Las mil y una noches:724
PERO CUANDO LLEGO LA 759ª NOCHE
editarElla dijo:
"¡... Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy!"
Apenas acabó de hablar Aladino, cuando el genni, después de la respuesta con el oído y la obediencia, apresuróse a desaparecer, pero para volver al cabo de un momento con el caballo, los cuarenta y ocho esclavos jóvenes, las doce jóvenes, los cuarenta y ocho sacos con cinco mil dinares cada uno y los doce trajes de tela y color diferentes. Y todo era absolutamente de la calidad pedida, aunque más hermoso aún. Y Aladino se posesionó de todo y despidió al genni, diciéndole: "¡Te llamaré cuando tenga necesidad de ti!" Y sin pérdida de tiempo se despidió de su madre, besándola una vez más las manos, y puso a su servicio a las doce esclavas jóvenes, recomendándoles que no dejaran de hacer todo lo posible por tener contenta a su ama y que le enseñaran la manera de ponerse los hermosos trajes que habían llevado.
Tras de lo cual Aladino se apresuró a montar a caballo y a salir al patio de la casa. Y aunque subía entonces por primera vez a lomos de un caballo, supo sostenerse con una elegancia y una firmeza que le hubieran envidiado los más consumados jinetes. Y se puso en marcha, con arreglo al plan que había imaginado para el cortejo, precedido por veinticuatro esclavos formados en dos hileras de a doce, acompañado por cuatro esclavos que iban a ambos lados llevando los cordones de la gualdrapa del caballo, y seguido por los demás, que cerraban la marcha.
Cuando el cortejo echó a andar por las calles se aglomeró en todas partes, lo mismo en zocos que en ventanas y terrazas, una inmensa muchedumbre mucho más considerable que la que había acudido a ver al primer cortejo. Y siguiendo las órdenes que les había dado Aladino, los cuarenta y ocho esclavos empezaron a coger oro de sus sacos y a arrojárselo a puñados a derecha y a izquierda al pueblo que se aglomeraba a su paso. Y resonaban por toda la ciudad las aclamaciones, no sólo a causa de la generosidad del magnífico donador, sino también a causa de la belleza del jinete y de sus esclavos espléndidos. Porque en su caballo, Aladino estaba verdaderamente muy arrogante, con su rostro al que la virtud de la lámpara mágica hacía aún más encantador, con su aspecto real y el airón de diamantes que se balanceaba sobre su turbante. Y así fué como, en medio de las aclamaciones y la admiración de todo un pueblo, Aladino llegó a palacio precedido por el rumor de su llegada; y todo estaba preparado allí para recibirle con todos los honores debidos al esposo de la princesa Badrú'l-Budur.
Y he aquí que el sultán le esperaba precisamente en la parte alta de la escalera de honor, que empezaba en el segundo patio. Y no bien Aladino echó pie a tierra, ayudado por el propio gran visir, que le tenía el estribo, el sultán descendió en honor suyo dos o tres escalones. Y Aladino subió en dirección a él y quiso prosternarse entre sus manos; pero se lo impidió el sultán, que recibióle en sus brazos y le besó como si de su propio hijo se tratara, maravillado de su arrogancia, de su buen aspecto y de la riqueza de sus atavíos. Y en el mismo momento retembló el aire con las aclamaciones lanzadas por todos los emires, visires y guardias, y con el sonido de trompetas, clarinetes, oboes y tambores. Y pasando el brazo por el hombro de Aladino, el sultán le condujo al salón de recepciones, y le hizo sentarse a su lado en el lecho del trono, y le besó por segunda vez, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh hijo mío Aladino! que siento mucho que mi destino no me haya hecho encontrarte antes de este día, y haber diferido así tres meses tu matrimonio con mi hija Badrú'l-Budur, esclava tuya!" Y le contestó Aladino de una manera encantadora, que el sultán sintió aumentar el cariño que le tenía, y le dijo: "¡En verdad, ¡oh Aladino! ¿qué rey no anhelaría que fueras el esposo de su hija?!" Y se puso a hablar con él y a interrogarle con mucho afecto, admirándose de la prudencia de sus respuestas y de la elocuencia y sutileza de sus discursos. Y mandó preparar, en la misma sala del trono, un festín magnífico, y comió solo con Aladino, haciéndose servir por el gran visir, a quien se le había alargado con el despecho la nariz hasta el límite del alargamiento, y por los emires y los demás altos dignatarios.
Cuando terminó la comida, el sultán, que no quería prolongar por más tiempo la realización de su promesa, mandó llamar al kadí y a los testigos, y les ordenó que redactaran inmediatamente el contrato de matrimonio de Aladino y su hija la princesa Badrú'l-Budur. Y en presencia de los testigos el kadí se apresuró a ejecutar la orden y a extender el contrato con todas las fórmulas requeridas por el Libro y la Sunnah. Y cuando el kadí hubo acabado, el sultán besó a Aladino y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿penetrarás en la cámara nupcial para que tenga efecto la consumación esta misma noche?" Y contestó Aladino: ¡Oh rey del tiempo! sin duda que penetraría esta misma noche para que tuviese efecto la consumación, si no escuchase otra voz que la del gran amor que experimento por mi esposa. Pero deseo que la cosa se haga en un palacio digno de la princesa y que le pertenezca en propiedad. Permíteme, pues, que aplace la plena realización de mi dicha hasta que haga construir el palacio que le destino. ¡Y a este efecto, te ruego que me otorgues la concesión de un vasto terreno situado frente por frente de tu palacio, a fin de que mi esposa no esté alejada de su padre y yo mismo esté siempre cerca de ti para servirte! ¡Y por mi parte, me comprometo a hacer construir este palacio en el plazo más breve posible!" Y el sultán contestó: "¡Ah! ¡hijo mío, no tienes necesidad de pedirme permiso para eso! Aprópiate de todo el terreno que te haga falta enfrente de mi palacio. ¡Pero te ruego que procures se acabe ese palacio lo más pronto posible, pues quisiera gozar de la posteridad de mi descendencia antes de morir!" Y Aladino sonrió, y dijo: "Tranquilice su espíritu el rey respecto a esto. ¡Se construirá el palacio con más diligencia de la que pudiera esperarse!" Y se despidió del sultán, que le besó con ternura, y regresó a su casa con el mismo cortejo que le había acompañado y seguido por las aclamaciones del pueblo y por votos de dicha y prosperidad.
En cuanto entró en su casa puso a su madre al corriente de lo que había pasado, y se apresuró a retirarse a su cuarto completamente solo. Y cogió la lámpara mágica y la frotó como de ordinario.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.