Las ruinas prehispánicas de El Alfarcito

Las ruinas prehispánicas de El Alfarcito (1918)
de Salvador Debenedetti
Boletín de la Academia Nacional de Ciencias (Córdoba)


LAS RUINAS PREHISPÁNICAS DE EL ALFARCITO
(DEPARTAMENTO DE TILCARA, PROVINCIA DE JUJUY)


Por SALVADOR DEBENEDETTI
Director del Museo Etnográfico




Durante los veranos de 1908, 1909 y 1910 las tres expediciones arqueológicas anuales de la Facultad de Filosofía y Letras efectuaron especialmente la exploración de una antigua fortaleza prehispánica en la quebrada de Humahuaca (provincia de Jujuy), cerca del actual pueblo de Tilcara. Esta fortaleza abandonada es conocida bajo el nombre de Pucará de Tilcara, para diferenciarla del gran número de construcciones similares en ruina que se encuentran escalonadas sobre aquel largo camino que conduce de la llanura a las regiones del altiplano jujeño y que se denomina a todas con el nombre genérico de Pucará. Dirigió aquellas expediciones el entonces director del Museo Etnográfico, doctor Juan B. Ambrosetti. Fué durante aquellos largos trabajos que tuve noticias por primera vez de la existencia de un gran campo donde abundaban vestigios, muy visibles y bien conservados, de dilatadas murallas. Tales ruinas se encontraban a pocos kilómetros al oeste de Tilcara, remontando el curso de la quebrada de Guasamayo y trasmontando la primera línea de serranía que se encuentra inmediatamente a espaldas de la actual población. Por aquella senda casi no hay tráfico: circulan los pocos pobladores de la comarca que bajan a Tilcara para realizar sus pequeñas compras de artículos indispenpensables o para trocar la exigua cosecha que a duras penas consiguen recoger.

En uno de mis trabajos anteriores consigné, al pasar, el nombre de aquel lugar, El Alfarcito[1], que se me hizo de doble interés: en primer lugar por las descripciones que oí de boca de algunos paisanos conocedores de la región y luego por el deseo de identificar aquellos restos arqueológicos con los que por entonces empezaba a descubrirse en la quebrada de Humahuaca con caracteres inconfundibles.

Algunos años después, en 1917, volví a Tilcara con el propósito de llegar al Valle Grande, pasando por El Alfarcito, pero las dificultades insalvables para alcanzar aquellas lejanas tierras me obligaron a detenerme en el camino. Resolví, en consecuencia, acampar en El Alfarcito y dedicarme a su estudio detenido, cuyos resultados van, más adelante, expuestos. Durante los meses de enero y parte de febrero se trabajó sin descanso en las excavaciones y si el material arqueológico exhumado no fué muy abundante ofrece, en cambio, características que, creo, deben puntualizarse.

Como he dicho ya, la comunicación entre El Alfarcito y la quebrada de Humahuaca se verifica a través del pedregoso camino de Guasamayo, que es, en realidad, un amplio callejón que sirve de desagüe a los altos campos de Punta Corral y de la Ovejería. En épocas normales, por la quebrada de Guasamayo corre apenas un hilo de agua pero cuando en El Alfarcito o en los campos inmediatos se descuelgan los grandes aguaceros, propios del verano, lo convierten en una avalancha impetuosa que arrasa con cuanto se opone a su paso. Para defender al pueblo de Tilcara, ha sido necesario construir grandes defensas de piedra que ya, más de una vez, no han podido resistir el empuje de la gran masa de agua que se precipita sobre el río Grande, en la quebrada de Humahuaca.

Guasamayo, a 7 u 8 kilómetros de su desembocadura, queda casi interceptado por una cadena de montañas cuyas cumbres culminan a los 800 metros más o menos sobre el nivel del río y a 3320 sobre el del mar. La erosión de las aguas ha practicado, en un trabajo prolongado, una gran fractura de la cadena montañosa, determinando un estrecho desfiladero que, con su correspondiente cascada, hacen imposible el paso. Para evitar este inconveniente, la senda, desviada


Esquema de la República Argentina indicando la ubicación de las ruinas
prehispánicas de El Alfarcito.


sobre el flanco de la montaña a manera de escalón, trepa las cumbres en rápida subida. Aquel sendero, que bordea precipicios temibles, es tan estrecho y tanto peligro ofrece a los viajeros que éstos, en general, tratan de evitarlo, aun a costa de grandes rodeos y pesadas marchas. En algunos lugares la senda se estrecha de tal manera que el paso de las mulas cargadas es impracticable. Esta razón hace también que la mayoría de los que deben pasar por allí prefieran hacerlo a pie.

La fantasía popular ha creado un sinnúmero de leyendas sobre derrumbamientos en los despeñadores, caídas fatales y viajeros

Fig. 1. — Muros de contención de las terrazas o andenes.

desaparecidos en aquella fatídica angostura, pero no creo que deba darse mucho crédito a estas versiones, abultadas por la imaginación, y de presumir es que los que allí rodaron por la cuesta mortal no debieron estar ni siquiera en regulares condiciones de serenidad.

Más allá de este lugar, después de algunos bruscos descensos del pedregoso camino, se llega a las primeras lomadas de El Alfarcito, en cuyas faldas encuéntrase vestigios borrosos de construcciones de piedra, en el más confuso desorden. Sin embargo, con un poco de esfuerzo, es posible, reconstruyendo los dislocados restos, afirmar que en estas zonas hubo terrazas destinadas a cultivos, construcciones que, por otra parte, se las encuentra profusamente en todos los faldeos aprovechables en aquella comarca. Puede afirmarse que los antiguos pobladores no dejaron un pedazo de aquel suelo sin ponerlo en condiciones favorables para la agricultura. Durante algunos kilómetros, y en todas direcciones, se ve un número infinito de murallas que, ya rectas, ya inclinándose suavemente, van determinándolas terrazas utilizadas en otro tiempo en las faenas agrícolas. En algunas


Fig. 2. — Cerro con terrazas distribuidas hasta su cumbre. Telar indígena a la intemperie.


laderas de cerros el número de estas construcciones alcanza hasta 50 y, en otras, es mucho menor; se comprenderá fácilmente que ello es debido a las condiciones topográficas del terreno en relación con la posibilidad del riego y del caudal de agua de los arroyos y vertientes.

Ni la distribución, pues, de las terrazas ni su orientación son uniformes; tampoco lo son su largo y su anchura. Algunas tienen una superficie de varios centenares de metros cuadrados y otras unos cuantos apenas. Esta variedad en las dimensiones obedece, como es fácil suponerlo, a los inconvenientes insalvables que ofrecía el accidentado terreno, cuyo aprovechamiento se ha realizado sin desechar ninguna área por insignificante que fuera.

