Las vidas paralelas de Plutarco/Demóstenes
DEMOSTENES.
El que escribió, oh Sosio, el elogio de Alcibiades, vencedor en Olimpia corriendo con caballos, fuese Euripides, como generalmente se cree, ó fuese cualquier otro, dice que al hombre para ser feliz le ha de caber en suerte haber nacido en una ciudad ilustre; pero yo creo que para la verdadera felicidad, que principalmente consiste en las costumbres y en el propósito del ánimo, nada da ni quita haber nacido en una patria oscura é ingnorada, ó de una madre fea y pequeña. Porque seria cosa ridícula que hubiera quien pensase que Julida, parte rauy pequeña de una isla no grande como la de Ceo, y que Egina, de la que dijo un Ateniense que debia quitarse como una legaña del Pireo, habian de haber llevado excelentes actores y poetas, y no habian de poder producir un hombre justo que se bastase á sí mismo, que tuviera juicio y fuera de un ánimo elevado. Porque lo natural es que las otras artes, que se alimentan con el trabajo y la fama, se marchiten en pueblos humildes y oscuros, y que la virtud, como planta fuerte y robusta, arraigue en todo terreno, si prende en una buena indole y un ánimo inclinado al trabajo; de donde se sigue que si nosotros dejamos de pensar y conducirnos como corresponde, esto deberá justamente atribuirse, no á la pequeñez de la patria, sino á nosotros mismos.
TOMO IV.
24 Y al que se ha propuesto tejer una relacion ó historia, no de hechos comunes y familiares, sino peregrinos y recogidos en gran parte de una lectura vária, en realidad le conviene ante todas cosas una ciudad de fama, de exquisito gusto y muy poblada, para tener copia de toda suerte de libros, y poder instruirse y preguntar sobre aquellas cosas que habiéndose ocultado á la diligencia de los escritores, adquieren más fe conservadas en la memoria y la tradicion, para no dar una obra que salga falta de muchas noticias, y menos de las necesarias. Mas yo que habito una ciudad corta, en la que tengo formado empeño de permanecer para que no se haga más pequeña, y que mientras estuve en Roma y discurrí por la Italia no tuve tiempo para ejercitarme en la lengua latina, por los negocios políticos y por la concurrencia de los que venian á tratar conmigo de filosofia, tarde ya y siendo muy adelantado en edad, me acerqué á tomar conocimiento de las letras romanas; en lo que me ha sucedido una cosa extraña, pero muy cierta: y es que no tanto he aprendido y conocido las cosas por las palabras, cuanto, tomado conocimiento de las cosas, ellas me han conducido á saber las palabras.
Y lo que es llegar á percibir la belleza y velocidad de la pronunciacion latina, las metáforas de los nombres, la armonía y todo lo demas con lo que se engalana el discurso, téngolo por útil y agradable; pero el estudio y ejercitacion en este trabajo, como empresa difícil, sólo es para los que tienen ocio y tiempo que dedicar á tales primores.
Por esta razon, escribiendo en este libro de las Vidas paralelas, las de Demóstenes y Ciceron, de sus hechos y del modo de conducirse en el gobierno procuraremos colegir cuál era el carácter y disposicion de cada uno, omitiendo el hacer cotejo de sus discursos, y manifestar cuál de los dos era más dulce ó más primoroso en el decir:
porque esto sería, como dijo Yon, la fuerza del delfin en tierra. Por ignorar esta máxima Cecilio, excesivo en todo, se metió sin reflexion á formar juicio entre Ciceron y Demóstenes; pero si á todos les fuera dado tener á la mano el conócete á tí mismo, no hubiera sido esta tenida por una advertencía divina. Parece, pues, haber sido un mismo genio el que formó á Demóstenes y Ciceron, y acumuló en su naturaleza muchas semejanzas: como la ambicion, el amor de la libertad cuando tomaron parte en el gobierno, y la cobardía para los peligros y la guerra; con lo que mezcló tambien muchas cosas de las que son de fortuna: porque no creo que podrán encontrarse otros dos oradores que de oscuros y pequeños hubiesen legado á ser grandes y poderosos; que hubiesen resistido á reyes y tiranos; que hubiesen perdido sus hijas, hubiesen sido arrojados de su patria, y restituidos despues con honor; que huyendo despues hubieran sido alcanzados por los enemigos, y que en el mismo punto de espirar la libertad de sus conciudadanos hubiesen ellos perdido la vida; como que sí á manera del de los artistas pudiera haber certámen entre la naturaleza y la fortuna, sería muy difícil discernir si aquélla los había hecho más semejantes en las costumbres, ó ésta en los sucesos. Diremos, pues, primero dei que precedió en tiempo.
Demóstenes, el padre de este otro Demóstenes, era uno de los buenos y honrados ciudadanos, segun dice Teopompo. Llamábanle por sobrenombre el Espadero, á causa de tener un gran obrador y muchos esclavos inteligentes que trabajaban en este oficio. Lo que el orador Esquines dijo acerca de su madre dándola por bija de un tal Filon, que por causa de traicion babia huido de la ciudad, y de una mujer peregrina y bárbara, no podemos decir si fué cierto, ó ai lo fingió é inventó para desacreditarle. Muerto el padre, quedó Demóstenes á la edad de siete años con un buen patrimonio, pues montária el valor de toda su hacienda á poco menos de quince talentos; pero sus tutores le perjudicaron notablemente, apropiándose unas cosas y descuidando otras, en términos de no haber con que pagar el salario á sus maestros. Por esta causa parece que careció de instruccion en aquellas disciplinas que convienen á un joven ingenuo, y tambien por su delicadeza y mala constitucion fisica; por lo cual ni la madre le aplicaba al trabajo, ni le precisaban á él sus preceptores: habiendo sido desde el principio flaco y enfermizo; y de aquí dicen que le vino tambien el injurioso apodo de Bátalo, que le impusieron los muchachos, burlándose de su persona. Era Bátalo, segun dicen unos, un flautista desacreditado por afeminacion, contra el que hizo con este motivo una especie de entremes el cómico Antifanes; pero otros hacen memoria de un poeta Bátalo que escribió canciones lúbricas y báquicas. Parece tambien que en aquella época se daba en Atenas el nombre de Bátalo á una de las partes inhonestas del cuerpo, que no es decente nombrar. El apodo de Argas, pues se dice haber sido tambien éste uno de sus sobrenombres, parece que se le puso ó por sus costumbres ásperas y desabridas, porque algunos poetas llaman Argas á la culebra, ó por su modo de decir, que ofendia á los oidos: porque Argas era tambien el nombre de un poetaautor de malos y desagradables versos. Mas de estas eosas dése aqui punto, como dice Platon.
