Las mil y una noches:745

Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 745: y cuando llego la 781ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 781ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... se levantó, le cogió de la mano, y salió con él.

Y he aquí que, en cuanto franquearon el umbral de su casa y dieron algunos pasos por la calle, se encontraron rodeados por los transeúntes que, al verlos, se paraban, turbados hasta el límite extremo de la turbación, a causa del adolescente y de su belleza, llena de condenación para las almas. Pero aun fué más cuando llegaron a la puerta del zoco. Allí los transeúntes dejaron en absoluto de circular, y unos se acercaban para besar las manos a Kamar, después de las zalemas al padre, y otros exclamaban: "¡Ya Alah! ¡El sol sale por segunda vez esta mañana! ¡La tierna media luna de Ramadán brilla sobre las criaturas de Alah! ¡La luna nueva aparece en el zoco hoy!" Y así se expresaban por doquiera, absortos de admiración, y hacían votos por el adolescente, aglomerándose en muchedumbre alrededor suyo. Y por más que el padre, lleno de cólera reconcentrada y de confusión, les apostrofaba y denostaba, ellos no hacían caso y seguían contemplando la belleza extraordinaria que hacía su milagrosa entrada en el zoco aquel día de bendición.

Y con ello daban razón al poeta, aplicándose a sí mismos estas palabras:

¡Señor, has creado la Belleza para arrebatarnos la razón, y nos dices: "¡Temed mi reprobación!"
¡Señor, eres manantial de toda hermosura, y te gusta lo que es hermoso! ¿Cómo se arreglarían tus criaturas para no amar la Belleza o reprimir su deseo ante lo que es bello?

Cuando el mercader Abd el-Rahmán se vió de aquel modo entre filas compactas de hombres y mujeres, de pie entre sus manos y contemplando inmóviles a su hijo, llegó al límite de la perplejidad, y mentalmente se dedicó a abrumar de maldiciones a su esposa y a injuriarla con todas las injurias que hubiese querido lanzar a aquellos importunos, haciéndola responsable de aquello tan enfadoso que le ocurría. Luego, tras muchas argumentaciones inútiles, rechazó con rudeza a los que le rodeaban y ganó a toda prisa su tienda, que hubo de abrir para instalar en ella al punto a Kamar, pero de manera que las importunidades de los que pasaban sólo le alcanzasen de lejos.

Y la tienda se convirtió en el punto de parada del zoco entero y la aglomeración de grandes y pequeños se hizo más intensa de hora en hora porque los que habían visto querían ver más, y los que no habían visto se obstinaban con todas sus fuerzas en ver algo.

Y he aquí que, a la sazón, avanzó hacia la tienda un derviche de mirada extática, que en cuanto divisó al hermoso Kamar, sentado junto a su padre y tan hermoso, se detuvo, lanzando profundos suspiros y con voz extremadamente conmovida recitó esta estrofa:

¡Veo la rama del árbol balanceándose sobre un tallo de azafrán a la luz de la luna de Ramadán!
Y pregunté: "¿Cómo es tu nombre?, ¿cómo es tu nombre?' Me contesta "¡Lu-lu!" (¡Perla!), y exclamó: "¡Li! ¡li!" (¡para mí!), Pero me dice: "¡La! ¡la!" ( ¡Ah, eso no!)

Tras de lo cual, el viejo derviche, sin dejar de acariciarse la barba, que tenía larga y blanca, se acercó a la delantera de la tienda entre las filas de los circunstantes, que se separaban a su paso por respeto a su mucha edad. Y miró al muchacho con los ojos llenos de lágrimas y le ofreció una rama de menta dulce. Luego sentóse en el banco que allí había, lo más cerca posible del joven. Y sin ninguna duda, al verle en aquel estado, podían aplicársele estas palabras del poeta:

