Las vidas paralelas de Plutarco/Arato

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

ARATO.


Temiendo á mi entender, oh Policrates, el filósofo Crisipo la sensible aplicacion de cierto proverbio antiguo, no lo escribió como él es en sí, sino como á él le parecia que estaria mejor, diciendo:

¿Quién del padre mejor hace el elogio Que los hijos honrados y dichosos?

Pero Dionisiodoro de Trecene lo censura, y pone el proverbio verdadero, que es así:

¿Quién del padre mejor hace el elogio Que los astrosos é infelices hijos?

Y dice que el proverbio es hecho para tapar la boca a los que no valiendo nada por sí, se adornan con las virtudes de algunos de sus antepasados, y se dilatan en sus alabanzas. Mas para aquel á quien le cabe una generos:

indole adquirida de los padres, segun expresion de Pindaro, como tú que procuras asemejar la vida a los domésticos ejemplos, sería lo más provechoso estar tontinua—mente oyendo ó diciendo algun loor de los hombres ilustres de su linaje; pues no por falta de virtudes propias enb PLUTARCO. LAS VIDAS PARALELASsalza entonces la gloria de las alabanzas ajenas, sino que haciendo un cuerpo de sus hazañas y las de éstos, los celebra como autores de su linaje y de su conducta. Este es el molivo de haberte enviado la Vida que he escrito de Arato, tu conciudadano y tu progenitor, del que tú no desdices, ni en la gloria propia ni en el uso del poder; no porque tú no hayas trabajado desde el principio por conocer con la mayor puntualidad sus hechos, sino con el objeto de que tus hijos Polícrates y Pitocles se formen sobre los ejemplares domésticos, ora oyendo y ora leyendo lo que deben imitar, por cuanto no es de quien ama la virtud, sino de quien está enamorado de sí mismo, el tenerse siempre por mejor que los otros.

La ciudad de Sicione, habiendo perdido su pura y dórica aristocracia, cayó, como cuando la armonía se desconcierta, en las sediciones y competencias de los demagogos, y no dejó de andar doliente é inquieta sin hacer más que mudar de tiranos, hasta que dada muerte á Cleon, eligieron por primeros magistrados á Timóclidas y Clinias, varones los más aventajados en gloria y poder entre aqueBos ciudadanos. Cuando parecia que ya el gobierno había tomado alguna consistencia, murió Timóclidas; y Abántidas, hijo de Paseas, que meditaba usurpar la tiranía, dió muerte á Clinias, y de sus amigos y deudos á unos los desterró y á otros los dió muerte. Hacía asimismo diligencias por quitar la vida á Arato su hijo, que quedaba de edad de siete años; pero este niño, escabulléndose entre los demas que huian y andando por la ciudad errante y medroso, destituido de todo amparo, sin que él supiese cómo, se eniró en casa de una mujer, hermana de Abántidas y casada con Profanto, hermano de Clinías, llamada Soso. Esta, naturalmente de indole generosa, y creyendo además que algun Dios habia llevado aquel niño á guarecerse en su casa, lo oculto en ella, y despues á la noche lo envió cautelosamente á Argos.

Habiéndose de esta manera salvado y evitado el peligro Arato, muy desde luego se le infundió y fué creciendo en él un odio el más ardiente y violento contra los tiranos.

Recibió en Argos de los huéspedes y amigos paternos una educacion liberal; y viendo él mismo que su cuerpo adquiria lalla y robustez, se dedicó á los ejercicios de la palestra, de tal modo que habiendo lidiado los cinco certámenes, alcanzó las cinco coronas. Descúbrese en sus mismos retratos un cierto aire allético, y lo grave y regio de su semblante no alcanza á desmentir que fuese tragon y bebedor. Quizá por esto mismo atendió al estudió de la elocuencia ménos de lo que convenia á un hombre de estado, aunque no dejaba de ser más elegante que lo que han juzgado algunos por los comentarios que de él nos han quedado escritos de priesa y con los nombres vulgares, en medio de los negocios y segun estos ocurrian. Más adelante Dinias y Aristóteles el dialéctico á Abántidas, que acostumbraba asistir en la plaza á sus conferencias, tomando parte en ellas, luego que le vieron cebado en este estudio, le armaron asechanzas y le quitaron la vida. A Paseas el padre de Abántidas le dió alevosamente muerte Nicocles, y se alzó él mismo con la lirania. Dicese de él que era en su semblante sumamente parecido á Periandro el hijo de Cipselo, al modo que á Alcmeon el de Anflarao el persa Orontes, y á Hector un joven Lacedemonio, de quien reflere Mirsilio que fué paleado y muerto de este modo por la muchedumbre que le estaba viendo, luego que advirtieron la semejanza.

ARATO.

Tuvo Nicocles cuatro meses de tiranía, en los que habiendo causado á la ciudad infinitos males, estuvo en muy poco que no la perdiese por las asechanzas de los Etolios; y siendo ya mocito Arato, se hizo desde entonces expectable por su ilustre origen y por su ánimo, que no aparecia apocado ó desidioso, sino antes resuelto sobre su edad y templado al mismo tiempo con un proceder circunspecto y seguro. Por tanto, los desterrados, en él principalmente tenian puesta la vista; y el mismo Nicocles no desatendia sus operaciones, sino que se veia bien claro que estaba en acecto y observacion de sus intentos, pero sin temer una determinacion semejante ni una empresa tan arriesgada; y sí solo sospechaba que podia andar en tratos con los reyes que habian sido huóspedes y amigos de su padre.

Y en verdad que Arato intentó seguir este camino, pero como Antígono, que le habia hecho ofertas, se descuidase de cumplirlas, dando largas, y las esperanzas del Egipto y de Tolomeo las considerase remotas, se resolvió á destruir por sí mismo al tirano.

Los primeros á quienes comunicó su pensamientos fueron Aristómaco y Ecdelo, de los cuales aquél era uno de los desterrados de Sicione, y Ecdelo Arcade de Megalópolis, hombre dado á la filosofía, activo, y que en Atenas habia sido discipulo del académico Arquelao, Habiéndolo es tos adoptado con ardor, trató con los demas desterrados, de los cuales sólo algunos, avorgonzándose de abandonar la esperanza, se decidieron á tomar parte en la empresa; pero los más procuraron disuadir de ella á Arato, pareciéndoles que su arrojo provenia de inexperiencia en los negocios. Proponiase éste ocupar primero algun punto del país de Sicione, desde donde emprediese bacer la guerra al tirano; pero en esto vino á Argos un Sicionio que se había fugado de la cárcel, el cual era hermano de Jenocles, uno de los desterrados. Presentado por Jenocles á Arato, le enteró del paraje de la muralla por donde subiendo á ella se habia salvado, diciendo que por adentro casi era llano, aunque pegado á lerrenos pedregosos y altos; y que por afuera no era tal que no se alcanzase á él con escalas.

Luego que lo oyó Arato, envió con Jenocles á dos de sus esclavos, Senta y Tecnon, á reconocer la muralla, determi+ nado, si le era posible ejecutarlo por sorpresa y corriendo de una vez el peligro, á aventurarlo todo cuanto antes, esclavos en la plaza, uno tomando coronas, otro comprando lámparas, y otro hablando con aquellas mujerzuelas que suelen tocar y bailar entre los brindis de los festines; con lo que engañó completamente á los espías, pues al ver estas prevenciones se decian unos á otros: «En verdad que no hay cosa más medrosa que un tirano, pues que Nicocles, estando enseñoreado de una ciudad tan poderosa, y disponiendo de tantas fuerzas, teme á un mozo que consume en placeres y solaces continuos los recursos que tiene para pasar su destierro.

Engañados de esta manera se retiraron, y Arato despues de comer salió al punto de la ciudad; se reunió junto á la torre de Polignoto con los soldados, y conduciéndolos á Nemea, descubrió allí á la muchedumbre su designio. Aizoles en primer lugar ofertas y exhortaciones, y dándoles por seña Apolo diestro, se encaminó á la ciudad, acelerando unas veces y acortando otras el paso, segun que la luna lo permitía, aprovechándose de su luz en el camino; y cuando iba á ponerse llegó al huerto inmediato al muro. Aqui Callsias le salió al encuentro, no babiendo podido asegurar los perros, porque habian dado á correr, aunque si habia encerrado al hortelano. Desmayaron con esto los más, y le proponian que desistiese; pero Arato los sosegó, diciéndoles que se retiraria si veian que los perros les oponian un grande estorbo. Despachó delante al mismo tiempo á los que conducian las escalas, al frente de los cuales iban Ecdelo y Moasiteo; y él seguia á paso lento á tiempo que ya los perros ladraban y perseguian á la partida de Ecdelo; pero estos, sin embargo, llegaron al muro y arrimaron sin inconveniente las escalas. Al subir los primeros, el que bacía la ronda de la madrugada acertó á pasar con la campanilla, y eran muchas las luces y el ruido de los que le acompañaban. Con todo, ellos cosiéndose así como estaban con las escalas, de éstos se ocultaron fácilmente; pero viniendo luego la otra ronda de la parte opuesta, estuvieron en el mayor peligro. Mas luego que ésta tambien pasó y se libraron del riesgo, subieron á la muralla los primeros Muasiteo y Ecdelo, y tomando por uno y otro lado del muro las calles, enviaron á Tecnon en busca de Arato para prevenirle que acelerara la venida.

Era corta la distancia que había del huerto á la muralla y á la torre, en la que estaba de centinela un perro grande de los de caza. Este, pues, no sintió la escalada, bien porque fuese naturalmente tardo de oide, ó bien porque estuviese cansado del día anterior; pero excitado desde abajo por los perrillos del hortelano, dió al principio unos ladridos sordos y oscuros; arreciólos más cuando pasaron, y al eabo de poco atronaba con sus ladridos toda la comarca; de manera que los de la guardia que estaban á la otra parte preguntaron á gritos al que cuidaba del perro por qué ladraba éste con tanta furia, y si habia ocurrido novedad; pero él respondió desde la torre que nada habia que pudiera dar cuidado, sino que el perro sin duda se habia alborotado con las luces y con el ruido de la campanilla de los que habian hecho la ronda. Dió esto grande aliento á los soldados de Arato, por creer que este hombre les hacia espalds, siendo sabedor de la empresa, y que habria en la ciudad otros muchos que les ayudarian en ella. Mas áun así era bien peligrosa la situacion de los que asallaban la muralla, y la operacion se dilataba, ora por romperse las escalas si no subian uno á uno, ora porque la oportunidad se pasaba, cantando ya los gallos, y no faltando nada para que vinieran á la plaza los que traian del campo cosas que vender. Por lo tanto, el mismo Arato se apresuró á subir, habiendo sido en todo unos cuarenta los que subieron ántes que él; y esperando á que subieran todavía muy pocos más de los que quedaban abajo, se encaminó á casa del tirano y al principal, porque allí dormian los de tropa extranjera. Cayendo de improviso sobre ellos, y prendiéndolos á todos, sin dar muerte á ninguno, envió al punto á sus amigos quien los llamara é hiciera venir de sus casas; y acudiendo éstos de todas partes, ya en tanto habia venido el dia y el teatro se ballaba lleno de gentes, pendientes to dos de la voz incierta que corria, sin que nadie supiese eon seguridad lo que pasaba, hasta que se presentó un heraldo diciendo que Arato, hijo de Clinias, llamaba á los ciudadanos á la libertad.

