Las mil y una noches:837

Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 837: pero cuando llegó la 868ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 868ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Y ya la oigo gritar con su voz aborrecible en el patio del palacio. Por favor, ayúdame, ¡oh amigo mío! ¡Vengo a implorar tu concurso!"

Cuando el genni hubo oído mis palabras, sintió que le poseía un terror indescriptible, y exclamó: "¡Mi concurso! ¡ya Alah! ¡mi concurso! ¡Que mis hermanos los genn me preserven de encontrarme nunca cara a cara con una mujer semejante! ¡Amigo Ahmad, arréglate como puedas! En cuanto a mí nada podría hacer. Y me voy al instante".

Dijo, y salió con estrépito del cuerpo de la princesa para echar a correr y devorar a su paso la distancia: parecía un navío grande ahuyentado en el mar por la tempestad.

Y la princesa china volvió a la razón. Y llegó a ser mi segunda esposa.

Y desde entonces viví con las dos jóvenes reales entre delicias de todas clases y placeres delicados.

Y a la sazón pensé, antes de ser sultán de la India o de la China y de encontrarme en la imposibilidad de viajar, en volver a ver el país en que nací como leñador, esta ciudad de Bagdad, ciudad de paz.

Y ya sabes ¡oh Emir de los Creyentes! por qué me has encontrado en el puente de Bagdad a la cabeza de mi cortejo, seguido del palanquín que llevaba a mis dos esposas, las princesas de la India y de la China, en honor de las cuales los músicos tocaban en sus instrumentos aires indios y chinos. ¡Pero Alah es más sabio!"

Cuando el califa hubo oído el relato del noble jinete, se levantó en honor suyo y le invitó a sentarse junto a él en el lecho del trono. Y le felicitó por haber sido escogido por los decretos del Todopoderoso para convertirse, de pobre leñador que era, en heredero del trono de la India y del trono de la China. Y añadió: "¡Alah selle nuestra amistad y te guarde y te conserve para dicha de tus futuros reinos!"

Tras de lo cual, Al-Raschid se encaró con el tercer personaje, que era el venerable jeique de mano generosa, y le dijo: "¡Oh jeique! te he encontrado ayer en el puente de Bagdad, y lo que he visto de tu generosidad, de tu modestia y de tu humildad ante Alah me ha incitado a tratarte más de cerca. Y estoy convencido de que las vías de que plugo al Retribuidor servirse para gratificarte con Sus dones deben ser extraordinarias. Tengo mucha curiosidad por saberlas por ti mismo, y para darme esa satisfacción, te he hecho venir. Háblame, pues, con sinceridad, a fin de que me regocije participando de tu dicha con más conocimiento. ¡Y ten la seguridad de que, digas lo que digas, de antemano estás cubierto con el pañuelo de mi protección y de mi salvaguardia!"

Y después de besar la tierra entre las manos del califa, contestó el jeique de mano generosa: "¡Oh Emir de los Creyentes! te haré el relato fiel de lo que merece ser contado en mi vida. ¡Y si mi historia es asombrosa, más asombrosos todavía son el poderío y la munificencia del Dueño del Universo!"

Y contó su historia como sigue:

HISTORIA DEL JEIQUE DE MANO GENEROSA

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"Has de saber ¡oh mi señor y señor de todo beneficio! que toda mi vida ejercí el oficio de pobre cordelero, trabajando en el cáñamo, como antes que yo habían trabajado mi padre y mis antepasados. Y lo que ganaba con mi oficio apenas bastaba para alimentarnos a mí, a mi esposa y a mis hijos. Pero, exento de capacidades para ejercer otra profesión, me contentaba, sin renegar demasiado, con lo poco que nos deparaba el Retribuidor, y sólo atribuía mi miseria a mi falta de maña y a la pesadez de mi espíritu. Y en eso no me equivocaba; debo declararlo con toda humildad ante el Dueño de la inteligencia. Pero ¡oh mi señor! la inteligencia no ha sido nunca patrimonio de los cordeleros que trabajan en cáñamo y su sitio predilecto no iba a estar debajo del turbante de un cordelero que trabajara en cáñamo. Por eso, al fin y al cabo, no me quedaba más que comer el pan de Alah sin emitir aspiraciones más irrealizables que pasar de un salto la cumbre de la montaña Kaf.

Un día entre los días, estando yo sentado en mi tienda con una cuerda de cáñamo sujeta al dedo gordo del pie y acabando de confeccionarla, vi acercarse dos ricos habitantes de mi barrio que tenían costumbre de ir a sentarse delante de mi tienda, para charlar de unas cosas y de otras, tomando el aire de la tarde. Y aquellos dos notables de mi barrio estaban unidos por la amistad, y les gustaba discutir entre sí, tan pronto sobre una cosa como sobre otra, desgranando su rosario de ámbar. Pero jamás, en la animación de sus charlas, habían llegado a pronunciar una palabra más alta que otra ni a salirse de la cortesía que los amigos deben tener con los amigos en las relaciones de la vida. Bien al contrario, cuando uno hablaba el otro escuchaba, y viceversa. Con lo cual sus discursos eran siempre sensatos, y yo mismo, no obstante mi poca inteligencia, solía sacar provecho de tan buenas palabras.

