Las mil y una noches:818

Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 818: pero cuando llego la 849ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 849ª NOCHE editar

Ella dijo:

... Y encontrándola de primer orden, se la apropió, sin más ni más, con asentimiento del propietario. Y su longitud y su anchura se la adaptaban admirablemente, mejor aún que si se tratase de una mercancía encargada a la medida. Y por eso apreciaba ella tanto al propietario de la mercancía. Y así se explica que, sin experimentar un momento de laxitud, no la dejase ella hasta que no vió ya a enhebrar el hilo en la aguja.

Entonces se levantaron ambos; y el saiss hizo que la joven enalbardara al asno. Y se marcharon juntos a casa del saiss, donde, después de dar su ración al asno, se apresuraron a ponerse en postura de tomar ellos mismos su ración. Y se agasajaron mutuamente hasta la saciedad y se durmieron una hora de tiempo. Tras de lo cual se despertaron para calmar de nuevo su apetito y no cesaron hasta por la mañana. Pero fué para levantarse e ir juntos al jardín y recomenzar las manipulaciones de la víspera y las mismas diversiones.

Y durante tres días obraron de tal suerte, sin tregua ni descanso, haciendo girar la rueda por el agua, y rechinar sin interrupción el huso del jovenzuelo, y dar de mamar de su madre al cordero, y entrar el dedo en el anillo, y reposar el niño en su cuna, y abrazarse los dos gemelos, y meter el tornillo en la rosca, y alargar el cuello del camello, y picotear el gorrión a la gorriona, y piar en su nido caliente el hermoso pájaro, y atascarse de grano el pichón, y ramonear el gazapo, y rumiar el ternero, y triscar el cabrito, y pegarse piel con piel, hasta que el padre de los asaltos, que nunca quedaba mal, cesó por sí mismo de tocar la zampoña.

Y a la mañana del cuarto día el saiss dijo a la joven, esposa del kayem-makam: "Han transcurrido los tres días de asueto. Levantémonos y vamos a casa de tu esposo". Pero ella contestó: "¡Quiá! ¡Cuando se tienen tres días de asueto es para tomarse otros tres! Además, todavía no hemos tenido tiempo material de regocijarnos verdaderamente, yo de tenerte todo mío, y tú de tenerme toda tuya. ¡En cuanto a ese absurdo entrometido, déjale que se constipe solo en casa, consigo mismo por compañía y edredón, y plegado sobre sí mismo, como hacen los perros, con la cabeza metida entre sus dos piernas!"

Dijo así, y así lo hicieron. Y se pasaron juntos aún tres días más fornicando y copulando en el límite del holgorio y del júbilo. Y por la mañana del séptimo día se fueron a casa del kayem-makam, a quien encontraron sentado muy preocupado, teniendo frente a él a una negra vieja que le hablaba. Y el infortunado pobre hombre, que estaba lejos de suponer los excesos de la pérfida, la recibió con cordialidad y afabilidad, y le dijo: "¡Bendito sea Alah, que te devuelve sana y salva! ¿Por qué has tardado tanto, ¡oh hija del tío!? ¡Nos has tenido muy inquietos!" Y contestó ella: "Oh mi señor, ¡en casa de la difunta me confiaron al niño para que le consolara y le hiciera más tolerable el destete. Y como he tenido que cuidar a ese niño, me he visto precisada a detenerme hasta ahora". Y dijo el kayem-makam: "La razón es de peso, y debo creerla, y me aleara mucho volverte a ver!" Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"

Cuando el rey hubo oído esta historia del pastelero, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

Pero el bufón exclamó: "¡El caso del kayem-makam es menos enorme que el mío! Y esa historia es menos extraordinaria que mi historia". Entonces el rey se encaró con el pastelero y le dijo: "Ya que así lo juzga el ofendido, no puedo hacerte gracia ¡oh crapuloso! más que de un testículo!"

Y el bufón que triunfaba y se vengaba de tal suerte, dijo sentenciosamente: "Es el justo castigo a la férula de los crapulosos que manipulan y copulan el montículo de una mula que acumula sin escrúpulo para que le taponen el trasero".

Luego añadió: "¡Oh rey del tiempo! ¡otórgale, a pesar de todo, la gracia del segundo testículo!"

