Las vidas paralelas de Plutarco/Focion
FOCION.
El orador Demades, que gozó de gran poder en Atenas por gobernar á gusto de los Macedonios y de Antipatro, como se viese precisado á escribir y decir muchas cosas nada dignas de la majestad y de las costumbres de aquella república, sostenia que era merecedor de perdon, porque gobernaba los naufragios de ella. Esta expresion, aunque bastante atrevida, podria parecer verdadera si se trasladase y aplicase al gobierno de Focion. Porque en cuanto á Demades, él era verdaderamente el naufragio de la república, habiendo vivido y gobernado tan indecentemente, que cuando ya era viejo decia en vituperio suyo Antipatro, que á manera de sacrificio consumado no quedaba de él más que la lengua y el vientre; cuando á la virtud de Focion, que fué puesta á prueba con el tiempo que le cupo, como con un enemigo poderoso y violento, los infortunios de la Grecia la marchitaron y deslucieron en punto á gloria.
Pues no se ha de dar crédito á Sófocles, que hace apocada y débil á la virtud en estos versos:
Que de su asiento, oh Rey, es conmovida La razon del que en males es probado; Aunque antes con brios se mostrase; y sólo se ha de dar á la fortuna tanto poder sobre los hombres justos y buenos, cuanto baste á esparcir contra ellos calumnias y rumores siniestros, en lugar del honor y agradecimiento que se les debia, con detrimento del crédito y aprecio de la virtud.
Parecia que los pueblos principalmente habian de mos trarse insolentes contra los buenos cuando están es prosperidad, y cuando los engrien sucesos faustos y un gran poder; pero es lo contrario lo que sucede. Porque las desgracias vuelven las costumbres displicentes, mal sufridas, y propensas á la ira, y hacen el oido nimiamente delicado, y muy dispuesto á irritarse con cualquiera palabra ó expresion un poco viva; por la cual disposicion el que reprende á los que yerran parece que les echa en cara sus infortunios, y la claridad y la franqueza pasan por desprecio; y así como la miel perjudica á los miembros heridos y llagados, de la misma manera las expresiones verdaderas y ajustadas á razon muerden é irritan á los que están en adversidad, como no sean muy benignas y conciliado ras; que es por lo que el poeta llamó grato al alma lo que es dulce, porque cede á la parte inflamada de ella, y no la contraría ni se le opone. Porque tambien el ojo doliente se complace más con los colores oscuros y que reflejan poco la luz, y se aparta de los que son más claros y envian resplandor. Pues por el mismo término la república que por imprudencia ha caido en una suerte desventurada, se pone en cierto estado de delicadeza y de temor para no poder sufrir la verdad dicha á las claras, justamente cuando más la ha menester, porque pueden los yerros llegar á punto que no tengan enmienda. Por lo mismo, un gobierno que se balla en esta situación es cosa sumamente expuesta, porque pierde consigo al que le habla segun su gusto, pero pierde ántes al que no le adula. Por tanto, así como del sol dicen los matemáticos que no lleva la misma carrera que el cielo, ni tampoco la contraria y enteramente opuesta, sino que usa de una marcha oblicua é inclinada, en virtud de la cual hace un giro lento, flexible y compasado, que da salud á todas las cosas, y les hace tomar la temperatura que á cada una conviene; del mismo modo en materia de gobierno la autoridad demasiado tirante, y que en todo repugna á los gobernados, es cruel y dura; como por el contrario arriesgada y puesta en precipicio la que es condescendiente con los que delinquen, que es á lo que los más propenden. Será por tanto saludable aquella cuidadosa administracion pública que tenga alguna condescendencia con los que obedecen; que haga algo en su obsequio, pero que sepa al mismo tiempo exigir lo que conviene, siendo conducida por hombres que por lo comun usen de blandura y maña, y no quieran ilevarlo todo despótica y violentamente. Es empero trabajoso y difícil en este género de administracion mezclar y templar bien la autoridad con la condescendencia; lo que si se logra, resulta un concierto más exacto y más músico que todos los números y que todas las armonías: el mismo con que se dice gobierna Dios el mundo, no usando nunca de violencia, sino evitando con la razon y la dulzura el que se haga perceptible la necesidad.
Lo dicho arriba sucedió á Caton el menor; porque tampoco éste tuvo unas costumbres suaves y gratas á la muchedumbre, ni fué la condescendencia el lado por donde floreció su gobierno, sino que por usar de su carácter, como si gobernara en la república de Platon, y no en las heces de Rómulo, segun expresion de Ciceron, sufrió repulsa en la peticion del consulado; en lo que me parece tuvo la suerte de los frutos que vienen fuera de tiempo; pues así como á éstos los vemos y los admiramos, pero no gozamos de ellos, de la misma manera la vieja usanza de Caton, empleada despues de largo tiempo, cuando la conducta de los hombres estaba estragada y las costumbres perdidas, tuvo, si, gran nombradia y gloria, pero en la TOMO IV.
11 práctica no fué de provecho; porque lo grande y profundo de su virtud se medfa mal con los tiempos que alcanzó.
No estaba su patria próxima á perecer como lo estaba ya la de Focion, aunque sí se hallaba agitada y conmovida de grandes tempestades; y sólo con echar mano de las velas y los cables al lado de los que eran más poderosos, separado del tímon y del gobierno, sostuvo una gran lucha con la fortuna, la que al cabo triunfó y le enseñoreó de la república; pero no fué sino á duras penas, con lentitud, y pasado largo tiempo; y estuvo en muy poco el que ésta no se recuperara y volviera en sí, precisamente por Caton, y por la virtud de Caton; con la que compararemos la de Fo cion como de dos varones justos y aventajados en la política; sin que por esto se entienda ser nuestro intento que se les tenga por del todo semejantes. Porque ciertamente hay diferencia de fortaleza á fortaleza, como de la de Alcibiades a la de Epaminondas; de prudencia á prudencia, como de la de Temistocles á la de Arístides; y de justicia á justicia, como de la de Numa á la de Agesilao; y con todo ias virtudes de estos dos grandes hombres llevan grabados hasta las últimas y más imperceptibles diferencias un mismo carácter, una misma forma y un mismo color de costumbres, como si con una misma medida se hubieran mezclado la humanidad con la entereza; la fortaleza con la precaucion; la solicitud por los otros, y la impavidez por sí mismo; el cuidado en evitar las cosas torpes, y la firmeza en sostener la justicia: todo nivelado é igualado en ambos con exactitud: de manera que se necesitaria de un ingenio muy delicado y exquisito, con el que, como con un instrumento muy fino, se investigasen y señalasen las diferencias.
El linaje de Caton es cosa averiguada que era ilustre, como lo diremos despues; y en cuanto al de Focion, sacamos por conjeturas que no sería del todo oscuro y abatido:
pues á haber sido hijo de un cucharero, como dice Idomeneo, Glaucipo el de Hiperides, que en su discurso recogió y profirió contra él millares de millares de picardías, no habría omitido su bajo nacimiento, ni él tampoco habria podido tener una vida tan acomodada, ní recibir una educacion tan liberal, hasta el punto de haber asistido siendo muy jóven á la escuela de Platon, y despuos á la de Jenócrates en la Academia, haciéndose emulador desde el principio de los que tenian más elevados pensamientos. Pues ninguno de los Atenienses vió fácilmente á Focion ni reir, ni lamentarse, ni lavarse en baño público, como escribió Duris, ni sacar la mano fuera de la capa en las pocas veces que asaba de ella: porque así en los viajes, como en el ejército, iba siempre descalzo y desnudo, á no que hiciera un frio excesivo é inaguantable: de manera que sus camaradas decian burlándose, que era seffal de un frio riguroso el ver á Focion arropado.
No obstante que era de unas costumbres muy benignas y muy humanas, en su semblante parecia innacesible y ceñiudo, de manera que con dificultad se llegaban á él los que antes no le habian tratado. Por esta causa, habiendo hablado en una ocasion Cares contra su ceño, como los Atenienses se riesen, «ningun mal, les dijo, os ha hecho mi ceño; cuando la risa de éstos ha dado mucho que llorar á la república.» Por este término el lenguaje de Focion, siendo útil por las sentencias y saludables pensamientos, encerraba una concision imperiosa, severa y algo picante:
pues así como decia Zenon que el filósofo debia remojar su diccion en el juicio, á este mismo modo la diccion de Focion en pocas palabras mostraba gran sentido; y á esto parece que aludió Policueto de Esfecia cuando dijo, que Demóstenes era mejor orador, pero Focion más elocuente.
