Las vidas paralelas de Plutarco/Nicias
NICIAS.
Pues nos parece que no vamos fuera de razon en comparar con Nicias á Craso, y las derrotas causadas por los Partos con las sucedidas en la Sicilia, juzgamos oportuno rogar y amonestar á los que lean estas vidas, no sospechen que en la narracion de los hechos relativos á ellas, en la que Tucídides, excediéndose á sí mismo en la vehemencia, en la energía y en la elegancia, se hizo verdaderamente inimitable, hemos de incurrir en el mismo defecto que Timeo; el cual, lisonjeándose de superar á Tucídides en la facundia, y de hacer ver que Filisto era cansado y vulgar, se mete con su historia por medio de los combates de tierra y de mar y por las arengas, en cuya descripcion aquellos sobresalieron, no siquiera A pié corriendo cabe el lidio carro, como se explica Píndaro, sino mostrándose del todo molesto, pueril, y segun expresion de Difilo, torpe y obeso, engordado en la grasa siciliana, y por lo más arrimándose al modo de decir de Jenarco. Como cuando dice que debieron tener los Alenienses á mal agüero el que el generai que tomaba su nombre de la victoria (1), repugnara (1) Neaxn en griego significa la victoria; y de este nombre se deriva el de Nicias.
aquella expedicion; que en la mutilacion de las estatuas de Mercurio les significaron los Dioses que les vendrian muchos males en aquella guerra de parte de Hermócrates hijo de Hermon; y tambien que era natural por una parte que Hércules diera auxilio á los Siracusanos por respeto á Proserpina, que le entregó el Cerbero; y que por otra mirara con odio á los Alenienses por haber salvado á los Egesteos, descendientes de los Troyanos, cuando él ofendido por Laomedonte asoló su ciudad. Mas quizá era propio de la elocuencia de este escritor, como el decir tales sandeces, querer mejorar la diccion de Filisto, é insultar á Platon y á Aristóteles. En cuanto á mí, la contienda y emulacion con otros acerca del estilo en general me parece insulsa y repugnante; pero si es en cosas que no pueden imitarse, téngola por la última necedad. Los hechos, pues, referidos por Tucídides y Filisto, ya que no es posible pasarios del todo en silencio, especialmente los que dan á conocer la conducta y disposicion de este hombre ilustre, escondidas entre sus muchas y grandes adversidades, los tocaré ligeramente y en sólo lo preciso; pero los que por lo comun no son conocidos, á causa de haber sido separadamente notados por diferentes autores, ó bien por haberse de tomar de presentallas y resoluciones antiguas, estos los recogeré con esmero, para no tejer una historia inútil, sino tal que presente bien la indole y las costumbres.
De Nicias lo primero que se ofrece decir es lo que escribió Aristóteles, á saber, que eran tres los que sobresalian entre los ciudadanos, y tenian benevolencia y amor patrio para con el pueblo: Nicias el de Nicerato, Tucídides el de Milesio, y Teramenes el de Agnon,,en menor grado éste que los otros; pues que en cuanto á linaje le motejaron de extranjero oriundo de Ceo, y en cuanto á gobierno, por no haberse mantenido firme en un partido, sino andar continuamente variando, fué llamado Coturno. De éstos era Tucídides el de más edad, y puesto al frente de los mejores y más principales ciudadanos, contradijo en muchas cosas á Pericles, que afectaba popularidad. El más jóven eran Nicias; pero áun en vida de Pericles fué ya tenido en aprecio, hasta llegar á ser general con él, y tener por sí solo mando muchas veces. Muerto Pericles, al punto fué llamado á ocupar el primer lugar, principalmente por los ricos y los nobles, que lo contraponian á la insolencia y osadía de Cleon; y áun tuvo el favor del pueblo, que tambien contribuyó á su adelantamiento; porque si bien Cleon alcanzó grande autoridad con darse aire de anciano y repartir algun dinero; áun de los mismos á quienes favorecia, al ver su codicia, su orgullo y su temeridad, los más se ponian de parte de Nicias; por cuanto, aunque tenia gravedad, no era esta severa y enfadosa, sino mezclada con cierta modestia que atraia á los más, por lo mismo que mostraba timidez; y es que siendo por naturaleza irresoluto y desconfiado, en la guerra su buena suerte ocultó su miedo, habiendo salido siempre vencedor en sus expediciones; mas para el gobierno su pusilanimidad y su temor á los calumniadores llegaban á parecer populares, y le ganaban el afecto de la plebe, que recela de los que hacen poca cuenta de ella, y adelanta á los que la temen; porque en general para la muchedumbre el mayor honor de parte de los más poderosos es el que no la desprecien.
Mientras Pericles manejó la ciudad, estando dotado de una virtud verdadera y de una poderosa elocuencia, no tuvo necesidad de otros amaños ni de ningun otro prestigio; pero Nicias, que no tenia aquellas prendas, abundando en bienes de fortuna, con ellos ganaba popularidad; y ya que le faltaba disposicion para rivalizar con la flexibilidad y las lisonjas de Cleon; con los coros, con los espectáculos y con otros medios de esta especie logró atraerse el favor del pueblo, aventajándose en magnificencia y gusto á todos los de su tiempo, y áun á cuantos le habian precedido.
Subsisten todavía de las ofrendas que hizo, el paladion del NICIAS.
alcázar, habiendo perdido el dorado; y el templete que se conserva en el templo de Baco entre los trípodes ofrecidos en iguales ocasiones: porque conduciendo coros, venció muchas veces, y en ninguna fué vencido. Dícese que en uno de estos coros compareció representando en el adorno á Baco un esclavo suyo de hermosa disposicion y figura, todavía imberbe; y que habiéndose agradado los Atenienses de su presencia, y aplaudido y palmoteado por largo rato, levantándose Nicias, había expresado que tenía á sacrilegio estuviese en la esclavitud un cuerpo celebrado por su semejanza con el Dios, y había dado la libertad á aquel mozo. Tambien se conservan en la memoria, come brillantes y dignos de tan alto objeto, los festejos que hizo en Delos: porque lo regular era que los coros enviados por las ciudades á cantar las alabanzas de Apolo, durante la navegacion fuesen como á cada uno le cogia, y que acudiendo mucha gente á la llegada de la nave, se les hiciera cantar sin ningun órden saltando en tierra en confusion, y tomando las coronas y los trajes de la misma manera; mas él, cuando condujo la teoría, aportó á Rene con el coro, con las víctimas y todas las prevenciones, y llevando desde Alenas un puente construido con las dimensiones convenientes, y adornado magníficamente con dorados, con colores, con coronas y alfombras, por la noche le echó sobre el espacio que media entre Rene y Delos, que no es grande. Al dia siguiente al amanecer condujo la procesion que se hacía al Dios, y el coro adornado primorosamente y cantando, y los pasó por el puente. Despues del sacrificio, del combate y del festin presentó al Dios en ofrenda una palma de bronce, y habiendo comprado un terreno en diez mil dracmas, se lo consagró con destino á que de sus rentas tomaran los de Delos lo necesario para sacrificar y dar un banquete, rogando á los Dioses por la prosperidad de Nicias. Porque así lo hizo escribir en la columna que dejó en Delos como monumento de esta dádiva; y la palma, quebrantada de los vientos, víno á caer sobre la estatua grande de los de Najos, y la hizo pedazos.
En estas cosas suele haber mucho de ostentacion y vanagloria, como es bien sabido; pero atendiendo el carácter y las costumbres de Nicias para todo lo demas, podia no sin violencia colegirse que aquel esmero y toda aquella pompa era consecuencia de su religiosidad; porque le hacian demasiada impresion las cosas superiores, y era dado á la supersticion, segun nos lo dejó escrito Tucidides. Asi se dice en uno de los diálogos de Posifonte, que todos los dias ofrecia sacrificios á los Dioses, y que teniendo en casa un agorero, fingia consultarle sobre las cosas públicas, cuando regularmente no era sino sobre las suyas propias, especialmente sobre sus minas de plata: porque poseía minas de este metal en Laurio, que le daban grandes utilidades, aunque el trabajo de ellas no carecia de peligro.
Mantenia allí gran número de esclavos, y en esto consistia la mayor parte de su hacienda; por lo cual tenía siempre alrededor de sí muchos que le pedian y á quienes socorria:
pues no era ménos dadivoso con los que podian hacer mal, que con los que eran dignos de sus liberalidades: en una palabra, con él era una renta para los malos su miedo, y para los buenos su beneficencia. Dan de esto testimonio los poetas cómicos: porque Teleclides escribia asi contra un calumniador:
Ni una mina partida por el medio Le dió Caricles, porque le tapase Que entre los hijos que su madre tuvo El fué el primero que salió del saco.
Nicias de Nicerato dióle cuatro; Mas aunque de este don yo sé la causa, No la diré, que Nicias es mi amigo, Y obra á mi juicio con notable acuerdo:
y aquel á quien zabiere Eupolides en su comedia intitulada Maricas, sacando á la escena á uno de los holgazanes y mendigos, se explica así:
—¿Cuánto há que viste á Nicias?
—Nunca le habia visto; mas ahora Há poco que le vi estar en la plaza.
—Notad que éste confiesa claramente Que en la plaza con Nicias se ha encontrado; Y si de traicion no, ¿qué tratarian?
