Las vidas paralelas de Plutarco/Artajerges

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

ARTAJERGES.


El primer Artajerges, distinguido entre todos por su bondad y magnanimidad, se llamó Longimano, porque tenía la mano derecha más grande que la izquierda; fué bijo de Jerges. El segundo, cuya vida escribimos, se llamó Memnon, y nació de hija de aquél; porque fueron cuatro los hijos de Darío y Parisalis: el mayor Artajerges, despues de éste Ciro, y los más jóvenes Ostades y Oxatres.

Ciro lomó del antiguo Ciro el nombre, y aquél se dice que lo tomó del sol, porque los Persas al sol le llamaron Ciro.

Artajorges al principio se llamó Arsicas, aunque Dinon dice que se llamó Oartes; pero sin embargo de que Ctesias en lo general hinchió sus libros de fábulas y patrañas vulgares, no es de creer que ignorase el nombre de un rey en cuya corte habitó, siendo su médico, el de su mujer, su madre y sus hijos.

Tuvo Ciro desde su primera edad un carácter altivo é impetuoso, cuando el otro parecia más dulce en todo y de un genio más bondadoso y apacible. Tomó mujer bella y virtuosa por disposicion de sus padres, y la conservó contra la voluntad de éstos; porque habiendo dado muerte el Rey á un hermano de la misma, determinó darla tambien á ella; pero Arsicas se echó á los piés de la madre, y con sus ruegos y lágrimas alcanzó, aunque no sin dificultad, que ni se la quitara la vida, ni se la separara de su lado.

Amo siempre más la madre á Ciro, y queria que éste reinara, por lo cual habiendo caido enfermo el padre, vino llamado desde el mar, y subió muy esperanzado de que la madre habría negociado el que fuese declarado sucesor del trono; porque tenía para esto Parisalis una razon plausible, de la que ya habia ántes hecho uso el antiguo Jerges, instruido por Demarato, pues decia que á Arsicas lo habia dado á luz cuando Darío su esposo no era sino particular, y á Ciro cuando ya reinaba. Mas sin embargo no fué escuchada, y se declaró por rey al primogénito, mudándole su nombre en el de Artajerges, y á Ciro sátrapa de la Lidia y capitan general de las provincias marítimas.

A poco tiempo de haber muerto Darío, pasó el rey á Pasargada con el objeto de recibir la iniciacion régia de los sacerdotes de Persia. Existe allí el templo de una diosa guerrera que puedo presumirse sea Minerva, y el que ha de ser iniciado debe entrar en él, y deponiendo la estola propia (1), vestirse la que llevaba Ciro el Mayor antes de ser rey, comer pan de higos, tragar terebinto y beberse un vaso de leche aceda. Si además de estas cosas tienen que ejecutar algunas otras, no es dado saberlo á los de afuera. Cuando iba Artajerges á cumplir con ellas, llegó á él Tisafernes, trayendo á su presencia á uno de los sacerdotes que habia sido presidente de la educacion dada á Ciro con los otros jóvenes segun las leyes patrias, y le había enseñallo la magia; por lo cual ninguno habia de haber sentido más que no hubiese sido declarado rey, y de ninguno se debia desconfiar menos para darle crédito, acusando á Ciro. Acusábale, pues, de asechanzas en el templo, y de que tenía meditado mientras el rey se vestia la estola, acometerle y quitarle la vida. Algunos dicen que en virtud de esta denuncia se le prendió; pero otros sos(1) La estola era ropa talar que cubria todo el cuerpo.

tienen que Ciro habia entrado en el templo, y que hallándose escondido, lo descubrió el sacerdote. Cuando ya iba á sufrir la muerte, la madre le tomó en su regazo, le enredó con sus cabellos, juntó con la de él su garganta, y á fuerza de quejas y lamentos le consiguió el perdon, y que fuera enviado otra vez al mar; mas él no contento con aquel mando, ni teniendo en memoria el indulto sino la prision, aspiraba con la ira, más todavia que ántes, á ocupar el reino.

Dicen algunos haberse rebelado al Rey porque lo que le fué dado no le bastaba ni para la cena diaria; pero esto es necedad, pues aun cuando no hubiera otra cosa, estaba la madre, de cuyos bienes podia tomar y disponer cuanto y como quisiese, prestándose la misma á todo. Dan tambien testimonio de su riqueza las muchas tropas que en diferentes puntos mantenia por medio de sus amigos y huéspedes, como dice Jenofonte; pues no los reunia en uno, procurando todavía ocultar sus preparativos, sino que tenía en muchas partes reclutadores bajo diferentes pretextos. Además la madre, que se hallaba en la corte, cuidaba de desvanecer las sospecha del Rey, y el mismo Ciro le escribia respetuosamente, ya para decirle algunas cosas, y ya para darle quejas contra Tisafernes de que tenía emulacion y desavenencias con él. Entraba tambien cierta parte de desidia en el carácter del Rey, que para los más pasaba por bondad; y al principio parece que efectivamente se propuso imitar la mansedumbre del otro Artajerges, su tocayo, mostrándose muy afable en las audiencias, y esmerándose en honrar y hacer gracia á cada uno segun su clase. A los castigos les quitaba todo lo que tenian de infamantes, y en punto á dádivas no ménos placer tenía en hacerlas que en recibirlas, mostrándose en el dar placentero y benigno; y por pequeño que fuese el don, no dejaba de recibirlo con la mejor voluntad: asl, habiéndole presentado un tal Omises una granada de extremada mag nitud, «¡por Mitra, dijo, que este hombre haria pronto de pequeña grande una ciudad, si se le confiase!» En un viaje, unos le llevaban unas cosas y otros otras; y como un pobre menestral que no encontraba qué darle corriese al rio y cogiendo agua en las manos se la trajese, le dió tanto gusto á Artajerges, que le envió una ampolla de oro y mil daricos. Euclides Lacedemonio habló insolentemente contra él, y se contentó con intimarle por medio de un tribuno lo siguiente: «A li te es dado decir de mi cuanto quieras; pero á mí decir y hacer.» En una cacería le avisó Tiribazo de que tenia el sayo descosido, y preguntándole qué haria, le respondió: «Ponerte otro, y darme á mi ese.»» llizolo así Artajerges, diciéndole: «Te le doy; pero no te permito que lo lleves.» Y como él sin hacer caso, porque no era hombre malo, aunque sí algo falto y atolondrado, se hubiese puesto el sayo, adornándose además con dijes de oro mujeriles, que tambien le habia dado el Rey, los cortesanos se mostraron disgustados, porque aquello no debia hacerse; pero el Rey lo tomó á risa, y le dijo: «Te permito llevar los dijes por mujer, y el sayo por loco. En la mesa del Rey no se sentaban sino su madre y su mujer legitima, colocándose la mujer en el asiento inferior y la madre en el superior; pero Artajerges admitia á su misma mesa á sus dos hermanos Ostanes y Oxatres, que eran los dos más jóvenes. Lo que sobre todo dió á los Persas un espectáculo sumamente grato, fué la carroza de la mujer de Artajerges, Estatira, que siempre iba desnuda de todo cortinaje, dando lugar áun á las mujeres más infelices de saludarla y acercársele, con lo que aquel reinado se ganaba el amor de la muchedumbre.