Porque así como la moneda á que se ha dado gran estimacion pública tiene mucho valor en pequeño volúmen, de la misma manera la verdadera elocuencia consiste en significar muchas cosas con pocas palabras. Así, se cuenta de FOCION.
Focion que en cierta ocasion, estando ya lleno el teatro, se paseaba por la escena, estando todo embebecido dentro de sí mismo; y diciéndole uno de sus amigos: «Parece, ob Focion, que estás meditando,» le respondió: «si, medito qué es lo que podré quitar del discurso que voy á pronunciar á los Atenienses.» El mismo Demóstenes, que miraba con alto desprecio á los demas oradores, cuando se levantaba Focion solia decir en voz baja á sus amigos: «¡Ea! ya está ahí el hacha de mis discursos.» Mas quizá esto mismo debió atribuirse á sus costumbres: puesto que una palabra sola, ó una seña de un hombre de bien, tiene una fuerza y un crédito qué equivale á millares de argumentos y de periodos.
Siendo todavía jóven se arrimó al general Cabrias, y se ponia á su lado, sirviéndole éste de mucho para adelantar en el arte militar; mas en algunas cosas él le servia para corregir su carácter, que era desigual y arrebatado. Porque con ser Cabrias de suyo tardo y pesado, metido ya en los combates, se irritaba y encendia en ira, arrojándose á los peligros temerariamente: como en Quio, que perdió la vida por ser el primero á acometer con su galera, y á emprender á viva fuerza el desembarco; y siendo Focion á un tiempo prudente y activo, inflamaba por una parte la detencion de Cabrias, y por otra contenia la prontitud inoportuna de sus impetus. Por esta razon, siendo Cabrias de amable y generosa indole, le miró con aprecio, y lo promovió á las comisiones y mandos, dándole á conocer a los Griegos, y valiéndose de él para los encargos de mayor importancia: por el cual medio en la batalla naval de Najos proporcionó á Focion no pequeño nombre y gloria:
porque le dió el mando del ala izquierda, en la que fue más arrobatado el combate, y tambien se decidió con suma prontitud. Como fuese, pues, esta la primera batalla naval que la ciudad dió sola, despues de tomada á los Griegos, y hubiese salido victorioso, tuvo en mucho más á Cabrias, y contó ya á Focion entre sus generales. Alcanzóse esta victoria en la flesta de los grandes misterios; y Cabrias agasajó todos los años á los Atenienses con cierta medida de vino en el dia 16 del mes Bohedromion.
Dícese que despues de este suceso, enviándole Cabrias á recoger las contribuciones de las islas, y dándole veinte galeras, le expuso, que si le enviaba á hacer la guerra, necesitaba mayores fuerzas; y si á tratar con los aliados, con una tenía bastante. Marchó, pues, con sola su galera; y habiendo tratado con las ciudades y conferenciado con los que mandaban en ellas franca y sencillamente, dió la vuelta con muchas naves, enviadas por los aliados para conducir las contribuciones. Continuó siempre haciendo todo obsequio y respetando á Cabrias, no sólo durante su vida, sino áun despues de muerto, interesándose por sus deudos, y tomando empeño en formar á la virtud á su hijo Ctesipo; y aunque le vió medio falto y terco, no se dió con todo por vencido, sino que proc uró corregirle y ocultar sus defectos; y sólo se dice que una vez, incomodándole en el ejército este jóven, y molestándole con preguntas y consejos intempestivos, como quien pretendia enseñarle y tomar mejores disposiciones de guerra, exclamó: «¡Oh Cabrias, Cabrias, bien te pago la amistad que me mostraste, aguantando á tu hijo!» Como viese que los que manejaban entonces los negocios públicos se habian repartido como por suerte el mando militar y la tribuna, no haciendo unos más que hablar al pueblo y escribir, que eran Eubulo, Aristofon, Demóstenes, Licurgo é Hipérides; y que Diopetes, Menesteo, Leostenes y Cares se enriquecian con mandar los ejércitosy hacer la guerra, formó el designio de restablecer en cuanto de él depend:eso el modo de gobernar de Pericles, de Aristides y Solon, como más completo, y que abrazaba ambos objetos. Porque cada uno de estos tres varones era, segun la expresion de Arquiloco:
Uno y otro: del Dios de las batallas No desdeñado alumno, y con los dones Favorecido de las doctas Musas; y observaba además que Minerva es á un tiempo guerrera y política, y bajo los dos aspectos es venerada. Conduciéndose de esta manera, sus disposiciones se dirigian siempre á la paz y al sosiego; mas sin embargo él sólo mandó de jefe en más guerras que todos los de su tiempo, y áun de los tiempos anteriores; no porque se presentase para ello ni hiciese solicitudes, pero tampoco se excusaba ó se retraia cuando la república le llamaba. Porque es sabido que cuarenta y cinco veces tuvo mando, no babiéndose hallado ni una sola vez en las juntas de eleccion, sino siendo llamado y nombrado en su ausencia, tanto, que los de poco juicio se maravillaban de que el pueblo, siendo Focion el único que por lo comun se le oponia, no diciendo ni haciendo nunca nada que pudiera complacerle, en las cosas de poca importancia hiciera caso como por burla de los demagogos más decidores y más huecos, á la manera que los reyes gustan, despues de tomar el aguamanos, de oir á los aduladores y lisonjeros; y que cuando se trataba de dar el mando siempre sobrio y solícito empleaba al ciudadano más sévero y prudente, y que era el único, ó á lo ménos el que más contradecia sus deseos y proyectos. Asi es que habiéndose leido un oráculo de Delfos, en el que se decia que estando de acuerdo todos los demas ciudadanos uno solo pensaba de distinto modo que la ciudad, se presentó Focion, y dijo que no se molestaran, porque él era el que se buscaba; pues que á él sólo no le agradaba nada de cuanto hacian; y en una ocasion, como habiendo expuesto ante el pueblo su dictámen, encontrase aprobacion, y viese que todos uniformemente le admitian, se volvió á sus amigos diciendo: ¡Sí habré yo propuesto sin advertirlo algun desatino!» Pedian los Atenienses dinero para cierto sacrificio, y prestándose los demas á darlo, interpelado Focion muchas veces, «pedid, les dijo, á esos ricos, porque yo me avergonzaria de daros á vosotros, no habiéndole dado á éste,»» mostrándoles al banquero Calicies. Como sin embargo no cesasen de clamar y gritar, les refirió esta conseja: «Un hombre timido salió á la guerra, y habiendo oido grazuer á los cuervos, depuso las armas, y se estuvo quieto. Volviólas á tomar, y puesto en marcha, como otra vez graznasen los cuervos, se paró y por fin les dijo: «Vosotros graznareis cuanto os diese gana, pero de mí no habeis de gustar.» En otra ocasion le mandaban los Atenienses que saliera contra los enemigos; y como no estuviese de tal parecer, y lo culpasen de tímido y cobarde, «ni vosotros, dijo, me podeis hacer osado, ni yo á vosotros tímidos; pero ya nos conocemos.» En circunstancias delicadas se irritó mucho el pueblo contra él, y pidiéndole las cuentas del ejército, «salvaos ántes, les dijo, ob miserables;» y como durante la guerra los viese abatidos y cobardes, y despues de la paz mostrasen osadía y gritason contra Focion, quejándose de que les había arrebatado la victoria, «no es poca vuestra fortuna, les dijo, en tener un general que os conoce, porque si no, ya hace tiempo que os habriais perdido. No querian litigar con los Beocios por cierto territorio, sino hacerles la guerra; y Focion les aconsejó que contendieran con palabras, en lo que eran superiores; y no con las armas, en lo que podian ménos. Hablaba una vez al pueblo, y como no atendiesen ni quisiesen oirle, «podreis, les dijo, violentarme á que haga lo que no quiero; pero á que contra mi parecer diga lo que no conviene, no podreis forzarme jamás.» De los oradores que se le oponian en el gobierno, era uno Demóstenes; y diciéndole éste un dia: «Te quitarán los Atenienses la vida, oh Focion,» le respondió: me la quitarán á mí si están locos, y á ti si están cuerdos.» Viendo á Polieucto de Esfecia que en un dia de verano aconsejaba á los Atenienses que hiciesen la guerra á Filipo, y que despues, medio sofocado y bañado de sudor, porque estaba muy grueso, tomaba continuos sorbos de agua, «estará muy bien, dijo, que decreteis la guerra por consejo de este hombre, de quien ¿qué podrá esperarse cuando se haile con la coraza y el escudo, tenga los enemigos cerca, si ahora para deciros lo que tiene meditado está para ahogarse?» Dociale Licurgo en una junta pública un sin fin de denuestos; añadiendo por fin, que pidiendo Alejandro diez de los demagogos, habia aconsejado que se le entregasen; y él le respondió: «Muchas cosas buenas y útiles les he aconsejado; pero no me hacen caso.» Habia un tal Arquibiades, á quien se daba el mote de Laconista, porque se habia dejado crecer una larga barba; ilevaba una mala capa á la Espartana, y tenía un aire tétrico y severo; y en un alboroto que se movió en el consejo, Focion apeló á éste para que le sirviera de testigo en lo que decia y le ayudara; mas él, levantándose, no aconsejó sino lo que sabia que seria grato á los Atenienses; y Focion entonces, asiéndole por la barba, «¿pues por qué, le dijo, ob Arquibiades, no te afeitas?» Aristogiton el delator en las juntas públicas estaba siempre por la guerra, é inflamaba al pueblo á emprenderla; pero cuando llegó el tiempo del alistamiento, se presentó con una muleta y con una pierna entrapajada, y apénas Focion lo vió á lo lejos, desde su escaño gritó al amanuense: Escribe tambien á Aristogiton, cojo y malo. Era por tanto cosa de maravillarse cómo un hombre tan irritable y tan severo tenía el concepto y áun el nombre de bueno; y es que en mi opinion, aunque difícil, no es imposible que al modo del vino un hombre sea al mismo tiempo dulce y picante; asi como otros, que son tenidos por dulces, son desabridos y dañosos para los que los experimentan; y áun de Hipericles se refiere haber dicho hablando al pueblo: «No mireis, oh Atenienses, si soy amargo, sino si lo soy de balde:» como si la muchudumbre temiera y aborreciera sólo á los que son molestos y dañosos con su avaricia, y no estuviera peor con los que abusan del poder por desprecio y envidia, ó por encono y rencilla. Pues en cuanto á Focion, por enemistad jamás hizo mal á nadie, pi á nadie tuvo por contrario; y sólo en lo preciso hizo frente á los que se le oponian en lo que por bien de la patria ejecutaba, siendo en tales casos áspero, inflexible é implacable; pero fuera de esto, en el discurso de su vida á todos se mostró benigno, compasivo y humano, hasta venir en auxilio de los de contrario partido, si en algo faltaban, y ponerse á su lado si estaban en peligro. Reconviniéronle una vez sus amigos de que había hablado en juicio á favor de un hombre malo; y les respondió que los buenos no necesitaban de auxilio.