¿No ofs, camaradas, cómo Nicias Fué en el delito mismo sorprendido?
—Andad, menguados: no es para vosotros En mal caso coger á hombre tan bueno:
y el Cleon de Aristófanes en tono de amenaza dice:
El cuello apretaré á los oradores, Y á Nicias causaré miedo y espanto.
Tambien Frinico da idea de lo cobarde y espantadizo que era en los siguientes versos:
Era buen ciudadano, lo sé cierto, Y no al modo de Nicias lo verian Andar siempre con aire asustadizo.
. Viviendo siempre con este temor de los calumniadores, no cenaba con ninguno de los ciudadanos, ni trataba con ellos, ni asistia á sus ordinarias recreaciones; en una palabra, no gustaba de semejantes pasatiempos, sino que cuando era arconte permanecia en el consistorio hasta la noche, y del Senado salia el último, habiendo entrado el primero; y cuando no tenía negocio público alguno, no se dejaba ver ni admitia á nadie, quieto siempre y encerrado en casa. Sus amigos recibian á los que concurrian á hablarle, y les pedían que le disculparan, porque estaba ocupado en negocios públicos de grande urgencia é importancía. El que principalmente representaba esta farsa, y se desvivia para conciliarle autoridad y opinion, era Hieron, que se habia criado en su casa, y á quien el mismo Nicias había ejercitado en las letras y en la música. Dábase por hijo de Dionisio, á quien apellidaron Calco, y de quien se conservan todavía algunas poesías, y enviado de comandante de una colonia mandada á Italia, fundó la ciudad de Turios. Este, pues, trataba con los agoreros de parte de Nicias en la interpretacion de los prodigios y los arcanos, y hacía correr en el pueblo la voz de que Nicias llevaba, por solo el bien de la república, una vida infeliz y trabajosa, pues ni en el baño ni en la mesa dejaban de ocurrirle asuntos graves, teniendo abandonados sus intereses por cuidar de los del pueblo; tanto, que nunca se acostaba sino cuando los demas habian dormido el primer sueño. De donde provenia estar tambien su salud quebrantada, y no tener gusto ni humor para conversar con sus amigos, habiendo llegado á perderlos por los negocios públicos juntamente con su hacienda; cuando los demas ganando amigos y enriqueciéndose con las magistraturas, lo pasan muy bien y se divierten en el gobierno. Y en realidad de verdad tal venía á ser la vida de Nicias; por lo que él mismo se aplicó aquel epifonema de Agamenon:
La majestad preside á nuestra vida; Mas de la multitud somos esclavos.
Observando que el pueblo se valia á veces de la prudeneia y experiencia de los insignes oradores y sobresalientes políticos, pero que siempre se recelaba y resguardaba de su habilidad, oponiéndose á su esplendor y su gloria, como se veia bien claro en la condenacion de Pericles, an el destierro de Damon, en la desconfianza que manifestó la muchedumbre de Antifon Ramnusio, y sobre todo en lo ocurido con Paquetes el que tomó á Lesbos, que al dar las cuentas de su expedicion, sacando en el mismo tribunal la espada, allí se quitó la vida; procuraba huir de las expediciones arduas y dificiles, y cuando iba de general consultaba mucho á la seguridad, con lo que lograba vencer como era natural; mas con todo no referia estos sucesos ni á su inteligencia, ni á su poder, ni á su valor, sino que los atribuia á la fortuna, y se acogia á los dioses, sustrayéndose á la envidia que sigue á la gloria. Convienen con esto los mismos hechos: pues que habiendo sufrido la república en aquel tiempo muchos y grandes descalabros, en ninguno absolutamente tuvo parte; sino que cuando en la Tracia fué vencido por los de Calcis, iban de generales Caliades y Xenofonte; la derrota de Etolia se verificó siendo arconte Demóstenes; en Delio perdieron mil bombres mandando Hipócrates; y de la peste la culpa se echó principalmente á Pericles, por haber encerrado en el recinto de la ciudad, á causa de la guerra, á todos los habitantes de la comarca, habiéndose aquella originado de la mudanza de aires y de género de vida. Nicias, pues, se conservó inculpable en todas estas desgracias, y yendo de general, tomó á Citera, isla muy bien situada para hacer la guerra á la Laconia, y que estaba habitada de Lacedemonios. Recobró tambien y atrajo á muchos pueblos de Tracia que se habian rebelado. Habiendo encerrado dentro de los muros á los de Megara, al punto se apoderó de la isla Minoa; y de allí á poco, partiendo de aquel punto, sujetó á Nisea. Bajó de allí á Corinto, y en batalla campal venció su numeroso ejército y á Licofron su general. Sucedióle en esta ocasion haberse dejado los cadáveres de dos de sus deudos, por no haberlos echado ménos al tiempo de recoger los muertos.
Luego que lo advirtió hizo alto con el ejército, y envió un heraldo á los enemigos para tratar de recobrarlos. Segun cierta ley y costumbre con ella conforme, los que recogian los muertos en virtud de convenio se entendia que renunciaban á la victoria, y no les era permitido levantar trofeo:
porque vencen los que quedan dueños, y no quedan dueños los que ruegan, como que no está en su poder tomar lo que piden. Pues con todo, más quiso hacer el sacrificio del vencimiento y de su gloria, que dejar insepultos á dos ciudadanos. Taló, pues, todo el país litoral de la Laconia, y venciendo á los Lacedemonios que se le opusieron, tomó á Turea guarnecida por los Eginetas, y á éstos los trajo cautivos á Atenas.
Como Demóstenes hubiese fortificado á Pilos, al punto acudieron por tierra y por mar los Lacedemonios, y trabada batalla, hubieron de dejar de los suyos en la isla Esfacteria basta cuatrocientos hombres. Parecíales á los AteBienses cosa importante, como lo era en realidad, apoderarse de ellos; pero el cerco se presentaba dificil y trabajoso en un país que carecia de agua, y para el que el acopio de provisiones áun en verano tenía que hacerse con un rodeo muy largo, hallándose por lo mismo en el invierno enteramente falto de todo: tentalos esto disgustados, y estaban pesarosos de haber despedido la legacion que los Lacedemonios les habían enviado para tratar de paz. Habíanla despedido á instigacion de Cleon, principalmente con la mira de mortificar á Nicias, porque era su enemigo; y viendo que se habia puesto de parte de los Lacedemonios, esto bastó para que inclinase al pueblo á volar contra el tratado. Yendo, pues, largo el sitio, y recibiéndose noticias de que el ejército padecia una escasez suma, se mostraban muy enconados contra Cleon, el cual se volvia contra Nicias, echándole la culpa y acusándole de que por sus temores y su flojedad dejaba allí aquellos hombres, cuya rendicion no habria costado tanto tiempo á haber él tenido el mando. Ofreciósełcs al punto á los Atenienses decirle: «¿pues por qué no te embarcas y mar TOMO 111.
13 chas contra ellos?» Levantóse tambien Nicias, y abdicó en él el mando sobre Pilos, proponiéndole que tomase la fuerza que quisiese, y no anduviera echando baladronadas sobre seguro, en lugar de hacer cosa que fuera de importancia. El al principio calló, turbado con tan inesperada salida; pero como insistiesen todavía los Atenienses, y Nicias esforzase la voz, acalorado y picado de pundonor, tomó á su cargo la expedicion, y al dar la vela puso el término de veinte dias, diciendo que dentro de ellos ó habia de acabar allí con los Lacedemonios, ó los habia de traer vivos á Atenas; de lo que los Atenienses se rieron mucho, bien lejos de creerlo; porque ya estaban acostumbrados á tomar á diversion y risa sus jactancias y sus sandeces. Pues se cuenta que teniéndose un dia junta pública, el pueblo sentado estuvo esperando largo rato, y ya bien tarde se presentó en la plaza con corona sobre las sienes, y pidió que la junta se dilatase hasta el día siguiente: «porque hoy, dijo, estoy ocupado teniendo á cenar á unos for rasteros, despues que he hecho á los dioses sacrificio; y que los Atenienses se levantaron y disolvieron la junta.
Favorecióle entonces la fortuna; y habiéndose manejado bien en la expedicion al lado de Demóstenes, dentro del termino que prefijó, á cuantos Esparciatas no murieron en el combate los trajo esclavos, habiéndosele rendido á discrecion. Volvióse esto en gran descrédito de Nicias, pareciendo una cosa más torpe y fea todavía que arrojar el escudo el abandonar por miedo espontáneamente el mando, y despojándose á sí mismo de la autoridad, proporcionar al enemigo la ocasion do tan brillante triunfo. Motejóle de nuevo con este motivo Aristófanes en su comedia titulada Las Aves, diciendo:
Pues no, no es tiempo de dormirnos éste; Ni de dar largas imitando á Nicias.
Y en la de Los Labradores dice asimismo:
Quiero labrar mis campos.—¿Quién te estorba?
—Vosotros, y mil dracmas os prometo Si exento me dejais de todo mando.
—Las aceptamos; pues dos mil tendremos Con las que ya de Nicias recibimos.
