Las mil y una noches:783
PERO CUANDO LLEGO LA 817ª NOCHE
editarElla dijo:
... Sin pronunciar una palabra aquella vez, puso el dedo en un tapete de terciopelo del que pendían joyas inestimables, y se limitó a acentuar su sonrisa. Y al instante ¡oh Emir de los Creyentes! aparté el tapete de terciopelo, lo doblé con todo lo que contenía, y se lo entregué a la hechicera, que lo cogió y se marchó sin más ni más.
Pero al verla desaparecer aquella vez, no pude determinarme a seguir inmóvil, y sobreponiéndome a mi timidez, que me hacía temer una afrenta semejante a la que había sufrido mi contable, me levanté y seguí sus huellas. Y caminando de tal suerte tras ella, llegué a orillas del Tigris, donde la vi embarcarse en un barquito que, con remos rápidos, ganó el palacio de mármol del Emir de los Creyentes Al-Motawakkil, abuelo tuyo, ¡oh mi señor! Y al ver aquello, llegué al límite de la inquietud y pensé para mi ánima: "¡Hete aquí ahora, ya Abu'l Hassán, metido en aventuras y llevado en el molino de la complicación!"
Y a pesar mío, medité en esta frase del poeta:
- ¡Ten cuidado y examina bien el brazo blanco y dulce de la bienamada, el cual te parece más blando, para apoyar en él tu frente, que el plumón de los cisnes!
Y permanecí pensativo mucho rato, mirando sin verla el agua del río, y toda mi vida, pasada sin tropiezos y tan dulcemente monótona, desfiló ante mis ojos, siguiendo la corriente de aquella agua, en barcas sucesivas y semejantes todas. Y de pronto reapareció ante mis ojos la barca colgada de púrpura que la joven hubo de utilizar y que entonces estaba amarrada al pie de la escalera de mármol y sin remeros. Y exclamé: "¡Por Alah! ¿no te da vergüenza de tu vida somnolienta, ya Abu'l Hassán? ¿Y cómo te atreves a vacilar entre esa pobre vida y la vida ardiente que llevan los que no temen la complicación? Por lo visto, no conoces esta otra frase del poeta:
- ¡Levántate, amigo, y sacude tu modorra! ¡La rosa de la dicha no florece en el sueño! ¡No dejes pasar sin quemarlos los instantes de esta vida! ¡Siglos tendrás para dormir!
Y reconfortado con estos versos y con el recuerdo de la emocionante joven, entonces, que ya sabía donde habitaba, resolví no perdonar nada para llegar hasta ella. Y alimentando este proyecto, fui a casa y entré en el aposento de mi madre, que me quería con toda su ternura, y sin ocultarle nada le conté lo que acaecía en mi vida. Y mi madre, asustada, me estrechó contra su corazón y me dijo: "¡Alah te resguarde ¡oh hijo mío! y preserve tu alma de la complicación! ¡Ah! hijo mío Abu'l Hassán, único lazo que me une a la vida, ¿en dónde vas a comprometer tu reposo y el mío? Si esa joven habita en el palacio del Emir de los Creyentes, ¿cómo te obstinas en querer encontrártela de nuevo? ¿No ves el abismo a que corres al atreverte a dirigirte, aunque no sea más que con el pensamiento, a la morada de nuestro señor el califa? ¡Oh hijo mío! ¡por los nueve meses durante los cuales incubé tu vida, te suplico que abandones el proyecto de volver a ver a esa desconocida y no dejes que en tu corazón se imprima una pasión funesta!" Y contesté, procurando tranquilizarla: "¡Oh madre mía! apacigua tu alma cara y refresca tus ojos. No sucederá nada que no debe suceder. Y lo que está escrito ha de ocurrir. ¡Y Alah es el más grande!"
Y al día siguiente, que había ido yo a mi tienda del zoco de los joyeros recibí la visita del representante mío que estaba al frente de los negocios de mi tienda del zoco de los drogueros. Y era un hombre de edad, en quien mi difunto padre tenía una confianza ilimitada y a quien consultaba todos los asuntos difíciles o complicados. Y después de las zalemas y deseos de rigor, me dijo: "¡Ya sidi! ¿a qué obedece esa mudanza que veo en tu fisonomía y esa palidez y ese aire preocupado? ¡Alah nos preserve de malos negocios y de clientes de mala fe! ¡Pero sea cual sea la desgracia que haya podido sobrevenirte, no es irremediable, puesto que estás con buena salud!" Y le dije: "No, por Alah ¡oh venerable tío! que no tengo malos negocios ni soy víctima de la mala fe de otro. Pero mi vida ha cambiado por completo de rumbo. Y ha entrado en mí la complicación al pasar una jovenzuela de catorce años".
