los placeres; con lo que repentinamente habia habido tambien en él una grande mudanza con respecto al fausto y al lujo: de manera que esto mismo dió mayor estimacion y gloria á Pompeyo, por cuanto todavía hizo más sencillo su método de vida, que nunca babia necesitado de grandes prevenciones, siendo por naturaleza sobrio y muy arreglado en sus deseos. En esta guerra, que tomaba mil diferentes formas, ninguna cosa mortificó más á Pompeyo que la toma de Lauron por Sertorio; porque cuando creia que le tenía envuelto, y áun se jactaba de ello, se encontró repentinamente con que él era quien estaba cercado; y como por tanto temia el moverse, tuvo que dejar arder la ciudad á su presencia y ante sus mismos ojos. Mas habiendo vencido junto á Valencia á Herenio y Perpena, generales que habian acudido á unirse con Sertorio y militaban con él, les mató más de diez mil hombres.

POMPEYO.

Engreido con este suceso, y deseoso de que Metelo no entrase á la parte en la victoria, se dió priesa á ir en busca del mismo Sertorio. Alcanzóle junto al rio Júcar al caer ya la tarde, y allí trabaron la batalla, temeroso de que sobreviniese Metelo: para pelear solo el uno, y el otro para pelear con uno solo. Fué indeciso y dudoso el término de aquel encuentro, porque venció alternativamente una de Jas alas de uno y otro; pero en cuanto á los generales llevó lo mejor Sertorio, porque puso en huida el ala que le estuvo opuesta. A Pompeyo le acometió desmontado un hombre alto de los de caballería; y habiendo venido ambos al suelo á un tiempo, al volver á la lid pararon en las manos de uno y otro los golpes de las espadas, aunque con suerte desigual, porque Pompeyo apénas fué lastimado, pero al otro le cortó la mano. Cargaron entónces muchos sobre él, estando ya en fuga sus tropas, y se salvó maravillosamente, por haber abandonado á los enemigos su caballo adornado magnificamente con jaeces de oro de mucho valor; porque enredados los enemigos en la particion y allercando sobre ella, le dieron lugar para huir. Á la mañana siguiente volvieron ambos á la batalla con ánimo de hacer que se declarase la victoria; pero como sobreviniese Metelo, se retiró Sertorio dispersando su ejército; porque este era su modo de retirarse, y luego volvia á reunirse la gente; de manera que muchas veces andaba errante Sertorio solo, y muchas vaces volvia á presentarse con ciento cincuenta mil hombres, á manera de torrente que repentinamente crece. Pompeyo, cuando despues de la batalla salió al encuentro á Metelo y estuvieron ya cerca, dió órden de que se le rindieran á éste las fasces, acatándole como preferente en honor; pero Metelo lo resistió, porque en todo se conducia perfectamente con él, no arrogándose superioridad alguna por consular y por más anciano. Solamente cuando acampaban juntos la señal se daba á todos por Metelo; pero por lo comun acampaban separados, contribuyendo á que tuvieran que estar distantes la calidad del enemigo, que usaba de diferentes artes; y siendo diestro en aparecerse repentinamente por muchos lados, obligaba á mudar tambien los géneros de combate; tanto, que por último, interceptándoles los víveres, saqueando y talando el país, y haciéndose dueño del mar, los arrojó de la parte de España que le estaba sujeta, precisándolos á refugiarse en otras provincias, por carecer absolutamente de provisiones.

Habia Pompeyo empleado y consumido la mayor parte de su caudal en aquella guerra; pedia por tanto fondos al Senado, diciendo que se retiraba á Italia con el ejército si no se le enviaban. Hallábase entónces de cónsul Lúculo; y aunque estaba mal con Pompeyo, y ambicionando para si la guerra Mitridática, puso calor en que se mandaran los fondos que reclamaba por temor de que se diera este pretexto á Pompeyo, que deseaba retirarse de la guerra de Sertorio, y tenía vuelto el ánimo á la de Mitridates, en que le parecia haber mayor gloria, y ser éste enemigo más domeñable. Muere en tanto Sertorio asesinado vilmente por sus amigos, de los cuales Perpena, que habia sido el principal autor de esta traicion, quiso seguir sus mismos planes, valiéndose de las mismas fuerzas y los mismos medios; pero sin igual capacidad para usar de ellos. Acudió, pues, al punto Pompeyo, y sabedor de que Perpena no obraba con la mayor seguridad, le presentó por cebo en la llanura diez cohortes con órden de que se dispersaran; y como aquél diese sobre ellas y las persiguiese, apareciéndose él con todas sus tropas, y trabando batalla, concluyó con todo, quedando muertos en el campo de batalla los más de los caudillos. A Perpena lo llevaron á su presencia, y le mandó quitar la vida; no con ingratitud y olvido de lo ocurrido en Sicilia, como le acusan algunos, sino conduciéndose con la mayor prudencia, y tomando un partido que fué la salud de la república: porque habiéndose apoderado Perpena de la correspondencia de Sertorio, mostraba cartas de los principales personajes de Roma, que queriendo trastornar el sistema vigente y mudar el gobierno, llamaban á Sertorio á la Italia. Temeroso, pues, Pompeyo con este motivo de que se suscitaran otras guerras mayores que las apaciguadas, quitó del medio á Perpena, y quemó las cartas sin haberlas leido.

Deteniéndose despues de esto todo el tiempo necesario para apaciguar las mayores alteraciones, y sosegar y componer las discordias y desavenencias que áun ardian, restituyó el ejército á Italia, llegando por fortuna cuando estaba en su mayor fuerza la guerra servil. Por lo mismo Craso precipitó no sin riesgos la batalla, y le favoreció la suerte, habiendo muerto en la accion doce mil y trescientos hombres de los enemigos. Mas con esto mismo la fortuna halló medio de introducir á Pompeyo en la victoria, porque cinco mil que huyeron de la batalla dieron con él, y habiendo acabado con todos, escribió al Senado por expreso que anticipó, que Craso habia vencido en batalla campal á los gladiatores; pero que él habia arrancado la guerra de raíz: cosa que, por el amor que le tenian, escuchaban y repetian con gusto los Romanos; al mismo tiempo que ni por juego podia haber quien dijese que la gloria de la España y Sertorio eran de otro que de Pompeyo. En medio de todos estos honores y de la expectacion en que en cuanto á él se estaba, habia la sospecha y recelo de que no despediria al ejército, sino que por medio de las armas, y el mando de uno sólo, marcharia en derechura al gobierno de Sila: así, no eran ménos los que por amor corrian á él y le salian al encuentro en el camino, que los que por miedo hacian otro tanto. Disipó luego Pompeyo este temor con decir que dejaria el mando del ejército despues del triunfo; pero á los malcontentos áun les quedó un solo asidero para sus quejas, y fué decir que se inclinaba más á la plebe que al Senado, y que habiendo Sila destruido la dignidad de aquella, él trataba de restablecerla para congraciarse con la muchedumbre; lo que era verdad. Porque no habia cosa que más violentamente amase el pueblo Romano ni que más desease que volver otra vez á ver restablecida aquella magistratura: así Pompeyo tuvo á gran dicha el que se le presentase la oportanidad de esta disposicion, como que no habría encontrado otro favor con que recompensar el amor de los ciudadanos si otro se le hubiera adelantado en este.

Decretados que le fueron el segundo triunfo y el consulado, no era por esto por lo que parecia extraordinario y digno de admiracion; sino que se tomaba por prueba de su superior poderío el que Craso, varon el más rico de cuantos entonces estaban en el gobierno, el más elegante en el decir, de mayor opinion, y que miraba con desden á Pompeyo y a todos los demas, no se atrevió á pedir el consulado sin valerse de la intercesion de Pompeyo: cosa en que éste tuvo el mayor placer, porque hacía tiempo deseaba hacerle algun servicio ú obsequio: así es que se encargó de ello con ardor, y habló al pueblo, manifestándole que no sería menor su gratitud por el colega que por la misma dignidad. Sin embargo, nombrados cónsules, en todo estuvieron discordes, y se contradijeron el uno al otro. Y en el Senado tenta mayor influjo Craso, pero con la plebe era mayor el poder de Pompeyo, porque le restituyó el tribunado, y no hizo alto en que por ley se volviesen otra vez los juicios á los del orden ecuestre; pero el espectáculo más grato que díó á los Romanos, fué el de si mismo cuando pidió la licencia del servicio militar. Porque ¹ entre los Romanos es costumbre, en cuanto á los del órden ecuestre que han servido el tiempo establecido por ley, que lleven á la plaza su caballo á presentarlo á los dos ciudadanos que llaman censores, y que haciendo la enumeracion de los pretores ó emperadores á cuyas órdenes ban militado, y dando las cuentas de sus mandos, se les dé el retiro; y allí se distribuye el honor ó la infamia que corresponde á la conducta de cada uno. Ocupaban entónces el tribunal en toda ceremonia los censores Gelio y Lentulo para pasar revista á los caballeros. Vióse desde léjos á Pompeyo que veaía á la plaza con el séquito é insignias que correspondian á su dignidad, pero trayendo él mismo del diestro su caballo. Luego que estuvo cerca y á la vista de los censores, dió órden á los lictores de que hicieran paso, y condujo el caballo ante el tribunal. Estaba todo el pueblo admirado y en silencio, y los mismos censores sintieron con su vista un gran placer mezclado de vergüenza. Despues el más anciano le dijo: «Te pregunto, oh Pompeyo Magno, si has hecho todas las campañas segun la ley.» Y Pompeyo en alta voz: «todas, le respondió, y todas las he hecho á las órdenes de mí mismo como emperador.» Al oir esto el pueblo levantó gran gritería, y ya no fué posible contener por el gozo aquella algazara; sino que levantándose los censores, le acompañaron á su casa, complaciendo en esto á los ciudadanos, que seguian y aplaudian.

Cuando ya estaba cerca de espirar el consulado de Pompeyo, y en el mayor aumento su desavenencia con Craso, un tal Cayo Aurelio, que pertenecia al órden ecuestre, pero habia llevado una vida ociosa y oscura, en un dia de junta pública subió á la tribuna, y arengando al pueblo, dijo habérsele aparecido Júpiter entre sueños, y encargádole hiciese presente á los cónsules no dejaran el mando sin haberse antes hecho entre sí amigos. Pronunciadas estas palabras, Pompeyo se estuvo quieto en su lugar sin mo TOMO III.

26 verse; pero Craso empezó á alargarlo la diestra y á saludarle, diciendo al pueblo: «No me parece, oh ciudadanos, que hago nada que no me esté bien, ó que me humille en ser el primero en ceder á Pompeyo, á quien vosotros creisteis deber llamar Magno, ánles que le hubiese salido la barba, y á quien ántes de pertenecer al Senado decretasteis dos triunfos;» y habiéndose en seguida reconciliado, hicieron la entrega de su autoridad. Craso guardó siempre la conducla y método de vida que habia tenido desde el principio; pero Pompeyo se fué desentendiendo poco á poco de patrocinar las causas, se retiró de la plaza, rara vez se mostraba en público, y siempre con grande acompañamiento, pues ya no era fácil el verle ó hablarle sino entre un gran número de ciudadanos que le hacían la corte, pareciendo que tenía complacencia en mostrarse rodeado de mucha gente; dando con esto importancia y gravedad á su presencia, y creyendo que debia conservar su dignidad pura é intacta del trato y familiaridad con la muchedumbre. Porque la vida togada es resvaladiza al menosprecio para los que se han hecho grandes con las armas y no aciertan á medirse con la igualdad popular; pues que creen debérseles de justicia el que aquí como allá sean los primeros; y á los que allá fueron inferiores no les es aquí tolerable el no preferirles; y por lo mismo, cuando cogen en la plaza pública al que ha brillado en los campamentos y en los triunfos, lo deprimen y abaten; pero si éste cede y se retira, le conservan libre de envidia el bonor y poder que allá tuvo; lo que despues confirmaron los mismos negocios.

El poder de los piratas, que comenzó primero en la Cicilia, teniendo un principio extraño y oscuro, adquirió bríos y osadía en la guerra Mitridática, empleado por el Rey en lo que hubo menester. Despues, cuando los Romanos con sus guerras civiles se vinieron todos á las puertas de Roma, dejando el mar sin guarda ni custodia alguna, poco a poco se extendieron é hicieron progresos: de manera que ya, no sólo eran molestos á los navegantes, sino que se atrevieron á las islas y ciudades litorales. Entonces ya hombres poderosos por su caudal, ilustres en su orfgen, y señalados por su prudencia, se entregaron á la piratería, y quisieron sacar ganancia de ella, pareciéndoles ejercicio que llevaba consigo cierta gloria y vanidad. Formáronse en muchas partes apostaderos de piratas, y torres y vigías, defendidas con murallas, y las armadas corrian los mares, no sólo bien equipadas con tripulaciones alentadas y valientes, con pilolos hábiles y con naves ligeras y prontas para aquel servicio, sino tales, que más que lo Lerrible de ellas incomodaba lo soberbio y altanero que se demostraba en los astiles dorados de popa, en las cortinas de púrpura, y en las palas plateadas de los remos, como que hacian gala y se gloriaban de sus latrocinios. Sumúsicas, sus cantos, sus festines en todas las costas, los robos de personas principales, y los rescates de las ciudades entradas por fuerza, eran el oprobio del imperio romano. Las naves piráticas eran más de mil, y cuatrociontas las ciudades que habian tomado. Habíanse atrevido á saquear de los templos mirados ántes como asilns inviolables, el Clario, el Didimeo, et de Samotracia, el temple de Céres en Hermione, el de Esculapio en Epidauro, los de Neptuno en el Istmo, en Tenanro y en Calauria; los de Apolo en Accio y en Leucade; y de Juno el de Samos, el de Argos y el de Lacimo. Hacían lambien sacrificios traidos de fuera, como los de Olimpia, y celebraban ciertos misterios indivulgables, de los cuales todavía se conservan hoy el de Mitra, enseñado primero por aquellos. Insultaban de continuo á los Romanos, y bajando á tierra, robaban en los caminos, y saqueaban las inmediatas casas de campo. En una ocasion robaron á dos pretores, á Sextilio y Belino, con sus togas pretestas, llevándose con ellos á los ministros y lictores. Cautivaron tambien á una hija de Antonio, varon que habia alcanzado los honores del triunfo, en ocasion de ir al campo, y tuvo que rescatarse á costa de mucho dinero. Pero lo de mayor afrenta era que cautivado alguno, si decia que era Romano, y les daba el nombre, hacian como que se sobrecogian, y temblando se daban palmadas en los muslos, y se postraban ante él, diciéndole que perdonase. Creíalos, viéndolos consternados y reducidos á hacerle súplicas; pero luego unos le ponian los zapatos, otros le envolvian en la toga, para que no dejase de ser conocido, y habiéndole asi escarnecido y mofado por largo tiempo, echaban la escala al agua, y le decian que bajara, y se fuera contento; y al que se resistia le cogian y le sumergian en el mar.

Ocupaban con sus fuerzas todo el mar inferior; de manera que estaban cortados é interrumpidos enteramente la navegacion y el comercio. Esto fué lo que obligó á los Romanos, que se veian turbados en sus acopios y temian una gran carestía, á enviar á Pompeyo á limpiar el mar de piratas. Propuso al efecto Gabinio, uno de los más intimos amigos de Pompeyo, una ley, por la que se le conferia á éste, no el mando de la armada, sino una monarquía y un poder sin límites sobre todos los hombres, porque le autorizaba la ley para mandar en todo el mar dentro de las columnas de Hércules, y en todo el continente á cuatrocientos estadios del mar; la cual medida dejaba de com—prender muy pocos países de la tierra sujeta á los Romanos, y abarcaba por otra parte los de grandes naciones y poderosos reinos. Concediasele además de esto escoger entre los senadores quince en calidad de legados suyos, para mandar en las provincias; tomar del erario y de los cambistas cuanto dinero quisiese, y disponer de doscienlas naves, siendo árbitro para formar las listas de la tropa del ejército, de las tripulaciones, de las naves y de la gente de remo. Leido que fué este proyecto, el pueblo lo admitió con el mayor placer; pero á los más principales y poderosos del Senado, si bien les pareció fuera de envidia un poder tan indefinido é indeterminado, tuviéronle por muy propio para inspirar recelos; por lo que se opusieron a la ley, á excepcion de César que la sostuvo, no por contemplacion á Pompeyo, sino para empezar á ganarse y atraerse el pueblo. Los demas hicieron fuerte resistencia á Pompeyo; y como el uno de los cónsules le dijese que si se proponia imitar á Rómulo no evitaria tener el propio fin que aquél, corrió gran peligro de que la muchedumbre le hiciese pedazos. Presentôse Catulo en la tribuna, y como el pueblo le miraba con respeto, guardó moderacion y compostura; pero cuando despues de haber habiado largamente en elogio de Pompeyo, les aconsejó que miraran por él, y no expusieran á contínuas guerras y peligros un hombre tan importante; porque «já quién acudireis, les dijo, si éste llega á fallaros?» á tí, exclamaron todos á una voz. Catulo, pues, viendo que nada habia adelantado, calló; y presentándose despues Roscio nadie quiso oirle; hacíales, sin embargo, señas con los dedos para que no nombrasen uno sólo, sino otro con Pompeyo; pero se dice que irritado con esto el pueblo, fué tal la gritería que se levantó, que un cuervo que volaba por encima de la plaza se sofocó, y cayó sobre aquella muchedumbre; de donde puede inferirse que no es por romperse y cortarse el aire con el gran ruido por lo que no pueden sostenerse las aves que caen, sino por ser heridas como con un golpe con la voz, cuando enviada ésta con impetu y violencia causa en el aire fuerte movimiento y agitacion.