Los muros de contención, en gran parte derrumbados, son de altura variable; los mejor conservados alcanzan a tener hasta 2 metros más o menos (fig. 1). Las piedras utilizadas en estas construcciones son rodados comunes, traídos del lecho de las antiguas cuencas o

Fig. 3. — Antiguo cauce del arroyo de El Alfarcito, de cuyas orillas arrancan los muros
de las terrazas.

piedras laminares, las llamadas vulgarmente lajas, muy abundantes en la región.

En algunos cerros los andenes ocupan las laderas, casi hasta las cumbres mismas (fig. 2). Es muy probable que los cultivos en estas alturas fueran a temporal, es decir, sin necesidad de conducir riego artificial hasta ellos. Mis investigaciones en esta zona, guiadas para descubrir el punto de arranque de los canales que pudieron haber servido para la distribución del riego, fueron infructuosas. No hallé en ninguna ocasión huellas de que alguna vez hubieran existido. En cambio, en otros lugares de El Alfarcito, en otros sistemas de terrazas, las huellas de los canales, acequias y bocas de toma parecen estar frescas todavía.

En los tiempos actuales, el mermado arroyo de El Alfarcito y las vertientes que lo alimentan han disminuido de tal manera en su caudal que las tierras susceptibles de riego son una mínima parte con respecto a las antiguas. Si se tiene presente esta extraordinaria reducción de las tierras de cultivo, en comparación con la enorme área aprovechable en los tiempos pasados, habrá que convenir que los habitantes que poblaron aquella región fueron muy numerosos y que no fijaron allí su residencia, pues no ha sido posible descubrir el menor vestigio de asiento de una población definida. Mi creencia es que El Alfarcito fue exclusivamente destinado a la agricultura por una población que fijó su residencia fuera de la comarca, posiblemente en la vecina quebrada de Humahuaca. Los yacimientos arqueológicos explorados, como se verá, parecen ser accidentales y presentan una aplastadora uniformidad, caracteres favorables para apoyar mis sospechas sobre la unidad de cultura en la comarca.

Creo oportuno insistir sobre los procedimientos que utilizaron los antiguos habitantes de El Alfarcito para regar sus sementeras, porque en ninguna parte tuve ocasión para verlos con más nitidez y mayor profusión.

En una de las tantas lomadas que se levantan a orillas del más antiguo cauce del arroyo de El Alfarcito (fig. 3), que como ya he dicho hoy ha quedado reducido a una insignificante corriente, se encuentra una serie de terrazas descendentes cuyas murallas de contención son perpendiculares al curso de las aguas. Estas terrazas son, en general, amplias y ocupan toda la superficie comprendida entre la ribera del río y la base de la meseta o lomada próxima. El desnivel entre una y otra terraza generalmente no excede de lm20.

Estas terrazas fueron regadas directamente, es decir, sin necesidad de abrir largas acequias; las bocas de toma estaban en la misma terraza. El excedente de agua, después de practicado el riego, se volcaba sobre las terrazas de la lomada vecina, consiguiendo por este ingenioso procedimiento el riego de todas las terrazas.

Trataré de aclarar este sistema de riego de El Alfarcito, valiéndome del croquis representado en la figura 4.

El arroyo de El Alfarcito, como puede verse en la citada figura, corre

Fig. 4. — Sistema de irrigación de El Alfarcito.
de este a oeste. En la actualidad sus riberas son acantiladas y barrancosas; su lecho está ocupado totalmente por un gran manto de rodados, de los cuales, sospecho, muchos se han desmoronado de la muralla de contención que bordeaba el río a manera de tajamar, y cuya existencia era forzosa a fin de evitar la destrucción de las terrazas laterales. En algunos lugares quedan todavía en pie algunos restos de estos muros, suspendidos sobre el arroyo.
Fig. 5. — Terrazas construidas sobre la ladera frontal de una loma.

Siguiendo el croquis ilustrativo se podrá observar que en la parte de El Alfarcito que nos ocupa se encuentra cuatro series de terrazas descendentes, siguiendo, naturalmente, el declive del arroyo y de las tierras inmediatas. La primera serie está constituida por las terrazas numeradas de 1 a 5. Ocupan éstas la parte más alta de la loma, situada sobre la margen izquierda del arroyo. Las terrazas 6, 7, 8, 9, 10 y 11 ocupan la ladera frontal u occidental de la loma a que me acabo de referir. En realidad su número llega a 19 (fig. 5) pero, a los efectos de simplificar y dar mayor claridad a la cuestión, en el croquis sólo se ha marcado el trazado de la 6.

Las marcadas con los números 6a, 7a, 8a, y 9a son las terrazas laterales de la loma, es decir las que están situadas sobre la vertiente norte. Constituyen éstas la tercera serie, distribuida, como habrá podido notarse, por su ubicación con respecto a la posición topográfica.

La cuarta serie de terrazas ocupa las inmediaciones de la banda izquierda del arroyo, en la zona que, supongo, fue en tiempos pasados el cauce viejo de aquella cuenca fluvial. En el croquis, las terrazas de esta serie están marcadas con los números 7b, 7c, 8b, 8c, 9b, 9c, 10a, 11a y 11b. Como podrá notarse, los muros de contención son perpendiculares al arroyo y, arrancando del borde de la barranca que constituye la ribera, se prolongan sobre la falda de la loma dando origen al tercer grupo de terrazas a que ya me he referido. De esta manera se ha constituido un sistema de terrazas irregulares: algunas, como la que llevan los números 10a y 10, son continuas, es decir, los dos muros que la limitan se prolongan sin solución de continuidad desde el borde del arroyo hasta la parte frontal de la lomada; otras, como las numeradas 7, 8, 9 y 11 están formadas por 2, 2,3 y 2 terrazas respectivamente que convergen y se reducen al llegar al borde inferior de la lomada.

Ahora bien: las terrazas más altas (1, 2, 3, 4 y 5) fueron regadas directamente, sangrando el arroyo en el punto A, que es la primera boca de toma que se encuentra a lo largo del curso. El paso del agua al través délas terrazas se verificaba en la intersección de los muros transversales y el longitudinal, en los puntos marcados en el croquis con flechas. La boca de toma B permitía el riego completo de las terrazas 6a y 6, conduciendo el agua a lo largo de la muralla que servía de límite a las terrazas anteriores.