Mas los hombres inquietos y amigos de novedades se daban å entender que los negocios pedian á Ciro, por ser varon magnánimo y guerrero; y que la extension de tan grande imperio necesitaba un rey que tuviera espiritu y ambicion. Ciro asimismo, confiando no menos en los de las provincias altas que en los que tenía cerca de sí, se determinó á la guerra, y escribió á los Lacedemonios implorando su auxilio, y pidiendo le enviasen hombres, á quienes ofrecia dar, si se le presentaban como infantes, caballos; si con caballos, parejas; si Lenian campos, aldeas; si aldeas, ciudades; y que á los soldados no se les contaria el prest, sino que se les mediria. Haciendo además jactancia de su persona, decia que su corazon pesaba más que el de su hermano; que filosofaba más que él; que era mejor mago, y podia beber y aguantar más vino; y que éste de miedo en las cacerías no montaba caballo, ni en la guerra se sentaba en carro con trono. Los Lacedemonios, pues, enviaron la correa (1) á Clearco, dándole órden de estar en todo á la disposicion de Ciro: de resulta de lo cual subió éste hacia la corte con un numeroso ejército de bárbaros, y con poco ménos de trece mil Griegos auxiliares, buscando diferentes achaques y pretextos para haber reunido aquellas fuerzas. No consiguió, sin embargo, deslumbrar por mucho tiempo, porque Tisafernes acudió por sí mismo á avisarlo al Rey, y fué grande la turbacion y alboroto que esto causó en palacio, echándose á Parisatis principalmente la culpa de aquella guerra, y moviéndose muchas sospechas y delaciones contra sus amigos. La que hostigó sobre todo á Parisatis, fué Estatira, quejándose amargamente de la guerra, y clamando: «¿Dónde están ahora aquellas seguridades? ¿dónde aquellos ruegos con que libertaste al insidiador de su hermano, y con que has venido á cercarnos de guerra y de males?» Por esta causa Parisatis concibió el más terrible odio contra Estatira; y como fuese de indole rencorosa y propiamente bárbara en sus iras y en su mala intencion, atentó contra su vida. Dinon dice que esta maldad se verificó durante la guerra, y (1) Modo particular de comunicar órdenes secretas, de que waban los Lacedemonios, descrito en la vida de Lisandro, tomo II, pág. 28.

Ctesias que despues; y como no parece regular que éste ignorase el tiempo, habiendo presenciado los sucesos, ni se ve causa alguna para que sacase de su propia época este hecho y no lo refiriese como habia pasado (aunque muchas veces le sucede que su narracion, convirtiéndose á lo fabuloso y dramático, se aparta de la verdad), aquí tendrá el lugar que éste le ha dado.

Llegáronle á Ciro en la marcha voces y rumores de que el Rey no pensaba en dar batalla desde luego, ni en apresurarse á venir á las manos con él, sino permanecer en Persia hasta que le llegaran las tropas pedidas de todas partes, habiendo hecho abrir un foso de diez piés de ancho y otros tantos de hondo, que corria por la llanura hasta cuatrocientos estadios; y aun no hizo alto en que Ciro entrase dentro de él, y llegase hasta no lejos de la misma Babilonia; pero habiendo tenido Tiribazo resolucion para decir el primero que no era razon evitase el combate, ni que retirándose de la Media, de Babilonia y áun de Susa, se encerrara en la Persia quien tenía multiplicadas fuerzas que el enemigo, y diez mil sátrapas y generales que en prudencia y pericia militar valian más que Ciro, se decidió por que se marchara al combate sin más dilacion. Y cuando de pronto se dejó ver con un ejército de novecientos mil hombres bien equipados, asombró y sobresaltó á los enemigos, que por la nimia confianza y desprecio marchaban en descrden y sin armas; de manera que sólo con gran dificultad y mucha griteria y alboroto pudo traerlos Ciro á formacion. Caminando despues el Rey. con reposo y concierto, causó con aquel buen órden admiracion á los Griegos, que en tanto gentio no esperaban más que gritería confusa, correrías y grande desórden y dispersion. Dispuso tambien con singular acierto colocar contra los Griegos delante de su hueste los más fuertes de sus carros falcados, para que antes de venir á las manos les desordenaran las filas con la violencia de su impulso.

Siendo muchos los que han referido esta batalla, entre los cuales Jenofonte la ha descrito de manera que casi la hace ocurrir á nuestra vista, pintando los sucesos, no como pasados sino como si entónces mismo acontecieseu, y haciendo con la viveza de su expresion sentir al que lee los afectos y los peligros; no sería de escritor prudente ponerse ahora á hacer otra narracion que la de aquellas particularidades dignas de memoria que éste hubiese pasado en silencio. El lugar, pues, donde se dió se llama Cunaxa, y dista de Babilonia quinientos estadios. Propuso Clearco á Ciro antes de la batalla que se colocara á retaguardia de los Griegos, y no expusiera su persona; y se refiere haberle respondido: «¿Qué es lo que dices, Clearco?

Me propones que aspirando al reino me muestre indigno de reinar?»» Erró sin duda Ciro en arrojarse temerariamente á los peligros, y no guardarse de ellos; pero no fué ménos, si es que no fué más grande, el yerro de Clearco en no querer que los Griegos se opusieran de frente al Rey, y en apoyar su derecha sobre el rio para no ser envuelto; pues al que en todo no buscaba más que la seguridad, y toda su atencion la ponia en no sufrir ni el menor descalabro, le era lo mejor haberse quedado en su casa. Pero haber andado armado diez mil estadios sin que negocios propios lo exigiesen, con sólo el objeto de colocar en el trono real á Ciro, y ponerse despues á examinar el lugar y la formacion más á propósilo, no para salvar al caudillo y á aquel en cuyo auxilio era venido, sino para pelear él mismo con menor riesgo é incomodidad, es como si uno por temor de lo presente no hiciera cuenta del objeto principal, ni luviera en consideracion cuál es el fin de un ejército, pues que ninguno de los soldados del Rey habia de haber aguantado el choque de los Griegos: y que rechazados aquellos y ahuyentado ó muerto el Rey, se había de haber logrado que salvo y vencedor reinase Ciro, de los mismos sucesos se deduce con claridad. Por tanto, más de culpar es la nimia precaucion de Clearco que la temeridad de Ciro, en que con éste todo se hubiese perdido; pues si el mismo Rey se hubiera puesto á pensar dónde colocaria los Griegos para recibir de ellos ménos daño, no hubiera encontrado otro sitio mejor que aquel en que estuviesen más léjos de él mismo y de los que con él peleaban, desde el cual él mismo no percibió que era vencido, y Ciro se anticipó á morir antes de sacar ninguna ventaja de la victoria de Clearco. Y no porque Ciro no hubiese conocido qué era lo que convenia, disponiendo que Clearco formara allí en el centro; pero éste con decir que dejara á su cuidado el disponer lo mejor, todo lo desbarató y destruyó.