195 Y en verdad que hizo notable daño á la ciudad dejando que adquiriera Cleon tanto crédito y poder: con el que tomando nuevo arrojo y una osadía inaguantable, entre otros males que acarreó á la república, de los que no le cupo & Nicias poca parte, le hizo el de destruir el decoro de la Lribuna, siendo el primero que en las arengas grito descompasadamente, se dejó abierto el manto, se golpeó los muslos, é introdujo el dar carreras estando hablando; con lo que engendró en los que despues de él manejaron los negocios un absoluto olvido y desprecio de toda dignidad; causa principalísima del trastorno y confusion que de allí á poco sobrevino á la república.
Empezaba ya entónces á mostrarse en Atenas Alcibiades, otro orador no tan descompueslo, pero de quien podia decirse lo que de la tierra de Egipto: pues como esta por su gran fertilidad produce Muchas útiles plantas, y á su lado Otras muchas nocivas y funestas, de la misma manera la indole de Alcibiades, propensa igualmente al bien que al mal, dió ocasion á grandes innovaciones. Por tanto, aunque Nicias llegó á verse desembarazado de Cleon, no tuvo tiempo de tranquilizar y aflanzar del todo la república; sino que habiendo conseguido llevarla por el buen camino, la apartó de él la violencia y fogosidad de Alcibiades, impeliéndole otra vez á la guerra, lo que sucedió de esta manera. Los que principalmente se oponian á la paz de la Grecia, eran Cleon y Brasidas, aquél porque en la guerra no se descubria tanto su maldad, y éste porque en ella resplandecia más su virtud; como que al uno le dió ocasion para grandes injusticias, y al otro para gloriosos triunfos. Mas como ambos hubiesen muerto en la misma batalla, que fué la de Anfipolis, ballando Nicias á los Esparciatas deseosos muy de antemano de la paz, y á los Atenienses con poca confianza de sacar partido de la guerra, y á unos y á otros fatigados y en disposiciones de deponer con el mayor gusto las armas, trabajó por ver cómo conciliar amistad entre las ciudades, y aliviar y dar reposo á los demas Griegos de los males que sufrian, haciendo para en adelante seguro y estable el sabroso nombre de felicidad. Y lo que es á los ancianos, á los ricos y á las gentes del campo desde luego los encontró con disposiciones pacíficas: en cuanto á los demas, hablando á cada uho en particular, y procurando convencerlos, logró tambien retraerlos de la guerra; y cuando así lo hubo ejecutado, dando ya esperanzas á los Esparciatas, los excitó y movió á que se presentaran á pedir la paz. Fiáronse de él, ya por su conocida probidad y ya lambien porque á los cautivos y á los rendidos de Pilos, cuidándolos y visitándolos con humanidad, les hacía más llevadera su desgracia. Habian ya ántes ajustado treguas por un año, durante las cuales, reuniéndose unos con olros, y gustando otra vez de sosiego y descanso, y del trato con los propios y con los extranjeros, se les había encendido un vivo deseo de aquella vida exenta de inquietudes y de riesgos:
así oian con gusto á los coros cuando cantaban:
Quedate, oh lanza, á ser despojo inútil Donde enreden su tela las arañas.
Erales Lambien sabroso traer á la memoria aquel gracioso dicho de que á los que en la paz toman el sueño no los despiertan las trompetas, sino los gallos. Abominando, pues, y maldiciendo a los que suponian tener el hado dispuesto que aquella guerra se lidiara por tres veces nueve años, trataron y conferenciaron entre sí é hicieron la paz.
Formóse entonces generalmente la idea de que aquella reconciliacion era estable, y todos tenian siempre á Nicias en los labios, diciendo que era un hombre amado de los dioses, á quien su buen Genio habia concedido por su piedad que del mayor y más apreciable bien entre todos hubiera tomado el nombre: porque realmente así creian obra suya la paz, como de Pericles la guerra: pareciéndoles que éste por muy pequeños motivos habia arrojado á los Griegos en grandes calamidades, y que aquél les habia hecho olvidar los muluos agravios, volviéndolos amigos.
Por tanto, esta paz hasta el día de hoy se llama Nicea.
- Convínose por los tratados en que se restituirian reciprocamente las tierras, las ciudades y los cautivos que tuviesen, sorteándose sobre quiénes babian de ser los primeros á restituir: y Nicias compró con su dinero reservadamente la suerte para que fuesen los primeros los Lacedemonios: á lo menos así lo reflere Teofrasto. Viendo que los Corintios y Beocios oponian dificultades, y que con diferentes achaquos y quejas procuraban otra vez encender la guerra, persuadió Nícias á los Atenienses y Lacedemonios á que á la paz añadieran la alianza, como un refuerzo y nuevo vínculo con el que se hicieran más temibles á los disidentes, y se estrecharan más entre si. Verificado esto, Alcibiades, que no lenía genio de estarse quieto, y que se ballaba resentido de los Lacedemonios, porque no haciendo cuenta de él, y mirándole con desden, se manifestaban adictos á Nicias, desde luego se propuso minar la paz; y aunque por entonces nada pudo adelantar, como de allí á poco no se mostrasen ya los Lacedemonios tan complacientes con los Atenienses, y ántes pareciese que empe.
zaban á hacerles agravios en haber formado alianza con los Beocios y no haber entregado en pié las ciudades de Panacto y Anfipolis, aferrándose en estas causas, procuraba acalorar al pueblo haciéndoselas presentes á toda hora. Finalmente, habiendo hecho venir una legacion de Argos para entablar alianza con los Atenienses, trabajaba para que lo consiguiese. Vinieron en esto embajadores de los Lacedemonios con plenos poderes, y como presentándose al Senado hubiesen dado idea de admitir toda condicíon justa y moderada, temeroso Alcibiades de que con sus proposiciones ganaran tambien al pueblo, desconcertó sus planes con una perfidia, ofreciéndoles bajo juramento que hallarian en él auxilio para cuanto quisiesen, con tal que no dijeran ni convinieran en que venian plenamente autorizados: porque así saldrian mejor con su intento. Habiéndole dado crédito y unidose á él, abandonando á Nicias, los hizo comparecer ante el pueblo, y les preguntó si habian venido con plenos poderes para todo; y como dijesen que no, mudado repentinamente contra todo lo que podian esperar. llamó la atencion del Senado sobre lo que acababan de decir, y excitó al pueblo á que no diera oidos ni crédito á unos hombres que tan abiertamente mentian y que ahora decian una cosa y luego la contraria. Quedaron tan pasmados como se deja conocer; y no teniendo el mismo Nicias nada que decir de sorprendido y disgus tado, al punto se decidió el pueblo á llamar y hacer venir á los de Argos para concluir la alianza; pero se puso de parte de Nicias un terremoto que en esto sobrevino, siendo causa de que se disolviese la junta. Congregada otra vez al dia siguiente, ora con discursos y ora con ruegos, lo único que pudo alcanzar, y áun esto con dificultad, fué contener la negociacion de los Argivos, y que á él se le enviase en legacion á los Lacedemonios, con esperanza que dió de que todo se transigiria á satisfaccion. Pasando, pues, á Esparta, en todo lo demas le honraron como cor Mas si por dos sobre un honor se alterca, No es nuevo que recaiga en un perverso:
como en esta ocasion, dividido el pueblo entre los dos, dió motivo a que se presentaran en la palestra los hom bres más desvergonzados y corrompidos; de cuyo número era Hipérbolo Peritoide, hombre á quien no fué el poder el que le dió atrevimiento, sino que de ser atrevido pasó á tener poder, y de haber adquirido fama en la ciudad á ser su afrenta y su infamia. Este, pues, considerándose entonces muy distante del castigo de las conchas, cuando lo que verdaderamente le correspondia era un potro, esperaba que cayendo cualquiera de aquellos dos, él iba á ser el rival del que quedase: así se veja bien á las claras que se alegraba de su division, y abiertamente acaloraba al pueblo contra ambos. Enterados Nicias y Alcibiades de esta maldad, se pusieron secretamente de acuerdo, y juntando en uno los dos partidos, lograron que el ostracismo no recayese sobre ninguno de los dos, sino sobre Hipérbolo. Al principio fué este cambio materia de diversion y risa para el pueblo; pero despues ya lo sintieron, pareciéndoles que aquel recurso se habia deshonrado, empleándose en un hombre indigno: Leniendo al ostracismo por una pena que honraba; y juzgando que si bien era castigo para Tucídides, Arístides y otros semejantes, para Hipérbolo era una honra y motivo de jactancia el que fuese tratado por sa maldad como lo habian sido los varones más excelentes; segun que ya lo dijo Platon el cómico, hablando de él en estos versos:
Por sus maldades mereció esta pena; Mas por su calidad de ella era indigno:
Porque no se inventó seguramente Para tan ruin canalla el ostracismo.
Así es que despues de Hipérbolo ya nadie sufrió esta forma de destierro, sino que él fué el último; habiendo sido el primero Hiparco Colarqueo, pariente del tirano. ¡Mas cuán cierto es que la fortuna está muy fuera del alcance del juicio humano, y que respecto de ella nada sirven nuestros raciocinios! pues si Nicias, habiendo hecho caer sobre Alcibiades el peligro de las conchas, hubiera salido vencedor, arrojando á éste de la ciudad, habria quedado en ella con toda tranquilidad; y en caso de haber sido vencido, él habria tenido que salir ántes de los últimos infortunios que le oprimieron, conservando la opinion del mejor general. No se me oculta haber dicho Teofrasto que cuando salió desterrado Hipérbolo era Feaco y no Nicias el que entraba en disputa con Alcibiades; pero los más lo refieren de aquella manera.
