Las nacionalidades :10

Las nacionalidades, Francisco Pi y Margall, 1876


Libro primero (Criterio para la reorganización de las naciones)


Capítulo VIII

El criterio histórico. Austria. Turquía

Por la Historia es aún menos posible definir los límites de Austria. Por ella se podría más bien llegar a la total disolución de este Imperio. Compónese en la actualidad del Austria propiamente dicha, de Estiría, de Carintia, de Carniola, de Istria, del Tirol y de Salzburgo; de Bohemia, de Lusacia, de Silesia y de Moravia; de Galitzia, de Bulkowina, de Hungría, de Transilvania, de Eslavonia, de Croacia y de Dalmacia.

Y bien: ¿ha sido libre y espontánea la reunión de tantos pueblos? ¿No tuvieron nunca vida propia? ¿La gozaron por escaso tiempo? Bohemia fué nación independiente nada menos que por ocho siglos, desde principios del VIII hasta el año 1526, en que su corona pasó a las sienes de Fernando de Austria. Eran entonces suyas la Moravia, la Silesia y la Lusacia. Hungría fué también nación desde el siglo IX al XVI, en que ese mismo Fernando de Austria la ganó en la batalla de Casovia. Hungría abrazaba entonces la Dalmacia, la Croacia, la Eslavonia y la Transilvania. Galitzia es la parte de Polonia que ocupó el Austria al ser aquella heroica e infeliz nación despedazada por las potencias del Norte. La Bukowina formó siempre parte de Moldavia, y no hace todavía un siglo que pertenece al Austria. Pertenecen al Austria desde mucho antes, algunas provincias: desde el siglo XV, parte del Friul; desde mediados del XIV, el Tirol, Carniola y Carintia; desde el XII, Estiria y parte de Istria; pero la Istria toda y todo el Tirol, sólo desde 1797; Salzburgo, sólo desde 1814. Queda el archiducado de Austria, núcleo de tan grande Imperio, y éste, desde los tiempos de Carlomagno formó parte de Alemania.

Obsérvese ahora que el Tirol se levantó en este mismo siglo contra el Imperio; que Hungría hizo otro tanto y sucumbió sólo por la intervención de Rusia; que Bohemia pugna por obtener su independencia y quizá no esté lejos de conseguirla; que Galitzia, como el resto de Polonia, protesta cuando y como puede contra su inicuo reparto. Añádase a esto que una es la lengua de los austríacos, otra la de los bohemios, otra la de los húngaros y otra la de parte de los tiroleses; que los bohemios pertenecen a una raza, los húngaros a otra y a otras y muy otras los tiroleses y los galitzianos; que todas estas provincias difieren, por fin, en religión, en costumbres y en leyes.

Disolvamos, en consecuencia, el imperio de Austria; ¿y después? Bohemia, como indiqué, es, en el fondo, eslava; ¿la entregaremos a Rusia? ¿La reservaremos, cuando menos, para la confederación eslava que algunos concibieron? No se olvide que mientras fue nación reconoció casi siempre la soberanía de los emperadores de Alemania y fué por mucho tiempo uno de los siete Estados que tuvieron el derecho de elegirlos. ¿No nos la reivindicará el emperador Guillermo? Si por otra parte la declaramos independiente, ¿cuáles serán sus límites? ¿No será justo, que la devolvamos la Lusacia, la Silesia y la Moravia, puesto que con ella vivieron durante siglos y con ella fueron a refundirse en los Estados de Austria? ¡Qué desgracia! La mayor parte de Silesia pasó hace ya más de cien años a poder de Prusia. Tendremos que exigírsela a Guillermo y tomársela de grado o por fuerza.

A Hungría le sucede lo mismo. Ducado desde el siglo IX, reino desde el XI, tuvo, ya libre de los eslavos y los búlgaros, sus épocas de ambición y de engrandecimiento. Se apoderó no sólo de Transilvania, de Eslavonia, de Croacia, de Dalmacia, sino también de Bosnia, de Servia, de Moldavia, de Valaquia, de Bulgaria: de las primeras, en los tiempos de Esteban el Santo; de casi todas las demás, en los de Carlos Roberto. Subsisten aquéllas en poder de Austria, y sería fácil devolverlas a los húngaros; no ya éstas, que pertenecen hace siglos a los turcos. Fueron casi todas, a la verdad, conquistas pasajeras; pero ¿y la Bosnia? Hungría la poseyó tranquilamente desde el año 1129 al 1370, y poco antes de caer en manos de Austria la habia recobrado de los turcos a fuerza de armas; ¿no tendría tanto derecho a reivindicarla, como Bohemia la Silesia? Hago caso omiso de la parte de Croacia que está en poder de los otomanos.

