Las mil y una noches:617

Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 617: Pero cuando llegó la 620ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 620ª NOCHE editar

... de un carpintero, al cual dijo: "¡Esta tarde me enviarás a casa un armario grande con tres entrepaños superpuestos, y del que cada entrepaño tenga una puerta independiente que se cierre bien con un candado!" El carpintero contestó: “Por Alah, ¡oh mi ama! Que las cosa no es tan fácil de hacer de aquí a esta tarde!" Ella dijo: "¡Te pagaré lo que quieras!" Dijo él: "En ese caso, estará listo. i Pero el precio que de ti quiero no es oro ni plata, ¡oh mi señora! sino solamente lo que tú sabes! ¡Entra, pues, en la trastienda, a fin de que pueda hablar contigo!" Al oír estas palabras del carpintero, contestó la joven: “!Oh carpintero de bendición, que hombre de tan poco tacto eres! ¡Por Alah! ¿Es que esta miserable trastienda tuya resulta a propósito para una conversación como la que quieres mantener? ¡Mejor será que vengas esta noche a mi casa después de enviarme el armario, y me hallarás dispuesta a conversar contigo hasta por la mañana!" Y el carpintero contestó: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido!" Y continuó la joven: "¡Bueno! ¡Pero el armario que vas a hacerme no ha de tener cuatro entrepaños, sino cinco! ¡Porque, si he de guardar en él todo lo que tengo que guardar, necesito cinco entrepaños!"

Y después de darle las señas de su casa, se separó del carpintero y regresó a su domicilio.

Ya en él, sacó de un cofre cinco ropones de hechuras y colores distintos, los dejó cuidadosamente e hizo aportar manjares y bebidas, y colocar flores y quemar perfumes. Y de esta manera aguardó la llegada de sus invitados.

Y he aquí que al oscurecer llevó el armario consabido el mozo del carpintero; y la joven mandó colocarlo en la sala de visitas. Luego despidió al mozo, y antes de que tuviese tiempo de probar los candados del armario, llamaron a la puerta, y entró el primero de los invitados, que era el walí de la ciudad. Y levantóse en honor suyo, y besó la tierra entre sus manos, y le invitó a sentarse, y le sirvió refrescos. Luego empezó a posar en él unos ojos de un palmo de largos, y a lanzarle miradas abrasadoras, de modo que el walí hubo de levantarse acto seguido, y haciendo muchos gestos y tembloroso ya, quiso poseerla al instante.

Pero dijo la joven, desasiéndose de él: "¡Oh mi señor! ¡Cuán refinado eres! ¡Comienza por desnudarte para tener soltura de movimientos!" Y dijo el walí: "¡No hay inconveniente!" Y se quitó sus vestiduras. Y ella le presentó un ropón de seda amarilla y de forma extraordinaria, un gorro del mismo color, para que se los pusiese en lugar de sus trajes de color oscuro, como suele hacerse en los festines de libertinos. Y el walí se apropió del ropón amarillo, y el gorro amarillo, y se dispuso a divertirse. Pero en aquel mismo momento llamaron a la puerta con violencia.

Y preguntó el walí, muy contrariado: "¿Esperas a algunas vecinas o a alguna proveedora?" Ella contestó aterrada: "¡Por Alah, que no! ¡Pero he olvidado que esta misma noche volvía de viaje mi esposo! ¡Y él mismo es quien llama a la puerta en este momento!" El walí preguntó: "¿Y qué va a ser de mí entonces? ¿Y qué voy a hacer?"

Ella dijo: "¡No tienes más que un modo de salvarte, y consiste en meterte en este armario!" Y abrió la puerta del primer entrepaño del armario, y dijo al walí: "¡Métete ahí dentro!" Dijo él: "¿Y cómo voy a caber?" Ella dijo: "¡Acurrucándote!" Y encorvándose por la cintura, entró el walí en el armario, y se acurrucó allí. Y la joven cerró con llave la puerta y fué a abrir al que llamaba.

Y he aquí que era el kadí.