Disolvióse por entonces la junta; y el dia en que habia de hacerse la votacion se salió Pompeyo al campo; pero habiendo oido que se habia sancionado la ley entró en la ciudad por la noche para evitar la envidia que habia de producir el gran concurso de los que acudirian á esperarle y recibirle; y saliendo de casa á la mañana temprano, primero hizo un sacrificio; y reuniendo despues al pueblo en junta pública trató de recoger mucho más que lo que antes se le habia decretado, pues faltó muy poco para que doblara todo el aparato; habiendo alistado quinientas naves, y juntado hasta ciento veinte mil hombres de infantería y cinco mil caballos. El Senado eligió veinticuatro de los que habian sido pretores y habian mandado ejércitos, para que sirvieran á sus órdenes, á los que se agregaron dos cuestores. Como repentinamente hubiese bajado el precio de los objetos de comercio, dió esto ocasion al pueblo para manifestar gran contento, y decir que el nombre de Pompeyo habia acabado la guerra. Dividió éste los mares, y todo el espacio del Mediterráneo en trece partes, y asignó á cada una igual número de naves con un caudillo; y sorprendiendo á un tiempo con estas fuerzas así repartidas gran número de naves de los piratas, les dió caza, y se apoderó de ellas trayéndolas á los puertos. Los que se anticiparon á huir y evadirse, se acogieron como á su colmenar á la Cilicia, contra los cuales marchó él mismo con sesenta naves de las mejores; pero no dió la vela contra aquéllos sin haber ántes limpiado enteramente de piraterías y latrocinios el mar Tirreno, el Libico, el de Cerdeña, el de Córcega y Sicilia; no habiendo reposado él mismo en cuarenta dias, y habiéndole servido los demas caudillos con diligencia y esmero.

Como en Roina el cónsul Pison por encono y envidia que le tenia le escasease los auxilios y licenciase las tripulaciones, hizo pasar á Bríndis la escuadra, y él subió á Roma por la Toscana. Luego que se supo todos acudieron al camino, como si no hiciera pocos días que se habian despedido de él. Habia producido este regocijo la celeridad de la no esperada mudanza: pues al punto fué suma en el mercado la abundancia de víveres; así, corrió riesgo Pison de que se le despojara del consulado, teniendo ya Gabinio escrito el proyecto de ley, sino que le contuvo Pompeyo; el cual, habiéndolo dispuesto todo con la mayor humanidad, provisto de lo que hubo menester, se encaminó á Bríndis.

Habiendo tenido el tiempo favorable, siguió su navegacion, pasando á la vista de muchas ciudades; mas respecto á Atenas no pasó de largo. Salló, pues, en tierra; y babiendo sacrificado á los Dioses y saludado al pueblo, at salir leyó ya estos versos heroicos hechos en su honor, á la parte adentro de la puerta:

Cuanto en parecer hombre más te esfuerzas, Más á los sacros Dioses te pareces.

Y á la parte de afuera:

Fuiste esperado, y en honor tenido:

Te hemos visto; feliz lu viaje sea.

De los piratas que todavia quedaban y erraban por el mar trató con benignidad á algunos; y contentándose con apoderarse de sus embarcaciones y sus personas, ningun daño les hizo; con lo que concibieron los demas buenas esperanzas, y buyendo de los otros caudillos se dirigieron á Pompeyo, y se le entregaron á discrecion con sus hijos y sus mujeres. Perdonólos á todos; y por su medio pudo descubrir y prender á olros, que habian procurado esconderse por reconocerse culpables de las mayores atrocidades.

El mayor número y los de mayor poder entre ellos habian depositado sus familias, sus caudales, y toda la gente que no estaba en estado de servir, en castillos y pueblos fortalecidos hácia el monte Tauro; y ellos, tripulando convenientemente sus naves, cerca de Coraquesio de Cilicia se opusieron á Pompeyo, que navegaba en su busca; y como dada la batalla fuesen vencidos, se redujeron á sufrir un sitio. Mas al fin recurrieron á las súplicas, y tambien se entregaron con las ciudades é islas que poseian, y en que se habian hecho fuertes, las cuales eran difíciles de tomar y poco accesibles. Terminóse, pues, la guerra, y fueron enteramente destruidas las piraterías en toda la extension del mar en el corto tiempo de tres meses; habiéndose tomado además otras muchas ciudades y naves, y entre éstas noventa con espolones de bronce. De ellos mismos cautivó Pompeyo más de veinte mil; y si por una parle no queria quitarles la vida, por otra no creia que podia ser conveniente dejarlos, y mirar con diferencia que volvieran á esparcirse unos hombres reducidos á la necesidad y avezados á la guerra. Reflexionando, pues, que el hombre por su naturaleza é indole no nació ni es un animal cruel é insociable, sino que la maldad es la que pervierte su carácter, y con los hábitos y la mudanza de vida y de lugares vuelve á suavizarse; y que las mismas fieras con participar de más blandos alimentos deponen su aspereza y ferocidad, resolvió trasladar aquellos hombres del mar á la tierra, y 'bacerlos gustar de una vida más dulce con acostumbrarlos á habitar en poblaciones, y labrar los campos. A algunos, pues, los admitieron las ciudades pequeñas y desiertas de la Cilicia, incorporándolos en sí, y adquiriendo con este motivo lérminos más dilatados; y tomando á la ciudad de Solos, poco antes destruida por Tigranes, rey de Armenia, estableció á muchos en ella; pero á los más les dió por domicilio á la ciudad de Dime en la Acaya, que se hallaba entónces despoblada de habitantes, y poseia un fértil y exlenso terreno.

Vituperaban estas disposiciones los que no estaban bien con él; pero lo que hizo en Creta con Metelo. ni á sus mayores amigos satisfizo; porque este Metelo, pariente de aquel con quien Pompeyo hizo la guerra de España, habia sido enviado de general á Creta ántes del nombramiento de Pompeyo; pues esta isla despues de la de Cilicia era otro manantial de piratas, y Metelo habia logrado apresar y dar muerte á muchos de ellos. Quedaban otros, y cuando los tenía sitiados, acudieron con ruegos á Pompeyo, l'amándole á la isla, por ser parte del espacio de mar sobre que mandaba, como que caia de todos modos dentro de él.

Admitió Pompeyo el llamamiento, y escribió á Metelo probibiéndole continuar la guerra. Escribió asimismo á 'las ciudades para que no obedeciesen á Metelo, y envió de general á Lucio Octavio, uno de los caudillos que servian á sus órdenes, el cual, entrando á unirse con los sitiados dentro de los muros y peleando con ellos, no solo odioso y molesto, sino hasta ridiculo hacía á Pompeyo, que por envidia y emulacion con Metelo prestaba su nombre á gentes implas y sin religion, é interponia en favor de ellas su autoridad como un preservativo. Pues ni Aquiles se portó como hombre, sino como un mozuelo alolondrado y arrebatado del deseo de la gloria, cuando por señas previno á los demas, y los prohibió tiraran á Héctor, Porque no le robara otro la gloria De herirlo, y él viniera á ser segundo.

Y aun Pompeyo lo hizo peor; porque se esforzó á conservar á los enemigos de la república, por privar del trianfo á un general que llevaba toleradas muchas fatigas y trabajos. Mas no se acobardó Metelo, sino que venciendo á los piratas, tomó de ellos justa venganza; y á Octavio lo despachó, despues de haberle reprendido y afeado su hecho en el campamento.

Llegada á Roma la noticia de que terminada la guerra de los piratas, para reposar de ella Pompeyo recorria las ciudades, escribe Manilio, tribuno de la plebe, un proyecto de ley, para que encargándose Pompeyo del territorio y tropas sobre que mandaba Lúculo, y añadiéndosele la Bitínia, que obtenia Glabrion, hiciese la guerra á Mitridates y Tigranes, conservando además las fuerzas navales y el mando marítimo, como lo habia tenido desde el principio; que era, en suma, confiar á uno solo la autoridad del pueblo romano. Porque las únicas provincias que parecia no estar contenidas en la ley anterior, que eran la Frigia, la Licaonia, la Galacia, la Capadocia, la Cilicia, la Colquida superior, y la Armenia, estas mismas eran las que se le agregaban ahora, con todas las tropas y fuerzas con que Lúculo habia vencido y derrotado á los reyes Mitridates y Tigranes.

Con todo, de Lúculo, á quien se privaba de la gloria de sus ilustres hechos, y á quien más bien se daba sucesor del triunfo que de la guerra, era muy poco lo que se hablaba entre los del partido del Senado, sin embargo de que conocian el agravio y la injustícia que á aquél se irrogaban; sino que llevar.do mal el gran poder de Pompeyo, que vema á constituirse en tiranía, se excitaban y alentaban entre sí para oponerse á la ley y no abandonar la libertad. Mas venido el momento, todos los demas faltaron al propósito, y enmudecieron de miedo: solo Catulo clamó contra la ley, y contra quien la babia propuesto; y viendo que á nadie movia, requirió al Senado, gritando muchas veces desde la tribuna, para que como sus mayores buscaran un moute y una eminencia adonde para salvarse se refugiara la libertad. Sancionose á pesar de esto la ley, segun se dice, por todas las tribus; y Pompeyo, estando ausente, quedó árbitro y dueño de todo cuanto lo fué Sila, apoderándose de la ciudad con las armas y con la guerra.

Dícese de él que cuando recibió las cartas y supo lo decretado, ballándose presentes, y regocijándose sus amigos, arrugó las cejas, se dió una palmada en el muslo, y como quien se cansa de mandar, prorumpió en estas expresiones: «¡Vaya con unos trabajos que no tienen término! ¿Pues no valia más ser un hombre oscuro para no cesar nunca de hacer la guerra, ni de incurrir en tanta envidia, pasando la vida en el campo con su mujer?» Al oir esto, ni sus más Intimos amigos dejaron de torcer el gesto á semejante ironía y simulacion, conociendo que subia muy de punto su alegría con el incentivo que daba á la natural ambicion y deseo de gloria de que estaba poseido, su indisposicion y encono con Lúculo.

Justamente lo manifestaron bien pronto los hechos, porque pomendo edictos por todas partes convocaba á los soldados, y llamaba ante si á los poderosos y á los reyes que estaban on la obediencia del Imporio romano; y recorriendo la provincia no dejó en su lugar nada de lo dispuesto por Lúculo, sino que alzó el castigo á muchos, revocó donaciones; y en una palabra, hizo por espíritu de contradiccion cuanto habia que hacer para demostrar á los que miraban con aprecio á Lúculo, que de nada absolutamente era dueño. Quejósele éste por medio de sus amigos; y habiendo convenido en verse y conferenciar, se vieron efectivamente en la Galacia. Como era conveniente á lan grandes generales que tan grandes victorias habian aleanzado, los lictores de uno y otro se presentaron con las fasces coronadas de laurel; pero Lúculo venía de lugares frescos y defendidos por la sombra, y Pompeyo habia hecho algunos dias de marcha por terrenos áridos y sin árboles. Viendo, pues, los liclores de Lúculo que el laurel de las fasces de Pompeyo estaba seco y marchito enteramente, partiendo del suyo, que se mantenia fresco, adornaron y coronaron con él las fasces do éste; lo que se tuvo por señal de que Pompeyo venía á arrogarse las victorias y la gloria de Lúculo. Autorizaba á Lúculo la dignidad de cónsul y su mayor edad; pero la dignidad de Pompeyo era mayor por sus dos triunfos. Con todo, su primer encuentro le hicieron con urbanidad y mutuo agasajo, celebrando sus respectivas hazañas, y dándose el parabien por sus victorias; pero en su pláticas en nada moderado y justo pudieron convenirse, sino que empezaron á motejarse, Pompeyo á Lúculo por su codicia, y éste á aquél por su ambicion, de manera que con dificultad pudieron lograr los amigos que se despidieran en paz. Lúculo en la Galacia distribuyó la tierra conquistada, é hizo otras donaciones á quienes tuvo por convenientc. Pero Pompeyo, que estaba acampado á muy corta distancia, prohibió que se le prestase obediencia, y le quitó todas las tropas, á exception de mil seiscientos hombres, que por ser orgullosos repató le serian inútiles á él mismo, y que á aquél no le guardarian subordinacion. Censurando y vituperando además abiertamente sus operaciones, decia que Lúculo había hecho la guerra á las tragedias y farsas de aquellos reyes, quedándole á él tener que combatir con las verdaderas y ejercitadas fuerzas; pues que Mitridates habia al fin recurrido á los escudos, la espada y los caballos. Mas tefendíase por su parte Lúculo diciendo que Pompeyo iba á lidiar con la imagen y sombra de la guerra, siendo su maña acabar con los cuerpos muertos por otros, á manera de ave de rapiña, é ir dilacerando los despojos de la guerra; pues que de esta manera había inserito su nombre sobre las guerras de Sertorio, de Lépido y de Espartaco, terminadas ya felizmente, ésta por Craso, aquélla por Catulo, y la primera por Metelo; por tanto, no era de extrañar que se arrogase ahora la gloria de las guerras Armenias y Pónticas un hombre que habia tenido arte para ingerirse en el triunfo de los fugitivos.

Partió por fin Lúculo; y Pompeyo, dejando la armada naval en custodia del mar que média entre la Fenicia y el Bósforo, marchó contra Mitridates, que tenía un ejército de treinta mil infantes y dos mil caballos, pero que no se atrevia á entrar en batalla. Y en primer lugar, como hubiese abandonado por ser falto de agua un monte allo y de difieil acceso, en el que se hallaba acampado, lo ocupó Pompeyo; y conjeturando por la naturaleza de las plantas y por el descenso del terreno, que el país no podia ménos de tener fuentes, dió órden de que por todas partes se abrieran pozos, y al punto se vió el campamento lleno de gran candal de agua, de manera que se maravillaron de que en tanto tiempo no hubiera dado en ello Mitridates; y despucs acampando próximo á él, consiguió dejarle sitiado; pero habiéndolo estado cuarenta y cinco dias, se escapó sin que aquél lo sintiese con lo más escogido de sus tropas, dando muerle á los inútiles yenfermos. Habiéndole vuelto á alcanzar Pom.peyo junto al Eufrates, puso su campo enfrente de él, y lemiendo que se adelantase á pasar esle río, sacó armado su ejército desde la media noche, hora en que se dice haber tenido Mitridates una vision que le predijo lo que iba á sucederle. Porque le parecia que navegando con próspero viento en el mar Póntico, veia ya el Bósforo, y los que con él iban se lisonjeaban como el que se alegra con la certeza y seguridad de salir á salvo; pero que de repente se halló abandonado de todos en un débil barquichuelo juguete de los vientos. En el momento de estar en estas angustias y ensueños le rodearon y despertaron sus amigos, diciéndole que tenian cerca de si á Pompeyo. Fues, pues, indispensabie haber de pelear al lado del campamento; y sacando sus generales las tropas, las pusieron en órden. Advirtió Pompeyo que los cogia prevenidos, y no decidiéndose á entrar en accion entre tinieblas, le pareció que no debian hacer más que cogerlos en derredor, para que no huyesen, y á la mañana, pues que sus tropas eran mejores, vendrian á las manos; pero los más ancianos de los tribunos, rogándole é instándole, le hicieron por fin resolverse. Porque tampoco era la noche del todo oscura; sino que la luna, yendo ya bastante baja, daba suficiente luz para que se vieran los cuerpos, que fue lo que principalmente desconcertó á las tropas del Rey: porque los Romanos tenian la luna á la espalda, y estando ya la luz muy cerca del ocaso, las sombras de sus cuerpos iban muy lejos delante de ellos, y se extendian hasta los enemigos, que no podian computar la distancia, sino que como si los tuvieran ya encima, arrojando las lanzas en vano, á nadie alcanzaban. Al ver esto los Romanos, corrieron á ellos con grande gritería, y como no tuvieron valor ni siquiera para esperarlos, sino que se entregaron á la fuga, los acuchillaron y destrozaron, muriendo más de diez mil de ellos, y les tomaron el campamento. Al principio Mitridates con ochocientos caballos se había abierto paso por entre los Romanos poniéndose en retirada; pero á poco se desbandaron todos los demas, quedándose con tres solos, entre los que se hallaba la concubina Hipsicracia, que siempre se habia mostrado varonil y arrojada, tanto que por esta causa el Rey la llamaba Hipsicrates. Llevaba esta entonces la sobrevesta y el caballo de un soldado persa, y ni se mostró fatigada de tan larga carrera, mi con haber atendido al cuidado de la persona del Rey y de su caballo necesitó de reposo, hasta que llegaron al fuerte de Inora, depósito de los caudales y preseas del Rey, de donde tomando éste las ropas más preciosas, las distribuyó á los que de la fuga habian acudido á él. Dió tambien á cada uno de sus amigos un veneno mortal para que ninguno de ellos se entregase contra su voluntad á los enemigos; y desde allí marchó á la Armenia á unirso con Tigranes; pero como éste le desechase, y áun le hiciese pregonar en cien talentos, pasando por encima del nacimiento del Eufrates, huyó por la Colquida.