Aristogiton el delator, despues que por sentencia fué condenado, le llamó y rogó que fuera á verle, y condescendiendo con su súplica se encaminaba á la cárcel; mas como sus amigos se lo estorbasen, «dejadme, dijo, simples; ¿en qué parte podriamos ver con más gusto á Aristogiton?» Ello es que los aliados y los habitantes de las islas á los enviados de Atenas, cuando otro general los conducia, los miraban como enemigos, reforzaban las murallas, barreaban las puertas, é introducian del campo á las poblaciones los viveres, los esclavos, las mujeres y los niños; y sí el general era Focion, salian coronados á recibirlos en sus propias naves, y alegres los llevaban á sus propias casas.
Cuando Filipo, tratando de meterse en la Eubea, condujo tropas desde la Macedonia, y se dedicó á ganar las ciudades por medio de los tiranos, Plutarco de Eretria acudió á los Atenienses; y pidiéndoles que libertaran la isla de las manos del rey de Macedonia, en que ya se hallaba, fué Focion enviado de general con pocas fuerzas, por decirse que los habitantes estaban prontos á pasarse á él; mas ha.
biéndolo encontrado todo lleno de traidores, todo en mala disposicion, y socavado con dádivas, se vió puesto en gran peligro; y habiendo tomado un montecito, cortado con un gran barranco de la llanura de Taminas, contenia y resguardaba en él lo más aguerrido de sus tropas; dando órden á los generales respecto de los insubordinados, habladores y malos, para que no hicieran caso si los veian desertar y apartarse del campamento: «porque aquí, les decia, no serán de provecho, sino más bien perjudiciales por su indisciplina á los que hayan de pelear; y allá detenidos con la conciencia de éste delito, gritarán ménos contra mí, y no me calumniarán.» Cuando se presentaron los enemigos, dió á sus tropas órden de que permanecieran inmobles sobre las armas hasta que hubiese sacrificado; y fué largo el tiempo que se detuvo, ó porque las señales no fuesen faustas, ó porque quisiese atraer más cerca á los enemigos. Por esta razon, recelando por entonces Plutarco cobardía y meditada tardanza, acometió con solos los estipendiarios; lo que visto por la caballería, ya no aguanto más tiempo, sino que se dirigió al momento contra los enemigos, saliendo desordenada y desunida del campamento. Veneidos los primeros, se desbandaron todos, y Plutarco huyó. Acometieron entónces al valladar algunos de los enemigos, y trataron de romperle y abrirse paso, teniéndolo todo por sojuzgado.
En esto, concluido ya el sacrificio, cargaron los Atenienses, y rechazaron al punto á los del campamento, destrozando á la mayor parte de ellos mientras se entregan á la fuga alrededor de las trincheras. Focion dispuso que el grueso de sus tropas se parase, y estuviera con atencion para esperar y recoger á los que al principio se habian dispersado en la fuga; y él con los más escogidos arremetió á los enemigos. Trabóse una reñida batalla, en la que todos pelearon valerosamente y á todo trance; pero Talo, hijo de Cineas, y Glauco de Polimedes, que estaba al lado del general, todavía sobresalieron; y no sólo éstos, sino que Cleofanes contrajo tambien un mérito muy singular en esta batalla: porque haciendo volver de su huida á los de á caballo, y gritándoles y clamándoles que corrieran en auxilio del general que estaba en riesgo, consiguió que con su vuelta fuese más cierto el triunfo de la infantería. De resultas de esta accion arrojó á Plutarco de Eretria, y tomó á Zaretra, castillo de grande importancia, por estar situado en el punto donde la llanura termina en una estrecha faja, quedando allí la isla muy angustiada por el mar de una y otra banda. No permitió á los soldados que hiciesen cautivos á los Griegos rendidos, por temor de que los oradores de Atenas violentaran al pueblo á tomar contra ellos por encono alguna injusta determinacion.
Regresado Focion despues de estos sucesos, muy presto echaron ménos los aliados su honradez y su justificacion; y muy presto conocieron tambien los Atenienses su inteligencia y el grande influjo que le daban sus virtudes:
porque Moloso, que fué el que despues de él se encargó de los negocios, hizo tan infelizmente la guerra, que cayó vivo en poder de los enemigos. Tenía ya Filipo en aquella época concebidas grandes esperanzas en su ánimo; y habiendo pasado al Helesponto con todo su ejército, daba por supuesto tener ya en la mano al Quersoneso, á Perinto y á Bizancio. Propusiéronse los Atenienses darles auxilio; y habiendo trabajado los oradores porque Cares fuera nombrado general, enviado éste con el mando, no solamente no hizo nada que correspondiese á las fuerzas que se le dieron, sino que las ciudades no quisieron admitir la escuadra; y haciéndose á todos sospechoso, tuvo que andar de una parte å otra, siendo por sus exacciones molesto á los aliados y despreciado de sus enemigos. Irritado con esto el pueblo por los mismos oradores, se mostró disgustado, y mudó de propósito en cuanto á socorrer á los Bizantinos; pero tomando la palabra Focion, les dijo que no debian incomodarse con los aliados que mostraban desconfianza, sino con los generales que á esto les daban motivo: porque éstos son, añadió, los que os hacen odioBus á los mlamos que sin vosotros no pueden salvarse.» Movido el pueblo con este discurso, y reformando su últiLima determinacion, decretó que el mismo Focion maruhase con nuevas fuerzas al Helesponto en socorro de los aliados; lo que fué de la mayor importancia para que Bizancio se salvase. Porque era ya grande la fama de Focion; y como á esto se agregase el que Cleon, varon entre los Bizantinos el primero en opinion de virtud, y que con Focion habia trabado amistad en la Academia, empeñó por él su palabra con la ciudad, no consintieron que acampase fuera, como queria, sino que abriéndole las puertas recibieron é hicieron unos mismos consigo á los Atenienses:
los cuales no sólo no dieron ocasion de queja con su conducta, siendo moderados y sobrios, sino que en los combates mostraron mayor ardor y denuedo, por la misma confianza que de ellos se había becho. De este modo Filipo, que pasaba por invencible y por hombre á quien nadie podia resistir, abandonó por entonces el Helesponto, con mengua y menosprecio; y Focion le tomó algunas naves, recobró las ciudades que habia fortificado, y habiendo hecho desembarcos en diferentes puntos del país, lo taló y destruyó, hasta que herido por los que vinieron en auxilio de los habitantes, regresó con su armada.
