Las mil y una noches:615

Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 615: Y cuando llegó la 616ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 616ª NOCHE editar

Ella dijo:

"Esta anécdota, ¡oh rey afortunado!, nos la transmite EL DIVÁN DE LAS GENTES ALEGRES Y DESPREOCUPADAS. ¡Y no quiero diferir por más tiempo el contártela!" Y dijo Schehrazada:



EL DIVAN DE LAS GENTES ALEGRES Y DESPREOCUPADAS editar

EL CUESCO HISTORICO editar

Se cuenta -pero Alah es más sabio- que en la ciudad de Kaukabán, en el Yamán, había un beduino de la tribu de los Fazli, llamado Abul-Hossein, quien ya hacía largos años que abandonó la vida de los beduinos, y se había convertido en un ciudadano distinguido y en un mercader entre los mercaderes más opulentos. Y se casó por primera vez en la época de su juventud; pero Alah llamó a la esposa a Su misericordia al cabo de un año de matrimonio. Así es que los amigos de Abul-Hossein no cesaban de apremiarle con respecto a un nuevo matrimonio, repitiéndole las palabras del poeta:

¡Levántate, compañero, y no dejes transcurrir en balde la estación de primavera!
¡Ahí está la joven! ¡Cásate! ¿No sabes que en la casa una mujer es un almanaque excelente para todo el año?

Y Abul-Hossein, por último, sin poder ya resistirse a todas las insinuaciones de sus amigos, se decidió a entablar negociaciones con las damas viejas componedoras de matrimonios; y acabó por casarse con una joven tan hermosa cual la luna cuando brilla sobre el mar. Y con motivo de sus nupcias dió grandes festines, a los que invitó a todos sus amigos y conocidos, así como a ulemas, fakires, derviches y santones. Y abrió de par en par las puertas de su casa, e hizo que sirvieran a sus invitados manjares de toda especie, y entre otras cosas, arroz de siete colores diferentes, y sorbetes, y corderos rellenos de avellanas, almendras, alfónsigos y pasas, y una cría de camello asada entera y servida en un pedazo. Y todo el mundo comió y bebió y disfrutó de júbilo, de alegría y de contento. Y se paseó y exhibió a la esposa ostentosamente siete veces seguidas, vestida cada vez con un traje distinto y más hermoso que el anterior. E incluso por octava vez la pasearon en medio de la concurrencia, para satisfacción de los invitados que no habían podido recrear sus ojos en ella lo bastante. Tras de lo cual, las damas de edad la introdujeron en la cámara nupcial y la acostaron en un lecho alto como un trono, y la prepararon en todos sentidos para la entrada del esposo.

Entonces, destacándose del cortejo, Abul-Hossein penetró lentamente y con dignidad en el aposento de la desposada. Y sentóse un instante en el diván para probarse a sí propio y mostrar a su esposa y a las damas del cortejo cuán lleno estaba de tacto y de mesura. Luego se levantó con cortesía para recibir las felicitaciones de las damas y despedirse de ellas antes de acercarse al lecho, donde le esperaba modestamente su esposa, cuando he aquí ¡oh calamidad! que de su vientre, que estaba atiborrado de viandas pesadas y de bebidas, escapó un cuesco ruidoso hasta el límite del ruido, terrible y prolongado. ¡Alejado sea el Maligno!

Al oír aquel ruido, cada dama se encaró con la que tenía al lado, poniéndose a hablar en voz alta y fingiendo no haber oído nada; y también la desposada, en lugar de echarse a reír o de burlarse, se puso a hacer sonar sus brazaletes. Pero Abul-Hossein, confuso hasta el límite de la confusión, pretextó una necesidad urgente, y con vergüenza en el corazón, bajó al patio, ensilló su yegua, saltó al lomo del animal, y abandonó su casa, y la boda, y la desposada, huyó a través de las tinieblas de la noche. Y salió de la ciudad, y se adentró en el desierto. Y de tal suerte llegó a orillas del mar, en donde vió un navío que partía para la India. Y se embarcó en él, y llegó a la costa de Malabar.

Allí hizo amistad con varias personas oriundas del Yamán, que le recomendaron al rey del país. Y el rey le dió un cargo de confianza y le nombró capitán de su guardia. Y vivió en aquel país diez años, honrado y respetado, y con la tranquilidad de una vida deliciosa. Y cada vez que el recuerdo del cuesco asaltaba su memoria, lo ahuyentaba como se ahuyentan los malos olores.

