Las nacionalidades :12

Las nacionalidades, Francisco Pi y Margall, 1876


Libro primero (Criterio para la reorganización de las naciones)


Capítulo X

El equilibrio europeo. Combinación de los diversos criterios

No creo necesario hablar de otro criterio, por mucho tiempo en boga, y hoy casi en olvido: el del equilibrio europeo. Sin la disgregación de Rusia, este equilibrio es de todo punto imposible: la prueba está en que no mueve aquel Omperio el pie que no hayan de concertarse dos o más naciones para detenerlo y conseguir la neutralidad de las otras. Si para alcanzar este equilibrio hubiéramos de partir la Rusia en distintos pueblos, ¿qué razón habría para no proceder a la reorganización general de Europa? Este criterio, que ni de tal merece el nombre, sería tan arbitrario como el de las fronteras naturales. Por él podríamos también llegar lo mismo a la formación de naciones como Francia y Alemania, que a la de las repúblicas en que, tomando por norma la extensión de Holanda, pretende dividir a Europa la escuela de Augusto Comte. Este equilibrio, por otra parte, se destruiría, no diré de siglo a siglo, sino de decenio a decenio. Lo alteraría frecuentemente la desigualdad con que se desarrollan en los pueblos la población y la riqueza, y, por lo tanto, el poder político. Mantenerlo sería, por lo menos, tan difícil como establecer y conservar entre los hombres bajo el principio individualista la igualdad de fortunas.

No falta quien diga que, si por ninguno de los referidos criterios es posible definir las naciones, lo es combinándolos todos. Esto, sobre no ser científico, no es tampoco cierto.

La Gran Bretaña ¿es una verdadera nacionalidad? No habrá, de seguro, quien eche los ojos sobre el mapa de Europa y esté por las grandes naciones, que no considere las islas Británicas dignas de formar grupo. Inglaterra y Escocia son una sola isla. Irlanda dista de ella muchísimo menos que de España las Baleares. Las Hébridas están, por decirlo asi, pegadas a. Escocia. De Escocia a las Hébridas e Irlanda hay menos distancia que de Ibiza a Mallorca. De Mallorca a Ibiza hay cincuenta kilómetros; de Escocia a Irlanda, treinta y cinco; de las Hébridas a Escocia, veinticinco escasos. ¿A quién habrá de parecer violento que las islas Británicas formen un solo cuerpo? Tres siglos hace ya que lo forman Escocia, Inglaterra e Irlanda. Las Hébridas vienen de mucho antes siendo escocesas. Rígese Escocia, además, por las instituciones de Inglaterra desde el año 1707; Irlanda, desde 1800. La lengua oficial es en todas partes la misma, la inglesa.

¿Bastará esto para condenar la separación de Irlanda? Irlanda es una isla de considerable extensión, que mide 450 kilómetros de Norte a Mediodía, y 280 de Oriente a Occidente. Contiene cerca de seis millones de habitantes. Ha vivido autónoma durante siglos, y sólo durante siglos de combate sucumbió, como hemos visto, a las armas de Inglaterra. Tasca aún con impaciencia el freno, odia a los vencedores y arde en deseos de emanciparse. Suyos son esos terribles fenianos que en nuestros mismos días han llevado tantas veces el espanto al corazón de Inglaterra. La separan de ella mares de sangre, agravios que no olvida ni perdona, la lengua, la religión, la raza. Los irlandeses son de origen, no germanos, sino celtas; y como todos los antiguos druidas, fervientes católicos. Hablan todavía una lengua céltica: el erse. Combínense como se quiera los distintos criterios de que hablé, ¿por qué nos resolveremos por que continúe unida Irlanda a la Gran Bretaña, o por que forme nación aparte?