Entonces, creyendo que era llegado lo que esperaban tanto tiempo habia, corrieron en tropel å las puertas de la casa del tirano para pegarles fuego. Levantóse tan grande llamarada que se dejó ver desde Corinto cuando ya ardió la casa; y admirados los Corintios estuvieron para correr á dar auxilio. Nicocles pudo escapar oculto por ciertas cuevas y salir de la ciudad; y los soldados apagando con los Sicionios el fuego, saquearon la casa, lo que no sólo no estorbo Arato, sino que puso á discrecion de los Sicionios todos los demas bienes de los tiranos. Nadie murió ó salió berido, ni de los invasores ni de los enemigos, sina que la fortuna conservó pura y limpia de sangre vil esta empresa. Restituyó á los desterrados, tanto a los que lo habian sido por Nicocles, que eran ochenta, como á los que lo fueron por los anteriores tiranos, que no bajaban de quinientos, y habian andado por largo tiempo errantes, algunos por cincuenta años. Volviendo los más sumamente pobres, quisieron recobrar los bienes de que antes habian sido dueños; y echándose sobre sus posesiones y sus casas, pusieron en grande perplejidad á Arato, por ver que á su ciudad de la parte de afuera se le armaban asechanzas y era mirada con envidia de Antigono, á causa de la libertad; y que de la parte de adentro se ardia en disensiones é inquietudes. Así que, tomando el mejor partido que las circunstancias permitian, la unió á la liga de los Aqueos; y como eran Dorios, no repugnaron admitir el nombre y gobierno de éstos, que entonces ni tenian grande esplendor ni mucho poder, pues eran ciudades pequeñas, y no sólo no poseian un terreno fértil y rico, sino que habitaban además sobre un mar desprovisto de puertos que por lo comun sólo con escollos y rocas Locaba al continente. Aun así éstos hicieron ver con la mayor claridad que el vigoroso poder de la Grecia es invencible, siempre que en ella haya union y concordia, y tenga la felicidad de lograr un prudente caudillo; pues que no siendo, como quien dice, más que una parte muy pequeña de aquellos antiguos Griegos, y no componiendo entre todos las fuerzas de una sola ciudad de consideracion, con la buena direccion y concordie y con sujetarse á no tener envidia al que entre ellos sobresalia en virtud, obedeciéndole y ejecutando sus órdenes, no sólo conservaron su libertad en medio de tantas y tao poderosas ciudades y tiranías, sino aun pudieron libertar y salvar á la mayor parte de los otros Griegos.

Era Arato en todo su porte un perfecto hombre de Estado; magnánímo, más diligente para las cosas públicas que para las suyas propias, implacable enemigo de los tiranos, y tal, por fin, que sólo el bien público decidia de sus odios y de sus amistades. Así, no tanto era amigo diligente y estable, como enemigo indulgente y de benigna condicion, pasando por la república de un estado á otro segun lo pedían las circunstancias; de manera que á una voz decian een entera uniformidad las naciones, las ciudades, las juntas y los teatros no conocérsele ptro amor ni otra pasion que la de lo honesto y justo. Para la guerra y los combates no puede dudarse que era irresoluto y desconfiado, así pomo el más avisado para manejar con reserva los negocios, y para sorprender mañosamente á las ciudades y á los tiranos. De modo que habiendo venido al cabo de muchos intentos que debian tenerse por desesperados, con atreverse á ellos, no fueron ménos al parecer los que siendo posibles dejó de emprender por nimia precaucion. Pues no sólo hay ciertos animales cuya vista obra en lo oscuro, y á la luz del dia se ciega, por la sequedad y delgadez del humor de sus ojos que no sufre la concurrencia de la luz, sino que entre los hombres hay tambien talentos é ingenios que en las cosas claras, y como quien dice pregonadas, pierden fácilmente la serenidad, y en las empresas reservadas y ocultas proceden con seguridad y decision; siendo causa de esta anomalia la falta de criterio filosófico en aquellas buenas indoles que llevan la virtud como fruto natural y espontáneo sin ciencia ni cultivo, lo que se demostraria mejor con ejemplos.

Arato, despues que incorporó su persona y su ciudad en la liga de los Aqueos, se hizo apreciar de los magistrados, militando en la caballería, por su subordinacion y obediencia; pues con haber puesto en la sociedad partes tan principales como su propia gloria y el poder de su patría, se preslo siempre á servir como cualquiera ciudadano particular bajo las órdenes del que ejercia la autoridad entre los Aqueos, ora fuese Dimeo, ora Tritense, ó de otra ciudad más pequeña. Trajéronle tambien de parte del rey Tolomeo en donativo la cantidad de veinticinco talentos: tomólos el mismo Arato, y en seguida los entregó á sus conciudadanos pobres, ya para otros objetos, ya para rescatar los cautivos.

Estaban los desterrados implacables, incomodando sin cesar á los que poseian sus bienes; y como la ciudad se hallase muy expuesta á una sedicion, no viendo esperanza sino en la amistad y humanidad de Tolomeo, emprendió un viaje de mar para rogar á este rey le facilitase algunas cantidades con que poder conseguir una transaccion. Dió, pues, la vela de Metone sobre Malea, creyendo hacer con suma presteza la travesía; pero cediendo el piloto á un viento recio y al grande oleaje que se levantó en el mar, con dificultad pudo llegar y tomar puerto en Adria, que á la sazon era enemiga, porque estaba dominada de Antigono que tenia en ella guarnicion. Apresuróse, pues, á huir, y dejando la nave se apartó léjos del mar, no llevando consigo más que á uno sólo de sus amigos llamado Timantes.

Meliéronse en un sitio rodeado de maleza, donde tuvieron una mala noche, y en lanto ya se habia presentado el comandante de la guardia, buscando á Arato; pero la familia le engañó, estando prevenida que dijese que al punto habia huido embarcándose para la Eubea. Los efectos que conducia la nave y los esclavos los declaró por de enemigos, y la ocupó. No se pasaron muchos dias cuando estando Arato en el mayer apuro, le trajo la suerte una nave romana que fué á dar al sitio donde acudía, unas veces á atalayar, y otras á guarecerse. Hacía esta nave viaje á la Siria, y embarcándose en ella, persuadió al capitan á que lo condujese hasta la Caria. Condújole, y otra vez corrió no pequeños peligros en el mar: de la Caria tuvo una larga navegacion al Egipto, donde se avistó con el Rey, que le miraba con inclinacion por haberle obsequiado con pinturas y tablas de la Grecia, de las que juzgaba Arato con bastante inteligencia; y recogiendo y adquiriendo contínuamente las más acabadas y primorosas, especialmente de mano de Pánfilo y Melanto, se las enviaba.

Porque florecia aún la gloria del primor y de la buena pintura sicionia, como que era la única en que no se habia alterado lo bello; tanto, que aquel tan admirado Apeles se trasladó á Sicione y compró en un talento el poder vivir con aquellos ciudadanos, reconociéndose más bien necesitado de participar de su gloria que de su arte. Por tanto, habiéndo quitado Arato, luego que libertó á esta ciudad, todos los retratos de los tiranos, en cuanto al de Aristralo, que vivió en la era de Filipo, estuvo indeciso mucho tiempo; porque fué pintado Arístrato por todos los de la escuela de Melanto al lado de un carro que conducia una victoria, habiendo puesto tambien la mano Apeles en aquella pintura, segun refiere el geógrafo Polemon. Era obra muy para mirada, hasta tal punto que el mismo Arato se doblaba ya por consideracion al arte; pero arrebatado otra vez de su odio á los tiranos, por fin dió órden de que tambien se destruyese. Entonces se cuenta que el pintor Nealces, amigo de Arato, le suplicó y lloró; y como no lo moviese, le dijo que estaba bien hiciera la guerra á los tiranos, pero no á cuanto les tocase: «dejemos, pues, continuo, el carro y la victoria, que en cuanto á Arístrato yo te daré el gusto de que se retire del cuadro.» Dado por Arato el permiso, borró Nealces la figura de Arístrato, y en su lugar solo pintó una palma, sin atreverse á poner ninguna otra cosa; y se refiere que del Arístrato borrado quedaron los piés confundidos bajo el carro. Era, pues, tenido en estimacion Arato por la causa que hemos dicho, y cuando se le conació de cerca, aun ganó en la intimidad del Rey, de quien recibió el donativo de ciento cincuenta talentos.

De éstos trajo consigo desde luego cuarenta al Peloponesoy haciendo partidas de los restantes, se los fué enviando despues el Rey poco a poco.

á Fué cosa grande, sin duda, proporcionar á los ciudadanos una suma tan crecida de dinero, que una parte pequeña de ella alcanzada de los reyes por otros generales ó demagogos, bastó para impelerlos á cometer injusticias, bacer bajezas y entregar sus patrias; pero fué mucho mayor la transaccion y concordia que por medio de aquel dinero se negocio de los pobres para con los ricos, y la salvacion y seguridad que resultó para todo el pueblo. Mas tambien fué admirable la moderacion de este insigne varon en tan gran poder, porque habiendo sido nombrado árbitro pacificador y dueño él solo para todos los negocios y depen'dencias de los desterrados, no lo consintió, sino que él mismo se agregó otros quince ciudadanos, con los cuales á costa de gran trabajo y de muchas diligencias consiguió establecer y afirmar entre los ciudadanos la paz y amistad, por los cuales méritos no sólo le tributó los correspondientes honores la universalidad de los ciudadanos, sino que separadamente los desterrados le erigieron una estatua de bronce, grabando estos versos alegíacos:

Tus consejos, desvelos y trabajos, Y por la Grecia tus ilustres hechos, En las columnas de Hércules resuenan.

Nosotros á este suelo restituidos, Ok Arato, á los Dioses salvadores Tu bienhechora imágen consagrames, De tu virtud en grato testimonio, Porque á tu patria los divinos bienes De la igualdad y la concordia diste.

Hechos por Arato estos tan señalados servicios, púsose por ellos fuera de la envidia que de sus coneiudadanos padiera venirle; pero el rey Antigono, inquieto á causa de él, y queriendo ó atraerle del todo á su amistad, ó calumniarle en el ánimo de Tolomec, le hizo otros obsequios que él no admitia gustoso, y habiendo sacrificado á los Dioses en Corinto, envió á Arato parte de las víctimas á Sicione; y en la cena, siendo muchos los convidados, habló de este modo en medio de ellos: «Yo estaba en el concepto de que ese jóven Sicionio sólo era por indole liberal y amante de sas ciudadanos; pero parece que es tambien un exeelente juez de la conducta y de los intereses de los reyes, porque ántes me miraba con indiferencia, y poniendo fuera de aquí sus esperanzas, admiraba la riqueza egipcia al oir hablar de elefantes, escuadras y palacios; pero ahora bebiendo visto por dentro todas estas cosas, que no son más que faraa y aparato, enteramente se ha unido á mi. Tómole, pues, bajo mi proteccion con resolucion de valerme de él para todo, y deseo que vosotros le tengais por amigo..

Tomando pié de esta conversacion los malignos y los envidiosos, anduvieron á competencia para escribir á Tolomeo mil infamias contra Arato, hasta el punto de que este Rey le envió las quejas. ¡Tal era la envidia y perversidad que acompañaba á estas amistades tan disputadas y tan parecidas á las competencias amorosas de los reyes y los liranos!