Porque los Griegos arrollaron á los bárbaros como y cuanto quisieron, y persiguiéndolos, corrieron casi toda la llanura; mas contra Ciro, que llevaba un caballo noble, pero duro de boca y de sobrados alientos, llamado Pasaca, segun dice Ctesias, movió el caudillo de los Cadusios Artaguerses, diciendo á grandes voces: «Oh tú que infamas el glorioso nombre de Ciro, el más injusto y más temerario de los hombres, vienes atrayendo en mal hora á los valientes Griegus contra las riquezas de los Persas, con esperanza de dar muerte á lu señor y tu hermano, que tiene millares de millares de esclavos mejores que tú: pero ahora lo verás, pues antes perderás aquí tu cabeza que puedas ver el rostro del Rey. Dicho esto, le lanzó un dardo, y la coraza resistió firme al golpe, con lo que no llegó á ser herido Ciro, sino sólo conmovido en la silla, porque el golpe fué violento. Al volver Artaguerses el caballo, tiró Ciro contra él, y le acertó, entrando la punta del dardo por el cuello sobre la clavícula. Así casi todos convieuen en que Arlaguerses fué muerto por Ciro; pero por cuanto de la muerte de éste no habló Jenofonte sino llana y brevemente, como que no la presenció, nada parece que se opone á que expresemos con distincion lo que acerca de ella refieren Dipon y Ctesias.

Dice, pues, Dinon que muerto Artaguerses, Ciro acometió denodadamente a los que protegian al Rey, llegando á heririe á éste el caballo; pero pudo salvarse. Proporcionóle Tiribazo que montase otro caballo, diciéndole: «Acuérdate, oh Rey, de este día, porque no es de olvidar;» y otra vez Ciro acosó con su caballo á Artajerges, y le derribó.

Indignóse sobremanera el Rey al tercer encuentro, y diciendo «más vale morir», lanzó un dardo contra Ciro, que temeraria y ciegamente se metia por las saelas enemigas:

tiráronle tambien los que junto al Rey estaban, y cayó Ciro, segun dicen algunos, herido de mano del Rey; segun algunos otros, dándole el golpe mortal uno de Caria, á quien el Rey concedió en premio de esta accion que llevara siempre un gallo de oro sobre una lanza al frente de la hueste en los ejércitos; porque los Persas á los de Caria les llamaban gailos, á causa de los penachos con que adornaban los morriones.

La relacion de Ctesias, procurando abreviar y compendiar mucho en pocas palabras, es como sigue: Ciro, luego que dió muerte á Arlaguerses, dirigió su caballo contra el Rey, y éste el suyo contra él, ambos sin hablar palabra. Anticipóse Arico, amigo de Ciro, á tirar contra el Rey, pero no le hirió. El Rey, haciendo entonces tiro con su lanza, no acertó á Ciro, pero alcanzó y dió. muerte á Salibarzanes, hombre de valor y leal á Ciro. Tirando éste contra aquél, le pasó la coraza y le hirió en el pecho, hasta penetrar la saeta dos dedos, haciéndole el golpe caer del caballo. Desordenáronse con esto y huyeron los que tenía alrededor de sí; y levantándose con muy pocos, de los cuales era uno Ctesias, tomó una altura inmediata, donde respiró. A Ciro mientras acosaba á los enemigos, enardecido su caballo lo llevó á gran distancia, venida ya la noche, desconocido de los enemigos y buscado de los suyos, Eogreido con la victoria y lleno de ardor y osadía, corrió, gritando: «Rendios, miserables.» Repitiólo en lengua per siana mucha veces, y algunos se retiraban adorándole; mas cáesele en esto la tiara de la cabeza, y volviendo contra él un mancebo persa, llamado Mitridates, le hiere con un dardo en una sien junto al ojo, sin saber quién fuese.

Como le corriese mucha sangre de la herida, cayó Ciro desmayado y soporoso, y el caballo dando á huir corria desbocado, cuyos jaeces caidos al suelo recogió el escudero del que hirió á Ciro, bañados todos en sangre. A éste, que con la herida apénas podia dar paso, procuraban unos cuantos eunucos que allí se hallaban subirle en otro caballo y salvarle; mas no estando para ello, y yendo con gran dificultad por su paso, le cogieron por los brazos, y así le llevaban muy pesado ya del cuerpo y cayéndoseles, pero creido de que era vencedor, por oir á los que huian que aclamaban por rey á Ciro y le rogaban los mirase con indulgencia. En esto unos Caunios, hombres de mala vida, miserables, y que por muy poco jornal iban de trabantes en el ejército del Rey, se encontraron mezclados como amigos entre las gentes de Ciro, y no bien hubieron visto las sobreveslas purpúreas, siendo blancas las que usaban todos los del servicio del Rey, conocieron que eran enemigos. Atrevióse, pues, uno de ellos á herir con un dardo á Ciro por la espalda sin conocerle; y rota la vena de la corva cayó Ciro, dando al mismo tiempo con la sien herida sobre una piedra, y falleció. Esta es la narración de Ctesias, con la que, como con una mala navaja, le va matando poco a poco.

Cuando ya habia muerto, acertó á pasar á caballo Artasuras, especulador del Rey, y conociendo á los eunucos que se lamentaban, preguntó al que tenía entre ellos de más confianza: «Dime, Parsica, já quién lloras aquí sentado?» á lo que respondió: «¡No ves, oh Artasuras, á Ciro muerto?» Maravillado Artasuras procuró consolar al eunuco, encargándole la custodia del muerto, y él corrió á Arfajerges. que ya lo daba todo por perdido, y que se hallaba mal parado de sed y de sus heridas, y le dice con regocijo que ha visto muerto á Ciro. Su primer movimiento fué querer ir á verlo por sí, diciendo á Artasuras que lo llevase al sitio; pero como llegasen contínuas noticias y fuese grande el miedo con motivo de que los Griegos seguian el aleance, y todo lo vencian y avasallaban, se tuvo por más conveniente enviar exploradores en mayor número, y se enviaron treinta con hachones. Estaba el Rey á punto de morir de sed, y el eunuco Satibarzanes corria por todas partes buscando qué bebiese, porque el terreno aquel carecia de agua, y no estaba cerca el campamento; mas al fin á costa de mucha diligencia dió de aquellos Caunios miserables con uno que en un odre ruin lenía de agua podrida y de mala calidad hasta unas ocho cotilas (1). Tomóle, pues, y lo trajo al Rey; y habiéndose bebido éste toda el agua, le preguntó si no le habia sabido mal semejante bebida, y él juró por los Dioses que en su vida habia bebido ni vino más dulce, ni agua más delicada y limpia; lanto, que le añadió: «Al hombre que te la ha dado, si buscándole no puedo yo darle la debida recompensa, pediré á los Dioses que le hagan feliz y rico.» Llegaron en este punto los treinta regocijados y alegres, anunciándole su inesperada ventura; y empezando además á cobrar ánimo con el gran número de los que volvian á pasarse á él, bajó del collado rodeado de antorchas. Cuando estuvo junto al cadáver, luégo que, segun una ley de los Persas, se le cortó la mano derecha y la cabeza, separándolas del cuerpo, mandó que le trajesen la cabeza; y cogiéndola por los cabellos, que eran espesos y ensortijados, la mostró a los que todavía dudaban y hujan. Admirábanse éstos y lo adoraban; de manera que en breve reunió unos setenta mil hombres, que regresaron otra vez á (1) La cotila se ha dicho que era medida de líquidos de cabida de medio cuartillo y onza y media.—Vida de Nicias, tomo III.

los reales, siendo los que había llevado á la batalla, segua dice Ctesias, sobre cuatrocientos mil; pero Dinon y Jenofonte refieren haber sido muchos más los que entraron en accion. De muertos dice Ctesias que Artajerges le refirió haber sido nueve mił, y que á él le parece que en todo no bajaron los que perecieron de veinte mil. En esto puede haber duda; pero lo que es una insigne impostura de Ctesias, es decir que él mismo fué enviado á los Griegos con Faleno de Zacinto y algunos otros; porque Jenofonte sabía que Ctesias moraba en la corte del Rey, puesto que hace mencion de él, y es claro que tuvo en las manos sus libros; y si hubiera ido y sido intérprete de las conferencias, no habria dejado de nombrarle cuando nombra á Faleno de Zacinto; y es que siendo Ctesias sumaments ambicioso y no ménos apasionado de los Lacedemonios y de Clearco, siempre deja para sí mismo algunos huecos en la narracion, y cuando se ve en ella, dice muchas y grandes proezas de Clearco y de Lacedemonia.