El haberse dedicado á la elocuencia se dice que tuvo este orígen. Habia de hablar el orador Calistrato en el tribunal en el juicio que se seguia sobre la ciudad de Oropoy era grande la expectacion en que todos estaban, ya á causa de la facundia del orador, que era el que entonces tenía mayor opinion, y ya tambien por el negocio mismo, que se habia hecho muy célebre. Oyendo, pues, Demóstenes que varios maestros y preceptores tenian concertado entre sí asistir á este juicio, rogó á su preceptor y alcanzó de él que le llevase á oirlo. Tenía éste amistad con los porteros públicos del tribunal, y por medio de éstos le proporcionó un sitio en el que sentado pudiera oir eómodamente los discursos. Estuvo aquel dia muy feliz Calistrato, y fué sumamente admirado; con lo que excitó en Demóstenes el deseo de gloria, viendo que eran muchos los que le acompañaban y le daban enhorabuenas; pero en el discurso lo que más admiró fué una fuerza propia para allanarlo y vencerlo todo. Dando por tanto de mano á todas las demas enseñanzas y ocupaciones juveniles, él mismo se ejercitaba por sí y trabajaba con empeño a fin de ser él tambien uno de los oradores. Aun tuvo con todo por maestro de elocuencia á Iseo; sin embargo de que entónces Isócrates tenía escuela; ó porque, como dicen algunos, no pudiese pagar á Isócrates el saiario prefijado, que era de diez minas, á causa de su orfandad; ó lo que es más probable, porque prefiriese para su intento la elocucion de Iseo,.como más propia para la accion y más acomodada á las tretas del foro. Mas Hermipo escribe haberse encontrado unos comentarios anónimos, en los que se decia que Demóstenes asistió á la escuela de l'laton, lo que le fué utilísimo para la elocuencia, y cita además á Ctesibio, quien habia dicho que habiendo adquirido Demóstenes, por medio de Calias Siracusano y algunos otros, las lecciones de retórica de Isocrates y Aleidamante, las encomendó á la memoria.
Llegado á la mayor edad, empezó á litigar con sus tutores, y á escribir alegatos contra ellos, porque encontraban continuamente tergiversaciones y medios dilatorios: así, á fuerza de ejercitarse, segun Tucídides, sus cuidados terminaron felizmente, aunque no sin peligros ni trabajo; y, sin embargo, no pudo arrancar á los tutores más que una parte muy pequeña de los bienes paternos. Mas ya que esto no, adquiriendo resolucion y el conveniente hábito de bablar en público, y tomando gusto á las alabanzas que por estas contiendas se reciben, y al influjo que proporcionan, se decidió á salir á la palestra y tomar parte en los negocios públicos; y á la manera que de Laomedonte de Orcomene se dice que para curarse de una enfermedad del bazo dió en andar mucho de órden de los médicos, y que con este penoso ejercicio adquirió tal robustez que concurrió á los certámenes gimnásticos, y fué uno de los que más se distinguieron en la carrera; del mismo modo le sucedió á Demóstenes, que habiendo tenido que dedicarse á perorar en público para el recobro de su patrimonio, con esto adquirió soltura y facilidad para sobresalir ya, como los coronados en el circo, entre los ciudadanos que contendian en la tribuna. Y al principio sufrió sus silbos, y que se riesen de la novedad que advertían en su estilo, que parecia confuso en los períodos, y recargado excesivamente en las pruebas. Notábase además cierta falta de voz, torpeza en la lengua, é interrupcion en la respiracion; la que turbaba el sentido de lo que se decia, por no cortarse bien los períodos. Finalmente, habiéndose retirado del foro por este desagradable ensayo, se andaba paseando por el Pireo, decaido ya de ánimo, cuando encontrándole Eunomo de Triusta, que ya era muy anciano, le reprendió de que teniendo un modo de decir muy semejante al de Pericles, se abandonase de aquella manera por cobardía y desidia, no sabiendo sostenerse con serenidad á vista de la muchedumbre, ni dando á su cuerpo el aire conveniente para aquella especie de contiendas, y antes dejando que todo se entorpeciera en el — ocio.
En otra ocasion, en que no dió gusto, se dice que retirándose apesadumbrado y con la cabeza cubierta, le fué siguiendo oportunamente el actor Sátiro, y entró con él en su casa. Quejósele amargamente Demóstenes de que con ser el que más trabajaba de los oradores, y con baber casi arruinado en este ejercicio su constitucion, veía que no daba gusto al pueblo; y hombres desarreglados, unos marineros ignorantes eran escuchados, y de él no se hacía caso; á lo que le contestó Sátiro: ««Tienes razon, oh Demóstenes; pero ÖSTENES.
375 yo remediaré fácilmente la causa, si quieres recitar de memoria alguna escena de Euripides ó Sófocles.» Hizolo así Demóstenes, y repitiendo Sátiro la misma escena, de tal manera la adornó, pronunciándola con la accion y postura conveniente del cuerpo, que á Demóstenes le pareció ya enteramente otra. Viendo entonces cuánta es la gracia y belleza que la accion concilia á lo que se dice, se convenció de que el esmero en la composicion es nada para quien se descuida de la pronunciacion y accion conveniente. En consecuencia de esto hizo construir un estudio subterráneo, que aun se conserva; y bajando á él se ejercitaba en formar y variar, tanto la accion como el tono de la voz; y muchas veces pasó allí dos y tres meses contínuos, no afeitándose más que un solo lado de la cabeza para no poder salir, aunque quisiera, detenido de la vergüenza.
No sólo esto, sino que de las salutaciones, de las conversaciones y de los negocios que le ocurrian fuera, tomaba ocasion y argumento para aquella clase de ejercicio. Así, luego que habian pasado, bajaba á su estudio y exponia los hechos, y en seguida las defensas que podian tener. Además de esto, si habia oido un discurso, procuraba retenerlo; ponia por órden los pensamientos y los períodos, y se entretenia en corregir y variar de mil maneras, así lo que otros le habian dicho, como lo que él mismo habia dicho á otros. De donde nació la opinion de que no era naturalmente facundo, sino que su habilidad y su fuerza se debian al trabajo; de lo cual parece que es tambien una convincente prueba el no haber oido nunca nadie á Demóstenes bablar extemporáneamente; y ántes sucedió que estando sentado en las juntas, y siendo llamado del pueblo muchas veces por su nombre, no se presentó nunca, si de antemano no estaba dispuesto y prevenido para hablar. Zaheríanle sobre esto muchos otros demagogos; y Piteas, satirizándole, le dijo que las pruebas de sus discursos olían mucho á la lámpara; mas á éste le volvió Demóstones la burla con acrimonia, diciéndole: «Pues á fe que la lámpara no sabe de mi y de ti las mismas cosas.» Con los demas no lo negaba, sino que reconocia francamente que no siempre decia lo que habia escrito, pero sin escribir no hablaba nunca; porque decia que el estudiar para hablar en público acreditaba al hombre de popular; siendo esta preparacion un principio de obsequio al pueblo; y que el no pensar cómo sentaria á la muchedumbre lo que se dijese, era de hombres oligárquicos que más atendian á la fuerza que á la persuasion.
Dan tambien por prueba de su cobardía para hablar de repente que Demades, viéndole turbado y atardido muchas veces, se levantó y tomó la palabra para defender la misma causa; y él nunca hizo otro tanto con Demades.