Por la boca de toma C era posible el riego, en primer término, de las terrazas 7b y 7c, próximas al arroyo, de la terraza lateral 7a y por fin, de la terraza frontal 7.

De la boca de toma D arrancaba la acequia que regaba dos terrazas inmediatas, 8b y 8c, una terraza lateral, 8a, y la frontal 8. La acequia que partía de la boca de toma E hacía posible el riego fácil de tres terrazas inmediatas; luego pasaba el canal a la terraza 9a y se continuaba por la que lleva el número 9. Y así sucesivamente, con los canales cuyo punto de partida está marcado en el croquis con las letras F y G, se conducía sin tropiezo alguno el caudal de agua necesario para el riego de las 19 terrazas frontales que se escalonaban en la loma vecina al arroyo.

Con este procedimiento, tan sencillo como ingenioso, fue posible a los viejos pobladores de El Alfarcito conducir el agua hasta las laderas lejanas, con un aprovechamiento total del suelo, aun cuando exigía un gran esfuerzo para construir las terrazas, despedrar las faldas de

Fig. 6. — Los últimos terrenos de labranza de El Alfarcito con regadío artificial.

las montañas, aplanar los andenes y, tal vez, en muchísimos casos, un gran movimiento de tierra para realizar esta última operación.

Por cierto que el agua fue, entonces, más abundante que ahora, pues de lo contrario los pobladores actuales tendrían más área útilizable y podrían aprovechar las mismas terrazas que abandonáron los antiguos. Hoy son suceptibles de riego apenas algunos retazos inmediatos al exiguo arroyo que atraviesa la comarca, no sumando ellos sino algunas hectáreas, que se encuentran ubicadas en la parte más alta de la loma (véase el croquis: terrazas 1 a 5) y algunos pedazos de tierra, situados en la vecindad del curso más bajo del arroyo, donde éste empieza a abrirse camino al través del cordón montañoso cuyas opuestas laderas declinan sobre la quebrada de Humahuaca (fig. 6). Las actuales acequias comunican, directamente, el río con los terrenos de labranza.

Me he detenido, detalladamente, sobre las condiciones bajo las cuales los viejos pobladores de esta región aseguraron sus sementeras, en primer lugar por la magnitud en número de las terrazas, lo cual asigna a este lugar una importancia especial como centro agrícola, y en segundo lugar porque, en mis repetidos viajes por el interior, jamás tuve oportunidad para observar de una manera más clara el sistema de riego adoptado por los habitantes prehispánicos que, por su sencillez, no deja de ser ingenioso, revelando, por otra parte, lo elementalmente prácticos que debieron ser.

Advierto que en la próxima quebrada de Humahuaca, donde las ruinas de construcciones y pueblos antiguos se suceden sin interrupción, no he podido observar nada comparable con los restos arqueológicos de El Alfarcito, ni por la cantidad ni por el área dilatada que ocupan. Estas son las razones más poderosas, fuera de otras que más adelante agregaré, que me inducen a afirmar que allí se desarrolló un centro agrícola de primera importancia, que prosperó y progresó rápidamente, impulsado por la abundancia de agua, las espléndidas condiciones topográficas y las ventajas que ofrecía para su segura defensa en caso de ataques o invasiones. He dicho ya que El Alfarcito, circundado por altas montañas casi inaccesibles, sin más comunicación con la quebrada de Humahuaca que por un desfiladero estrecho y peligroso, terror de los viajeros actuales y, tal vez, de los de entonces, estaba en un aislamiento inmejorable para asegurar la paz y la confianza de las antiguas gentes que lo ocuparon y lo utilizaron.


Los yacimientos arqueológicos


En las terrazas que ocupan las laderas y mesetas de El Alfarcito, colocadas generalmente en un extremo, descubrí algunos amontonamientos de piedras que, por su aspecto, parecían haber pertenecido a construcciones especiales, destinadas a viviendas.

Las exploraciones realizadas en estos lugares me han permitido establecer tres tipos de viviendas, es decir, construcciones que han servido para tales fines.


Fig. 7. — Ruinas de viviendas cuyos muros están apoyados contra las terrazas.


1º Construcciones que se apoyan en los ángulos formados por los muros de las terrazas: las hay de forma triangular, cuadrangular y


Fig. 8. — Ruinas de viviendas circulares ubicadas en el interior de las terrazas.


aproximadamente circular, determinadas por las líneas que siguen las murallas de apoyo (fig. 7). Suelen encontrarse agrupadas basta seis, constituyendo pequeños núcleos de población. Sus dimensiones son reducidas y su superficie alcanza en algunos casos a 16 metros cuadrados. Para estas agrupaciones eligieron siempre, los antiguos habitantes, la plataforma más alta de las lomadas, es decir, el zócalo superior, al borde de las terrazas. Estos núcleos de viviendas son tan escasos, que forzosamente hacen creer que en El Alfarcito no hubo una población caracterizada por elementos que permitan sospechar su estabilidad.

2º Construcciones, también de piedra, ubicadas en la parte central de algunas terrazas, posiblemente abandonadas. Éstas son pequeñas,


Fig. 9. — Ruinas de refugios transitorios.


circulares y el diámetro máximo medido en ellas alcanzó a 3m20 (fig. 8). No son muy frecuentes. Generalmente se observan estas construcciones aisladas o en número de dos. Los núcleos constituidos por tres viviendas son raros.

3° Construcciones esporádicas, casi a manera de cuevas, o recintos utilizados transitoriamente (fig. 9). Para esta clase de viviendas utilizaron los enormes peñascos que afloran en el terreno: contra ellos se apoyaron los pequeños muros circulares, bajos y complementarios. El techo está formado por grandes piedras laminares, dispuestas en hiladas horizontales avanzadas hasta formar una falsa bóveda. Tienen estas construcciones aspecto de hornos cuando se las observa desde lejos.

Dada su pequeñez, — no tienen más de 1m80 de diámetro, — presumo que han sido refugios transitorios de aquellos que se dedicaban al cuidado de las sementeras y a la distribución del riego. Estas construcciones no son frecuentes y, por lo general, están ubicadas en los bordes más altos de las lomadas. He observado que siempre se encuentran aisladas, fuera de las construcciones de las terrazas. Las que se excavaron, para hacer efectiva su prolija exploración, no dieron material arqueológico de ninguna naturaleza. Sin embargo pudo evidenciarse la existencia de espesas capas de cenizas y carbones, residuos de fogones que ardieron durante largo tiempo.