Vinieron en esto legados de los Segestanos y Leontinos con la pretension de que los Atenienses enviaran una expedicion contra la Sicilia; mas sin embargo de que Nicias lo contradecia, áun ántes de que sobre este objeto se celebrase junta pública, fué ya arrollado por las sugestiones, y sobre todo por la ambicion do Alcibiades, el cual con esperanzas habia ganado á la muchedumbre, y con sus discursos la habia alucinado: hasta tal punto, que los jóvenes en las palestras, y los ancianos sentados en sus talleres ó en sus reuniones diseñaban el plan de la Sicilia, describian el mar que la rodea, y los puertos y sitios por donde más se avecina al Africa. Porque no se contentaban con ganar la Sicilia en aquella guerra, sino que la miraban como esoala para entrar desde allí en lid con los Cartagineses, ydominar en el Africa y en todo aquel mar hasta las colum—:
nas de Hércules. Viéndolos, pues, con semejantes proyectos, hizo esfuerzos Nicias por disuadirlos; pero halló muy pocos hombres de poder é influjo que se pusieran á su lado: porque la gente acomodada, por no dar idea de que huian de servir y de contribuir para el armamento de las galeras, nada hicieron ó dijeron. Con todo, no desistió ó se dió por vencido, sino que áun despues de resuelta la guerra y de haber sido nombrado general juntamente con Alcibiades y Lamaco, todavía en otra junta habló y procuró hacer revocar el decreto, poniéndoles á la vista los inconvenientes; y áun excitó sospechas contra Alcibiades, indicando que con miras de ambicion y de utilidad particular trataba de envolver á la república en una guerra difícil y ultramarina; pero estuvo tan lejos de adelantar nada, que ántes teniéndole con esto por más áá propósito á causa de su inteligencia y de su nimia prevision, que contrastarian muy bien con la osadía de Alcibiades y la prontitud de Lamaco, dieron á su eleccion mayor firmeza: porque levantándose Demostrato, que era el orador que más inflamaba á los Atenienses para aquella expedicion, dijo que él haría callar á Nicias; y escribiendo un decreto, por el que se daban á los gencrales plenas facultades para resolver y ejecutar acá y allá cuanto les pareciera, hizo que el pueblo lo sancionase.
Dícese que por parte de los sacerdotes se propusieron tambien muchas cosas que contradecian aquella jornada; pero teniendo Alcibiades otros agoreros, presentó de ciertos oráculos antiguos uno, en que se decia que les vendria á los Atenienses grande esplendor de parte de la Sicilia; y además le vinieron ciertos adivinos de Júpiter Amonio, trayéndole un oráculo, por el que se prometía que los Atenienses se apoderarian de todos los Siracusanos; pero los que les eran contrarios los ocultaban, por temor de que se tomasen á mal agüero. Lo que no era mucho, cuando no los contenian las señales más visibles y manifiestas, como la mutilacion de los Hermes, que á todos en una noche les fueron cortadas las partes prominentes del rostro, á excepcion de uno solo llamado de Andocides, ofrenda de la tribu Egeide, y que estaba junto á la casa en que Adocides babitaba entonces; y como la atrocidad ejecutada en el ara I NICIAS.
203 de los doce Dioses, la cual consistió en que un hombre se subió repentinamente sobre ella, y abriendo las piernas, con una piedra se cortó las partes genitales. En Delfos habia una estatua de oro de la Diosa Palas, colocada sobre una palma de bronce, ofrenda de Atenas de los despojos tomados á los Medos: á esta, pues, la picotearon por varios dias unos cuervos que vinieron volando, y el fruto de la palma, que era de oro, lo arrancaron á picolazos y lo echaron al suelo; pero ellos decian que esto era invencion de los de Delfos, ganados por los Siracusanos. Prescribióseles en aquella misma sazon por un oráculo que trajeran de Clazomene la Sacerdotisa de Minerva; y enviándola á buscar, se halló que su nombre era Hesuquia, que significa quielud; y en esto parece que el buen genio de Alenas aconsejaba á aquellos ciudadanos que por entonces se estuviesen quietos. Bien fuera por temor de estos prodigios, o bien porque lo alcanzara por su ciencia, el astrólogo Meton, á quien se habia dado entonces cierto mando, fingió dar fuego a su casa, como que estaba loco: aunque otros dicen que no flogió tal locura, sino que habiendo incendiado su casa por la noche, se presentó en la plaza muy afligido, y pidió á los ciudadanos que en atencion á tan grande desventura eximieran de la expedicion á su hijo, que estaba nombrado capitan de galera para pasar á Sicilia.
A Sócrates el Sabio le anunció su Genio, por los medios que tenía por costumbre, que aquella expedicion se equipaba en ruina de la ciudad, lo que refirió á sus amigos y conocidos, habiendo corrido entre muchos esta especie.
Para no pocos eran tambien motivo de inquietud los días en que salió la armada, porque celebraban las mujeres. las fiestas de Adonis; y por todas partes se veian tendidos por las calles sus simulacros, y junto á ellos exoquías y llantos de mujeres; por lo cual los que dan importancia á estas cosas se mostraban disgustados, y temian no fuera que aquel aparato y aquella fuerza que se ostentaban entonces tan brillantes y florecientes, se marchitasen bien en breve.
El que Nicias se opusiese á la expedicion proyectada, sin dejarse seducir de lisonjeras esperanzas, y que no mudase de dictámen deslumbrado con la brillanlez de tan ilustre mando, no puede menos de merecerle la alabanza de hombre recto y prudente; pero despues cuando, habién dolo intentado, no pudo apartar al pueblo de la guerra, ni lograr que lo exonerase de su encargo, sino que más bien éste, como que le cogió de la mano y por fuerza, le puso al frente de aquellas tropas; entonces ya no era tiempo de detenciones o irresoluciones, indisponiendo á sus colegas, y malogrando el objeto con volver como un niño los ojos alras desde la nave y quejarse continuamente de que sus discursos no hubiesen sido atendidos; sino que lo que convenia era apresurarse y cargar prontamente sobre los enemigos á probar la suerte de los combates. Mas él lo que hizo fué contradecir al dictámen de Lamaco, que queria se marchara directamente á Siracusa y que en sus inmediaciones se diera una batalla; y tambien al de Alcibiades, que tenía por lo mejor hacer que las ciudades abandonaran el partido de los Siracusanos, y logrado esto, encaminarse contra ellos; con lo que, y con dar la orden de que recorriendo con las naves la isla se hiciera ostension de las tropas y del número de galeras, y se volviesen despues á Atenas, dejando una pequeña guarnicion á los Segestanos, desconcertó desde un principio los proyectos de entrambos generales, y les infundió grande desaliente.
Llamaron de alli á poco los Atenienses á Alcibiades para ser juzgado; y entonces, aunque fué designado segundo general, en el poder quedó de primero, y siempre continuó ó estándose quieto, ó teniendo en movimiento las naves, ó juntando consejos, dando lugar á que en su ejército se debilitase la esperanza, y los enemigos sacudiesen el asombro y terror que les causó la primera vista de las poderosas fuerzas. Cuando se hallaba alli todavía Alcibia.
des bien se dirigieron con sesenta naves contra Siracusa; pero contuvieron el mayor número de ellas, formándolas fuera á la vista del puerto, y sólo con diez penetraron adentro con el objeto de hacer un reconocimiento; y miéntras por medio de un horaldo llamaban para que volviesen á su casa á los Leontinos, cogieron una nave enemiga que conducia unas tablas, en las que los Siracusanos se habian inscrito á sí mismos cada uno en su tribu; y puestas lejos de la ciudau en el templo de Júpiter Olimpio, entonces las habian enviado á buscar para hacer el recuento de los que se hallaban en edad de hacer el servicio militar. Cogidas que fueron, las presentaron á los generales, y al ver aquel inmenso número do nombres, se sobrecogieron los adivinos, lemiendo no fuese aquello lo significado por el oráculo cuando decia: «Los Atenienses se apoderarán de todos los Siracusanos;» aunque otros dicen que este oráculo habia tenido ya pleno cumplimiento en otro tiempo, cuando Calipo el Ateniense, dando muerte á Dion, se apoderó de Siracusa.
Despues que Alcibiades regresó de la Silicia con unos pocos, toda la autoridad fué ya de Nicias; pues aunque Lamaco era hombre de valor y justificacion, y en las batallas peleaba denodadamente, se hallaba tan pobre y miserable, que en cada expedicion se veian precisados los Atenienses á admitirle en las cuentas una pequeña cantidad para su vestido y calzado; y así Nicias, ya por otras causas y ya tambien por su riqueza y por la gloria que habia adquirido, era grande la preferencia que se daba. Cuéntase por tanto que celebrando en una ocasion consejo de guerra, dió órden al poeta Sófocles para que como el más anciano de los generales diera el primero su dictámen; y éste le respondió: «Yo bien soy el más viejo, pero tú eres el más anciano.» De esta manera, teniendo bajo de si á Lamaco, sin embargo de ser mejor general que él, y no usando de sus fuerzas sino con una nimia reserva y cuidado, primero con recorrer la Silicia léjos siempre de los enemigos dió á éstos mucho aliento; y despues con haber acometido á Hibla, aldea despreciable, y haberse retirado sin tomarla, incurrió en el mayor desprecio. Finalmente, se retiró á Catana, sin haber hecho otra cosa que asolar á Hicara, aldea habilada por bárbaros, donde se dice haber caido cautiva la célebre ramera Laís todavía mocita, y que vendida con los demas esclavos fué llevada al Peloponeso.