Elegido por primera vez Arato general de los Aqueos, talo la Locride y la Calidonia vecinas; y habiendo de dar auxilio á los Beocios con diez mil hombres, no llegó á tiempo á la batalla en que éstos fueron junto á Queronea vencidos por los Etolios con muerte del beotarca Abeocrito y de mil Beocios más con él. Siendo general otra vez un año despues, tomó por su cuenta el proyecto del Acrocorinto, no para promover los intereses de los Sicionios ni de los Aqueos, sino con el objeto y la mira de arrojar de allí una tiranía comun á toda la Grecia en la guarnicion que tenian los Macedonios; porque si Cares el Ateniense, habiendo ganado una batalla contra los generales del gran Rey, escribió al pueblo de Atenas que habia alcanzado una victoria hermana de la de Maraton, no andaria errado el que á esta accion la apellidara hermana de la destruccion de la tiranía por Pelópidas Tebano y Trasíbulo Ateniense; y áun se aventaja á esta en no haber sido contra Griegos, sino para desterrar una dominacion dura y extranjera. Porque el istmo que separa los dos mares junta y enlaza en aquel lugar este nuestro continente; pero el Acrocorinto, monte elevado que se levanta del medio de la Grecia, cuando admite guarnicion se interpone y corta todo el país dentro del istmo al trato, al comercio, á las expediciones, y á toda negociacion por tierra y por mar; haciendo dueño único de todo esto al que allí manda, y con su guarnicion domina el territorio. Así parece que no por juego, sino con mucha verdad, llamó Filipo el Joven á la ciudad de Corinto grillos de la Grecia. Era, por tanto, para todos este lugar objeto de codícia y de disputa; pero más especialmente para los reyes y potentados.

El ánsia, pues, de Antígono por poseerle áun se dejaba atras los amores más furiosos, trayéndole en contínua solicitud para ver cómo con algun engaño se le arrebataria á los que de él eran dueños, ya que el usar de medios directos estaba fuera de toda esperanza. Muerto, pues, por él mismo con hierbas, segun se cree, Alejandro, que era el que entonces le ocupaba, como Nicea su mujer se hubiese apoderado de los negocios y tuviese en custodia el Acrocorinto, al punto envió á ella solapadamente á su hijo Demetrio, y dándole dulces esperanzas de casar con un rey, y de tener á su lado á un jóven apreciable, siendo ella de más edad, de este modo la sedujo valiéndose del hijo como de un cebo. Mas viendo que no por esto abandonaba aquel importante punto, sino que lo guardaba siempre con cuidado, haciendo como que no le interesaba, sacrificó por sus bodas en Corinto, dió espectáculos, tuvo convites cada dia como pudiera hacerlo el que más relajara su ánimo con juegos y entretenimientos entre placeres y obsequios.

Cuando le pareció tiempo, habiendo de cantar Amebeo en el teatro, acompañó él mismo á Nicea, que era conducida al espectáculo en una litera régiamente adornada, alegre y contenta con aquellas honras, y muy distante de lo que iba á suceder. Llegados que fueron al punto donde se toma la vuelta para el monte, le dijo que se adelantasen al teatro, y dejándose de Amebeo y de la celebridad de la boda, Be encamina al Acrocorinto más aprisa de lo que su edad requería; y encontrando cerrada la puerta, la hiere con su vara, mandando que le abran, y los de adentro le abren pasmados y sorprendidos. Apoderado de este modo de aquel puesto, no pudo irse á la mano, sino que con el gozo se puso por juego á beber en los cantones y en la plaza entre las tañedoras, adornado con coronas las sienes; y un hombre ya anciano y tan experimentado en las mudanzas de fortuna se entregó á francachelas, dando la diestra y abrazando á cuantos encontraba: ¡de tal manera conmueve y saca de quicío el ánimo, aún más que el pesar y el temor, la alegría que no es moderada por la razon!

Antígono, apoderado como hemos dicho del Acrocarinto, le custodiaba por medio de aquellos en quienes tenta más confianza, habiendo dado la comandancia á Perseo el filósofo. Arato en vida de Alejandro tenía ya entre manos el ocuparle; pero habiendo hecho los Aqueos alianza con Alejandro, desistió del intento, mas entonces volvió de nuevo á la empresa con esta ocasion. Habia en Corinto cuatro hermanos, Siroe de origen, de los cuales uno llamado Diocles servía á sueldo en la guarnicion. Robaron los otros tres el tesoro del Rey, y pasando á Sicione fueron á dar con el cambista Egias, que era el mismo de quien para sus negocios se valia Arato. Depositaron desdo luego alguna parte de aquel dinero, y lo restante Ergino, uno de ellos, yendo y viniendo lo cambió poco a poco. Hizo de resultas amistad con Egias, y traido por éste á la conversacion de la guardia del Acrocorinto, le dijo que subiendo una vez á ver al bermano á lo más escarpado, habia descubierto una senda oblícua que conducia á un punto donde el muro del fuerte era sumamente bajo. Empezó con esto Egias á chancearse con él y á decirle: Conque, amigo, por tan poco dinero os habeis indispuesto con el Rey, pudiendo ganar en una hora eola inmenso caudal? ¿Pues qué, así los salteadores come los traidores, si son aprehendidos, no tienen que morir una vez?» Riose Ergino, y sólo contestó por entonces que tantearia á Biocles, porque de los otros hermanos no se fiaba tanto; pero volviendo de alli á pocos dias, convino en que conduciria á Arato á un sitio donde el muro no tenía más que quince piés de alto, y á todo lo demas ayudaria con Diocles.

Prometió Arato darle sesenta talentos si se lograba la empresa; y si ésta se desgraciaba, pero salía con ellos salvo, á cada uno de los dos casa y un talento. Mas siendo preciso depositar el dinero en Egias, y no teniéndole ai queriendo tomarle á logro, por no dar motivo á otros de comprender su designio, cogió su vajilla de plata y todos los arreos de oro de su mujer, y los empeñó á Egías por aquella suma. Era tal su magnanimidad, y tan ardiente su amor á las acciones loables, que sabiendo haber sido Timox y Epaminondas de todos los Griegos los que mayor opinion de justos se habian granjeado por haberse negado á admitir grandes dones, y no haber sacrificado al dinero lo honesto, no se detuvo en gastar secretamente en objetos en que él sólo peligraba por todos los ciudadanos, los cuales ni siquiera tenian noticia de lo que emprendia. Porque ¿quién no admirará y no tomará interes áun ahora en la elevacion de ánimo de un hombre que con tan crecida suma compraba el mayor peligro, y empeñaba las que se tienen por más preciosas alhajas para meterse de noche entre los enemigos y poner á riesgo su vida, no teniendo de aquellos á quienes favorecia más prenda que la esperanza de una accion honesta sin ningun otro premio?

La empresa, que de suyo era arriesgada, la hizo más peligrosa lodavía una equivocacion que se padeció á los primeros pasos; porque Tecnon el esclavo de Arato fué enviado á que con Diocles se hiciera cargo del sitio, y él nunca antes se habia visto personalmente con Diocles, sino que habia formado idea de su figura por las señas que Ergino le habia dado, teniéndole por de cabello encrespado, moreno y todavía imberbe. Yendo, pues, al lugar aplazado, esperó á Ergino que habia de acudir con Diocles á las inmediaciones de la ciudad, poco más acá del sitio llamado Ornis. En esto el hermano mayor de Ergino y Diocles, llamado Dionisio, que nada sabla de aquel designio, ni era por Lanto del secreto, pero que se parecia á Diocles, acertó á pasar casualmente por allí. Tecnon, guiado de la semejanza al conocimiento de las señas, le preguntó si tenía alguna relacion con Ergino; y como respondiese que era bermano, enteramente se persuadió Tecnon de que hablaba con Diocles; y sin preguntarle el nombre ni esperar á más pruebas, le da la diestra, le habla de lo tratado con Ergino, y le hace preguntas. El llevando adelante la equivocacion con sagacidad, conviene en todo, y volviendo a la ciudad se lo lleva consigo en conversacion, sin que pudiera caer en sospecha. Cuando ya estaban cerca, y apénas faltaba otra cosa que el que le echaran mano á Tecnon, quiso la buena suerte que se apareciese allí Ergino; y habiéndose penetrado de la equivocacion y del peligro, por señas previno á Tecnon que hayera, y encaminándose ambos á casa de Arato, por piés pudieroa salvarse. Mas no por eso cedió éste en sus esperanzas, sino que inmediatamente envió á Ergino con dinero para que lo entregara á Dionisio, y le encargara el secreto. Bizolo así Ergino, y se vino despues á casa de Aralo, trayendo á Dionisio consigo. Luego que allí le tuvieron, ya no le dejaron de la mano, sino que lo aprisionaron y lo pusieron en buena custodia, dedicándose á tomar las convenientes disposiciones para la ejecucion de su proyecto.

Cuando ya todo estuvo á punto, mandó que las demas fuerzas pasaran la noche sobre las armas; y tomando consigo cuatrocientos hombres escogidos, que á excepcion de muy pocos, ignoraban tambien qué era lo que iba á hacerse, los condujo á las puertas de la ciudad por la parte del templo de Juno. Estábase en medio de la estacion del estio y en el plenilunio, y la noche era despejada y clara; de manera que de miedo reservaba lo posible las armas que resplandecian al reflejo de la luna, no fuera que no pudiesen ocuitarse á la guardia. Cuando ya los primeros estaban cerca, se levantó del mar una nubecilla, que corriéndose, ocupó la ciudad y los contornos haciendo que quedaran en sombra. Allí los demas se sentaron y quitaron los zapatos, porque los piés desnudos ni hacen mucho ruido, ni se resbalan subiendo por las escalas; y Ergino llevó consigo siete jóvenes vestidos como de camino, y acercándose sin ser visto á la puerta, dió muerte al portero y á los de la guar dia. Al mismo tiempo se pusieron las escalas, y dando priesa Arato á cien hombres para que subiesen, y órden á los demas para que los siguiesen como pudieran, retiró luego las escalas, y por la ciudad se fué corriendo con aquellos mismos ciento hácia el alcázar, muy alegre con no haber sido sentido, y dándose ya el parabien de la victoria. Estando todavía léjos, vino hácia ellos con luoz una ronda de cuatro hombres, de la que no fueron vistos, porque todavía estaban dentro de la sombra de la luna, miéntras ellos la veian acercarse por su frente. Ocultándosepues, entre algunas paredes y en las esquinas de las caHles, se ponen en asechanza contra aquellos hombres; y logran dar muerte á tres de ellos; pero el cuarto, herido de una cuchillada en la cabeza, huyó gritando que estaban dentro los enemigos. De alli á poco hicieron ya señal las trompetas, y toda la ciudad se puso en pié para ver lo que era. Llenáronse los cantones de gente que corria, y se veian brillar muchas luces, unas abajo, y otras tambien á la parte de arriba en el alcázar, discurriendo por todo alrededor una confusa gritería.

En esto Arato, empeñado en su marcha, seguia hacia la eminencia torpemente y con dificultad al principio, no teniendo certeza y andando á tiento por perderse y oscurecerse el sendero entre los derrumbaderos, y por no conducir á la muralla sino por muchos rodeos y revueltas. Fué cosa maravillosa cómo en este momento la luna disipó las nubes, segun se dice, y tomó por su cuenta alumbrar en lo más escabroso del camino, hasta que llegó á la muralla por la parte que convenia, y aquf otra vez se encubrió y oscureció volviendo las nubes. Los soldados de Arato que habian quedado á la puerta junto al templo de Juno, que eran trescientos hombres, luego que penetraron en la ciudad, agitada del mayor tumulto é invadida por todas partes, como no pudiesen encontrar la misma senda ni dar con la huella de la marcha que aquél llevaba, se apiñaron y resguardaron en una revuelta escondida de la roca, y alli aguantaron llenos de disgusto y cuidado. Porque ofendidos y combatidos Arato y los suyos desde el alcázar, descendia hasta lo bajo aquel rumor de los que pelean, y resonaba la vocería repetida por la repercursion de las montañas, sin que pudiera saberse dónde tenía su origen.