¿Pues cómo es, dirá alguno, que Esquines le tiene por admirable precisamente por su soltura en el decir? ¿Cómo es que á Piton de Bizancio, que se había puesto a hablar con arrojo y con un torrente de palabras contra los åtenienses, se levantó él solo y le contradijo? ¿Cómo es que habiendo Lamaco Mirreneo escrito el elogio de los reyes Alejandro y Filipo, en el que decia mil cosas en descrédito de los Tebanos y Olintios, cuando lo estaba leyendo en los juegos olimpicos se levantó tambien, y expresando con relacion de los hechos y con pruebas positivas los muchos bienes que los Tebanos y Calcidenses habian hecho á la Grecia, y por la inversa de cuántos males habian sido causa los aduladores de los Macedonios, mudó de tal modo los ánimos de los oyentes, que temiendo aquel sotista por el alboroto que se babia movido, tuvo que hair del concurso? Lo que parece es que creyó no convenirle algunas de las cualidades de Pericles; pero su coordinaeioa del discurso, su accion y el no hablar de repente sobre todo asunto sin preparacion, como que estas eran las que le habian engrandecido, las imitó y copió en cuanto pado, sin dejar por eso de aspirar á la gloria de hablar extemporáneamente si lo pedia un grave caso; ni tampoco poner muchas veces su talento y habilidad en manos de la fortuna. Porque en las oraciones que pronunció usó sin duda de más osadía y desenfado que en las escritas, si hemos de creer á Eratostenes, á Demetrio Falereo y á los cómicos, de los cuales Eratostenes dice que muchas veces en las oraciones se ponia como fuera de si; y Falereo, que pronunció poseide de entusiasmo aquel juramento en metro, que dice:
Por la tierra, las fuentes, rios, mares.
De los cómicos, uno le llama ropoperpentra, ó vanilocuo; y otro, motejándole de que usaba de antítesis, dice: «Del mismo modo la recobró que la cobró, porque fué muy del gusto de Demóstenes este modo de decir:» á no que Antifanes hubiese querido aludir á la oracion sobre la isla de Haloneso, acerca de la que aconsejaba & los Atenienses, no que la cobraran, sino que la recobraran de Filipo.
En cuanto á Demades, todos convienen en que entregado á su genio, era invencible, y que hablando de pronto, confundia todo el cuidado y prevenciones de Demóstenes; y Ariston de Quio refiere el juicio de Teofrasto acerca de los oradores: porque preguntado qué le parecia Demóstenes, respondió: «digno de la ciudad;» ¿y qué tal Demades?
«sobre la ciudad.» El mismo filósofo reflere que Polieucto de Esfecia, uno de los que por entonces tenian parte en el gobierno de Atenas, le habia manifestado que Demóstenes era perfectísimo orador, pero que la elocuencia de Focion tenía más nervio, porque en pocas palabras encerraba gran sentido; y del mismo Demóstenes se cuenta que cuantas veces se levantaba Focion para contradecirle, vuelto á sus amigos solia decir: «Ya está ahí el hacha de mis discursos.» Esto no se sabe si Demóstenes lo aplicaba á la elocuencia de aquel hombre ilustre, ó á su conducta y opinion; por estar persuadido de que una sola palabra, una seña de un hombre de probidad, tiene más fuerza que muchas y muy prolijas frases.
Para remediar los defectos corporales, empleó estos medios, segun reflere Demetrio Falareo, que dice baber alcanzado á oir á Demóstenes, cuando ya era anciano, que la torpeza y balbucencia de la lengua la venció y corrigió llevando guijas en la boca, y pronunciando períodos al mismo tiempo; que en el campo ejercitaba la voz corriendo y subiendo á sitios elevados, hablando y pronunciando al mismo tiempo algun trozo de prosa, ó algunos versos con aliento cansado; y finalmente, que tenía en casa un grande espejo, y que, puesto enfrente, recitaba, viéndose en él, sus discursos. Reflérese que se le presentó un ciudadano pidiéndole su patrocinio, y refiriéndole que le habían dado de golpes; y Demóstenes le replicó: «Me parece que no hay tal cosa, que no has sufrido nada de lo que dices;» y que levantando aquél la voz, y diciendo á gritos: conque yo nada he sufrido, Demóstenes?»» le contestó entonces: «Sí, á fe mia, ahora oigo la voz de un hombre que ha sido agraviado y ofendido: ¡de tanto influjo le parecia, para conciliarse crédito, el tono y el gesto del que hablaba! Su accion era muy agradable á la muchedumbre; pero los inteligentes, y entre ellos Demetrio Falereo, la tenian por afeminada y poco decorosa; y Hermipo dice que preguntado Aision por los oradores antiguos y los de su tiempo, respondió, que oyéndolos cualquiera admiraria en aquéllos la decencia y entereza con que hablaban al pueblo; pero que las oraciones de Demóstenes leidas se aventajaban mucho en primor y en energía. Ciertamente que de las oraciones suyas que nos han quedado escritas no habrá quien niegue que tienen mucho de amargo y de picante; y en las ocurrencias repentinas solia tambien emplear el chiste: porque diciéndole una vez Demades: «gå mí Demóstenes? esto es la puerca á Minerva.—Pues esa Minerva, le respondió, hace poco que en Coluto fué cogida en mal caso.» A un ladron Hamado Ferreo, que quiso morderle por sus trabajos y veladas nocturnas: «ya sé, le dijo, que te incomodo con tener luz de noche; y vosotros, oh Atenienses, no os admireis de que haya hurtos cuando los ladrones son de hierro y las paredes de barro.» Mas acerca de estas cosas, aunque tenemos más que decir, dejémoslo en tal punto: porque es justo que examinemos ya, sobre sus hechos y sobre su conducta en el gobierno, cuál fué su carácter y cuáles sus costumbres.
Sus primeros pasos en los negocios públicos los dió durante la guerra de Focea, como lo dice él mismo, y se puede colegir de sus oraciones filípicas: pues aunque algunas son posteriores á los sucesos de esta guerra, las más antiguas tocaron en ellos. Lo cierto es que la oracion relativa á la acusacion de Midias la ordenó y dispuso cuando tenía treinta y dos años; y no gozando todavía ni de poder ni de opinion en el gobierno, y por lo mismo, temeroso del éxito, á lo que yo entiendo, transigió por dinero en aquella persecucion:
Porque no era de ánimo benigno, Ni de condicion blanda y mesurada, sino ardiente y violento en sus venganzas; pero viendo que no era empresa ligera y fácil oprimir á un hombre atrincherado con riqueza y con amigos, cedió á los que por él intercedieron: pues las tres mil dracmas por sí mismas no me parece que hubieran sido suficientes á embolar la cólera de Demóstenes, si hubiera tenido esperanza de quedar superior. Mas tomando para las cosas de gobierno la ocasion más bella que podia ofrecerse, como era la de defender la causa de los Griegos contra Filipo, y contendiendo en ella dignamente, al punto adquirió fama, y se hizo espectable por sus oraciones y su noble libertad; hasta el punto de ser admirado en la Grecia, obsequiado por el gran rey, y tenido en consideracion por Filipo sobre todos los demas que hablaban al pueblo: reconociendo hasta sus contrarios, que tenían que lidiar con un hombre de grande opinion, como acusándole lo expresaron Esquines é Hipérides.