Al fin del verano, como entendies que los Siracusanos, muy alextados ya, estaban resueltos á acometer los primeros, y la caballería se acercase con insolencia á su campamento preguntando si habian venido á aumentar los habitantes de Catana o á restituir á sus casas á los Leontinos, determinóse Nicias no sin repugnancia á marchar á Siracusa. Queria sentar con seguridad y sosiego su campamento; y para ello envió cautelosamente desde Catana un hombre que avisara á los Siracusanos de que si querian encontrar desierto el campo de los Atenienses, y tomarle con cuanto contenia, acudieran con todas sus tropas á Catana el dia que les prefijó; pues que no saliendo por lo regular los Atenienses de la ciudad, tenian pensado los amigos de los Siracusanos, cuando vieran que ellos venian, apoderarse de las puertas, y al mismo tiempo poner fuego á la escuadra: siendo muchos los que estaban en ello, no aguardando más que su llegada. Este fué el golpe de maestro que Nicias dió en Sicilia: porque sacando con esta estralagema todas las tropas de la ciudad, y dejándola en cierta manera vacía, pudo marchar de Catana, apoderarse de los puestos, y establecer el campo en sitio donde los enemigos no le incomodaran con aquollo en que les era inferior, y desde donde esperaba hacerles libremente la guerra con lo que le daba ventajas. Despues, cuando al volver los Siracusanos de Catana se formaron delante de la ciudad, los acometió subiláneamente Nicias con sus fuerzas, y los venció; mas no se hizo gran matanza en los enemigos, porque la caballería impidió que se les siguiera el alcance. Rompió entonces Nicias y derribó los puentes; lo que hizo decir á Hermócrates para dar ánimo á los Siracusanos: «Ridículo general es este Nicias, que busca medios para no pelear, como si no hubiera sido enviada á pelear su expedicion!» Con todo, fué tan grande la sorpresa y el miedo que causó á los Siracusanos, que en lugar de los quince generales que entonces tenian, eligieron tres, asegurándoles el pueblo con juramento que les dejaria obrar con las más plenas facultades. Hallábase cerca el templo de Júpiter Olimpio, y los Atenienses pensaban en tomarte, por haber en él muchas y muy ricas ofrendas de oro y plata; pero Nicias de intento lo fué dilalando y dejando para otro dia, no impidiendo que los Siracusanos introdujesen guarnicion, por pensar que si los soldados saqueaban aquellas preciosidades, ningun provecho habia de resultar de ello á la república, y sobre él vendria á recaer la nola de impiedad. Ningun partido sacó de una vic toria tan celebrada; y pasados pocos dias se retiró á Najos, donde pasó el invierno, haciendo exorbitantes gastos para mantener tan numeroso ejército, y ejecutando cosas de muy poca entidad con algunos Sicilianos de los que habian abrazado su partido. Con esto los Siracusanos cobraron otra vez ánimo, y dirigiéndose á Catana, talaron el país, é incendiaron el campamento de los Atenienses; y de esto todos ponian la culpa á Nicias, porque en conferenciar, en meditar y en precaverse se le iba el tiempo, malogrando las ocasiones; pues lo que es sus hechos nadie los reprendia: siendo despues de determinarse activo y pronto; pero para decidirse muy detenido y cobarde.
Luego que resolvió mover de nuevo con su ejército para Siracusa, lo dispuso con tanto acierto y fué tal la prontitud y seguridad con que se condujo, que no se tuvo el menor indicio de haberse dirigido á Tapso con la escuadra y haber alli saltado en tierra la tripulacion; ni tampoco de que él mismo se habia adelantado hasta el punto de Epipolas, y le habia tomado; en seguida de lo cual venció á lo más escogido de los auxiliares, cautivando anos trescientos, y rechazó la caballería de los enemigos, que era tenida por invencible. Pero lo que más que todo admiró á los Siracusanos y se hizo increible á los Griegos, fué haber corrido en muy poco tiempo un muro alrededor de Siracusa, ciudad de no menor extension que Atenas, y que por la la desigualdad de su terreno, por su inmediacion al mar, y por las lagunas que hay en su contorno, ofrece mayores dificultades para poder ser circunvalada con tan dilatada muralla. Pues con todo faltó muy poco para que se acabase enteramente bajo el cuidado de un caudillo que estaba muy distante de gozar de la salud correspondiente á tantas fatigas, padeciendo un violento dolor de riñones; al que debe con razon atribuirse que aquel trabajo no se hubiese concluido. No puedo, pues, admirarme bastante de la diligencia de tal caudillo y del valor de tales soldados, por las victorias que consiguieron, puesto que Eurípides, despues de sus derrolas y de su trágico fin, les hizo este epicedio:
Ocho victorias los que aquí descansan De los Siracusanos alcanzaron, Mientras plugo á los Dioses de ambos lados En igualdad perfecta mantenerse.
Y no ocho victorias solas, sino muchas más todavía se hallará haber sido las que consiguieron de los Siracusanos, ántes que, como es cierto, se hubiese hecho por los Dioses y por la fortuna oposicion á los Atenienses, cuando habian llegado á la cumbre del poder.
Haciéndose, pues, violencia, acudia Nicías á cuanto se ofrecia; pero habiéndose agravado el mal, tuvo que quedarse dentro del muro con algunos asistenles, y en tanto mandando el ejército Lamaco hacía frente á los Siracusanos, que construian desde la ciudad otra muralla por delante de la de los Atenienses para impedir los efectos de su circunvalacion. Por lo mismo que los Atenienses estaban victoriosos, solian desordenarse al seguirles el alcance; y habiéndose quedado en una ocasion casi solo Lamaco, aguardó á la caballería de los Siracusanos que le cargaba. Era el primero de ella Calicrates, buen militar y de mucho aliento; y como provocase á Lamaco, fuése éste para él, y pelearon en singular batalla, en la que fué primero herido Lamaco, y al berir despues éste á Calicrates, cayó en el suelo, y ambos murieron juntos. Apoderáronse de su cadáver y de sus armas los Siracusanos, y en seguida dieron a correr hácia el muro de los Atenienses, en el que habia quedado Nícias sin tener casi á nadie en su ayuda.
Sin embargo, movido de la necesidad y de la presencia del peligro, mandó á los que tenia cerca de si que á cuantos maderos se hallaban reunidos para las máquinas y á las máquinas mismas les pegaran fuego: Sirvió esto para conº tener á los Siracusanos, y salvó á Nicias con la muralla 'y los efectos que allí tenian guardados los Atenienses; porque viendo los Siracusanos á la mitad de la distancia aquel grande incendio, se retiraron. De resulta de estos sucesos quedó Nícias único general, y se formaron grandes esperanzas; porque se pasaban á su parti do las ciudades, y eran muchos los barcos cargados de provisiones que de todas partes llegaban al campamento, acudiendo todos á aquel cuyos negocios iban tan prósperamente; de manera que áun le habían llegado de parte de los Siracusanos proposiciones de paz, desconfiando de poder sostener la ciudad. Ast Gilipo, que de Lacedemonia venía en su auxilio; luego que en el curso de su navegacion supo como se hallaban cercados, y la escasez que padecian, continuó su viaje en la inteligencia de que la Sicilia estaba tomada, y que no le quedaba más que hacer sino conservar en la alianza á los italianos y sus ciudades, si áun para esto lleTONG DI.
14 gaba á tiempo. Porque las voces que corrian eran de que todo estaba ya por los Atenienses, y que tenian un general invencible por su dicha y su prudencia. El mismo Nicias pasó de repente con esta prosperidad á ser confiado contra lo que llevaba su natural; y teniendo por cierto, ya por su demasiado poder y ventura, y ya más principalmente por los avisos que secretamente le llegaban de Siracusa, que para ser suya la ciudad apénas le faltaba más que estar hechas las capitulaciones, ninguna cuenta bizo de la venida de Gilipo, ni puso las convenientes guardias para estar en observacion: así, con desatenderle y despreciarle, dió lugar á que sin tener él la menor sospecha aportase en una lancha á la Sicilia, donde estableciéndose lejos de Siracusa, reclutó mucha gente sin que los SiracusaBos lo supiesen, ni siquiera le esperasen. Por tanto, ya se habia convocado para junta pública con el objeto de tratar de la capitulacion con Nicias; y algunos se encaminaban á ella, pareciéndoles que debia hacerse el tratado antes que del todo fuese circunvalada la ciudad; porque era muy poco lo que quedaba por hacer, y áun para esto estaban ya arrimados todos los materiales.
Cuando se hallaban en este conflicto llegó Gonguilo de Corinto con una galera; y corriendo todos á él, como era natural, les dijo que Gilipo estaba para llegar de un momomento á otro, y áun venian más fuerzas en su socorro.