Despues de la batalla envió los más ricos y preciosos dones al bijo de Artaguerses, muerto á manos de Ciro, y honro magnificamente á Ctesias y á todos los demas. Habiendo hallado al Caunio aquel que le dió el odre, de oscuro y pobre lo hizo ilustre y rico. Se notó cierto estudio hasta en los castigos de los que faltaron; porque á un Medo llamado Arsaces que en la batalla huyó á Ciro, y otra vez se le pasó despues de muerto éste, queriendo en él castigar la timidez y cobardía, y no la traicion ni la maldad, le condenó á que tomando en hombros una ramera desnuda, la paseara así un dia entero por la plaza. A otro que sobre haberse pasado se habia atribuido con falsedad haber muerto á dos enemigos, dispuso que le atravesaran la lengua con tres agujas. Creyendo él mismo, y queriendo que todos creyeran y dijeran que él había sido quien habia muerto á Ciro, á Mitridates que fué el primero en tirar contra Ciro, le envió magníficos dones, encargando á los que habian de entregárselos que le dijesen: «Con estas preseas te premia el Rey por haberle presentado los arreos del caballo de Ciro que te encontraste.» Pidiéndole asimismo recompensa aquel do Caria que dió á Ciro en la pierna la he rida de que murió, previno á los que se la llevaban le dijesen en la propia forma: «Este regalo te lo hace el Rey por segundas albricias, porque el primero fué Artasuras, y despues de él tú le anunciaste la muerte de Ciro.» Mitridates, aunque disgustado, recibió su regalo y nada dijo; pero al miserable Cario le sucedió lo que comunmente padecen los necios, porque deslumbrado con los bienes presentes, pensó que podia subirse á mayores, y desdeñando recibir lo que se le daba como albricias, se mostró ofendido, protestando y grilando que ninguno otro que él habia muerto á Ciro, é injustamente se le privaba de aquella gloria.

Cuando se lo dijeron al Rey, se irritó sobremanera y mandó que le cortasen la cabeza; pero la madre, que se hallaba presente: «No has de ser lú, oh Rey, le dijo, quien se dé con esto por satisfecho respecto de este abominable Cario, sino que de mí recibirá una recompensa digna de lo que ha tenido el arrojo de decir.» Habiéndoselo otorgado el Rey, dió órden Parisatis á los ejecutores de la justicia para que tomando bajo su poder aquel hombre, lo atormentaran por diez dias, y sacándole despues los ojos, le echaran en los oidos bronce derretido hasta que así falleciese.

Al cabo pereció tambien malamente Mitridales de allí á poco tiempo por su indiscrecion; pues convidado á un banquete, al que asistieron los eunucos del Rey y de su madre, se presentó en él engalanado con el vestido y alhajas de oro que aquél le habia dado. Cuando ya estaban cenando, le dijo el eunuco de más valimiento entre los de Parisatis:

Bellísimo es, oh Mitridates, ese vestido que te dió el Rey; bellísimos igualmente los collares y demas adornos; pero más precioso el alfange. ¡Ciertamente que te hizo venturoso y célebre entre todos!» Mitridates, que ya tenía la cabeza caliente: «¿Qué es esto, dijo, oh Esparamixes? De mayores y más preciosos dones de parte del Rey me hice yo digno en aquel dia.» Entónces Esparamixes, sonriéndose:

«Nadie te lo disputa, oh Mitridates, le contestó; pero pues dicen los Griegos que la verdad es compañera del vino, ¿qué cosa tan grande y tan brillante es, amigo mio, encontrarse en el suelo los arreos de un caballo, é ir despues á presentarlos?» Diciendo esto, no porque ignorase lo que habia pasado, sino para hacer se franquease ante los demas que se hallaban presentes, picaba así la vanidad de Mitridates, hablador ya y descomedido con el vino. Así es que, no pudiendo contenerse: «Vosotros, repuso, direis todo lo que querais de arreos y tonterías; lo que yo os aseguro sin rodeos, es que Ciro fué muerto por esta mano, porque no tiré como Artaguerses flojamente y en vano, sino que erré poco del ojo, y acertándole en la sien, y pasándosela, lo derribé al suelo, habiendo muerto de aquella herida.» Todos los demas, poniéndose ya en el fin de aquella conversacion, y viendo la desgraciada suerte de Mitridates, bajaron los ojos á tierra; y el que daba el convite: «Amigo Mitridates, dijo, bebamos ahora y comamos adorando el genio del Rey, y dejemos á un lado razonamientos que son sobre los que pide un banquete.» En seguida refiere el eunuco á Parisatis aquella conversacion, y ésta al Rey, el cual se indignó en gran manera, creyéndose desmentido y que se le hacía perder el más precioso y más dulce fruto de la victoria; porque estaba empeñado en hacer entender á todos los bárbaros y á los Griegos que en los encuentros y choques, dando y recibiendo golpes, él habia sido herido, pero había muerto á Ciro. Mandó, pues, que á Mitridates se le quitara la vida, baciéndole morir enartesado, lo que es en esta forma: tómanse dos artesas hechas de manera que se ajusten exactamente la una á la otra, y tendiendo en una de ellas supino al que ha de ser penado, traen la otra y la adaptan de modo que queden fuera la cabeza, las manos y los piés, dejando cubierto todo lo demas del cuerpo; y en esta dis posicion le dan de comer. Si no quiere, le precisan puozándole en los ojos; despues de comer le dan á beber miel y leche mezcladas, echándoselas en la boca y derramándolas por la cara: vuélvenle despues continuamente al sol de modo que le dé en los ojos, y toda la cara se le cubre de una infinidad de moscas. Como dentro no puede menos de hacer las necesidades de los que comen y beben, de la suciedad y podredumbre de las secreciones se engendran bichos y gusanos que carcomen el cuerpo, tirando á meterse dentro. Porque cuando se ve que el hombre está ya muerto, se quita la artesa de arriba y se halla la carne carcomida, y en las entrañas enjambres de aquellos insectos pegados y cebados en ellas. Consumido de esta manera Mitridates, apénas falleció al decimosétimo dia.

Quedábale á Parisatis otro blanco, que era Mesabates, aquel eunuco del Rey que cortó á Ciro la cabeza y la mano.