No alcanzo, por tanto, á comprender cómo pudo decir Teopompo que era naturalmente inconstante; y que ni en cuanto á los negocios ni en cuanto a las personas podia permanecer largo tiempo en un mismo propósito: porque ántes parece que aquel partido y aquel empeño que desde el principio tomó y adoptó en el gobierno, aquel mismo conservó hasta el fin, no sólo sin hacer mudanza en él en toda su vida, sino áun exponiendo la vida por no mudar.
Pues no fué como Demades, que para excusarse de su mudanza en punto á gobierno usó de la expresion de que para sí mismo bien habia dicho muchas veces cosas contrarias, pero para la república nunca; ó como Melanipo, que estando en oposicion con Calistrato, ganado por éste muchas veces con dinero para que mudase, solía decir al pueblo: «Calistrato bien es mi enemigo, pero triunfe la utilidad de la república;» ó como Nicodemo de Mesena, que al principio se puso de parte de Casandro, y trabajando despues en favor de Demetrio, expresó que no decía cosas contrarias, puesto que siempre era conveniente ceder á los que más pueden. Mas de Demóstenes no podemos hablar de esta manera, sino que en el partido á que aplicó su voz ó su accion, como si para el gobierno se le hubiera dado una clave fija, en aquel se mantuvo, guardando siempre en los negocios un solo tono y el filósofo Panecio dice que segun están escritas las más de sus oraciones, para él lo honesto es á todo preferible por sí mismo: como la de la corona, la contra Aristócrates, la de las inmunidades y las fillpicas; en todas las cuales no inclina á los ciudadanos á lo deleitable, ó á lo fácil, ó á lo útil, sino que muchas veces persuade que deben ponerse la seguridad y la salud en segundo lugar despues de lo honesto y de lo honroso: de manera que si en los asuntos que trató, al amor de la gloria y á la nobleza de los pensamientos se hubieran unido el valor militar y el haberse en todo limpiamente, habria sido digno de que en el número de oradores se le colocara, no al lado de Mirocles, Polieucto é Hipérides, sino más arriba con Cimon, Tucídides y Pericles.
De los de su tiempo Focion, aunque no era del partido que se llevaba los aplausos, y antes parecia que macedonisaba, sin embargo, por su valor y su justificacion no fué reputado inferior á Efialto, á Arístides y á Cimon. Mas Demóstenes, no siendo de fiar en las armas, como dice Demetrio, ni bastante seguro en punto á recibir, pues aunque no se dejó cautivar con el oro de Filipo y de Macedonia, con el de Susa y Ecbatana se dejó domeñar y rendir; si pudo celebrar dignamente las virtudes de los hombres grandes que le precedieron, no le fué dado imitarlas; mas con todo á los oradores de su tiempo, si sacamos á Focion de esta cuenta, áun en la conducta les hizo ventaja. Parece que fué asimismo el que habló al pueblo con más libertadresistiendo á sus deseos, é increpando sus desaciertos, como de sus mismas oraciones se deduce; y Teopompo refiere que encargándole un día los Atenienses una acusacion, y alborotándose contra él porque no la admitia, se levantó y les dijo: «Por consejero, oh Alenienses, me tendreis, aunque no querais; pero por calumniador no, aunque os empeñeis en ello.» No dejó de ser bien aristocrático lo que ejecutó con Antifon, que habiendo sido absuelto por la junta pública, le echó mano y lo llevó ante el consejo del Areopago, y no dándosele nada de desagradar al pueblo, convenció á aquél de que habia prometido á Filipo incendiar los arsenales; y el Areopago hizo que fuera condenado á muerte. Acusó igualmente á la sacerdotisa Teoris, entre otros crímenes, de que enseñaba á los esclavos los modos de engañar, y habiendo pedido la pena capital, se le impuso.
Dícese que la oracion contra el general Timoteo, que sirvió á Apolodoro para hacer que aquél fuera condenado como deudor á la república, fué escrita para éste por Demóstenes, del mismo modo que las oraciones contra Formion y Estéfano; lo que le fué justamente censurado: porque tambien Formion contendió contra Apolodoro con una oracion de Demóstenes; lo que es como si en una tienda de espadero se vendieran puñales á los dos contrarios, De las oraciones sobre negocios públicos las que son contra Androcion, Timócrates y Aristócrates las escribió para otros, no habiéndose acercado todavía al gobierno: porque se conjetura que sería de veintiocho ó veintisiete años cuando las compuso. La oracion contra Aristogiton la pronunció él mismo, y tambien la de las inmunidades por el hijo de Cabrías Ctesipo, como lo dice él mismo; á lo que algunos añaden que fué con el objeto de enlazarse en matrimonio con la madre de aquel jóven; y sin embargo no se casó con ella, sino con una mujer de Samos, segun dice Demetrio Magnesio en su Tratado de los sinónimos. La de la falsa legacion contra Esquines no se sabe si se pronunció; y eso que Idomeneo asegura que Esquines fué absuelto por solos treinta votos más; pero parece que esto no es verdad, si hemos de tomar argumento de las oraciones de uno y otro sobre la corona: porque ninguno de los dos habla clara y abiertamente de aquel juicio, como que se hubiese llevado hasta sentencia; mas esto otros podrán decirlo mejor.
La idea de Demóstenes en el gobierno era bien manifiesta; pues que áun durante la paz nada dejaba por reprender de lo que ejecutaba el Macedonio, sino que á cada cosa alborotaba á los Atenienses, inflamándolos contra él.
Por lo mismo era persona de quien se hablaba mucho en la corte de Filipo; y cuando fué á Macedonia de embajador, aunque en décimo lugar, si bien Filipo escuchó á todos, á su discurso respondió con particular cuidado; mas sin embargo en los demas honores y obsequios ya no se portó del mismo modo con Demóstenes, sino que agasajó con mayor esmero á Esquines y Filócrates; de resulta de lo cual, alabando éstos á Filipo de elocuente en el decir, de gallardo en su presencia y tambien de buen bebedor, no pudo contenerse, é irritado les volvió las palabras al cuerpo, diciendo que lo primero era de un sofista, lo segundo de una mujer, lo tercero de una esponja, y que en todo ello nada habia que fuera propio del elogio de un rey.
