Las nacionalidades :5

Las nacionalidades, Francisco Pi y Margall, 1876


Libro primero (Criterio para la reorganización de las naciones)


Capítulo III

Criterios para la formación de grandes naciones. La identidad de lenguas. Las fronteras naturales

Busco el motivo de las nacionalidades, y no sé encontrarlo racional ni legítimo. Presentan muchos como tal la identidad de lengua. Por la identidad de lengua definen, efectivamente, los alemanes los límites de su patria en uno de los cantos modernos que más los apasionan. No circunscriben para ellos la patria, las montañas, ni los ríos: se extiende la patria a toda la tierra en que se habla alemán.

Resultan así incompletas las dos naciones. Le faltan a Italia parte del Tirol, la costa de Dalmacia y el cantón del Tesino. Le faltan a Alemania los cantones de Berna, Basilea, Zurich y todo el oriente de Suiza; el Austria propiamente dicha; los ducados de Salzburgo, Estiria, Carintia, Friul y Carniola; el litoral alemán del territorio de Trieste; parte del Tirol con Voralberga; el margraviato de Moravia y parte de Silesia; algo de Rusia. ¿Como cuántas guerras serán necesarias para que Italia y Alemania se completen? Suiza va a quedar hecha pedazos. Austria estará reducida a Hungría, Bohemia y Polonia.

Ya en el Parlamento de Francfort de 1848 se habló estensamente de si Austria debía o no formar parte de Alemania. Estuvieron unos por que se la incluyese en la nueva nación; otros por que se la excluyese. Prevalecieron los últimos, a quienes se calificaba desdeñosamente de partidarios de la pequeña Alemania: pero ¿quién duda que hoy sueñan todos con la incorporación del archiducado de Austria? Siguen cantando que toda tierra en que se habla la lengua alemana, ésa es la patria del alemán.

¡La identidad de lengua! ¿Podrá nunca ser ésta un principio para determinar la formación ni la reorganización de los pueblos? ¡A qué contrasentidos no nos conduciría! Portugal estaría justamente separado de España; Cataluña, Valencia, las islas Baleares debeian constituir naciones independientes. Entre las lenguas de estas provincias y la de Castilla no hay, de seguro, menos distancia que entre la alemana y la holandesa, por ejemplo, o entre la castellana y la de Francia. Habrían de vivir aparte, sobre todo los vascos, cuya lengua no tiene afinidad alguna ni con las de la Península ni con las del resto de Europa. En cambio, deberían venir a ser miembros de la nación española la mitad de la América del Mediodía, casi toda la del Centro y gran parte de la del Norte. Habrían de formar éstas, cuando menos, una sola república. Irlanda y Escocia habrían de ser otras tantas naciones; Rusia, Austria, Turquía, descomponerse en multitud de pueblos. ¡Qué de perturbaciones para el mundo! ¡Qué semillero de guerras!

Buscan otros el criterio para la formación de las naciones en lo que llaman las fronteras naturales. Pretenden que los pueblos tienen lindes marcadas por la misma tierra: aquí una cordillera allí un río, más allá las aguas de los mares. No llegan por este criterio a menos contrasentidos que los otros. Les sería por de pronto difícil explicar cómo, siendo naturales, no está determinada ninguna nación por esas pretendidas fronteras. Las nuestras son, según ellos, el mar y los Pirineos. Casi nunca ha habido un solo pueblo dentro de estos límites. Tampoco lo hay ahora. Y, nótese bien, en muchos y largos períodos nos hemos derramado por la otra vertiente de los montes Galibéricos. El Rosellón ha formado durante siglos parte de España.

Si, por otra parte, son los Pirineos la frontera natural de la Península, ¿por qué no había de poderla dividir en dos naciones, una a Oriente, otra a Occidente, la cordillera Ibérica? ¿Por qué no dividir la de Occidente en otras la cordillera Pirenaica, la Carpeto-Vetónica, la Oretana, la Mariánica, la Penibética? Fronteras naturales son también los ríos. Las cuencas del Ebro, del Júcar, del Segura, podrían constituir dentro de la España Oriental hasta tres naciones; cinco en la España Occidental, las cuencas del Miño, del Duero, del Tajo, del Guadiana, del antiguo Betis. Dado este principio, Portugal es, a no dudarlo, una de las naciones de formación más lógica. El Miño es su curso de Este a Oeste, el Duero y el Guadiana en su marcha de Norte a Sur y el Océano Atlántico son, en parte, y podrían ser del todo, las naturales fronteras de Lusitania. ¿Se habrá olvidado en Europa que más de una vez se ha tratado de extender el territorio de Francia hasta las márgenes del Ebro? Después de la batalla de Leipzig, del Rin al Ebro concedían las potencias a Napoleón, si renunciaba a lo demás de su Imperio.

Podría hacer observaciones análogas sobre Francia, sobre Italia, sobre Alemania, sobre los demás pueblos. He preferido fijar la atención del lector en España, tanto porque la conoce más, como porque es la nación que más parecetener fronteras naturales. No alcanzo, a la verdad, por qué han de vivir sólo dos pueblos en las faldas de una cordillera, ni por qué no ha de ocupar uno solo las dos vertientes. Alcanzo menos por qué no se han de establecer aunque sea veinte naciones en la misma orilla de un río. Es tan arbitrario ese principio de las fronteras naturales, que, por él, lo mismo cabría dividir a Europa en pequeñas repúblicas que reducirla a dos o tres grandes imperios. Sin contar sus inmensas posesiones de Asia, Rusia ocupa hoy más de la mitad de Europa. Es una perpetua amenaza para las demás naciones del Continente, un peligro tal, que para conjurarlo fortificó Luis Felipe a París y promovió Luis Napoleón la guerra de Crimea. En Europa no puede tener, sin embargo, fronteras mejor marcadas por la naturaleza: al Norte, el Océano Glaciar Artico; al Oriente, los montes Urales, el río Ural y el mar Caspio; al Mediodía, el Cáucaso y el mar Negro; al Occidente, el mar Báltico, el golfo de Botnia y el río Tornea, que la separa de Suecia. No son convencionales sus fronteras sino en la parte Sudoeste, en sus lindes con Prusia, Austria y Turquía; y podría muy bien, prevaliéndose de este mismo criterio que combato, avanzar hasta los montes Cárpatos y los Balcanes y apoderarse de Constantinopla. Obsérvese ahora, como de paso, que no podría la nación francesa tener por frontera el Rin desde el punto en que le falta la cordillera de los Alpes, sin tomar buena parte de Alemania, toda Bélgica y la mitad de Holanda.