Avisado secretamente de los de Negara, por temor de que si los Beocios lo entendian se les adelantaran á ofrecer su socorro, convocó á junta muy de mañana; y anunciando la solicitud de Megara á los Atenienses, apenas hubieron resuelto, dió la señal con la trompeta; y baciéndoles tomar las armas, marchó con ellos desde la misma junta. Recibido con sumo placer por los de Negara, fortificó á Nisea, y tiró por medio dos ramales desde la poblacion al puerto, juntando así la ciudad con el mar; de manera que no dándole ya cuidado los enemigos que pudieran acometerla por tierra, quedó como incorporada con los Atenienses.
Decrétada ya sin arbitrio la guerra contra Filipo, y elegidos por estar él ausente otros generales, luego que volvió de las islas lo primero que trató de persuadir al pueblo fué, que estando Filipo inclinado á la paz, y manifestando recelar demasiado los peligros de la guerra, admitieran sus proposiciones; y como alguno de los que no hacen más que dar vueltas por la plaza, y tejer calumnias, se le opusiese, diciendo: «¿Y tú, oh Focion, te atreves á disuadir á los Atenienses, cuando ya están con las armas en la mano?—Yo, les repuso; sin embargo de que sé que si hay guerra, te mando yo á tí; y en la paz eres tú el que me mandas.» No los convenció, sin embargo; y como viese que prevaleció la opinion de Demóstenes de que los Atenienses llevaran la guerra bien léjos del Atica, «amigo mio,le dijo, no miremos dónde haremos la guerra, sino cómo venceremos: porque así es como estará la guerra léjos; mas si fuéremos vencidos, siempre tendremos toda calamidad encima.» Fueron, en efecto, vencidos; y como los que no saben más que alborotar y promover novedades llevasen á empellones á la tribuna á Caridemo, tratando de hacerlo general, los hombres de juicio y de probidad temieron; y celebrando Consejo del Areopago ante el pueblo, con ruegos y con lágrimas obtuvieron, aunque á duras penas, que la república se pusiese en manos de Focion.
Este fué de opinion que debian aceptarse las condiciones benignas y humanas que propusiese Filipo; mas pasando Demades á dictar la de que la república habia de tener parte en la paz comun y en la junta de los Griegos, no vino en ello antes de saber cuáles serian las intenciones de Filipo respecto de los Griegos. No se siguió su dictámen, y hubo de ceder por consideracion á las circunstancias; y como viese bien pronto arrepentidos á los Atenienses, por serles preciso aprontar á Filipo galeras y caballos; temiendo esto mismo, les dijo: «Me opuse yo antes; mas pues que lo habeis pactado, es preciso llevarlo con paciencia y con buen ánimo, teniendo presente que nuestros mayores mandando á veces y á veces mandados, pero ejecutando siempre lo uno y lo otro del modo que convenia, salvaron á la ciudad y á los Griegos. Muerto Filipo; no permitió que el pueblo hiciera festejos por la buena nueva; lo uno porque parecia cosa indecente, y lo otro porque las fuerzas que los habian batido en Queronea no se habian disminuido más que en una sola persona.
Como Demóstenes empezase á insultar á Alejandro cuando ya venía contra Tebas, dijo:
««Imprudente, ¿qué es lo que te impele A irritar á un varon fiero é indomable, y que aspira á una brillante gloriaf jó quieres, teniendo tan cerca semejante incendio, arrojar en él á la ciudad?
Nosotros, aunque ellos quieran, no debemos permitir á éstos que se pierdan; y para esto es para lo que hemos admitido el mando.» Destruida Tebas, como pidiese Alejandro que fuesen puestos á su disposicion Demóstenes, Licurgo, Hipérides y Caridemo, la junta puso al punto los ojos en Focion, y llamado muchas veces por su nombre, se levantó, tomó por la mano á uno de sus amigos, al más intimo que tenía, y á quien más amaba, y dijo: «Ilan puesto la república en tal precipicio, que yo, áun cuando pidiera á este Nicocles, sería de dictámen que se le entregase:
pues por lo que hace á mí mismo, si se tratase de que muriera por vosotros, tendrialo á grande dicha. Me compadezco, continuo, oh Atenienses, de estos que de Tebas se han acogido á nosotros; pero básteles á los Griegos el llorar por Tebas. Mas vale, pues, persuadir y rogar por unos y otros á los que tienen la superioridad, que contender con ellos.» El primer decreto hecho en este sentido se dice que Alejandro lo tiro luego que lo tomó en la mano, volviendo el rostro, y retirándose sin escuchar á los embajadores; pero recibió el segundo, que fué llevado por Focion, á causa de haber oido de los más ancianos de su corte que Filipo tenía de él el más alto concepto; y no sólo le dió entrada y escuchó sus súplicas, sino que recibió benignamente sus consejos, reducidos á que si apetecia el descanso diera de mano á la guerra; y si le inflamaba deseo de gloría, dejando á los Griegos, se encaminara contra los bárbaros. Díjole tambien otras muchas cosas acomodadas á su carácter y á su gusto, con las que le mudó y ablando de manera que llegó a decir, seria conveniente que los Atenienses se aplicaran á seguir el curso de los negocios, porque si le sucedia algo, á ellos les correspondia el mando; y contrayendo particularmente con Fo cion amistad y hospedaje, le tuvo en una estimacion á la que llegaron muy pocos de los que tenía siempre á su lado.
Duris refiere que luego que llegó á denominarse grande, y venció á Dario, quitó de las cartas la salutacion ordinaria, excepto en las que escribia á Focion; pues con éste sólo la usaba como con Antipatro, y esto mismo escribió tambien Cares.
Por lo que hace á presentes, es bien sabido que le envió de regalo cien talentos. Llegados que fueron á Atenas, preguntó Focion á los que los conducian por qué siendo tantos los Atenienses á él solo le hacía Alejandro aquella expresion; y respondiéndole aquellos: «Porque á tí sólo te juzga hombre recto y bueno.—¿Pues por qué no me deja, repuso Focion, serlo y parecerlo siempre?» Siguiéronle, sin embargo, á su casa, en la que no vieron más que una maravillosa sencillez; que la mujer aderezaba la comida, y que el mismo Focion, sacando por su propia mano agua del pozo, se lavaba los piés; con lo cual instaron todavía más, manifestando disgusto, y diciéndole ser cosa muy reparable que siendo amigo del Rey lo pasara tan mal. Viendo entonces Focion á un pobre anciano que pasaba por la calle con una capa mugrienta, les preguntó si le reputaban peor que aquél; y diciéndole los forasteros que no los tuviese en tan mal concepto: ««Pues ése, les repuso, vive con menos que yo, y está contento: finalmente, si no hago uso de todo ese dinero, en vano le tendré en mi poder; y si hago uso, me desacreditaré á mí mismo, y desacreditaré al Rey para con la república.»» De este modo volvió á salir de Atenas aquelia gran suma de dinero, haciendo ver á los Griegos ser más rico que el que la daba el que no la habia menester. Incomodóse Alejandro, y volvió á escribir á Focion, que no tenía por amigos á los que para nada se valian de él: mas ni aun así quiso Focion recibir el dinero; y sólo le pidió que pusiera en libertad al sofista Equecratides, á Atenodoro de Imbro, y á dos Rodios, Demarato y Esparton, presos por ciertas causas, y custodiados en Sardis. Dió al punto Alejandro la libertad á éstos, y enviando á Cratero á Macedonia, le dió órden para que de estas cuatro ciudades de Asia, Quio, Gerguita, Milasis y Elea, diese á Focion la que escogiese, haciéndole presente que se enfadaria mucho más si no la admilia; pero Focion no la admitió, y Alejandro murió muy en breve. Muéstrase todavía en el barrio de Melita la casa de Focion, adornada con algunas planchas de bronce, siendo en todo lo demas pobre y sencilla.
