Las mil y una noches:654

Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 654: Pero cuando llegó la 669ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 669ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara.

Un día, por una casualidad muy rara entre las casualidades, mi madre, que había estado bregando todo un mes al servicio de quienes le daban trabajo, fué a mí llevando en la mano cinco monedas de plata, fruto de toda su labor. Y me dijo: "¡Oh hijo mío! ¡acabo de saber que nuestro vecino el jeique Muzaffar va a partir para la China! Ya sabes, hijo mío, que ese venerable jeique es un hombre excelente, un hombre de bien que no desprecia ni rechaza a los pobres como nosotros. Toma, pues, los cinco dracmas de plata y levántate para acompañarme a casa del jeique; y le entregarás estos cinco dracmas y le rogarás que en China te compre mercaderías para revenderlas tú aquí luego y de las cuales (¡Alah lo quiera así, compadeciéndose de nosotros!) sacarás sin duda alguna un beneficio considerable. ¡He aquí, pues, ¡oh hijo mío! una buena ocasión de enriquecernos! ¡Y quien rehúsa el pan de Alah es un descreído!"

Al oír este discurso de mi madre, se me aumentó más aún la holgazanería, y me hice completamente el muerto. ¡Y mi madre me suplicó y me conjuró de todas maneras, por el nombre de Alah y por la tumba de mi padre, y por todo! ¡Pero en vano! Porque yo hice como que roncaba. Entonces me dijo mi madre: "¡Por las virtudes de tu padre, te juro ¡oh Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! que, si no quieres escucharme y acompañarme a ver al jeique, no volveré a darte de comer ni de beber, y te dejaré morir de inanición!" Y dijo estas palabras con tan resuelto acento, ¡oh Emir de los Creyentes! que comprendía que aquella vez pondría en práctica sus palabras; y dejé oír un sonido sordo que significaba: "¡Ayúdame a sentarme!" Y me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme y a sentarme. Entonces, aniquilado de fatiga, me eché a llorar, y entre mis gemidos, suspiraba: "¡Dame mis zapatos!" ¡Y me los llevó, y le dije: "¡Pónmelos!" Y me los puso. Y le dije: "¡Ayúdame a ponerme en pie!" Y me levantó y me hizo ponerme en pie. Y llorando hasta rendir el alma, le dije: "¡Sostenme para que ande!" Y se puso detrás de mí y me sostuvo, empujándome suavemente para hacerme avanzar. Y eché a andar despacio, parándome a cada paso para tomar aliento, e inclinando la cabeza sobre los hombros como para rendir el alma. Y acabé por llegar de esta manera a la orilla del mar, donde vi al jeique Muzaffar rodeado de sus allegados y amigos, disponiéndose a embarcar para ponerse en marcha. Y mi llegada fué acogida con asombro por todos los presentes, que exclamaban al mirarme: "¡Qué prodigio! ¡Es la primera vez que vemos andar a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y es la primera vez que sale de su casa!"

Cuando estuve al lado del jeique, le dije: "¡Oh tío mío! ¿eres el jeique Muzaffar?" El me dijo: "Para servirte, ¡oh Abu-Mohammad, oh hijo de mi amigo el difunto ventosista a quien Alah tenga en Su gracia y en Su piedad!" Yo le dije, dándole las cinco monedas de plata: "¡Toma estos cinco dracmas ¡oh jeique! y cómprame con ellos mercaderías de la China! ¡Y quizás así por mediación tuya, tengamos ocasión de enriquecernos!" Y el jeique Muzaffar no se negó a tomar los cinco dracmas; y se los guardó en el cinturón, diciendo: "¡En el nombre de Alah!" Y me dijo: "¡Con la bendición de Alah!"

Y se despidió de mí y de mi madre; y acompañado de varios mercaderes que se habían juntado con él para el viaje, se embarcó con rumbo a China.

Alah escribió la seguridad al jeique Muzaffar, que llegó sin contratiempos al país de la China. Y compró, como todos los mercaderes que iban con él, lo que tenía que comprar, y vendió lo que tenía que vender, y traficó e hizo lo que tenía que hacer. Tras de lo cual, volvió a embarcarse, para regresar al país con sus compañeros, en el mismo navío que habían fletado en Bassra. Y se dieron a la vela y abandonaron la China.

Al cabo de diez días de navegación, una mañana se levantó de pronto el jeique Muzaffar, se golpeó con desesperación las manos, y exclamó: "¡Arriad las velas!" Y los mercaderes le preguntaron, muy sorprendidos: "¿Qué ocurre, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Ocurre que hay que volver a la China!" Y en el límite de la estupefacción, le preguntaron: "¿Por qué, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Habéis de saber que me olvidé de comprar el pedido de mercancías para el cual me dió los cinco dracmas de plata Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y le dijeron los mercaderes: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh jeique nuestro! no nos obligues por tan poca cosa a volver a China después de todas las fatigas pasadas y los peligros corridos y la ya tan larga ausencia de nuestro país!" El jeique dijo: "¡Es absolutamente preciso que volvamos a China! ¡Porque he empeñado mi palabra en la promesa que hice a Abu-Mohammad y a su pobre madre, la mujer de mi amigo el difunto ventosista!" Los demás le dijeron: "No te detenga eso, ¡oh jeique! ¡Porque estamos dispuestos a pagarte cinco dinares de oro cada cual como intereses de las cinco monedas de plata que has de devolver a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y a nuestra llegada le darás todo ese oro!" El jeique dijo: "¡Acepto en nombre suyo vuestra oferta!" Entonces cada mercader pagó al jeique Muzaffar cinco dinares de oro destinados a mí, y prosiguieron su viaje.

Durante la travesía hizo escala el navío, para aprovisionarse, en una isla entre las islas. Y los mercaderes y el jeique Muzaffar desembarcaron para pasear por tierra. Y después de pasear y respirar el aire de aquella isla, se disponía el jeique a embarcarse otra vez, cuando a la orilla del mar vió a un mercader de monos que tenía en venta unos veinte animales de esta especie. Y he aquí que, entre todos aquellos monos, había uno de aspecto muy miserable, pelado, tembloroso y con lágrimas en los ojos. Y cada vez que su amo volvía la cabeza para hablar con el jeique y sus acompañantes, no dejaban los demás monos de saltar sobre su miserable compañero, y morderle y arañarle y mearle en la cabeza.

Y al jeique Muzaffar, que tenía un corazón compasivo, le conmovió el estado de aquel pobre mono, y preguntó al mercader: "¿Cuánto vale ese mono?" El mercader dijo: "Ese no es muy caro, ¡oh mi señor! ¡Para desembarazarme de él, te lo dejo en cinco dracmas solamente!" Y el jeique se dijo: "¡Precisamente es la cantidad que me dió el huérfano! ¡Y voy a comprarle este animal, a fin de que le sirva para enseñarlo por los zocos y ganar así su pan y el de su madre!" Y pagó al mercader los cinco dracmas, e hizo que se llevara el mono al navío un marinero. Tras de lo cual se embarcó con sus compañeros los mercaderes para ponerse en marcha.

Antes de hacerse a la vela, vieron a unos pescadores que se sumergían hasta el fondo del mar, y salían llevando siempre en las manos conchas llenas de perlas.

Y también lo vió el mono...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.