No le daba este motivo ni asidero ninguno, y Parisatis discurrió este modo de traerle á sus lazos. Era para todo mu jer astuta, y diestra para el juego de los dados, por lo que ántes de la guerra jugaba muchas veces con el Rey, y despues de ella (1), cuando ya se habian reconciliado, no Be negaba á las demostraciones del Rey, sino que tomaba parte en sus diversiones y era sabedora de sus amores, terciando en ellos y presenciándolos, con el cuidado sobre todo de que conversara y se llegara á Estatira lo menos posible, por aborrecerla más que á nadie, y tambien para poder aparentar que ella era la que gozaba del mayor favor. En una ocasion, pues, en que el Rey estaba alegre y sin qué hacer, lo provocó á jugar la suma de mil daricos:

(1) Desde aquí hasta el fin de este período, todo lo demas falta en el texto que se sigue; pero se halla en otras ediciones y códices manuscritos, y hace falta para el sentido.

echaron los dados, y habiéndose dejado ganar, entregó el dinero. Fingió, sin embargo, sentimiento y gana de continuar, proponiendo que se pusiera á jugar de nuevo, y que fuera lo que se jugase un eunuco. Hicieron el convenio de que cada uno exceptuaria cinco, los que tuviese de mayor confianza, y de los demas el vencedor elegiria, y el vencido habria de entregarlo: bajo de estas condiciones se pusieron á jugar. Dió grande atencion al juego, no omitiendo nada de su parte, y como además le fuesen favorables los lances, ganó y se hizo dueña de Mesabates, porque no era de los exceptuados; y ántes que el Rey pudiera tener sospecha ninguna de su intencion, lo entregó á los ejecutores de la justicia con órden de que lo desollaran vivo; el cuerpo puesto de lado lo amarraron en tres cruces, y la piel la tendieron con separacion en otro palo.Recho esto, el Rey manifestó el mayor pesar, mostrándosele irritado; y ella por burla: «¿Cuán amable y gracioso eres, le decia, si así te dueles por un eunuco viejo y perverso, cuando yo, habiendo perdido mil daricos, callo y aguanto!» Y el Rey, aunque no dejó de sentir el engaño, nada hizo; pero Estatira, que abiertamente la contradecia en todo, hizo tambien con esta ocasion demostraciones de disgusto, no pudiendo sufrir que Parisatis diera muerte injusta y cruel, á causa de Ciro, á los hombres y á los eunucos más feles al Rey.

Habiendo Tisafernes engañado á Clearco y á los demas caudillos, y puéstolos en prision con quebrantamiento de las capitulaciones confirmadas con juramento, dice Ctesias que Clearco le pidió le proporcionase un peine, y que provisto de él se compuso y ordenó el cabello, quedando muy agradecido á aquel favor, por el que le dió un anillo, prenda de amistad, para sus parientes y deudos en Lacedemonia, siendo lo que tenía grabado una danza de Cariátides. Añade que los viveres enviados á Clearco los sustraian y consumian los soldados presos con él, dando á Clearco una parte muy pequeña como si á ellos la debiera; y que él puso en esto remedio, negociando que se enviaran más provisiones á Clearco y que se les dieran con separacion á los soldados; y todo esto lo dispuso y ejecutó por favor y con beneplácito de Parisatis. Como entre estas provisiones se enviase todos los dias á Clearco un jamon, le mostró de qué modo podria poner entre la carne un puñal y enviárselo escondido, rogándole lo ejecutase y que no diera lugar á que su fin pendiera de la crueldad del Rey. Mas él no se prestó á semejante propuesta, y habiendo la madre intercedido con el Rey para que no se diese muerte á Clearco, el Rey se lo otorgó bajo juramento; pero vuelto por Estatira, hizo quitar la vida á todos, fuera de Menon. De resulta de esto dice que Parisatis atentó á la vida de Estatira, preparándole un veneno; cosa poco probable en cuanto á lá causa, pues no parece que Parisatis habia de emprender accion tan atroz, y exponerse por Clearco á los mayores peligros, arrojándose á dar muerte á la mujer le gitima del Rey, madre de los hijos que en comun habian educado para el reino. Pero es bien claro que todo esto está exagerado en obsequio de la memoria de Clearoo; porque dice tambien que muertos los caudillos, todos los demas fueron comidos de perros ó de aves, pero que en cuanto al cadáver de Clearco, levantándose un recio huracan que acumuló un monton de tierra, la trajo sobre él y le cubrió, y que habiéndose plantado allí unas palmas, en breve se formó un maravilloso palmar que hizo sombra á aquel sitio, tanto, que el Rey mismo se mostró muy pesaroso de haber dado muerte á un hombre tan amado de los Dioses como Clearco.

Parisatis, que desde el principio habia mirado con aversion y celos á Estatira, viendo que su poder no nacia sino del respeto y honor on que la tenía el Rey, y que el de ésta tomaba sus quilates y su fuerza del amor y de la confianza, se resolvió a armarle asechanzas, aventurándose, como ella misma lo creia, á todo. Tenia una esclava may fiel y que gozaba de todo su favor, llamada Gigis, de la emal dice Dinon baber sido quien dispuso el veneno; y Clesias, que sólo fué sabedora involuntariamente. Al que dió el veneno, éste le llama Belitara, y Dinon, Melanta. A pesar de sus antiguas sospechas y disensiones, habian empezado otra vez á visitarse y á cenar juntas, comiendo, aunque con recelo y precaucion, de los mismos platos preparados por las mismas personas. Hay en Persia una ave pequeña que no hace ninguna secrecion, sino que en lo interior toda es gordura; por lo que se cree que se mantiene del viento y del rocío, y su nombre es Rustaces. Dice, pues, Clesías que Parisatis trinchó una de estas aves con un cuchillo untado por el un lado con el veneno, con lo que quedó notada una parte del ave, y que comió ella la parte intacta y pura, alargando á Estatira la que estaba inficionada. Dinon dice que no fué Parisatis, sino Melanta quien trinchó el ave, poniendo la carne envenenada al lado de Estatira. Como ésta hubiese muerto con grandes dolores y convulsiones, ella misma conoció la maldad, y el Rey no pudo menos de concebir sospechas contra la madre, mayormente sabiendo su indole feroz implacable. Por tanto, aplicándose al punto á hacer indagaciones, prendió y atormentó á los sirvientes y superintendentes de la mesa de la madre; y por lo que hace á Gigis, Parisatis la tuvo mucho tiempo consigo en su habitacion, sin querer entregarla al Rey, que la reclamó; pero como más adelante bubiese pedido que la dejara ir una noche á su casa, el Rey lo llegó á entender, puso quien la acechase y prendiese, y la condenó á muerte. La pena que en Persia se da, segun la ley, á los envenenadores es la siguiente: tienen una piedra ancha sobre la que ponen la cabeza del criminal, y con otra piedra se la machacan y muelen hasta quedar deshechas la cara y la cabeza; y esta fué la muerte que tuvo Gigis. A Parisatis no le dijo ó hizo Artajerges otro mal que enviarla con su voluntad á Babilonia, diciendo que miéntras ésta estuviese alif, no veria aquella ciudad. Tales fueron y así pasaron las cosas domésticas.