Otras construcciones, fuera de las ya mencionadas, no se descubrieron en El Alfarcito. Hago notar que la escasez con que se presentan induce a sospechar que allí no se estableció ningún núcleo denso de población. Tampoco es posible admitir que los pobladores antiguos hubieran tenido viviendas construidas con otros materiales. Siendo la piedra el más inmediato y no abundando otras substancias que la pudieran reemplazar con ventaja y economía, lógicamente se infiere que la población no fue numerosa y si lo fue sus vestigios deben encontrarse en otras partes. Como ya he dicho, no guarda relación el incontable número de terrazas de cultivo con el exiguo de las viviendas. Ni aun admitiendo que, por razones explicables por lo naturales, se hubieran visto, los viejos habitantes de la comarca, en la necesidad de desplazarse, o de abandonar sucesivamente las áreas destinadas a la agricultura, podría aceptarse la sospecha de que allí se hubiera radicado definitivamente una población más o menos compacta, puesto que a haber sido así habrían quedado signos inequívocos de su estada, que, forzosamente y atendiendo a sus naturales ocupaciones y a la magnitud de los trabajos emprendidos, debió haber sido bastante prolongada. En la actualidad, con ser escasísima el área cultivada, las construcciones levantadas dispersamente por los moradores de la comarca ascienden a más de veinte. Esto da una idea aproximada de lo numerosas que debieron ser en los tiempos prehistóricos. Por otra parte, este fenómeno de despoblamiento es frecuente en la quebrada de Humahuaca y regiones adyacentes, y tiene su origen en múltiples causas entre las cuales se destaca, en primer término, la reducción del caudal de las aguas de ríos y arroyos y el agotamiento de muchas vertientes naturales.

En El Alfarcito no ha habido en realidad despoblación sino que el pueblo agricultor que poseyó aquellos campos fijó su residencia en otra parte que, sospecho, puede haber sido en la parte más antigua del vecino Pucará de Tilcara, por razones que más adelante puntualizaré.

Como he dicho anteriormente, las terrazas de El Alfarcito son de anchura y longitud variables. Las más grandes llegan hasta rodear por completo los flancos de las lomadas de la comarca; otras, en cambio, son pequeñas y terminan ante el primer obstáculo del terreno: una hondonada, una insalvable depresión o un hacinamiento de peñascos.

La anchura mínima constatada en algunas terrazas es de 1m80; otras alcanzan dimensiones mayores de 20 metros. Algunas de ellas fueron desmontadas, lo que me permitió singularizar algunos detalles especiales de su construcción, como ser al acarreo de tierra sin casquijos para rellenar los espacios comprendidos entre uno y otro muro de contención.

Sólo un descubrimiento arqueológico se realizó dentro de los andenes o terrazas: una pala de madera, colocada a manera de cuña, entre dos piedras de un muro y apoca profundidad de la superficie. Los demás yacimientos van enunciados en seguida, consignando sus caracteres y el material arqueológico exhumado.

N° 1. Recinto cuadrangular pircado, de 3m10 × 3 metros, situado en la vecindad de una terraza de cultivo, hacia la parte norte. A 90 centímetros de profundidad, se encontró hacinados los huesos correspondientes a tres esqueletos humanos de adultos y dos de niños. Su estado de conservación era bastante malo. Fue imposible, asimismo, determinar la posición originaria de los sepultados en aquel recinto.

El ajuar fúnebre, distribuido alrededor de los cráneos, consistió en tres ollitas rojas, una de ellas con decoración geométrica pintada de color negro orlada de blanco y un cántaro pequeño, de cuello estrecho, de los que vulgarmente llaman los comarcanos yuro.

Las paredes, de piedra suelta, tenían 1m40 de altura y el contenido sepulcral estaba separado de la muralla por una espesa capa de barro.

N° 2. En el ángulo noroeste de una vivienda cuadrangular de piedra, circunscrito por una línea de piedras lajas clavadas de punta, se descubrió un esqueleto de adulto sin su cráneo; los huesos de las manos estaban colocados sobre las costillas y el esternón y los correspondientes a las piernas debajo del coxis. Faltaba el cráneo y las vértebras cervicales. Como todos los huesos conservaban su posición natural es lógico presumir que ésta es la sepultura de un decapitado. En el lugar que debió ocupar el cráneo, en un plano superior, se descubrieron seis platos muy bien conservados.

Debajo de este yacimiento, separado por una capa de tierra dura de 50 centímetros de espesor, se encontró otro esqueleto de adulto cuya extracción fue imposible por su avanzado estado de destrucción. Constituían su ajuar fúnebre: 17 vasos distintos en forma pero, en general, de factura tosca, a excepción de un hermoso vaso con tres bocas accesorias, con modelado antropomórfico.

Los huesos de este esqueleto se extendían por debajo de la línea de lajas a que me he referido, siguiendo a lo largo de la muralla de la vivienda. Hacia su extremo se halló otro esqueleto humano de adulto con el siguiente ajuar que lo rodeaba: 10 piezas de alfarerías variadas, un cuchillo circular de bronce (tumi) y una piedra pequeña, cónica y pulida.

El primer esqueleto fue descubierto a 90 centímetros de la superficie; los dos restantes a 1m40.

N° 3. A lo largo cíela muralla de piedra de una vivienda, marcando el rumbo oeste, desenterróse tres grandes tinajas, fracturadas y dispuestas en línea. Son de factura tosca y están recubiertas con una espesa capa de hollín.

En el ángulo sudoeste de la misma vivienda, en un hoyo poco profundo, se encontró dos esqueletos de niños en avanzado estado de destrucción. Próximo a uno de los cráneos se encontró un jarro de asa lateral, decorado con líneas negras y blancas alternadas. El otro resto infantil no tenía más ajuar que un pequeño plato negro, ordinario.

N° 4. A media falda de un cerro, a cuyos pies surjen las mejores y más abundantes vertientes de la comarca, se descubrió dos círculos de piedra de 2 metros de diámetro aproximadamente. Dentro de estos círculos habían sido amontonados intencionalmente gran cantidad de rodados. En la sospecha de que se tratara de sepulturas, dispuse su total exploración.

Uno de ellos nada contenía, pero pude constatar la presencia de un manto de cenizas de 20 centímetros de espesor, lo que me permite inferir que fué un amplio fogón.

En el otro también se notaba un manto espeso de cenizas y debajo, a 80 centímetros, se exhumó dos palas de madera y un instrumento de madera bastante deteriorado. Son, como se vé, instrumentos de agricultura.

No es fácil explicarse el fin de estas construcciones ; pueden haber sido lugares destinados a ciertas ceremonias relacionadas con las vertientes vecinas o sitios desde los cuales, por grandes fogatas, se comunicaran los habitantes con otras poblaciones, como parece haber sido la costumbre general.

