Las tijeras del fraile
Yéndose a confesar cierta criada,
muy joven, inocente y agraciada,
con un fraile jerónimo extremeño,
más bravío que toro navarreño,
le sucedió un percance vergonzoso
digno de ser sabido por chistoso.
Hizo su confesión la tal sirviente
como la hace cualquiera penitente,
con profunda humildad y abatimiento,
y pasó en blanco el sexto mandamiento.
Notando el confesor el raro brinco,
le preguntó con lujurioso ahínco
por qué el santo precepto se saltaba
sin decir de qué y cómo se acusaba;
a lo que ella responde llanamente:
-Nunca he pecado en él, ni venialmente.
Ante tan gran rareza,
mirola de los pies a la cabeza
el fraile, y pensó al punto: -O yo estoy loco,
o esto no es de perder, pues de esto hay poco.
Siéntese con la cosa ya alterada
y, echando por la iglesia una ojeada,
notó que había en ella poca gente
y discurrió un diabólico expediente.
No hallando en qué imponerla penitencia
pues la moza era un pozo de inocencia,
la dice: -¿Y cómo, siendo tan hermosa,
no pone más cuidado en ser curiosa?
Ese pelo, ¿ por qué no está atusado?
Esa cara, ¿por qué no se ha lavado?
¿ Y qué diré al mirar uñas tan fieras?
¿Acaso es que en su casa no hay tijeras?
Pues, para que haga lo que la prevengo,
voy a darla unas finas que aquí tengo.
Agárrala una mano y la dirige
sin más ni más a donde tiene el dije
y, estando ya la hornilla preparada,
en cuanto tropezó se halló mojada.
Retira el brazo, llena de sorpresa,
limpiándose la goma a toda priesa,
y el fraile la pregunta: -¿ Te has cortado?
Pues ya hace un mes que no se han amolado.