Las mil y una noches:562
Y CUANDO LLEGO LA 563ª NOCHE
editarElla dijo:
... Y cuando los transeúntes y los tenderos vieron que el pescador Califa, no obstante llevar a la espalda sus redes, su cesto y su garrote, iba vestido con un traje y tocado con un turbante que entre ambos valdrían muy bien mil dinares, se agruparon en torno suyo y echaron a andar detrás de él para enterarse de la cosa, hasta que el pescador acertó a pasar por delante de la tienda del propio sastre del califa. Y desde la primera ojeada que echó a Califa, el sastre reconoció en el traje que llevaba aquel hombre el mismo que entregó él hacía poco al Comendador de los Creyentes. Y gritó al pescador: "¡Oh Califa! ¿de dónde te ha venido ese traje que llevas?"
Y Califa, de muy mal humor, le contestó midiéndole con la mirada: "¿Y qué te importa eso a ti, impúdico con cara de excremento? Sabe, sin embargo, para que veas que no oculto nada, que este traje me lo ha dado el aprendiz a quien enseño a pescar y que ahora es mi ayudante. ¡Y me lo ha dado para que no le cortaran la mano como consecuencia del robo de que se ha hecho culpable al quitarme mis efectos!"
Al oír estas palabras, el sastre comprendió que el califa se habría encontrado al pescador durante su paseo y le habría embromado de aquel modo para reírse de él. Y dejó a Califa continuar en paz su camino y llegar a su casa, donde mañana le encontraremos.
Pero tiempo es ya de saber lo que pasó en palacio durante la ausencia del califa Harún Al-Raschid. Pues bien; pasaron allí cosas de extrema gravedad.
En efecto, sabemos que el califa no había salido de su palacio con Giafar más que para tomar un poco de aire por los campos y distraerse por un momento de su pasión extremada hacia Fuerza-de los-Corazones. Pero no era sólo a él a quien torturaba aquella pasión hacia la esclava. Su esposa y prima Sett Zobeida, desde que se presentó en palacio aquella joven que llegó a ser la favorita exclusiva del Emir de los Creyentes, no podía ya comer, ni beber, ni dormir, ni nada, de tan llena como tenía el alma de los celos que sienten de ordinario las mujeres hacia sus rivales. Y para vengarse de aquella afrenta continua que la humillaba a sus propios ojos y a los ojos de quienes la rodeaban, no aguardaba más que una ocasión, bien una ausencia fortuita del califa, bien un viaje, bien una ocupación cualquiera, que le permitiese obrar con libertad. Así es que en cuanto supo que el califa había salido para ir de caza y de pesca, hizo preparar en sus habitaciones un festín suntuoso, en el cual no faltaban bebidas ni bandejas de porcelana llenas de confituras y pasteles. Y mandó a invitar con gran ceremonia a la favorita Fuerza-de-los-Corazones, haciendo que le dijeran las esclavas: "Nuestra ama Sett Zobeida, hija de Kassem, esposa del Emir de los Creyentes, te invita hoy a un festín que da en tu honor, ¡oh nuestra ama Fuerza-de-los-Corazones! Porque ha tomado hoy cierto medicamento, y como para que surta mejor sus efectos es preciso que se regocije el alma y dé reposo al espíritu, ella cree que el mejor reposo y la alegría mejor no pueden proporcionárselos más que tu presencia y tus encantos maravillosos, de los que ha oído hablar con admiración al califa. ¡Y tiene muchas ganas de juzgar por sí misma!"
Y Fuerza-de-los-Corazones contestó: "¡El oído y la obediencia son para Alah y para nuestra ama Sett Zobeida!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante; y no sabía lo que le reservaba el Destino en sus designios misteriosos. Y llevó consigo los instrumentos musicales que necesitaba, y acompañó al jefe eunuco a las habitaciones de Sett Zobeida.
Cuando estuvo en presencia de la esposa del califa, besó la tierra entre sus manos varias veces; luego se levantó, y con una voz infinitamente deliciosa, dijo: "¡La paz sobre la cortina levantada y el velo sublime de este harem, sobre la descendiente del Profeta y heredera de la virtud de los Abbasidas! ¡Pluguiera a Alah prolongar la dicha de nuestra ama mientras el día y la noche se sucedan uno a otro!" Y habiendo dicho este cumplimiento, retrocedió hasta colocarse en medio de las demás mujeres y esclavas.
Entonces Sett Zobeida, que estaba echada en un amplio diván de terciopelo, alzó los ojos lentamente hacia la favorita y la miró con fijeza. Y quedó deslumbrada de la belleza que veía ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.