Las tranzaderas
A Madrid da diversión El rey don Juan y contento Con la festiva ocasión De tomar el regimiento De Castilla y de León. Concede cargos y empleos, Regala exquisitos dones, Tiene justas y torneos, Cabalgadas y paseos, Músicas y colaciones. Del palenque en los confines Se anuncia y se preconiza Al son de roncos clarines La noble y heroica liza Que tendrán los paladines. Bajo dosel, rico puesto Guarnido de ricos paños Ocupa el rey, que es dispuesto Y en la flor de verdes años, Blanco, rubio y de buen gesto. De ámbar lleva rica cuera Sobre jubón carmesí Y un manto que reverbera La luz del sol hechicera Con esmeralda y rubí. Déjase ver ataviado Cercano a la regia silla López de Avalos, llamado Por su natural agrado Buen condestable en Castilla. Por ser también allegados Vense allí con su señor Caballeros muy honrados Y el almirante mayor Con los cuatro adelantados. Mas don Álvaro de Luna, Cabalgador y bracero, Cuya privanza y fortuna Siendo novel caballero No iguala persona alguna, No sigue al Rey cual solía; No por perder su favor, Sino que por alegría Quiso ser mantenedor De la justa de este día. Es de ver aquel estrado Con graciosos miradores Do la reina se ha sentado Sobre paños de brocado Para respirar amores. Y son tantos los diamantes Puestos en su crencha blonda Y en sus vestidos joyantes, Cuantos dieron siglos antes Los mineros de Golconda. La cercan muchas doncellas De noble alcurnia nacidas Que son en extremo bellas, Bien tocadas, bien prendidas, Bien amadas todas ellas. Hablan en voz de secreto Del que mantiene la justa, Pues en todo es tan perfeto Que a todas las damas gusta Por gracioso y por discreto. Es cortés, bien razonado Y aunque no alto de persona, Bien apuesto y ajustado; Y, como su rey, blasona De docto en decir rimado. Montero de tal manera, Que de su astucia sutil Nunca se ha visto la fiera Ni segura en la carrera, Ni segura en el cubil. Sobre un alazán brioso Que luce sus escarceos Muéstrase en el ancho coso Para calmar los deseos Del concurso numeroso. Baten los helados vientos Su plumaje azul turquí, Tan nobles son sus intentos Como ricos muestra aquí Yelmo, escudo y paramentos. Por joya de su adorada Lleva lindas tranzaderas De oro y seda delicada, Que pueden ser las primeras Por su labor extremada. Por la espalda airosa y suelta Con amor las ha ceñido Y cual talismán querido Por encima de la vuelta Del escudo muy febrido. Mide el palenque al momento, Se alza la visera dura, Detiene el corcel violento Y a don Juan hace mesura Y a la reina acatamiento. Álzanse por más favor Sin poderse contener Para mirarle mejor Y para corresponder La reina y damas de honor. Mas como él siempre persiga Con miradas lisonjeras A Inés de Torres su amiga, Ya no hay dueña que no diga Que ella dio las tranzaderas. En un tordo muy ligero De hermosa cerviz y vela, Cabalga un aventurero Gran justador y puntero Por la dilatada tela. Es Juan Álvarez de Osorio, Rival en tiernos amores Del de Luna y es notorio Que, aunque de ilustre abolorio, Sufre desdén y rigores. Los ministriles sonaron Y los dos que competían La carrera prepararon, Que sed de venganza habían, Pues ambos a Inés amaron. El encuentro fue muy rudo: Los dos quebraron su lanza Contra el enemigo escudo Dejando en el trance crudo Muy dudosa la pujanza. Al choque volvieron de una: Dio Osorio tan bajo el bote, Por ser mala su fortuna, Que el hierro raspó el quijote De don Álvaro de Luna. Don Álvaro, más mañero, Lo encontró por la bavera; Respingó el tordo ligero Y alzóse de tal manera, Que dio en tierra el caballero. Sobre el de Luna al momento Vierten rosas y jazmín Las hermosas con contento, Porque trajo tan buen tiento Y anduvo buen paladín. El Rey, en tanta alegría, Diole una ropa chapada Que treinta marcos tenía De preciosa orfebrería, Toda en martas aforrada. La Reina, que se admiró De su esfuerzo y buen talante, Con placer le regaló De sus dedos un diamante Que en mil doblas se estimó. Quien mira el rostro de Inés, Que su amada dicha toca, Conoce cuán feliz es, Pero la fortuna loca Quita, da, pone al revés. Logra entrar a la sazón En la liza que le espera Un apuesto campeón: Gonzalo de Cuadros era El muy garrido infanzón, Que al ver al mantenedor Tan grande en el valimiento, Tan sublime en el favor, Así fabló en bajo acento Puesto freno a su furor: -«Tú tendrás lo que no esperas... »Luna llena, menguarás... »Y antes de dar dos carreras »Con tu sangre mojarás »Las hermosas tranzaderas. »Tú no cesas de preciarte »Con arrogancia indiscreta »De noble, sin acordarte »De la humilde y baja parte »De tu madre la Cañeta.» Fue la carrera muy lista: Don Álvaro no encontró; Mas del yelmo por la vista Gonzalo Cuadros le dio Bote tal, que Dios le asista. El roquete de la lanza Abrió la vista, encontróle En la frente y con pujanza Todo el casco quebrantóle Por la parte que le alcanza. Tanta sangre le salía Que daba grima mirallo: Las sobrevistas teñía, Tranzaderas y caballo: Que a caballo se tenía. Del alazán lo bajaron Los pajes con gran premura, Del yelmo lo despojaron Y en andas se lo llevaron Para facerle la cura. Causaba luto el gemido De las dueñas y doncellas: Con un eco dolorido Le plañían todas ellas Viéndole tan mal ferido. Por la herida en parte tal Que ha padecido el de Luna Juró Inés llorando el mal, No comer cabeza alguna De ave, pez u otro animal. Se alzó el Rey entristecido Y dijo a los de su lado: -«Las fiestas han concluido: »No hay nada que me dé agrado »Si está enfermo mi valido.»