Nº 5. En el ángulo noroeste de un amplio recinto cuadrangular, amurallado con piedras, a un metro de profundidad se descubrió diez esqueletos humanos de adultos y uno juvenil, distribuidos en espantoso desorden y en tan mal estado de conservación que sólo un cráneo pudo extraerse.

En el mismo desorden se encontraba el ajuar fúnebre de este verdadero osario, consistente en 67 piezas de alfarerías variadas, siendo entre ellas las más notables un vaso representando una llama (anchenia) y un cántaro pequeño antropomórfico. Las piezas decoradas descubiertas en este yacimiento guardan entre sí la más perfecta armonía tanto por su forma como por su decoración.

Nº 6. En las mismas condiciones que el hallazgo anterior, es decir, en un ángulo de un gran recinto cuadrangular, fueron descubiertos seis esqueletos humanos de adultos muy mal conservados, de los cuales solamente tres pudieron ser exhumados. El ajuar fúnebre consistía en 18 piezas variadas de barro y, en general, de carácter tosco.

Nº 7. En una de las barrancas que rodean El Alfarcito por el rumbo norte, en el lugar conocido con el nombre de Los Colorados, dentro de un gran recinto amurallado fueron descubiertas dos ollas de grandes dimensiones; una negra, totalmente fracturada, por lo cual hubo que abandonarla y otra de color blanquecino cuya extracción pudo realizarse felizmente. Contenía esta última: dos astas de ciervo, pedazos de madera carbonizada y algunas piedras rodadas que, por la presión que ejercían sobre las paredes de la olla, determinaron su fractura.

Próximo a este hallazgo, siempre dentro de la misma área se descubrió dos recintos abovedados en los que estaban sepultados 13 esqueletos de adultos y 6 de niños. De estos restos sólo se extrajo 8 cráneos enteros. Pude constatar que 4 de los inhumados poseían collares de cuentas de piedra. Se extrajo, además, dos pequeñas puntas de flecha de obsidiana. Llama sobre manera la atención que este importante yacimiento arqueológico carezca en absoluto de alfarería.

N° 8. En el ángulo noreste de un gran recinto amurallado con piedras se descubrió, a 1m50 de profundidad, una bóveda construida con rodados sueltos. Destapada, encontróse en su interior un esqueleto humano de adulto en completo estado de destrucción. En la vecindad del cráneo habían sido colocados dos platos simples, una pequeña olla tosca, de cocina y una piedra cilíndrica horadada.


Fig. 10. — 22.873 ½


Los fémures del inhumado presentaban profundas lesiones patológicas.

El material arqueológico exhumado de las tumbas de El Alfarcito, incluyendo 13 cráneos humanos, más o menos completos, asciende a 138 piezas que pueden descomponerse en las series siguientes: 67 platos simples y decorados; 14 vasos; 20 ollitas; 5 yuros; 3 instrumentos de madera, de uso en las faenas agrícolas; 5 collares y placas de piedra; 3 pequeños morteros de piedra, cilíndricos, y 8 puntas de flecha, de obsidiana.

Dada la abrumadora uniformidad que presentan, las series mencionadas, tanto en lo que se refiere a formas como a decorado, trataré de describir sucintamente aquellos ejemplares que, presentando caracteres definidos e inconfundibles, pueden considerarse como típicos. Por otra parte, como se verá oportunamente, todo este material puede referirse a las series descubiertas con anterioridad en La Isla, de Tilcara, cuyos cementerios fueron estudiados totalmente, en 1907, por la 4ª expedición de la Facultad de Filosofía y Letras.

Entre el material arqueológico descubierto en el yacimiento 2 se encuentra un plato de base plana (22.873), de color rojo y con decoración reticulada tripartita, distribuida en la superficie interna (fig. 10). Tiene 3cm8 de altura y 12cm2 de diámetro. En nada difiere esta pieza de las que, con tanta profusión como constancia, fueron exhumadas de los cementerios de La Isla, de Tilcara. El parentesco, o mejor dicho, la identidad entre la cerámica de El Alfarcito y la del lugar que acabo de mencionar es evidente. En La Isla, los platos de este tipo y sus variantes que pudieron descubrirse ascienden a 84; en El Alfarcito apenas alcanzan a 6, pero presentan entre ellos la más perfecta igualdad en todos sus caracteres, excluyendo, se entiende, aquellas piezas en cuya decoración han intervenido elementos derivados que no aparecen en la cerámica de El Alfarcito (1).

Como dije anteriormente, el yacimiento[2] de El Alfarcito dió muy escasa alfarería: toda ella simple, a excepción de la pieza número 22.931 (fig. 11), que presenta una decoración característica, aun cuando no es novedosa en la región.

La ollita a que me refiero es de pasta fina y homogénea, bien cocida y recubierta en la parte externa con una capa tenue de una substancia lustrosa. Este carácter se presenta también en la parte interna del borde, indicando claramente que ello responde a una preparación previa de las superficies donde debía trazarse la decoración. Tanto labase y sus inmediaciones como toda la superficie interna del cuerpo de


Fig. 11. — 22.931. ½


esta pieza conserva su primitiva aspereza, con un ligero alisamiento.

La forma es globular, la base plana, el cuello ligeramente entrante y el borde apenas saliente. Las asas, colocadas inmediatas al nacimiento del cuello, son perpendiculares a éste.

La decoración, dividida en cuatro series, está constituida por elementos geométricos de color negro, orlados por una linea fina, blanca. Parecen ser triángulos con sus bases orientadas hacia arriba y unidos de tal manera que el vértice de uno se apoya sobre un costado de la base del que está colocado interiormente. El primer triángulo apoya su base sobre el borde de la pieza y el vértice del último está casi sobre el fondo.

Para el trazado de esta decoración se ha dividido la pieza en dos partes, tomando como puntos de referencia la línea de las asas y su prolongación, de tal manera que constituye, realmente, una decoración bipartita. Cada dos series de elementos decorativos ocupa, pues, una mitad de la superficie del cuerpo de la pieza y éstos están separados, como si se hubiera querido acentuar su aislamiento, por una línea recta que arrancando del borde terminara en la base.

Esta decoración, como he dicho ya, no es nueva en la comarca. Se presenta en algunos cántaros descubiertos en el interior de las viviendas en el Pucará de Tilcara y hago notar que estos grandes cántaros no son de carácter funerario: no sirvieron de sarcófagos; siempre se les halló contra las murallas, vacíos, tapados con una piedra laminar. Estas circunstancias me inducen a afirmar que han sido depósitos para reservar agua.