Pero al cabo de aquellos diez años le poseyó la nostalgia del país natal; y poco a poco enfermó de languidez; y sin cesar suspiraba pensando en su casa y en su ciudad; y creyó morir de aquel deseo reconcentrado. Pero un día, sin poder ya resistir a los apremios de su alma, ni siquiera se tomó tiempo para despedirse del rey, y se evadió y retornó al país de Hadramón, en el Yemán. Allí disfrazose de derviche y fué a pie a la ciudad de Kaukabán; y ocultando su nombre y su condición, llegó de tal modo a la colina que dominaba la ciudad. Y con los ojos llenos de lágrimas vió la terraza de su antigua casa y las terrazas contiguas, y se dijo: "¡Menos mal si no me reconoce nadie! ¡Haga Alah que todos hayan olvidado mi historia!"

Y pensando así bajó de la colina y tomó por atajos extraviados para llegar a su casa. Y en el camino vió a una vieja que, sentada en el umbral de una puerta, quitaba piojos de la cabeza a una niña de diez años; y decía la niña a la vieja: "¡Oh madre mía! desearía saber la edad que tengo, porque una de mis compañeras quiere hacer mi horóscopo. ¿Vas a decirme, pues, en qué año he nacido?"

Y la vieja reflexionó un momento, y contestó: "¡Naciste, ¡oh hija mía! en el mismo año y en la misma noche en que Abul-Hossein soltó el cuesco!"

Cuando el desdichado Abul-Hossein oyó estas palabras, hubo de desandar lo andado y echó a correr con piernas más ligeras que el viento. Y se decía: "¡He aquí que tu cuesco es ya una fecha en los anales! ¡Y se transmitirá a través de las edades mientras de las palmeras nazcan flores!" Y no dejó de correr y de viajar hasta llegar al país de la India. Y vivió en el destierro con amargura hasta su muerte. ¡Sean con él la misericordia de Alah y su piedad!

Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:


LOS DOS CHISTOSOS editar

He llegado a saber también, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de Damasco, en Siria, había antaño un hombre reputado por sus buenas jugarretas, sus chistes y sus atrevimientos, y en El Cairo, otro hombre no menos famoso por las mismas cualidades. Y he aquí que el bromista de Damasco, que a menudo oía hablar de su compañero de El Cairo, anhelaba mucho conocerle, tanto más cuanto que sus clientes habituales le decían de continuo: "¡No cabe duda! ¡el egipcio es incuestionablemente mucho más intencionado, más inteligente, más listo y más chistoso que tú! ¡Y su trato es mucho más divertido que el tuyo! ¡Si acaso no nos creyeras, no tienes más que ir a El Cairo a verle actuar, y comprobarás su superioridad!" Y arregláronse de manera que se dijo el hombre: "¡Por Alah ¡ya veo que no me queda más remedio que ir a El Cairo a observar por mis propios ojos si es cierto lo que de él se dice!"

Y lió sus bártulos y abandonó Damasco, que era su ciudad, y partió para El Cairo, adonde llegó, con asentimiento de Alah, en buena salud. Y sin tardanza preguntó por la morada de su rival, y estuvo a visitarle. Y fué recibido con todas las consideraciones de una hospitalidad amplia, y fué honrado y albergado tras los deseos de bienvenida más cordiales.

Luego pusiéronse ambos a contarse mutuamente las cosas más importantes del mundo, y pasaron la noche charlando alegremente.

Pero al día siguiente, el hombre de Damasco dijo al hombre de El Cairo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! que no he venido desde Damasco a El Cairo más que para juzgar por mis propios ojos acerca de las buenas jugarretas y de las bromas que sin cesar gastas por la ciudad! ¡Y desearía regresar a mi país enriquecido con tu instrucción! ¿Quieres, pues, que atestigüe lo que tan ardientemente deseo ver?" El otro dijo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! sin duda te engañaron los que te han hablado de mí! ¡Apenas si sé diferenciar mi mano izquierda de mi mano derecha! ¿Cómo voy, pues, a instruir en la delicadeza y en el ingenio a un noble damasquino como tú? ¡Pero salgamos a pasear, ya que mi deber de huésped consiste en hacer que veas las cosas buenas que hay en nuestra ciudad!"

Salió, pues, con él, y ante todo, le llevó a la mezquita de Al-Azhar, a fin de que pudiese contar a los habitantes de Damasco las maravillas de la instrucción y de la ciencia. Y de camino, al pasar por junto a los mercaderes de flores, se hizo un ramo de flores, con hierbas aromáticas, con clavelinas, con rosas, con albahaca, con jazmines, con ramas de menta y mejorana. Y así llegaron ambos a la mezquita, y pasaron al patio. Pero al entrar divisaron ante la fuente de las abluciones, acurrucadas en los retretes, personas que estaban evacuando imperiosas necesidades. Y el hombre de El Cairo dijo al de Damasco: "Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila, ¿cómo te arreglarías...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.