De las mujeres con quienes estuvo casado, de la primera no ha quedado escrita otra cosa sino que era hermano suyo el escultor Quefisodoto; pero la segunda no fué ménos recomendable entre los Atenienses por su honestidad y sencillez, que Focion por su probidad. Así sucedió en una ocasion, que asistiendo los Atenienses al espectáculo de una nueva tragedia, el actor que tenía que salir pidió al que daba la fiesta una máscara de reina y el acompañamiento de muchas damas magníficamente puestas; y como incomodado de que no se le daba lo que pedia dejase en suspenso la funcion por no querer salir, Melantio, jefe del coro, echándolo al medio de un empujon, exclamó: «¿No ves á la mujer de Focion que sale siempre con una criada sola? ¿quieres con tus aparatos de lujo echar á perder á nuestras mujeres?» Difundida esta expresion por el teatro, fué recibida con grandes aclamaciones y aplausos. La misma mujer, mostrándole una huéspeda de Jonía sus adornos de oro, engastados en piedras, como eran arracadas y collares: «Pues mi ajuar y todo mi adorno, le contestó, es Focion, que hace veinte años es general de los Atenienses.» Queria el hijo de Focion contender en las Panateneas (1), y el padre lo puso de á pié, no para que aspirase á la victoria, sino para que cuidando y ejercitando el cuerpo se hiciera más útil: porque el tal jóven era por otra parte amigo de francachelas y desarreglado. Venció; y deseando muchos festejarle con banquetes por la victoria, con los demas se excusó Focion, permitiendo á uno solo que le biciera este obsequio; mas como al tiempo de entrar al convite viese en todo un lujoso aparato, y que para lavarse los piés se presentaban á los convidados lebrillos con vino, en que se habian desleido aromas, llamando al hijo, le increpó diciéndole: «¿No contendrás, oh Foco, á tu amigo, para que no eche á perder tu victoria?» Queriendo corregir enteramente en el hijo aquella estragada conducta, lo envió á Lacedemonia, y lo puso con los jóvenes que recibian la educacion propia de Esparta: cosa que mortificó á los Atenienses, por parecerles que Focion desdeñaba y despreciaba la crianza de Atenas. Decíale, pues, un dia Demades: «¿Por qué no persuadimos, oh Focion, á los Atenienses que adopten el gobierno de Esparta? pues si tú me lo dices, yo estoy pronto á escribir y sostener el decreto:» á lo que le respondió: «¡Sin duda te estaria muy bien, oliendo (1) Fiestas de los Atenienses en nor de Minerva.
TOMO IV.
12 a ramas y levando esa purpura, aconsejar a cs 320ersesas comidas espartanas, y elogiar a Licurg Escribió Aeanden dando orden de que se le enviaras cierto aumero de eers: y oponiéndose ics cradores, el Senado mandó ple Furion expusiese su iletumea: yé les duo: i dictamen es que seais mis fuertes en las armas.
ń os hagais amigos de los que lo son. A Piteas que sapeziba á comparecer aotes Ateniesses, y ya era bazia ior:
o callarás, le do. siento bid via recien comprado para el puebio?» Harpalo, que habia huido de Alejandro con grande cantatad de dinero, aportó desde el asia al 3tica, y la torba de los acostumbrados á sacar producto de la trihona, empezó a correr á él y á frecuentarle; y el con darles algun cebo, los abandonó y eavió á pasear, pero á Focion buscó quien le ofreciera setecientos tal—otos y otra infinidad de presentes, queriendo entregarse todo á ét: mas babiendo respocdi—io Focion con aspereza que tediria Harpalo que sentir si no cesaba de andar corrompiendo la ciudad, entonces intimi ludo se contuvo. Tuvieron junta de alli á poco los Atenienses, y vio a los que habian recibido dinero convertidos en enemigos suyos, y que le acasaban para desvanecer las sospechas, y solo Focion, que nada había admitido, al proponer lo que convenia á la república no se olvidaba de atender á su salud. Volvió con esto otra vez á querer obsequiarle; pero despues de haberle rodeado y tanteado por todas partes, se desengaño de que era una fortaleza inexpugnable con el oro; pero habiéndose becto amigo y familiar de su yerno Carieles, dió motivo á que se formara de éste mala opinion, porque era toda su confianza, y de quien para todo se valia.
Moerta de alli á poco la ramera Pitoaica, de quien habia estado enamorado Harpalo, teniendo de ella una bija, quiso erigirle á toda costa un monumento, y dió á Caricles este encargo, que sobre no ser en sí muy decoroso, todavía cedió en mayor vergüenza suya cuando dió acabado el sepulcro: porque se conserva todavía en el Hermeo, por donde vamos de la ciudad á Eleusine, y no tiene ningun primor que corresponda á los treinta talentos que se dice haber cargado Caricles á Harpalo en la cuenta. Murió éste tambien de allí á poco, y la niña fué recogida por Caricles y Focion, y educada con esmero. Púsose iuégo á Caricles en juicio por estas cosas de Harpalo; y habiendo rogado á Focion que le prestara su asistencia y le defendiera en el tribunal, se negó á ello, diciendo: «Yo, oh Caricles, te hice mi yerno solamente para lo que fuera justo.» Habiendo dado Asclepiades, hijo de Hiparco, á los Atenienses la primera noticia de haber muerto Alejandro, dijo Demades que no se hiciera caso, porque á ser así, debía estar ya oliendo á muerto toda la tierra; y Focion, viendu al pueblo engreido é inflamado para pensar en novedades, trató de distraerle y entretenerle; pero como muchos corriesen á la tribuna, y gritasen ser cierta la noticia de Asclepiades, y que Alejandro habia fallecido; «pues si hoy es muerto, les dijo, ¿no lo será tambien mañana y pasado mañana, y podremos por tanto deliberar con mayor sosiego y seguridad?»» Despues que Leosténes impelió á la ciudad á la guerra llamada Helénica, muy contra la voluntad de Focion, le preguntó á éste, por mofa, qué habia hecho de bueno en tantos años de mando, á lo que le contestó: «No poco: que los ciudadanos hayan sido enterrados en sus propios sepulcros.» Mostrábase Leostenes muy osado y jactancioso en las juntas públicas; y Focion le dijo: «Tus discursos, oh jóven, son parecidos á los cipreces, que siendo altos y elevados no dan fruto.» Preguntándole asimismo Hipérides:
¿Cuándo aconsejarás, oh Focion, la guerra á los Alenienses? Cuando vea, le respondió, que los jóvenes quieren guardar disciplina, los ricos contribuir, y los oradores abstenerse de robar los caudales públicos.» Como se maravillasen muchos del gran número de tropas que habia juntado Leostenes, y preguntasen á Focion qué concepto formaba de su disposicion, «muy bien me parecen, les respondió, para el estadio; pero temo una carrera larga en la guerra, no quedándole á la ciudad más fondos, más naves, ni más soldados; y los hechos vinieron en apoyo de su modo de pensar. Porque al principio Leostenes hizo un brillante papel, venciendo en batalla á los de Beocia, y persiguiendo á Antipatro hasta encerrarle en Lamia; de cuyas resultas, llena la ciudad de grandes esperanzas, estuvieron en continuas fiestas y sacrificios por las buenas nuevas; y algunos, pareciéndoles que daban en rostro á Focion con tan prósperos sucesos, le preguntaron si no queria haber ejecutado aquellas hazañas; á lo que él respondió: «Ejecutarlas, sí; pero aconsejar, lo de ántes;» y sucediéndose unas á otras las agradables noticias del ajército, se refiere haber dicho: «¿Cuándo dejaremos de vencer?» Mas murió Leostenes; y los que temian no fuese que si Focion era enviado por general hiciese la paz, prepararon que en la junta tomara la palabra, un hombre poco conocido, y dijese, que siendo amigo de Focion, y habiendo sido su condiscípulo, los exhortaba á que no lo expusieran y ántes lo conservaran, pues que no tenían otro semejante, y enviaran á Antiflo al ejército; y como abrazasen los Atenienses este dictámen, saliendo al frente Focion, expresó que no habia ido á la escuela con semejante hombre, ni por ningun otro motivo era su amigo ó su deudo; «pero desde el dia de hoy, le dijo al mismo, te hago mi amigo y mi familiar, porque has aconsejado lo que á m² me conviene.»» Mas resolviendo los Atenienses marchar centra los Beocios, al principio se opuso; y haciéndole presente los amigos que le matarian si repugnaba a los Atenienses, «injustamente, respondió, si propongo lo que es útil; mas si me aparto de ello, con justicia,»» Viendo que no cedian, sino que levantaban grande griteria, mandó anunciar á voz de pregon que los Atenienses que desde la pubertad estuviesen dentro de los sesenta años tomasen provision para cinco días, y le siguiesen desde la misma junta. Movióse con esto grandísimo alboroto, y como los más ancianos empezasen á clamar y salirse, «no hay que incomodarse, dijo; yo el general, que cuento ya ochenta años, me estaré con vosotros;» y con esto los apaciguó, é hizo mudar de propósito por entonces.