Y aquel día, una vez que me hicieron la zalema y yo se la devolví como es debido, fueron a su sitio habitual delante de mi tienda y continuaron una charla que ya habían iniciado, en su paseo. Y uno de ellos que se llamaba Si Saad, dijo a otro, que se llamaba Si Saadi: "¡Oh amigo mío Saadi! no es por contradecirte; pero, por Alah, un hombre no puede ser dichoso en este mundo más que teniendo bienes y grandes riquezas para vivir con toda independencia. Y por otra parte, los pobres no son pobres más que porque han nacido en la pobreza, transmitida de padres a hijos, o porque, nacidos con riquezas, las han perdido a causa de la prodigalidad, de la relajación, de algún mal negocio o sencillamente por una de esas fatalidades contra las cuales es impotente la criatura. De todos modos, ¡oh Saadi! mi opinión es que los pobres sólo son pobres porque no pueden llegar a acumular una cantidad de dinero lo bastante importante para permitirles enriquecerse definitivamente con algún negocio comercial emprendido a tiempo. Y entiendo que si, enriquecidos de tal suerte, hacen un uso conveniente de su riqueza, no solamente serán ricos, sino que llegarán a ser más opulentos por el tiempo".

A lo cual respondió Si Saadi, diciendo: "¡Oh amigo mío Saad! no es por contradecirte; pero por Alah que estoy contrariado por no ser de tu opinión. Por lo pronto, claro que más vale, generalmente, vivir con desahogo que con pobreza. Pero la riqueza por sí misma no tiene nada que pueda tentar a un alma sin ambición. A lo más, es útil para sembrar dádivas, en torno nuestro. ¡Pero cuántos inconvenientes tiene! ¿No sabemos algo de eso por nosotros mismos, que a diario tenemos que aguantar tantos ajetreos y sinsabores? ¿Y no es, en suma, preferible a la nuestra la suerte de nuestro amigo Hassán el cordelero? Y además, ¡oh Saad! el medio que propones para que un pobre se vuelva rico no me parece tan seguro como a ti. Considera, en efecto, que ese medio es muy problemático, porque depende de una porción de circunstancias y coincidencias tan problemáticas como él mismo, y que sería demasiado prolijo discutir. Por mi parte, creo que un pobre desprovisto de todo dinero en un principio tiene, por lo menos, tantas probabilidades de hacerse rico como si poseyera algo; quiero decirte, pues, que sin un ahorro inicial puede llegar a ser inmensamente rico sin tomarse el menor trabajo, sencillamente porque tal sea su destino. Por eso entiendo que es del todo inútil hacer economías en previsión de los días malos, pues los días malos como los buenos nos vienen de Alah, y hacemos mal en escatimar los bienes que nos depara el Retribuidor en el presente, tratando de apartar lo que nos sobre. Este exceso, ¡oh Saad! si existe, debe ir a parar a los pobres de Alah; y reservárnoslo supone falta de confianza en la generosidad del Retribuidor. En cuanto a mí, ¡oh amigo mío! no se pasa día en que no me despierte diciéndome: "¡Regocíjate, ya Si Saadi, porque quien sabe en qué consistirá hoy el beneficio que te haga tu Señor!" Y jamás ha sido defraudada mi fe en el Retribuidor. Y por eso en mi vida he trabajado ni me he preocupado nunca del mañana. Y ésta es mi opinión".

Al oír estas palabras de su amigo, el notable Si Saad contestó: "¡Oh Saadi! bien se me alcanza que por hoy sería verdaderamente inútil persistir en sostener mi opinión en contra de la tuya. Por eso, en vez de discutir sin objeto, prefiero intentar una experiencia que pueda convencerte de la excelencia de mi manera de considerar la vida. Quiero, pues, ir sin tardanza en busca de un hombre verdaderamente pobre, nacido de un padre tan miserable como él, a quien daré sin más ni más una suma importante que le sirva de ahorro inicial. Y como el hombre que escogeré tendrá que haber dado prueba de honradez, la experiencia nos probará quién de nosotros dos tiene razón, si tú, que todo lo esperas del Destino, o yo, que entiendo es preciso que cada uno edifique por sí mismo la propia casa".

Y contestó Si Saadi: "Está muy bien, ¡oh amigo mío! Y para dar con el hombre pobre y honrado de que hablas, no tenemos necesidad de ir a buscarle lejos. He aquí a nuestro amigo Hassán el cordelero, que, verdaderamente, reúne las condiciones requeridas. ¡Y no podrá caer tu liberalidad sobre cabeza más digna...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.