Las mil y una noches:803
Y CUANDO LLEGO LA 835ª NOCHE
editarElla dijo:
"... porque en este barrio de la ciudad hay más de un rostro de mujer casada o de virgen tan bello que seduciría al asceta más religioso. Y temo por la paz de tu corazón".
Y al escucharla pensé: "Por Alah, que es de buen consejo esta vieja". Y consentí en lo que me pedía. Entonces ella me vendó los ojos con el pañuelo, y me impidió así ver. Luego me cogió de la mano, y caminó conmigo hasta que llegamos ante una casa cuya puerta golpeó con la aldaba de hierro. Y nos abrieron desde dentro al instante. Y en cuanto entramos mi vieja conductora me quitó la venda, y advertí con sorpresa que me encontraba en una morada decorada y amueblada con todo el lujo de los palacios de los reyes, y ¡por Alah!, oh nuestro señor sultán, que en mi vida había visto yo nada parecido ni soñado cosa tan maravillosa.
En cuanto a la vieja, me rogó que la esperara en la habitación en que me hallaba, y que daba a una sala más hermosa aún y con galería. Y dejándome solo en aquella habitación, desde la cual podía yo ver cuanto pasaba en la otra, se marchó.
Y he aquí que, desde la puerta de la segunda sala, vi amontonadas negligentemente en un rincón todas las preciosas telas que había vendido yo a la vieja. Y al punto entraron dos jóvenes como dos lunas, cada una de las cuales llevaba un cubo lleno de agua de rosas. Y dejaron sus cubos en las baldosas de mármol blanco, y acercándose al montón de telas preciosas cogieron una al azar y la cortaron en dos pedazos, como hubiesen hecho con una rodilla de cocina. Cada una se dirigió luego hacia donde estaba su cubo, y remangándose hasta los sobacos metió el trozo de tela preciosa en el agua de rosas, y se puso a humedecer y a lavar las baldosas y a secarlas después con otros retales de mis telas preciosas para frotarlas y sacarles brillo por último con lo que quedaba de las piezas que habían costado quinientos dinares cada una. Y cuando aquellas jóvenes hubieron acabado el tal trabajo y el mármol quedó como la plata, cubrieron el suelo con tejidos tan hermosos que el producto de la venta de mi tienda entera no daría la suma necesaria para la adquisición del menos rico de ellos. Y sobre estos tejidos extendieron una alfombra de pelo de cabra almizclada y cojines rellenos de plumas de avestruz. Tras de lo cual llevaron cincuenta alfombrines de brocato de oro, y los colocaron ordenadamente alrededor de la alfombra central; después se retiraron.
Y he aquí que entraron, de dos en dos y cogidas de las manos, unas jóvenes, que fueron a situarse cada una ante uno de los alfombrines de brocato; y como eran cincuenta, se colocaron por orden ante sus alfombrines respectivos.
Y he aquí que, bajo un palio llevado por diez lunas de belleza, apareció a la puerta de la sala una joven tan deslumbradora en su blancura y con tanto brillo en sus ojos negros, que mis ojos se cerraron por sí mismos. Y cuando los abrí vi junto a mí a mi conductora, la vieja dama, que me invitaba a acompañarla para presentarme a la joven, que ya estaba perezosamente acostada en la alfombra central, en medio de las cincuenta jóvenes erguidas sobre los alfombrines de brocato. Pero me alarmé mucho al verme convertido en blanco de las miradas de aquellos cincuenta y un pares de ojos negros, y me dije: "¡No hay poder ni recurso más que en Alah el Glorioso, el Altísimo! ¡Es evidente que desean mi muerte!"
Cuando estuve entre sus manos, la real joven me sonrió, me deseó la bienvenida y me invitó a sentarme junto a ella en la alfombra. Y muy confuso y azorado, me senté para obedecerla, y me dijo ella: "¡Oh joven! ¿qué opinas de mí y de mi belleza? ¿Crees que reúno condiciones para ser tu esposa?"
Al oír estas palabras contesté asombrado hasta el límite extremo del asombro: "¡Oh mi señora! ¿cómo me atrevería a creerme digno de tal favor? ¡En verdad que no estimo mi valer en tanto como para llegar a ser un esclavo, o menos todavía, entre tus manos!" Pero ella repuso: "No, por Alah, ¡oh joven! mis palabras no contienen ningún engaño, y nada de evasivo hay en mi lenguaje, que es sincero. ¡Respóndeme, pues, con toda sinceridad y ahuyenta todo temor de tu espíritu, porque mi corazón se desborda de amor por ti!"