Y le recibió como había recibido al walí, y cuando llegó el momento oportuno, le puso un ropón rojo de forma extraordinaria y un gorro del mismo color; y como quería él arrojarse sobre ella, le dijo: "¡No, por Alah! ¡Antes tendrás que escribirme una orden disponiendo que suelten a mi hermano!" Y el kadí le escribió la orden consabida, y se la entregó en el mismo momento en que llamaban a la puerta. Y exclamó la joven con acento aterrado: "¡Es mi esposo, que vuelve de viaje!" E hizo encaramarse al kadí hasta el segundo entrepaño del armario, y fué a abrir al que llamaba a la puerta de la casa.

Y precisamente era el visir. Y ocurrió lo que les había sucedido a los otros dos; y ataviado con un ropón verde y un gorro verde, hubo de meterse en el tercer entrepaño del armario en el momento de llegar a su vez el rey de la ciudad. Y del propio modo, se atavió el rey con un ropón azul y un gorro azul, y en el instante en que se disponía a verificar lo que le había llevado allí, resonó la puerta, y ante el terror de la joven, se vió obligado a trepar al cuarto entrepaño del armario, donde hubo de acurrucarse en una postura muy penosa para él, que estaba bastante grueso.

Entonces quiso caer sobre la joven el carpintero, que le miraba con ojos devoradores y quería cobrarse el armario. Pero le dijo ella: "¡Oh carpintero! ¿Por qué has hecho tan pequeño el quinto entrepaño del armario? ¡Apenas si puede guardarse ahí el contenido de una caja pequeña!"

Dijo él: "¡Por Alah, que en ese entrepaño quepo yo y aun cuatro más gordos que yo!" Ella dijo: "¡Prueba, a ver si cabes!" Y encaramándose en banquetas superpuestas, el carpintero se metió en el quinto entrepaño, donde quedó encerrado bajo llave inmediatamente.

En seguida, cogiendo la orden que le había dado el kadí, la joven fué en busca de los celadores de la cárcel, los cuales, al ver el sello estampado debajo del escrito, soltaron al muchacho.

Entonces volvieron ella y él a la casa a toda prisa, y para festejar su reunión, copularon de firme y durante largo tiempo con muchos ruidos y jadeos. Y los cinco encerrados oían desde dentro del armario todo aquello, pero no se atrevían a moverse ni podían tampoco. Y acurrucados en los entrepaños unos encima de otros, no sabían cuándo se les libertaría.

Y he aquí que, no bien la joven y el muchacho terminaron con sus escarceos, recogieron cuantas cosas preciosas pudieron llevarse, las metieron en cofres, vendieron todo lo demás, y abandonaron aquella ciudad para ir a otra ciudad y a otro reino. ¡Y esto en cuanto a ellos! ¡Pero en cuanto a los otros cinco, he aquí lo que les sucedió! Al cabo de dos días de estar allí, los cinco se sintieron poseídos por una necesidad imperiosa de orinar.

Y el primero que se meó fue el carpintero. Y cayeron los orines en la cabeza del rey. Y en el mismo momento se puso el rey a mear encima de la cabeza de su visir, que se orinó en la cabeza del kadí, el cual se meó en la cabeza del walí. Entonces alzaron la voz todos, excepto el rey y el carpintero, gritando: "¡Qué asco!" Y el kadí reconoció la voz del visir, el cual reconoció la voz del kadí. Y se dijeron unos a otros: "¡Henos aquí caídos en la trampa! ¡Menos mal que ha escapado el rey!"

Pero en aquel momento les gritó el rey, que habíase callado por dignidad: "¡No digáis eso, porque también estoy aquí! ¡Y no sé quién me ha meado en la cabeza!" Entonces exclamó el carpintero: "¡Alah eleve la dignidad del rey! ¡Me parece que he sido yo! ¡Porque estoy en el quinto entrepaño!"

Luego añadió: "¡Por Alah! ¡Soy el causante de todo esto, pues el armario es obra mía!"

Entretanto, regresó de su viaje el esposo de la joven; y los vecinos, que no se habían dado cuenta de la marcha de la joven, lo vieron llegar y llamar a su puerta inútilmente. Y les preguntó él porqué no le respondía nadie desde dentro. Y no supieron informarle acerca del particular. Entonces, hartos de esperar, derribaron la puerta entre todos y penetraron en el interior; pero se encontraron con la casa vacía y sin más mueble que el armario consabido. Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado por genn...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.