En Francia tenemos un pueblo parecido, el de la península que forman el canal de la Mancha y el golfo de Vizcaya: los bretones, una de las más conocidas ramas de la familia de los celtas, que aun hoy hablan una lengua céltica. Aunque incorporados a Francia desde 1515, conservan todavía sus antiguos hábitos, sus costumbres, sus trajes, su fisonomía. No odian a los franceses, pero tampoco los siguen de buen grado. En 1793 y 1799 sostuvieron junto con sus circunvecinos esas largas guerras de la Vendée, que tantos conflictos crearon a la República; guerras que estuvieron por retoñar a la caída del Imperio y retoñaron y habrían dado quehacer al advenimiento de los Orleanes, si no las hubiera cortado la tan oportuna como inesperada prisión de la duquesa de Berry.

Al otro extremo de Francia, en la vertiente septentrional de los Pirineos, hay otro pueblo aun menos partícipe de la vida general de la nación, los vascos, procedentes de los de España. He dicho ya que se los considera como una de las cuatro razas del hombre mediterráneo. Son, efectivamente, un tipo distinto de los demás de Europa, cuya filiación es hoy más que nunca objeto de serios estudios y rudas controversias. Más aún que por su tipo, se distinguen por sus costumbres. Vivieron también independientes de Francia hasta los últimos años del siglo XVI, en que Enrique IV los incorporó a la Corona.

¿Qué deberemos hacer de los dos pueblos? No son franceses ni por la lengua, ni por la raza, ni por las costumbres, ni por las ideas, ni por los sentimientos. Lo son por las instituciones y las leyes, y están dentro de las que llamamos fronteras naturales de Francia. Fronteras naturales podría decirse que tienen también los dos pueblos: entre las márgenes del Adour y los Pirineos, los vascos; entre el canal de la Mancha y el golfo de Vizcaya, los bretones. La Historia, por otra parte, si los presenta unidos a Francia durante siglos, durante muchos más les da con vida propia. ¿Cómo resolver el confíicto?

Es todavía más difícil el de las provincias de Alsacia y Lorena. Francia las perdió hace cinco años, vencida por Prusia. Quién las considera alemanas, y quién francesas. Son, a no dudarlo, francesas, si el Rin ha de ser la frontera de la vecina república. Por el Este, Alsacia tenía en las orillas del Rin su término; por el Norte, Lorena se extendía desde Alsacia a las riberas del Mosa. Pero si está Francia por el criterio de las frontenas naturales, Prusia, que está por el de la unidad de lengua y el de la Historia, sostiene que deben ser alemanas las dos provincias. Alsacia perteneció, efectivamente, a Germania bajo el yugo de Roma. Después de la invasión de los bárbaros formó parte del imperio de Alemania, no del de los francos. Fue de los francos sólo desde Carlomagno a Otón el Grande, que la tomó el año 955. No dejó de ser alemana hasta el 1648, en que pasó a poder de Luis XIV. Luis XIV no pudo, con todo, entrar en Estrasburgo ni otras ciudades sino treinta años después, cuando la paz de Nimega. Tardó más Lorena todavía en ser francesa; no lo fue definitivamente hasta el año 1766, a la muerte del rey de Polonia, Estanislao Leczinski, suegro de Luis XV. Tuvo también, allá en los siglos IX y X, su período franco, pero no de más duración que Alsacia. Así, lo mismo en Alsacia que en Lorena prevalecía la lengua alemana cuando la guerra entre Francia y Prusia. ¿Qué criterio ha de predominar aquí? Alsacia y Lorena eran ya francesas por más que no lo fuesen ni su historia ni su lengua. Vivían bajo la legislación y el régimen político de Francia; y por Francia habían peleado heroicamente en las guerras de la República y del Imperio. Estaban identificados con ella cien veces más que los bretones.

En España la cuestión de los vascos es mucho más grave que en Francia. No los une a los demás pueblos de la Península ni la raza, ni la lengua, ni el carácter, ni las costumbres, ni las leyes. Forman hace siglos parte de España; pero conservando hasta el ano 1876 su autonomía, rigiéndose por instituciones administrativas propias y sin contribuir a los gastos generales del Estado. Navarra, desde 1841, daba al Tesoro nacional millón y medio de reales, y en hombres o en dinero su contingente para el Ejército; las provincias Vascongadas ni un soldado ni un céntimo. No estaban obligadas a tomar las armas sino en las guerras internacionales. ¿Por qué criterio pertenecen los vascos a España? Sólo porque viven entre el mar y los Pirineos. Mas ellos tienen también sus fronteras naturales: al Norte, los Pirineos y el golfo de Vizcaya; al Mediodía, el Ebro.