Queria el Rey y hacía esfuerzos por apoderarse de todos los Griegos que habían subido á la Persia, como habia vencido á Ciro y había conservado el reino; pero no habiéndolo conseguido, y ántes habiéndose ellos salvado por si mismos, puede decirse que desde la corte, no obstante haber perdido á Ciro y todos sus caudillos, lo que éstos hicieron fué descubrir y revelar lo que era el imperio de la Persia y las fuerzas del Rey, reducido todo á mucho oro, lujo y mujeres, y en lo demas orgullo y vanidad; eon lo que toda la Grecia se tranquilizó y despreció á los bárbaros, y áun á los Lacedemonios les pareció cosa intolerable no sacar de su servidumbre á los Griegos habitantes del Asia, y no poner término á sus insolencias. Haciéndoles, pues, la guerra, primero bajo el mando de Timbron y despues de Dercilidas, sin hacer nada digno de mentarse, la encargaron al rey Agesilao. Pasó éste con sus naves al Asia, ydesplegando al punto singular actividad, alcanzó un ilustre nombre; venció de poder á poder á Tisafermes, y sublevó las ciudades. En vista de esto, meditando Artajerges sobre el modo de hacer la guerra, envió á la Grecia á Hermócra, tes de Rodas con cantidad de oro y órden de regalar y corromper a los demagogos de más influjo en las ciudades, á fiu de llevar la guerra griega sobre Lacedemonia. Hizolo así Hermócrates, logrando que se rebelaran las ciudades más principales; y habiéndose puesto tambien en movimiento el Peloponeso, los magistrados llamaron del Asia á Agesilao. Así se refiere que al retirarse de aquella region, dijo á sus amigos que había sido expelido del Asía por el Rey con treinta mil arqueros, porque el sello de la moneda persiana es un arquero ó sagitario.

Echó tambien del mar á los Lacedemonios, valiéndose para caudillo de Conon el Ateniense. con Farnabazo; por—: que Conon despues del combate naval de Egospótamos se estacionó en Chipre, no para consultar á su seguridad, aino esperando, como en el mar cambio del viento, así mudanza en los negocios. Viendo, pues, que sus ideas necesitaban de poder, y que el poder del Rey necesitaba de un hombre capaz, envió una carta á éste sobre lo que meditaba, previniendo al portador que la entregara por medio de Zenon de Creta ó de Policrito médico; y si éstos no se ballasen presentes, por medio de Clesias, tambien médico.

Reflérese que Ctesias fué el que recibió la carta, y á lo que Conon escribia añadió, que le enviara á Ctesias porque le sería útil para las empresas de mar; pero Ctesias dice que el Rey de movimiento propio le confió este encargo. Mas como despues de la victoria naval que alcanzó en Gnido por medio de farnabazo y de Conon, hubiese despojado á los Lacedemonios del imperio del mar, puso de su parte á la Grecia toda, basta el punto de dictar á los Griegos aquella tan nombrada paz que se llamó la paz de Antalcidas. El esparciata Antalcidas era hijo de Leonte, y trabajando en favor del Rey, negoció que todas las ciudades griegas del Asia y las islas con ella confinantes le serian tributarias, debiendo permitirlo así los Lacedemonios en virtud de la paz ajustada con los Griegos, si es que puede llamarse paz una mengua y traicion que trajo á la Grecia á un estado más ignominioso que el que tuvo jamás por término guerra ninguna.

Por tanto, babiendo abominado siempre Artajerges de todos los Esparciatas, teniéndolos, como dico Dinon, por los hombres más impudentes, á Antalcidas cuando subió á la Persia le hizo los mayores agasajos; y en una ocasion, tomando una corona de flores y mojándola en un ungüento preciosísimo, la envió desde la mesa á Antalcidas, maravillándose todos de tan extraordinario obsequio. Ahora, él era hombre muy sujeto á dejarse corromper del lujo y admitir semejante corona, cuando en Persia habia remedado por nota á Leonidas y Calicratidas. Y si Agesilao, segun parece, al que dijo: «¡Desdichada Grecia, cuando los Lacecedemonios medizans le respondió: «Nada de eso, sino cuando los Medos laconizan;» la gracia de este chiste no quitó la vergüenza y mengua del hecho, pues ello fué que perdieron el principado por haber combatido mal en Leuctras, y ántes habia sido ya mancillada la gloria de Esparta con aquel tratado. Mientras Esparta conservó la primacía, tuvo Artajerges á Antalcidas por su huésped, y le llamaba su amigo; pero despues que vencidos en Leuctras decayeron de su altura, y que por falta de medios enviaron á Agesilao al Egipto, subió Antalcidas á la Persia á pedir á Artajerges socorriese á los Lacedemonios; y éste de tal modo lo desdeño, le desatendió y le arrojó de sí, que hubo de volverse; y afligido con el escarnio de los enemigos y el temor á los Eforos, se dejó morir de hambre. Subieron tambien á solicitar el auxilio del Rey Ismenias y Pelopidas despues que habia vencido en la batalla de Leuctras; pero éste nada hizo que pudiera parecer indecoroso: Ismenias, babiéndosele mandado que adorase, dejó caer el anillo del dedo, y bajándose á cogerlo, paso por que habia adorado.

A Timagoras Ateniense, que por medio de Beluris, su escribiente, le dirigió un billete reservado, alegre de haberle recibido, le envió dioz mil daricos, y porque hallándose enfermo necesitaba tomar leche de vacas, hizo que le siguieran en el viaje ochenta vacas de leche. Mandóle además un lecho con su estrado, y hombres que lo armaran, por creer que los Griegos no sabrian; y portadores que le eondujesen en litera hasta el mar, hallándose delicado.

Cuando ya hubo arribado, le envió una cena tan suntuosa, que Ostanes, el hermano del Rey, le dijo: «Acuérdate, Timagoras, de esta mesa, porque no se le envia tan magnificamente adornada con ligero motivo;» lo que más era estímulo para una traicion que recuerdo para el agradecimiento. En fin, los Atenienses condenaron á muerte á Timagoras por causa de soborno.

En una cosa dió gusto Artajerges á los Griegos por tantas con que los habia mortificado; y fué en dar muerte á Tisafernes, que les era el más enemigo y contrario, y se la dió por sospechas que contra él le hizo concebir Parisatis; pues no le duró mucho al Rey el enojo, sino que luego se reconcilió con su madre y la envió á llamar, haciéndose cargo de que tenía talento y un ánimo digno del tróno, y de que ya no mediaba causa ninguna por la que hubieran de recelar disgustarse viviendo juntos. Desde entonces, conduciéndose en todo á gusto del Rey, y no mostrándose displicente por nada que biciese, adquirió con él el mayor poder, alcanzando cuanto queria; y esto mismo la puso en estado de observar que el Rey estaba apasionadamente enamorado de Atosa, una de sus hijas, aunque por respeto á la madre ocultaba y reprimia esta pasion, como dicen alganos, no obstante que tenía ya trato secreto con aquella jóven. No bien lo hubo rastreado Parisatis, cuando empezó a hacerle mayores demostraciones que antes, y á Artajerges le ponderaba su belleza y sus costumbres como propiamente régias y dignas del más alto lugar. Persuadióle por fin que se casase con aquella doncella y la declarase su legitima mujer, no haciendo caso de las opiniones y leyes de los Griegos, pues para los Persas él habia sido puesto por Dios como ley y norma de lo torpe y de lo honesto. Todavía añaden algunos, de cuyo número es Heráclides de Cumas, que Artajerges se casó tambien con su otra hija Amestris, de la que hablaremos más adelante. A Atosa la amó el padre con lal extremo despues del matrimonio, que habiéndosele plagado el cuerpo de hérpes, no se apartó de su amor por esta causa ni lo más mínimo, y solo hizo plegarias por ella á Juno; la adoró sola entre los Dioses, llegando á tocar con las manos la tierra, é hizo que los sátrapas y sus amigos le enviaran tantas ofrendas, que i ARTAJERGES.