Luego que todo propendió á la guerra, por no poder Filipo tener reposo, y por haber sido los Atenienses incitados de Demóstenes, lo primero que éste hizo fué moverlos á invadir la Eubea, esclavizada por los tiranos á Filipo; y pasando efectivamente á la isla en virtud de decreto que él escribió, arrojarou á los Macedonios. En segundo lugar, dió auxilio á los Bizantinos y Perintios, á quienes el Macedonio hacía la guerra, persuadiendo al pueblo que dejando á un lado la enemistad y el acordarse de las ofensas de unos y otros durante la guerra social, les enviara tropas; con las que se salvaron. Pasando despues de embajador, habló á todos los Griegos, y fuera de unos pocos, los acaloró y levantó contra Filipo: de manera que llegaron á juntarse quince mil infantes y dos mil caballos, además de la gente de las ciudades; y se recogió copiosamente caudal y sueldos para los estipendiarios. En esta ocasion dice Teofrasto haber pedido los aliados que se fijaran los tributos, y haber respondido el demagogo Crobilo que la guerra no se mantiene con lo tasado. Puesta en expeclacion la Grecia para lo futuro, y formando liga por naciones y ciudades los Eubeos, Aqueos, Corintios, Megarenses, Leueadios y Corcirenses, le quedó á Demóstenes el mayor empeño, que fué el de atraer á la alianza á los Tebanos, habitantes de un país confinante con el Atica, fuertes con tropas ejercitadas, y los más acreditados entónces por las armas entre todos los Griegos; y no era fácil atraer á una mudanza á los Tebanos, ganados por Filipo con beneficios muy recientes durante la guerra de Focea; mayormente cuando las rencillas de las ciudades se encrespaban diariamente de una y otra parte con frecuentes encuentros á causa de la vecindad.
Con todo, cuando engreido Filipo con las ventajas conseguidas en Anfisa, cayó repentinamente sobre Elatea é invadió la Focide, sobrecogidos los Atenienses, y no atreviéndose nadie á subir á la tribuna, ni sabiendo qué pensamiento útil podrian proponer en medio de tanta incertidumbre y silencio, presentóse solo Demóstenes, aconsejando que se ganara á los Tebanos; y alentando é incitando al pueblo con esperanzas, como lo tenía de costumbre, fué con otro enviado de embajador á Tebas. Envió tambien Filipo para contrarestar á éstos, como dice Marsias, á Amintas y Clearco, Macedonios, á Daoco, Tesaliano, y á Trasideo, de Elea. Qué era lo que convenia no dejó de entrar en los cálculos de los Tebanos; y ántes cada uno tenta bien á la vista los horrores de la guerra, estando todavía frescas las heridas de la de Focea; pero la elocuencia del orador, encendiendo sus ánimos, como dice Teopompo, y acalorando su ambicion, hizo sombra á todos los demas objetos: de manera que les quitó delante de los ojos el miedo, su interes y su gratitud, entusiasmados con el discurso de Demóstenes por sólo lo honesto. Pareció tan grande y tan admirable el efecto producido por su elocuencia, que Filipo envió inmediatamente heraldos á solicitar la paz: la Grecia toda se puso erguida en expectacion de lo que iba á suceder; se ofrecieron á disposicion de Demóstenes, para obrar segun mandase, no sólo los generales, sino hasta los Beotarcas; y éste fué el que dirigió todas las juntas públicas, no ménos las de los Tebanos que las de los Atenienses, amado y repetado de unos y otros; no sin raDespues de esta derrota de los Griegos, volviéndose contra Demóstenes los oradores que no eran de su partido, le citaron á dar cuentas, y le formaron causa; pero el pueblo no sólo to dió por libre de todo, sino que continuó honrándole, y conflándole otra vez por su celo los negocios de gobierno: lanto, que habiéndose traido de Queronea los huesos, y dádoseles sepultura, le encargó que pronunciara el elogio de los muertos, no llevando con abatimiento ni apocadamente lo sucedido, como lo escribe y celebra Teopompo, sino manifestando en el mismo hecho de honrar y apreciar tanto al consejero, que no estaba pesaroso de sus dictámenes. Pronunció, pues, Demóstenes el discurso; pero en los decretos escribió no su nombre, sino los de varios de sus amigos, no esperando buen agüero de su genio y de su fortuna: hasta que otra vez cobró ánimo con la muerte de Filipo, que falleció no habiendo sobrevivido largo tiempo á la victoria de Queronea; y esto parece que era lo que profetizaba el oráculo en el último de los versos, Llora el vencido, el vencedor perece.
Supo Demóstenes con anticipacion la muerte de Filipo; y para preparar á los Atenienses á tener confianza de mejorar de suerte, se presentó alegre en el consejo, signiflcando haber tenido un sueño que le hacía pronosticar á los Atenienses sucesos muy prósperos; y de allí á poco parecieron los que traian la noticia de la muerte de Filipo. Sacrificaron, pues, inmediatamente por la buena nueva, y decretaron coronas á Pausanias. Presentóse asimismo Demóstenes coronado con un rico manto, sin embargo de que no hacía más que siete dias que habia muerto su hija, como lo dice Esquines para motejarle con este motivo, y censurarle de desnaturalizado: acreditándose en esto él mismo de poco generoso y de abatido espíritu, pues que tenía el llanto y el lamento por señales de un ánimo bees dificil. De Demóstenes se dice que confiado en las armas de los Griegos, y deslumbrado con las fuerzas y el ardor de tantos soldados que provocaban á los enemigos, ni permitió que se atendiera á los oráculos, ni que se diera oidos á los vaticinios; sino que sospechó que la Pitia filipizaba, y se recordó á los Tebanos el nombre de Epaminondas, y á los Atenienses el de Pericles, los cuales, teniendo todas estas cosas por pretextos del miedo, sin hacer cuenta de ellas se decidian por lo que convenia. Hasta aqui compareció como un hombre eminente; pero en la batalla no hizo ninguna accion distinguida y que conformara con sus palabras, sino que abandonando el puesto, dió á huir ignominiosamente, arrojando las armas sin avergonzarse, como dijo Piteas, de la inscripcion que con letras de oro tenía grabada en el escudo: «A la buena fortuna. Por lo pronto Filipo, haciendo burla con el desmedido gozo despues de la victoria, en un banquete que tuvo entre los cadáveres, en medio de los brindis cantó el principio del decreto de Demóstenes, llevando el compas con los pies y las manos, Demóstenes Peamiense esto escribia; pero luego que estuvo sereno y consideró la grandeza del combate que habia tenido que lidiar, se pasmó de la fuerza y poder de la elocuencia de un orador que en la parte muy pequeña de un dia le obligó á poner en riesgo su imperio y su persona. Llegó la fama de su nombre hasta el rey de los Persas, el cual envió órdenes á los Sátrapas para que dieran dinero á Demóstenes, y le obsequiaran sobre todos los Griegos, como á un hombre que en las revueltas de la Grecia podia distraer y contener al rey de Macedonia. Estas órdenes las vió más adelante Alejandro, habiendo encontrado en Sardis las cartas de Demóstenes y los asientos de los generales del Rey, por los que se descubrian las sumas de dinero que se le habian dado.