Siendo talada la parte marítima por Micion, que con gran número de Macedonios y estipendiarios habia desembarcado en Ramnunte, y todo lo asolaba, condujo á los Atenienses contra él. Empezaron á presentársele unos por una parte y otros por otra á querer dar disposiciones:
debe tomarse, le decian, tal coilado: la caballería ha de enviarse á aquel punto; aquí se ha de tomar posicion; le que le hizo exclamar: «¡Por vida mia que aquí veo muchos generales y pocos soldados!» Formado que hubo la infanteria, uno se adelantó largo espacio á los demas; despues por miedo, saliendo contra él un enemigo, retrocedió á la formacion; y Focion le dijo: «¡No te avergüenzas, ob jóven, de haber dejado dos puestos: aquel en que te colocó el general, y despues aquel en que tú te habias colocado?» Acometió á los enemigos, y los venció de poder a poder con muerte de Micion y otros muchos. Al mismo tiempo venció en la Tesalia el ejército griego á Antipatro, despues de habérsele incorporado Leonato y los Macedonios venidos del Asia, muriendo Leonato en la batalla; en la que Antifilo mandó la infanteria, y la caballeria Menon, natural de Tesalia.
Bajó de allí á poco tiempo Cratero del Asia con grandes fuerzas; y dada nueva batalla en Cranon, fueron vencidos los Griegos, no siendo de consideracion la derrota que sufrieron, ni muchos los muertos; pero ya por desobediencia á los jefes, que eran benignos y jóvenes, y ya porque solicitando Antipatro las ciudades, los Griegos se fueron desanimando, resulló de uno y otro que desampararon vergonzosamente la causa de la libertad. Dirigió, pues, inmediatamente Antipatro sus fuerzas contra Atenas; y Demóstenes é Hipérides huyeron de la ciudad; pero Demades, que ningunos bienes tenía con que pagar las multas en que habia sido condenado, siendo siete las sentencias dadas contra él por haber hecho propuestas injustas, y á quien por haber incurrido con este motivo en infamia estaba prohibido el hablar al pueblo, contando entonces con la impunidad, escribió un decreto sobre enviar á Antipatro embajadores con plenos poderes. Concibió temor el pueblo; y llamando á Focion, á quien únicamente decia daba crédito, «pues si hubierais creido, repuso, lo que yo os aconsejaba, no deliberaríamos ahora sobre negocios tan dificiles.» Confirmóse al cabo el decreto, y fué enviado Focion á Antipatro, que estaba aposentado en el alcázar Cadmeo, y se disponia á marcbar sin detencion contra Atenas. Lo primero que aquél pidió fué que sin pasar de allí se habia de firmar la paz; á lo que como replicase Cratero no ser justo lo que Focion les proponia, queriendo que estándose allí de asiento gastaran y asolaran el país de los aliados y amigos, cuando podian aprovecharse del territorio de los enemigos, tomándole Antipatro por la mano, «hagamos, dijo, esta gracia á Focion;» pero en cuanto a las demas condiciones estipuló que los Atenienses habian de estar á las que ellos dictasen, como él habia estado en Lamia á las que dictó Leostenes.
Vuelto Focion á la ciudad, como los Atenienses por necesidad hubiesen convenido en lo tratado, regresó otra vez á Tebas con otros embajadores, habiendo sido elegido para ponerse al frente de ellos el filósofo Jenócrates: porque era tal su dignidad, su opinion y su fama de virtud entre todos, que se tenía por cierto que no podia haber tanta insolencia, tanta crueldad y tanto encono en corazon bumano, que con solo ver á Jenócrates no se convirtiera en respeto y estimacion hácia él; pero sucedió lo contrario por la barbarie y perversidad de Antipatro. Porque ya desde luégo ni siquiera saludó á Jenócrates, habiendo abrazado á los demas; acerca de lo cual se refiere haber dicho aquél que hacía muy bien Antipatro en desairarle á él solo, cuando meditaba tratar lan injustamente á la república.
Despues, habiéndose puesto á hablar, no le dejó, sino que oponiéndoselo y mostrándose disgustado, le obligó á callar.
Habiendo hablado Focion, respondió: que habria amistad y alianza con los Atenienses, entregando á Demóstenes é Hipérides; gobernándose por las leyes patrias segun el catastro; recibiendo guarnicion en Maniquia, y pagando por fin los gastos de la guerra y una mutta. Los demas embajadores aceptaron como humano el tratado, á excepcion de Jenócrates: pues dijo que para esclavos los habia tratado muy bien Antipatro; pero para hombres libres de un modo muy duro, Reclamó y rogó Focion sobre el articulo de la guarnicion; pero se dice haber respondido Antipatro: «Nosotros, oh Focion, queremos dispensarte lodo favor, menos en aquello que ha de ser para tu perdicion y la puestra.» Has otros no lo refieren así, sino que dicen haber preguntado Antipatro, si quitando él la guarnicion á los Alenienses le salia por fiador Focion de que la república guardaria el tratado y no promoveria inquietudes; y que como Focion callase y se quedase pensativo, levantándose Calimedonte, Dalural de Carabis, hombre atrevido y nada republicano, hablo de esta manera: «¡Conque si éste, oh Antipatro, chochease, tú le creerás, y no harás lo que tienes determinado?»» De este modo recibieron los Atenienses guarnicion de los Macedonios, y por jefe do ella á Menilo, hombre bondadoso y afecto á Focion. La condicion, con todo, pareció efecto de orgullo, y más bien demostracion de poder para bumiltar, que ocupacion dictada por el estado de los negocios: habiéndola hecho todavía ménos llevadera el tiempo en que tuvo ejecucion. Porque entró en Atenas el dia 20 del mes Boedromion, "estándose celebrando los misterios, y precisamente cuando llevan á Iaco desde la capital á Eleusine. Turbada, pues, la fiesta, muchos se pusie ron á comparar lo que iba de los antiguos prodigios á los del dia: porque antes en las grandes prosperidades de la ciudad se habian aparecido visiones y escuchado voces misticas con asombro y terror de los enemigos; y ahora en la misma festividad eran espectadores los Dioses de los más insufribles males de la Grecia, y de haber llegado al último desprecio el tiempo para ellos más santo y más dulce, haciéndose princípio de la época más calamitosa.
Pues en primer lugar, algunos años ántes las Dodonides habian traido an oráculo que prevenia guardasen los promontorios de Diana para que otros no los tomasen; y entónces en aquellos mismos dias las fajas con que se adorInan los lechos místicos, puestas en agua para lavarse, en lugar de su color purpúreo, habian sacado otro fúnebre y de luto; lo que era de tanto mayor cuidado, cuanto que las de los particulares todas habian conservado su lustre.
Además, á un iniciado que estaba lavando un lechoncillo en lo más claro y despejado del puerto le arrebató un ballenato, y se le comió todos los miembros inferiores del cuerpo hasta el vientre: significándoles claramente el Dios que privados del territorio bajo y marítimo, conservarian el superior y de la ciudad. Y lo que es la guarnicion en nada los incomodó, á causa del comandante Menilo; pero de los ciudadados excluidos del gobierno por su pobreza, que pasaban de doce mil, los que se habian quedado sufrian una suerte muy miserable y afrentosa; y los que por lo mismo abandonando su patria habian pasado á la Tracia, donde Antipatro les daba ciudad y tierras, parecian á los exterminados despues de un sitio.
La muerte de Demóstenes en la isla Calabrias y la de Eipérides cerca de Cleone, de las que hemos hablado en otra parte, casi engendraron amor y deseo en los Atenienses de Alejandro y de Filipo; y lo que despues, por haber muerto Antígono y haber empezado los que le mataron á mortificar y afligir á los pueblos, dijo en Frigia un rústico, que como cavase en un campo, y le preguntasen qué hacía, respondió: «busco á Antigono; esto mismo les ocurria decir á muchos, acordándose de que el engreimiento de aquellos reyes tenía cierta elevacion, y se dejaba fácilmente doblar; y no como Antipatro, que bajo la apariencia de un particular con lo pobre de su manto y con la sencillez de su tenor de vida, queria disimular su poder, y por lo mismo se hacía más insufrible á los que atormentaba, siendo un ruin déspota y tirano. Con todo, Focion libró á muchos de destierro intercediendo con Antipatro; y para los desterrados logró que no fueran como los demas excluidos del todo de la Grecia, siendo trasladados más allá de los montes Ceraunios y del Tenaro, sino que habitaran en el Peloponeso, de cuyo número fué Agnónides el Sicofanta. Con los que quedaron en la ciudad Antipatro se condujo con blandura y justicia, manteniendo en las magistraturas á los ciudadanos urbanos y dóciles; y á los inquietos é innovadores, con el mismo hecho de no emplearlos, para que no pudieran alborotar, los tuvo sujetos, y los obligó á amar el campo y las labores de él. Viendo á Jenócrates pagar el tributo de extranjería, quiso sentarle por ciudadano; pero él lo rehusó, diciendo que no queria tener parte en un gobierno sobre el que habia sido enviado de embajador para repugnarle.