Mas Pompeyo se dirigió á la Armenia llamado por Tigranes el jóven, que habiéndose ya rebelado al padre, salió á unirse con aquél junto al rio Arajes; el cual, naciendo de los mismos montes que el Eufrates, vuelve luégo hácia el Oriente, y desagua en el mar Caspio. Recorrieron, pues, juntos las ciudades, y las fueron 'reduciendo; y Tigranes el mayor, que poco antes habia sido arruinado por Lúculo, sabedor de que Pompeyo era benigno y dulce de condicion, admitió guarnicion en su corte, y acompañado de sus amigos y deudos fué á hacerle entrega de su persona.

Llegó á caballo hasta el valladar, donde dos lictores de Pompeyo le salieron al encuentro, y le previnieron bajase del caballo y continuase á pió, porque jamás se habia visto á hombre ninguno á caballo dentro de un campamento de los Romanos. Condescendió en ello Tigranes, y desciñéndose la espada, se la entregó. Finalmente, cuando llegó ante el mismo Pompeyo, quitándose la tiara, hizo accion de ponerla á sus piés, é inclinando el cuerpo, iba á postrarse con la mayor bajeza ante él; pero Pompeyo, alargándole la diestra, lo levantó y lo sentó a su lado, colocando al otro á su hijo. De todo lo demas les dijo que debian culpar á Lúculo, que era quien los habia quitado la Siria, la Fenicia, la Cilicia, la Galacia y la Sofena; que lo que hasta entonces habian conservado lo retendrían, pagando seis mil talentos á los Romanos en pena de sus ofensas; y que en la Sofena reinaria el hijo. A Tigranes fueron muy agradables estas disposiciones; y habiendo sido aclamado rey por los Romanos, en muestra de su alegría ofreció dar & cada soldado media mina de plata, diez minas á cada centurion, y un talento á cada tribuno; pero el hijo se disgustó, y llamado á la cena, respondió que no necesitaba de Pompeyo, que así creia honrarle, porque él encontraria otro entre los Romanos; de resulta de lo cual se le puso en prision para el triunfo. De allí á poco envió Fraates, rey de los Partos, á reclamar á este jóven por ser su yerno, y al mismo tiempo pedia que pusiera Pompeyo al Eufrates por límite de sus provincias; á lo que contestó éste, que Tigranes más pertenecia al padre que al suegro; y en cuanto al límite, se señalaria el que fuese justo.

Dejando á Afranio de guarnicion en la Armenia, le fué preciso marchar contra Mitridales por medio de las naciones que habitan el Cáucaso. De estas las más populosas son los Albanos y los Iberos: los Iberes están situados en las faldas de los montes Mosquicos, y los Albanos se inclinan más al Oriente y al mar Caspio. Estos al principio, pidiéndoles Pompeyo el paso, se le habian concedido; pero habiendo cogido el invierno al ejército en aquel país, y habiendo tenido los Romanos que celebrar la fiesta de los Saturnales, se dispusieron á acometerles, en número de cuarenta mil á lo menos, cuando fueran á pasar el rio Cirno que naciendo de los montes Iberios, y recibiendo al Ara jes que baja de la Armenia, desagua por doce bocas en el mar Caspio; pero otros dicen que no sucede esto al Arajes, sino que corriendo cerca de aquel entra por si sóto en este mar. Pompeyo pudo oponerse á los enemigos al tiempo del paso; pero los dejó que pasaran con todo sosiego, y cargando con seguridad sobre ellos, los rechazó y deshizo. Como despues el Rey le hiciese súplicas y enviase embajadores, perdonándole aquella injusta agresion, hizo alianza con él, y marchó contra los Iberes, que no eran inferiores en número, y que siendo más belicosos que los demas, deseaban con ardor servir á Mitridates y alejar de alll á Pompeyo. Porque los Iberes no estuvieron nunca sujetos ni á los Medos ni á los Persas, y áun se libraron de la dominacion de los Macedonios, por haber sido precipitado el paso de Alejandro por la Hircania. Mas á pesar de todo esto los derrotó Pompeyo en una gran ba talla, en la que murieron nueve mil, y más de diez mil quedaron cautivos, entrando despues en la Colquida; y junto al Tasis se le presentó Servilio trayendo las naves con que custodiaba el Ponto.

La persecucion de Mitrídates, que se habia acogido á las naciones inmediatas al Bósforo y á la laguna Meotis, ofreció á Pompeyo muchas dificultades, mayormente habiéndosele anunciado que otra vez se le habian rebelado los Albanos. Regresó, pues, contra ellos encendido en ira y en deseo de venganza, costándole extraordinario trabajo volver á pasar el Cirno por haber hecho los bárbaros empalizadas en gran parte de él; y teniendo que andar un camino áspero y falto de agua, habiendo llenado diez mil odres de ella, continuó su marcha contra los enemigos; á los que alcanzó formados en orden de batalla junto al rio Abante en número de sesenta mil hombres de infanteríaá y doce mil de caballería; pero muy mal armados y sin otras vestido los más que pieles de fieras. Acaudillábalos un hermano del Rey, llamado Coris, el cual trabada ya la ba talla, se dirigió contra Pompeyo; y habiéndole herido con un dardo en la parte donde terminaba la coraza, Pompeyo lo traspasó con un bote de lanza. Dícese que en esta batalla pelearon con los bárbaros las Amazonas, habiendo bajado de los montes que circundan el río Termodonte; porque reconociendo y despojando los Romanos á los bárbaros despues de la batalla, encontraron si rodelas y coturnos amar zónicos, aunque no se vió ningun cuerpo de mujer. Habitan las Amazonas las pendientes del Cáucaso por la parte del mar de Hircania, pero no confinan con los Albanos, sino que están en medio los Gelas y los Leges, y en cada año pasando dos meses en union con éstos, orillas del Termodente, despues se retiran á vivir solas.

Habiéndose puesto Pompeyo en marcha despues de la batalla para la Hircania y el mar Caspio, tuvo que retroceder por la muchedumbre de ciertas serpientes venenosas y mortiferas, cuando no le faltaban más que tres días de camino. Retiróse, pues, á la Armenia menor; y á los reyes de los Elimeos y los Medos que le enviaron embajadores, les contestó amistosamente; pero contra el de los Partos, que invadió la Gordiena, y empezó á molestar á los súbditos de Tigranes, envió tropas con Afranio, que le rechazó y persiguió hasta la Arbielilide. Trajeron ante él á muchas de las concubinas de Mitridates; pero no tocó á ninguna; sino que todas las hizo entregar á sus padres ó deudos; porque en gran parto eran hijas ó mujeres de generales ó sujetos poderosos. Estratónica, que fué la que gozó de mayor dignidad y se mantuvo en un alcázar magnifico, era hija, á lo que parece, de un cantor anciano, de pobre auerte en todo lo demas; pero de tal manera se apoderó del corazon de Mitridates, habiendo cantado en un festin, TOKO 111.

27 que se la llevó para reposar con ella; mas el viejo salió de allí de muy mal humor, porque ni siquiera le había dirigido una palabra afable y benigna. Este, á la mañana, cuando al despertarse vió en su habitacion aparadores con bajilla de oro y plata, gran número de sirvientes, eunucos y jóvenes que le presentaban vestidos de los más ricos, y á la puerta un caballo con preciosos arreos, como los de los amigos del Rey, creyendo que todo aquello fuese juego y burlería intentó marcharse de la casa; pero deteniéndole los criados, y diciéndole que el Rey le hacía el presente de la casa de un hombre rico que acababa de morir, y que todo aquello no eran más que primicias y bosquejos de mayores bienes y riquezas, creyólo entonces, aunque todavía con dificultad; y tomando la púrpura, y montando á caballo, dió á correr por la ciudad gritando: «todo esto es mio;» y á los que se burlaban decia que no era aquello de extrañar, sino el que loco de contento no tirase piedras á cuantos encontrara. De esta estirpe y linaje era Estratónica, la cual hizo donacion á Pompeyo de aquel terreno, y le presentó muchos regalos; pero él no tomando más que aquellos que creyó podian servir de adorno en los templos, ó para dar realce á su triunfo, los demas los dejó á Estratónica para que los disfrutase contenta. De la misma manera, habiéndole presentado el Rey de los iberes un lecho, una mesa y un trono, todos de oro, haciéndole instancias para que los tomase, lo que hizo fué entregarlos á los cuestores para el tesoro público.

En la fortaleza de Quenon vinieron á las manos de Pompeyo los papeles reservados de Mitridates, y los reconoció con gusto, porque le daban á conocer de un modo muy decisivo sus costumbres. Eran sus libros de memoria, y en ellos descubrió que habia dado muerte con hierbas, además de otros varios, á su hijo Ariarates, y á Alceo de Sardis, porque en una carrera de caballos le sacó ventajas.

Contenian tambien explicaciones de ensueños, unos que él mismo habia tenido, y otros que eran de sus mujeres, y cartas poco decentes de Mónima al mismo Mitridates, y de éste á aquella. Teofanes reflere haberse encontrado asimismo un discurso de Rutilio, en que le excitaba á acabar con los Romanos que habia en el Asia; pero los más conjeturan con razon haber sido esta especie una maligna invencion de Teofanes, que quizá aborrecia á Rutilio por no serle en nada parecido; ó acaso tambien á causa de Pompeyo, á cuyo padre pinta Rutilio como hombre del todo perverso en sus historias.

Pasó de allí Pompeyo á Amiso, y vino á pagar su rencillosa emulacion cayendo en lo mismo que habia reprendido; pues habiendo censurado amargamente en Lúculo el que hirviendo aún la guerra hubiese arreglado las provincias, haciendo tambien la distribucion de los dones y premios que los vencedores acostumbran hacer concluida y terminada a quella, ejecutó él mismo otro tanto en el Bósforo, cuando todavia Mitridates estaba mandando y conservaba respetables fuerzas, como si todo estuviera aca—bado; tomando disposiciones en las provincias, y distribuyendo presentes con motivo de haber acudido á él generales y otros sujetos de autoridad, y doce reyezuelos de tos bárbaros; y áun por esto, contestando al Rey de los Partos, se desdeñó de darle, como todos los demas, el título de Rey de Reyes, por no desagradar á estos otros.

Vinole allí el deseo y codicia de recobrar la Siria, y de pasar por la Arabia hasta el mar Rojo, para llegar victorioso hasta el Océano que circunda la tierra. Porque en Africa él fué el primero que llevó sus armas vencedoras hasta el mar exterior; en España puso tambien por término de la dominacion romana el mar Atlántico; y en tercer lugar, persiguiendo dias antes á los Albanos, le habia faltado muy poco para extenderse hasta el mar de Hircania. Púsose, pues, en marcha para dar la vuelta hasta el mar Rojo; porque por otro lado veia que era muy difícil eazar con las armas á Mitridates, y que era enemigo más temible huyendo que peleando.

Diciendo, por tanto, que iba á dejarle en el hambre un enemigo más poderoso que él, estableció guarda—costas contra los comerciantes que navegaban por el Bósforo, imponiendo la pena de muerte á los que fuesen aprehendidos.

Hecho esto, tomó consigo la mayor parte del ejército, y se puso en marcha; y como Triario hubiese tenido contraria la suerte y hubiese perecido en un encuentro con Mitrfdates, llegando á punto de encontrar todavia los muertos insepultos, les hizo un magnifico entierro con muestras de sentimiento y aprecio; cosa que omitida parece fué una de las principales causas del odio de los soldados á Lúculo.

Sujetó, pues, por medio de Afranio á los Arabes que habi tan el monte Amano; y bajando él á la Síria, por no tener reyes legitimos, la declaró provincia y posesion del Imperio romano. Domó á la Judea, tomando caulivo á su rey Aristóbulo, y en cuanto a las ciudades, levantó unas de los cimientos, y á otras dió libertad é independencia, castigando á los que las tenian tiranizadas; pero au más continua ocupacion era administrar justicia, dirimiendo las dispatas de las ciudades y los reyes: para lo que adonde á él no le era dado pasar enviaba á sus amigos; como sucedió á los Armenios y Partos, que habiéndose comprometido en él por un terreno sobre que altercaban, les envió tres jueces y amigables componedores; porque si era grande la fema de su poder, no era menor la de su virtud y clemencía, con las que cubría la mayor parte de los yerros de sus amigos y familiares; pues no sabiendo contener ó castigar á los desmandados, con mostrar a los que iban á hablarle esté carácter bondadoso, les hacía llevar sin molestia las extorsiones y vejaciones de aquéllos.

El que más valimiento tenía con él era su liberto Demetrio, mozo que no carecia de talento para lo demas, pero que abusaba demasiado de su fortuna, acerca del cual se refiere lo siguiente: Caton el Filósofo, que todavía era jóven, pero gozaba ya de gran reputacion, y tenía altos pensamientos, subió á Antioquía, no hallándose allí Pompeyo, con el objeto de ver y observar aquella ciudad. Iba á pié, segun su costumbre; pero sus amigos le acompañaban á caballo. Vió desde cierta distancia delante de la puerta gran número de hombres vestidos de blanco, y a los lados del camino, á una parte jóvenes y á otra muchachos con entera separacion, de lo que se incomodó, creyendo que aquello se hacía en honor y obsequio suyo, cuando estaba bien distante de apetecerlo. Dijo, pues, á sus amigos que se apearan, y caminasen á pié con él; y cuando ya estuvieron cerca, el que dirigia todo aquello puesto al frente de la comparsa, y llevaba como distintivo una corona y un baston, les salió al encuentro, preguntándoles dónde habían dejado á Demetrio, y cuándo llegaria. A los amigos de Caton les causó risa; pero Caton exclamó: «¡Desgraciada ciudad! Y sin decir más palabra pasó adelante. El que este Demetrio no ofendiese y chocase más se debia al mismo Pompeyo, que tratado de él con insolencia, no se mostraba disgustado, pues se dice que en los banquetes de Pompeyo, cuando éste aguardaba y recibia á los convidados, él estaba ya sentado fastuosamente con el gorro calado hasla más abajo de las orejas.

Aun antes de volver á ltalia era ya dueño de los sitios más deliciosos de sus cercanías y de los más bellos gimnasios; y babia adquirido unos soberbios jardines que se llamaban los Jardines de Demetrio, cuando Pompeyo hasta su tercer triunfo babitó una casa nada más que regular y de poço precio.

Despues, habiendo construido para los Romanos aquel tan magnifico y celebrado teatro, edificó como apéndice de él una casa de mejor aspecto que la otra, aunque nunca tal que pudiera chocar: tanto, que el que la adquinió despues de Pompeyo, al entrar á reconocerla, se admiró y preguntó donde tenia el comedor Pompeyo Magno. Así es como se cuenta.

El rey de la Arabia Petrea al principio no habia hecho ningun caso de las cosas de los Romanos; pero lleno entónces de miedo, escribió que estaba dispuesto á obedecer y ejecutar cuanto se le mandase; y queriendo Pompeyo confirmarle en este propósito, emprendió para ir á Petrea ana expedicion, que no dejó de ser viluperada; porque la graduaban de repugnancia en perseguir á Mitridales, y creían lo más conveniente volver las armas contra este rival antiguo, que segun se decia había vuelto á recobrarse y á equipar un ejército, con el que se proponia encaminarse por la Escitia y la Peonia á la Italia; pero aquét, que tenía por más fácil derrotar sus fuerzas en la batalla que echarle mano en la fuga, no queria consumirse en balde persiguiéndole; y por lo tanto usó de estas distracciones en aquella guerra, y anduvo gastando el tiempo. Mas la fortuna le sacó de este apuro, porque cuando ya le faltaba poco camino para llegar á Petrea, al tiempo que en aquel dia iba á sentar los reales, y hacía ejercicio á caballo alrededor de su campamento, llegaron correos del Ponto con buenas nuevas, lo que se conoció al punto en que traian los bierros de las lanzas coronados de laurel: y al verlos, acudieron corriendo los soldados donde estaba Pompeyo.