Todavía dudaban de esta relacion de Gonguilo, cuando les llegó aviso de Gilipo, previniéndoles que marcharan á unirse con él. Cobraron, pues, ánimo, y tomando las armas apénas llegó Gilipo, sin detencion marchó en órden de batalla contra los Atenienses, Formó tambien Nicias contra ellos, y entonces, bajando Gilipo las armas, envió un heraldo á los Atenienses, diciéndoles que les daria permiso para retirarse con seguridad de la Sicilia; á lo cual ni siquiera se dignó de contestar Nicias; pero algunos de los soldados, echándose á reir, le preguntaron, si por haberse presentado una capa y una vara lacónicas habia de repente mejorado tanto el estado de los Siracusanos, que pudieran despreciar á los Atenienses, que á trescientos más valientes que Gilipo y con más cabellera, teniéndolos en prisiones, los habian vuelto á los Lacedemonios. Timeo reflere que los mismos Sicilianos miraron con el mayor desprecio á Gilipo; á la postre, por condenar en él su co dicia y su avarieia sórdida, y cuando al principio se presentó, porque hacian irrision de su capa y de su cabellera.
Dice, además, que apenas se apareció Gilipo volaron muchos á él, como cuando se aparece la lechuza, dispuestos á hacer la guerra; lo que es más cierto que lo que antes se deja dicho; porque acudieron en gran número, reconociendo en aquella capa y en aquella vara la señal distintiva y la dignidad de Esparta; y esto fué obra de sólo Gilipo, como lo dice Tucídides, y tambien Filisto, natural de Sira cusa, y testigo ocular de estos sucesos. En la primera bal talla quedaron vencedores los Atenienses, habiendo dado muerte á algunos Siracusanos, y al corintio Gonguilo; pero al día siguiente hizo ver Gilipo cuánto puede la inteligencia y pericia militar; porque con las mismas armas, com los mismos caballos, en el mismo terrene, aunque no de la misma manera, sino variando la formacion, venció á los Atenienses, que en fuga se retiraron á su campamento;'y habiendo puesto á trabajar á los Siracusanos, con las pies dras y materiales que aquellos habian allegado, continua ron sus obras comenzadas, con las que cortaron el murar llon de los Atenienses; de modo que áun eon vencer nada adelantarian. Alentados con esto extraordinariamente los Siracusanos, tripularon sus galeras, y recorriendo el pats con su caballería y la de los aliados, atrajeron á muchos.
Dirigiéndose tambien Gilipo á las eiudades, movió alborotos y sediciones en todas ellas, consiguiendo que le obe deciesen y se le incorporasen. Nicias entónecs, volviendo á su primer modo de pensar, y reconociendo la mudanzá que los negocios habian tenido, cayó de ánimo, y escribió á los Atenienses pidiendo que le enviaran otro ejército, ó retiraran aquél de la Sicilia; y en cuanto á sí, rogó que le exoneraran del mando á causa de su enfermedad.
Aun antes de esto habian intentado los Atenienses enviar nuevas fuerzas á Sicilia; pero por envidia de la prosperidad con que la fortuna habia hasta aquel punto lisonjeado á Nicias, lo habian ido dilatando; mas entonces se apresuraron á mandar los socorros. Estaba dispuesto que pasado el invierno marchara Demóstenes con un poderoso ejército; pero entretanto, en el rigor de aquella estacion dió la vela Eurumedonte, llevando caudales, y la designacion de los colegas de Nicias en el mando, tomados de los que allí hacían la guerra; los cuales eran Eutudemo y Menandro. A este tiempo tentó Nicias repentinamente por mar y por tierra la suerte de los combates; y aunque al principio tuvo en el mar algun descalabro, con todo rechazó y echó á pique muchas de las naves enemigas; pero por tierra, no habiendo pocido por sí mismo adelantar sus socorros, cargó precipitadamente Gilipo, y tomó á Plemurio, donde ballán dose los efectos del arsenal y otra infinidad de enseres, de todo se apoderó, dando muerte á no pocos, y haciendo á otros cautivos; pero lo más fué haber quitado á Nicias la proporcion del acopio de víveres: porque ésle era suma mente seguro y pronto por Plemurio, ocupándole los Atenienses; pero desposeidos de él, además de ser dificil, no podia hacerse sino á fuerza de continuos combales con los enemigos, que tenian surta allí su armada. Aun la victoria contra esta no pareció haberse conseguido de poder á poder, sino por haberse desordenado cuando seguia el alcance: así volvieron á presentarse en actitud de pelear mejor preparados que antes; pero Nicias no quería aventurar otro combate naval, diciendo que sería gran necedad, estando aguardando tan brillantes tropas de refresco como eran las que á toda prisa conducia Demóstenes, querer arriesgarse á una batalla con fuerzas inferiores y mal organizadas. Pero de Menandro y Eutudemo, que acababan de ser elevados al mando, se habia apoderado cierta envidia y emulacion contra los otros dos generales, proponiéndose ejecutar algun hecho nolable ántes que llegase Demóstones y.oscurecer si podian á Nicias. El pretexto, sin embargo, era el celo por la gloria de la república, la que decian pereceria y anublaria del todo si mostrasen temer á los Siracusanos, que los provocaban á batalla; con lo que le obligaron á combatir. Engañados con una estratagema por Ariston, piloto de Corinto, fué destrozada enteramente su ala izquierda, segun escribe Tucídides, con pérdida de mucha gente. Alligióse sobremanera Nicias con este infortunio; pues si mandando sólo ya había empezado á caer, ahora los colegas le habian precipitado.
Dejóse ver en esto Demóstenes en el puerto tan brillante con la pompa de su magnifica escuadra, como formidable á los enemigos, trayendo en setenta y tres galeras cinco mil infantes, y entre tiradores de armas arrojadizas, flecheros y honderos arriba de tres mil. El ornato de las armas, las insignias de las naves, y la muchedumbre de cantores y flautistas presentaba un aparato teatral, propio para infundir á aquéllos terror. Volvieron, por tanto, los Siracusanos á con cebir los mayores recelos, viendo que sus trabajos no tenian término ni alivio, y que se estaban consumiendo y aniquilando on vano. No le duró de otra parte á Nicias largo tiempo el placer de la venida de aquellas fuerzas; pues apénas entró en conferencias con Demóstenes, cuando le vió resuelto á que al punto se acometiera á los enemigos, y sin perder momento se pusiera todo al tablero, para tomar á Siracusa y volverse á casa; de lo que concibió gran temor; y maravillado de aquella prontitud y temeridad, le rogaba que nada se hiciera por desesperacion y sin maduro consejo. Deciale que la dilacion era toda contra los enemigos, que se hallaban gastados en sus bienes, y no podian contar con que los auxiliares se mantuvieran á su lado largo tiempo, y que si de nuevo sentian los apuros de la escasez y la hambre, acudirian á él como ántes con pronosiciones de paz:
Perque habia no pocos en Siracusa que secretamente da ban avisos á Nicias y le inclinaban á permanecer, á causa de que aquellos habitantes padecian mucho con la guerra y no podian aguantar á Gilipo; y á poco que la miseria se aumentase, enteramente habian de desmayar. Como muchas de estas cosas no hacía Nicias más que indicarlas, no teniendo por conveniente decirlas á las claras, dió motivo á los colegas para que le trataran de irresoluto, diciéndole que ya volvia á sus precanciones, á sus dilaciones y nímiedades, con las que dejó perder el primer calor del ejér.
çito, no marchando al punto contra los enemigos, sino procrastinando y haciéndose despreciable; y como con esto los otros se adhiriesen al dictámen de Demóstenes; al cabo convino tambien Nicias, aunque no sin gran violen cia. Hecho este acuerdo, tomó consigo Demóstenes por la noche las fuerzas terrestres, y marchando contra el punto de Epipolas, á algunos de los enemigos, sorprendiéndoles sin Eer sentido, les dió muerte, y á otros que se defendie ron los desbarató; mas aunque le tomó por este medio, no se contuvo, sino que discurrió adelante hasta que dió con los Beocios: porque éstos fueron los primeros que animándose unos á otros, y corriendo á los Atenienses con las lanzas en ristre, los rechazaron con grande griteria, dando muerte á muchos de ellos. Con esto se introdujo gran confusion y terror en todo el ejército, llenando de él el que buia al que todavía estaba vencedor; y dando la parte que avanzaba y acomelia en la que se retiraba despavorida, trabaron unos con otros, creyendo que los que huian eran perseguidores, y tratando á los amigos como enemigos. Porque en aquella desordenada confusion, acompañada de miedo y de la falta de conocimiento, y en la inseguridad de la vista en una noche que ni era absolutamente oscura ni tenia una luz cierta, como era preciso estando ya para ponerse lá luna, y moviéndose entre su luz muchos cuerpos y arma's, sin que pudieran reconocerse los semblantes, con miedo del enemigo hasta el propio se hacía sospechoso, cayendo los Atenienses en la situacion y perplejidad más terrible.
Avinoles tambien el que tenian la luna por la espalda, con lo que enviando sus sombras delante de sí, ocultaban el número y brillo de sus armas; cuando en los contrarios el resplandor de la luna que daba en los escudos, hacia qué parecieran en mayor número y con ventaja. Finalmente, eayendo sobre, ellos por todas partes los enemigos luego que cedieron, unos fueron muertos por éstos en la fuga, otros perecieron á manos de sus camaradas, y otros se precipitaron por los derrumbaderos. A los que se dispersaron y perdieron el camino, venido el dia, los acabó la caballería: habiendo sido dos mil los que murieron; y de los que se presentaron en el campamento, muy pocos se salvaron con las armas.