Mientras así dudaban á qué parte deberian volverse, Arquelao, comandante de las tropas del Rey, que tenía muchos soldados á sus órdenes, subió con griteria y trompetas á acometer á Arato, y pasó más allá de los trescientos. Saliendo éstos entónces como de una emboscada, cargan sobre él y dan muerte á los primeros que alcanzan; y amedrentando á los demas y al mismo Arquelao, los obligan á retirarse y los persiguen hasta que se dispersan y disipan por la ciudad. Cuando éstos acababan de ser vencidos, llegó Ergino de parte de los que arriba combatian, anunciando que Arato estaba en reñida lid con los enemigos, que se defendian con valor, siendo terrible la contienda junto á la muralla, y que necesitaba de pronto auxilio. Pidiéroule ellos que los guiara al punto, y á la llegada con la voz se hicieron conocer, alentando á los amigos mientras la luna hacía que las armas pareciesen á los enemigos más de los que eran, por lo largo de la marcha, así como lo estrepitoso de la noche hacia pensar que el rumor provenia de mucho mayor número de hombres. Finalmente, combatiendo todos juntos rechazaron á los enemigos, se bicieron dueños del alcázar y tomaron la guarnicion cuando empezaba á rayar el alba, viniendo luego el sol á ilustrar su obra. De Sicione acudieron las restantes fuerzas de Arato, recibiéndolas en la puerta los Corintios con la mejor voluntad, y aprehendiendo entre unos y otros á los soldados del Rey.

Cuando pareció que todo estaba ya asegurado, bajó del alcázar al teatro, al que acudia inmenso gentio con deseo de verle y de oir el razonamiento que baria á los Corintios.

Colocando, pues, á uno y otro lado al tránsito á los Aqueos, salió al medio de la escena, puesta la corona y muy demudado el semblante con la fatiga y falta de sueño; de manera que la arrogancia y alegria del ánimo quedaban abogadas bajo el quebranto del cuerpo. Como al presentarse todos se deshiciesen en aplausos, pasando la lanza á la mano derecha, y doblando un poco la rodilla y el cuerpo, permaneció así inclinado largo rato recibiendo los parabienes y las aclamaciones de aquella muchedumbre que alababa su virlud y ponderaba su fortuna. Luego que cesaron y quedaron tranquilos, rehaciéndose, les tuvo acerca de los Aqueos un discurso muy propio del suceso, persuadiendo á los Corintios que se hicieran Aqueos, y les entregó las llaves de las puertas, entónces. por primera vez puestas en sus manos desde el tiempo de Filipo. De los generales de Antígono, á Arquelao que se le sometió lo dejó ir libre; pero quitó la vida á Teofrasto que no quiso rendirse. Perseo, perdido el alcázar, pudo huirse á Cencris, y se refiere que más adelante en una disputa, al que propuso que sólo el sabio le parecía que era general: «A fe, le respondió, que de los dogmas de Zenon éste era el que antes me agradaba más; pero ahora he mudado de dictámen, adiestrado por un mozuelo de Sicione.» Esto es lo que dicen de Perseo los más de los historiadores.

Arato redujo inmediatamente á su poder el Hereo y el Lesqueo (1), haciéndose además dueño de veinticinco naves de las del Rey y de quinientos caballos; y en almoneda vendió cuatrocientos Siros. Los Aqueos guardaron el Aerocorinto con cuatrocientos infantes y cincuenta perros con otros tantos cazadores que mantenian dentro del fuerte.

Los Romanos, admirados, llamaron á Filopemen el último de los Griegos, como si entre éstos nada se hubiese hecho de bueno despues de él; pero yo por mí diría que de las hazañas griegas esta fué la novísima y última, comparable, (1) El templo de Juno y el puerto. ora se mire á la osadía, ora á la felicidad del éxito, con las más ilustres y señaladas, como los sucesos no tardaron en comprobarlo. Porque los de Megara, deserlándo del partido de Antigono, se unieron con Aralo; y los de Trecene con los de Epidauro se incorporaron con los Aqueos. Abriendo él la primera salida acometió al Alica, y pasando á Salamina, la laló usando de las fuerzas de los Aqueos, como si las hubiera sacado de una cárcel para todo cuanto queria. Restituyó á los Atenienses los hombres libres sin rescale, dándoles este principio y motivo de defeccion. Hizo á Tolomeo aliado de los Aqueos, dándole el mando para la guerra, así por tierra como por mar. Era tan grande su poder entre los Aqueos, que ya que no fuese permitido ser general todos los años, lo elegian un año sin otro, y en la realidad y en la opinion siempre tenía el mando; por ver que ni riqueza, ni gloria, ni la amistad con los reyes, ni eli bien particular de su patria, y, en fin, que ninguna olra cosa, anteponia al aumento y prosperidad de la liga de los Aqueos; porque creia que siendo débiles las ciudades cada una de por sí, se salvaban unas con olras enlazadas con el vínculo de la utilidad comun; y al modo que en los cuerpos los miembros viven y respiran por la juntura de unos con otros, y cuando se separan y desunen se sigue la gangrena y la corrupcion, así tambien las ciudades son destruidas y arruinadas por los que dividen sus intereses, y se aumentan y crecen unas con otras cuando siendo partes de un todo grande, es una misma la razon que los gobierna.

Como viese que los pueblos principales entre los circunvecinos gozaban de independencia, incomodado con que loa Argivos estuviesen esclavizados, armó asechanzas para quitar del medio á su tirano Aristómaco, queriendo de una parte remunerar á la ciudad con la libertad por la educaeion allí recibida, y de otra agregarla á los Aqueos. Encontráronse algunos que se resolvian á ello, al frente de los cuales se hallaban Esquilo y Carimenes el adivino; pero no tenian espadas, ni cómo adquirirlas, estando impuestas graves penas por el tirano á los tenedores. Dispúsoles, pues, Arato en Corinto algunos alfanges cortos, y escondiéndolos en unas enjalmas, puso éstas á unas acémilas que iban cargadas de efectos de poco valor, y así los envió á Argos. Admitió el adivino Carímenes á un hombre para la empresa; y llevándolo mal Esquilo y los de su bando, quisieron ejecularla por sí solos, descartándose de Carimenes; pero entendiéndolo éste, llevado de enojo los denunció en el momento de ir á poner manos en el tirano. Por fortuna, los más pudieron aún prevenir la denuncia, y buyendo de la plaza se salvaron en Corinto. Pasado poco tiempo fué muerto Aristómaco por sus esclavos, pero se apresuró á apoderarse de la autoridad Aristipo, tirano más aborrecible todavía que aquél. Arato entonces, echando mano de cuantos Aqueos allí habia en edad proporcionada, fué á toda prisa en socorro de la ciudad, creyendo hallar dispuestos y preparados á los Argivos. Pero estando los más de ellos contentos por la costumbre con la esclavitud, como nadie acudiese á él, se retiró dejando contra los Aqueos el cargo de que en plena paz habian hecho la guerra, sobre lo que se les puso pleito ante los de Manlinea; y no compareciendo Arato, lo ganó Aristipo, adjudicándosele la multa de treinta minas. Odiaba, pues, Aristipo y te mia al mismo tiempo á Arato, por lo que le asechaba para quitarle la vida, ayudándole en ello el rey Antigono; y por todas partes hormigueaban los que se prestaban á este infame ministerio, y que espiaban la oportunidad; pero no hay guardía más cierta y segura del hombre que manda que el amor, porque cuando la muchedumbre y los principales se acostumbran á temer, no al caudillo, sino por el caudillo, ve éste con muchos ojos, oye con muchos oidos, y precave lo que va á suceder. Propóngome por tanto cortar aquí la relacion para tratar del método de vida de Aristipo, en que le constituyó la tan apetecible tiranía y el fasto de la monarquía con tantos encomios celebrada.

Porque éste, con lener por su aliado á Antígono, con sustentar á muchos para la seguridad de su persona, y no haber dejado en la ciudad con vida á ninguno de sus enemigos, á pesar de todo esto mandaba que los lanceros y todos los de la guardia se salieran afuera al corredor: á los esclavos, luego que cenaban, los echaba tambien fuera y cerraba la puerta de en medio; y él con su amiga se retiraba á un pequeño gabinete en allo, cerrado con puerta levadiza, sobre la que ponia el lecho y dormia, como debia dormir quien vivia de aquel modo, con la mayor agitacion y temor. La escalerilla de mano la quitaba la madre de su amiga, y encerrándola en otro cuarto, á la mañana la volvia á poner, llamando á este admirado tirano, que satia como una serpiente de su escondrijo. Mas el otro, que no con las armas y la fuerza, sino legítimamente, como premio de su virtud, se habia granjeado un imperio perpétuo con vestir una túnica y un manto como cualquiera otro particular y haberse declarado enemigo comun de todos los tiranos, hasta nuestros dias ha dejado un linaje distinguido y apreciado entre los Griegos: cuando de aquellos que se han apoderado de ciudadelas, que han mantenido lanceros, y que se han encerrado con puertas y cerrojos para poner en seguro sus personas, muy pocos son los que han escapado de morir de golpe como las liebres, y de ringuno de ellos ha quedado casa, linaje ó sepulcro que conserve su memoria.

Desgraciáronsele á Arato diferentes tentativas contra Aristipo, ya secreta, ya abiertamente para apoderarse de Argos. En una ocasion llegó hasta arrimar las escalas al muro, y á subir á él con muy pocos, dando muerte á los de la guardia que acudieron á sostener el puesto. Despues, venido ya el dia, y sobreviniendo el lirano con fuerzas.por todas partes, los Argivos, como si aquella batalla no tuviera por objeto su libertad, sino que se hallaran arbitrando sobre los juegos Nemeos, se estuvieron sosegados, equitativos y justos espectadores de lo que pasaba; pero Arato se defendió valerosamente, y aunque fué herido en un musto con lanza arrojadiza, se sostuvo en los puntos ocupados sin retirarse hasta la noche, viéndose ya muy moleslado de los enemigos. Y si hubiera aguantado todavía la tatiga por aquella noche, no se le habria malogrado la empresa; porque el tirano ya pensaba en la fuga, y habia remitido al mar muchos de sus efectos; pero ahora, no teniendo Arato quien se lo noticiase, faltándole el agua, y no pudiendo valerse de su persona á causa de la herida, hubo de retirarse con sus soldados.

Habiendo resuelto desistir de este medio, invadió abiertamente con ejército la Argólida y se puso á talar el país, donde habiendo tenido con Aristipo una recia batalla junto al rio Cares, se le culpó despues de haber abandonado el combate y haber malogrado la victoria; porque siendo indudablemente vencedoras las otras tropas, y habiendo ido de carrera muy adelante, él no tanto por ser estrecbado de los que contra sí tenía, como por desconfiar de la victoria y haberse acobardado, se retiró muy en órden al campamento. Cuando los otros, volviendo de perseguir á los enemigos, se le mostraron disgustados de que habiendo ellos rechazado á los enemigos, y matádoles mucha más gente que la que habían perdido, se consintiese á los vencidos erigir contra ellos un trofeo, avergonzado deterininó volver á la contienda por el trofeo; y no dejando pasar más que un dia, sacó otra vez ordenado su ejército; pero en vista de que habian acrecentado su número, y se presentaban más osadas las tropas del tirano, no se atrevió, y recogió por capitulacion los muertos. Cubrió, sin embargo, y compensó este yerro con su inteligencia y afabilidad para el gobierno y para el trato, y áun agregó la ciudad de Cleonas á los Aqueos. Celebró en ella los juegos Nemeos, como que le eran hereditarios y tenía á ellos preferente derecho. Celebráronlos asimismo los Argivos, y entonces por primera vez sufrió quebranto la inmunidad y seguridad concedida á los contendores, porque á cuantos Aqueos de los que lidiaron pudo aprebender al paso por su territorio, los vendíó como enemigos. ¡Tan extremado é implacable era en su odio á los tiranos!