La dificultad subiría de punto cuando se quisiese fijar la suerte de las pequeñas provincias de Austria, alguna, de las cuales ha pasado de una a otra nación sin tomar en ninguna arraigo. La Carintia, por ejemplo, era un margraviato dependiente del Friul en tiempo de Carlomagno; un ducado autónomo, en 880; parte de Baviera, en 887; ducado otra vez en 977, durante el imperio de Otón II; Estado de la casa de Zehringen, en 1058, junto con la marca de Verona; patrimonio de la de Murzthal, en 1073, y de la de Ortemburgo, en 1127; provincia de Bohemia en 1269; parte del condado del Tirol en 1286, y al fin, en 1336, del Austria. Sólo en Austria ha logrado hacer asiento. El Tirol y Carniola forman también parte de Austria nada menos que desde el siglo XIV; Estiria, desde el siglo XII. ¿Qué debería hacerse de estas provincias? ¿Qué del Tirol, parte alemán, parte italiano? ¿Qué del reducido Salzburgo, regido desde el siglo XII por arzobispos independientes?

Basta decir que vuelvo los ojos a Turquía para que se ocurran al lector observaciones análogas. Turquía, con sus Estados tributarios, es todavía una nación vastísima: se extiende por Europa, Asia y Africa. En Europa va de Sur a Norte desde el Mediterráneo, las fronteras de Tesalia, el Archipiélago, y el mar de Mármara hasta las riberas del Sava y el Danubio, los montes Cárpatos y el rio Pruth en su marcha a Oriente; de Este a Oeste, desde el mar Negro y las orillas del Pruth en su curso a Mediodía hasta el mar Adriático. En Asia ocupa toda la península formada por el Mediterráneo y el mar Negro, y se interna, recortando la Arabía, por Occidente y Oriente hasta el estrecho de Bab-el-Mandeb y el golfo de Persia. En Africa lleva su imperio por todo el Egipto y las regiones de Trípoli y Túnez. Tiene aún en el Archipiélago, entre otras muchas islas, la de Creta, la de Rodas, la de Kos, la de Khíos, la de Mitilene, y no hace cincuenta años tenia a toda Grecia.

Este grande imperio es sólo fruto de la conquista y de conquistas nada antiguas. Tardaron mucho los turcos en parecer por Europa y aun por el territorio que dominan en Asia: hasta el siglo X de nuestra Era no abandonaron su patria. Se apoderaron entonces rápidamente de Persia y de algo del Asia Menor, y sólo cuatro siglos después, cuando la tuvieron ya completamente sojuzgada, pusieron el pie en Europa. Invadieron primeramente el Norte de Grecia, lo que en otros tiempos constituía a Tracia y Macedonia, luego la Albania, la Bulgaria y la Servia; habrían bajado sin parar hasta Constantinopla sin la invasión de Tamerlán y la derrota de Bayaceto. Tomáronla más tarde, a mediados del siglo XV, y siguieron ya sin obstáculos su marcha. Dieron cima a la conquista de Grecia; volviendo al Norte, ocuparon la Bosnia, la Valaquia, la Pequeña Tartaria y penetraron en Italia. En el siglo XVI, al paso que se difundieron por Asia y Africa, por Siria, por Palestina, por Armenia, por Arabia, por Egipto, por las vecinas costas, acometieron en Europa al Austria, le arrebataron parte de Hungría, la Transilvania, la Eslavonia, la Moldavia y llegaron a acampar enfrente de los muros de Viena. Se hicieron, al fin, dueños de las más importantes islas del Archipiélago.

Si pueblo hay en Europa destinado a desaparecer, es verdaderamente el que describo. Como tuvieron que volver a sus primitivas viviendas los árabes y los tártaros, y nosotros, los españoles, hemos debido abandonar las dos Américas sin guardar sino dos islas que se nos escapan, es muy probable que los turcos hayan de retroceder más o menos tarde al fondo del Asia, de que salieron. No es otra la suerte de los conquistadores que no han sabido asimilarse a los vencidos. Obsérvese que desde el siglo XVII van los turcos perdiendo, y hoy están en rápida decadencia. De sus conquistas en Austria, no les queda más que parte de Croacia. Moldavia, Servia, Montenegro, Valaquia, les pagan aún tributo; pero viven autónomas y están bajo la protección de Rusia. Egipto ha llegado a ser para ellos un peligro. Sólo tributarios les son también Trípoli y Túnez. Argel ha dejado de pertenecerles en absoluto desde que lo ocupó Francia. Grecia, desde Tesalia al mar, es hace cuarenta y seis años reino independiente. Independientes son también desde 1839 las islas Jónicas, hoy parte de Grecia. Pasaron de los turcos a los rusos las vertientes meridionales del Cáucaso, y de los turcos a los ingleses, la isla de Chipre.