. Habiendo recibido Nicias este golpe muy contra su esperanza, se quejaba de la precipitacion de Demóstenes; y éste, despues de haber pretendido excusarse, fué de parecer que debian retirarse cuanto ántes, pues que ya no habian de venirles nuevas fuerzas, ni con aquellas podian vencer á los enemigos; y aun cuando los vencieran, siem—' pre habia de ser preciso abandonar aquel terreno, contrarío y enfermizo en todo tiempo, segun se les informaba, para un campamento, y entonces mortífero, como lo estaban viendo: porque se hallaban á la entrada del otoño, lenian muchos enfermos, y todos estaban abatidos. Resistíase Nicias á la propuesta de la retirada y del embarque, no porque no temiese á los Siracusanos, sino porque temia más á los Atenienses, sus juicios y sus calumnias:
«porque aqui, añadió, no espero nada de muy adverso; y aun cuando sucediera, quiero más recibir la muerte de los enemigos, que no de mis conciudadanos:» al contrario de como pensó más adelante Leon Bizantino, que dijo á los suyos: «Más quiero morir de vuestra mano, que con vosotros.» En cuanto al punto y país adonde trasladarian el campamento, dijo que ya deliberarian con más sosięgo. Dicho esto, Demóslenes, como le habia salido tan mal su primer dictámen, no insistió más en el que propor nia; y los otros colegas, pareciéndoles que Nicias por esperar y confiar en los de adentro resistia el embarque con tanto teson, convinieron al fin en su parecer. Mas como hubiesen recibido los Siracusanos otros refuerzos, y se encrueleciese la enfermedad en los Alenienses, entonces.
áun Nicias condescendió en la retirada, y dió órden á los soldados de que estuvieran prontos para embarcarse.
. Cuando todo estaba á punto, sin que ninguno de los enemigos lo observase, como que tampoco to esperaban, en aquella misma noche se eclipsó la luna; cosa de gran terror para Nicias, y para todos aquellos que por ignorancia y supersticion se asustan con tales acontecimientos: por—que en cuanto á oscurecerse el sol hácia el dia trigésimo, ya casi todos saben que aquel oscurecimiento lo causa la luna; pero en cuanto á ésta, que es lo que se le opone, ycomo hallándose en su lleno de repente pierde su luz y.cambia diferentes colores, esto no era fácil de comprender, sino que lo tenian por cosa muy extraordinaria y por, apuncio que hacía la Diosa de grandes calamidades: puosel primero que con más seguridad y confianza había puesto por escrito sus ideas acerca del creciente y menguante de la luna habia sido Anaxágoras; y éste no era antiguo, ni su escrito tenía celebridad; sino que no se habia divulgado, y solo corria entre pocos con reserva y cautela. Porquetodavía no eran bien recibidos los fisicos y los llamados especuladores de los meteoros, achacándoseles que las cosas divinas las atribuían á causas destituidas de razon, ápotencias incomprensibles, y á fuerzas que no pueden resistirse; así es que Protágoras fué desterrado; Anaxágoras.
T X fué puesto en prision, de la que le costó mucho á Pericles sacarle salvo; y Sócrates, que no se metió en ninguna de estas cosas, sin embargo pereció por la filosofía. Ya más adelante resplandeció la fama de Platon; y tanto con su conducta, como con haber subordinado las fuerzas fisicas á principios divinos y superiores, desvaneció las calumnias que corrian contra estos estudios, y les abrió á todos ca, mino para la instruccion. Así, su amigo Dion, aunque en el mismo punto en que estaba para dar la vela desde Zacinto contra Dionisio, sobrevino un eclipse de luna, no por eso se inquietó ni dejó de partir, y apoderándose de Siracusa, expelió al tirano. Hizo además la casualidad que Nicias no tuviese á su lado un adivino diestro; porque Estilbides, su gran confidente, y que procuraba desimpresionarle de la supersticion, habia muerto poco ántes. Y en verdad que aquella señal, como observa Filocoro, para los que querian huir no era adversa, sino muy favorable: porque las cosas que se hacen por miedo necesitan de reserva, y la luz les es contraria; y fuera de esto, así en los eclipses de sol como en los de luna, se estaba en observacion por tres dias, como en sus Comentarios lo expuso Anticlides; y Nicias les persuadió que esperaran otro período de luna como si no la hubiera visto al punto clara y limpia de manchas luego que salió de la oscuridad con que la tierra impedia su luz.
Olvidado casi de todo lo demas, se ocupaba en hacer sacrificios, hasta que vinieron sobre ellos los enemigos, si+ tiando con sus tropas de tierra la muralla y el campamen1o, y cercando en rededor el puerto con sus naves; y no sólo ellos, sino hasta los muchachos, conducidos en barquichuelos y en lanchas, provocaban é insultaban á los Ater nienses. Uno de éstos, hijo de padres distinguidos, llamado Heraclides, que se habia adelantado con su barquichuelo, fué cogido por una nave ática, que salió en su persecucion; y como lemieso por él Polico su tio, corrió para librarle con diez gateras que mandaba; y los demas, temiendo por Polico, movieron igualmente. Trabóse una reñida batalla, en la que vencieron los Siracusanos con muerte de Euru medonte y otros muchos. No pudieron ya aguantar más los Atenienses, y empezaron á gritar contra los generales, clámando por que dispusieran la retirada por tierra; pues por otra parte los Siracusanos, luego que hubieron alcanzado • la victoria, custodiaron y cerraron la salida del puerto.
Rehusaba Nicias venir en semejante resolucion, porque le parecia cosa terrible abandonar un grandísimo número de trasportes y muy pocas ménos de doscientas galeras: embarcando, pues, lo más escogido de la infanteria y los más robustos entre los tiradores, ocupó con ellos ciento y dież galeras; porque las restantes estaban desprovistas de remos. La demas tropa la situó á la orilla del mar, abandonando el gran campamento y la muralla que remataba en el templo de Hércules: de manera que no habiendo ofre cido los Siracusanos al Dios tiempo habia los acostumbrados sacrificios, entonces saltando en tierra cumplieron con este acto religioso los sacerdotes y los generales.
Cuando ya estaban listas las naves anunciaron los agoreros á los Siracusanos que las víctimas les prometian prosperidad y victoria, si no eran los primeros á empezar ot combate, y solamente se defendian; pues Hércules alcanzó todas sus victorias poniéndose en defensa cuando se veia amenazado: y con esto movieron del puerto. En este combate naval, uno de los más empeñados y terribles, y que no causó menores inquietudes y agitaciones en los espec tadores que en los combatientes, por la vista de un encuentro que en breve tuvo muchas y muy inesperadas mudanzas, no vino ménos daño á los Atenienses de su estado y disposicion que de mano de los enemigos. Porque peleaban con naves estrechamente unidas y cargadas, contra otras que estar.do vacías y ligeras, con facilidad discurrian por todas partes; siendo además ofendidos con piedras, que i donde quiera que cayesen hacian gran daño, cuando ellos no lanzaban sino dardos y saetas, que con el oleaje no to nian golpe seguro, ni siempre podian herir de punta. Esta fué leccion que dió á los Siracusanos Ariston, el piloto de Corinto, el cual habiendo peleado alentadamente en aquel combate, murió en él cuando ya habian vencido los Siracu Banos. Habiendo sido grande la ruina y destrozo de los Ale nienses, se les cortó toda esperanza de poder huir por mar, y como viesen tambien muy dificil el poderse salvar por tierra, ni estorbaron á los enemigos que remolcasen sus naves, no obstante estarlo presenciando, ni pidieron que se les permitiera recoger los muertos: temiendo todavía por más triste y miserable el abandono que se veian previsados á bacer de los enfermos y heridos; y considerándose á si mismos en un estado áun más lastimoso, porque habían de llegar al mismo fin por entre mayores males. " Intentaban evadirse aquella noche; y Gilipo, viendo á los Siracusanos entregados á sacrificios y banquetes en celebridad de la victoria y de la fiesta, desconfió de poder moverlos, ni con persuasiones, ni con esfuerzo alguno, á que persiguieran á los enemigos, que no dudaba iban á retirarse; pero Hermócrates por movimiento propio excogito contra Nicias un engaño, enviando algunos de sus amigos que le dijesen venir de parte de aquellos mismos que antes acostumbraban hablarle reservadamente, siendo su objeto avisarle que no marchara aquella noche, porque los Siracusanos les tenian armadas celadas y les habian tomado los pasos, Burlado Nicias con este engaño, pade eió despues con verdad de parte de los enemigos lo que entonces falsamente se le hizo temer: porque saliendo á la mañana siguiente al amanecer, ocuparon las gargantas de los caminos, levantaron cercas delante de los vados de los rios, cortaron los puentes, y en el terreno llano y sin tropiezos situaron la caballería, para que por ninguna parte pudieran pasar los Atenienses sin tener un combate.