277 el espacio que média entre el templo y el palacio, que es de diez y seis estadios, estaba lleno de oro, plata, púrpura y pedrería.

Habiendo movide guerra á los Egipcios por medio de farnabazo é lficrates, la salió desgraciadamente á causa de haberse éstos indispuesto entre sí. A los Cadusios la hizo por sí mismo con trescientos mil infantes y diez mil cabalos; pero habiendo invadido un país áspero y nebuloso, falto de los frutos que provienen de la siembra, y que solo da para el sustento peras, manzanas y otras frutas silvestres á unos hombres belicosos é iracundos, no advirtió que iba á verse rodeado de las mayores privaciones y peligros, porque no encontraban nada que comer, ni había modo de introducirlo de otra parte. Mantenianse solamente con las acémilas, de manera que una cabeza de asno apénas se encontraba por sesenta dracmas. La cena régia desapareció, y eran muy pocos los caballos que quedaban, habiéndose consumido los demas. En esta situacion Tiribazo, que por su valor muchas veces ocupaba el primer lugar, otras muchas era retirado por su vanidad, y entónces se hallaba en desgracia y puesto en olvido, fué el que salvó ai Rey y al ejército. Porque siendo dos los reyes de los Cadusios, y estando acampados aparte, se presentó á Artajerges, y dándole parte de lo que pensaba ejecutar, se fué él en persona á ver á uno de los Cadusios, y al otro envió a su hijo. Cada uno engañó al suyo, diciéndole que el otro iba á enviar embajadores á Artajerges para negociar con él paz y alianza; por tanto, que si tenía juicio, de convenía llegar él el primero, para lo que le auxiliaria en todo. Diéronles crédito ambos, y procurando cada cual anticiparse, el uno envió embajadores á Tiribazo y el otro á su hijo. Como hubiese habido alguna detencion, ya se levantaban sospechas y acusaciones contra Tiribazo, y el mismo Rey empezaba á mirarle mal, arrepintiéndose de baberse fiado de él, y dejando campo abierto á sus enemi.

gos para calumniarle. Mas cuando se presentaron, de una parte Tiribazo y de otra su hijo con los Cadusios, y extendiéndose los tratados se asentó la paz con ambos reyes, entonces alcanzó Tiribazo los mayores honores, é hizo la retirada al lado del Rey, el cual hizo ver en esta ocasion á todos que la pusilanimidad y delicadeza no nacen del lujo y del regalo, como cree el vulgo, sino de un natural viciado y pervertido que se deja arrastrar de erradas opiniones. Porque ni el oro, ni la púrpura, ni todo el aparato y magnífico equipaje de doce mil talentos que seguia siempre á la persona del Rey, le preservó de sufrir trabajos é incomodidades como otro cualquiera; sino que con su aljaba colgada, y llevando él mismo su escudo, marchaba el primero por caminos montuosos y ásperos, dejando el caballo, con lo que daba ligereza y aliviaba la fatiga á los demas, viendo su buen ánimo y su aguante; porque cada dia hacía una marcha de doscientos ó más estadios.

Habiendo llegado a un palacio real, que en un país escuelo y desnudo de árboles tenią jardines maravillosos y magolicamente adornados, como hiciese frio, permitió á los soldados que cortaran leña en el jardin, achando al suelo árboles, sin perdonar ni al alerce ni al cipres. No se atrevian por su grandor y belleza, y entonces tomando él mismo la segur, cortó el más alto y más hermoso de aquellos árboles. Con esto ya los soldados hicieron leña, y encendiendo muchas lumbradas pasaron bien la noche. Con todo, la vuelta fué perdiendo muchos hombres, y puede decirse que todos los caballos. Pareciéndole que por aquel reves y por haberse desgraciado la expedicion se le tenía en ménos, concibió sospechas contra las personas más principa les, y si á muchos quitó la vida por enojo, á muchos más por miedo; porque el temor es muy mortífero en el despotismo, así como no hay nada tan benigno, suave y confiado como el valor. Por tanto, áun en las fieras, las intratables é indómilas son las medrosas y.timidas; pero las nobles y generosas, siendo más confiadas por su mismo valor, no se burlan á los halagos.

Siendo ya anciano Artajerges, entendió que sus hijos ante sus amigos y ante los magnates lenían contienda 30bre el trono; porque los más juiciosos deseaban que como él mismo había recibido por primogenitura el reino, así lo dejara á Dario; pero Oco, el menor de todos, que era de espíritu fogoso y violento, tenía en el mismo palacio no pocos partidarios, y esperaba ganar al padre principalmente por Alosa, porque la obsequiaba para tomarla por mujer, y que reinara con él despues de la muerte del padre; y áun corrian rumores de que en vida de éste tenía trato en secreto con ella; pero de esto no supo nada Artajerges. Queriendo, pues, quitar cuanto antes toda esperanza á Oco, precaver tambien que arrojándose á seguir el ejemplo de Ciro, el reino se envolviese en guerras y contiendas, designó por rey á Darío, que se hallaba en la edad de cincuenta años (1), y le concedió llevar enhiesta la que llamaban Cidaris. Era ley de Persia que el designado pedía una gracia, y el designante había de otorgar la que se pidiese, como fuese posible; y Dario pidió á Aspasia, mujer muy estimada antes de Ciro, y contada entonces entre las concubinas del Rey. Era Aspasia de Focea en la Jonia, bija de padres libres y educada con particular esmero: presentáronsela á Ciro con otras mujeres estando cenando, y las demas habiendo tomado asiento, como Ciro arrimándose á ellas usase de chanzas y de chistes, no se mostraban desdeñosas; pero aquella se estuvo callada al lado del escaño, y llamándola Ciro no obedeció. Querian los camareros conducirla; pero «tendrá que sentir, dijo ella, cualquiera que venga á echarme mano;» con lo que por los circunstantes fué calificada de ingrata é incivil. Mas Ciro se holg (1) Es probable que hay yerro en este número; porque más adelante se llama jóven á Darío; pero se ignora cuál era su veriadera edad.

de ello, y echándose á reir, dijo al que habia presentado aquellas mujeres: «¿Cómo hasta ahora no habias advertido que entre todas ésta sola me traias libre é intacta?»» Y desde entonces comenzó á obsequiarla y á preferirla á todas, llamándola sábia. Quedó cautiva, cuando muerto Ciro fué saqueado su campamento.