Descompongamos también el imperio turco. ¡Ah! De seguro nos ayudará Rusia en la tarea. Nadie trabaja con más interés hace años por enflaquecerlo y destruírlo. Es ella quien alienta la insurrección de Grecia; ella quien emancipa a los servios, a los moldavos, a los válacos, a los montenegrinos. Si le prestó un dia sus armas contra Mehemet-Alí, fué para más quebrantarlo, haciéndose abrir el paso del Bósforo y obligándole a cerrar para las demás naciones el de los Dardanelos. No solamente lo ha ido royendo por el Cáucaso; le ha tomado, además, en Europa, a Besarabía y la pequeña Tartaria, y en Asia, gran parte de Armenia. Como antes dije, ya por tres veces en este mismo siglo ha debido detenérsela en su marcha a Constantinopla. Emancipa hoy para adquirir mañana. Así lo hizo con Tartaria: ¿y quién sabe si no lo hará otro día con los principados del Danubio? No dejarían de ser rusos si entrasen en la capital de Turquía.

Pero supongamos que se logra disolver el imperio turco en provecho, no de los zares, sino de las provincias que lo componen. ¿Cómo las distribuiremos? La actual Grecia tiene de la antigua la propiamente llamada tal: la Hélada y el Peloponeso. ¿Le agregaremos lo que fué Epiro y Tesalia y hoy es Tesalia y Albania? Grecia, como he dicho, no fué una sino bajo la dominación de otros pueblos. En la Edad Media, cuando después de cien invasiones cayó en poder de los cruzados, se dividió y subdividió en multitud de naciones que mandaron hombres de distintas gentes. No volvió a ser una sino con los turcos. Le repugnó siempre serlo; y nos lo demuestran hoy mismo los albaneses o epirotas, que suspiran, como en todos tiempos, no por ser provincia de otra nación, sino por su independencia. La Albania, por otro lado, no es toda griega: abraza parte de la antigua Iliria. ¿En qué tradición, en qué periodo histórico nos apoyaremos para unir esta parte de Turquía a Grecia?

Si a la comunidad de origen atendiésemos, deberíamos llevar a Grecia hasta la Rumelia. La Rumelia ocupa el territorio de Tracia y Macedonia, habitadas por los pelasgos como las demás naciones griegas. Pero tracios y macedonios fueron siempre considerados en Grecia como extranjeros; contra los últimos, armó la elocuencia de Demóstenes aquella famosa liga a cuyo frente se pusieron Atenas y Tebas. Constituyeron unos y otros Estado aparte, se rigieron por reyes y vivieron vida propia hasta que fueron vencidos por Roma. No se prestaron ni siquiera a constituir un solo pueblo. Formaron los tracios parte del reino macedónico, pero escaso tiempo: reivindicaron en cuanto pudieron su independencia. Por el criterio histórico no seria posible ni unirlos a Grecia ni formar con ellos un Estado.

Determíneseme ahora históricamente los limites de Bulgaria. Los búlgaros, al bajar de los montes Urales, de donde se les cree oriundos, se sabe que se establecieron en las márgenes del Volga. Arrojados del Volga en el siglo V, se dirigieron a las playas del mar de Azoff y del mar Negro, y avanzaron hasta el Danubio. Hicieron desde allí frecuentes invasiones en el imperio bizantino griego; pero no lo dominaron. En el siglo VI se hubieron de someter a los ávaros. Sólo en el VII, libres ya de estos dominadores, entraron en lo que es hoy territorio turco. Pasaron el Dniéper y el Dniester, se adelantaron hasta el Pruth y se fijaron por de pronto en las orillas. Ocuparon luego la Mesia Inferior y fundaron un reino que duró tres siglos. Distaba de tener éste los límites de la actual Bulgaria. Por Occidente llegaba sólo hasta las riberas del Zibritza, cuando la Bulgaria de hoy va hasta los montes Lepenatz y Kopronik. Fué incorporado en el siglo X al imperio bizantino; y a poco los búlgaros fundaron en Macedonia otro, a que después añadieron la Servia. Hallábase ya esa nueva nación enteramente fuera del territorio de la provincia turca. Destruída a su vez en el siglo XI, levantaron otra los búlgaros, la actual Bulgaria. ¿Qué términos habíamos de dar al nuevo Estado que se constituyese?

La Bosnia, finalmente, no tiene, por la Historia, derecho alguno a la autonomía. Fue siempre parte de otras naciones: primero, de Pannonia; luego, de Eslavonia; después, de Hungría; y aun cuando tuvo sus reyes, hubo de reconocer la soberanía, hoy de los húngaros, mañana, de los turcos. No fue, además, reino sino desde el ano 1376 al 1443, en que murió sin hijos varones su segundo monarca. ¿La habríamos de agregar a la ya poderosa nación de los húngaros?

No quiero continuar tan enojoso examen. Escribo para Europa, hondamente removida y en peligro de nuevas luchas por el principio de las nacionalidades; y dejo a un lado hasta las provincias asiáticas de Turquía y Rusia. No hablaré tampoco de América, que no deja de sentir la perniciosa influencia de este principio. América se aplicará fácilmente lo que se diga de Europa, y hoy, como siempre, tomará de esta parte del mundo ejemplo y escarmiento. Por la Historia no hallaría, de seguro, menos dificultades para distribuir en grupos sus territorios y sus gentes. Allí como aquí la Historia no es guía más segura que las llamadas fronteras naturales y la identidad de lengua.