Las mil y una noches:796
Y CUANDO LLEGO LA 829ª NOCHE
editarElla dijo:
... Cuando el genealogista hubo dicho al sultán: "Y he aquí lo que he visto en esa dama soberana, ¡oh mi señor! ¡Pero Alah es omnisciente!", el sultán le dijo: "¡No se trata de eso, ¡oh genealogista! sino de que me digas qué has descubierto con respecto al origen de tu señora, mi honorable favorita!" Y tomando de pronto una actitud reservada y discreta, el genealogista contestó: "¡Es cosa delicada, ¡oh rey del tiempo! y no sé si debo hablar o callarme!" Y el sultán exclamó: "¡Por Alah, que no te he hecho venir más que para que hables! Vamos desembucha lo que tengas guardado, y mide tus palabras, ¡oh bellaco!" Y el genealogista, sin inmutarse, dijo: "¡Por vida de nuestro amo, que esa dama sería el ser más perfecto entre las criaturas si no tuviese un defecto original que desluce sus perfecciones personales!"
Al oír estas últimas frases y la palabra "defecto", el sultán, frunciendo las cejas e invadido por el furor, sacó de repente su cimitarra y saltó hacia el genealogista para cortarle la cabeza, gritando: "¡Oh perro, hijo de perro! por lo visto vas a decirme que mi favorita desciende de algún búfalo marino o que tiene un gusano en un ojo o en otra parte! ¡Ah! ¡hijo de los mil cornudos de la impudicia, así esta hoja te deje más ancho que largo!" Y de un trago le habría hecho beber la muerte infaliblemente, si no se hubiese encontrado allí el visir, prudente y juicioso, para desviar su brazo y decirle: "¡Oh mi señor! ¡mejor será no quitar la vida a este hombre, sin estar convencido de su crimen!"
Y el sultán dijo al hombre, a quien había derribado y a quien tenía bajo su rodilla: "¡Pues bien; habla! ¿Cuál es ese defecto que has encontrado en mi favorita?"
Y el genealogista de la especie humana contestó con el mismo acento tranquilo de antes: "¡Oh rey del tiempo! ¡mi señora, tu honorable favorita, es un dechado de belleza y de perfecciones; pero su madre era una danzarina pública, una mujer libre de la tribu errante de los Ghaziyas, una hija de prostituta !"
Al oír estas palabras, se hizo tan intenso el furor del sultán que se le quedaron los gritos en el fondo de la garganta. Y sólo al cabo de un momento pudo expresarse, diciendo a su gran visir: "¡Ve en seguida a traerme aquí al padre de mi favorita, que es el intendente de mi palacio!" y continuó teniendo bajo su rodilla al genealogista, que era el tercer comedor de haschisch. Y cuando hubo llegado el padre de su favorita, le gritó: "¿Ves este palo? ¡Pues bien; si no quieres verte sentado en su punta date prisa a decirme la verdad con respecto al nacimiento de tu hija, mi favorita!" Y el intendente de palacio, padre de la favorita, contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y dijo: "Has de saber ¡oh mi señor soberano! que voy a decirte la verdad, pues, que tal es la única salvación. En mi juventud vivía yo la vida libre del desierto, y viajaba escoltando a las caravanas, que me pagaban el tributo del pasaje por el territorio de mi tribu. Y he aquí que un día en que habíamos acampado junto a los pozos de Zobeida (¡sean con ella las gracias y la misericordia de Alah!), acertó a pasar un grupo de mujeres de la tribu errante de los Ghaziyas, cuyas hijas, cuando llegan a la pubertad, se prostituyen con los hombres del desierto, viajando de una tribu a otra y de un campamento a otro, ofreciendo sus gracias y su ciencia del amor a los cabalgadores jóvenes. Y aquel grupo se quedó con nosotros durante algunos días, y nos dejó luego para ir a buscar a los hombres de la tribu vecina. Y he aquí que después de su marcha, cuando ya se habían perdido de vista, descubrí acurrucada debajo de un árbol, a una pequeñuela de cinco años, a quien su madre, una Ghaziya, había debido perder u olvidar en el oasis, junto a los pozos de Zobeida. Y en verdad ¡oh mi señor soberano! que aquella muchacha, morena como el dátil maduro, era tan menuda y tan hermosa, que acto seguido declaré que la tomaba a mi cargo. Y aunque estaba asustada como una corza joven en su primera salida por el bosque, conseguí domesticarla, y se la confié a la madre de mis hijos, que la educó como si fuese su propia hija. Y creció entre nosotros y se desarrolló tan bien, que, cuando estuvo en la pubertad, ninguna hija del desierto, por muy maravillosa que fuera, podía comparársela. Y yo ¡oh mi señor! sentía que mi corazón estaba prendado de ella, y sin querer unirme a ella de manera ilícita, la tomé por mujer legítima, desposándola, a pesar de su origen inferior. Y gracias a la bendición, me dió ella la hija que te has dignado elegir para favorita tuya ¡oh rey del tiempo! Y ésta es la verdad acerca de la madre de mi hija, y acerca de su raza y de su origen. Y juro por la vida de nuestro profeta Mohamed (¡con El la plegaria y la paz!) que no he quitado una sílaba. ¡Pero Alah es más verídico y el único infalible!"