Queria éste concluir el ejercicio; pero como empezasen á gritar y clamar, se apeó del caballo, y tomando las cartas continuaba andando á pié. No habia tribuna, ni habia habido tiempo para levantar la que forman los soldados cortando gruesos céspedes y amontonándolos unos sobre otros; mas entonces, con la priesa y el deseo, echaron mano de los aparejos de los bagajes, y así la alzaron. Subió en ella, y les anunció la muerte de Mitridates, el que por babérsele rebelado su hijo Farnaces se habia quilado á sí mismo la vida; y que Farnaces habia sucedido en todos sus bienes y estados, y escribia haberlo así ejecutado en bien suyo y de los Romanos.

Con este motivo el ejército se entregó, como era natural, á los mayores regocijos, y pasó el tiempo en sacrificios y convites, como si en soio Mitridates hubieran muerto diez mil enemigos. Pompeyo, habiendo puesto á sus bazadas y expediciones un término que no esperaba le fuese tan fácil, regresó al punto de la Arabia; y pasando con celeridad las provincias intermedias, llegó á Amiso, donde recibió muchos presentes de parte de Farnaces, y tambien muchos cadáveres de personas de la casa del rey; entre los cuales, aunque por el semblante no podía distinguirse muy bien el de Mitridates, á causa de que los embalsamadores se habian olvidado de extraerle el cerebro, le conocieron sin embargo por las cicatrices los que tuvieron la curiosidad de verle; pues Pompeyo no pudo sufrirlo, sino que teniéndolo á abominacion, mandó lo llevaran á Sinope, habiéndose admirado de la brillantez y magnificencia de las ropas y armas de que usaba. Su tahall, que habia costado cuatrocientos talentos, lo habia sustraido Publio, y lo vendió á Ariarates; y la tiara Cayo, que se habia criado con Mitridates, la regaló secretamente á Fausto, hijo de Sila, que la habia pedido por ser obra muy primorosa. De esto no tuvo por entonces noticia alguna Pompeyo; pero habiéndolo sabido despues Farnaces, castigó á los ocultadores. Habiendo, pues, ordenado y arreglado los negocios de aquella provincia, el viaje de vuelta lo dispuso é hizo con mayor aparato. Así es que habiendo aportado á Mitilene, dió libertad é independencia a la ciudad por consideracion á Teofanes, y asistió al certámen acostumbrado de los poetas, cuyo único argumento fué entónces sus hazañas. Gustóle mucho aquel teatro, y tomó el diseño de su figura para construir otro semejante en Roma, aunque mayor y más magnifico. Llegado á Rodas, oyó á todos los sofistas, y regaló á cada uno un talento; y Posidonio escribió la conferencia que tuvo á su presencia contra el retórico Hermagoras sobre la invencion oratoria en general. En Atenas se condujo del mismo modo con los filóso fos; y habiendo dado á la ciudad cincuenta talentos para sus obras, esperaba aportar á la Italia el más próspero y feliz de los hombres, con ánsía por ser visto de los que deseaban su vuelta; pero el mal Genio, á quien debe de estar encargado mezclar siempre alguna parte de mal con los mayores y más brillantes favores de la fortuna, le estaba preparando tiempo habia un regreso que le fuese de samo dolor; porque Mucia lo habia cubierto de ignominia durante su ausencia. Mientras estuvo léjos no hizo gran caso Pompeyo de los rumores que le llegaron; pero cuando se halló cerca de Italia, y tuvo más tiempo para pensar en ellos por lo mismo que se aproximaba á la causa, le envió el repudio, sin manifestar entonces por escrito ni haber dicho despues por qué motivo se divorciaba; pero en las cartas de Ciceron se manifiesta cuál fué el que inter vino (1).

Empezaron á correr por Roma diferentes especies acerca de Pompeyo, y era grande la inquietud que babia, porque al punto baria entrar el ejército en la ciudad, y se consolidaria su monarquía. Craso, recogiendo sus hijos y su caudal, se ausentó, ó porque verdaderamente lemiese, ó por conciliar, lo que parece más cierto, mayor crédito á aquella acusacion, y suscitar contra él más viotenla envidia. Mas Pompeyo, luego que puso el pié en tierra en Italia, congregó en junta á los soldados, y habiéndoles bablado con la mayor afabilidad y agrado de lo que convenia, les dió órden de que se restituyeran cada uno á sa patria, y se retiraran á sus casas, no olvidándose de coneurrir despues á su triunfo. Cuando la noticia se difundió (1) Ciceron en la epistola 12, lib. 1.°, á Atico dice: «A todo el mundo ha parecido bien el divorcio de Mucia. Se ve cuál habria sido su conducta.

por todas partes sucedió una cosa admirable, y fué que al ver las ciudades desarmado á Pompeyo Magno, y que como de un viaje volvia con unos cuantos amigos y familiares, acudieron á él las gentes en gran número por el amor que de tenian, y acompañándole le llevaron á Roma con mucho mayores fuerzas; de modo que asi hubiera tenido pensamientos de conmover y alterar el gobierno, no tenía que echar ménos al ejército para nada.

Como la ley no permitia que antes del triunfo entrase en la ciudad, representó al Senado sobre que se suspendieran los comicios de eleccion de cónsules, y se le dispensara esta gracia para poder hallándose presente dar pasos en favor de Pison; pero habiéndose Caton opuesto á su demanda, quedó desairado en ella. Pasmado de la libertad de Caton y de su entereza, de la que él sólo usaba á las claras en lo que entendia justo, concibió el deseo de ganar por diferentes medios á tan señalado varon; y teniendo Caton dos sobrinas, propuso casarse él con la una, y casar á su hijo con la otra; pero Caton desechó esta tentativa, como que en cierta manera era un cebo para corromperle y sobornarle por medio de aquel deudo, aunque disgustando en ello á su hermana y á su mujer, que no estaban bien con que se rehusase la afinidad de Pompeyo Magno.

Quiso en esto Pompeyo que fuera designado cónsul Aframo, y gastó para ello gruesas cantidades con las tribus de su propio caudal, yendo los que las recibian á los jardines del mismo Pompeyo; por lo que aquel soborno se hizo půblico, murmurando todos de Pompeyo, porque aquella misma dignidad con que se habian recompensado sus triunfos, y que tanto le habia ilustrado siendo la primera de la república, la hacía venal para los que no podian aspirar á ella por su virtud. «Pues de esta afrenta teníamos que participar, dijo Caton á las mujeres de su casa, si nos hubiéramos hecho deudos de Pompeyo:» con lo que reconocieron que acerca de lo honesto discurria Caton con más acierto que ellas.

A la grandeza de su triunfo, aunque se repartió en dos dias, no bastó este liempo; sino que muchos de los objetos que le decoraban pasaron sin ser vislos, pudiendo ser måteria y ornato de otra pompa igual. En carteles que se llevaban delante, iban escritas las naciones de quienes se triunfaba, siendo estas: el Ponto, la Armenia, la Capadocia, la Palagonia, la Media, la Colquida, los Iberes, los Albanos, la Siria, la Cilicia, la Mesopotamia, las regiones de Fenicia y Palestina, la Judea, la Arabia y los piratas destruidos do quiera por la tierra y por el mar; y además los fuertes tomados, que no bajaban de mil; las ciudades, que eran muy pocas ménos de novecientas; las naves de los piratas ochocientas, y las ciudades repobladas, que eran treinta y nueve. Habia dado sobre todo esto razon por escrito, de que las rentas de la república eran ántes cincuenta millones de dracmas, y las de los países que babia conquistado montaban á ochenta millones y quinientas mil. En moneda acuñada y en alhajas de oro y plata habian entrado en el erario público veinte mil talentos, sin incluir lo que se había dado á los soldados, de los cuales el que ménos habia recibido mil y quinientas dracmas. Los cautivos conducidos en la pompa, además de los jefes y caudillos de los piratas, fueron: el hijo de Tigranes, rey de Armenia, con su mujer y su hija; la mujer del mismo Tigranes, Zocima; el rey de los Judíos Aristóbulo; una hermana de Mitridates, con cinco hijos suyos y algunas mujeres Escitas; los rehenes de los Albanos é Iberes, y del rey de los Camagenos; y finalmente, muchos trofeos, tantos en número como habian sido las batallas que habia ganado, ya por sí mismo y ya por sus lugartenientes. Lo más grande para su gloria, y de lo que ningun Romano habia disfrutado ántes que él, fué haber obtenido este triunfo de la tercera parte del mundo; porque otros habian alcanzado antes tercer triunfo, pero él, habiendo conseguido el primero de Africa, el segundo de la Europa, y este torcero del Asia, parecia en cierta manera que en sus tres triunfos habia abarcado toda la tierra.

Segun los que están empeñados en compararle continuamente y para todo con Alejandro, no llegaba entonces su edad á treinta y cuatro años; pero en realidad rayaba en los cuarenta; ¡y ojalá hubiera terminado allí su vida miéntras tuvo la fortuna de Alejandro! porque desde este punto en adelante el tiempo, si le ofreció alguna dicha, fué muy sujeta a la envidia, y las desgracias fueron intolerables; porque babiendo adquirido por los más honestos y convenientes medios el gran influjo de que gozaba en la república, con usar mal de él en favor de otros, cuanta autoridad conciliaba á éstos, otro tanto perdia de su gloria; y con semejante condescendencia, sin advertirlo, quitaba á su propio poder toda la fuerza y eficacia; y así como las partes y puntos más defendidos de una ciudad, luego que ban recibido á los enemigos comunican á éstos su fortaleza, de la misma manera, exaltado en la república César por la autoridad de Pompeyo, con aquello mismo que le sirvió contra los demas, derribó y acabó con éste; lo que sucedió de esta manera. Ya cuando Lúculo llegó del Asia tan mal tratado como se ha dicho de Pompeyo, el Senado le hizo la mejor acogida; y despues de la vuelta de éste procuró mover y despertar su ambicion, para que otra vez tomara parte en el gobierno. Hallábase ya Lúculo en cierta indiferencia para todo, y muy trbio para volver á los negocios, habiéndose entregado á los placeres y á las distracciones propias de los hombres ricos: mas, sin embargo, al punto se animó contra Pompeyo, y tomando sus cosas muy á pechos, en primer lugar alcanzó la confirmacion de las providencias que éste le habia revocado, y en el Senado tenía mucho más favor que él con el auxilio de Caton. Desquiciado, pues, y excluido por aquella parte Pompeyo, se vió en la precision de acogerse á los tribunos de la plebe, y de reunirse con los mozuelos; de los cuales Clodio, que era el más insolente y más osado de todos, lo puso á la merced del pueblo; de manera que trayéndolo y llevándolo á su arbitrio de un modo que no convenia á la dignidad de tan autorizado varon, le hacía apoyar las leyes y decrctos que proponia para adular á la plebe y ganarle sus aplausos; y pesar de que con esto le degradaba, áun le pedia el premio, como si le hiciera favor; babiéndole arrancado, por ti'timo, como tal el que abandonase á Ciceron, que era eu amigo, y de quien en las cosas de la república habia recibido importantes servicios; pues ballándose éste en peligro, y habiendo acudido á valerse de su auxilio, ni siquiera se le dejó ver, sino que haciendo cerrar el porton á los que venian en su busca, se marchó por un postigo, y los dejó burlados; y Ciceron, temiendo el éxito de la cansa, tuvo que huir de Roma.

Entonces César, que volvia del ejército, recurrió á arbitrio, que le granjeó por lo pronto aprecio, autoridad y poder para en adelante; pero que fué de gran ruina para Pompeyo y para la república. Iba á pedir el primer consulado; y como viese que estando entre sí indispuestos Craso y Pompeyo, si se inclinaba al uno habia de tenor al otro por enemigo, pone por obra el reconciliarlos y hacerlos amigos; cosa por lo demas loable y muy política, pero intentada por él con mal objeto, y tan sagaz como traidoramente ejecutada; porque el poder de la república, que como en una nave reglaba los movimientos para que no se inclinase á un lado ni á otro, luego que vino á un mismo punto, y se hizo uno sólo, constituyó una fuerza que sin resistencia ni oposicion lo trastornó y destruyó todo. Así Caton á los que eran de opinion de que la discordia ocurrida despues entre César y Pompeyo habia traido la ruina de la república, les decía que se equivocaban, echando la culpa á lo último; pues que no era sa desunion y enemistad, sino su conformidad y concordia la que habia sido para la república la primera y más cierta causa de sus males. Porque fué César elegido cónsul, y dedicándose al punto á adular al desvalido y al pobre, propuso leyes para enviar colonias y repartir las tierras, prostituyendo la dignidad de su magistratura, y convirtiendo el consulado en tribunado de la plebe. Opúsosele su colega B:bulo, y como Caton se preparase á sostener con viveza su partido, trajo César al tribunal á Pompeyo á vista de todo el pueblo; y saludándole le preguntó si abogaria por las leyes, y contestóle que sí. «Pues si alguno, continuó, usaše de fuerza contra elias, ¿te pondrás de parte del pueblo en su auxilio?—Sin duda, volvió á responder Pompeyo, y contra los que amenacen con espadas traeré espada y escudo.» Nunca Pompeyo tabia hecho ó dicho hasta aquel punto cosa tan arrojada é insolente; tanto, que sus amigos hubieron de tomar su defensa, excusándole con que aquello no había sido más que un pronto; pero en todo cuanto despues hizo se vió bien claro que se habia entregado á César para cuanto se intentase. Porque al cabo de pocos dias, cuando nadie podia esperar tal cosa, se casó con la hija de César desposada con Cepion, con quien estaba á punto de casarse; y para templar de algun modo el disgusto de Cepion le propuso su propia hija, que antes habia sido prometida á Fausto, hijo de Sila: y César se casó con Calpurnia, hija de Pison.