En los cementerios de La Isla, de Tilcara, se exhumó un material, relativamente abundante, que presenta esta misma decoración[3].


Fig. 12 — 22.942. ½


La ollita 22.942 (fig. 12), de cuerpo globular y decoración reticulada, procede del yacimiento 2 y formaba parte del rico ajuar que acompañaba al segundo esqueleto descubierto en aquella sepultura. No ofreciendo ningún carácter nuevo que permita particularizarla tanto en su forma como en su decorado, debo naturalmente referirla, por su semejanza, a las descubiertas en La Isla[4]. Esta pieza tiene 11 centímetros de altura y 7cm6 de diámetro en la boca.

En la inhumación más antigua descubierta en el yacimiento 2, es decir, en la sepultura que estaba a mayor profundidad, se encontró, entre el numeroso ajuar fúnebre constituido por 17 piezas groseras de cerámica, el vaso número 22.921 (fig. 13). El material utilizado para su confección, así como la técnica y demás caracteres de decoración, son análogos a los de la ollita que acabo de describir.

La particularidad que presenta es tener tres apéndices antropomórficos, ahuecados, que nacen en la parte superior del cuerpo de la pieza, lo cual le da el aspecto de tener tres bocas accesorias para verter en un momento dado el líquido que debía contener.


Fig. 13. — 22.924. ½


Estos apéndices son cilindricos y presentan, en la parte externa, rasgos humanos en relieve, trazados rudimentariamente.

La pequeña superficie destinada para dicho fin fué pintada de blanco después de la aplicación de los rasgos fisonómicos y se trazó, además, sobre ella la serie de líneas rectas próximas a los ojos y a la nariz que, sospecho, indiquen tatuaje o pinturas faciales.

Tengo oportunidad de anotar una nueva semejanza entre esta pieza y otras descubiertas en La Isla, de Tilcara[5]. La técnica, en ambos casos, es absolutamente la misma y la procedencia cultural es innegable.

Resulta difícil determinar con exactitud la finalidad de esta pieza puesto que, con bastante dificultad, se puede verter su contenido, y si atendemos al carácter práctico que, en general, tuvieron nuestros pueblos aborígenes, es lógico presumir que esta pieza sirvió para libaciones.

Para terminar, agregaré, que vasos con múltiples bocas, como el que me ocupa, no han sido encontrados en la región de Humabuaca.


Fig. 14. — 22.905. ½


El ejemplar que lleva el número 22.905 perteneció al suntuoso ajuar fúnebre del yacimiento 5, ya descrito. Como puede observarse en la figura 14, el artista indígena quiso representar, modelado, un animal, posiblemente, una llama; parece estar acostada y ligada por un lazo que gira alrededor del cuello y termina en el cuerpo.

Es lógico inferir que este pequeño vaso ha tenido aplicación en ceremonias o ritos relacionados con el cuidado del ganado, al cual tanta atención prestaron los indios, habiendo quedado numerosas prácticas como supervivencias de aquéllos. Estas costumbres están generalizadas en toda nuestra región andina, pero de una manera especial en aquellas comarcas, cuyos pobladores siguen, como en los tiempos antiguos, dedicándose preferentemente a mantener rebaños de llamas, como ocurre en la puna de Jujuy y Atacama. En las regiones donde ya no existe este ganado, pero que en los tiempos prehistóricos sufrieron la influencia de las culturas del norte, estos ritos y ceremonias se aplican sin distinción al ganado de origen español. La finalidad perseguida en esta costumbre ha perdurado al través del tiempo. En la quebrada de Humahuaca, donde las llamas casi han desaparecido, los ritos se han conservado con la misma intensidad aplicados al ganado cabrío, lanar, etc.

Como es fácil suponer, el género de vida pastoril de estos pueblos no ha variado, aun cuando hayan variado las especies a cuyo cuidado se dedican. Ésta es la razón que ha determinado, en lo que a ciertas representaciones de la cerámica se refiere, una verdadera substitución de formas; así, las illas o figuras de llamas utilizadas como talismanes para la buena suerte del ganado en los tiempos prehistóricos, se han trocado en figuras de animales correspondientes a las especies importadas por la conquista hispánica. Por ello el viajero encuentra en cada rancho de la comarca representaciones más o menos bellas de bueyes, vacas, carneros, etc., que son objeto de cuidados solícitos por los pobladores y que tienen un valor especial en su ingenua credulidad.

En muchos casos he constatado que las representaciones plásticas a que acabo de aludir se encuentran mezcladas: esto ocurre, precisamente, en las comarcas donde la especie nativa no ha desaparecido todavía.

El ejemplar que me ocupa ha tenido, pues, una significación determinada. Creo, como muchos autores, que es un vaso utilizado en ceremonias propias de pueblos pastoriles, sea en las marcadas, paradas de rodeo, recuento del ganado, etc. Es de buena factura y está ejecutado con cierta habilidad. Los rasgos característicos del animal representado son firmes y realísticos. Sospecho que las pequeñas protuberancias que se destacan en el cuerpo de la pieza corresponden, sintéticamente, a las patas de la llama puesto que, observada en conjunto, da idea clara de que el animal está tumbado de espaldas y atado con un lazo que arranca del cuello, como ya he dicho.

La decoración que presenta el cuerpo del vaso es elemental: dos zonas reticuladas, con líneas de color negro, trazadas con seguridad y dispuestas en las partes laterales. Una línea quebrada, continua, arranca del cuello de la pieza y termina en la vecindad del orificio que servía de boca destinada a dar entrada al líquido que, sin duda, debía contener el vaso durante las ceremonias. Por otra parte, este líquido se vertía por la boca del animal puesto que ésta se comunica con el cuerpo al través de un canal que corre por la parte interior del cuello.

Representaciones de esta naturaleza son frecuentes en todo nuestro noroeste y en otras regiones extra argentinas.

La hermosa ollita 22.904 (fig. 15) constituye una pieza única y excepcional, en lo que a su decorado se refiere, entre el uniforme material arqueológico exhumado en El Alfarcito.

Fig. 15. — 22.904. ½

Fue descubierta en el yacimiento 5, formando parte del abundante ajuar fúnebre que acompañaba a los diez inhumados de aquel confuso osario. La pieza es hermosa; el material empleado es de lo más fino y seleccionado y la decoración se aparta de los cánones conocidos y dominantes en la cerámica prehispánica de El Alfarcito. Esta alfarería es tan rara aquí como en La Isla[6] y parecería, dada la escasez con que se la descubre, que no se generalizó. Anoto, sin embargo, la perfecta semejanza que tal material presenta en ambas localidades arqueológicas.