¡Mientras, el mozalbete de hermoso rostro permanecía en su sitio, su hermoso rostro era la luna apareciéndose a los ayudantes de Ramadán!
¡Mirad! ¡A pasos lentos se adelanta un jeique de aspecto venerable y ascético!
¡Durante mucho tiempo estudió el amor, trabajando en sus investigaciones noche y día y adquirió un singular saber acerca de lo lícito y lo ilícito!
¡Cultivó a la vez jovenzuelos y jovenzuelas, que le pusieron más delgado que un mondadientes! ¡Huesos de una piel vieja!
¡Jeique pederasta como un maghrebín, siempre seguido de su muchachito!
¡Pero más bien superficial para las mujeres, a lo que se dice, aunque versado en el estudio del sexo ácido y del sexo dulce; pues, en un momento dado, entre el joven Zeid y la joven Zeinab no advierte diferencia!
¡Es prodigioso con su corazón tierno y con lo demás duro como el granito! ¡Para el cabrón y para la cabra, para el imberbe y el barbudo, siempre erguido!
¡Pederasta es el jeique como un maghrebín!

Cuando las personas, que se aglomeraban delante de la tienda, vieron el estado de éxtasis del derviche, se participaron unas a otras sus reflexiones, diciendo: "¡Ualalah! ¡todos los derviches se parecen! Son como el cuchillo del vendedor de colocasias: ¡no diferencian el macho de la hembra!" Y exclamaban otras: "¡Alejado sea el Maligno! ¡El derviche se abrasa por el lindo mozuelo! ¡Alah confunda a los derviches de su especie!"

En cuanto al mercader Abd el-Rahmán, padre del joven Kamar, se dijo, al ver todo aquello: "Lo más sensato que podemos hacer será volver a casa más pronto que de costumbre". Y para decidir a marcharse al derviche, sacó del cinturón una moneda y se la ofreció, diciendo: "Toma tu suerte de hoy, ¡oh derviche!" Y al mismo tiempo se encaró con su hijo Kamar, y le dijo: "¡Ah! ¡hijo mío, que Alah trate como se merece a tu madre, que tantos sinsabores nos está causando hoy!"

Pero como el derviche no se movía de su sitio ni tendía la mano para coger la moneda ofrecida, le dijo: "¡Levántate, tío, que vamos a cerrar la tienda y nos marchamos por nuestro camino!"

Y hablando así, se irguió sobre ambos pies y se dispuso a cerrar las dos hojas de la puerta.

Entonces el derviche se vió obligado a levantarse del banco en que estaba clavado, y salió a la calle, pero sin poder separar un instante sus miradas del joven Kamar. Y cuando el mercader y su hijo, tras de cerrar la tienda, se abrieron paso entre la muchedumbre y se encaminaron a la salida, el derviche les siguió fuera del zoco, pisándoles los talones y acompasando su andar con el báculo, hasta la puerta de su casa. Y al ver la tenacidad del derviche y sin atreverse a injuriarle, por respeto a la religión, y también a causa de la gente que le miraba, el mercader se encaró con él, y le preguntó: "¿Qué quieres, ¡oh derviche!?"

El aludido contestó: "¡Oh mi señor! deseo con vehemencia ser esta noche invitado tuyo, y ya sabes que el invitado es el huésped de Alah (¡exaltado sea!)". Y dijo el padre de Kamar: "¡Bienvenido sea el huésped de Alah! Entra, pues, ¡oh derviche!"

Pero se dijo para sí, aparte: "¡Por Alah, que me enteraré de lo que persigue! ¡Si este derviche tiene malas intenciones para con mi hijo, y si su mal destino le impulsa a intentar algo, con gestos o palabras, seguramente le mataré y le enterraré en el jardín, escupiendo sobre su tumba! ¡De todos modos, empezaré por hacer que le den de comer, suerte deparada a todo huésped encontrado en el camino de Alah!" Y le introdujo en la casa, hizo que la negra le llevara el jarro y la palangana para las abluciones, y de comer y beber. Y una vez que hizo las abluciones, invocando el nombre de Alah, el derviche se puso en actitud de orar, y no salió de ella más que para recitar todo el capítulo de "la Vaca", al que hizo seguir el capítulo de "la Mesa" y el de "la Inmunidad". Tras de lo cual formuló el "Bismilah" y probó los alimentos servidos en la bandeja, pero con discreción y dignidad. Y dió gracias a Alah por sus beneficios.