Llenó despues de esto Pompeyo la ciudad de soldados, y ya todo lo obtenia por la fuerza; porque al cónsul Bibulo en ocasion de bajar á la plaza con Lúculo y con Caton, saliéndole repentinamente al encuentro, le rompieron las fasces; uno de ellos vació sobre la cabeza del mismo Bibulo una espuerta de basura; y dos tribunos de la plebe, que le acompañaban, fueron heridos. Con esto dejaron despejada la plaza de los que habian de hacerles oposicion, y sancionaron la ley del repartimiento de tierras, la cual les sirvió de cebo y golosina con el pueblo para tenerle pronto á todo cuanto malo intentaban, sin que hiciese gran cuenta de la resistencia de Caton (1), ni pensase en más que en dar sin rebullir su voto á cuanto se proponia. Así fueron tambien sancionadas las disposiciones de Pompeyo sobre que tabia sido la contienda con Lúculo; á César se le concedieron la Galia cisalpina y trasalpina, y los Iirios por cinco años, con la fuerza de cuatro legiones completas; y fueron designados cónsules para el año siguiente Pison, suegro de César, y Gabinio, el más desmedido entre los aduladores de Pompeyo. En vista de estas cosas, Bibulo estuvo ocho meses sin presentarse como cónsul, contentándose con pedir edictos, que no contenian más que invectivas y acusaciones contra ambos; y Caton, como inspirado y profeta, predecia en el Senado los males que habian de venir sobre la república y sobre Pompeyo. Por lo que haca á Lúculo, al punto desistió, y no se movió á nada, no hallándose ya en edad de llevar los negocios del gobierno; sobre lo que dijo Pompeyo, que para un anciano áun era más intempestivo el darse á los deleites que el tomar parte en los negocios; y sin embargo, bien pronto se enmolleció él mismo con el amor de aquella jovencita; y por atender á ella, y pasar en su compañía la vida en el campo y en los jardines, se descuidó enteramente de lo que pasaba en la plaza pública: hasta tal punto, que Clodio, tribuno entonces de la plebe, llegó á despreciarle y á meterse temerariamente en los negocios más arriesgados. Porque despues que expelió á Ciceron, y que envió á Caton á Chipre, bajo el pretexto de mandar las armas, como viese, cuando ya César habia marchado á la Galia, que el pueblo en todo le preferia, y todo lo disponia y hacía segun su voluntad, al punto intentó revocar algunas de las providencias de Pompeyo; (1) Seguimos aquí la correccion que de este lugar viciado en el original se hace en las notas purstas al fin de cada tomo de la edicion que nos sirve de texto.

arrebató á Tigranes, que se hallaba cautivo, y lo retuvo consigo; y movió causas á algunos de los amigos de Pompeyo para hacer prueba en ellos del poder de éste. Finalmente, en ocasion de acudir al tribunal Pompeyo con motivo de cierta causa, teniendo él á su disposicion una turba de hombres insolentes y desvergozados, se paró en un lugar muy público, y les dirigió estas preguntas: «¿Quién es el Emperador corrompido y disoluto? ¿Qué hombre anda en busca de un hombre? ¿Quién es el que se rasca la cabeza con un dedof» Y ellos, como si fuera un coro prevenido para alternar, al sacudir aquél la toga respondian á cada pregunta en voz alta: «Pompeyo.» Mortificaban en gran manera estas cosas á Pompeyo, nada acostumbrado a los insultos, y poco ejercitado en esta especie de guerra, y le mortificaban más, porque veía que el Senado se complacia en su humillacion, y en que pagara la traicion de que con Ciceron había usado. Sucedió despues que hubo riñas en la plaza, hasta resultar algunos heridos, y se descubrió que un esclavo de Clodio, que se encaminaba á Pompeyo por entre los que le rodeaban, llevaba oculta una espada; y tomando de aquí pretexto, como por otra parte temiese la insolencia y los insultos de Clodio, ya no volvió á presentarse en la plaza miéntras aquél ejereió su magistratura; sino que se encerró en su casa, discurriendo con sus amigos cómo haria para poner remedio al encono del Senado y de todos los buenos coatra él. Con todo, á Culeon que le propuso se separase de Julia y pasase al partido del Senado, renunciando á la amistad de César, no quiso darle oidos; pero con los que le propusieron la vuelta de Ciceron, hombre el más enemigo de Clodio, y más amado del Senado, se mostró más dispuesto á condescender. Presentó, pues, en la plaza al hermano de aquél, que era quien hacía la peticion con una gran partida de tropa; y habiéndose venido a las manos y hubido algunos muertos, por fin logró vencer á Clodio. Habiendo sido Ciceron restituido por una ley, al punto reconeilió al Senado con Pompeyo; y hablando en favor de la ley de abastos, en cierta manera volvió á hacer á Pompeyo árbitro y dueño de cuanto por tierra y por mar poscian los Romanos: porque quedaron á sus órdenes los puertos, los mercados, el comercio de granos, y, en una palabra, lodos los intereses de los navegantes y labradores; sobre lo que decia Clodio en tono de acusacion, que no se habia prepuesto la ley porque hubiese carestia, sino que se habia hecho que hubiese carestia para dar la ley, á fin de que volviese y se recobrase como de un desmayo con esta nueva autoridad el poder de Pompeyo, que andaba acheooso y decaído. Mas otros dicen haber sido esta comision de Pompeyo pensamiento del cónsul Espinter, que quiso ponerle el estorbo de un mando más extenso para ser él mismo enviado en auxilio del rey Tolomeo. Con todo, el tribuno de la plebe Canidio hizo proposicion de una ley, por la que se encargaba á Pompeyo el que sin ejército, llevando solo dos liclores, compusiera las desavenencias del Rey con los de Alejandría: y Pompeyo no se mostraba disgustado de la ley; pero el Senado la desechó con la plansible causa de que temia por la persona de Pompeyo. Derramáronse en aquella ocasion papeles por la plaza y en el edificio del Senado, en los que se manifestaba haber pedido Tolomeo que se le diera por general á Pompeyo en lugar de Espinter; y Timagenes dice que Tolomeo se salió de Egipto sin necesidud, abandonándole á persuasion de Teofanes, para proporcionar á Pompeyo la ocasion de un mando y de adelantar en sus intereses; pero esto no bastó á hacerlo tan probable ta perversidad de Teofanes, como lo hizo increible la indole de Pompeyo, cuya ambicion no tuvo nunca un carácter tan maligno é iliberal.

Creado prefecto de los abastos, para entender en su acopio y arreglo envió por muchas partes comisionados y ami gos; y dirigiéndose él mismo por mar á la Sicilia, á la Cerdeña y al Africa, recogió gran cantidad de trigo. Iba á dar la vela para la vuelta á tiempo que soplaba un recio viento contra el mar; y aunque se oponian los pilotos, se embarcó el primero, y dió la órden de levantar el ancora diciendo:

«El navegar es necesario, y no es necesario el vivir;» y habiéndose conducido con esta decision y celo, llenó, favorecido de su buena suerte, de trigo los mercados, y el mar de embarcaciones; de manera que aun á los forasteros proveyó aquella copia y abundancia, habiendo venido á ser como un raudal que naciendo de una fuente alcanzaba á todos.

En este tiempo habian ensalzado á César á grande altura las guerras de la Galía; y cuando se le tenía al parecer muy léjos de Roma, enredado con los Belgas, los Suevos y Britanos, á esfuerzos de su sagacidad y maña estaba sin que nadie lo advirtiese, en mitad del pueblo, minando en los principales negocios el poder de Pompeyo. Porque haciendo de la fuerza militar el uso que de su cuerpo, la ejercitaba en aquellos combates como en una caza y persecucion de fleras, no precisamente contra los bárbaros, sino con la mira ulterior de hacerla invicta y temible. El oro, la plata, y todos los demas despojos y riquezas recogidos en gran copia de los enemigos, todo lo enviaba á Roma; y tentando y agasajando con dádivas á los ediles, á los pretores, á los cónsules y á sus mujeres, se ganó la amistad de muchos de ellos; de manera que habiendo pasado los Alpes y venido á invernar en Luca, sin contar la inmensa muchedumbre que de toda clase de gentes concurrió á visitarle, del órden senatorio fueron doscientos los que acudieron, y entre ellos Pompeyo y Craso; de procónsules y pretores se llegaron á ver á su puerta hasta ciento y veinte fasces. Á los demas los despidió colmándolos de esperanzas y de presentes; pero entre Pompeyo, Craso y él mediaron ajustes: que se pedirian los consulados para los dos primeros, en lo que les auxiliaria César, enviándoles muTOMO III.

28 chos de sus soldados para aumentar los votos; y que inmediatamente que fuesen elegidos, harian entre sí mismos el repartimiento de las provincias y mando de los ejércitos; y á César le confirmarian en las provincias que tenía por otros cinco años. Como este convenio se hubiese divulgado, los principales ciudadanos lo llevaron á mal; y Marcelino les preguntó á los dos en junta pública si pedirían el consulado. Y clamando muchos porque constestasen, el primero que respondió fué Pompeyo, diciendo que quizá lo pediria, y quizá no lo pediria; pero Craso con mayor política dijo que haria lo que creyese ser de mayor utilidad pública. Estrechaba Marcelino á Pompeyo; y como fuese mucho lo que gritaba, le salió éste al encuentro diciéndole que era el más injusto de los hombres en no mostrársele agradecido; pues que por él de taciturno se habia hecho hablador, y de pobre habia venido á estado de vomitar de harto.

Desistieron los demas de aspirar al consulado; pero Caton, no obstante, persuadió y alentó á Lucio Domicio para que no desmayara: «porque la contienda, decía, no es por la magistratura, sino por la libertad contra los tiranos.» Pompeyo y su partido temieron el teson de Caton, no fuera que teniendo por suyo á todo el Senado atrajera y mudara la parte sana del pueblo; por lo cual no permitieron que Domicio bajase á la plaza, sino que habiendo apostado hombres armados dieron muerte al esclavo que iba delante con luz, y ahuyentaron á los demas; habiendo sido Caton el último que se retiró, berido en el codo derecho por haberse puesto á defender á Domicio. Habiendo llegado al consulado por tan mal camino, no se portaron en lo demas con mayor decencia; sino que manifestándose dispuesto el pueblo á elegir por pretor á Caton, en el acto de votar disolvió Pompeyo la asamblea bajo el pretexto de agueros; y despues aparecieron nombrados Ancias y Vatinio, sobornadas con dinero las tribus. Despues propusieron leyes por medio del tribuno de la plebe Trebonio, en virtud de las cuales decretaron á César otro quinquenio, segun lo convenido; á Craso le dieron la Siria y el mando del ejército contra los Partos; y al mismo Pompeyo toda el África y una y otra España, con cuatro legiones, de las cuales puso dos á disposicion de César, que las pidió para la guerra de las Galias. Por lo que hace á Craso, al punto partió á su provincia concluido el año de cousulado; pero Pompeyo, construido ya su teatro, celebró para dedicarle juegos gimnásticos y de música, y combates de fieras, en los que perecieron quinientos leones: sobre todo, el combate de elefantes fué un terrible espectáculo.

Sin embargo de que con estas demostraciones públicas se granjeó la admiracion y el aprecio, volvió otra vez á incurrir en no menor envidia; porque conflando á lugartenientes amigos suyos los ejércitos y las provincias, él pasaba la vida en las casas de recreo de Italia, yendo con su mujer de una parte á otra; ó porque estuviese enamorado de ella, ó porque siendo amado no se sintiese con fuerzas para dejarla, pues tambien esto se dice, y era voz comun que aquella jóven amaba desmedidamente á su marido; aunque no sería por la edad de Pompeyo, sino que la causa era, á lo que parece, la continencia de éste, que despues de casado no se distraia con otras mujeres, y áun su misma gravedad, que no le hacía desagradable en el trato, y ántes tenía para las mujeres un cierto atractivo, si no hemos de dar por falso el testimonio de la cortesana Flora.

Sucedió en esto que en los Comicios editicios vinieron á las manos algunos, y habiendo muerto no pocos alrededor de Pompeyo, tuvo que mudar las ropas por habérsele ilenado de sangre; y habiendo sido grande el bullicio, y la priesa de los esclavos que llevaban las ropas, como la mujer, que se hallaba en cinta, los viese y observase que la toga estaba manchaba de sangre, le dió un desmayo, delque tardó mucho tiempo en volver; y al in malparió de resultas de aquel alboroto y pesadumbre; con lo cual áun los que más vituperaban la amistad de Pompeyo con César no culparon ya el amor que tenía á su mujer. Hizose otra vez embarazada; y habiendo dado á luz una niña, murió del parto, y ésta le sobrevivió muy pocos dias. Disponia Pompeyo dar sepultura al cadáver en su quinta Albana; pero el pueblo hizo que se llevara al campo de Marte, más bien por compasion á aquella jovencita que por obsequio á Pompeyo ó á César, y áun entre ellos más parte parece haber dado el pueblo de aquel bonor á César con estar distante, que á Pompeyo que se hallaba presente.

Porque al punto sobrevinieron borrascas en la ciudad y se conmovió la república, suscitándose voces sediciosas, apenas faitó entre ambos aquel deudo, que más bien habia tenido encubierta que apagada la ambicion encontrada de uno y otro. Llegó al cabo la noticia de haber perecido Craso en la guerra con los Partos, y desapareció este grande estorbo para que viniera sobre Roma la guerra civil; porque temiéndole ambos, en sus repartos Lenian que guardar cierta justicia. Mas despues que la fortuna quitó de delante el tercero que pudiera entrar en la lid, se estaba ya en el caso de usar de esta expresion de los Có micos.

¡Cómo se unge el uno contra el otro, Y las manos con polvo se refriegan!

¡Tan poca cosa es áun la misma fortana para la ambicion humana! pues que no alcanza á saciar sus deseos; visto que tan grande extension de mando, y tanta copia de felicidad, no puede contentar á dos solos hombres; sino que con oir y leer que todo está distribuido entre los Dioses, y cada uno goza de su particular honor, creian sin embargo que para ellos, con no ser más de dos, no les bastaba todo el imperio de los Romanos.

Pompeyo habia dicho de sí en cierta ocasion arengando al pueblo, que había obtenido todas las magistraturas mucho antes de lo que habia esperado, y se habia desposeido de ellas mucho ántes de lo que se esperaba; y en verdad que deponen en su favor las disoluciones de los ejércitos. Recelaba entonces que César no depusiese al tiempo debido su autoridad, y buscaba cómo ponerse en seguro respecto de él con magistraturas políticas, sin hacer otra innovacion alguna, ni dar á entender que desconflaba, sino que más bien no hacia cuenta y lo miraba con desden. Mas cuando vió que las magistraturas no 30 distribuian como parecia conveniente, por haber sido soborna—dos los ciudadanos, hizo porque la república cayera en la anarquía: con lo que al punto corrió la voz de la necesidad de un Dictador, de la cual el primero que se atrevió á hablar en público fué Lucilio, tribuno de la plebe, excitando al pueblo á que nombrase á Pompeyo. Opúsosele Calon, y estuvo en poco el que aquél no perdiese el tribunado; mas en cuanto á Pompeyo muchos de sus amigos se presentaron á defenderle de que ni solicitaba ni siquiera apetecia aquella dignidad. Púsose en esto Caton á hacer su elogio, y á exhortarle á que tomara parte en el restablecimiento del órden; y avergonzado entonces se dedicó á este objeto, quedando elegidos cónsules Domício y Mesala.

Volvióse á caer otra vez en la anarquía; y como tomase mayor incremento la idea de nombrar Dictador, siendo muchos los que la proponian, temiendo Caton y los suyos no lo arrancaran por fuerza, resolvieron, concediendo á Pompeyo una magistratura legitima, apartarle de aquella ilimitada y tiráníca; y Bibulo, enemigo declarado de Pompeyo, fué el primero que abrió dictámen en el Senado para que éste fuera nombrado cónsul único: porque ó la república saldria del presente desórden, ó serviria al ciudadano más ilustre. Fué oida con sorpresa la proposicion, á causa del que la hacía; y levántandose Caton, segun se esperaba, para contradecirle, luégo que se hizo silencio, dijo: que él no habria manifestado aquet dictámen; pero una vez presentado por otro, creia que convenia adoptarle, pues preferia cualquiera mando á la anarquía, y juzgaba que ninguno gobernaria mejor que Pompeyo en semejante confusion.

Adoptóle, pues, el Senado, y se decretó que Pompeyo en calidad de cónsul mandase sólo, y si necesitase de colega, eligiera al que fuera de su aprobacion; mas no ántes de dos meses.

Nombrado y designado Pompeyo cónsul en esta forma por Sulpicio, que mandaba en el interregno, saludó con mucha expresion á Caton, reconociendo que le estaba muy gradecido, y le pidió que fuera su asesor particular durante su mando; pero Caton se desdeñó de que Pompeyo le diese gracias, pues que nada de lo que dijera lo habia dicho por consideracion á su persona, sino á la república, y que sería en particular su asesor si le llamaba; pero que si no le llamase, diria en público lo que creyese conveniente. Este era el carácter de Caton en todo negocio.

Habiendo Pompeyo entrado en la ciudad, se casó con Cornelia, hija de Metelo Escipion, que no se hallaba soltera, sino que habia quedado viuda poco antes de Publio, bijo de Craso, muerto tambien en la guerra de los Partos, con quien casó doncella. Tenía esta jóven muchas prendas que la hacían amable además de su belleza, porque estaba muy versada en las letras, en tañer la lira y en la geometría; y habia oído con fruto las lecciones de los filósofos.

Agregábanse á esto unas costumbres libres de la displicencia y afectacion con que tales conocimientos suelen echar á perder la indole de las jóvenes; y en su padre, tanto por razon de linaje como por su opinico personal, no babia nada que tachar. Con todo, este enlace no agradaba á algunos, por la desigualdad de edades, siendo la de Cornelia más propia para haberia casado con su hijo. Otros, mirándolo por el aspecto del decoro y la conveniencia, creian que Pompeyo no habia mirado por el bien de la república, que agobiada de males le habia elegido como médico, entregándose toda en sus manos; y él en tanto se coronaba y andaba en sacrificios de boda, cuando debia reputar á calamidad aquel consulado, que no se le habría concedido tan fuera del órden legítimo si la patria se hallara en estado de prosperidad. Presidia á los juicios sobre cohechos y sobornos, y at proponer los decretos contra los comprendidos en las causas, en todo lo demas se condujo con gravedad y entereza, dando á los tribunales, en los que tenía puesta guardia, seguridad, decoro y órden; pero habiendo de ser juzgado su suegro Escipion, llamó a su casa á los trescientos y selenta jueces, y les rogó estuvieran en su favor; y el acusador se aparló de la causa por haber visto á Escipion ir acompañado desde la plaza por los mismos jueces. Empezóse por tanto á murmurar otra vez de él; y más que habiendo prohibido por ley las alabanzas de los que sufrian un juicio, él mismo se presentó á hacer el elogio de Planco; y Caton, que casualmente era uno de los jueces, tapándose con las manos los oídos, dijo que no era razon escuchar unas alabanzas contra ley; por lo cual se recusó á Calon ántes de dar su volo; pero Planco fué sin embargo condenado por todos los demas con vergüenza de Pompeyo. De allí á pocos dias Hipseo, varon consular, contra quien se seguia una causa, se puso á esperar á Pompeyo cuando del baño pasaba á la cena, é imploró su favor echándose á sus piés; pero él pasó sin hacer caso, diciendo que ninguna otra cosa adelantaria sino que se le echara á perder la cena, con lo que se atrajo la nota de no guardar igualdad. Todas las demas cosas las puso perfec tamente en órden, y eligió por colega á su suegro para los cinco meses que restaban. Decretúse en su obsequio que conservaria las provincias por otro cuadrienio, y percibiria cada año mil talentos para el vestuario y manutencion de las tropas.