Los cuatro collares descubiertos en El Alfarcito (22.952, 22.953, 22.957 y 22.958) pertenecían al ajuar fúnebre de los 19 inhumados a los cuales he hecho referencia al describir el yacimiento número 7. De este mismo yacimiento se extrajo una placa de malaquita (22.951), de forma rectangular, con los ángulos redondeados. Formó, posiblemente, parte de un collar, pues presenta perforaciones en las partes laterales y en la central, indicando que por ello pasó el cordón destinadoa suspenderla. Piezas como éstas han sido descubiertas abundantemente en la región andina; y señalo, al pasar, que entre las mayores conocidas menciono una que perteneció a la colección privada del doctor Aníbal Echeverría y Reyes y que se encuentra actualmente en el Museo Etnográfico, catalogada bajo el número 22.443 y forma parte de un collar descubierto en San Pedro de Atacama.

Fig. 16. — 22.906. ½

Los collares son de substancias diversas: dos de malaquita, uno de esteatita y uno de lapislázuli. Predominan en los más grandes, o sea en los dos últimos, las cuentas cilíndricas, alargadas, mientras que en los primeros las cuentas son pequeñas y aplanadas.

El procedimiento usado para obtenerlas ha sido friccionando los pequeños trozos de material contra una piedra dura hasta obtener la forma cilíndrica deseada. Algunas cuentas evidencian un trabajo inconcluso, pues presentan formas más o menos prismáticas, irregulares. Otras, muy pocas, sólo han sido pulidas en las superficies superior e inferior, conservando los cantos su forma original. Hago notar que las cuentas que presentan este carácter tienen perforación central, con lo cual queda demostrado que antes de procederse al pulimento definitivo se practicaba el pequeño agujero por donde pasaba el hilo destinado a la sarta.

Las piezas que llevan los números 22.906 y 22.907 fueron, como se ha dicho, descubiertas aisladamente en el yacimiento 4. La primera es (fig. 16) una especie de bastón cilíndrico, arqueado, de 38 centímetros de longitud; está muy deteriorado pero es posible aún distinguir, en un extremo, un ensanchamiento de la pieza a modo de espátula, con un ligero filo. Posiblemente fue un instrumento de agricultura, cuya forma es harto conocida en nuestra arqueología del noroeste. Durante las excavaciones en La Paya, en el valle Calchaquí, descubrimos con el doctor Ambrosetti 25 sepulcros que contenían estos objetos de madera [7]; Lehmann-Nitsche, a su vez, describe un ejemplar, clasificado como «madero para tejer»[8], exhumado del cementerio VIII de Casabindo, y Boman[9] consigna varios ejemplares descubiertos en Morohuasi (Salta), Suyate (Jujuy) Pucará de Rinconada (Jujuy) y en Calama[10]. Las exploraciones en el Pucará de Tilcara permitieron descubrir abundantes ejemplares análogos.

Queda, pues, evidenciada la presencia de estos característicos instrumentos en yacimientos arqueológicos de la puna de Ataeama, puna de Jujuy, valle Calchaquí (Salta) y quebrada de Humahuaca (Jujuy).

Es muy posible que se hayan difundido más al sur de las comarcas citadas donde, o porque las exploraciones no se han verificado con la prolijidad necesaria o porque las condiciones del medio en que han sido sepultados no ha permitido su conservación, hasta ahora no ha sido posible puntualizarlos. El segundo ejemplar, número 22.907 (fig. 17), es una pequeña pala de madera, de mango corto, asimétrico y muy deteriorada en la parte correspondiente al filo y a uno de sus bordes.


Fig. 17. — 22.907. ½


Tiene 25 centímetros de longitud. Es, sin duda alguna, un instrumento también de agricultura, como el anterior, y presenta exactamente los mismos caracteres que los ocho ejemplares descubiertos en La Paya, en ocho sepulturas[11], descritos por el doctor Ambrosetti conjuntatamente con el procedimiento de adaptación a un mango.

Otro ejemplar análogo fué exhumado de una cámara sepulcral en Kipón[12], y en los ricos yacimientos de Pucará de Tilcara fueron descubiertos 22 ejemplares, unas veces constituyendo parte de ajuares fúnebres y otras veces acompañando a instrumentos de distinta naturaleza que ninguna relación guardaban con los inhumados.

Se ve claramente que estas piezas han tenido la misma área de dispersión en nuestras regiones del noroeste.


Conclusiones


1ª Las ruinas de El Alfarcito revelan que la población prehispánica que ocupó la comarca fue de carácter eminentemente agrícola; utilizó las laderas de los cerros y lomadas para construir terrazas o andenes, destinados exclusivamente a los cultivos. Mediante un ingenioso como elemental sistema de riego, los viejos pobladores supieron aprovechar con éxito todos los cursos de agua de la región, distribuyéndolos por medio de acequias al través de las innumerables terrazas.

2ª Las exploraciones metódicas practicadas en El Alfarcito han puesto en evidencia una escasa densidad de población estable que no guarda relación con la magnitud del área aprovechada en los cultivos. Los restos de poblaciones están constituidos por reducidos núcleos de viviendas, situadas dispersamente sobre las plataformas más altas de las lomadas y, generalmente, sobre los bordes superiores de las barrancas y hondonadas.

3ª Los descubrimientos arqueológicos realizados en la región presentan íntima semejanza con los de La Isla, de Tilcara, situados en la quebrada de Humahuaca, a pocos kilómetros al norte de la desembocadura del arroyo de Guasamayo, que, como he dicho ya, es el camino obligado que pone en comunicación la quebrada de Humahuaca y el pequeño valle de El Alfarcito. Por esta ruta, entre La Isla y El Alfarcito, se interpone el Pucará de Tilcara, cuya arqueología es en absoluto distinta a la de ambas localidades. Esta circunstancia me permite afirmar que si los tres grandes yacimientos citados — El Alfarcito, La Isla y el Pucará de Tilcara — corresponden a tres pueblos que vivieron contemporáneamente, estuvieron en posesión de culturas distintas; una, uniforme, en El Alfarcito y La Isla, y la otra independiente, en el Pucará de Tilcara. La de esta localidad correspondería a la que se generalizó en la quebrada de Humahuaca, que fué la que perduró hasta los primeros años de la conquista hispánica, para cuya prueba aduzco la presencia de objetos característicos de la cultura que traían los conquistadores, como ser collares de perlas venecianas de vidrio, constatados en sepulcros del Pucará de Tilcara y de la quebrada de La Huerta, por expediciones arqueológicas realizadas con posterioridad a la que estudió las ruinas de El Alfarcito. Ni los yacimientos de La Isla, ni los de El Alfarcito han proporcionado ningún objeto de carácter hispánico, ni presentan caracteres comunes como los de las citadas localidades. Su contemporaneidad se habría manifestado por la presencia de algunos utensilios similares, tanto en las tumbas como en las viviendas. Sin embargo, debo hacer notar que en una zona del Pucará de Tilcara, donde las construcciones se encuentran totalmente sepultadas, encontróse algunos platos de la típica decoración geométrica de los platos de La Isla y de El Alfarcito; esta zona del Pucará debió ser, a mi juicio, la primera ocupada por los más antiguos pobladores de la comarca. Quedaría puntualizado así un remoto contacto entre los pueblos de la quebrada de Humahuaca y los de El Alfarcito que, como tengo ya dicho, estuvieron sobre una de las rutas de comunicación con el Valle Grande, sobre cuya arqueología nada se sabe todavía.