Proponiendo á Focion Menilo hacerle una expresion, y darle cierta cantidad de dinero, le respondió que ni él valia más que Alejandro, ni la causa por que entonces se le queria agasajar era mejor que aquella por la que en aquel tiempo nada habia recibido; y como Menilo instase sobre que lo admitiera para su hijo Foco, «á Foco, respondió, si tiene juicio mudando de conducta, le bastará lo que el quede de su padre; pero si sigue como ahora no le alcanzará nada,» A Antipatro, que queria valerse de él para una cosa injusta, le respondió con dureza: «No puede Antipatro valerse á un tiempo de mi como amigo y como adulador.» Refiérese que Antipatro solia decir, que teniendo en Alenas dos amigos, Focion y Demades, del uno no habia podido recabar nunca que recibiese nada, y al otro no habia podido nunca contentario; y es que Focion ostentaba como una virtud la pobreza, en la que habia envejecido, habiendo sido tantas veces general de los Alenienses y contando reyes entre sus amigos; y Demades hacía gala de ser rico, áun á costa de injusticias, y cometiéndolas de intento. Pues estando entónces mandado por ley en Atenas que en los coros no hubiera forasteros, ó el jefe pagara mil dracmas, compuso un coro todo de extranjeros hasta el número de ciento, y al mismo tiempo presentó en el teatro la multa de mil dracmas por cada uno. Al tiempo de casar á su hijo Demea, le dijo: «Cuando yo me casé con tu madre ni siquiera lo entendió el vecino; pero para tu boda contribuyen reyes y poderosos.» Instaban á Focion los Atenienses para que los libertara de la guarnicion, hablando para ello á Antipatro; pero bien fuese por no tener esperanzas de conseguirlo, ó bien porque viese al pueblo más moderado, prudente y subordinado por el miedo, siempre rehuso aquella legacion: aunque en cuanto a las contribuciones obtuvo de Antipatro que tuviese espera y concediese plazos. Cansados, pues, recurrieron á Demades, el cual se mostró pronto; y tomando consigo al hijo, llegó á la Macedonia, conducido sin duda por algun mal Genio, precisamente al tiempo en que, hallándose ya enfermo Antipatro, Casandro babia tomado el mando, y habia encontrado una carta de Demades dirigida á Antígono al Asia, en la que le rogaba se apareciese á los Griegos y Macedonios, que estaban colgados de un hilo viejo y podrido, mordiendo de este modo á Antipatro. Así que Casandro supo que había llegado, le echó mano; y en primer lugar, presentándole muy cerca al hijo, lo hizo asesinar, de modo que el padre recibió en sus ropas la sangre, quedando manchado con aquella muerte; y despues reprendiendo á éste, y llenándote de improperios 80bre su ingratitud y su traicion, le quitó tambien la vida.
Como Antipatro, nombrado que hubo general á Poliperconte, y comandante subalterno á Casandro, hubiese fallecido, adelantándose éste y arrogándose el mando, envió prontamente á Nicanor para suceder á Menilo en la comandancia de la guarnicion, con órden de posesionarse de Muniquia ántes que se divulgara la muerte de Antipatro. Ejeculóse, pues, de esta manera; y cuando los Atenienses supieron al cabo de breves dias que Antipatro era muerto, 'empezaron á quejarse y á culpar á Focion de que habiendo tenido antes la noticia la habia reservado en obsequio de Nicanor. No hizo de esto gran caso; pero con todo, habiendo visto y hablado á Nicanor, logró que se mostrara benigno y complaciente con los Atenienses en los negocios que ocurrieron, y que entrara en ciertos obsequios y gastos, tomando á su cargo el dar al pueblo juegos y espectáculos.
En esto Poliperconte, que tenía á su cargo la tutela del Rey, para contraminar las disposiciones de Casandro envió una carta á los ciudadanos de Atenas, en que les decia que el Rey les volvía la democracia, siendo su voluntad que todos tuvieran parte en el gobierno segun sus leyes patrias; lo que era una celada dispuesta contra Focion:
porque siendo la intencion de Poliperconte, como despues lo manifestó con las obras, ganar para si propio aquelia ciudad, no esperaba adelantar nada si no perecia Focion; y tenía por cierto que pereceria en el punto que los que habian decaido del gobierno conforme al último tratado volvieran á apoderarse de él, y que ocuparan de nuevo la tribuna los demagogos y calumniadores. Alborotados por esta causa los Atenienses, como Nicanor quisiese tratar con ellos en el Pireo, formándose consejo se presentó en él, confiando su persona á Focion. En tanto, Dercilo, geneneral de las tropas que estaban fuera de la ciudad, se propuso echarle mano, y habiéndolo él entendido se fugó, teniéndose desde luego indicios de que hostilizaria á la ciudad. Focion, á quien se hizo cargo de haber dejado ir á Nicanor y no haberle detenido, respondió que habia hecho confianza de Nicanor, sin temer de él ningun mal he cho; y que aun cuando así no fuese, más quería pasar por ofendido y por burlado, que por ofensor y por injusto.
Esto, mirado con relacion á Focion sólo como persona particular podría tenerse por un rasgo de honradez y generosidad; pero cuando iba en ello la salud de la patria, y debia considerar que era un general y un magistrado, no sé si era reo para con sus conciudadanos de haber violado un derecho más trascendental y más antiguo. Porque no podia tampoco decirse que Focion se abstuvo de echar mano á Nicanor por miedo de meter á la ciudad en una guerra, y que pretexto la conflanza y la justicia, para que avergonzado éste se contuviera y no ofendiera á los Atenienses:
pues en realidad de verdad lo que pudo más con él fué la confianza en Nicanor, á quien ya sindicaban y acusaban muchos de que amenazaba al Pireo, reunía fuerza de extranjeros en Salamina, y andaba sobornando á algunos de los que habitaban en el mismo Pireo; y con todo se desentendió de estas voces, y no sólo no les dió crédito, sinc que habiéndose decretado, á propuesta de Filomedes de Lampra, que todos los Atenienses se pusieran sobre las armas y estuvieran á las órdenes del general Focion, descuidó el cumplimiento, hasta que pasando Nicanor sus tropas de Muniquia al Pireo, empezó á circunvalarle.
En vista de esto se sobresaltó Focion, y recibió un desprecio cuando quiso conducir contra Nicanor el ejército de los Atenienses. Llegó al mismo tiempo con tropas Alejandro, hijo de Poliperconte, segun lo que él decia, para auxiliar contra el mismo Nicanor á los ciudadanos, pero en el efecto para apoderarse, si podia, de la ciudad, que por sí misma se le venía á la mano. Porque los desterrados babían acudido á él, y al punto se habian metido en la ciudad; y con los forasteros y los notados de infamia que se les agregaron, se reunió una junta numerosa y desordenada, en la que deponiendo del mando á Focion, eligieron otros generales; y á no haber sido porque dirigiéndose Alejandro solo á hablar con Nicanor al pié de la muralla fué visto, y porque habiéndolo ejecutado repetidas veces dió ocasion á que sospechas en los Atenienses, no hubiera evitado la ciudad aquel peligro. Al punto, pues, el orador Agnónides se desencadenó contra Focion, acusándole de traidor; de lo que temerosos Calimedonte y Pericles salieron de la ciudad; pero Focion y los amigos que permanecieron á su lado se acogieron á Poliperconte; saliendo con ellos, por consideracion á Focion, Solon de Platea y Dinarco de Corinto, que pasaban por apasionados y amigos de Poliperconte; mas á causa de haber caido enfermo Dinarco se detuvieron en Elatea por bastantes dias. En estos, en virtud de un decreto, defendido por Agnónides, y escrito por Arquestrato, envió el pueblo una embajada con el objeto de acusar á Focion; y unos y otros alcanzaron á un mismo tiempo á Poliperconte que iba en compañía del Rey cerca de una aldea de la Fócide, llamada Faruges, y situada junto al monte Acrourio, al que ahora dicen Gálata. Puso en ella Poliperconte un dosel de oro, y sentando debajo de él al Rey y á su lado á los de su corte, en cuanto á Dinarca dió órden de que sobre la marcha le prendicsen, y despues de darle tormento, le quitasen la vida; y á los Atenienses les concedió permiso de hablar. Levantóse grande alboroto y griteria, acusándose unos á otros en aquella junta; y como dijese Agnónides: «metednos á todos en una jaula, y enviadnos á que tratemos este negocio ante los Atenienses;» el .
