Las mujeres de la independencia/XVIII
A las mujeres.
Seriamos afortunados si las mujeres que lean este libro sintieran palpitar su corazon de simpatia por algunas de las heroinas que en él figuran. Esas mujeres abnegadas que sacrificaron en obsequio de una gran causa todos sus goces i todos sus afectos — hasta los de la familia — bien merecen un recuerdo!
Jóvenes! si alguna vez llega para la patria un momento supremo como el de 1810, imitad a las mujeres de entónces. Ellas no estaban preparadas como vosotras por la educación, i sin embargo, el peligro las encontró vigorosas i sonrieron en su presencia, como los ánjeles sonrien ante la muerte. No tenian una patria i la crearon. Ellas hicieron un héroe de cada hombre.
¿Cómo realizaron tantos prodijios? — Tenian corazon; esto es, tenian fé i entusiasmo.
Entre vosotras no han existido grandes literatas, ni grandes damas, sino mujeres de corazon. La historia del gran mundo santiaguino no recuerda que haya existido jamas un abanico o un corsé célebre; nuestro Versailles ha sido Las Cajas i allí no se tiene memoria desde Cano de Aponto hasta Marcó, de que una dama santiaguina haya dado un nombre a un peinado, a un descote o siquiera a una cola de vestido. Nuestras mujeres han brillado solo por la grandeza de sus sentimientos; i es ese el gran libro heráldico que da derecho a la nobleza.
Conservad vuestro corazón, no importa que no conserveis vuestra elegancia ni el gusto refinado que os distingue, i sereis siempre la inspiradora i aun la iniciadora de los hechos sublimes.
Michelet, preguntábale un dia a Ballanche, qué era la mujer — ¿Qué es? dijo reconcentrándose un momento el viejo i místico novelista, ¡es la iniciativa!
En efecto, recorramos la historia de la humanidad i la de nuestro propio corazon, i veremos dibujarse en su fondo la mano o la sonrisa de una mujer que es la iniciadora de los grandes i pequeños actos.
¿Quién odia i quién ama como ella? ¡Sobre todo quien ama! El jérmen del amor universal, del amor de la familia, del amor de la humanidad, está en su corazon tan poderoso i fecundo hoi como hace diez mil años. Podrá llegar un dia en que se estingan todos los sentimientos, en que no haya amistad, en que se odien los hermanos, en que los mismos hijos miren indiferentes a sus padresd; pero sobre la ruina de todos esos afectos se alzará puro e inestinguible el gran amor de la mujer: —el amor de la madre.
Por eso debemos engrandecer i elevar ese espíritu que contiene esencias tan inmortales i divinas. —¿Cómo? —Alejándola de la vida frivola i perezosa, impidiendo que desde su infancia aje i marchite las flores de su alma, que se haga beata a los quince años i fanática a los veinte, i que, bajo la máscara adorable de un falso amor, se la haga instrumento del odio i de las pasiones de los hombres.