Las mil y una noches:548

Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 548: Y cuando llegó la 549ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 549ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... De modo que me parece hecho para ti, y tú hecha para él!"

Al oír estas palabras de su padre, la princesa Gema bajó los ojos modestamente, y contestó: "¡Tus opiniones ¡oh padre mío! son mi norma de conducta, y tu afecto vigilante es la sombra en que me cobijo! ¡Y puesto que tal es tu deseo, en adelante estará en mis ojos la imagen del que escogiste para mí, en mi boca su nombre, y en mi corazón su morada!"

Cuando las parientes de Sonrisa-de-Luna y las demás damas presentes hubieron oído estas palabras, atronaron el palacio con sus gritos de alegría y sus lu-lúes penetrantes. Después el rey Saleh y Flor-de-Granada mandaron llamar al kadí y a los testigos para extender el contrato de matrimonio del rey Sonrisa-de-Luna y la princesa Gema. Y se celebraron las nupcias con gran pompa y con tal fasto, que durante la ceremonia cambiaron nueve veces de ropa a la recién casada. Por lo demás, saldrían pelos a la lengua antes de poder hablar de ello como es debido.

Así, pues, ¡gloria a Alah, que une entre sí las cosas bellas, y no retrasa la alegría más que para otorgar la dicha!

Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Entonces exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡qué dulces y amables y sabrosas son tus palabras! ¡Y cuán admirable es esa historia!"

Y el rey Schahriar dijo: "¡Verdaderamente, ¡oh Schehrazada! me enseñaste muchas cosas que ignoraba yo! Porque hasta ahora no supe bien lo que sucede debajo de las aguas. ¡Y me han satisfecho plenamente la historia de Abdalah del Mar y la de Flor-de-Granada! Pero, ¡oh Schehrazada! ¿no sabes alguna historia del todo diabólica?"

Y Schehrazada sonrió, y contestó: "¡Precisamente, ¡oh rey! sé una que voy a contarte en seguida!"


LA VELADA DE INVIERNO DE ISHAK DE MOSSUL editar

Y dijo Schehrazada:

El músico Ishak de Mossul, cantor favorito de Al-Raschid, nos narra la anécdota siguiente.


Dice:

Una noche de invierno estaba yo sentado en mi casa, y mientras afuera aullaban los vientos como leones y las nubes se vaciaban como las bocas abiertas de odres llenos de agua, me calentaba yo las manos en mi brasero de cobre, y estaba triste por no poder salir ni esperar la visita de un amigo que me hiciese compañía, a causa del barro de los caminos, de la lluvia y de la oscuridad. Y como cada vez se me oprimía más el pecho, dije a mi esclavo: "¡Dame algo de comer para pasar el tiempo!" Y en tanto que el esclavo se disponía a servirme, no podía yo menos de pensar en los encantos de una joven a la que había conocido en palacio poco antes; y no sabía por qué me obsesionaba hasta aquel punto su recuerdo, ni por qué motivo se detenía mi pensamiento sobre su rostro con preferencia al de cualquiera de las numerosas que encantaron mis noches pasadas. Y de tal modo me entorpecía su deleitoso recuerdo que acabé por perder la noción de la presencia del esclavo, el cual después de poner delante de mí el mantel sobre la alfombra, permanecía de pie, con los brazos cruzados, sin esperar más que una seña de mis ojos para traer las bandejas. Y poseído por mis deseos, exclamé en alta voz: "¡Ah! ¡si estuviera aquí la joven Sayeda, cuya voz es tan dulce, no me pondría yo tan melancólico!"

Aunque mis pensamientos eran silenciosos por lo general, recuerdo ahora que aquellas palabras las pronuncié en voz alta. Y fué extremada mi sorpresa al escuchar entonces el sonido de mi voz, mientras mi esclavo abría desmesuradamente los ojos.

Pero apenas hube manifestado mi deseo, se oyó en la puerta un golpe, como si estuviese allí alguien que no pudiera esperar más, y suspiró una voz joven: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amiga?"

Entonces pensé para mi ánima: "¡Sin duda es alguien que, con la oscuridad, se ha equivocado de casa! ¿O había dado su fruto el árbol estéril de mi deseo?" Me apresuré entretanto a saltar sobre mis pies, y corrí a abrir la puerta yo mismo; y en el umbral vi a la tan deseada Sayeda; ¡pero de qué modo singular y con qué extraño aspecto! Estaba vestida con un traje corto de seda verde, y llevaba a la cabeza una tela de oro que no había podido resguardarla de la lluvia y del agua escurrida por las goteras de las terrazas. Además, debía haberse metido en el barro durante todo el camino, como lo atestiguaban claramente sus piernas. Y al verla en tal estado, exclamé: "¡Oh dueña mía! ¿por qué saliste en una noche como ésta?"

Ella me dijo con su amable voz: "¿Acaso podía no inclinarme ante el deseo que ahora mismo me transmitió tu mensajero? ¡Me manifestó la vivacidad de tu deseo con respecto a mí, y a pesar de este tiempo tan malo, aquí me tienes!"

Pero yo, aunque no me acordaba de haber dado una orden semejante, y por más que la hubiese dado, mi único esclavo no habría podido ejecutarla mientras estaba conmigo, no quise mostrar a mi amiga la extrañeza que todo aquello producía en mi espíritu; y le dije: "¡Loores a Alah, que permite nuestra reunión ¡oh dueña mía! y que torna en miel la amargura del deseo!

¡Que tu venida perfume la casa y dé reposo al corazón del dueño de la casa! ¡En verdad que, si no hubieses venido, yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.