Tomando de aquí ocasion los amigos de César, solicitaban que tambien éste sacara algun partido despues de tan continuados combates por el acrecentamiento de la república. Porque ó bien era acreedor al segundo consulado, ó bien á que se le prorogase el tiempo del mando, para que no fuera otro y le arrebatara la gloria de sus afanes, sino que la autoridad y el honor fuesen de quien los habia merecido con sus sudores. Habiéndose reunido á tratar de este asunto, Pompeyo, como para desvanecer por afecto la envidia que podria suscitarse contra César, dijo haber recibido cartas de éste, en las que mostraba desear que se le diese sucesor, y se le relevase del mando; pero que no habria inconveniente en que se le admitiese á pedir en ausencia el consulado. Opúsose á esto Caton, diciendo que despues de reducido César á la clase de particular, y de haber depuesto las armas, verian los ciudadanos qué era lo que correspondia; y como Pompeyo en lugar de insistir se hubiese dado por vencido, fué mayor la sospecha que hizo concebir á muchos de sus disposiciones respecto á César. Reclamó además de éste las tropas que le habia alargado, bajo pretexto de la guerra Pártica; y él, no obstante saber la mira con que se pedían aquellos soldados, se los envió, despues de haberlos regalado con largueza.

Por este tiempo, como Pompeyo hubiese enfermado de cuidado en Nápoles, y recobrado la salud, los napolitanos, á excepcion de Praxágoras, hicieron sacrificios públicos por su restablecimiento, é imitando este ejemplo los de los pueblos vecinos, fué de unos en otros corriendo toda Italia, y no hubo ciudad grande ni pequeña que no hiciese fiestas por muchos dias. Fuera de esto, no había lugar que bastase para los que le salian al encuentro por todas partes, sino que los caminos, las aldeas y los puertos estaban llenos de gentes que hacian sacrificios y banqueles. Muchos le salian á recibir con coronas y antorchas, y le acompañaban derramando sobre él flores; de manera que su vuelta y todo su viaje fué uno de los espectáculos más magnificos y brillantes que se han visto; y así se dice no haber sido esta la menor de las causas que atrajeron la guerra civil. Porque el exceso de esta satisfaccion dió mayor calor al orgullo con que ya pensaba acerca de los negocios; y creyéndose dispensado de aquella circunspeccion que hasta all ba afianzado y dado estabilidad á sus prósperos sucesos, se entregó á una ilimitada confianza, y al desprecio del poder de César, como que ya no necesitaba de armas ni de una gran diligencia contra él, sino que áun le babia de ser más fácil entonces el destruirlo que le habia sido ántes el levantarlo. Concurrió además de este haber venido Apio de la Galia trayendo las tropas que Pompeyo habia dado á César, y haber empezado á apocar las hazañas de éste, desacreditándole en sus conversaciones, y diciendo que el mismo Pompeyo no llegaba á conocer todo el valor de au poder y gloria buscando apoyarse con otras armas contra César, cuando con las suyas propias podia destruirle apénas se dejase ver; pues tanto era el odio con que miraban á César, y tan grande la inclinacion que tenian á Pompeyo; el cual se engrió de manera, y llegó á tal extremo de descuido con la nimia confianza, que se burlaban de los que temian la guerra: á los que le decian que si viniese César no veian con qué tropas se le podria resistir, sonriéndose y poniendo un semblanle desdeñoso les contestaba que no tuvieran cuidado ninguno; «pues en cualquier parte de Italia, decia, que yo dé un puntapié en el suelo, brotarán tropas de infanteria y caballería.» Ya César daba calor con más viveza á los negocios, no apartándose mucho de la Italia; enviando continuamente á Roma soldados suyos para que votaran en las asambleas, y ganando y corrompiendo con intereses á muchos de los magistrados, de cuyo número eran el cónsul Paulo, traido á su faccion con mil y quinientos talentos; el tribuno de la plebe Curion, á quien redimió de inmensas deudas, y Marco Antonio, que por la amistad de Curion participó tambien para las suyas. Dijose entonces que un tribuno de los que habían venido del ejército de César, hallándose á la puerta del Senado, y llegando á entender que éste no prorogaria á César el tiempo de su mando, echó mano á la espada diciendo: «pues ésta lo prorogará;» y á esto se dirigia cuanto se hacia y meditaba. Con todo, las proposiciones é instancias de Curion en cuanto á César parecian más moderadas; porque pedia una de dos cosas; ó que Pompeyo tambien renunciara, ó que no se quitaran á César las tropas: pues de este modo, ó reducidos á la clase de particulares estarian á lo justo, ó conservándose rivales permanecerian como estaban; cuando ahora el que queria debilitar al otro doblaba por lo mismo su poder. Ocurrió despues, que Marcelo apellidó ladron á César, y fué de parecer que se le luviera por enemigo si no deponia las armas; mas con todo Curion pudo obtener con Antonio y con Pison que se decidiera este asunto en el Senado: porque propuso que pasaran al otro lado todos los que fueran de opinion de que sólo César dejara las armas y Pompeyo retuviera el mando; y pasaron la mayor parte. Propuso otra vez que se hiciera la misma diligencia, pasando á su lado los que quisieran que ambos depusieran las armas y ninguno de los dos quedara con mando; y á la parte que hacía por Pompeyo sólo pasaron veintidos, pasando á la de Curion todos los restantes. Éste, como si hubiera ganado una victoria, corrió lleno de gozo å presentarse al pueblo, que le recibió con grande algazara, derramando sobre él coronas y flores.

Pompeyo no asistió al Senado, porque los que mandan ejércitos no entran en la ciudad; pero Marcelo se levantó, diciendo que ya nada oiria desde su asiento, pues al ver que estaban en marcha diez legiones, habiendo pasado los Alpes, enviaria quien se les opusiese en defensa de la patria.

En consecuencia de esto mudaron los vestidos como en un duelo: y Marcelo, marchando desde la plaza á verse con Pompeyo, á donde te siguió el Senado, puesto ante aquél:

«te mando, le dijo, ¡oh Pompeyo! que defiendas la patria, empleando las tropas que se hallan reunidas y levantando otras. Y lo mismo le dijo Leutulo, otro de los cónsules designados para el año siguiente. Empezó Pompeyo á entender en esta última operacion; pero unos no obedecian, algunos pocos se reunieron lentamente y de mala gana, y los más clamaban por la disolucion del ejército, porque leyó Antonio ante el pueblo contra la voluntad del Senado una carta de César, que contenia una especie de apelacion obsequiosa á la muchedumbre. Proponia en ella que dimitiendo ambos sus provincias, y licenciando las tropas, quedaran á disposicion de la República, dando razon de su administracion; pero Lentulo, ya cónsul, no reunia el Senado; y Ciceron, que acababa de llegar de la Cilicia, trató de una transaccion, por la cual César, saliendo de la Galia y dejando todas las demas tropas, esperaria en el Ilirio con dos legiones el consulado. Como todavía lo repugnase Pompeyo, aun se recabó de los amigos de César que no fuese más que una legion; pero opúsose Lentulo, y gritando Caton que Pompeyo lo erraba y se dejaba otra vez engañar, la transaccion no tuvo efecto.

Corrió en esto la voz de que César, habiéndose apo rado de Ariminio, ciudad populosa de la Italia, venía contra Roma con todo su ejército; pero esta noticia era falsa, porque hacía su marcha con solos trescientos caballos y cinco mil infantes, no habiendo tenido por conveniente aguardar á las demas tropas que estaban del otro lado de los Alpes, con la mira de acometer á los contrarios cuando estuviesen perturbados y desprevenidos, sin darles tiempo para que se apercibieran á la pelea. Habiendo, pues, llegado al rio Rubicon, que era el límite de su provincia, se paró pensativo, y estuvo por algun tiempo meditando lo atrevido de su empresa. Despues, como los que de un precipicio se arrojan á una gran profundidad, cerró la puerta á todo discurso, y apartó los ojos del peligro; y sin articular más palabras que esta expresion en lengua griega: tirado está el dado, hizo que las tropas pasaran el rio. Apénas se divulgó la noticia, la turbacion, el miedo y el asombro se apoderaron de Roma como nunca antes; e) Senado partió corriendo en busca de Pompeyo, y tambien acudieron las autoridades. Preguntó Tulo acerca del ejército y tropas; respondiéndole Pompeyo con inquietud, y como quien no está muy seguro, que tenía prontos los soldados que habian venido del ejército de César, y pensaba reunir en breve los que ya estaban alistados, que serian unos treinta mil, exclamó Tulo: «Nos engañaste, oh Pompeyo: y fué de dictámen que se enviara á César una embajada. Un tal Fabonio, hombre por otra parte de bondad, pero que con ser arrojado é insolente le parecia que imitaba la libertad y entereza de Caton, dijo entonces á Pompeyo: «Esta es la hora de que des aquel puntapié en el suelo, haciendo brotar las tropas que prometiste; y tuvo que aguantar con mansedumbre esta impertinencia. Mas recordándole Caton lo que en un principio habia predicho acerca de César, le contestó que si bien Caton habia profetizado mejor, él habia procedido con mayor candor y amistad.

Aconsejaba Caton que se nombrara á Pompeyo generalisimo con la más plena autoridad: añadiendo que el que habia causado grandes males solia ser el más propio para remediarlos; y al punto partió para Sicilia, que era la provincia que le habia tocado, marchando tambien los demas á las que les habian cabido en suerte. Como se hubiese sublevado toda la Italia, era grande la perplejidad acerca de lo que debía hacerse, porque los que andaban fugitivos por diferentes partes se vinieron á Roma; y los habitantes de ésta la abandonaron, á causa de que en semejante tormenta y turbacion lo que podia ser útil carecia de fuerza, y sólo prevalecia la indocilidad y desobediencia á los que mandaban; pues no había modo de calmar el miedo, ni dejaban á Pompeyo que pensase por sí solo lo conveniente, sino que cada uno trataba de inspirarle la pasion que á él le dominaba, de miedo, de pesar ó de agitacion. Así, en un mismo dia dominaban resoluciones contrarias y no le era posible saber nada de cierto de los enemigos, porque cada uno venia á anunciarle lo que casualmente oia, y se incomodaba si no le daban crédito.

POMPEYO.

Decreto, pues, que se estaba en sedicion, y mandó que le siguiesen todos los que pertenecian al partido del Senado; en el concepto de que serian tenidos por Cesarianos los que se quedasen; y ya á la caida de la tarde salió de la ciudad. Los cónsules, sin haber hecho los sacrificios solemnes que preceden á la guerra, huyeron, y áun en medio de tan infaustas circunstancias era Pompeyo, en cuanto al amor del pueblo hácia él, un hombre feliz, pues con haber muchos que abominaban aquella guerra. ninguno miraba con odio al general, y en mayor número eran los que seguian por no poder resolverse á abandonar á Pompeyo, que los que huian con él por amor de la libertad.

De allí á pocos dias llegó César á Roma, y apoderándose á fuerza de ella, trató á todos con apacibilidad y mansedumbre; y sólo al tribuno de la plebe Metelo, que se oponia a que tomara fondos del erario público, le amenazó de muerte, añadiendo á la amenaza otra expresion más dura todavía, pues le dijo que á él le costaria más el decirlo que el hacerlo. Habiendo retirado de este modo á Metelo, y tomado lo que le pareció necesitar, se puso á perseguir á Pompeyo, apresurándose á arrojarlo de Italia ántes que le llegaran las tropas de España. Ocupó éste á Bríndis, y teniendo á su disposicion copia de naves, hizo embarcar inmediatamente a los cónsules, y con ellos treinta cohortes, para mandarlos con anticipacion á Dirraquio; y á su suegro Escipion y á Neyo su hijo los envió á la Siria para disponer otra escuadra. Por lo que hace al mismo Pompeyo, aseguró las puertas; colocó en las murallas las tro pas ligeras; mandó á los habitantes de Bríndis que no se movieran de sus casas; de la parte de adentro abrió fosos por toda la ciudad, y á la entrada de las calles puso et ellas estacas con punta, á excepcion de dos solas por is que tenla bajada al mar. Al tercer dia habia ya embarcado con descanso todas las tropas, y dando repentinamente la señal á los que estaban en la muralla, se le incorporarot sin dilacion, y se entregó al mar. César, luego que F desamparada la muralla, conoció que se retiraban, y puesta á perseguirlos estuvo en muy poco que no cayese en las celadas; pero habiéndoselo advertido los Brentesianos, & guardó de entrar en la ciudad, y dando la vuelta, halló que todos habian dado la vela, á excepcion de dos barcos que no contenian más que unos cuantos soldados.

Colocan todos los demas esta retirada de Pompeyo entre las más delicadas operaciones militares; pero César mostró maravillarse de que ocupando una ciudad fuerie, esperando las tropas de la España, y siendo dueño del mar, desmantelase y abandonase la Italia. El mismo Ciceron le reprende de que hubiese preferido el método de defensa de Temistocles al de Pericles, cuando las circunstancias eran semejantes á las de éste, y no á las de aquél. Como quiera, en las obras manifestó César que temia mucho la dilacion y el tiempo, pues babiendo tomado cautivo á Numerio, amigo de Pompeyo, lo envió á Bríndis á tratar de paz con equilativas condiciones; pero Numerio se embarcó con Pompeyo. En consecuencia de estos sucesos, habiéndose hecho César dueño de toda Italia en solos sesenta dias, sin haber derramado una gota de sangre, su primera determinacion fué ir en seguimiento de Pompeyo; pero faltándole las embarcaciones, convirtió su atencion y su marcha á la España para ver de incorporar á las suyas aquellas tropas.

A 12/ 201 POMPEYO.

447 En este tiempo juntó Pompeyo considerables fuerzas, de las cuales las de mar eran del todo irresistibles, porque tenía quinientos buques de guerra, y de trasportes y guarda—costas un número excesivo; en caballería habia reunido la flor de los Romanos é Italianos, hasta en número de siete mil hombres, superiores en riqueza, en linaje y en valor. La infanteria era colecticia; y necesitando de instruccion, la disciplinó de asiento en Berea, no ocioso por su parte, sino concurriendo á los ejercicios como si se hallase en la mis vigorosa juventud; pues era de gran peso para inspirar confianza el ver á Pompeyo Magno en la edad de cincuenta y ocho años maniobrar armado, ora con la infantería, y ora con la caballería, desenvainando la espada sin trabajo en medio del galope del caballo, y volverla á envainar con facilidad; y en tirar al blanco mostrar no sólo buen tino, sino tambien pujanza para lanzar los dardos á una distancia de la que pocos de los jóvenes podian pasar.

Habian acudido á él los reyes y los próceres de las naciones, y de Roma un número tal de los primeros personajes que parecia tener el Senado entero cerca de sí. Concurrió tambien Labeon, abandonando á César, de quien era amigo, y con quien habia hecho la guerra en las Galias, é igualmente Bruto, hijo de aquel á quien Pompeyo hizo perecer en la Galia, varon de elevado ánimo, y que nunca antes habia saludado ni áun dado la palabra á Pompeyo, por matador de su padre; pero al que se sometió entonces, mirándole como libertador de Roma. Ciceron, aunque en sus escritos y sus consejos habia manifestado diferente opinion, tuvo á ménos no ser del número de los que exponían la vida por la patria. Acudió, yendo hasta la Macedonia, asimismo Tidio Sexcio, varon sumamente anciano, y que habia perdido una pierna; al cual, miéntras los demas se reian y burlaban, corrió á abrazár Pompeyo, levantándose de su asiento, por creer que no podia haber para él testimonio más lisonjero que el que los imposibilitados por la edad y por las fuerzas prefirieran á su lado el peligro á la seguridad que en otra parte tendrian.

