Las mil y una noches:648

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 648: Pero cuando llegó la 663ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 663ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo: "Vas a herrar sólidamente los pies de esta esclava; tras de lo cual le herrarás las manos. ¡Y me servirá de cabalgadura!" Y el herrador asombrado, miró al viejo, y le dijo: "¡Por Alah, que es la primera vez que me llaman para herrar a seres humanos! ¿Pues qué ha hecho esta joven para merecer ese castigo?" El viejo dijo: "¡Por el Pentateuco! ésa es la pena con que nosotros los judíos castigamos a nuestros esclavos cuando tenemos queja de su conducta". Pero el herrador, deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif e impresionado en extremo por sus encantos, miró al judío con desprecio e indignación, y le escupió en la cara; y en lugar de tocar a la joven, improvisó esta estrofa:

¡Ojalá ¡oh mulo! te herraran a ti en toda tu piel antes de torturar sus pies delicados! ¡Si fueras sensato, con anillos de oro adornarías sus pies encantadores!
¡Porque bien seguro estoy de que, al comparecer ante el Juez Soberano, será declarada inocente y pura tan bella criatura!

Luego corrió el herrador en busca del walí de la ciudad y le contó lo que había visto, describiéndole la belleza maravillosa de Zein Al-Mawassif y el trato cruel que quería hacerle soportar su esposo el judío. Y el walí ordenó a los guardias que inmediatamente fueran al campamento y trajeran a su presencia a la bella esclava, al judío y a las demás mujeres de la caravana. Y los guardias se apresuraron a ejecutar la orden. Y al cabo de una hora, volvieron e introdujeron en la sala de audiencias, ante el walí, al judío, a Zein Al-Mawassif y a las cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Y deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif, el walí le preguntó: "¿Cómo te llamas, hija mía?" Ella dijo, moviendo las caderas: "Tu esclava Zein Al-Mawassif, ¡oh amo nuestro!" Y él le preguntó: "¿Y quién es este hombre tan feo?" Ella contestó: "¡Es judío ¡oh mi señor! que me separó de mi padre y de mi madre, y me violentó, y con toda clase de malos tratos quiso forzarme a abjurar de la santa fe de mis padres musulmanes! ¡Y me hace sufrir tortura a diario, y por ese procedimiento intenta vencer mi resistencia! Y en prueba de lo que revelo a nuestro amo, aquí tenéis las huellas de los golpes con que no cesa de martirizarme!" Y con mucho rubor descubrió la parte alta de los brazos y enseñó los verdugones que los surcaban. Luego añadió: "¡Y por cierto ¡oh amo nuestro! que el honorable herrador puede dar testimonio del trato bárbaro que quería hacerme sufrir ese judío! ¡Y mis doncellas confirmarán mis palabras! ¡Por lo que a mí respecta, soy una musulmana, una creyente, y atestiguo que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!

Al oír estas palabras, el walí se encaró con las doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, y les preguntó: "¿Es cierto lo que dice vuestra ama?" Ellas contestaron: "¡Es cierto!" Entonces el walí se encaró con el judío, y con los ojos chispeantes, le dijo: "¡Mal hayas, enemigo de Alah! ¿Por qué arrebataste esta joven a su padre y a su madre, a su casa y a su patria, y la torturaste, e intentaste hacerle renegar de nuestra santa religión y precipitarla en los horribles errores de tu creencia maldita?"

El judío contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡por vida de la cabeza de Yacub, de Muza y de Aarún, te juro que esta joven es mi esposa legal!" Entonces exclamó el walí: "¡Que le den una paliza!" Y los guardias le tiraron al suelo y le aplicaron cien palos en la planta de los pies, cien palos en la espalda y cien palos en las nalgas. Y como continuara en sus gritos y vociferaciones, protestando y afirmando que Zein Al-Mawassif le pertenecía legalmente, el walí dijo: "¡Ya que no quiere declarar, que le corten las manos y los pies, y que le fustiguen!"

Al oír esta terrible sentencia, exclamó el judío: "¡Por los cuernos sagrados de Muza! ¡si sólo eso basta para salvarme, declaro que no es mi esposa esta mujer y que se la he quitado a su familia!"

Entonces pronunció el walí: "¡Ya que ha declarado, que le encarcelen! ¡Y que esté preso toda su vida! ¡Sean castigados así los judíos descreídos!" Y al punto los guardias ejecutaron la orden. Y arrastraron al judío hasta la cárcel. Y sin duda allí moriría en su descreimiento y en su fealdad. ¡Que Alah no tenga nunca compasión de él! ¡Y precipite su alma judía en el fuego del último piso del infierno! ¡Pero nosotros somos creyentes! ¡Y reconocemos que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!

En cuanto a Zein Al-Mawassif, besó la mano del walí, y acompañada por sus cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, volvió a las tiendas y ordenó a los camelleros que levantaran el campo y se pusieran en camino para el país de su bienamado Anís.

Y he aquí que viajó sin contratiempos la caravana, y hacia la noche del tercer día, llegó a un monasterio cristiano que estaba habitado por cuarenta monjes y por su patriarca. Y este patriarca, que se llamaba Danis, estaba precisamente sentado a la puerta del monasterio, tomando el fresco, cuando acertó a pasar por allí en su camello la joven sacando la cabeza fuera de la litera. Y a la vista de aquel rostro de luna, el patriarca sintió que se rejuvenecía su vieja carne muerta; y se le estremecieron los pies, la espalda, el corazón y la cabeza. Y se levantó de su asiento e hizo señas a la caravana para que se detuviese, e inclinándose hasta el suelo ante la litera de Zein Al-Mawassif, invitó a la joven a apearse y descansar con todo su acompañamiento. Y la instó vivamente a pasar la noche en el monasterio, asegurándole que de noche estaban los caminos infestados de bandoleros salteadores. Y Zein Al-Mawassif no quiso rehusar la oferta de esta hospitalidad, aunque viniera de cristianos y monjes; se apeó de su litera y entró en el monasterio seguida por sus cuatro acompañantes.

Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.