Y le conté lo que me había sucedido, sin olvidar un detalle. Y le describí, como si se encontrase allí ella, a la arrebatadora de mi corazón.
Y tras de haber reflexionado un momento, me dijo el venerable jeique: "Ciertamente, el asunto es complicado. Pero no está por encima de la experiencia de tu viejo esclavo, ¡oh mi señor! En efecto, entre mis conocimientos tengo a un hombre que se aloja en el propio palacio del califa Al-Motawakkil, pues se trata del sastre de los funcionarios y de los eunucos. Por tanto, voy a presentarte a él; y le encargarás algún trabajo, remunerándoselo espléndidamente. ¡Y te será él de gran utilidad entonces!" Y sin tardanza me condujo al palacio y entró conmigo a ver al sastre, que nos recibió con afabilidad. Y para inaugurar mis pedidos de ropa, le enseñé uno de mis bolsillos, que en el camino había tenido cuidado de descoser, y le rogué que me lo recosiera con urgencia. Y el sastre lo hizo de buen grado. Y para remunerar su trabajo, le deslicé en la mano diez dinares de oro, excusándome por lo poco que era y prometiéndole indemnizarle espléndidamente al segundo pedido. Y el sastre no supo qué pensar de mi manera de conducirme; pero mirándome con estupefacción, me dijo: "¡Oh mi señor! vistes como un mercader y estás lejos de tener sus modales. Por lo general, un mercader repara en gastos y no saca un dracma sin estar seguro de ganar diez. ¡Y tú, por una labor insignificante, me das el precio de un traje de emir!"
Luego añadió: "¡Sólo los enamorados son tan magníficos! ¡Por Alah sobre ti!, ¡oh mi señor! ¿acaso estás enamorado?" Yo contesté, bajando los ojos: "¿Cómo no estarlo después de haber visto lo que he visto?" El me preguntó: "¿Y quién es el objeto de tus tormentos? ¿Es un cervatillo o una gacela?" Yo contesté: "¡Una gacela!" El me dijo: "Está bien. ¡Aquí me tienes dispuesto, ¡oh mi señor! a servirte de guía, si su morada es este palacio, ya que se trata de una gacela, y aquí se encuentran las más hermosas variedades de esa especie!" Yo dije: "¡Sí, aquí es donde habita!" El dijo: "¿Y cuál es su nombre?" Yo dije: "¡Sólo Alah le conoce, y tú mismo quizá!" El dijo: "Descríbemela entonces". Y se la describí lo mejor que pude, y exclamó él: "¡Por Alah, que es nuestra señora Sarta-de-Perlas, la tañedora de laúd del Emir de los Creyentes Al-Motawakkil Ala'llah! Y añadió: "He aquí precisamente a su pequeño eunuco, que se dirige hacia nosotros. ¡No dejes escapar la ocasión de sobornarle ¡oh mi señor! para que te sirva de introductor ante su señora Sarta-de-Perlas!"
Y, efectivamente, ¡oh Emir de los Creyentes! vi entrar en el taller del sastre a un esclavito blanco, tan hermoso como la luna del mes de Ramadán. Y después de saludarnos con amabilidad, dijo al sastre, indicándole una pequeña túnica de brocato: "¿Cuánto cuesta esta túnica de brocato, ¡oh jeique Alí!? ¡Precisamente tengo necesidad de ella para acompañar a mi ama Sarta-de-Perlas!" Y al punto descolgué yo la túnica del sitio en que estaba, y se la entregué, diciendo: "¡Está pagada, y te pertenece!"
El niño me miró sonriendo de soslayo, igual que su ama, y me dijo cogiéndome de la mano y llevándome aparte: "Sin duda alguna eres Abu'l Hassán Alí ben-Ahmad Al-Khorassani". Y en el límite del asombro, al ver yo tanta sagacidad en un niño y al oír que me llamaba por mi nombre, le puse en el dedo un anillo de precio, que hube de quitarme, y contesté: "Verdad dices, ¡oh encantador jovenzuelo! Pero ¿quién te ha revelado mi nombre?" El dijo: "Por Alah, ¿cómo no he de saberlo, cuando mi ama lo pronuncia tantas veces al día delante de mí todo el tiempo que lleva enamorada de Abu'l Hassán Alí el magnífico señor? ¡Por los méritos del Profeta (¡con El las gracias y las bendiciones!), que si estás tan enamorado de mi ama como ella lo está de ti, me encontrarás dispuesto a secundarte para llegar hasta ella!"
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! juré al niño, con los juramentos más sagrados, que estaba perdidamente enamorado de su señora, y que sin duda moriría como no la viera en seguida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.