Celebróse Senado; y como siendo Caton quien abrió dictámen se decretase que no debia quitarse la vida á ningun Romano sino en formal combate, ni saquearse ciudad nin guna que se conservase obediente á los Romanos, ganó con esto mayor aprecio el partido de Pompeyo; pues áun aquellos á quienes no alcanzaba la guerra, ó por vivir distantes, ó por preservarlos de ella su oscuridad y pobreza, ayudaban á lo menos con la voluntad, y en sus conversaciones se ponian de parte de lo justo, creyendo que era enemigo de los Dioses y los hombres el que no sintiera placer en que venciese Pompeyo. Sin embargo, tambien César se acreditó de benigno en medio de la victoria; pues que habiendo tomado y vencido las fuerzas de Pompeyo en España, no hizo más que descartarse de los caudillos, y valerse de los soldados; y habiendo vuelto á pasar los Alpes corrió la Italia, llegó á Brindis en el solsticio del invierno, pasó el mar, y se dirigió á Orico desde donde teniendo cautivo á Bibulo, amigo de Pompeyo, le mandó con embajada á éste para excitarle á que reuniéndose ambos en un dia determinado disolviesen todos los ejércitos, y hechos amigos con juramento solemne volviesen á la Italía. Tuvo este paso Pompeyo por nueva asechanza; y bajando con prontitud hácia el mar, ocupó terrenos y sitios que sirvieran de firme apoyo a su infantería, y puertos y desembarcaderos cómodos para los que arribasen por el mar; de manera que todo viento era próspero á Pompeyo para que le llegaran víveres, tropas y caudales.

César, que no había podido ocupar sino lugares desventajosos, tanto por tierra como por mar, solicitaba los combates, acometia á las fortificaciones, y provocabá á los enemigos por todas partes, llevando por lo comun lo mejor, alcanzando ventajas en estos encuentros, y sólo en una ocasion estuvo para ser derrotado y para perder el

49 ejército; pues en ella peleń Pompeyo con gran valor, hasta haberlos rechazado á todos, con muerte de unos dos mil; y no los forzó entrando con los Cesarianos en el campamento, ó porque no pudo, ó mejor porque le detuvo el miedo. Así es que se refiere haber dicho César á sus amigos: «lloy la victoria era de los enemigos, si hubieran tenido vencedor.» Engreidos con este suceso los del partido de Pompeyo, querian se diese pronto una batalla decisiva; pero Pompeyo, aunque á los reyes y á los caudillos que no se hallaban allí les escribia en tono de vencedor, temia el éxito de una batalla, esperando del tiempo y de la escasez y carestia triunfar de unos enemigos invictos en las armas, y acostun.brados largo tiempo á vencer en union, pero desalentados ya por la vejez para toda otra fatiga militar, como las marchas, las mudanzas de campamento, y la formacion de trincheras, que era por lo que no pensaban más que en acometer y venir á las manos cuanto antes. Y Pompeyo hasta aquel punto habia podido con la persuasion contener á los suyos; pero cuando César, despues de la batalla referida, estrechado de la carestia, tuvo que marchar por el país de los Atamanes á la Tesalia, ya aquellos ánimos no estaban tan moderados, sino que gritando todos que César buia, unos proponian que se marchara en pos de ét y se le persiguiera, y otros que se diera la vuelta á Italia, y aun algunos enviaban á Roma sus domésticos y sus amigos á que les tomaran casa cerca de la plaza, como que ya iban á pedir las magistraturas. Muchos se apresuraron á hacer viaje á Lesbos, para pedir albricias á Cornelia de que estaba concluida la guerra: porque Pompeyo, para tenerla en mayor seguridad, la habia enviado allá. Reunióse, pues, el Senado, y Afranio fué de opinion de que se ocupara la Italia, porque además de ser ella el premio principal de aquella guerra, á los que la dominaran se arrimarian al punto la Sicilia, la Cerdeña, la Córcega, la España y toda TOMO III.

29 la Galia, no siendo, por otra parte, razon desatender el que debia ser objeto principal de Pompeyo; á saber, la patria, que le tendía las manos por verse escarnecida, y en la servidumbre de los esclavos y aduladores de los tiranos. Mas Pompeyo creia que ni para su gloria conducia el buir segunda vez de César y ser perseguido pudiendo perseguir, ni era justo abandonar á Escipion ni á los demas consulares esparcidos por la Grecia y la Tesalia, que al punto habian de venir á poder de César con grandes caudales y muchas tropas; y que el mejor modo de cuidar de Roma era el que la guerra se hiciese léjos de allí, para que libre y exenta de males esperara al vencedor.

Tomada esta resolucion, marchó en seguimiento de César, con ánimo de rehusar batalla, contentándose con cercarle y quebrantarle por medio de la falta de víveres, yéndole siempre al alcance, to que juzgaha tambien conveniente por otro respeto; pues hahia llegado á sus oidos la especie difundida entre la caballeria, de que serín del caso, despues de deshecho César, acabar tambien con el mismo; y áun algunos dicen que por esta razon no se valió Pompeyo de Caton para ninguna cosa de importancia, sino que al partir contra César lo dejó en la costa del mar encargado det bagaje, no fuera que quitado César de en medio, quisiera al punto obligarle á que depusiera el mando. Vien dole andar de este modo en pos de los enemigos, se le culpaha públicamente de que no era á César á quien hacía la guerra, sino á la patria y al Senado, para mandar siempre, y no dejar de tener por sus criados y satélites á los que eran dignos de dominar toda la tierra; y Domicio Enobarbo con llamarle siempre Agamenon y Rey de reyes, concitaba más la envidia contra él. Erate no ménos moiesto que cuantos usaban de indiscretas é importunas libertades aquel Fabonio, con sus pesadas burlas, diciendo:

«Camaradas, en todo este año no probareis los higos de Tusculano.» Lucio Afranio, el que perdió las tropas de Esi paña, por lo que habia contra él la sospecha de tralcion, viendo entonces á Pompeyo esquivar la batalla, prorumpió en la expresion de que se admiraba cómo sus acusadores andaban tan lardos en acometer al que apellidaban mercader de provincias. Con estas y otras semejantes expresiones violentaron á un hombre que no sabia sobreponerse á la opinion del vulgo, ni á la censura de sus amigos, á adoptar sus esperanzas y sus plancs, apartándose de la prudente determinacion que había seguido: cosa que no hubiera debido suceder, ni á un capitan de barco, cuanto más á un general de tantas tropas y tantas naciones. Pompeyo, pues, que alababa entre los médicos á los que nunca con descendian con los antojos de los dolientes, en esta ocasion cedió á la parte enferma del ejército, temiendo hacerse desabrido por la salud de la patria. Porque, geómo tendria nadie por sanos á unos hombres que en las marchas y en los campamentos soñaban con los consulados y las preturas; ni á Espinter, Domicio y Escipion, entre quieDes habia riñas por la dignidad de Pontifice Máximo de César? como si tuvieran acampado al frente al armenio Tigranes ó al rey de los Nabatéos y no á aquel mismo César y aquellos soldados que habian tomado por fuerza mil ciudades, habian sujetado más de trescientas naciones, y habiendo sido siempre invictos en tantas batallas con los Germanos y los Galos, que no tenian número, habian tomado más de un millon de cautivos y dado muerte en batalla campal á un millon de hombres.

Sin embargo de ver determinado á Pompeyo, desasosegados é inquietos, le obligaron luego que llegaron á la llanura de Farsalia á tener un consejo, en el cual Labieno, general de la caballería, levantándose el primero, juró que no se retiraria de la batalla sin haber puesto en huida á los enemigos, y lo mismo juraron todos. En aquella noche le pareció á Pompeyo entre sueños que al entrar él en el teatro aplaudió el pueblo, y él despues adornó con muchos despojos el templo de Vénus Nicéfora (1). Esta vision en parte le alentaba, y en parte le causaba inquietud, no fuera que por ocasion de él resultara gloria y esplendor al linaje de César que subia hasta Vénus. Suscitáronse además en el campamento ciertos terrores pánicos que le hicieron levantar. A la vigilia de la mañana resplandeció sobre el campamento de César, donde todo estaba en quietud, una gran llama, en la que se encendió una antorcha, que fué á parar al campamento de Pompeyo; y se dice que César vió este portento á tiempo que recorria los guardias.

Por la mañana muy temprano, antes de disiparse las linieblas, disponia hacer marcbar de allí su ejército; y cuando ya los soldados recogian las tiendas, y enviaban delante los bagajes y los asistentes, vinieron las escuchas anunciando observarse en el campamento del enemigo que se andaba con armas de una parte á otra, y aquel movimiento y ruido que causan hombres que salen á dar batalla; y despues de éstos llegaron otros, diciendo que los primeros soldados estaban ya formados.

César al oir esto, diciendo haber llegado el deseado dia en que iban á pelear con hombres y no con el hambre y la miseria, mandó que al punto se colocara delante de su pabellon la túnica de púrpura, porque ésta es entre los Romanos la señal de batalla. Los soldados al verla, dejando las tiendas, con algazara y regocijo corrieron á las armas, y los tribunos, formándolos como en un coro en el órden que convenia, pusieron á cada uno en su propio lugar, sin arrebato ni confusion.

Tomo Pompeyo para sí el ala derecha, habiendo de tener al frente á Antonio; en el centro colocó á su suegro Escipion, contrapuesto á Lucio Albino; y Lucio Domicio mandó el ala izquierda, reforzada con el grueso de la caballería, que casi toda habia cargado á aquella parte para (1) Nicefora vale tanto como conductora de la victoria.

envolver á César y destrozar la legion décima que tenía la fama de ser la más valiente, y en la que acostumbraba á colocarse César en las batallas. Cuando éste vió sostenida por tanta caballería la izquierda de los enemigos, temió la fortaleza de su armadura, y sacó de su retaguardia seis cohortes, colocándolas á espaldas de la legion décima, con órden de que no se movieran, y procuraran ocultarse á los enemigos; mas cuando acometiese la caballería salieran con precipitacion por entre la primera línea, y no tiraran las lanzas, como suelen hacerlo los más esforzados para venir cuanto antes á las espadas, sino que dirigieran los golpes hácia arriba, para herir en la cara y en los ojos á los enemigos: porque aquellos lindos y graciosos bailarines no sólo no aguardarian, sino que ni áun sufririan por causa de su belleza ver el hierro delante de los ojos. Estas eran las disposiciones que daba César.

Pompeyo, descubriendo desde su caballo el orden y formacion de los enemigos, cuando vió que éstos esperaban tranquilos el momento y oportunidad sin moverse de sus —filas, siendo así que su ejército no se mantenia con la misma quietud, sino que lleno de ardor empezaba por su impericia á desordenarse, temiendo que enteramente se le desbandase en el principio de la batalla, dió órden á los de primera línea, de que permaneciendo firmes é inmoblesrecibieran en aquella manera á los enemigos. César reprende esta órden y esta operacion militar: porque con ella se debilita la fuerza que adquieren los golpes en la carrera, y aquel encuentro de los enemigos unos con otros, que es el que da impulso y entusiasmo, y aumenta la cólera con la gritería y el mayor Impetu; quitado lo cual los hombres pierden el ardor y se enfrian. Las fuerzas de César consistian en unos veintidos mil hombres, y las de Pompeyo eran poco más del doble de este número.

Dada la señal de una y otra parte, cuando las trompetas comenzaron á excitar al encuentro, de los de la muchedumbre cada uno pensó sólo en sí mismo; pero unos cuan tos Romanos, lo mejor entre ellos, y algunos Griegos que se hallaron presentes fuera de la batalla, al ver que se acercaba el momento terrible, se pusieron á meditar sobre el trance á que la codicia y ambicion habian traido á la república. Armas de un mismo orígen, ejércitos entre sí hermanos, las mismas insignias, y el valor y poder de una misma ciudad, iban á chocar consigo mismos, demostrando cuán ciega y loca es la condicion humana en sus pasiones: porque si querían mandar y gozar tranquilamente de lo adquirido, la mayor y más apreciable parte del mar y de la tierra les estaba sujeta; y si todavía tenian ansia y sed de trofeos y triunfos, podian saciarla en las guerras Párticas y Germánicas. Quedaba además ancho campo á sus hazañas en la Escitia y en la India, pudiéndoles servir de pretexto el dar civilizacion á naciones bárbaras. Porque ¿qué caballería de los Escilas, qué saetas de los Partos, ó qué riquezas de los Indios sorian bastantes á contener å setenta mil Romanos que acometieran armados estas regiones al mando de Pompeyo y de César, cuyos nombres habian llegado á sus oidos ántes que supieran que babia Romanos? ¡lantas, tan varias y feroces eran las naciones hasta donde habian penetrado victoriosos! Y entonces se habian buscado para hacerse uno á otro la guerra, sin que sirviera para contenerlos ni el celo de su propia gloria, por la que se habian olvidado hasta de la compasion que debian tener á la patria, habiéndose apellidado invictos hasta aquel dia. Porque el deudo ántes contraido, las gracias de Julia, y aquel enlace, luego se vió que no habian sido más que unas prendas falaces y sospechosas de una sociedad formada en provecho comun; sin que hubiera entrado en ella, ni por la más mínima parte, la verdadera amistad.

Luego que la llanura de Farsalia ae llenó de hombres, de caballos y de armas, y que de una y otra parte se dieron las señales de la batalla, el primero que salió corriendo de las líneas de César fué Cayo Crastino, que mandaba una compañía de ciento veinte hombres, cumpliendo de este modo á César la promesa que le habia hecho; porque habiéndolo éste visto al salir del campamento, saludándole por su nombre, le preguntó qué pensaba de la balalla; y él, alargándole la mano, exclamó: «Vencerás gloriosamente, César, y hoy habrás de alabarme ó vivo ó muerto.» Teniendo fijas en la memoria estas palabras, se adelantó llevando á muchos consigo, y se arrojó on medio de los enemigos. Peleóse desde luego con las espadas, y como con muerte de muchos intentase penetrar las filas delos enemigos, uno de éstos le metió la espada por la boca, con tal fuerza que le salió por la nuca. Muerto Crastino, ya despues se peleaba con igualdad; sino que Pompeyo no movió con la conveniente celeridad su derecha, deteniéndose á mirar á una y otra parte esperando la acometida de la caballería. Ya ésta marchaba en cuerpo para envolver á César, y habia conseguido impeler sobre su batulla los pocos caballos que ante ella tenfa formados; pero habiendo dado César la señal, su caballería se retiró, y acudiendo al punto las cohortes destinadas á oponerse á aquella operacion, que venían á constar de unos tres mil hombres, se dirigieron con impetu contra los enemigos, y contrarestando á la caballería, usaron de las lanzas hácia arriba, como se les habia prevenido, para berir en la cara. A aquellos soldados bisoños, sin experiencia de ningun género de combate, y desprevenidos para el que sufrian, no teniendo de él ninguna idea, les faltó valor y sufrimiento para aguantar unos golpes dirigidos á los ojos y al rostro; por lo quevolviendo grupa, y cubriéndose los ojos con las manos, huyeron ignominiosamente. Luego que éstos se quitaron de delante, los Cesarianos ya no pensaron más en ellos, sino que marcharon contra la infantería por aquella parte por donde habiendo quedado más débil con la falta de los caballos daba mayor facilidad para ser cercada y envuelta.

Acometiendo, pues, por el flanco, y la legion décima por el frente, ni sostuvieron éstos, ni guardaron órden, viendo que cuando esperaban haber envuelto á los enemigos cran ellos los que experimentaban esta suerte.

Rechazados éstos, cuando Pompeyo vió la polvareda, y conjeturó lo sucedido á la caballería, es imposible decir cómo se quedó, ni cuál faé su pensamiento; ántes semejante á un hombre fuera de si y enteramente alelado, sin acordarse de que era Pompeyo Magno, y sin hablar una palabra, paso entre paso se encaminó al campamento, en términos de venirle muy acomodados estos versos:

En Ayax Jove desde su alto asiento Tal terror infundió, que helado, absorto, Echó á la espalda el reforzado escudo, Y atras volvió mirando á todas partes.

Entrando de la misma manera en su tienda, se sentó laciturno, hasta que llegaron muchos persiguiendo a los que huian, porque entonces prorumpiendo en sola esta expresion: «¿Conque hasta mi campamento? y sin decir ninguna otra cosa, tomó las ropas que á su presente fortuna convenian, y salió de él. Huyeron asimismo las demas legiones, y fué grande en el campamento la mortandad de los que custodiaban los equipajes y de los asistentes: de los soldados, dice Asinio Polion, que se halló con César en la batalla, que sólo murieron unos sois mil. Tomaron el campamento, y entonces vieron la locura y vanidad de los enemigos: porque las tiendas estaban coronadas de arrayan, entapizadas de flores, y con mesas llenas de vasos preciosos: veianse tazas rebosando de vino, y todo el adorno y aparato eran más bien de hombres que hacian sacrificios y celebraban festas que de soldados armados para la batalla. Pervertidos hasta este punto en sus esperanzas, y llenos de una vana confianza, salieron al combate.