Teniendo de allí á poco notícia de que Aristipo insidiaba á Cleonas, y que le temia viéndole establecido en Corinto, juntó por un bando su ejército y pasó á Cencris, llamando con este engaño á Aristipo para que en su ausencia cayese sobre Cleonas, como así sucedió, porque al punto movió de Argos con bastantes fuerzas. Arato, que ya desde Cencris habia vuelto de noche á Corinto, y tenía tomadas con guardias las avenidas, condujo allá los Aqueos, los cuales le siguieron con tanto órden, prontitud y ardor, que no sólo mientras estuvieron en marcha, sino áun despues de haber pasado Cleonas siendo todavía de noche, y de haherse formado para batalla, no tuvo de ello conocimiento ni sospecha Aristipo. Cuando al hacerse de dia se abrieron las puertas, y la trompeta hizo la señal, acometió con velocidad y griterta á los enemigos, y los puso al punto en fuga, siguiéndoles el alcance por donde pensó que principalmente procuraria escapar Aristipo, por tener el terreno muchos senderos. Fuéronlos, pues, persiguiendo hasta Micenas, y el tirano fué alcanzado y muerto, segun dice Dinias, por un Cretense llamado Tragisco; de los demas murieron sobre mil y quinientos. Arato en medio de tanta ventura y de no haber perdido ni un solo hombre, con todo no tomó á Argos ni le dió la libertad, habiéndose introdueido con las tropas del rey Agias y Aristomaco el menor, y apoderádose del mando; mas á lo ménos produjo esta accion el efecto de desacreditar los dichos, burlas y bufonadas de los que adutan á los tiranos y les hablan á su gusto, porque decian que al general de los Aqueos se le descomponía el vientre en las batallas, y le daban congojas y desmayos en el punto que se presentaba el trompetero; y que en habiendo ordenado la huosto y dado la seña, preguntaba á los jefes inmediatos y comandantes de los cuerpos, si era necesaria para algo su presencia, porque ya estaban tirados los dados y se retiraba á aguardar apartado de allí el éxito. Anduvo esto tan válido, que era cuestion entre los filósofos en las escuelas, si el palpitar el corazon y mudarse el color en los peligros provenia de miedo, ó de mala complexion del cuerpo y de cierta frialdad; citando siempre á Arato, que con ser un gran general experimentaba estos accidentes en los combales.

Acabado que hubo con Aristipo, volvió su atencion y sus asechanzas contra Lisiadas Megalopolitano, que tenía tiranizada su misma patria. No era Lisiadas por naturaleza ruin é insensible al honor, ni como los más de los que dominan solos, se había arrojado por destemplanza ó codicia á esta maldad; sino que llevado del amor de la gloria, todavía jóven, y seducido con las vanas y mentidas alabanzas que se hacen de la tiranía como de cosa feliz y admirable, sin reflexionar hicieron estas especies presa en su ánimo ambicioso; y erigido en lirano, en breve contrajo la arrogancia y orgullo propios de la monarquía. Como con aquellas prendas emulase la dicha de Arato, y temiese sus asechanzas, concibió la idea de la más loable de todas las mudanzas, que fué libertarse primero á si mismo de ser aborrecido, de temores, de encierros y de guardias, y de constituirse despues el bienhechor de su patria. Llamando, pues, á Arato, abdicó la autoridad é incorporó su ciudad en la liga de los Aqueos, lo que apreciaron éstos sobremanera y le nombraron general. Al punto le vino el deseo de superar en gloria á Arato, para lo que promovió muchas empresas no necesarias, y entre ellas la de denunciar la guerra á los Lacedemonios; y como Arato se le opusiese, parecia que era envidia, y más que fue nombrado segunda vez general Lisiadas, trabajando en contra Arato, y procurando que se diera á otro el mando; porque como hemos dicho era general un año sin otro, y Lisiadas maudo así hasta la tercera vez, elegido tambien alternativamente con Arato; pero cuando ya declaró su enemistad contra éste, acusándole muchas veces ante los Aqueos, no hicieron más caso de él, porque se vió que su competencia en virtud no tuvo un motivo sólido y puro, sino sólo aparente. Y así como dice Esopo que al cuclillo cuando preguntó á las aves menores por qué huían de él, le respondieron éstas que porque habia de venir á ser gavilan; del mismo modo parece que á Lisiadas le acompañaba siempre una sospecha y desconfianza de la sinceridad de su conversion.

Fué tambien Arato muy aplaudido por su conducta en la guerra con los Elolios, cuando intentando acometerles los Aqueos delante de Megara, y llegando á auxiliarles con su ejército el rey Agis, en el momento de dar la batalla se opuso á los deseos de éstos, y aguantando muchos improperios y muchas burlas é insultos acerca de su timidez y cobardía, no sacrificó lo que creyó conveniente á lo que podia parecer una afrenta, sino que permitió á los enemigos pasar impunemente por Gerania hasta entrar en el Peloponeso. Mas cuando despues de haber entrado tomaron repentinamente á Pelene, ya no fué el mismo, ni tuvo paciencia para esperar que se reunieran y juntaran de los diferentes puntos todas las fuerzas, sino que sin dilacion con las que tenía á mano acometió á los enemigos, debilitados con la misma victoria extraordinariamente por su desórden é indisciplina. Porque en el momento mismo de entrar, los soldados se esparcieron por las casas, de las que se expelian unos á otros y armaban pendencias sobre los despojos; y los caudillos y jefes de los cuerpos corriendo las calles, robaban las mujeres y las hijas de los Pelenios, y quitándose los morriones se los ponian á éstas .

para que ninguno se las apropiara, sino que por el morrion se viera quién se habia hecho amo de cada una. Estando, pues, en esta disposicion, y siendo este su porte, les llegó repentinamente la noticia del acontecimiento de arato; y cayendo en ellos el sobresalto que era natural en semejante desórden, ántes que todos supieran el peligro, los primeros dando en los Aqueos huyeron, vencidos ya de antemano; y ahuyentados en tropel llenaron de confusion á los que se iban reuniendo para venir en su socorro.

En este tumulto, una de las cautivas, hija de Epiquetes, varon muy principal, y ella sobresaliente en la belleza y estatura de cuerpo, se hallaba acaso en el templo de Diana, donde la habia colocado el comandante de las tropas escogidas, que la habia elegido para si poniéndole el morrion con los tres penachos. Corriendo, pues, velozmente al tumulto, luego que estuvo á la puerta del templo y se puso á mirar desde arriba á los que peleaban teniendo en la cabeza los tres penachos, para sus mismos ciudadanos fué un espectáculo sobrehumano, y á los enemigos, pareciéndoles que tenian delanto una vision divina, les causó Lerror y espanto, sin que pudiera ninguno valerse de las armas. Dicen los mismos Pelenios que á la imágen de la Diosa por lo comun la dejan inmoble; pero cuando movida por la sacerdotisa es llevada en procesion, nadie se atreve á mirarla, y ántes todos apartan la vista; pues no sólo para los hombres es objeto de miedo y espanto, sino que hasta los árboles se hacen infructiferos y se marchitan los frutos en el término por donde pasa. Añaden que en esta ocasion la sacó la sacerdotisa, y volviéndola siempre de frente á los Etolios, se quedaron estúpidos y perdieron la razon; pero Arato nada de esto dice en sus Comentarios, sino solamente que derrotó á los Etolios, y cargando á los quo huian hacia la ciudad, los arrojó de ella á viva fuerza, matándoles selecientos hombres. La hazaña fué una de las inás celebradas, y el pintor Timantes hizo un cuadro en el que estaba esta batalla expresada muy al vivo.

Come á este tiempo se levantasen muchas naciones y potentados contra los Aqueos, hizo Arato sin detencion amistad con los Etolios; y valiéndose para el objeto de Pantaleon, que era quien con estos tenla mayor influjo, no solamente paz, sino hasta alianza negoció entre Aqueos y Etolios. Tomó luego el empeño de libertar á los Atenienses, sobre lo que fué censurado y calumniado por los Aqueca, por cuanto mediando concierto entre ellos y los Macedoníos, y estando en treguas, intentó sin embargo tomar el Pireo; pero él lo niega en los Comentarios que nos ha dejado, y echa la culpa á Ergino, aquel con quien se apoderó del Acrocorinto, porque acometiendo por si privadamente al Pireo, y rompiéndosele la escala, cuando se vió perseguido nombró á Arato, llamándole repetidas veces como si allí se hallara, y con este engaño pudo librarse de los enemigos. Mas parece que esta apología no logró gran crédito, pues ninguna razon habia para que Ergino, que no era más que un particular, y Siro, concibiese por sí semejante propósito, á no haber tenido á Arato por director, y haber recibido de él para la ejecucion las fuerzas y las instrucciones, de lo que dió pruebas el mismo Arato, aspirando como los amantes desairados, no dos veces ó tres, sino muchas, á ocupar el Pireo, no cediendo á los desengañados; sino que por haber estado siempre en muy poco el no haberse cumplido su esperanza, esto mismo le incitaba á confiar de nuevo; y áun una vez se dislocó una pierna huyendo por Triasio, de resultas de lo cual sufrió muchas incisiones en la curacion, y por largo tiempo fué preciso para mandar las acciones que le llevaran en litera.

Muerto Antígono, y sucediéndole en el reino Demetrio, tomó con mayor ardor el pensamiento sobre Alenas, mirando con el mayor desprecio á los Macedonios. Por lo mismo, habiendo sido vencido en la batalla cerca de Filacia por Bites, general de Demetrio, y corriendo voces entre unos de que habia sido preso, y entre otros de que había muerto, Diógenes, que mandaba la guarnicion del Pireo, envió carta á Corinto, dando órden å los Aqueos de que se desprendieran de aquella ciudad, pues que Arato era muerlo; pero hizo la casualidad que el mismo arato se hallase en Corinto cuando llegó la carta, y siendo objeto de entretenimiento y rísa los mensajeros de Diógenes, tuvieron que marcharse. El Rey envió desde Macedonia una nave para que en ella le llevaran atado á Arato; y los Atenienses, poniendo en ejercicio toda la vanidad de su adulacion, pusieron coronas sobre sus cabezas apenas corrió la noticia de que habia muerto. Irritado por tanto, dispuso otra expedicion contra ellos, y llegó hasta la Academia; pero aplacado despues en nada los ofendió, y los Atenienses tomando en consideracion su virtud, como muerto ya Demetrio aspirasen á ser libres, le enviaron á llamar. Aratosin embargo de que entonces era otro el general, y él guardaba cama por una larga enfermedad, llevado en litera se prestó gustoso á servir á la ciudad, y obtuvo del comandante de la guarnicion, Diógenes, que entregara á los Atenienses el Pireo, Mimiquía, Salamina y Sunio por ciento y cincuenta talentos, de los cuales contribuyó el mismo por sí con veinle. Agregáronse inmediatamente á los Aqueos, los Eginetas y los Hermionios, y se les hizo tributaria la mayor parte de la Arcadia; y como los Macedonios se hallasen implicados en guerras con sus vecinos y comarcanos, y los Etolios fuesen sus aliados, recibió el poder de los Aqueos un grande incremento.