Despues de esta derrota de los Griegos, volviéndose contra Demóstenes los oradores que no eran de su partido, le citaron á dar cuentas, y le formaron causa; pero el pueblo no sólo lo dió por libre de todo, sino que continuó honråndole, y confiándole otra vez por su celo los negocios de gobierno: tanto, que habiéndose traido de Queronea los huesos, y dádoseles sepultura, le encargó que pronunciara el elogio de los muertos, no llevando con abatimiento ni apocadamente lo sucedido, como lo escribe y celebra Teopompo, sino manifestando en el mismo hecho de honrar y apreciar tanto al consejero, que no estaba pesaroso de sus dictámenes. Pronunció, pues, Demóstenes el discurso; pero en los decretos escribió no su nombre, sino los de varios de sus amigos, no esperando buen agüero de su genio y de su fortuna: basta que otra vez cobró ánimo con la muerte de Filipo, que falleció no habiendo sobrevivido largo tiempo á la victoria de Queronea; y esto parece que era lo que profetizaba el oráculo en el último de los versos, Llora el vencido, el vencedor perece.
Supo Demóstenes con anticipacion la muerte de Filipo; y para preparar á los Atenienses á tener confianza de mejorar de suerte, se presentó alegra en el consejo, significando haber tenido un sueño que le hacía pronosticar á los Atenienses sucesos muy prósperos; y de allí á poco parecieron los que traian la noticia de la muerte de Filipo. Sacrificaron, pues, inmediatamente por la buena nueva, y decretaron coronas á Pausanias. Presentóse asimismo Demóstenes coronado con un rico manto, sin embargo de que no hacía más que siete dias que habia muerto su hija, como lo dice Esquines para motejarle con este motivo, y censurarle de desnaturalizado: acreditándose en esto él mismo de poco generoso y de abatido espiritu, pues que tenía el llanto y el lamento por señales de un ánimo benigno y piadoso, y desaprobaba en otros el que llevasen los infortunios con entereza y resignacion. Por tanto yo, así como no diré que hubiese sido bien hecho tomar coronas y sacrificar por la muerte de un rey que despues de haberlos vencido los trató con tanta mansedumbre y humanidad, porque, sobre ser. repugnante, manifiesta cierta vileza haberle acatado vivo y haberle hecho ciudadano, y despues, cuando fué muerto por mano de otro, no llevar moderadamente la alegría, sino saltar y hacer extremos de gozo, insultando á un difunto, como por una bazaña que se debiera á su valor, alabo y aplaudo en Demóstenes el que dejando á las mujeres las desgracias domésticas, las lágrimas y los lloros, hubiese hecho lo que creyó conveniente á la ciudad. Porque, en mi concepto, es de un ánimo verdaderamente social y esforzado, atendiendo siempre at bien comun y subordinando los intereses y sucesos particulares á los públicos, el saber guardar en todo la dignidad y el decoro, áun mejor que los que hacen en los teatros los papeles de reyes y tiranos: pues que éstos no lloran y rien como quieren, sino como lo pide el paso y conviene al asunto. Fuera de esto, si se tiene por un deber el no abandonar y dejar sin consuelo al que gime en el infortunio, sino más bien usar de palabras que le conforten, y llamar su atencion á asuntos más lisonjeros, á manera de lo que hacen los facultativos con los que tienen mal de ojos, á quienes mandan que aparten la vista de los objetos resplandecientes y que reverberan la luz, y la vuelvan á los que tienen color verde y opaco; ¿cómo podrá procurar mejor el ciudadano su consuelo que haciendo mezcla, cuando la patria está en prosperidad, de los sucesos públicos y los domésticos, para que con los que son felices y de mayor poder se borren los infaustos? Hame movido á decir estas cosas el ver que Esquines en su oracion procura quebrantar y afeminar los ánimos, inclinándolos fuera de propósito á la compasion.
Las ciudades, inflamadas otra vez por Demóstenes, se sublevaron; y áun los Tebanos acometieron á la guarnicion con muerte de muchos, siendo Demóstenes quien les proporcionó las armas; y los Atenienses se preparaban para hacer la guerra con ellos. Ocupó con este objeto la tribuna Demóstenes, y escribió á los generales del Rey en Asia para suscitar allí guerra á Alejandro, á quien trataba de muchacho y de atolondrado. Mas cuando, dejando arregladas las cosas de su reino, invadió en persona con grandes fuerzas la Beocia, se cortó ya toda aquella arrogancia de 108 Atenienses, y el mismo Demóstenes se quedó parado; con lo que los Tebanos, abandonados cobardemente de ellos, pelearon solos y perdieron su ciudad. Movióse con esto grande alboroto en Atenas, y se resolvió enviar å Demostenes. Nombrado, pues, embajador con otros cerca de Alejandro, como temiese su enojo, retrocedió desde el Citeron, desertando de la embajada. Entonces Alejandro reclamo de los Atenienses que le enviaran diez de los demagogos, segun Idomeneo y Duris; ú ocho, segun los más acreditados escritores de aquel tiempo, y fueron Demóstenes, Polieucto, Efialtes, Licurgo, Mirocles, Damon, Calistenes y Caridemo. Con esta ocasion refirió Demóstenes la fábula de las ovejas que entregaron los perros á los lobos; atribuyéndose á sí mismo y á los otros demagogos ser los perros que defendian al pueblo, y viniendo á llamar lobo á Alejandro de Macedonia. «Vemos, añadió, que los mercaderes cuando presentan muestra del trigo en una escudilla, en aquellos pocos granos venden muchas fanegas, y vosotros no advertís que en nosotros suis entregados todos:» siendo Aristóbulo de Casandrea el que refirió estas particularidades. Conferencióse sobre este asunto; y hallándose en gran perplejidad los Atenienses, tomó Demades de los reclamados cinco talentos, y se ofreció á ir en embajada y pedir al Rey por ellos; bien fuera porque conflase en su amistad, ó bien porque esperase encontrarle ya como generoso leon, harto y satisfecho de matanza..
Persuadióle, en efecto, Demades recabando el perdon de aquellos, y reconcilió con él á la ciudad.
Retirado que se hubo Alejandro, los otros se levantaron de ánimo, y Demóstenes quedó humillado y abatido. Despues, cuando el esparciata Agis bízo algunas novedades y mudanzas, dió él tambien algun paso; pero al punto cayó, por no haber podido mover å los Atenienses, y tambien por haber muerto Agis, y haber sufrido descalabros los Lacedemonios. Tratóse en este tiempo la causa sobre la corona contra Cresifonte, intentada siendo arconte Querondas, poco antes de la balalla de Queronea, pero que se juzgó diez años despues, siéndolo Aristofonte, y se hizo célebre más que ninguna otra de las causas públicas, ya por la fama de los oradores, y ya tambien por la rectitud de los jueces; los cuales no hicieron el sacrificio de su voto contra Demóstenes á los enemigos de éste, que eran los que entonces tenian el mayor poder en la ciudad por ser del partido macedonio, sino que le absolvieron con tanta ventaja, que no tuvo Esquines en su favor ni la quinta parte de los votos; así es que al instante se salió de la ciudad, y pasó su vida en Rodas y en la Jonia, teniendo escuela de elocuencia.
De allí á poco vino del Asia á Atenas Harpalo, buyendo de Alejandro, ya porque realmente sus negocios se hallaban en mal estado á causa de su disipacion, y ya tambien por temer á éste, que se habia hecho terrible á sus amigos.