Aguardaron éstos todo aquel dia hasta la noche, en la que se pusieron en marcha, no sin grande afliccion y suspiros, como si salieran de su patria y no de tierra enemiga, sintiendo la estrechez y miseria en que se veian, y el abandono de los amigos y deudos; y sin embargo, estos males les parecian más ligeros que los que les aguardaban. Pues con todo de causar lástima el desconsuelo que reinaba en el campamento, ningun espectáculo era más triste y miserable que el ver á Nicías, debilitado por sus males, y reducido en medio de su dignidad á lo más preciso, sin poder usar de los alivios que por el mal estado de su salud le eran más necesarios, y que con todo hacía y toleraba en aquella situacion lo que no sufrían much s de los que se hallaban sanos: echándose bien de ver que no por sí mismo ni por apego a la vida aguantaba aquellas penalidades, sino que era el amor á sus conciudadanos el que le hacía no dar por perdida toda esperanza. Así, cuando los demas prorumpian en lágrimas y sollozos por el miedo y el dolor, si alguna vez se veia forzado á dar por el mismo término muestras de su afliccion, se advertia que era á causa de comparar la afrenta é ignominia de su ejército con la grandeza y gloria de los triunfos que habian esperado conseguir. Aun sin tenerle á la vista, con sólo recordar sus discursos y las exhortaciones que habia hecho para impedir la expedicion, se les ofrecia que muy sin causa Bufria aquellas calamidades, tanto, que hasta su esperanza en los dioses llegó á debilitarse en gran manera, al considerar que un hombre tan piadoso y en las cosas de la religion tan puntual y magnífico, no era mejor tratado de la fortuna que los más perversos y ruines del ejército.
Esforzábase Nicias á mostrarse en la voz, en el semblante y en el modo de saludar superior á lanta desgracia; y en los ocho dias de marcha, acometido y herido por los enamigos; conservó invencibles las fuerzas que tenfa consigo, basta que quedó caulivo Demóstenes con su division junto á la quinta llamada Policele, peleando y siendo cercado de los enemigos. Desenvainó entonces Demóstenes su espada, y se hirió á sí mismo, aunque no acabó de quitarse la vida, porque se arrojaron sobre él los enemigos y le echaron mano. Adelantáronse unos cuantos Siracusanos á enterar á Nicias del suceso; y habiendo mandado algunos de los suyos de á caballo, cuando se cercioró de la pérdida de aquéllos, manifestó deseo de tratar con Gilipo para que dejaran partir á los Atenienses de la Sicilia, recibiendo rehenes sobre que serian indemnizados los Siracusanos de todos los gastos que hubiesen hecho en aquella guerra; mas ellos no le dieron oidos, sino que tratándole con vilipendio, y haciéndole amenazas é insultos, le lanzaron tiros, no obstante que le veian reducido al último extremo de miseria. Con todo, áun aguantó aquella noche, y al dia siguiente continuó su marcha, acosado por los enemigos basta el rio Asinaro. Allí éstos alcanzaron á algunos, y los arrojaron á la corriente; otros habian llegado ántes, y compelidos de la sed se habian echado de bruces á beber; y fué grande el estrago y crueldad contra los que á un mismo tiempo bebian y recibian la muerte: hasta que Nicias, echándose á los piés de Gilipo le hizo este ruego:
Hallen compasion, oh Gilipo, en vosotros los vencedores, »no yo, que de nadie la deseo, debiendo bastarme el nom.
»bre y la gloria que me dan tamañias desgracias, sino los demas Atenienses, haciéndoos cargo de que son comunes »los infortunios de la guerra, y que en ellos se hubieron con vosotros benignamente los Atenienses, cuando les »fué favorable la fortuna.» Al proferir Nicias estas pałabras, con ellas y con su vista no dejó de conmoverse Gilipo, pues sabía que los Lacedemonios habian sido de ét favorecidos en el último tralado, y además echaba cuenta de que importaria mucho para su gloria el conducir prisioneros á los dos generales enemigos. Por tanto, tomando de la mano á Nicias, procuró alentarle, y dió órden para NICIAS.
que á los demas los hiciesen prisioneros; pero habiéndose tardado algo en hacer correr esta órden, fueron ménos que los muertos los que se salvaron; de los cuales los soldados austrajeron y robaron muchos. Reunido que hubie ron todos los prisioneros que se manifestaron, suspendieron de los más altos y hermosos árboles de la orilla del rio las armas ocupadas á los enemigos; pusieron coronas sobre sus sienes, y enjaezando vistosamente sus caballos, y cortando las clines á los de los enemigos, se dirigieron á la ciudad despues de haber terminado la más celebrada contienda que Griegos contra Griegos tuvieron jamás, y de haber alcanzado la victoria más completa con grande po der y teson, y con las mayores muestras de resolucion y de virtud.
Celebróse junta general de los Siracusanos y los aliados, en la que el orador Eurucles propuso primero que el dia en que habian hecho prisionero á Nicias sería sagrado y dedicado á hacer sacrificios, absteniéndose de todo trabajo; que esta festividad se llamaria Asinaria del nombre del rio:
el dia fué el 27 del mes Carneo, al que los Atenienses dieen Metagitnion; que los esclavos de los Atenienses serian vendidos, y tambien sus aliados; pero los Alenienses mismos y los de la Sicilia hallados con ellos serian puestos en custodia, destinándolos á los trabajos de las minas, á exe cepcion de los generales; y que á éstos se les daria muerte. Habiendo aplaudido los Siracusanos esta propuesta, quiso Hermócrates hacerles entender que más glorioso que el vencer es saber usar con moderacion de la victoria; pero se vió sumamente expuesto; y como Gilipo hubiese pedido que se le entregasen los generales de los Atenienses pars conducirlos á Esparta, ensorbebecidos los Siracusanos com la prosperidad, le respondieron.deaabridamente; y sia ento fuera de la guerra llevaban muy mal su aspereza y su mode de mandar verdaderamente lacónico; y, segun. dice Timeo, repugnaban y condenaban su mezquindad y su avaricia: enfermedad horedada, por la que su padre Cleandrides, en causa de soborno, fué desterrado; y él mismo, habiendo sustraido treinta talentos de los que Lieandro envió á Esparta, y escondídolos en el tejado de su casa, como hubiese sido denunciado, tuvo que huir con la mayor vergüenza; pero de esto hemos hablado con más detencion en en la vida de Lisandeo. Timeo no dice que Demóstenes y Nicias hubiesen muerto apedreados, como lo escriben Filisto y Tucidides, sino que habiéndoles avisado Hermócrates, cuando todavía duraba la junta, por medio de uno de la guardia que allí se hallaba, ellos mismos se quitaron la vida; y que los cadáveres se expusieron públicamente á la puerta para que pudieran verlos cuantos quisiesen. Se me ha informado que todavía se muestra en Siracusa un es cudo fijado en el templo, que se dice haber sido el de Nicias, y cuya cubierta es un tejido de oro y púrpura primerosamente entremezclados.
De los Atenienses los más fallecieron en las minas de enfermedad y de mal alimentados, porque no se les daba por dia más que dos cotilas (1) de cebada y una de agua. No pocos fueron vencidos, ó porque habian sido de los robados, ó porque no se les tuvo por ciudadanos atenienses; sino que pasaron por esclavos, y como tales los vendian imprimiéndoles en la frente un caballo; teniendo que au+ frie esta miseria más sobre la esclavitad. Fueron para éstos de gran socorro su vergüenza y su educacion, porque ó alcanzaron luego la libertad, & permanecieron siendo tratados con distincion en casa de sus amos. Debieron otros su salud á Eurípides; porque eran los Sicilianos, segun par rece, entre los Griegos de afuera los que más gustaban.de su poesia, y aprendian de memoria las muestras, y, digámoslo así, los bocados que les traian las que arribaban de 11 (1) La cotila griega hacía medio cuartillo y onza y media de la medida de líquidos de Castilla.
todas partes, comunicándoselos unos á otros. Dícese, pues, que de los que por fin pudieron volver salvos á sus casas muchos visitaron con el mayor reconocimiento á Eurípides; y'le manifestaron, unos que hallándose esclavos habian conseguido libertad enseñando los fragmentos de sus poesías, que tenian de memoria, y otros que, dispersos y errantes despues de la batalla, habian ganado el alimento cantando sus versos; lo que no es de admirar, cuando se refiere que refugiado á uno de aquellos puertos un barco de la ciudad de Cauno perseguido de piratas, al principio. no lo recibieron, sino que le hacian salir, y que despues, preguntando a los marineros si sabian los coros de Eurípides, y respondiendo ellos que sí, con solo esto cedieron y les dieron puerto.
La noticia de aquella desgracia se dice habérseles hecho increible á los Alenienses, por la persona y el modo en que fué anunciada: pues á lo que parece arribó un forastero al Pireo, y entrando en la tienda de un barbero, comenzó a hablar de lo sucedido, como de cosa que ya debia saberse en Atenas. Oido que fué por el barbero, subió corriendo á la ciudad, ántes que ninguno otro pudiera tener conocimiento; y dirigiéndose á los Arcontes al punto les dió en la misma plaza parte de lo que le habian contado. Siguióse la consternacion é inquietud que era natural; y convocando los Arcontes á junta, le hicieron presentarse en ella; y como preguntado por quién lo sabía, no bubiese podido decir cosa que satisfaciese, teniéndole por un forjador de embustes, que trataba de afligir la ciudad, le ataron á una rueda, en la que fué atormentado por largo tiempo hasta que llegaron personas que refirieron toda aquella tragedia como había pasado. ¡Tanto fué lo que les costó creer que á Nicias le habian sobrevenido los infortunios que tantas veces les habia pronosticado!