Arato, llevando siempre adelante su antiguo designio, y no pudiendo sufrir la tiranía de Argos que les era lan vecina, envió quien persuadiera á Aristómaco á que proponiéndolo en junta procurase agregar aquella ciudad á los Aqueos, y á que imitando á Lisiadas, quisiera más bien ser general de una nacion de tanta fama, que lirano de una sola ciudad, temeroso siempre y aborrecido. Conviniendo en ello Aristómaco, y pidiendo que Arato le remitiera cincuenta talentos para pagar y despachar las tropas que le servian, se le alargó efectivamente esta suma; pero Lisiadas, que todavía era general, y ambicionaba hacer suyo este servicio que se dispensaba á los Aqueos, calumnió á Arato ante Aristómaco de que siempre miraba con implacable odio á los tiranos; y alcanzando de éste que dejara por su cuenta la negociacion, le atrajo á unirse con los Aqueos. Mas aquí dieron éstos á Arato la mayor prueba de su amor y de la confianza que en él tenian, porque ha biendo él hablado en contra, despidieron á Aristómaco; y cuando despues conviniendo ya el mismo, comenzó á hablar del propio asunto, todo lo decretaron prontamente d su gusto, y admitieron á los Argivos y Fliasios á la comunion de un mismo gobierno, eligiendo general un año despues á Aristómaco. Como éste tuviese el favor de los Aqueos, y quisiese invadir la Laconia, llamó á Arato. Escribióle éste desaprobando la expedicion, por no queret que los Aqueos contendieran con Cleomenes, que era hombre de extraordinario arrojo y habia adquirido maravilloso poder; pero cuando aquél se empeñó en poner por obra su intento, estuvo á sus órdenes y militó á su lado. Por este propio tiempo, resistiendo que Aristómaco trabara combate con Cleomenes que vino á ponérseles delante, fué acusado de Lisiadas; y teniendo á éste por contrario y competidor para el generalato, venció en la eleccion, siendo nombrado general la duodécima vez.

Vencido por Cleomenes durante este mando junto al monte Liceo, buyó; y habiendo andado perdido toda la noche, pareció que habia muerto, y otra vez corrió esta voz entre todos los Griegos; pero salió salvo, y recogiendo sus tropas no creyó que debia retirarse con seguridad, sino que aprovechando la ocasion cuando nadie lo esperaba ni pensaba en semejante cosa, cayó de súbito sobre los de Mantinea, aliados de Cleomenes, y tomando la ciudad puso en ella guarnicion, y á los de las aldeas inmediatas los hizo ciudadanos, ejecutando con los Aqueos vencidos lo que apenas alcanzan los vencedores. Mas despues cuando los Lacedemonios acometieron á Megalópolis, habiendo de prestarle auxilio, rebusó dar asidero á Cleomenes que provocaba á batalla, y repugnó á los deseos de los Megalopolitanos, no siendo por una parte inclinado de suyo á estas batallas de frente, y teniendo por otra pocas tropas para oponerse á un hombre osado y jóven, cuando ya en él decaian los humos y estaba amortiguada la ambicion; pues creia que si Cleomenes adquiria una gloria nueva á fuerza de arrojo, él debia conservar con cuidado la que ya tenía adquirida.

AHATO.

Mas habiendo acometido las tropas ligeras, y ahuyentado á los Esparciatas hasta el campamento, penetrando en sus tiendas, Arato ni por eso se movió á combatir, sino que poniendo delante un torrente, detuvo á la infantería y no permitió que lo pasase; pero incomodado de esto Lisiadas, y blasfemando de Arato, excitó á los de caballería inspirándoles deseos de auxiliar á los que seguian el alcance para no malograr la victoria, y exhortándolos á que no le abandonasen cuando iba á pelear por la patria. Alentado con que muchos y esforzados se pusieron á su lado, cargó el ala derecha de los enemigos, y habiéndolos puesto en desórden, continuó en su persecucion; pero llevado incautamente de su ardimiento y su ambicion á terrenos ásperos, llenos de maleza y cortados con anchas acequias, volvió allí contra él Cleomenes, y murió despues de haber sostenido el más glorioso de todos los combates á las puertas de su patria. Los demas pudieron huir á la hueste, é introduciendo el desórden en la infantería, hicieron participar á todo el ejército de su derrota, formándose un gran cargo á Arato de haber al parecer abandonado á Lisiadas; así, violentado de los Aqueos, que se retiraban indignados, hubo de seguirlos á Egio. Celebraron allí junta pública, en la que decretaron no suministrarle fondos ni mantener estipendiarios, sino que él supliera los gastos si queria hacer la guerra.

Mortificado de esta manera, pensaba entregar al instante el sello y renunciar el mando; pero valiéndose de su juicio, sufrió por entonces, y conduciendo los Aqueos contra Orcomeno, presentó balalla á Megístonó, padrastro de Cleomenes, en la que fué vencedor; y habiéndole muerto trescientos hombres, hizo prisionero al mismo Megistono. Hemos dicho que solia ser elegido general cada dos años; pues cuando llegó su lurno, como se le llamase, recunció y fue nombrado general Timójeno. Mas pareció que su resentimiento con la muchedumbre sólo era un pretexto poco probable de la renuncia, siendo la verdadera causa el estado que tenían los negocios de los Aquéos; pues que Cleomenes ya no les hacia la guerra tibia y flojamente, ni era contrariado por las autoridades políticas, sino que como despues de haber dado muerte á los Eforos, repartido el territorio y admitido al derecho de ciudadanos á los colopos, tuviese ya una poleslad libre, no dejaba respirar á los Aqueos, solicitando el imperio sobre ellos. Por lo tanto, reprenden en Aralo que viendo á la república agilada con tan grande fluctuacion y tormenta, se condujese como piloto que se amilana y abandona el timon, cuando hubiera sido justo que áun contra su voluntad salvara la liga, ó si daba ya por perdidos los negocios y el poder de los Aqueos, que cediera á Cleomenes, y no volver á condenar á la barbarie el Peloponeso con las guarniciones de los Macedonios, no llenar el Acrocorinto de armas etolias é ilíricas, ni hacer árbitros de las ciudades bajo el blando nombre de aliados á aquellos mismos a quienes de obra hizo la guerra y procuró debilitar, y de quienes habla continuamente con desden y vilipendio en sus Comentarios. Y si Cleomenes era (porque así se decia) violento y tiránico, al cabo sus padres eran Heraclidas, y su patría Esparta, el más oscuro de la cual debia ser preferido para el mando al primero de los Macedonios por los que dieran algun valor á la nobleza de los Griegos. Por otra parte, si Cleomenes pedia el mando de los Aqueos, era para hacerles muchos bienes en recompensa de aquel honor y aquel título; cuando Antigono, declarado general con ilimitadas facultades de tierra y de mar, no se prestó á usar de la autoridad sin que primero le concedieran por premio de su imperio el Acrocorinto, á manera enteramente del cazador de Esopo (t); porque no se puso al frente de los Aqueos que le rogaban y se le somelian por medio de embajadores y de decretos, hasta que los tuvo como enfrenados con la guarnicion y los rehenes.

Arato bien alza la voz para defenderse con que fué absolutamente preciso; pero Polibio dice que de antemano, y con prioridad.á semejante necesidad, temiendo Arato la intrepidez de Cleomenes, habia tratado reservadamente con Antigono y habia importunado á los Megalopolitanos para que instasen á los Aqueos á implorar su auxilio, porque éstos eran los más molestados de la guerra, acosandolos mucho Cleomenes. Del misino modo habla Filarco de estas cosas, al que, á no atestiguarlo tambien Polibio, no deberia darse crédito, porque le saca de tino la pasion en tratándose de Cleomenes; y en la historia, como en un juicio, ya contradice á éste, y ya se pone de parle de aquél y concurre á su defensa.

Perdieron, pues, los Aqueos á Manlinea, volviéndola á lomar Cleomenes; y vencido junto al Hecatombeo en una porfiada batalla, quedaron tan consternados, que al punto enviaron quien propusiera á Cleomenes el mando, llamándole á Argos. Arato luego que tuvo noticia de que estaba en camino, cuando se hallaria junto á Lerna con su ejérci(1) En la fábula de El clereo y el caballo, tan graciosamente indicada por Horacio en la epist. 10. lib. I. v. 34.

to, como temiese por sí, le envió una embajada diciéndole que viniendo á sus amigos y aliados, bastaria que trajese trescientos hombres; y que si desconflaba, tomase rebenes. Manifestó Cleomenes que esto lo tenía por insulto y burla hecha á su persona, por lo que se retiró escribiendo á los Aqueos una carta llena de acusaciones y quejas contra Arato. Escribió éste otras cartas contra Cleomenes, y corrian injurias y dicterios de uno á otro en que se desacreditaban hasta por sus matrimonios y sus mujeres. De resulta de esto, enviando Cleomenes un heraldo que denunciara la guerra á los Aqueos, estuvo en muy poco que no les tomara por traicion á Sicione; y marchando rápidamente de allí, acometió á Pelene; y como hubiese abandonado la ciudad el gobernador puesto por los Aqueos, se hizo dueño de ella. Al cabo de poco tomó tambien á Féneo y á Pentelio, y muy luego se le pasaron los Argivos; y los Fliasios recibieron de él guarnicion. En fin, con nada de lo agregado podian contar de seguro los Aqueos, sino que repentinamente vino una gran confusion sobre Arato, que veia titubear á todo el Peloponeso y á todas las ciudades puestas en sublevacion por los que querian novedades.

Porque nadie estaba tranquilo ni contento con el estado presente, y aun muchos de los mismos Sicionios y Corintios se habian manifestado inclinados á Cleomenes, siendo mucho ántes sospechosos de que posponian el bien público al deseo de sus propios adelantamientos. Sobre esto se dió á Arato libre facultad, y en Sicione dió muerte á los que halló implicados; en Corinto tentó á inquirir sobre algunos y castigarlos; pero irritó con esto á la muchedumbre viciada ya y mal hallada con el gobierno de los Aqueos. Corriendo, pues, al templo de Apolo, enviaron á llamar á Arato con el objeto de matarle ó prenderle ántes de declarar su defeccion; y él acudió al llamamiento trayendo el caballo del diestro, como si ninguna desconfianza ó sospecha tuviese. Viniéronse muchos para él; y como empezasen á motejarle y acusarle, mostrándose afable en el semblante y en las palabras, les dijo que se sentasen y no grilasen así en pié desordenadamente, sino que entrasen tambien los que estaban junto á las puertas; y al mismo tiempo que así hablaba, se retiraba poco a poco como si fuese á entregar á alguno el caballo. Aparlándose de allí de esta manera, y hablando con serenidad á los Corintios que hallaba al paso, mandándoles que fueran al templo, cuando se vió cerca do la ciudadela montó á caballo, y dando órden á Cleopatro, comandante de la guardia, de que la custodiase con esinero, se encaminó á Sicione siguiéndole treinta soldados, pues los demas le abandonaron ó se fueron escabullendo.

Habiendo los Corintios notado de allí á poco su fuga, fueron en su persecucion, y como no le alcanzasen llamaron á Cleomenes, y entregándole la ciudad no le pareció que equivalía lo que se le daba al yerro cometido en haber dejado ir á Arato. Viniéronse además á Cleomenes los habitantes del territorio llamado Acte, y le hicieron entrega de sus ciudades; despues de lo cual circunvaló y sitió con muro el Acrocorinto.