Con haberla pedido Darío causó disgusto al padre, porque los celos de los bárbaros en lo relativo á placeres son terribles; tanto, que no sólo el que se arrima y toca á una concubina del Rey, sino áun el que se adelanta y pasa cuando es conducida en carruaje, incurre en pena de muerte. Teniendo, pues, á Atosa, a la que arrastrado del amor había hecho su mujer contra ley, y manteniendo trescientas y setenta concubinas de extremada belleza; sin embargo, á la demanda de ésta respondió que era libre, y dió órden de que la tomase, queriendo ella; pero que contra su voluntad no se la obligase. Llamóse, pues, á Aspasia, y como, contra lo que el Rey esperaba, hubiese preferido á Darío, la dió estrechado de la precision de la ley; pero de allí á poco se la quito, porque la nombró sacerdotisa de Diana la, de Ecbatana, llamada Anaitis, para que viviera en castidad el resto de su vida, creyendo tomar con esto del hijo una venganza no dura y grave, sino llevadera y mezclada en cierto modo con una burla; pero éste no la llevó con serenidad, ó porque estuviese enamorado de Aspasia, ó porque se juzgase afrentado y escarnecido del padre. Percibió esta disposicion suya Tiribazo, y todavía lo exasperó más, juntando con la ofensa de éste las suyas, que eran por este órden. Teniendo el Rey muchas hijas, prometió dar Aspasia por mujer á Farnabazo; Rodoguna á Orontes, y á Tiribazo Amestris. A los otros les dió sus prometidas; pero faltó á la palabra á Tiribazo, casándose él mismo con Amestris, y en su lugar desposó con Tiribazo á Atosa segunda; y como se hubiese casado tambien con ésta, enamorado de ella, del todo se desazonó y enemistó con él Tiribazo, que ya de suyo no era de índole sosegada, sino inconsecuente y atolondrado. Por tanto, honrado unas veces entre los primeros, y otras perseguido y desechado con ignominis, ninguna de estas mudanzas las llevaba con cordura, sino que en la elevacion era insolente, y cuando se le reprimia, no se mostraba modesto y contenido, sino iracundo y soberbio.

Era, pues, Tiribazo fuego sobre fuego, estando siempre inflamando á aquel jóven con decirle que la Cidaris puesta sobre la cabeza de nada servia á los que la llevaban, si no trabajaban por dar buena direccion á los negocios; y que sería por tanto muy necio, si intentando de una parte prevenirle en ellos el hermano con el favor del serrallo, y teniendo de otra el padre un genio lan caprichudo é incons tante, creyese que le era ya segura y cierta la sucesion; y que no era lo mismo no salir Oco con su intento, que quedar él privado del reino; porque Oco podia muy bien vivir feliz como hombre privado, pero á él, designado ya rey, le era preciso, ó reinar ó no existir. Por lo comun sucede aquello de Sófocles:

La persuasion del mal ligera corre; porque es muy fácil y en pendiente la marcha á lo que se quiere, y los más de los hombres apetecen lo malo porque no tienen experiencia y conocimiento de lo bueno.

Aquí además el esplendor del mando y el temor de Darío á Oco, le dieron un grande asidero á Tiribazo; y quizá no dejó de tener parte de culpa Cipria á causa de lo ocurrido con Aspasia.

Entregóse, pues, enteramente á Tiribazo, y cuando ya eran muchos los rebeldes, un eunuco descubrió al Rey la conjuracion y el modo, estando plenamente informado de que tenian resuelto entrar aquella noche y matarle en el lecho. Oido por Artajerges, le pareció cosa fuerte desalender tan grave peligro, no dando valor á la denuncia; pero áun le pareció más fuerte y terrible el darlo por cierto sin ninguna prueba. Tomó, pues, este partido: al eunuco le mandó que estuviera sobre ellos y los siguiese; y él hizo que en el dormitorio abrieran agujero en la pared que esLaba á espaldas del lecho, y poniéndole puertas, cubrió éstas con un tapiz. Llegada la hora, y avisado por el eunuco del momento de la ejecucion, se estuvo en el lecho, y no se levantó de él hasta haber visto los rostros de los agresores y conocidolos bien. Cuando vió que desen vainaban las espadas y se encaminaban en su busca, levantó sin diJacion el tapiz y se retiró á la cámara inmediata cerrando con estrépito las puertas. Vistos por él los matadores sin que hubiesen podido ejecutar su hecho, dieron á huir por la puerta por donde entraron, y decian á Tiribazo que escapara, pues que habian sido descubiertos, y los demas se dispersaron y huyeron; pero Tiribazo iba á ser preso, y dando muerte á muchos de los guardias, con dificultad acabaron con él herido de un dardo arrojado de lejos. Para Darío, que fué preso con sus hijos, convocó Artajerges los jueces régios, no hallándose él presente, sino haciendo que otros le acusaran, y dando órden de que los dependientes escribieran el dictámen de cada uno, y se lo llevaran. Votaron todos con uniformidad, condenándole á muerte, y los ministros lo pasaron á la pieza próxima. Llainado el verdugo, vino prevenido del cuchillo con que se cortaba la cabeza á los sentenciados; pero al ver á Darío se quedó pasmado y se retiró mirando á la puerta, y manifestando que no podia ni se atrevia á poner mano en el Rey: gritábanle y amenazábanle en tanto desde afuera los jueces, con lo que volvió, y tomando á Dario con la otra mano por los cabellos, y acercándolo á sí, con el cuchillo le cortó el cuello. Dicen algunos que estuvo el Rey presente al juicio, y que Darío cuando se vió convencido con las pruebas, postrándose en el suelo, rogó y suplicó: pero aquél, levantándose encendido en ira, sacó el puñal y lo hirió basta quitarle la vida. Añaden que despues paso á palacio, y adorando al sol, dijo: «Retiraos alegres, oh Persas, y anunciad á los demas que el grande Oromaces ha dado el debido castigo á los que habian meditade crimenes tan atroces y nefandos.» ARTAJERGES.

Este fin tuvo aquella conjuracion. Con esto Oco se alentó en sus esperanzas fomentado por Alosa; mas con todo áun le inspiraban miedo, de los legitimos, Ariaspes, que era el que quedaba, y de los espurios, Arsames; porque en quanto á Ariaspes, deseaban los Persas que reinase, no tanto porque era mayor que Oco, como por su condicion benigna, sencilla y humana; y Arsames, además de tener talento, no se le ocultaba á Oco que gozaba de la predileccion del padre. Insidió, pues, á entrambos, y siendo hombre tan propio para un engaño como para un asesinato, usó de la crueldad de su carácter contra Arsames, y de su maldad y ruindad contra Ariaspes. Envió, pues, á éste varios eunucos y amigos del Rey que continuamente le estuviesen anunciando amenazas y expresiones terribles del padre, como que tenía resuelto quitarle la vida cruel é ignomi niosamente. Dándole, pues, á entender cada dia que le participaban estos secretos, y diciéndole unas veces que el peligro no era próximo, y otras que no faltaba nada para que el Rey pusiera por obra su designio, de tal manera le abatieron, y fué tanto su aburrimiento y au confu.sion sobre lo que haria, que preparó un veneno mortal, y tomándole, se quitó la vida. Cuando el Rey supo el género de muerte de Ariaspes, le lloró, y sospechó la causa; pero no se resolvió por la vejez á inquirir y proceder sobre ella, y con esto áun se acrecentó su amor á Arsames, notándose que de él principalmente se fiaba, haciéndole su confidente; por lo cual Oco no dilató sus proyectos, sino que echando mano de Harpates, hijo de Tiribazo, por mano de éste le dieron muerte. Eran ya entonces con la vejez muy pocas las fuerzas de Artajerges, y sobreviniéndole en este estado el pesar de la muerte de Arsames, no pudo ni por momentos tolerarle; sino que al punto de dolor y abatimiento se le apagó lo poco que le quedaba de espiritu, habiendo vivido noventa y cuatro años y reinado sesenta y dos. Contribuyó no poco á que tuviera opinion de benigno y morigerado su hijo Oco, que sobrepujó á todos en flereza y crueldad.

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