Pompeyo, á los pocos pasos que hubo andado desde el campamento dejó el caballo, siendo en muy corto número las personas que le seguian: y como nadie le persiguiese, caminaba despacio, pensando en lo que era natural pensase un hombre acostumbrado por treinta y cuatro años continuos á vencer y mandar á todos, y que entonces por la primera vez probaba lo que era ser vencido y huir. Contemplaba que en una hora habia perdido aquella gloria y aquel poder que habia ido creciendo con peligros, combates y continuas guerras; y que el mismo que poco antes era guardado con tantas armas, caballos y tropas, caminaba ahora tan abatido y desamparado, que podia ocultarse á los enemigos que le buscaban. Pasó por delante de Larisa, y habiendo llegado al valle de Tempo, se echó en tierra do bruces aquejado de la sed, y bebió en el rio, levantóse y continuó marchando por el valle hasta que llegó al mar. Pasó allí lo que restaba de la noche, reposando en la barraca de unos pescadores; y al amanecer, embarcándose en una lanchita de rio, admitió en ella á los hombres libres que le seguian, mandando á los esclavos que se fueran á presentar á César y no temieran. Iba costeando, y vió una nave de comercio que estaba para dar la vela, de la que era capitan un ciudadano romano, de ningun trato con Pompeyo, pero al que conocia de vista: llamábase Petiquio. Este en la noche anterior habia visto entre sueños á Pompeyo, no como otras muchas veces, sino como abatido y apesadumbrado. Habialo así referido á sus pasajeros, segun la costumbre de entretenerse con semejantes conversaciones los que están de vagar. En esto uno de los marinoros se presentó diciendo haber visto que venía de tierra un barquichuelo de rio, y que unos bombres que en él se hallaban les hacian señas, sacudiendo las ropas, y les tendian las manos. Levantóse Petiquio, y habiendo conocido al punto á Pompeyo, como le habia visto entre sueños, dándose una palmada en la cabeza, mandó á los marineros que ecbaran el bote, y alargando la diestra, llamaba á Pompeyo, conjeturando ya por la disposicion en que le veia la terrible mudanza de su suerte. Así, sin aguardar súplicas ni otra palabra alguna, recogiéndole, y á los que con él venian, que eran los dos Lentulos y Fabonio, se bizo al mar; y babiendo visto al cabo de poco al rey Deyotaro, que por tierra venía hácia ellos, tambien le recibieron. Llegó la hora de la cena, la que dispuso el maestre de la nave con lo que á mano tenía; y viendo Fabonio que Pompeyo por falta de sirvientes habia empezado á lavarse á sí mismo, corrió á él, y le ayudó á lavarse y ungirse; y de allí en adelante continuó ungiéndole y sirviéndole en todo lo que los esclavos á sus amos, hasta lavarle los piés y aparejarle la comida; tanto, que alguno, al ver la naturalidad, la sencillez y pronta voluntad con que se bacian aquellos oficios, no pudo menos de exclamar:

¡Cómo todo está bien al hombre grande! (1).

Navegando de esta manera á Anfipolis, pasó desde allí á Mitilene, con el objeto de recoger á Cornelia y á su hijo.

Luego que tocó en la orilla de la isla, mandó á la ciudad un mensajero, no cual Cornelia esperaba, segun las noticias que lisonjeramente le habian anticipado y se le habian escrito, dándole á entender que lerminada la guerra en Dirraquio, no le quedaba á Pompeyo otra cosa que hacer que seguir el alcance á César. Entretenida con estas esperanzas, la sorprendió el mensajero, que ni siquiera tuvo fuerzas para saludarla, sino que dándola á entender con aus lágrimas más que con palabras lo grande y excesivo de aquella calamidad, le dijo que se apresurase si quería (1) Vereo de Euripides.

ver á Pompeyo con una sola nave, y esa ajena. Al oirlo cayó en tierra, y permaneció largo rato fuera de sí sin sentido; costó mucho que volviese, y cuando estuvo en su acuerdo, echa cargo de que el tiempo no era de lamentos y de lágrimas, corrió por la ciudad al mar. Salióla á recibir Pompeyo; y habiendo tenido que recogerla en sus brazos acongojada y á punto de desmayarse: «veo, exclamó, oh Pompeyo, en tí, no la obra de tu fortuna, sino de la mia, al mirar arrojado en un miserable barco al que antes de casarse con Cornelia habia surcado este mismo mar con quinienlas naves. ¿Por qué has venido á verme, y no has abandonado á su infeliz suerte á la que te ha traido semejante desventura? ¡Cuán dichosa hubiera sido yo, habiendo muerto ántes de recibir la noticia de haber perecido á manos de los Partos Publio mi primer marido! ¡y cuán cuerda y avisada si por seguirle me hubiera, como lo intenté, quitado la vida! Quedé con ella para venir ahora á ser la ruina de Pompeyo Magno.» Dícese que estas fueron las voces en que prorumpió Cornelia, y que Pompeyo le respondió de esta manera:

«Tú, oh Cornelia, no has conocido más que la buena fortuna, la que quizá te ba engañado por haber permanecido conmigo más tiempo que el que tiene de costumbre; pero es menester llevar esla suerte, pues que á todo está sujeta la condicion humana, y probar otra vez fortuna; no debiendo desesperar de recobrar lo pasado el que de aqueIla altura ha descendido á esta bajeza.» Sacó Cornelia de la ciudad los intereses y la familia, y habiendo salido los Mitilenos á saludar á Pompeyo, rogándole que entrase en la poblacion, no se prestó á ello, sino que les previno que obedeciesen al vencedor, confiando en él, porque César era benigno y de buena condicion. Volviéndose despues al filósofo Cratipo, que habia bajado á verle, le dirigió algunas expresiones, con que reprendia la Providencia; á las que cedió Cratipo, procurando llamarle á mejores esperanzas, por no hacerse molesto é impertinente si entonces le contradecia. Porque se hubiera seguido preguntarle Pompeyo sobre la Providencia, y tener él que contestarle que las cosas habian llegado á punto de ser absolutamente necesario que uno solo mandase en el Estado á causa del mal gobierno, repreguntándole luego: ¿cómo ó con qué pruebas se nos haria ver que tú, ob Pompeyo, usarias me jor de la fortuna si bubieras sido el vencedor? Pero conviene dar de mano á estas cosas, y á todo lo que toca á los Dioses.

Tomando, pues, consigo la mujer y los amigos, seguia su viaje, arribando á los puntos que era necesario para proveerse de aguada y víveres, siendo Atalia de la Panfilia la primera ciudad en que entró. Llegáronle allí algunas galeras de la Cilicia, y empezó á levantar tropas, teniendo ya cerca de si otra vez unos sesenta del órden senatorio. Habiéndose anunciado que la escuadra se mantenia, y que Caton, habiendo reunido muchos de los soldados, pasaba al Africa, empezó á lamentarse con sus amigos, reprez diéndose de haberse dejado violentar para combatir con las tropas de tierra, no empleando para nada el recurso mayor que sin disputa tenía, y de no haberse aproximado á la armada, para tener prontas, si por tierra sufria algun descalabro, unas fuerzas navales de tanta consideracion:

pues ni Pompeyo pudo cometer mayor yerro, ni César valerse de medio más acertado que el de haber trabado la batalla á tanta distancia de los socorros marítimos. Mas, en fin, precisado á dar pasos y sacar algun partido del estado presente, á unas ciudades envió embajadores, y pasando él mismo á otras recogia fondos y tripulaba las naves; pero temiendo la celeridad y presteza del enemigo no fuera que le sobrecogiese antes de allegar los preparativos, andaba examinando dónde podria hallar por lo pronto asilo y refugio. Puestos á deliberar, no veian provincia que les ofreciese seguridad; y por lo que hace á roinos, el mismo Pompeyo indicó el de los Partos, como el más propio para recibirlos y protegerlos mientras eran débiles, y para rehacerlos despues y habilitarlos con nuevas fuerzas.

De los demas, algunos volvian la consideracion hácia Africa y el rey Juba; pero á Teofanes de Lesbos le parecía una locura, no distando el Egipto más que tres dias de navegacion no hacer cuenta de él, ni de Tolomeo, que aunque todavía mocilo, debia haber heredado la amistad y gratitud paterna, é ir á entregarse en manos de los Partos, gente del todo desleal é infiel; y que el mismo que no queria tener el segundo lugar, respecto de un ciudadano romano su deudo, siendo el primero respecto de todos los demas, ni exponerse á probar la moderacion de aquél, hiciera dueño de su persona á un Arsacida que no pudo serlo de la de Craso mientras tuvo vida, y llevar una mujer jóven de la casa de los Escipiones á un país bárbaro, entre gentes que hacen consistir el poder en el insulto y la disolucion. Pues aunque nada sufriese, podia parecer que to habia sufrido, por haber estado entre gente por lo comun desmandada, lo que es terrible. Dícese que esto sólo fué lo que retrajo á Pompeyo de seguir la marcha bácia el Eufrates; si es que esta fué resolucion de Pompeyo, y no fué su mal hado el que lo inclinó á este otro canino.

Luego que prevaleció el parecer de ir á Egipto, dando la vela de Chipre en una nave saleucida con su mujer, y siguiéndole los demas, unos con embarcaciones menores y otros en trasportes, hizo la travesía sin accidente alguno; pero habiendo sabido que Tolomeo se hallaba en Pelusio, haciendo la guerra á su hermana, hubo de detenerse, enviando persona que anunciara al Rey su llegada, y le pidiera benigna acogida. Tolomeo ora muy jovencito: y Potino, que era el árbitro de los negocios, juntó en consejo á los de mayor autoridad, que la tenian los que él · quería, y les mandó dijera cada uno su dictámen. ¡Era cosa bien triste que sobre la suerte de Pompeyo Magno hubieran de decidir el eunuco Potino, Teodoto de Quio, llamado por su salario para ser maestro de retórica, y el egipcio Aquila! Porque estos consejeros eran los principales entre los demas camareros y ayos; y Pompeyo, que no tenía por digno de su persona ser deudor de su salud á César, eslaba esperando al áncora lejos de tierra la resolucion de semejante Senado. Los pareceres fueron del todo opuestos, diciendo unos que se le desechase, y otros que se le llamara y recibiera; pero Teodoto, haciendo muestra de so habilidad y pericia en la materia, demostró que ni en lo uno ni en lo otro habia seguridad: porque de recibirle tendrían á César por enemigo, y á Pompeyo por señor; y de desecharle incurririan en el odio de Pompeyo por la expulsion, y en el de César por tener todavía que perse—guirle; así que, lo mejor era mandarle venir, y matarle; pues de este modo servirian al uno, y no tenian que temer al otro, añadiendo con sonrisa, segun dicen, que hombre muerto no muerde.

Así se determinó, y Aquila tomó á su cargo la ejecucion; el cual, llevando consigo á un tal Septimio, que en otro tiempo fuera tribuno á las órdenes de Pompeyo, á otro que habia sido centurion, llamado Salvio, y tres ó cuatro criados, se dirigió á la nave de Pompeyo. Habian pasado y reunidose en ella los principales de su comitiva, para estar presentes á lo que ocurriese; y cuando vieron que el recibimiento no era ni régio ni brillante, como Teofanes se lo habia hecho esperar, viniendo sólo unos cuantos hombres en un barquichuelo de pescador, ya les pareció sospechosa la poca importancia que se les daba, y aconsejaron á Pompeyo sacara la nave á alta mar hasta ponerse fuera de alcance; pero en esto, alracando ya el barquichuelo, se levantó el primero Septimio, y saludó en lengua romana á Pompeyo con el título de Emperador; y Aquila, saludándule en griego, le instaba para que pasase á su barco, porque habia mucho cieno, y por allí no tenía para su galera bastante profundidad el mar, y además abundaba de bancos de arena. Veiase al mismo tiempo que se aprestaban algunas de las naves dol Rey, y que se coronaba de tropas la orilla; de manera que no les era dado huir, aunque mudaran de propósilo; y por otra parte si tenian dañadas intenciones, con la desconfianza defenderian su injusticia. Saludando, pues, á Cornelia, que muy de antemano lloraba su muerte, dió órden de que se embarcaran primero á dos centuriones, á su liberto Filipo, y á un esclavo llamado Escena, y al darle la mano Aquila, volviéndose á su mujer y á su hijo, recitó aquellos yambos de Sófoces:

Quien al palacio del tirano fuere, Esclavo es suyo, aun cuando libre parta.

Habiendo sido estas las últimas palabras que pronunció, descendió al barco, y como mediase bastante distancia desde la galera á tierra, y ninguno de los que iban con él le hubiera dirigido siquiera una expresion de agasajo, poniendo la vista en Septimio, «paréceme, le dijo, haberte conocido en otro tiempo, siendo mi compañero de armas;» á lo que le contestó bajando sólo la cabeza, sia pronunciar palabra ni poner siquiera buen semblante; por tanto, como se guardare por todos un gran silencio, sacó Pompeyo un libro de memoria, y se puso á leer un discurso que habia escrito en griego para hacer uso de él con Tolomeo.

Cuando arribaban á tierra, Cornelia, que llena de agitacion é inquietud habia subido con los amigos de Pompoyo á la cubierta de la nave para ver lo que pasaba, concibió alguna esperanza al observar que muchos de los cortesanos salian al desembarco como para honrarle y recibirle. En esto, al tomar Pompeyo la mano de Filipo para ponerse en pié con mayor facilidad, Septimio fué el primero que por la espalda le pasó con un puñal, y en seguida desenvainaron tambien sus espadas Salvio y Aquila. Pompeyo, echándose la loga por el rostro con entrambas manos, nada hizo ni dijo indigno de su persona, sino que solamente dió ua suspiro, aguantando con entereza los golpes de sus asesinos. Y habiendo vivido cincuenta y nueve años, al otro dia de su nacimiento terminó su carrera.

Los de las naves, habiendo visto su muerte, movieron un llanto que llegó á oirse desde la tierra, y levantando áncoras huyeron con precipitacion. Ayudábales un recio viento cuando ya estaban en alla mar; por lo que, aunque los Egipcios quisieron perseguirlos, desistieron de su propósito. Al cadáver de Pompeyo le cortaron la cabeza, arrojando el cuerpo desnudo á tierra desde el barquichuelo, y dejándolo que fuera espectáculo de los que quisiesen verlo.

Estúvose á su lado Filipo, hasta que se cansaron de mirarlo; despues, lavándolo en el mar, y envolviéndolo en una miserable ropa suya, por no tener otra cosa, se puso á registrar por la orilla, y descubrió los despojos de una lancha gastados ya por el tiempo, pero bastantes todavía para la mezquina hoguera de un cadáver, y áun éste no entero. Mientras los recogia y amontonaba, hallándose alli cerca un Romano ya de edad, y que habia hecho sus primeras campañas con Pompeyo cuando todavía era jóven:

«¿quién eres, le dijo, tú que tienes el cuidado de dar sepultura á Pompeyo Magno?» respondióle que un liberto suyo: «pues no has de ser tú solo, continuó, el que le preste tan debido oficio: admíteme á mí á la parte de este tan piadoso encuentro, para no tener tanto de qué culpar á mi sucrte en esta ausencia de la patria, gozando entre tantas aflicciones el consuelo de tocar y envolver con mis manos al mayor capitan que ha tenido Roma.» Estos fueron los funerales de Pompeyo. Al dia siguiente Lucio Lentulo, que sin saber nada de lo sucedido navegaba de Chipre, y aportó á tierra, luego que vió la hoguera de un cadáver, y que al lado de ella estaba Filipo, al que áun no habia conoeido: «¿quién es, dijo, el que cumplido su bado reposa en esta tierra? ¡Quizá tú, continuó, oh Pompeyo Magno!» y habiendo desembarcado de allí á poco, le prendieron y dieron muerte. Así acabó Pompeyo. De allí á breve tiempo llegó César al Egipto, que se habia manchado con tales crímenes; y al que le presentó la cabeza de aquél, le tuvo por abominable, volviendo el rostro por no verle; presentáronle tambien el sello, y al tomarle lloró. Estaba en él grabado un leon con la espada en la mano. A Aquila y Potino les hizo dar muerte; y habiendo sido el Rey vencido en una batalla junto al rio, no se volvió á saber de él. A Teodoto el Sofista no le alcanzó la venganza de César, porque huyó del Egipto, andando errante y aborrecido de todos:

pero Marco Bruto, en el tiempo en que mandó despues de haber dado muerte á César, lé encontró en el Asia, y habiéndole hecho sufrir toda clase de tormentos, le quitó la vida.

Las cenizas de Pompeyo fueron entregadas á Cornelia, que llevándolas á Roma las depositó en el campo Albano.

TOMO III.

30