Acogiéndose, pues, al pueblo de Atenas, y poniéndose en sus manos con sus naves y sus bienes, al punto los demas oradores, puestos los ojos en la riqueza, estuvieron de suparte, y persuadian á los Atenienses que le admitieran y salvaran á un refugiado; pero Demóstenes al principio aconsejaba que se hiciera salir á Harpalo, y se guardaran de precipitar a la ciudad en la guerra por un motivo no necesario é injusto; y al cabo de pocos dias, habiéndose hecho el registro de los bienes que traia, viéndole Harpaio prendado de una copa de las del Rey, y que examinaba su hechura y su forma, le dijo que la sospesara y viera el peso que tenía de oro. Admiróse Demóstenes de lo doble que era, y preguntando cuánto valia, sonriéndose Harpalo:
«Para ti, le dijo, valdrá veinte talentos;» y apenas se hizo de noche le envió la copa con los veinte talentos. Fué Harpalo muy perspicaz en descubrir en él su ánimo codicioso del oro por su semblante, por la viveza de sus ojos y por el modo de dirigir sus miradas. No pudo, pues, Demóstenes resistir á esta tentacion, y así, como plaza que admite guarnicion, se rindió á Harpalo; y al dia siguiente arropándose muy bien el cuello con lana y con vendas se presentó así en la junta pública. Decíanle que se levantara y hablase, y él por señas daba á entender que tenía cortada la voz; pero algunos burlones decian, con malignidad que aquella noche habia sido acometido no de angina, sino de argentina, el orador. Por fin vino á informarse todo el pueblo del regalo, y queriendo él defenderse y persuadirle, no le dió tugar, moviendo grande griteria y alboroto; mas sin embargo en medio de aquella bulla se levantó uno y dijo con mucha chulada: «¿Cómo es esto, ob Atenienses? ¿no oireis al que tiene la copa?» (1) Echaron entonces de la ciudad á Harpalo; y temiendo no se les pidiera cuenta de las alhajas usurpadas por los oradores, hicieron por la ciudad una rigurosa cala y cata, registrando todas las casas, á excepeion de la de Calicles Arrenide. Sólo á la de éste no permitieron que se llegara, por estar rocien casado y hallarse ya dentro la esposa, como dice Teopompo.
Cediendo Demóstenes al torrente, escribió un decreto para que el Consejo del Areopago examinara este negocio, y los que le pareciera que habian delinquido sufrieran la (1) En los convites el que tenía la copa era el que daba el tono para las canciones, y todos esperaban en silencio á que empezase el canto.
pena. Condenado de los primeros por el Consejo, se presentó en el tribunal; pero siendo la multa que se le impuso de cincuenta talentos, se le llevó á la cárcel; de la que de vergüenza, por lo feo de la causa, y tambien por enfermedad corporal que le hacía imposible sufrir el encierro, se dice haberse fugado sin sentirlo ó advertirlo unos, y ayudando otros á que no se sintiese. Cuéntase que cuando todavía estaba á corta distancia de la ciudad, noté que le seguian algunos ciudadanos del partido contrario, y quiso ocultarse; mas aquéllos, llamándole por su nombre, y llegándose cerca, le rogaron recibiera para el viaje las cantidades que le llevaban, pues para esto las habian tomado en casa, y este era el motivo de haberle seguido; y al mismo tiempo le exhortaron á tener buen ánimo, y á no abatirse por lo sucedido; con lo cual todavía crecieron más los lamentos de Demóstenes, y prorumpió en esta expresion: «¿Cómo no lo he de llevar con pesadumbre, dejando una ciudad donde los enemigos son tales, cuales no suelen ser en otros los amigos?» Mostró en este destierro un ánimo apocado, deteniéndose lo más del tiempo en Egina y Trecene; y mirando al Atica con lágrimas en los ojos, se refiere haber proferido voces indecorosas y poco conformes á los elevados sentimientos que había manifestado en el gobierno: pues se dice que al perder de vista la ciudad, tendiendo las manos hácia el alcázar, exclamó: «Reina y señora de Atenas, ¿por qué te complaces en tres terribles fieras, la lechuza, el dragon y el pueblo?» y que á los jóvenes que iban á verle y permanecian algun tiempo con él, los retraia de tomar parte en el gobierno, diciéndoles que si al principio se le hubieran mostrado dos caminos, el uno que condujese á la tribuna y á la junta pública, y el otro opuesto á la sepultura, sabiendo ya los males que acompañían al gobierno, los temores, las en vidias, las calumnias y las rencillas, sin detenerse se habria arrojado á la que más presto le condujese á la muerte.
Cuando áun se hallaba en este destierro que hemos dicho, murió Alejandro, y se trató de sublevar de nuevo á los Griegos, mostrándose Leostenes hombre esforzado, y encerrando á Antipatro en Lamia, ante la que corrió un muro; pero Piteas el orador y Calimedonte de Carabis, huyendo de Atenas, abrazaron el partido de Antipatro, y corriendo las ciudades con los amigos y embajadores de éste, impedian á los Griegos el rebelarse y dejarse seducir de los Atenienses. Demóstenes, incorporándose por sí mismo con los embajadores de Atenas, se esforzaba y trabajaba con ellos para que las ciudades se arrojaran sobre los Macedonios y los echaran de la Grecia; y en Arcadia dice Filareo que riñeron y se denostaron Piteas y Demóstenes, hablando en la junta pública el uno por los Macedonios y el otro por los Griegos. Cuéntase haber dicho en esta ocasion Piteas, que así como cuando vemos que se lleva leche de burra á una casa, al instante pensamos que precisamente hay alguna enfermedad, del mismo modo no puede ménos de estar doliente una ciudad á donde llega una embajada de los Atenienses; y que Demóstenes convirtió la comparacion, diciendo que la leche de burra se da para la salud, y tambien los Atenienses buscan con sus embajadas salvar á los enfermos; lo que fué tan del gusto del pueblo de Atenas, que decretó la vuelta de Demóstenes. Escribió el decreto Demon Peaniense, sobrino de Demóstenes, y se le envió una galera á Egina, Desembarcó en el Pireo, y no quedó ni arconte, ni sacerdote, ni nadie que no saliese á recibirle, sino que acudieron todos, y le dieron las mayores muestras de aprecio: diciendo Demetrio de Magnesia, que entonces tendió al cielo las manos y se dió el parabien de aquel dichoso dia; por cuanto su vuelta era más lisonjera que la de Alcibiades, recibiéndole los ciudadanos por movimiento propio, y no violentados de él. Tenía, sin embargo, sobre si la pena pecuniaria, porque no habia facultad para remitir una condenacion; y lo que hicieron fué eludir la ley: porque siendo costumbre en el sacrificio de Júpiter Conservador dar una cantidad a los que componian y adornaban el altar, le dieron este encargo á Demóstenes, graduándole por él cincuenta talentos, que era el importe de la multa.
Mas no gozó por largo tiempo de esta vuelta á la patria; sino que traidas al más infeliz estado las cosas de la Grecia, en el mes llamado Metagitnion fué la batalla de Cranon; en el de Boedromion se puso guarnicion en Muniquia, y en el de Puanepsion murió Demóstenes de esta manera.