Al oír estas palabras, ¡oh nuestro señor sultán! comprendí, a no dudar, que la joven tenía realmente intención de casarse conmigo, pero sin que me fuese posible adivinar por qué razón me había escogido entre millares de jóvenes y cómo me conocía. Y acabé por decirme: "¡Oh! lo inconcebible tiene la ventaja de no ocasionar pensamientos torturadores. No trates, pues, de comprenderlo y deja que las cosas sigan su curso". Y contesté: "¡Oh mi señora! si en realidad no hablas para que se rían de mí estas honorables jóvenes, acuérdate del proverbio que dice:
"¡Cuando la chapa está al rojo, está a punto para el martillo!"
Por otra parte, me parece que mi corazón está tan inflamado de deseo, que ya es hora de realizar nuestra unión. ¡Dime, pues, por tu vida, qué debo traerte como dote y la viudedad que debo señalarte!" Y contestó ella sonriendo: "Dote y viudedad están pagadas y no tienes que ocuparte de ello". Y añadió: "Puesto que ése es también tu deseo, voy al instante a enviar a buscar al kadí y a los testigos, a fin de que podamos unirnos sin dilación".
Y, efectivamente, ¡oh mi señor! no tardaron en llegar el kadí y los testigos. Y anudaron el nudo por la vía lícita. Y quedamos casados sin dilación. Y después de la ceremonia se marchó todo el mundo. Y me pregunté: "¡Oh! ¿estoy despierto o soñando?" Y aún me asombré más cuando ella mandó a sus hermosas esclavas que prepararan el hammam para mí y me condujeran allá. Y las jóvenes me hicieron entrar en una sala de baño perfumada con áloe de Comorín, y me confiaron a las bañeras, que me desnudaron, y me friccionaron y me dieron un baño que me dejó más ligero que los pájaros. Después vertieron encima de mi los perfumes más exquisitos, me cubrieron con un rico atavío y me presentaron refrescos y sorbetes de toda especie. Tras de lo cual me hicieron dejar el hammam y me condujeron al aposento íntimo de mi reciente esposa, que me esperaba ataviada sólo con su belleza.
Y al punto vino ella a mí, y se echó sobre mí, y se restregó conmigo con un ardor asombroso. Y yo ¡oh mi señor! sentí que mi alma se albergaba por entero donde tú sabes, y di cima a la obra para la que había sido requerido y a la tarea que se me pedía, y vencí lo que hasta entonces pertenecía al dominio de lo invencible, y abatí lo que estaba por abatir, y arrebaté lo que estaba por arrebatar, y tomé lo que pude y di lo que era necesario, y me levanté, y me eché, y cargué, y descargué, y clavé, y forcé, y llené, y barrené, y reforcé, y excité, y apreté, y derribé, y avancé, y recomencé, y de tal manera, ¡oh mi señor sultán! que aquella noche Quien tú sabes fué realmente el valiente a quien llaman el cordero, el herrero, el aplastante, el calamitoso, el largo, el férreo, el llorón, el abridor, el agujereador, el frotador, el irresistible, el báculo del derviche, la herramienta prodigiosa, el explorador, el tuerto acometedor, el alfanje del guerrero, el nadador infatigable, el ruiseñor canoro, el padre de cuello gordo, el padre del turbante, el padre de cabeza calva, el padre de los estremecimientos, el padre de las delicias, el padre de los terrores, el gallo sin cresta ni voz, el hijo de su padre, la herencia del pobre, el músculo caprichoso y el grueso nervio dulce. Y creo ¡oh mi señor sultán! que aquella noche cada remoquete fué acompañado de su explicación, cada cualidad de su prueba y cada atributo de su demostración. Y nos interrumpimos en nuestros trabajos sólo porque ya había transcurrido la noche y teníamos que levantarnos para la plegaria de la mañana.
Y continuamos viviendo juntos de tal suerte ¡oh rey del tiempo! durante veinte noches consecutivas, en el límite de la embriaguez y de la felicidad. Y al cabo de este tiempo vino a ofrecerse a mi memoria el recuerdo de mi madre, y dije a mi esposa la joven: "¡Ya setti! hace mucho tiempo que estoy ausente de casa, y mi madre, que no tiene noticias mías, debe sentir gran inquietud por mí. Además, los negocios de mi comercio han debido sufrir quebranto con haber estado cerrada mi tienda todos estos días pasados".