Acudieron á verse con Arato en Sicione no muchos de los Aqueos, y celebrando junta le nombraron general con ilimitada autoridad. Compuso entonces su guardia de solos sus propios ciudadanos un hombre que por treinta y tres años habia mandado á los Aqueos, y que en poder y en gloria habia tenido la primacia entre los Griegos; y en aquel punto abandonado, escaso de medios y quebrantado de fuerzas, como en el naufragio de la patria, era combatido de tantas olas y peligros. Porque los Etolios, habiendo él implorado su auxilio, se le habian negado; y á la ciudad de Atenas que por amor de Arato se mostraba muy dispuesta, Euclides y Nicion la retrajeron. Tenía Aralo en Corinto bienes y casa; pero Cleomenes no tocó á nada, ni se lo permitió á otro ninguno; ántes haciendo llamar á sus amigos y administradores. les dió órden de que todo lo cui daran y guardaran, bajo la inteligencia de que Arato era á quien habrían de dar cuentas; y reservadamente mandó á tratar con este á Tripulo y á su padrastro Megístono, ofreciéndole, además de otras cosas, doce talentos de pension ápua, excediendo en otra mitad á Tolomeo; porque éste le enviaba seis talentos cada año. Su solicitud era que se le nombrase general de los Aqueos, y custodiar en union con ellos el Acrocorinto; pero respondiéndole Arato que él no dominaba la liga, sino que era de ella dominado, y pareciéndole que esto tenía aire de burla, invadió al punto el territorio de Sicione, talándolo y arrasándolo, y por tres meses estuvo sobre la ciudad, aguantándolo Arato, y estando perplejo sobre si accederia á la proposicion de Antigono de entregarle el Acrocorinto; pues de otro modo no se prestaba á darle auxilio.

Congregándose, pues, los Aqueos en Egio, enviaron á llamar all á Arato, y la salida era peligrosa teniendo Cleomenes bloqueada la ciudad. Detenlanle de otra parte con ruegos sus conciudadanos, diciéndole que no era razon arriesgara su persona estando tan cerca los enemigos; pendian asimismo de su cuello las mujeres y los niños, abrazándole y llorando como por el padre y salvador de todos. Mas sin embargo, alentandolos y consolándolos, marchó á caballo á la marina con diez de sus amigos y su hijo que aún era mocito, y embarcándose en buques que estaban allí al ancla, le condujeron á Egio á la junta pública, en la que decretaron llamar á Antígono y entregarle el Acrocorinto, sobre lo que le envió Arato su hijo con los demas rehenes. De resulta de esto, l'evándolo muy á mal los Corintios, le saquearon cuanto tenía, y de la casa hicieron donacion á Cleomenes.

¡Cuando ya Antígono se acercaba con su ejército, que era de vente mil infantes macedonios y de mil y cuatrocientos caballos, fué Arato con los empleados por la parte de mar á recibirle á Pegas, sin que lo entendiesen los enemigos, no teniendo sin embargo gran confianza en Antigono ni en los Macedonios, porque traia á la memoria que sus aumentos le habian venido de los males que á éstos habia hecho, y que sus primeros pasos en el gobierno habian tenido por principal base la enemistad contra Antigono el Mayor. Mas estrechado de la inevitable necesidad y del tiempo, al que sirven áun los que parece que mandan, cerró los ojos y se entregó al peligro. Antígono luego que se le informó de la llegada de Arato, á los demas los saludó con un mediano y comun agasajo; pero á éste desde el primer recibimiento le honró extraordinariamente, y habiéndole experimentado en todo hombre de probidad y juicio, contrajo con él la mayor intimidad, porque realmente era Arato, no sólo útil para los más arduos negocios, sino grato al Rey en los momentos de ocio como el que más.

Por tanto, aunque Antigono era joven, luego que ecbó de ver el carácter de Arato, en el que nada habia de áspero para la amistad con un rey, para todo se valia de él, no sólo con preferencia á cualquiera de los Aqueos, sino áun de los Macedonios que tenía cerca de sí. Sobrevino tambien acerca de esto un prodigio, pareciendo que el Dios lo manifestaba en las víctimas; porque se dice que sacrificando Arato poco tiempo ántes, se vieron en un hígado dos hieles envueltas bajo una sola tela, y que el adivino le anunció que en breve se uniria on estrecha amistad con sus mayores contrarios y enemigos. Por entónces no dió valor al anuncio, ni en general prestaba mucho crédito á víctimas y adivinaciones, ateniéndose á su razon; pero mas adelante, yendo prósperamente la guerra, tuvo un banquete Antigono en Corinto, á que concurrieron muchos convidados, y colocó á Arato en asiento superior al suyo. Pidió de allí á poco una ropa con que cubrirse, y preguntando á Arato si le parecia que hacía frio, como respondiese que en verdad estaba helado, le dijo que se acercase más, y habiendo traido los sirvientes un paño, arroparon con él á los ARATO.

dos. Entonces viniéndosele á Arato á la memoria lo sucedido con la víctima, no pudo menos de echarse á reir, y refirió al Rey el portento y su explicacion. Pero esto ocurrió algun tiempo despues.

Luego que en Pegas se afirmaron los convenios con recíprocos juramentos, marcharon al punto contra los enemigos, y eran frecuentes los combates en los términos de Corinto, estando bien fortificado Cleomenes y defendiéndose valerosamente los Corintios. En esto Aristóteles de Argos, que era amigo de Arato, vino secretamente con mensaje para éste, proponiéndole que haria se le pasase aquella ciudad si queria marchar allá con tropas. Dió parte de ello á Antigono, y encaminándose por mar prontamente á Epidauro desde el istmo con mil y quinientos hombres, los Argivos, que ya ántes se habian puesto en rebelion, dieron sobre las tropas de Cleomones y las encerraron en la ciudadela. Cuando Cleomenes lo supo temió no fuera que ocupando los enemigos á Argos, le cortaran el paso á Esparta, y abandonando el Acrocorinto, en la misma no che marchó en auxilio de aquellas. Anticipóse de este modo á entrar en Argos, y allí consiguió rechazar á los enemi gos; pero acudiendo poco despues Arato, y dejándose ver el Rey con el grueso del ejército, se retiró á Mantinea. De resultas volvieron todas las ciudades á unirse á los Aqueos.

Antigono ocupó el Acrocorinto, y nombrado Arato general de los Argivos, les persuadió que hicieran donacion á Antígono de los bienes de los tiranos y de los traidores. En Ceneris, en tanto, atormentaron y ahogaron á Aristómaco, por lo que padeció mucho la opinion de Arato, diciéndose que con ser éste un hombre de no malas partidas, de quien él mismo se habia valido, y á quien había persuadido desistiese de la autoridad y que incorporase su ciudad con los Aquecs, á pesar de todo esto había mirado con indiferencia que se le quitara la vida injustamente.

Culpábasele ya de muchas cosas que sucedian, como de [ 1 } [ 1 ABATO.

325 que hubieran hecho donacion á Antígono de Corinto, como pudieran de una miserable aldea; de que despues haber saqueado á Orcómeno, le permitieron poner en ella guar nicion macedoniana; de haber decretado que no escribi rian ni enviarian embajada á ningun otro rey, si Antigono no queria, y de tener que sustentar y pagar sueldo á los Macedonios. Dispusiéronse sacrificios, libaciones y juegos en honor de Antígono, habiendo sido los primeros los ciudadanos de Arato que le recibieron en la ciudad, dándole ésle hospedaje; así todo se lo atribuian, no haciéndose cargo de que habiendo puesto en manos de aquél las riendas, siendo arrastrado del Impetu de la autoridad real, Arato no era ya dueño sino de sola su voz, que áun corria peligro en la franqueza, y no podia dudarse que habia oosas que le mortificaban, como fué lo de las estatuas.

Porque Antigeno en Argos levantó la de los tiranos que habian sido echadas por tierra, y derribó por otra parte las de los que lomaron el Acrocorinto, á excepcion de sola la suya; y por más que en cuanto á estas le hizo ruegos, nada pudo alcanzar. Parece tambien que no pudo ser cosa griega lo que los Aqueos ejecutaron con Mantinea, porque apoderándose de ella con las fuerzas de Anlígono, á los más distinguidos y principales ciudadanos les quitaron la vida; de los demas á unos los vendieron, y á olros los enviaron aprisionados con grillos á Macedonia; y á los niños y mujeres los esclavizaron. Del dinero que se recogió le dieron la tercera parte, y las dos restantes las distribuyeron á los Macedonios. Mas esto pudo en algun modo excusarse por la ley de la venganza; pues aunque siempre es terrible maltratar así por encono á sus compatriotas y deudos, en la necesidad se hace dulce y no duro, segun Simónides, dando como cierto alivio y desahogo al ánimo doliente é inflamado; pero lo que despues se ejecutó no hay como Arato lo atribuya á ningun motivo, ni honesto, ni de precision; porque recibiendo de Antígono los Argivos en donativo la ciudad, y determinando enviar á ella una colonia, elegido aquél para fundador de ella, y siendo general, decreló que en adelante no se llamara Mantinea, sino Antigonea, que es como se llama basta el día de hoy, pareciendo que por él la amable (1) Mantinea fué borrada del todo, y que en su lugar permanece una ciudad que lleva el nombre de los que la destruyeron y dieron muerte á sus ciudadanos.

Vencido despues de esto Cleomenes en una gran batalla cerca de Selasia, abandonó á Esparta y se embarçó para el Egipto; y Antigono despues de haber hecho con Arato las mayores demostraciones de gratitud y benevolencia, se retiró á la Macedonia; y habiendo allí caido enfermo, á Filipo, mancebo ya y designado su sucesor en el reino, lo envió al Peloponeso, encargándole que atendiese á Aralo sobre todos, y por su medio tratase con las ciudades y se diera á conocer á los Aqueos. Tomóle, pues, Arato bajo su cuidado, y le dirigió de manera que le envió á Macedonia lleno de amor bácia él, y de aficion y emulacion bácia los Griegos.

Muerto Antigono, como los Elolios menospreciasen á los Aqueos por su flojedad, á causa de que acostumbrados á ponerse á salvo por manos ajenas, y sostenidos por las armas de los Macedonios, se habian entregado al ocio y la desidia, se arrojaron á tomar parte en los negocios del Peloponeso, y teniendo por un paseo el saquear á los de Patras y Dime, invadieron el país de Mesena y le talaron; de lo que incomodado Arato, como viese que Timójeno, que á la sazon se hallaba de general de los Aqueos, emparezaba y perdia el tiempo, y le tocase mandar despues de él, se adelantó á entrar en ejercicio cinco dias ántes, con el fin de ir en socorro de los Mesenios. Reunió, pues, á los Aqueos, faltos ya del uso y cobardes para la guerra, y su(1) Asi la apellida Homero, Iliada, libro segundo, v. 807.

frió una derrota junto á Cafias. Pareció quo entonces habia procedido con sobrado arrojo y encono; mas para eso luego de tal manera se entorpeció y dió de mano á los negocios y á las esperanzas, que con ofrecerle muchas veces oportunidad los Etolios, sufrió y llevó con indiferencia que estuvieran como banqueteando en el Peloponeso con la mayor osadía y desvergüenza. Tendiendo, por tanto, otra vez las manos á la Macedonia, atrajeron y mezclaron en los asuntos de la Grecia á Filipo, no siendo la menor parte para ello su amor y confianza hácia Aralo, pues esperaban que para todo le hallarian dócil y pronto.