Apénas se tuvo noticia de que Antipatro y Cratero se acercaban á Alenas, Demóstenes y los de su partido se salieron de la ciudad, y el pueblo los condenó á muerte, siendo Demades quien escribió el decreto. Esparciéronse por díferentes partes; y Antipatro envió gente que los prendiese; de la que era caudillo Arquías, llamado cazafagilj os. Era este natural de Turio, y se decia que por algun tiempo habia representado tragedias; añadiéndose que Pole de Egina, muy superior á todos en el arte, babia sido su discípulo Arquías, ferniepo pone á Arquías en la lista de los discípulos del orador Lacrito; y Demetrio dice que acudió tambien á la escuela de Anaximenes. Arquías, pues, al orador Hipérides, á Aristónico de Maraton y á Himerao, bermano de Demetrio Falereo, que en Egina se habian refu giado al templo de Ayax, los sacó de allí y los envió á Cleonas á disposicion de Antipatro, y allí se les quitó la vida; diciéndose que además á Hipérides le arrancaron la lengua.
En cuanto á Demóstenes, sabedor Arquías de que se ha.
Ilaba en la isla de Calauria refugiado en el templo de Neptuno, se embarcó en un trasporte con algunos Tracios de los de la guardia, y llegado allá le persuadia á que saliera del asilo, y se fuera con él á la presencia de Antipatro, de quien no tenía que temer ningun duro tratamiento. Hacía la easualidad que Demóstenes habia tenido entre sueños aqueIla misma noche una vision extraña, porque le parecia que estaba compitiendo con Arquías en la representacion de una tragedia, y que sin embargo de hacerlo bien y haber ganado el auditorio, por falta del aparato y coro convenientes era vencido. Hablábale Arquías con la mayor humanidad, y él, volviéndose á mirarlo sentado como estaba: «Ni ántes, oh Arquías, le dijo, me moviste con la representacion, ni ahora tampoco me moverás con las promesas.» Y como irritado Arquías empezase á hacerle amenazas, «ahora hablas, le repuso desde el tripode Macedónico; lo de ántes era representadu: aguardarás un poco mientras escribo algunas letras á los de casa.» Dicho esto, se entro más adentro; y tomando un cuadernito como si fuera á escribir, se llevó á la boca la caña y la mordió, segun lo tenía de costumbre mientras pensaba y escribia: estuvo así algun tiempo, y cubriéndose despues la cabeza, la reclinó. Con este motivo los guardías que estaban á la puerta se burlaban de él, creyendo que tenía miedo, y le trataban de afeminado y cobarde; pero Arquías, llegándose á él, le instaba á que se levantase, y le repetia las mismas expresiones de antes, queriendo hacerle entender que podía tenerse por reconciliado con Antipatro. Conociendo ya entonces Demóstenes que el veneno habia penetrado bien adentro y hacía su efecto, se descubrió, y fijando la vista en Arquías: «Ya podrás apresurarte, le dijo, á representar el papel que hace Creonte en la tragedia, arrojando este cuerpo insepulto; y yo, continuó, oh venerable Neptuno, salgo Lodavía con vida de tu templo; pero de Antipatro y los Macedonios ni siquiera éste ha quedado puro y sin ser atropellado.» Y al decir estas palabras pidió que le sostuvieran, convulso ya y sin poder tenerse: tanto, que al mover el pié para pasar del ara, cayó en el suelo, y lanzando un sollozo espiró.
Ariston dice que tomó el veneno de la caña, como bemos sentado; pero un tal Papio, cuya historia copió Bermipo, escribe que al caer junto al ara, en el cuaderno se encontró escrito este principio de una carta: «Demóstenes á Antipatro,» y nada más; y que maravillánduse todos de una muerte tan súbita, habian referido los Tracios que estaban a la puerta, que tomando el veneno de un trapo, lo puso en la mano, lo acercó á la boca y lo tragó, creyendo ellos que era oro lo que habia tragado; y la sirviente que le asistia, preguntada por Arquías, respondió que hacía tiempo llevaba Demóstenes consigo aquel atado como un amuleto preservativo. Mas el mismo Eratostenes dice que tenía guardado el veneno en una cajita que servia de guarnicion á un brazalete de que usaba. No hay necesidad de seguir las demas variaciones que se hallan en los autores que han escrito de él, que son muchos, y sólo se advertirá que Demócares, deudo de Demóstenes, es de sentir que éste no murió de veneno, sino que por amor y providencia de los Dioses fué arrebatado á la crueldad de los Macedonios con una muerte repentina y exenta de dolores.
Murió el dia 16 del mes Puanepsion, que es el más lúgubre de los de la fiesta de Céres, en el que las mujeres ayunan en honor de la Diosa sin salir de su templo. Túvole al cabo de poco tiempo el pueblo de Atenas en el honor debido, erigiéndole una estatua de bronce, y decretando que al de más edad de su familia se le mantuviese á expensas públicas en el Pritaneo, é hizo grabar en el pedestal de la estatua aquella inscripcion tan sabida: .
Si hubiera en ti, Demóstenes, podido El valor competir con el ingenio, No habria el Macedon mandado en Grecia!
porque los que dicen que el mismo Demóstenes la compuso en Calauria, cuando iba á tomar el veneno, deliran completamente.
Poco antes de haber ido yo á Alenas se dice haber sucedido este caso. Un soldado á quien se hizo proceso por su comandaute, siendo llamado á juicio, puso todo el dinero que llevaba en las manos de la estatua que tenía los dedos juntos unos con otros, y al lado de la cual estaba plantado un plátano muy alto. Cayeron de él muchas bojas, ó porque el viento casualmente las derribara, ó porque el mismo que puso el dinero lo ocultara con ellas: ello es que así estuvo escondido el dinero por largo tiempo.
Cuando volviendo el soldado lo encontró y corrió la voz de este suceso, muchos ingenios tomaron de aquí argumento para defender á Demóstenes de la nota de soborno, y compitieron entre sí, escribiendo epigramas. A Demades, que no gozó largo tiempo de su brillante gloria, la venganza debida á Demóstenes lo llevó á Macedonia á ser justamente castigado por aquellos mismos á quienes habia adulado vilmente; pues si ya ántes les éra odioso, entónces le encontraron envuelto en un reato, del que no habia cómo librarse. Porque se ocuparon cartas suyas por las que instaba á Perdicas á que invadiese la Macedonia y saivara á los Griegos, colgados, decia, de un hilo podrido y viejo, queriendo significar á Antipatro. Estándole acusando de este crimen Dinarco de Corinto, se irritó Casandro de tal manera, que le mató á un hijo en sus propios brazos, y en seguida dió órden de que tambien le quitaran la vida; demostrando con estos grandes infortunios que las primeras víctimas de la infame venta de los traidores son ellos mismos, lo que no habia querido creer, anunciándoselo Demóstenes muchas veces. Aqui tienes, oh Sosio, la vida de Demóstenes, tomada de lo que hemos leido, ó de lo que ha llegado á nuestros oidos.