Y me contestó ella: "¡No te apures por eso! De buena gana consiento en que vayas a ver a tu madre y a tranquilizarla. Y hasta puedes ir allá a diario y ocuparte de tus negocios, si eso te gusta; pero exijo que te conduzca y te traiga aquí siempre la vieja dama". Y contesté: "¡No hay inconveniente!"
En vista de lo cual, fué la vieja, me puso un pañuelo a los ojos, me condujo al sitio donde me había vendado los ojos la vez primera, y me dijo: "Vuelve aquí esta noche a la hora de la plegaria y me hallarás en este mismo sitio para conducirte a casa de tu esposa". Y dichas estas palabras me quitó la venda y me dejó.
Y me apresuré a correr a mi casa, en donde encontré a mi madre sumida en la desolación y bañada en lágrimas de desesperación, dedicándose a coser ropas de luto. Y en cuanto me vió se abalanzó a mí y me estrechó en sus brazos, llorando de alegría; y le dije: "No llores, ¡oh madre mía! y refresca tus ojos, porque esta ausencia me ha llevado a disfrutar una felicidad a que nunca me hubiera atrevido a aspirar". Y la enteré de mi dichosa aventura, y exclamó ella en un transporte: "Pluguiera a Alah protegerte y resguardarte, ¡oh hijo mío! Pero prométeme que vendrás a visitarme a diario, pues mi ternura necesita ser pagada con tu afecto". Y no me negué a prometérselo, ya que mi esposa me había dejado en libertad de salir. Tras de lo cual invertí el resto de la jornada en mis negocios de venta y compra en la tienda del zoco, y cuando llegó la hora, regresé al lugar indicado, donde encontré a la vieja, que me vendó los ojos como de ordinario, y me condujo al palacio de mi esposa, diciéndome: "¡Más te vale esto; pues, como te he dicho ya, hijo mío, en esta calle hay una porción de mujeres, casadas y doncellas, que están sentadas en el portal de su casa y que no tienen más que un deseo todas y es aspirar el amor que pasa como se absorbe el aire y como se bebe el agua corriente! ¿Y qué sería de tu corazón si cayeras en sus redes?"
Al llegar al palacio en que yo habitaba a la sazón, mi esposa me recibió con transportes indecibles, y yo respondí como el yunque responde al martillo. Y mi gallo sin cresta ni voz no le anduvo a la zaga a aquella gallina apetitosa y no amenguó su reputación de valiente agujereador, pues, por Alah, ¡oh mi señor! el cordero no dió aquella noche menos de treinta topetazos a aquella oveja batalladora, y no cesó la lucha hasta que su contrincante hubo pedido gracia, dándose por vencida.
Y durante tres meses continué viviendo aquella vida tan activa, llena de combates nocturnos, de batallas matinales y de asaltos diurnos. Y en mi interior me maravillaba todos los días de mi suerte, diciéndome: "¡Qué suerte la mía que me ha hecho entablar conocimiento con esta ardiente jovenzuela y me la ha dado por esposa! ¡Y qué destino tan asombroso el que, al mismo tiempo que este rollo de manteca fresca, me ha deparado un palacio y riquezas como no las poseen los reyes!" Y no se pasaba día sin que me sintiese tentado de informarme, por las esclavas, del nombre y calidad de la que se había casado conmigo sin conocerla yo y sin saber de quién era hija o pariente. Pero un día entre los días, encontrándome a solas con una joven negra de entre las esclavas negras de mi esposa, le pregunté acerca del particular, diciéndole: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh joven bendita! ¡oh blanca por dentro! dime lo que sepas con respecto a tu señora, y guardaré profundamente tus palabras en el rincón más oscuro de mi memoria!" Y temblando de miedo me contestó la joven negra: "¡Oh mi señor! la historia de mi señora es una cosa de lo más extraordinaria: pero temo, si te la revelo, ser condenada a muerte sin remisión ni dilación. Todo lo que puedo decirte es que ella se ha fijado en ti un día en el zoco, y te ha escogido por puro amor". Y no pude sacarle más que estas palabras. Y como insistiera yo, hasta me amenazó con ir a contar a su señora mi tentativa de provocación a las palabras indiscretas. Entonces la dejé irse por su camino, y me volví al lado de mi esposa para emprender una escaramuza sin importancia.
Y transcurría mi vida de tal suerte, entre placeres violentos y torneos de amor, cuando una siesta, estando yo en mi tienda, con permiso de mi esposa, al echar una mirada a la calle divisé a una joven tapada con el velo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.