Y en aquel momento se adelantó el segundo fornicador, que era el verdulero; y besó la tierra entre las manos del sultán, y dijo: "¡Oh gran rey! ¡oh el más generoso de los reyes! ¿me harás gracia de lo que tú sabes, si te maravillas de mi historia?" Y el rey se encaró con el bufón, quien dió por señas su consentimiento. Y dijo el rey al verdulero: "¡Si es maravillosa, te concederé lo que pides!"

Entonces el verdulero, que había pasado por Khizr, el profeta verde, dijo:


HISTORIA CONTADA POR EL VERDULERO editar

"Cuentan ¡oh rey del tiempo! que había un hombre que tenía el oficio de astrónomo, y sabía leer en los rostros y adivinar los pensamientos por la fisonomía. Y aquel astrónomo tenía una esposa que era de una insigne belleza y de un encanto singular. Y la tal esposa siempre y en todas partes estaba elogiando sus propias virtudes y alardeando de sus méritos, diciendo: "¡Oh hombre! no hay en mi sexo quien me iguale en pureza, en nobleza de sentimientos y en castidad". Y el astrónomo, que era un gran fisonomista, no dudó de sus palabras; tanto candor e inocencia reflejaba, en efecto, el rostro de ella. Y se decía él: "¡Ualahí! no hay hombre que tenga una esposa comparable a mi esposa, vaso de todas las virtudes". Y por doquiera iba proclamando los méritos de su esposa, y cantando sus alabanzas, y maravillándose de su apostura y de su decencia, por más que la verdadera decencia por parte de él hubiese sido no hablar nunca de su harén ante extraños. Pero los sabios, ¡oh mi señor! y los astrónomos en particular, no siguen las costumbres de todo el mundo. Por eso las aventuras que les ocurren no son como las aventuras de todo el mundo.

Y un día, estando él decantando, como solía, las virtudes de su esposa ante una asamblea de personas extrañas, se levantó un hombre que le dijo: "Eres un embustero, ¡oh astrónomo!" Y a él se le puso la tez amarilla, y con voz agitada por la cólera preguntó: "¿Y dónde está la prueba de mi embuste?" El otro dijo: "¡Eres un embustero, o si no, un imbécil, porque tu mujer no es más que una prostituta!"

Al oír esta injuria suprema, el astrónomo se arrojó sobre aquel hombre para estrangularle y chuparle la sangre. Pero los presentes les separaron y dijeron al astrónomo: "Si no prueba su aserto, te lo abandonaremos para que le chupes la sangre". Y el insultante dijo: "¡Oh hombre! levántate, pues, y ve a anunciar a tu virtuosa esposa que te vas a ausentar por cuatro días. Y dile adiós, y sal de tu casa y escóndete en un sitio desde donde puedas verlo todo sin ser visto. Y verás lo que verás. ¡Uassalam!"

Y dijeron los presentes: `Sí, ¡por Alah! comprueba sus palabras de ese modo. ¡Y si son falsas, le chuparás la sangre!"

Entonces el astrónomo, con la barba temblorosa de cólera y de emoción. fué en busca de su virtuosa esposa, y le dijo: "¡Oh mujer! levántate y prepárame provisiones para un viaje que voy a hacer y que me tendrá ausente cuatro días o quizá seis". Y exclamó la esposa: "¡Oh mi señor! ¿quieres sumir mi alma en la desolación y hacerme perecer de pena? ¿Por qué no me llevas contigo para que viaje en tu compañía y te sirva y te cuide en el camino si estuvieras fatigado o indispuesto? ¿Y por qué abandonarme aquí sola con el hirviente dolor de tu ausencia?"

Y al oír estas palabras, el astrónomo se dijo: "¡Por Alah, que mi esposa no tiene igual entre las elegidas de la especie femenina!" Y contestó a su esposa: "¡Oh luz de mis ojos! no te apenes por esta ausencia que sólo ha de durar cuatro días o quizá seis. Y no pienses más que en cuidarte y en estar buena". Y la esposa empezó a llorar y a gemir, diciendo: "¡Oh cuánto sufro! ¡oh qué desgraciada soy, y cuán abandonada y poco amada me veo!" Y el astrónomo trató de calmarla lo mejor que pudo, diciéndole: "¡Tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que a mi vuelta te traeré buenos regalos!" Y dejándola arrasada en las lágrimas de la desolación, desmayada en brazos de las negras, se fué por su camino.

Pero al cabo de dos horas volvió sobre sus pasos y entró sigilosamente por la puerta excusada del jardín, y fué a apostarse en un sitio que conocía, y desde donde podía ver todo lo que ocurriera en la casa sin ser visto ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.