Entonces por la primera vez Apeles y Megaleo con otros palaciegos empezaron á cizañear contra Arato, y seducido el Rey, se puso en la junta electoral de parte de la faccion contraria, procurando que los Aqueos nombraran general á Eperato; pero como luego le despreciasen completamen Le, y separado de los négocios Arato nada saliese bien, conoció Filipo su yerro, decidió se otra vez por Aralo haciéndose todo suyo; y yendo prósperamente los negocios para su poder y su gloria, se entregó enteramente á él, como que le debia su esplendor y sus aumentos. Parecia, pues, á todos que Arato no sólo era un provechoso preceptor para la democracia, sino que para la monarquía tambien; porque su conducta y sus costumbres aparecian como un color particular en cuanto el Rey hacía. Así la blandura de este jóven para con los Laccdemonios que le habian ofendido; su afable trato con los Cretenses, con el que en pocos dias se atrajo toda la isla; y su expedicion contra los Etolios, que fué sumamente pronta y activa, si á Filipo le adquirieron la gloria de la docilidad, á Arato le conciliaron la de la buena direccion. Creció por lo mismo la envidia en la familia del Rey, y viendo que nada adelanlaban con sus calumnias ocultas, abiertamente le escarnecian é insultaban en los festines con el mayor descaro é insolencia, y áun en una ocasion le persiguieron á pedradas hasta su pabellon; de lo que irritado Filipo, por lo pronto los multó en veinte talentos; mas despues, como le pareciese que le malograban los negocios y que excitaban alborotos, les quitó la vida.

Engreido más adelante con verse demasiado favorecido de la fortuna, manifestó ya muchos y desmedidos deseos; y la maldad ingénita, desenvolviéndose y penetrando por entre los mentidos velos, poco á poco descubrió y puso de manifesto su verdadera índole. En primer lugar, ofendia á Arato el Menor en el honor conyugal, lo que por mucho tiempo estuvo oculto, por vivir juntos, siendo su huésped.

Hizose despucs despreciable para el trato en los negocios, y se echaba de ver que queria apartar de sí á Arato. Dieron el primer origen á esta sospecha las ocurrencias con los Mesenios, porque habiendo sediciones entre ellos, Arato se atrasó un poco en acudir á apaciguarlos, y Filipo, que sólo se anticipó un dia en llegar a la ciudad, se apresuró á encender más la discordia entre aquellos habitantes, preguntando por separado á los magistrados de los Mesenios, si no tenían leyes contra la muchedumbre; y por separado tambien á los prohombres del pueblo, si no tenian manos contra sus tiranos. Cobrando ánimo con esto, los magistrados quisieron prender a los demagogos; y acudiendo éstos con la muchedumbre, dieron muerte á los magistrados y á algunos otros ciudadanos, que apénas bajaron de doscientos.

Ejecutada tan abominable accion por Filipo, que áun continuaba exasperando más á los Mesenios unos contra otros, sobrevino Arato; y no sólo se notaba que le habia sido muy sensible, sino que al hijo que sobre ello reprendia á Filipo, haciéndole ásperas reconvenciones, no lo contuvo. Se creia que aquel jóven amaba á Filipo, y entonces entre otras cosas le dijo, que ya ni siquiera le parecia bello en su aspecto, ejecutando tales hechos, sino el más horrible del mundo. Filipo nada le replicó, sin embargo de que se le observaba airado, y de que estuvo refunfuñando mientras aquél hablaba; y áun á Arato el Mayor, para dar á entender que no se habia irritado por lo que se le habia dicho, y que era de carácter benigno y urbano, le levantó del teatro tomándole la diestra, y le llevó consigo á Ilome para ofrecer sacrificio á Júpiter y reconocer aquel punto, porque no es ménos fuerte que el Acroeorinto, y en poniendo guarnicion puede hacerse tan molesto, como es inexpugnable á los del país. Subió, pues, y en el acto del sacrificio, cuando el adivino le trajo las entrañas del buey, tomándolas con entrambes manos, las mostró á Arato y Demetrio Fario, inclinándose ora al uno y ora al otro, y preguntándoles qué veian en la víctima acerca de si se apoderaria de aquella eminencia, ó la restituiria á los Mesenios. Sonriéndose, pues, Demetrio, «si tuvieres, le dijo, el alma de un adivino, dejarias intacto el sitio; mas si la tuvieres de rey, asirías el buey por los dos cuernos, queriendo designar el Peloponeso, y que si juntaba á ltome con el Acrocorinto, enteramente le tendria sumiso y hu millado.» Arato estuvo bastante tiempo en silencio; pero instándole Filipo que manifestase lo que observaba, ««la Creta, ob Filipo, tiene muchos y grandes montes, y son inuchas las eminencias que la naturaleza ha puesto en la tierra de los Beocios y Focenses. Son asimismo muchos en la Acarnania, ya tierra adentro, y ya en la mariua, los lugares que tienen una maravillosa fortaleza; y sin embargo de que ninguno de estos puntos has tomado, todos hacen voluntariamente lo que tú dispones: porque los ladrones son los que se pegan á las rocas y se guarecen en los vericuetos; pero para un rey nada es más fuerte ó más defendido que la confianza y el amor. Estos te han abierto el mar de Creta, y estos el Peloponeso; y habiéndolos tenido por principios de tus operaciones, por ellos todavía tan jóven, de unos te has constituido general, y de otros señor:

Sin dejarle concluir entregó Filipo las entrañas al adivino, y volviendo a tomar de la mano á Arato, «volvamos, le dijo, por el mismo camino,» como que le habia convencido y le había quitado de la mano aquella ciudadela.

Arato, que iba retirándose de palacio y cortando poco á poco la amistad é intimo trato con Filipo, cuando al bajar éste al Epiro le pidió que le acompañase en aquella expedicion, se negó á complacerle y permaneció en quietud, temeroso de que sus operaciones le hiciesen incurrir en mala nota y opinion. Mas despues que en combate con los Romanos perdió ignominiosamente las naves, y saliéndole mal todas sus empresas se restituyó al Peloponeso, é intentó de nuevo engañar á los Mesenios, y ya no á escondidas, sino abiertamente los maltrataba, talándoles el pafs; entonces Arato enteramente se apartó y se puso en oposicion con él, habiendo ya llegado á entender el agravio que en el honor le hacía, y llevándolo él mismo dentro de si con grande pesar, sin descubrirlo al hijo; porque sobraba saber la afrenta á quien no podia vengarla. Se veia, pues, que Filipo habia hecho una grande y extraña mudanza, convirtiéndose, de un rey benigno y de un joven contenido, en un varon desenfrenado y en un tirano odioso; aunque esto no fué mudanza de índole, sino manifestacion en la seguridad de una maldad que el miedo habia tenido oculta largo tiempo.

Porque haber sido mezclado de vergüenza y miedo el afecto hácia Arato en que desde el principio fué criado, lo manifestó bien en la conducta que contra él tuvo; pues como desease quitarle del medio por pensar que mientras viviese no podria ser libre, no ya como lirano, pero ni como rey, aunque nada intentó á fuerza abierta, á Taurico, uno de sus generales y amigos, le dió el encargo de que lo ejecutase de un modo oculto, y más particularmente por medio de un veneno cuando él estuviera ausente. Hizose, pues, amigo de Aralo, y le dió un veneno, no pronto y violento, sino de aquellos que causan al principio en el cuerpo un calor lento con los, y de este modo llevan poco i poco á la muerte. No se le ocultó esto á Aralo, sino que como nada aprovechaba el quejarse, soportó su mal en silencio y tranquilamente como si fuera una de las enfermedades comunes y frecuentes. Sólo en una ocasion habiéndole visitado un amigo, como en su presencia arrojase un esputo sanguinolento, y aquél mostrase maravillarso de ello: «Estos, oh Cefalon, le dijo, son los premios de la amistad con reyes.» Muerto Arato de esta manera en Egio en su decimosétimo generalato, deseaban los Aqueos que allí fuese sepultado, y que se le erigiesen los monumentos correspondientes á sus hazañas; y los de Sicione miraban como una calamidad el que el cuerpo no pudiera ser entre ellos depositado, pues aunque habian alcanzado de los Aqueos que se lo permitieran, habia una ley que prohibia que nadie fuera sepultado dentro de los muros; y como sobre la observancia de esta ley hubiese una poderosa supersticion, enviaron á Delfos á consultar á la Pitia sobre este objeto, y la Pitia les dió este oráculo:

¿Consultas, oh Siclone, qué premio Por tu salud dispensarás á Arato, Y qué honores y exequias funerales Harás al héroe que sin vida yace?

Quien á honrarle se oponga será impio Contra el cielo extendido el mar y tierra.

Traido el oráculo se alegraron todos los Aqueos, y con especialidad los Sicionios; y convirtiendo el duelo en fiesta, al punto trasladaron el cadáver, coronados de flores y vestidos de blanco, con cánticos de regocijo y con coros, de Egio á la ciudad; y habiendo designado un lugar expectable, le hicieron el entierro que correspondia á su fundador y salvador. El sitio llámase hasta ahora Aracio, y se le hacian sacrificios, uno el dia en que los libró de la tiranía, que es el quinto del mes Desio, llamado de los Atenienses Antesterion, dando á este sacrificio el nombre de Soteria; y otro el dia en que hacen conmemoracion de su nacimiento. Al primero presidia el sacerdote de Júpiter Salvador, y al segundo el de Arato, llevando una venda no del todo blanca, sino entretejida con púrpura. Cantábanse á la cítara himnos por los actores del teatro, y conducia el gimnasiarca la pompa de los muchachos y mancebos, siguiéndose luego el consejo coronado, y de los ciudadanos el que queria. De todo esto conservan algunas leves muestras para celebrar aquellos días; pero la mayor parte de los honores referidos, con el tiempo y la serie de otros sucesos han caido en desuso.

Por lo que hace, pues, á Arato el Mayor, esta se dice haber sido su vida, y su indole la que se ha manifestado:

en cuanto a su hijo, siendo Filipo malvado por carácter, é injusto con crueldad, no le dió veneno mortal, sino uno de aquellos que trastornan la razon, consiguiendo precipitarle en manías terribles y extrañas, con las que intentaba acciones disparatadas, y mostraba deseos vergonzosos y abominables; de modo que la muerte, en medio de ser jóven y hallarse en estado floreciente, no fué para él una desgracia, sino salvacion y redeacion de mates. Mas Filipo no dejó de pagar en vida á Júpiter Hospital y Amigo las penas de tan horrible maldad; porque vencido de los Romanos, se les rindió á discrecion, y despojado de toda otra autoridad, entregando todas las naves, fuera de cinco, ofreciéndose á pagar mil talentos, y dando en rebenes su propio hijo, por compasion le dejaron la Macedonia y provincias de ella dependientes. Dando despues muerte å los mejores y más ilustres de sus súbditos, llenó todo el reino de horror y odio contra sí; y de un solo bien que tenía, que era un hijo de sobresaliente virtud, se privó por su mano, haciéndole morir de envidia y celos por la distincion con que le trataban los Romanos; y dió el reino á Perseo, otro de ellos, que no era legitimo segun dicen, sino arrimadizo, tenido en una costurera llamada Gnate—nio. De este triunfo Emilio, y aquí tuvo fin la sucesion en el reino de Antígono, cuando el linaje de Arato se conserva hasta nuestro tiempo en Sicione y Pelene.