Téngase ahora en cuenta que los vascos son para España lo que para Francia los bretones. No siguen el movimiento político del resto de la nación; están por el antiguo régimen. En lo que va de siglo, dos guerras han sostenido ya por don Carlos, que representa el absolutismo y la unidad religiosa. Duró la primera nada menos que siete años: del 33 al 40; ha durado la segunda cuatro: desde el 72 al año en que escribí este libro. Vencidos, se les ha arrebatado con los fueros la exención del servicio militar y de los tributos. ¿Son por eso más españoles? ¿Participan más de nuestras ideas y sentimientos? Es indudablemente resultado natural de la diversidad de razas ese antagonismo que entre ellos y nosotros existe. A poco que se combinen aquí los distintos criterios para la teoría de las nacionalidades, tengo para mi que se habrá de estar por la independencia de los vascos. ¿La consentiría España?

El problema de Portugal comprenderá fácilmente el lector, por lo que de este pueblo he dicho, que presenta muy otro aspecto. Portugal tiene con España afinidad de raza, de lengua, de instituciones, de ideas, de tendencias. Está dentro de la Península y en su territorio van a morir nuestras cordilleras centrales, y en sus mares a desaguar nuestros caudalosos ríos el Tajo y el Duero. ¿Será esto bastante para declararlo miembro integrante de España? Habla una lengua, aunque parecida, diferente de la nuestra, y ha escrito en ella libros inmortales. Tiene, como he dicho, fronteras marcadas por la Naturaleza. Dejando aparte los sesenta años de dominación por los Felipes de España, vive independiente hace siete siglos. Aunque siempre en extensión pequeño, ha sido por sus hechos grande. Ha dejado como nación alguna del mundo páginas brillantísimas en la historia de la navegación y del comercio. Aun hoy, decaído como está, ¡qué de importantes posesiones no conserva en diversos mares y continentes! En ese mismo Atlántico, las islas Azores, las de Madera y las de Cabo Verde; en las costas occidentales de África, sus factorías del Congo, la isla de Santo Tomás y la capitanía genera de Mozambique; en Asia, Díu, Daman, Goa, Macao, parte de la isla de Timor y una de las de la Sonda. Tuvo al Brasil hasta el año 1822, y aun hoy lo ve gobernado por emperadores de la familia de sus propios reyes.

¿Qué criterio habrá de prevalecer aquí? ¿Cómo resolveremos el problema? España desea unirse a Portugal, pero no Portugal a España. Tiene Portugal, como he dicho, cien veces más asegurados que nosotros la libertad y el orden; y no olvidará nunca que precisamente cuando lo mandaron los Felipes entró en su período de decadencia. Recordará siempre que entonces fué cuando lo arrojaron del Japón y perdió las Molucas y otros dominios de Asía, y estuvo a punto de ver caer el Brasil en manos de los holandeses.

En todos los pueblos hay problemas análogos. La combinación de criterios distintos, no sólo no los resuelve, sino que los complica. Lo acabamos de ver en las naciones que parecen mejor determinadas y más firmemente constituídas; lo entrevimos en Rusia, en Turquía, en Austria; lo podríamos ver en todas. Quiero, no obstante, suponer que esa combinación fuese posible; quiero suponer, y es más, que pudiera llegarse a establecer una regla para la formación o la reorganización de las naciones. ¿Quién había de establecerla? ¿Qué autoridad imponerla sin recurrir a las armas? ¿Donde estaría el Tribunal para decidir las cuestiones que sobre la aplicación de la regla surgiesen? ¿Dónde los medios coercitivos para la ejecución de los fallos?