Descartada la contemporaneidad de los yacimientos arqueológicos que he citado, debo admitir, por las razones expuestas, que los de El Alfarcito, así como los de La Isla, acusan una mayor antigüedad que los hasta ahora conocidos de la quebrada de Humahmaca. Mayores pruebas para afirmar esta hipótesis podré consignar en breve, cuando se publique los resultados de la última expedición de la Facultad de Filosofía y Letras verificada en nuevas localidades arqueológicas situadas al norte de Tilcara y cuyo estudio, prima facie, me permite establecer una comunidad de cultura con los pueblos de la puna de Jujuy, de Atacama y del valle Calchaquí, provincia de Salta.


Buenos Aires, agosto de 1918.


Notas
  1. Salvador Debenedetti, Exploración arqueológica en los cementerios prehistóricos de la isla de Tilcara (Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy), Facultad de Filosofía y Letras, Publicaciones de la sección antropológica, número 7, página 13. Buenos Aires. 1910.
  2. Debenedetti, op. cit., página 61 y siguientes.
    Podría sospecharse que la alfarería que me ocupa, a semejanza de lo que ocurre con otro material arqueológico, se generalizó en la quebrada de Humahuaca y en las comarcas inmediatas. Sin embargo, los datos que se posee hasta ahora, evidencian que ciertas cerámicas se presentan esporádicamente. Así, por ejemplo, esta alfarería, tan elemental en su forma como en su decorado, además de haber sido descubierta en los yacimientos de El Alfarcito, La Isla y Pucará de Tilcara fué constatada por el doctor Max Uhle en Taranta, cerca de Casabindo, en la puna de Jujuy y en Humahuaca. Los ejemplares reunidos por este explorador ascienden a seis y se encuentran en el Museum für Völkerkunde, de Berlín, catalogados bajo los números: VA 11.324, VA 11.517, VA 11.518, VA 11.487 a 489. Además, este mismo tipo de plato, según indicación del catálogo de la colección Zavaleta, existente en el mismo Museo, ha sido encontrado en Luracatao y La Poma, provincia de Salta (VCa 4988-440, VCa 4986-172). Llama la atención que en las excavaciones de la ciudad prehispánica de La Paya, lugar que no dista mucho ni de La Poma ni de Luracatao, no se haya descubierto en ninguna ocasión ejemplar alguno como los aquí aludidos.
    Creo oportuno puntualizar que los objetos de madera del Pucará de Tilcara, La Paya y Puna de Jujuy son comunes, lo que me permite inferir una unidad de cultura generalizada en las tres comarcas. Otras pruebas se darán más adelante, cuando analice el abundante material arqueológico exhumado recientemente en el viejo pucará de Campo Morado y en una ciudad descubierta y explorada en la quebrada de La Huerta.
  3. Debenedetti, op. cit., página 216 y figuras 157 y 158.
  4. Debenedetti, op. cit., hoc. cit.
  5. Debenedetti, op. cit., página 184 y figuras 132 y 133.
  6. Debenedetti, op. cit., páginas 165 y siguientes.
  7. J. B. Ambrossetti, Exploraciones arqueológicas en la ciudad prehistórica de La Paya (valle Calchaquí, provincia de Salta), Facultad de Filosofía y Letras. Publicaciones de la Sección Antropológica, número 3, página 452, figura 235. Buenos Aires, 1907. El doctor Ambrosetti rectifica en esta obra la hipótesis que enunciara con anterioridad sobre el presunto uso de estos instrumentos, rechazando, por razones atendibles, la suposición de que fueron boomerangs, e inclinándose a creer que han sido utensilios de agricultura y que, en ciertos casos, pudieron usarse como armas de combate. La opinión hoy generalizada, después de las observaciones anotadas por muchos autores, es que dichos objetos han tenido aplicación en tareas agrícolas, lo cual no excluye que hayan podido tener otro uso de orden secundario.
  8. R. Lehmann-Nitsche. Catálogo de las antigüedades de la provincia de Jujuy conservadas en el Museo de La Plata, en Revista del Museo de La Plata, tomo XI, página 108, lámina IV, H, 5. La Plata, 1904.
  9. E. Boman, Antiquités de la région andine de la Republique Argentiné et du désert d'Atacama, tomo I, página 335, figuras 74 b, c y e; tomo II, páginas 589, 590, 619 y 733 y figuras 121 a y b, 137 c, 168 b y 169 f. Buenos Aires, MDCCCCVIII.
  10. Comparto la opinión expresada del señor Boman sobre la distinta aplicación de los objetos de madera que me ocupan. Los de pequeñas dimensiones, que son también abundantes, deben haber sido utilizados en los pequeños telares donde se fabricaban vinchas, fajas, etc., es decir, tejidos angostos. Se diferencian de los de dimensiones mayores, cuyo uso fué común en las tareas agrícolas, por su forma general, mango, filo y corvadura. Uno de los más hermosos ejemplares que puedo citar se encuentra actualmente en el Museo etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras, catalogado bajo el número 18.453; perteneció a la colección del doctor Luis Montt y fué descubierto en el puerto Caldera, departamento de Copiapó, Chile. Para su obtención se ha utilizado un hueso, lo cual, atendiendo a los inconvenientes de esta substancia, permite descartar en absoluto la sospecha de que puede ser instrumento de agricultura.
  11. J. B. Ambrosetti, Exploraciones arqueológicas, etc., página 459, figura 237.
  12. Salvador Debenedetti, Excursión arqueológica a las ruinas de Kipón (valle Calchaquí, provincia de Salta), Facultad de Filosofía y Letras, Publicaciones de la sección Antropológica, número 4, página 35. Buenos Aires, 1908.