Cuando el mercader Abd el-Rahmán se enteró, por la negra, de que el derviche había terminado su comida, se dijo: "¡Ha llegado el momento de aclarar la situación!" Y se encaró con su hijo, y le dijo: "¡Oh Kamar! ve con nuestro huésped el derviche, pregúntale si tiene todo lo que necesita, y conversa con él un rato, porque las palabras de los derviches, que recorren la tierra de ancho a largo, son a menudo gratas de escuchar, y sus historias provechosas para el espíritu de quien las escucha. Siéntate, pues, muy cerca de él, y si te coge la mano, no la retires, pues a quien enseña le gusta sentir entre él y su discípulo un contacto directo que contribuye a transmitir mejor la enseñanza. ¡Y guarda con él en todo las consideraciones y la obediencia que te imponen su calidad de huésped y su mucha edad!"

Y tras de predicar así a su hijo, le envió junto al derviche, y se apresuró a apostarse en cierto sitio del piso superior, desde donde podía, sin ser notado, ver todo y escuchar todo lo que pasaba en la sala en que estaba el derviche.

Y he aquí que, en cuanto apareció en el umbral el hermoso adolescente, el derviche fué presa de tal emoción que le brotaron lágrimas de los ojos y se puso a suspirar como una madre que hubiese perdido y encontrado a su hijo. Y Kamar se acercó a él, con voz dulce, y hasta poder tornar en miel la amargura de la mirra, le preguntó si no le faltaba nada y si tenía su parte en los bienes de Alah para Sus criaturas. Y fué a sentarse muy cerca de él con gracia y elegancia, y al sentarse, sin hacerlo a propósito, descubrió un muslo blanco y tierno como pasta de almendras. Y entonces fué cuando el poeta hubiera podido decir con toda verdad, sin temor a ser desmentido:

¡Un muslo ¡oh creyentes! todo de perlas y de almendras! ¡No os asombréis, pues, si es hoy la Resurrección, pues jamás se resucita mejor que cuando están al aire los muslos!

Pero el derviche, al verse solo con el jovenzuelo, lejos de tomarse con él confianza de ningún género, retrocedió algunos pasos del sitio en que estaba, yendo a sentarse un poco más lejos, en la estera, con una actitud irreprochable de decencia y de respeto para sí mismo. Y allá continuó mirándole en silencio, llenos de lágrimas los ojos y presa de la misma emoción que le había inmovilizado en el banco de la tienda. Y Kamar quedó muy sorprendido de aquel modo de portarse que tenía el derviche; y le preguntó por qué se retiraba y si tenía queja de él o de la hospitalidad de su casa. Y el derviche, por toda respuesta, recitó de manera muy sentida estas hermosas palabras del poeta:

¡Mi corazón está prendado de la Belleza, pues por el amor a la Belleza se alcanza la cima de la perfección!
¡Pero mi amor es sin deseo y está libre de cuanto atañe a los sentidos! ¡Y abomino de quienes aman de otra manera!

¡Eso fué todo!

Y el padre de Kamar veía y oía, y estaba en el límite de la perplejidad. Y se decía: "Me humillo ante Alah, a quien ofendí al suponer intenciones perversas en ese honrado derviche! ¡Alah confunda al Tentador, que sugiere al hombre tales pensamientos con respecto a sus semejantes!" Y edificado con la conducta del derviche, bajó a toda prisa y entró en la sala. E hizo zalemas y formuló sus deseos al huésped de Alah, y acabó por decirle: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! te conjuro a que me cuentes el motivo de tu emoción y de tus lágrimas y a que me expliques por qué la presencia de mi hijo te hace lanzar tan profundos suspiros. ¡Porque semejante efecto, ciertamente, debe obedecer a una causa!"

El derviche dijo: "Verdad dices, ¡oh padre de la hospitalidad!" El mercader dijo: "En ese caso, no me obligues a estar más tiempo sin saber por ti esa causa!" El derviche dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué me fuerzas a avivar una herida que se cierra y a revolver en mi carne el cuchillo?"

El mercader dijo: "¡Por los derechos que me confiere la hospitalidad, te ruego ¡oh hermano mío! que satisfagas mi curiosidad!" Entonces dijo el derviche: "Sabe, pues, ¡oh mi señor!...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.