Cuando el sultán hubo oído esta declaración sin artificio, se sintió aliviado de una preocupación torturadora y de una inquietud dolorosa. Porque se había imaginado que su favorita era hija de una prostituta entre las Ghaziyas, y acababa de saber precisamente lo contrario, pues, aunque era Ghaziya, la madre había permanecido virgen hasta su matrimonio con el intendente del palacio. Y entonces se dejó llevar de la sorpresa que le producía la ciencia del perspicaz genealogista. Y le preguntó: "¿Cómo te has arreglado para adivinar ¡oh sabio! que mi favorita era una hija de Ghaziya, hija de danzarina, la cual era hija de prostituta?" Y el genealogista comedor de haschisch contestó: "¡Escucha! Primero mi ciencia (¡Alah es más sabio!) me puso en camino de este descubrimiento. ¡Y luego me fijé en la circunstancia de que las mujeres de raza Ghaziya tienen todas, como tu favorita, las cejas muy espesas y juntas en el entrecejo, y también, como ella, tienen los ojos más intensamente negros de Arabia!"
Y el rey, maravillado de lo que acababa de oír, no quiso despedir al genealogista sin darle una prueba de su satisfacción. Se encaró, pues, con los servidores, que ya habían entrado de nuevo, y les dijo: "¡Dad hoy a este distinguido sabio doble ración de carne y dos panes del día, así como agua a discreción!"
¡Y he aquí lo referente al genealogista de la especie humana! Pero no es todo, porque no se ha acabado.
En efecto, al siguiente día, el sultán, que se había pasado la noche reflexionando sobre lo que habían hecho los tres compañeros y sobre la profundidad de su ciencia en las diversas ramas de la genealogía, se dijo para sí: "¡Por Alah! después de lo que me ha dicho este genealogista de la especie humana respecto al origen de la raza de mi favorita, no queda por hacer más que declararle el hombre más sabio de mi reino. ¡Pero quisiera saber antes qué me dice respecto a mi origen, al de este sultán, que es descendiente auténtico de tantos reyes!"
Al instante puso en acción su pensamiento, e hizo llevar de nuevo entre sus manos al genealogista de la especie humana, y le dijo: "¡Ahora ¡oh padre de la ciencia! que no tengo ningún motivo para dudar de tus palabras, quisiera oírte hablarme de mi origen y del origen de mi raza real!" Y el otro contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh rey del tiempo! pero no sin que antes me hayas prometido la seguridad. Porque dice el proverbio: "¡Pon distancia entre la cólera del sultán y tu cuello, y mejor es que hagas que te ejecuten por contumacia!" ¡Y yo ¡oh mi señor! soy sensible y delicado, y prefiero el palo por contumacia al palo eficaz que ensarta y profundiza en el agujero por una cuestión de raza!"
Y le dijo el sultán: "¡Por mi cabeza que te concedo la seguridad, y que, sea como sea lo que digas, estás absuelto de antemano!" Y le tiró el pañuelo de la salvaguardia. Y el genealogista recogió el pañuelo de la salvaguardia, y dijo: "¡En este caso, ¡oh rey del tiempo! te ruego que no dejes estar en esta sala otra persona que nosotros dos!" Y el rey le preguntó: "¿Por qué ¡oh hombre!?" El otro dijo: "¡Porque ¡oh mi señor! Alah Todopoderoso posee entre sus nombres benditos el sobrenombre de "Velador", pues le gusta velar con los velos del misterio las cosas cuya divulgación sería perjudicial!"
Y el sultán ordenó salir a todo el mundo, incluso a su gran visir.
Entonces, al encontrarse a solas con el sultán, el genealogista avanzó hacia él, e inclinándose a su oído, le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡tú no eres más que un adulterino, y de mala calidad!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.