Rey se echó á reir; pero los Macedonios y otros forasteros que presenciaban la junta, estando de vagar, deseaban oir, y por señas rogaban á los embajadores que entablaran alli su acusacion. Mas el partido era muy desigual, porque habiendo empezado á hablar Focion, Poliperconte se le opuso muchas veces; y habiendo dado por fin un bastonazo en el suelo, aquél se detuvo y calló; y diciendo Hegemon que Poliperconte le era testigo de su amor al pueblo, como Poliperconte le respondiese enfadado: «no vengas aquí á mentir anle el Rey,»» levantándose éste, intentó herir á Hegemon con la lanza; pero Poliperconte le echó al punto los brazos para detenerle, y así se disolvió la junta.
Rodeados por los guardias Focion y los que con él se baliaban, los demas amigos que tuvieron la suerte de no estar tan cerca, en vista de esto ó se ocultaron ó huyeron, y así se salvaron. A aquellos los trajo Clito á Atenas, segun decian, para ser juzgados; pero en realidad condenados ya á morir; y su conduccion ofrecia un espectáculo bien triste, siendo llevados en carros por el Cerámico al teatro: porque allí los tuvo reunidos Clito, hasta que los Arcontes convocaron la junta, de la que no excluyeron ni á esclavo, ni á forastero, ni á hombre infame, sino que dejaron palentes á todos y á todas la tribuna y el teatro. Leyóse una carta del Rey, en la que decía, que para él aquelos hombres eran traidores; pero que dejaba á los Alenienses el que los juzgasen, pues que eran libres é independientes; y como en seguida los hubiese presentado Clito, los ciudadanos de probidad y virtud, al ver á Focion se cubrieron los rostros, y bajando los ojos no podian contener las lágrimas. Hubo, sin embargo, uno que se atrevió á decir, que habiendo dejado el Rey al pueblo un juicio como aquél, correspondía que los esclavos y los extranjeros salieran de la junta. Mas no lo llevó en paciencia la muchedumbre, y como gritasen que debian ser apedreados los oligarquistas y enemigos del pueblo, ya ningun otro se resolvió a hablar en favor de Focion. El mismo, teniendo gran trabajo y dificultad en hacerse escuchar:
"¿Cómo quereis condenarme á muerte, les dijo, injusta, ó justamente y como algunos respondiesen: «Justamente.» —Pues y esto, cómo lo conocereis, les replicó, si no me escuchais?»» Nadie queria ya oir más; y entonces saliendo más adelante: «Por mi, les dijo, reconozco que he obrado mal y me sentencio á muerte por mis actos de gobierno; pero á éstos, oh Atenienses, ¿por qué quereis quitarles la vida, no habiendo delinquido en nada?» Como á esta reconvencion respondiesen muchos: «porque son amigos tuybs,» se retiró Focion, y nada más dijo; pero Agnónides leyó un decreto que tenta escrito, segun el cual el pueblo debia juzgar si entendia que habian delinquido, y los reos sufrir la pena de muerte si esta declaracion les era contraria.
Leido el decreto, deseaban algunos que Focion fuera atormentado antes de recibir la muerte, y daban la órden de que se trajera la rueda y se llamara á los ejecutores; pero Agoonides, viendo que tambien Clito lo repugnaba, y que la cosa en sí era bárbara y abominable: «Cuando prendamos, dijo, oh, Atenienses, á ese vil hombre de Calimedonte, entonces lo atormentaremos; pero en cuanto á Focion yo no propongo semejante cosa;» á lo que uno de los hombres honrados exclamó: «Y haces muy bien; porque si atormentábamos á Focion, ¿contigo qué deberíamos hacer?» Sancionado el decreto, y dados los votos, sin que nadie se sentase, todos en pié como estaban, y áun muchos poniéndose coronas, los condenaron á muerte. Hallábanse con Focion Nicocles, Tudipo, Egenon y Pilocles, y se decretó tambien la muerte de Demetrio Falereo, de Calimedonte, de Caricles y de otros ausentes.
Disuelta la junta, llevaron á los sentenciados á la cárcel, y los demas, viéndose rodeados y estrechados entre los brazos de sus amigos y deudos, iban afligidos y desconsolados; pero al ver el rostro de Focion tan sereno como cuando yendo de general le acompañaban desde la junta pública, todos generalmente admiraban su imperturbabilidad y su grandeza de alma, aunque sus enemigos al paso le llenaban de improperios, y alguno hubo que se acercó á escupirle; de manera que él se volvió á los Arcontes y les dijo: ¿No habrá quien contenga á este desvergonzado?» Como Tudipo, estando ya en la carcel y viendo molida la cicuta se irritase y lamentase su desgracia, pues no habia motivo para que fuera comprendido en la de Focion: «¿Conque no tienes en mucho, le dijo éste, ei que con Focion mueres?» Preguntándole uno de sus amigos si decia algo para Foco su hijo: «Si, le respondió, le digo que no mire mal á los Atenienses.» Pidiéndole Nicocles, que era el más fiel de sus amigos, que le permitiera beber ántes la pócíma: «Cruel y terrible es para mí tu peticion, le contestó; pero pues que en vida no te negué ningun favor, tambien te concedo este,» Con haber bebido todos los demas se acabó el veneno, y el ejecutor público dijo que no moleria más si no se le daban doce dracmas, que era lo que costaba una pocion. I'asábase el tiempo, y la detencion era larga; llamó, pues, Focion á uno de sus amigos, y diciendo: «¡Bueno es que ni áun el morir lo dan de balde en Atenas!» le encargó que pagara aquella miseria.
Era el dia 19 del mes Muniquion, y haciendo los caballeros una especie de procesion en honor de Júpiter, unos arrojaron las coronas, y otros, volviéndose á mirar las puertas de la cárcel, prorumpieron en llanto; y á todos los que no tenian el alma pervertida por el encono ó por la envidia les pareció cosa execrable el no haber esperado por aquel dia, y no haber conservado á la ciudad pura de una ejecucion pública mientras celebraba aquella festividad. Mas los enemigos de Focion creyeron que sería incompleto su triunfo si no hacian que hasta el cadáver de Focion fuera desterrado, y que no hubiera Ateniense que encendiera fuego para darle sepultura; así es que no hubo entre sus amigos quien se atreviese ni siquiera á tocarle.
Un tal Conopion, que por precio solía ocuparse en estas obras, tomó el cuerpo, y llevándole más allá de Eleusine, le quemó encendiendo el fuego en tierra de Megara. Sobrevino allí una mujer Megarense con sus criadas, y levantando un túmulo vacío, hizo las solemnes libaciones. Tomó despues en su regazo los huesos, y llevándolos por la noche á su casa abrió un hoyo junto al hogar, diciendo: «En tí, mi amado hogar, deposito estos despojos de un hombre justo, y tú los restituirás al sepulcro paterno cuando los Atenienses hayan vuelto en su acuerdo.» No se había pasado mucho tiempo cuando los sucesos mismos hicieron ver al pueblo qué celador y guarda de la modestia y la justicia era el que habia. perdido. Erigióle, pues, una estatua de bronce, y á expensas del erario público dió sepultura á sus huesos. De sus acusadores, á Agnónides los mismos Atenienses le condenaron y quitaron la vida; y á Epicuro y Demofilo, que habian huido de la ciudad, el hijo de Focion los descubrió y tomó de ellos venganza. De éste se dice que no era hombre de recomendables prendas; que enamorado de una esclava educada en casa de un rufian, por casualidad habia llegado al Liceo á tiempo en que Teodoro el Ateo formaba este argumento:
«Si no es cosa torpe rescatar al amigo, tampoco, por consiguiente, á la amiga; y si no lo es el rescatar al amado, tampoco á la amada;» y que adoptando este modo de discurrir como tan acomodado á sus deseos, habia redimido á la amiga. En fin, lo ejecutado con Focion hizo á los Griegos acordarse de lo ejecutado con Sócrates, por ser este yerro muy semejante á aquel, y causa igualmente para la ciudad de grandes infortunios.
TOMO IV.
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